09-08-2019

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CONTENIDO

PARQUE HUGO CHÁVEZ, ESPACIO DE ENCUENTRO P2 / NUESTRAS CICLOVÍAS P3 / DEL WARAIRA REPANO A LA PLAZA DE SANJACINTO, PASANDO POR GRADILLAS P4 / EL ARTE QUIZÁS SEA LA MATRIZ DE TODO P5 / BULEVAR CÉSAR RENGIFO P6 / EL CUARTEL DE LA MONTAÑA 23 DE ENERO P7 / LA CAÑADA 23 DE ENERO P9 / PLAZA LA CONCORDIA P10 / EL CALVARIO, PARQUE EZEQUIEL ZAMORA P11 / ALTOS DE LÍDICE P12

La incomprendida Diez años, diez cronistas, diez historias de Caracas. Diez historias que nos cuentan cómo es que se vive en una ciudad viva. Amores furtivos, periodismo militante, turismo citadino, ciclovía necesaria, parque amoroso, comuna activa, parroquia combatiente, cultura para todos los gustos, bulevar transformador y hasta un parque con perfume francés, son las historias que confluyen en esta edición que cuenta desde diez mira-

das cómo se puede vivir en una ciudad viva que algunos creen muerta. Una ciudad que nos recibe cada mañana escoltada por una montaña mágica. Una ciudad que tiene un diario que la comprende y le reclama. Una ciudad que no siempre es entendida por sus ciudadanos y ciudadanas. Una ciudad poderosa por su pasado y por su presente. Una ciudad en Revolución. Esa es mi ciudad. Caracas mía. Sigamos.


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Parque Hugo Chávez Con una variedad de alternativas deportivas y recreativas abrió sus puertas a todos los sectores de Caracas JUAN CERMEÑO CIUDAD CCS

Hace unos cuantos años, una tarde, ya anocheciendo y mientras transcurría un torneo de atletismo en el Polideportivo Andrés Miranda, parroquia Coche, alguien que tenía que ver con la organización de la competencia, presionado por la obligación de concluir la programación antes de que oscureciera, comentó que esa instalación no había sido dotada de sistema de alumbrado que permitiera la práctica deportiva nocturna, “porque las luces no dejarían dormir a los caballos del Hipódromo La Rinconada”. A lo mejor la tranquilidad de los equinos también está entre las causas que ocasionaron las dos mudanzas del hipódromo caraqueño hasta terminar donde hoy está. El primer hipódromo de la capital estuvo en Sabana Grande a finales del siglo XIX y funcionó hasta 1906. Luego surgió el de El Paraíso, con carreras desde el 9 de febrero de 1908, pero en noviembre de 1949 una inundación afectó esa instalación hípica. Murieron más de mil caballos, salvándose el campeón Caimán. Diez años después, el 5 de julio de 1959, fue inaugurado el de La Rinconada, entonces El Valle y ahora parroquia Coche, quedando las caballerizas y cuadras a salvo de inundaciones y otros percances. Posteriormente fueron agregadas instalaciones como el Poliedro de Caracas y otras, netamente deportivas. No obstante, la ubicación significaba un problema, por lo lejos, hasta que en 2006 el presidente Hugo Chávez inauguró el tramo El Valle-La Rinconada del Metro de Caracas. Fue en 2013 cuando el entonces alcalde de Caracas Jorge Rodríguez, anunció la construcción del Parque Hugo Chávez, para devolverle al pueblo lo que le pertenece. Concebido como un complejo educativo, recreacional, deportivo con la tecnología más moderna y formado por tres ejes: el primero es la movilidad, con un terminal intermodal que sustituirá al de La Bandera y se vinculará a los sistemas Metro de Caracas y el Ferrocarril de los Valles del Tuy. Otro es el recreativo-deportivo, que contempla un estadio de fútbol para 55 mil espectadores, uno de beisbol para 35 mil, canchas múltiples para baloncesto, voleibol y fútbol de salón, entre otras. El tercer eje es el educativo, que incluye la construcción de la nueva sede de la Universidad Bolivariana de Venezuela. Es así como el hipódromo La Rinconada pasó a formar parte de las 840 hectáreas del Parque Hugo Chávez, convertido en un es-

La comunidad tiene un espacio para encontrarse con el Comandante Recreación y ecología Varias parroquias que antes no contaban con un parque ahora tienen uno de los más grandes dentro de la ciudad, sin tener que recorrer mucho para encontrar un lugar de esparcimiento, recreación o práctica deportiva. Allí llevan a cabo el Proyecto Ecorecréate, que exalta el clamor de la Patria porque miremos hacia su naturaleza para proteger sus derechos, y que es puesto en práctica durante las visitas que realizan los niños y las niñas dentro de sus planes vacacionales. Por ese carácter ecológico en los torneos deportivos, en el Parque Hugo Chávez se premia con trofeos elaborados por artesanos de la comunidad con materiales que tienen que ver con la naturaleza. “Aquí no se compran trofeos: se premia con talento artesanal el esfuerzos de los deportistas, con lo que reforzamos la parte ecológica”, dice Frank Mendoza.

pacio al que ya la mayoría de los asistentes no lleva una revista hípica para apostar. Ahora acuden con balones de voleibol, fútbol, baloncesto, kikimbol, bicicletas. “Aquí desarrollamos nuestra programación como un enlace con la comunidad para actividades sobre todo formativas, en las que prevalece todo aquello que tenga que ver con la ética socialista; que sea el encuentro de Chávez con la gente”, señala Frank Mendoza, gerente de Programación de la fundación encargada del Parque. “Debe ser principalmente un espacio para los niños y las niñas. La estructura que se genera es pensada de manera social, para que se perciba la atención hacia la gente”, porque si tiene que ver con Chávez, entonces también debe tener a la gente como centro, una de las prédicas del Comandante. Ingrid Oropeza, articuladora social del Parque con la comunidad, cuenta que varios urbanismos de la Gran Misión Vivienda Venezuela se benefician de las instalaciones. “Aquí nos encontramos con la comunidad, dictamos talleres de reciclaje, recreación, atención a la abuela y el abuelo, y tenemos a los Tribilines de Chávez, proyecto de

formación para enseñar a cuidar el Parque y que la comunidad se apodere de sus espacios”, añade Oropeza. Varias áreas funcionan desde hace tres años, como el Jardín de los Primeros Pasos, que cuenta con parques infantiles, canchas de futbolito, una ciclovía de 1,2 kilómetros, la plaza de las fuentes. También dispone de una piscina y un laguito, uno de los espacios preferidos en el que se fotografían con una estatua de Chávez sentado en un banco. Para los más exigentes, hay un sendero de montaña de 7,5 km. El parque es uno de los espacios fijos en los planes vacacionales comunitarios, así como escenario en la programación de los Juegos Comunales. “Este parque ha unido a todos los sectores”, explica Ismael Álvarez, quien presenta deficiencia visual y es la vocera ante la Fundación de los sectores con discapacidad visual y adultos mayores. “Aquí hacemos deporte y otras actividades formativas. Vengo tres veces a la semana. Mi hijo está en la escuela de fútbol El Valle-Coche y hace sus entrenamientos aquí”, nos dice Ana Linares. Todo, sin molestar a los caballos.

Siempre dispuesto a recibir los visitantes a la orilla del lago. FOTO VLADIMIR MÉNDEZ


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Caracas

Nuestras ciclovías Ningún trayecto es igual cuando se anda por la vida, en bicicleta. Caracas, la ciudad de las colinas y cerros, al principio se resiste a tanta cercanía pero después se entrega amorosa. Con la rueda comenzó y seguirá todo.

El trayecto en Plaza Venezuela es intrincado.

¡VÍVELO!

2013 Fue el año de la inauguración de la ciclovía

Ser libre La vida puede ser leve como una hebra de cabello movida por el viento. Así son los domingos, cuando un canal del Paseo Colón y de la avenida Bolívar están cerrados, como parte de ‘Caracas Rueda Libre’. La sensación de ir en bajada, de oeste a este, es un renacimiento en sí. Pocas veces la libertad es tan sencilla y tan al alcance de la mano. No solo hay bicicletas, también hay corredores, patineteros, patinadores, mascotas y una ciudad que se niega a permanecer inmóvil como las guacamayas que no se están quietas en un mismo lugar. Caminar por fuera de Los Caobos es dejarse amparar por la sombra de los árboles que presagian un viaje al interior. Ser libre es tan sencillo.

La ciclovía de la avenida Bolívar por las tardes ofrece la escena para cualquier película luminosa. FOTOS AMÉRICO MORILLO NATHALI GÓMEZ CIUDAD CCS

Cuando se inauguró el primer tramo de la ciclovía en Caracas, en 2013, yo no tenía bicicleta. El mapa con las líneas que fueron trazadas en algunas aceras de esta ciudad tenía símbolos inexplicables, que solo pude descifrar años después. Una noche, en la ciudad donde nació mi madre, me encontré a una prima que, sin saberlo, me mostró la línea punteada que debía seguir en ese mapa aún incomprendido. Mientras caminábamos, me hablaba de su día, del trabajo y de lo que tenía pendiente al llegar a su casa. En un momento de silencio, como si la pregunta se hubiera posado sobre nuestras cabezas, me dijo: “Es tan rico ir en la bicicleta, me da tiempo para pensar, para organizarme, para relajarme”. La escuché con atención. Desde ese momento supe dónde estaba el tesoro. Después de varias vueltas de rueda, estábamos ahí: Caracas, afilada y desafiante y yo, titubeante. El miedo inicial a surcar las abruptas sinuosidades de esta ciudad paraliza, como toda primera vez cerca del cuerpo anhelado. Los carros comienzan a aparecer como monstruos mitológicos que se opondrán entre tú y tu destino; las personas, esas que hasta hace poco andaban a tu lado, comenzarán a ir más lento y a parecer más indefensas y las calles empezarán a hablarte en un lenguaje hasta entonces desconocido. Bienvenido. ***** Mientras más se pedalea, más se

descifra eso que Caracas no termina de contar. La ciclovía de la avenida Bolívar, por las tardes, ofrece la escena para cualquier película luminosa, de esas que solo pueden recordarse así. La paleta de ocres y amarillos es cegadora y obliga a achinar los ojos. El tiempo transcurre de otra manera y las ecuaciones sobre velocidad no se despejan en ese trayecto. Sobre la bicicleta, las copas de los árboles; de un lado, la seguidilla de edificios que definen a parte del centro: Parque Central, los museos, la Escuela Técnica de Artes Visuales Cristóbal Rojas, los urbanismos de la Misión Vivienda, el Palacio de Justicia. Por momentos, el ruido de una de las vías más importantes de la capital queda ensordecido por los pensamientos y, la hostilidad de los carros, enemigos naturales de las bicicletas, queda empañada por un cielo tan azul que hace pensar en la pequeñez de la rueda y el pedal y en la grandeza del “Bolívar civil”, de Maragall, al final de la avenida. ***** El camino de la plaza Venezuela a veces es evitado, por lo intrincado, a pesar de que es la puerta de entrada al este de la ciudad. Si bien los jardines y las esculturas hacen que el paseo sea fresco, la proximidad de la estación del Metro, hace pensar en las maneras de huir de un trayecto atropellado donde el ciclista pareciera sobrar. La vía está en mal estado, incluyendo el puente colgante que une a Los Caobos con la plaza Venezuela, los vendedores informales casi no permiten avanzar y el tráfico de personas que prefieren

usar la ciclovía que la acera, nunca para. La promesa de Sabana Grande se hace lejana y para avanzar hacia Bello Monte hay que enfrentarse a una parada de buses, a más ventas callejeras y a una ciudad de aruña con garra. La ciudad no es exclusiva de los ciclistas, casi invisibles para la mayoría, pero la negativa de los transportistas privados a realizar sus rutas y una opción alternativa al subterráneo, ha hecho que cada día más personas rueden por Caracas y, de cierta forma, se liberen. ****** Por el camino trazado para bicicletas, a un costado de la plaza Diego Ibarra, abundan los contraluces. Las siluetas de los caminantes, que tal vez no sepan o no les importe que la ciclovía sea para vehículos con propulsión humana, van con su lento paso por las tardes. El tramo que tiene como línea final la urbanización El Silencio, en partes se interrumpe, bien sea por los huecos en la vía, por los obstáculos de quienes ofrecen modestas mercancías o por las motos y su rugido inesperado. Si se llega a El Calvario, se puede empalmar con parte de la avenida Sucre, en una especie de ciclovía que quedó interrumpida, sin que se sepa mucho por qué. Sin embargo, y a pesar del poco tránsito de bicicletas, esta podría ser una de las rutas más entrañables, con un encanto de esa Caracas plena de nostalgias. El Arco de la Federación, el Metro cuando decide salir de los túneles, la ojiva de la capilla de Nuestra Señora de Lourdes y el Cuartel de la Montaña, como la cúspide del oeste de Caracas.


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Dos parroquias

El Waraira, por los lados de San Bernardino, y las dos esquinas más movidas del centro, son esa Caracas mía

Vegetación que guarda, que cuida y reanima. FOTO JESÚS CASTILLO

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Del Waraira Repano a la plaza San Jacinto, pasando por Gradillas Presidente estrambótico Llegamos hasta Loma de los Vientos, a unos 3 kilómetros de “tierra firme”, que es como le decimos a la cota cero en San Bernardino. El trayecto fue propicio para “actualizarnos” sobre lo humano y lo divino y para hablar de las nuevas medidas coercitivas espetadas por el estrambótico presidente de Estados Unidos, Donald Trump, contra Venezuela. Un embargo de todas nuestras propiedades en Estados Unidos, y una cuarentena marítima que impida la entrada de los alimentos que nos permitan ejercer nuestro derecho de darnos el sistema de gobierno que nos venga en gana. Una medida que busca “torcernos el brazo”, frase con la que definió Barack Obama (el afroamericano más farsante del que tenga registro la historia de la Humanidad) su política internacional. En esa batalla andamos y para ganarla no está demás estar entrenado. ¿Por qué entrenarse? Para vivir, simplemente.

De Gradillas a San Jacinto se encuentra usted. FOTO JESÚS CASTILLO

MERCEDES CHACÍN CIUDAD CCS

Responder a la pregunta ¿cuál es tu lugar preferido de Caracas? y que además tengas que hacer una crónica de eso, es una pauta periodística que, seguro, miles, millones de personas quieren hacer. Pero si usted vive cerca de la avenida Boyacá o Cota Mil, y ya descubrió la maravilla de montaña que es el Waraira Repano o el Ávila, como aún muchas personas la llaman, seguramente disfrutará leyendo esta historia tanto como yo escribiéndola. En rigor, no cumplí con la pauta. No pude elegir entre dos lugares llenos de nostalgia, melancolía e instantes de felicidad. Siga leyendo. Hace 21 años me mudé a San Bernardino, parroquia con varias entradas al cerro. Hay siete caminos “de Petare rumbo a La Pastora” como dice aquella canción de Ilan Chester. El que yo he subido con frecuencia se llama sector Gamboa. La primera vez que subí por allí con intenciones fitness, ya a los cien metros necesitaba una bomba de oxígeno, y también necesité una bolsa para ocultarme la cara de vergüenza, pues aunque creí que solo yo era testigo de mi desesperación por agarrarme de algo, de alguna ramita, que me impidiera rodar estrepitosamente por el piso; la verdad fue que tres militares se reían de mí en silencio, veinte metros más arribita. Pero esa es otra historia. Este martes 6 de agosto subimos con la intención de reencontrarnos con una montaña a la que yo tenía mucho menos tiempo sin subir que Jesús Castillo, jefe de fotografía de Épale CCS, quien tenía unos tres años sin visitarla. La razón: de su última subida tiene recuerdos nada gratos pues bajó en camilla debido a una fractura sufrida en el camino de regreso de una pauta: hacer cumbre en el pico Naiguatá. COMO EN CASA Saludé a los compañeros conocidos de esa ruta, esos que suben de lunes a viernes. Los asiduos, los fanáticos, los adictos a la magia que da la vegetación de ese cerro. Iván, el “filósofo del Ávila”, chocó nudillos como tantas otras veces. “Saludos, amistad” dijo sin detenerse. Luego la señora setentona. Es una corredora de maratones que me saludó con el consabido “tenías bastante tiempo sin subir”. Tanto tiempo tenía sin subir que me estampó por primera vez un beso en el cachete. Vi al historiador Agustín Blanco Muñoz. Sigue con la misma tumusa, ahora bañada de ceniza, y los mismos

músculos africanos de cara al sol de los años 80 ucevistas. Y vi por supuesto a la “Nona”. La inmigrante italiana de 80 años que empezó a subir a los 70, cuando murió su esposo. Para esas tribulaciones propias de los tiempos que corren, el cerro funciona como una especie de exorcismo, un despojo pacífico y voluntario de tormentos reales o imaginarios. Una tripa mágica. DEL WARAIRA A SAN JACINTO De la parroquia San Bernardino bajamos hasta la parroquia Catedral hasta llegar a la mismísima Plaza Bolívar de Caracas. De la esquina de Gradillas (llamada así porque había allí unas escaleras que parecían eso, unas gradillas) en el lado Este de la plaza, donde está la sede de Ciudad CCS, caminamos para seguir hasta San Jacinto, que es el nombre de un mercado de economía popular que debería redimensionarse o mudarse. Justo al lado de ese mercado está la plaza El Venezolano con su también incomprendido “Faluco”, su viejo reloj y su paseo Linares con techo de paraguas multicolores, mudos prootagonistas de un incipiente turismo citadino. También allí todos los viernes se arman las rumbas de salsa más públicas que conozcamos. Entre esas esquinas hay siglos de historia, como la Casa del Vínculo, primer hogar de Simón Bolívar con María Teresa del Toro. De Gradillas a San Jacinto se pueden conseguir artículos tan disímiles como útiles. Restaurantes, cafés, luncherías, ventas de telas, ventas de helados que recuerdan a Cuba, una franquicia de cocadas, zapaterías, piñaterías, perfumes, librerías, una sucursal bancaria, tiendas deportivas y una interesante dinámica que en su conjunto abona para ese turismo citadino tan necesario para propios y extraños. En le edificiio Gradillas está la sede de Ciudad CCS, una escuela de Comunicación Popular (la Yanira Albornoz) y una revista dominical (Épaple CCS). Otra tripa más, pues. Esquinas y árboles, oxígeno y concreto, senderos y café, tierra y cocadas, aves y periodismo, todo medido en kilómetros o hectáreas aderezados con caqueñidad y huracanes de soberanía que ojalá abanen los corazones de quienes aúpan intervenciones. Así es mi Caracas. Ojalá que la suya sea tan divertida y si no lo es, lo invito a conocerla.


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El MBA surgió en los años 30´ debido a frecuentes demandas locales por plazas de trabajo. El Círculo de Bellas Artes es producto de una protesta para rescatar el quehacer artístico. El TTC se estrena en 1983, pero abre sus puertas al pueblo llano con la llegada de Chávez.

Una imagen que resume arte, naturaleza y disfrute en un mismo lugar. FOTOS JESÚS CASTILLO

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Esculturas en Los Coabos y árboles centenarios Su circuito abre un vía para el trote y tres estaciones de ejercicios al rededor de la fuente emblema que vive allí desde los años 60´.

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Bellas Artes

El arte quizás sea la matriz de todo Punto y círculo Todo lo que circunda la zona que conocemos como Bellas Artes ha terminado por formar una especie de eje cultural y artístico que, si bien no es así en un plano urbanístico, se asemeja un tanto al esbozo de lo que un tal Maurice Rotival - francés - había trazado para Caracas en los años 30´. De darse ese plan europeo, tendríamos el parque Sucre Los Caobos conectado con el parque El Calvario. Pero el Complejo Cultural Teresa Carreño interrumpió aquella intención, para diluirnos en un urbanismo pragmático norteamericano. Hoy, se explaya casi de manera arbitraria, como un arte tras otro, desde la GAN, MBA, Museo de Ciencias, Los Caobos hasta llegar a Plaza Venezuela, si vamos en línea recta. Pero lo que la circunda también es cultura: el Museo Armando Reverón, Parque Central y lo que alguna vez fue la Escuela de Bellas Artes.

El breakdance y otras expresiones artísticas se pasean con libertad por el TTC, otrora ámbito para élites. FRANCIS COVA CIUDAD CCS

No se dio cuenta de que las medias de seda se le habían ido, casi al grito del evangélico que se escabulle a la salida del metro de Bellas Artes, todos los domingos. Aquella pobre dama de antaño, vestida de pura nostalgia europea elitesca, no formaría parte de este encuadre sino fuese porque es conocida por los altos y bajos fondos de La Candelaria como la Barbie. Eso, el estruendo invocando al señor de los cielos para que acabe pronto con los comunistas, el chico que hace malabares con fuego cerca de la alfombra de libros y antigüedades y el asopado que se me viene encima porque el hambre ataca un poco más temprano, me marea y me aísla, que es donde reside el vicio de esta ciudad. Un asopado parece ser buen argumento para que te den unas ganas locas de ir a sembrar cuanto monte sepas en cuanta botella de refresco tengas en casa; mejor dicho: un asopado del organopónico Bolívar 1 que se abre a juro entre la gente, el tráfico, los artistas de museo y de calle, y le da aire de lechuga fresca a esta convulsión que respira a color y donde más de una vez Chávez levantó el puño para alborotar la Av México, para quedar más tarde silueteado en la pared de enfrente, la que felizmente no han orinado ni por el ca-

rajo. Sería verdad que transita por esos lares el ánima del Comandante – no quiero decir penando, ni de vaina – como dice la señora Victoria, una miliciana de sabias arrugas que se está encargando del huerto, como esas abuelas que cuidan a los nietos de alguna hija de frescura jovial. Victoria me mira tras la reja con un gato pardo a sus pies, como si vigilara el sabor en mis sorbos de asopado. Me ha agarrado desprevenida comiéndome el pescuezo de pollo como si estuviera en mi puericia por Tucupita, como si el Iartes no estuviese cruzando la calle, como si el Teresa Carreño no existiera tan elegante, y como si el bendito evangélico se hubiese quedado mudo cuando pasó la Barbie con su vestido de lino rosa entallado. Me levanta la llenura y quiero ir directo al chinchorro de un pana en el eje del buen vivir, pero me ataja la miliciana con una victoria en los ojos. “¿Estaba buena, verdad?”. Buenísima. Ella, además de atesorar recetas de siembra y de revolución, me embarca en una especial radiografía del hombre que se sentaba a tomar café en tacita de peltre en una de las ocho estrellas de cemento dentro del huerto, mirando a la avenida Bolívar. “Ahora él está asomado allí en el patio”. Salí del recuerdo, con la meta del chinchorro en mis pasos ligeros y me abandoné como siempre en el delgado olor a incienso de los

artesanos, velándoles la mercancía, sin plata para un treque por algún vinil de Cindy Lauper o de Ilan Chester, para los que no superamos el perreo de la música actual. Me abono las visitas al museo de Bellas Artes de la semana pasada para completar la tanda del día con una lectura de ojos a media asta en el chinchorro. No llego todavía, sino que me pierdo en una pareja que camina agarrada de las nalgas, derechito al parque Los Caobos, quizás a la mística del Elefante dorado, poderosa escultura para la fecundidad, dicen. Entreoigo tambores en la entrada del eje del buen beber, y me espabilo rapidito. “Hay un santo que viene por ahí, espérenlo”, dice una de las morenas del grupo Madera, con su faldón rojo y alpargatas. Qué chinchorro ni que nada.. Veo venir a San Juan Bautista con su capa roja, bailando un tambor culo e’ puya, seguramente de Tacarigüita. San Juan sabe que el cuerpo se mueve solo y del alboroto en los poros. Un carajito le monta guardia a la morena y yo me voy como puedo y como sé, arriesgando el ridículo, en unas manos varoniles que me rondan la cintura, como en un tambor tranca’o. Detrás del Museo de Ciencias y cerca de las grandes salas de ópera del Teresa Carreño hay un alboroto que le rompe la cordura a la Barbie: “Aquí lo que entra es pura chusma, esto no era así”.


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Este espacio vino a sustituir los parabanes y paraguas del comercio informal en este sector Y aunque los buhoneros no han desaparecido, la anarquía de antaño se difuminó en el bulevar Ofrecen desde herramientas carcomidas por el óxido hasta pilas para los celulares.

El busto en homenaje a César Rengifo adorna este lugar de esparcimiento. FOTOS YRLEANA GÓMEZ.

2011

Este año estuvo listo el bulevar César Rengifo, luego de dos años de intensa labor.

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Bulevar César Rengifo

“Cambió la vida y la rutina de las y los habitantes de El Cementerio” Falta la Ruta Nocturna Cuando el 19 de abril de 2011 fue inaugurado el Bulevar César Rengifo, la mayoría de los habitantes de las barriadas y sectores populares de El Cementerio hicieron fiesta. Le dijeron adiós a la anarquía y al pandemónium que reinó hasta el año 2009, y le abrían las puertas a espacios de entretenimiento. Y así fue en los primeros años de vida de este novísimo espacio, cuando Omar Enrique y Diveana, además de las Chicas del Can y Los Adolescentes pusieron a bailar a los parroquianos hasta alta horas de la noche, llenando de alegría una localidad que en alguna época del siglo pasado contó con la visita de grandes cantantes como Pedro Infante y de grandes orquestas como la Sonora Matancera. Quienes viven en El Cementerio les gustaría que la Ruta Nocturna llegara y disipara el ocio y la violencia de la noche.

JUAN CARLOS PÉREZ DURÁN CIUDAD CCS

El Sol no ha asomado aún sus dorados cabellos en el horizonte, y el gallo apenas canta anunciando que está llegando un nuevo amanecer, cuando Olga sale de su humilde vivienda, ubicada en el barrio 1ro de Mayo de El Cementerio, con su pequeño carruaje cargado de termos de café, chocolate, manzanilla, malojillo, te verde, te negro, y otras tantas bebidas estimulantes, además de galletas, acemitas y las queridas catalinas; para ofrecer a los transeúntes locales y foráneos que caminan desde bien temprano las más de diez cuadras que componen el bulevar César Rengifo, obra que desde hace ocho años vino a cambiar la vida de quienes habitan este popular sector de la parroquia Santa Rosalía. Y es que el día a día de las personas que viven en El Cementerio cambió cuando el bulevar César Rengifo vino a sustituir los parabanes, paraguas gigantes y toda aquella parafernalia que no permitía, tanto a los visitantes como a los locales, caminar por la avenida principal de este poblado capitalino, y en la mayoría de las ocasiones no les concedía ni siquiera disfrutar de los rayos del sol. Por eso Olga dice que está muy orgullosa del César Rengifo, y como ella dice “le da pedal y bomba todo el día para vender su café y su chocolate”, y

todo lo que se pueda ofrecer para el consumo humano. Por eso, apenas pisa el bulevar, muy cerca de la entrada del Cementerio General del Sur, uno de los camposantos más antiguos de Caracas, comienza a ofrecer con su ronca voz: “Café caliente, para que se despierte y no se pierda entre tanta gente”, o, “tome su chocolate para este frío mañanero”, entre otras tantas cosas que dice Olga en la medida que transita por las cuadras del César Rengifo. Un par de señores la detienen y le piden un café bien caliente, y ella les pregunta: —Solo uno para los dos A lo que ambos responden al unísono, y dibujando una sonrisa en sus rostros: —¡No! Es un negrito pequeño para cada uno. ¿Cuánto es? —Dos mil bolívares –les dice Olga sin inmutarse– y no me vayan a decir que está caro, porque miren que todo sube y nada baja. Y suelta una carcajada sin intención de burlarse de sus compradores. Los señores toman su café, y se van caminando probando la energética bebida y diciendo: “¡Qué bueno está! Por eso provoca tomar el café de Olga”, y lo dicen con toda razón por que Olga no es la única vendedora de café en el César Rengifo. A lo largo de la mañana y la tarde se pueden contabilizar más de 200 vendedores de café, sin tener en cuenta a quienes venden cigarrillos, helados, tortas, y

entre otras tantas cosas que uno comienza a ver a eso de las nueve de la mañana, cuando el bulevar empieza a cobrar más vida, y el río de gente que sube y baja no da tiempo a contabilizar cuánta gente visita, camina y descansa un rato a lo largo y ancho de este espacio que le dio un vuelco a la rutina buhoneril y de comercio informal a la cual estaban acostumbrados quienes viven en El Cementerio hace más de diez años. Ya pasada las diez de la mañana se puede observar a gente que ofrece desde herramientas carcomidas por el moho y la humedad, llenas de óxido y vetustidad, hasta pilas para celulares, repuestos electrónicos, pasando por las infaltables verduras y frutas, tales como yuca y cambures. En el César Rengifo se puede caminar con tranquilidad, hacer ejercicios, porque hay un pequeño espacio para los amantes de cultivar el físico; y hasta jugar dominó desde tempranas horas hasta bien entrada la tarde, cuando el Sol le cede el espacio a la luminosa u opaca Luna, depende de como ella se encuentre de ánimo; o sentarse a hablar con los amigos y disentir sobre política o dialogar sobre la situación que vive el país. Ya llegada la noche el volumen de gente en el bulevar se reduce, pero este cobra otra vida cuando la luz artificial suplanta la iluminación natural, y los transeúntes siguen paseando sus espacios.


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23 DE ENERO

En las profundidades de aquella parroquia vuelven a los discursos de Chávez cada vez que lo creen necesario.

Desde lo alto se aprecia el oeste de la ciudad. FOTOS: VLADIMIR MÉNDEZ

Ese barrio rebelde resguarda la memoria y el cuerpo del Gigante Defensa del territorio Mientras más se agudiza el asedio contra Venezuela, más el pueblo entiende necesaria la defensa del territorio. Estando en El Mirador, nos abordaron varios compañeros del colectivo 3 Raíces preguntando para qué iban a ser usadas las fotos que estábamos tomando. Al principio fue un poco incómodo pero luego fuimos dándonos cuenta de que era necesario estar alerta pues los espacios de esta parroquia han sido utilizados por los medios hegemónicos para seguir dando palo al proceso de construcción comunal que se vive en la Venezuela profunda. Luego de explicar nuestro motivo de la visita, bajaron la guardia y se armaron de conciencia para socializar sus prácticas de resguardo. Ellos son también los que entendieron el mensaje de Chávez, son los mismos que en los momentos, cuando la Patria es vulnerada, salen en defensa del territorio, en defensa de los ideales que nos mueven a escribir la historia.

Los murales expresan el sentir de un pueblo.

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NIED BRICEÑO PERDOMO CIUDAD CCS

El 23 de Enero tiene muchos accesos para caerle, le puedes entrar por Catia, por El Silencio, por la avenida Sucre y pare de contar... Esta vez nosotros tomamos la ruta del túnel que conecta con El Silencio, y si anduviéramos a pie le hubiésemos entrado por el parque Ezequiel Zamora donde, además de ejercitar las piernas subiendo las escaleras de El Calvario, te deleitas con una amplia vista del oeste de la ciudad. Pasando el túnel lo primero que se visualiza es esa llamarada que ilumina el Cuartel de la Montaña desde que el Comandante Chávez se sembró, esa luz representa la eterna lealtad que demostró a su pueblo. Fue imposible no sentir la nostalgia que se sumó a un cielo nublado que últimamente se empeña en amenazar con lluvia a los citadinos y en alegrar a los que labran la tierra. Fue en esa misma parroquia que lo vi en carne y hueso por primera vez, por allá en el año 2000 subía al barrio abrazado de un montón de gente que caminaba a su lado y yo, desde la ventana de la casa donde crecí, le dije adiós con la mano, para mi sorpresa me respondió con un beso y fue cuando sentí que una fuerte energía entró por mis pies y se desplazó hasta mi cabeza, mi piel se erizó por completo, a eso yo hoy lo llamo el despertar de la conciencia. Ese fue el flash que me colocó de este lado de la historia, pero sin desviarme mucho continúo mi relato... Al seguir por ese mismo camino pasamos Monte Piedad, esa zona popular donde plasmaron sus ojos en uno de los bloques que caracteriza al 23. Y es que se hace evidente que estás en lo profundo de las bases chavistas cuando empiezas a ver cómo la expresión de un pueblo rebelde se manifiesta en las paredes coloridas que hablan sin preguntarles nadita. AQUÍ NO SE HABLA MAL DE CHÁVEZ Antes era el Museo Histórico Militar, desde el año 1994 se convirtió en un lugar estratégico donde dijo “Por Ahora”, y desde el 2013 es un espacio sagrado donde reposan los restos del Gigante resguardado por un pueblo que entendió su mensaje con profundidad. Aromas de flores impregnan nuestra visita, en ese caminar por la comunidad me di cuenta de que el espacio está bien cuidado por las vecinas que además permiten que las paredes de sus viviendas sirvan como exposición muralista en las que los pinceles y latas trazan parte de la historia recorrida y que hacen del lugar un

museo ideal para entender el camino andado por la Revolución Bolivariana. En una de esas de activar mis cinco sentidos, observo un quiosco, ubicado antes de entrar al cuartel, donde visualicé muchas fotos de Chávez, velas y flores, era un altar realizado por la comunidad, donde expresan la lealtad, el amor y la fe que le tienen al accionar de “el hombre que dio la vida por nosotros”. Al entrar está un pasillo donde ondean las 33 banderas de los países agrupados en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, en ese caminar se respira algo de tranquilidad y amabilidad por parte de los milicianos y milicianas que nos reciben para darnos una ruta turística, quien lo imaginaría, haciendo turismo en el barrio que me vio crecer. Más adelante están los cañones que se activan con una fuerte explosión justo a las 4:25 de la tarde, hora en que partió de este plano, el 5 de marzo de 2013. Y la Flor de los Cuatro Elementos es la obra donde reposa su sarcófago, diseñada por el arquitecto Fruto Vivas, que representa la tierra, el aire, el agua y el fuego unidos en una hermosa orquídea de granito. Su discurso de fondo hace vibrar los cuerpos de quienes continuamos esta lucha y al llegar a estar de frente a aquella hermosa estructura se me erizó por completo la piel, así como aquella vez que lo vi por primera vez. UNA MIRADA EN RETROSPECTIVA Al salir de allí todo fue místico, las nubes comenzaban a descargarse lentamente y la llama revolucionaria sigue ardiendo. Pedí a Vladimir Méndez (Fotógrafo) que capturara los murales que estaban a la salida y decidí que el chofer (John Vivas) nos llevara al sector El Mirador, en esa misma parroquia. Recuerdo que en mi época del liceo me jubilaba una que otra vez para admirar al barrio desde las alturas. Desde ese punto visualizamos Catia, Propatria, La Silsa, Casalta, Alta Vista, Lídice, Manicomio y hasta un pedacito de La Pastora, allí era donde imaginaba que podía volar, y esta última vez que estuve también me di el espacio para hacerlo, pero esta vez fue distinto, otros contextos, otros tiempos y mejor entendimiento del momento histórico que seguimos construyendo. Allí afloraron más ideas y se reforzaron más convicciones, justamente cuando aparecieron los compañeros del colectivo 3 Raíces.


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La Cañada ...Y de pronto la muchedumbre estaba sacando todo y realizando una asamblea de ciudadanas y ciudadanos (...) Jose Roberto Duque ciudad ccs

En 1975 el gobernador del Distrito Federal era un tipo juvenil, funcionario carlosandresero cuyo copete arrancaba suspiros entre las simpatizantes de Acción Democrática. Se llamaba (y al parecer todavía se llama) Diego Arria y probablemente todavía tenía un solo ombligo. También tenía una misión tan fea e impresentable como el ombligo doble que él mismo le mostró al mundo 40 años después: perfeccionar y fortalecer el sistema represivo en la ciudad capital, un monstrico en crecimiento que ya andaba por los dos millones de habitantes. La Policía Metropolitana ya era el engendro putrefacto que todo el mundo sabe que llegó a ser, pero el gobierno de las vacas gordas tenía un excedente de dinero por ahí y empleó una buena parte en dotar al cuerpo policial de patrullas y de unos módulos, cuarteles de la franquicia policial; en la entrada de cada barrio, y a veces en el corazón de alguno de ellos, había una sede de la PM. En casi todas partes, la sede se trataba de una casa grande más o menos convencional, con patio, oficinas y calabozos, como cualquier sede policial. Pero en el sector La Cañada del 23 de Enero, que no ameritaba ni de vaina una sede convencional, construyeron una especie de búnker o fortín de concreto armado, garitas de observación y ese aspecto lúgubre que atemoriza a la gente incluso antes de oírle la voz a un paco. Queda a la entrada del estacionamiento que comparten los bloques 18, 19 y el 20-21. En ese lugar se planificó durante 30 años la vigilancia, los allanamientos y la represión en forma de detenciones arbitrarias contra los habitantes de la zona. Y los grupos organizados de allí, que ni mansos ni dóciles fueron durante la segunda mitad del siglo pasado, respondían como se debe: a candelazos que dejaron marcas en las puertas y muros del lugar, que al entrar este siglo ya no podía ser más sombrío. Durante una entrevista con algunos funcionarios destacados allí en los años 90, varios de ellos me comentaron que una de las instrucciones que se les daba a los efectivos era no recibir comidas ni bebidas de los vecinos, y no solo en el 23 de Enero: la relación con la comunidad era tan tensa o decididamente chimba y desagradable que el código de seguridad del cuerpo incluía la sospecha de todo aquel que se acercaba aunque fuera a cordializar o a colaborar. Por

Casa de Encuentro Bolivariana Freddy Parra Pase adelante No solo la emisora: la Casa de Encuentro Bolivariana Freddy Parra también es también sede del Saime (acuda allí y saque la cédula de identidad; la entregan en corto tiempo), el Club de Abuelos, Fundafauna, un Infocentro que alguna vez fue el más grande y mejor dotado de Venezuela, con 64 computadoras (hoy tiene 30, porque varias se las han llevado para fundar o fortalecer otros); un Café Venezuela, una Librería del Sur, y espacios académicos donde se imparten varios diplomados, cursos y talleres avalados por universidades nacionales: Idiomas Modernos, Acompañamiento Social, Taller de Socialismo Bolivariano, entre otros. Tan solo por esta historia de transformación desde lo más perverso a lo más humano, vale la pena darse una vuelta por ahí y pasar el día preguntando, conversando, hurgando en uno de los episodios más sabrosos de rebelión para la construcción en la Caracas insurgente.

esos años, en plena entrada del módulo colocaron varias pilas de sacos de arena, a modo de barreras de protección contra ataques de tipo militar. 30 años después No existe una manera disimulada de continuar el relato con una declaración tipo: “Ah, pero llegó la Revolución y las cosas cambiaron”, así que dejémoslo así: las cosas cambiaron en el año 2005. La gente de la Coordinadora Simón Bolívar, organización o colectivo cuya sede principal quedaba enfrente, a escasos 20 metros del tenebroso búnker, aprovechó un contacto con quien había sido electo alcalde metropolitano, Juan Barreto, para plantear una reunión con el comandante de la Policía Metropolitana. Eran otros tiempos y todo indicaba que se podía conversar y negociar algunos asuntos con las autoridades. El comandante de la policía, en efecto, parecía dispuesto a dar esa y otras conversas, pero cometió el error o el acierto de embarcar a los muchachos de la Coordinadora en aquella reunión. Varias docenas de personas estaban allí en la sede a altas horas de la noche, esperando la llegada del jefe policial, pero el hombre no llegó. Así que dieron un vistazo de reconocimiento, se asomaron en

aquellos calabozos de la vergüenza. Y empezaron a sacar algunos objetos. Después otros más. Y de pronto la muchedumbre estaba sacando todo y realizando una asamblea de ciudadanas y ciudadanos: así comenzó el proceso de apropiación popular de la sede, que de pronto se convirtió en la nueva base de operaciones de la Coordinadora Simón Bolívar. Tras un período de tensión y de expectativas, y de contactos políticos y acuerdos formales con la alcaldía, el módulo fue cobrando forma como espacio de cogobierno del Poder Popular y las instituciones del Estado. Fue llamada Casa de Encuentro Bolivariana Freddy Parra en honor de uno de los activistas y fundadores de la Coordinadora, fallecido trágicamente en enero de 2005. La Coordinadora, que tenía ya varias ruedas de experiencia en la organización de eventos callejeros y de organización popular, comenzó a cambiarle el perfil al módulo y de pronto toda la fiesta en clave de creación que es el 23 de Enero se trasladó a ese espacio, que se llenó de música. En 2006, en un hueco del segundo piso que los compañeros de la Coordinadora aseguran que antes funcionaba como calabozo, se construyó el estudio de la emisora Al Son del 23, uno de los íconos de la salsa en Caracas en lo que va de siglo.

El local carga encima una buena dosis de historia y otra de leyenda. Foto yrleana gómez


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El ambiente prostibulario de una ciudad sin complejos, encuentra en sus alrededores un paraíso

Recostadas del tedio, su sino es la espera. FOTOS MICHAEL MATA

La Concordia

En el mapa salvaje de los amores furtivos La plaza Se supone que la plaza La Concordia se erigió para enaltecer la paz alcanzada, luego de las luchas libertarias contra la dictadura gomecista, y en respuesta al horror inmortalizado en el imaginario de la ciudad por uno de los más terribles cuarteles carcelarios establecidos por el dictador: La Rotunda. Allí estuvieron atenazados por grilletes de más de 3 kilos de peso, eminentes intelectuales, atrevidos dirigentes estudiantiles, poetas comprometidos, y todo aquel que quiso alzar su voz reclamando democracia desde 1908 hasta 1935 del siglo pasado. Por muchos años, no hubo paz ni sosiego en la plaza, consumida por el abandono y la delincuencia, hasta que, en 2015, la Alcaldía del Municipio Libertador concretó el milagro de su recuperación con una millonaria inversión que la dejó nuevecita y reluciente para rescatar a la ciudad en el marco de su 448 aniversario. Hoy, aún convoca al amor.

En la plaza confluyen vecinos y amores lícitos y condenados.

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MARLON ZAMBRANO CIUDAD CCS

“Papi, llévame para la habitación”, me sugirió la primera vez, con esa confianza provinciana de prima lejana que se quedó en Colón, un remoto pueblo del estado Táchira, deshojando la margarita del progreso. Me dijo que se llamaba Isabel. Tímido y confundido, en plena esquina de Curamichate, le respondí lo que ya ha dejado de ser una excusa para convertirse en letanía: “es que no tengo plata”. Se trata de una rubita hermosa, de ojos perlados y mofletes de manzana, con dos piernas lechosas del grosor de columnas del Partenón, que, por supuesto, remueve los instintos, pero que cuando habla, lo remite a uno a cierta nostalgia ancestral por la familiaridad gocha de su acento. La Concordia y sus alrededores, en el corazón de la parroquia Santa Teresa, pero arrullada por Santa Rosalía, ha sido, por años, la alcabala festiva de varones libidinosos en busca de caricias baratas y besos de alquiler. Fue -y es- el punto de no retorno de una diáspora provinciana que arriba al Nuevo Circo trasnochada, alucinando con el Dorado de concreto y dispuesta a ofrecer las arcadas de su sexo a cambio de una cosa medio mitológica que, en los parajes más alejados de la geografía patria, aún llaman “porvenir”. Allí encuentran acomodo entre las esquinas con más solera de la capital y sus casonas derruidas, sostenidas apenas por la inercia digna de la Caracas más audaz, las muchachas del interior que migraron buscando suerte entre sus pensiones de arrabal, de donde se entra y se sale con la frivolidad urgente del deseo. Son ejércitos de impúberes huyendo del hambre que no lograron saciar ni en Tucupita o La Grita, ni en Curiepe o Cumaná, y se aposentaron entre las avenidas Lecuna y Baralt con la plaza como epicentro del alma prostibular del centro. Algunas han hecho de su oficio parte de la rutina doméstica, y se desplazan entre la esquina El Hoyo y el Teatro Nacional, ofreciendo sus carnes y comparando precios de un plátano y dos cebollas para completar el almuerzo de la jornada. La segunda vez, apostada en la esquina donde vende perrocalientes un sospechoso mercader de acera, Isa me sonrió como si fuera mi pana, y me siseó persiguiendo mi rastro esquivo -y menesteroso- entre ese vértice picaresco de vida mundana que es el terminal

de transporte terrestre de La Hoyada y la esquina de Viento, donde cualquier hotel, hostal, pensión, posada y centro turístico giran en torno a la transa amatoria. Son pactos artificiosos que se tejen con la velocidad del gesto y donde el amor no es tan caro como parece, pues todos, en esa región ficticia de los afectos, siempre estamos pelando bolas. HAY QUIEN SE ENAMORA No fue igual para Ana, quien se fugó de la violencia y la escasez de Capaya (Barlovento) y se internó en un templo del placer de la Caracas vieja, llamado La Caneca. Diagonal a la plaza donde más de un macho moqueó castigado por las torturas de los esbirros gomecistas, en las catacumbas ensangrentadas de La Rotunda, despachaba sonrisas y cervezas a destajo como anfitriona beatífica, y siempre se negó a prostituirse porque le conmovían esas matronas al borde de la jubilación, que anidan en las banquetas de la barra esperando a un cliente más o menos decoroso. Ahí halló el amor. Lo conoció en el bar. Una vez me contó que ese señor que casi le dobla la edad le sostuvo la mirada un día en el aire, y se quedó prendada como una idiota de esa fascinación loca por los sortilegios de la perdición. “Usted no sabe lo que es querer hasta que no es feliz sirviéndole un plato de comida a su marido”. Por él, huía cada noche, a eso de las 7, extraviada como una posesa por los pasillos malevos del centro a prepararle su almuerzo para varios días oficinescos, y le sacaba el filo a las camisas y los pantalones para la semana entera. Por él huyó, finalmente, de La Caneca, y más nunca nadie supo de ella ni pudo dar pistas de su destino. “¿Y es que nunca me vas a llevar al cuartico?” me entrampó Isabel con rudeza de esposa, la tarde crepuscular en que mi mirada huidiza se tropezó con la suya justo al frente del Hotel Forte, cerquita de la esquina de Pinto donde, por lo general, recargo una teta del café que traen unos muchachos desde Biscucuy. Yo había cobrado y andaba realengo. “¿En cuánto?” me atreví. “Hasta puede ser gratis” sugirió. “Esperemos mejor a una próxima vez” balbuceé asustado, temiendo que sucediera lo que tantas veces me ha generado más magulladuras y hematomas que placer. “No me vuelvo a enamorar”, canté con Juan Gabriel, de regreso a casa, como huyendo de Sodoma y Gomorra.


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Su especial ubicación se nota cuando al venir caminando desde el centro de Caracas, nos sentimos, de repente, por primera vez, envalentonados frente al Waraira Repano, pero con respeto, claro

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El Calvario, parque Ezequiel Zamora

Un lugar para encontrarnos con la historia y con el presente Nueva vida en la ciudad

ARGIMIRO SERNA CIUDAD CCS

El conocido Calvario de Caracas ha pasado por diferentes épocas, pero nunca ha dejado de ser un lugar especial por su ubicación, su forma, su cercanía con el eje central y con varias parroquias, pero, sobre todo, por su historia tarambana y progresiva. De colina para procesiones y entierros, pasó por ostentoso jardín afrancesado y hasta a vereda pública, hasta que fue progresivamente descuidado, se sumió durante décadas en penumbras, por el cual, al pasar, corrías por tu propia cuenta y riesgo. Ahora la gente se reúne y deja sentir una esperanza real. Su forma final atravesó por varios tropiezos y aportes fractales, desde que fuera elegido camposanto, poco después de la fundación de la capital, a comienzos del siglo XVII. El obispo de Caracas, de aquel entonces, fundó ahí la primera capilla para incentivar las procesiones y los cristianos ritos mortuorios en las adyacencias. Al emblemático y afrancesado Guzmán Blanco, quien había fundado el cementerio general del sur para liberar de toda responsabilidad tanática la colina central del valle, le dio por construir ahí un jardín a la moda europea, y poner una estatua en honor a sí mismo, que la plebe enardecida en contra del narcisismo señorial derribaría posteriormente. Las caminerías se fueron ampliando y reforzando, y se han restaurado en diferentes momentos, pero, según fotos de varias épocas, la forma es esencialmente la misma. En consecuencia con la precolombina, en 1884 se construyó en estilo neogótico la Capilla de Lourdes de El Calvario, la cual exhibe una complejidad arquitectónica, que, por su ubicación en la pendiente, muy bien puede servir para aficionados curiosos y hasta para estudios especializados. Nueve años después de la capilla, la construcción del Arco de la Federación completaría el complejo que le da entrada suntuosa. Un recorrido para carruajes fue, durante décadas, el espacio más concurrido y el pulmón vegetal de la población caraqueña en su ensanchamiento. La estatua de una mujer desnuda del torso hace referencia a un personaje con problemas mentales que se convirtió en ícono de la zona. Otras plazas y bustos como los de Ezequiel Zamora, Agustín Codazzi, Cervantes, Teresa Carreño y Pedro Elías Gutiérrez afianzan el valor histórico y educativo. Hay una pequeña representación del Partenón, una Plaza Bolívar helicoidal, miradores hacia el este, el norte y el

En su pasado remoto, y hasta el no tan remoto, las culturas surgen en espacios que dan forma a su cosmogonía, por eso el andino tiende a ser silencioso, el oriental escandaloso y el llanero recio. El caraqueño es más complejo. En algún tiempo, los espacios públicos eran escasos, oscuros y peligrosos. El gobierno ha logrado activar muchos espacios que sirven para el encuentro y la reunión, con todo lo que eso implica. Conversar, tocarse, reflexionar, avanzar, pensar, organizar, pintar, ejercitar, fotografiar, contemplar la ciudad desde miradores muy estratégicos, admirar el Waraira Repano justo al frente son actividades propicias para la gestación de nuevos valores. Y, si esa ventaja la tenemos a unos cuantos pasos del centro de Caracas, podemos salir del trabajo periódicamente y adelantar en nuestra misión de gestar un nuevo modelo de vida.

En El Calvario, Parque Ezequiel Zamora, los niños disfrutan el momento. FOTO ENRIQUE HERNÁNDEZ sureste, y un misterio acerca de la estatua de Cristóbal Colón, que alguna vez recibió a los visitantes cuando, jadeantes, terminaban de subir los 90 escalones de su antesala original, con lo que hacía honor a su nombre. Aquella estatua del genovés seguramente también fue arrancada por esa aversión al principio señorial que derribó la del ilustre afrancesado. Ahora queda un presente donde podemos ver clubes de artes marciales, martes y jueves, adultos mayores haciendo aerobics despacito, pero con mucha risa, cristianos dándose abrazos para disfrutar del prójimo, aunque sea un ratico antes de que lleguen las culpas; parejitas de todos los colores y tamaños, algunas, al comienzo, cuando planifican posibles caraqueñitos, otras cuando reavivan las llamas dando algún espectáculo panegírico. Cantantes, músicos, estudiantes, hasta yoga iniciático, los sábados, con la instructora Belkis Ruiz, guardias nacionales sembrando en algunos espacios aprovechables, estudiantes en grupo anotando leyendas, scouts como arroz haciendo jornadas de reforestación coordinadas con las instituciones y, claro, muchos niños adornando, aliviando, iluminando, saltando, alegrando, pintando nuestra vida coti-

diana, a pesar de la crisis y de todos los infortunios, en pleno centro de Caracas. Así, tenemos un espacio de tránsito, ejercicio, entrenamiento, reunión, esparcimiento, conversación, diversión, contemplación, cortejo y seducción en todos los sentidos, para todas las edades y gustos. Un espacio tan accesible que te puedes acercar con una botella de agua, un tique del metro y las ganas de sentir las pruebas tangibles de una esperanza, la esperanza en un proyecto futuro, tanto del que le toca irse, como del que le toca quedarse. La esperanza de no perder ese espacio nuevamente, como el recorrido lúgubre con el que me crié durante dos décadas de abandono. No importa si es un cortejo que traerá futuros caraqueñitos, conversaciones e interpretaciones para sembrar poemas, salutaciones al sol para nuestra salud física, estudios sistematizados para tareas universitarias… cuando el espacio público se presta tanto, es porque debemos apropiárnoslo y protegerlo. Quizá, muchas religiones en principio, así como para abrazarse, no fueron más que una justificación para reunirse. Nosotros tenemos algo más que una excusa, estamos inventando una nueva cultura, entre todos.

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En los Altos de Lídice los reporteros infantiles nos conectan con el amor y la esperanza.

La Redoma es el sitio de encuentro de los lugareños.

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Lídice

Altos de Lídice a mano y sin permiso dayon moiz

fotos javier

ciudad ccs

Campos.

Territorio colorista Hay muchísimos murales. Están los que identifican a los siete consejos comunales, los alusivos a salud, saber y trabajo, y otros más que engalanan cada recoveco. Por encimita cuento unos 14 murales. Pero como casi todo en la comuna, esto no es casual. Allí vive Gsus García, fundador del colectivo muralista Antimantuanos que conocí hace unos cinco años, y que siempre encuentra una ocasión para resignificar las paredes.

los reporteros ariatna, Gabi, Ángel, Oriana y Enyelbert,

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Todo comenzó con la convocatoria de la formación de reporteros y reporteras infantiles que propusimos desde la Escuela de Comunicación Popular Yanira Albornoz (Ecpya) a la Comuna Socialista Altos de Lídice. A ellos les habían donado cinco tabletas Canaima y tenían la necesidad de consolidar un equipo de comunicación que diera cuentas del trabajo comunal. Nuestra escuela, por su parte, tenía la “deuda pendiente” de ir al territorio. Yo suelo ir en moto o camioneta. Antes iba en el transporte de la fundación, pero después de la tercera vez de escuchar que “los carros estan dañados y no hay transporte” tuve que tomar una decisión. O entraba en la lógica institucional de “sin carro no me muevo”, o asumía que la comunicación popular jamás estará detrás de un escritorio. Así que junto a Gregory o Jeffrey (mis super mototaxistas), agarramos la Principal de Lídice en un solo envión y nos plantamos en La Redoma. En el camino siempre imagino qué me voy a encontrar ese día en la comuna. Afortunadamente los días de dudas, cuando no sabía cuántos niños llegarían a clase, quedaron en el recuerdo. Ahora tengo la certeza de que Jeremy, Gabriela y Oriana van a ser los primeros en llegar, y que Ángel llegará antes que su hermana Ariatna. El Norte de la comuna es el Waraira Repano. Los Altos está pegadito al Ávila, por eso es que la subida es tan empinada y el clima se hace más agradable en la medida que vas subiendo la montaña. Se encuentran además, las lomas del Polvorín al Este, la parte baja de Lídice y el 23 de Enero hacia el Sur, y el sector Manicomio por el Oeste. El cotidiano lo cuentan los 5 mil habitantes de los siete consejos comunales que, al igual que sus padres y abuelos, apostaron por la organización del poder popular y, después de mucho bregar, decidieron (hace poco más de un año) caminar juntos en comuna. El mes pasado ya empezó a funcionar el Parlamento Comunal, que se dieron para ejercer democráticamente el poder local. Hoy, con un marco legal que favorece el fortalecimiento del poder popular, la comuna enfrenta desafíos gigantes: hacer que el agua llegue a todos los hogares y que el transporte pueda acercar lo máximo posible a los vecinos y vecinas a sus casas. Esto sin desestimar todo lo hecho hasta el momento, principalmente en el acceso digno a salud y alimentación, obras de infraestructura que poco a poco comienzan a realizarse, y el rescate de la

organización como clave en la resolución de problemas. Sé que están pensando que hago una lectura romántica del barrio, pero no es así. La organización popular no surgió porque las necesidades estaban cubiertas. Recordemos que nuestras barriadas nacieron del olvido institucional del campo. La comuna también encierra dureza en sus relatos. Sin ir muy lejos, Gsus, quizás el líder comunitario de mayor proyección, no desmaya en el día a día del Parlamento Comunal, aún cuando perdió su casa en un incendio hace cinco meses. Allí está juntando voluntades para resolver no solo el problema habitacional de su familia sino el de otras vecinas que también perdieron sus casas en situaciones similares. Les cuento todo esto porque soy una mujer que siempre ha militado en las filas de la esperanza. Mis señas son mi sonrisa amplia y actitud positiva. Sin embargo, confieso que en ocasiones mi espíritu se quebranta ante los ataques que recibimos como pueblo; tristonaza, agarro mi moto y vuelvo a subir allí, donde Chávez se sembró y se hizo millones No alcanzo a sacarme el casco, y me abordan los pequeños dando cuenta de su día a día. Jeremy que no cabe de felicidad al explicarme que la siembra ya está dando frutos, a la vez que muestra unos granitos de caraota. Oriana, que investigó que el nombre de Lídice nace como homenaje a un pueblo checo que fue devastado por los nazis en 1942, y en 1943 le dio el nombre a la primera urbanización obrera del país. Leonaiker que quiere hacer un títere en forma de lenteja para explicar su valor alimenticio. Gabriela, Brei, Ariatna, Enyelbert, Joshua, Daniel, Jenser, Víctor, Ángel Rodríguez y Ángel Espinoza esperan su turno para contarme su hallazgos. También Ricardo, Dubrangely y Andrea que junto a Mayra siguen formándose para ser reporteros. De pronto me encuentro como aquel que va a Maracaibo y comienza a pasar el puente con un nudo en la garganta… No sé bien por qué me brotan las lágrimas, sospecho que son de alegría. Es que, en medio de tanta muerte y miseria anunciada por los portadores del odio, estas niñas y niños, porfiados y testarudos, empeñados en vivir y ser felices, me vuelven a recordar que sí, que Caracas (y Venezuela toda) está viva y construye su presente. A mano y sin permiso,


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