año 1918 en El Siglo Médico bajo el título de «Los explotadores de mujeres», el Dr. Sánchez Herrero ponía el dedo en la llaga: ¿Qué extraño es que la prostituta ignorante, al verse abandonada por la sociedad egoísta a su triste suerte, apele al alcohol para olvidar, preparándose la liberación del organismo por medio de la tuberculosis? Es el único medio que encuentra a su alcance para librarse de su tirano [Se refiere al explotador, al chulo]. Es un suicidio lento, del cual la sociedad entera es responsable, pues tiene la obligación, en virtud de la ley de la caridad, de acudir presurosa a quebrantar todos los yugos. Quiero decir, a ahogar el mal, con la abundancia del bien. Un nuevo capítulo de esta tragedia comenzó a escribirse en la década de los ochenta, coincidiendo con el impacto mundial del SIDA. La adicción a la heroína asociada a la prostitución incrementó de forma notable el porcentaje de seropositividades en ese colectivo y, secundariamente, el número de casos de tuberculosis, como primera manifestación del síndrome de inmunodeficiencia adquirida. La relación con el consumo de drogas por vía intravenosa ha sido bien establecida en estudios epidemiológicos realizados en España, que demuestran una prevalencia de infección por VIH del 1-4% en prostitutas no usuarias de drogas por vía intravenosa, mientras que en las usuarias alcanza casi el 50%. Otro aspecto a tener en cuenta para explicar la distinta valoración de la sexualidad como factor de riesgo para hombres y para mujeres es el tema de la maternidad. Por un lado, estaba el peligroso desgaste que suponen para una mujer afecta de una enfermedad crónica las gestaciones y partos continuados; y por otro lado, las consideraciones ético-religiosas sobre el sagrado deber de perpetuar la especie. Posiblemente por la trascendencia de este último argumento, hasta principios del siglo xix se ad35