Año LXXVIII Guadalajara, Jal., 9 de Mayo de 2010
No. 19
Ver la sonrisa de Dios
E
l niño se sentó junto a ella y abrió su maleta. Comenzó a beber uno de sus refrescos cuando notó que la anciana le miraba, así que le ofreció uno de ellos. Ella agradecida lo aceptó y le sonrió. Su sonrisa era muy bella, tanto que el niño quería verla de nuevo, así que le ofreció entonces uno de sus pastelillos. De nuevo ella le sonrió. El niño estaba encantado, y se quedó toda la tarde junto a ella, comiendo y sonriendo, aunque sin hablar una palabra. Cuando oscurecía, el niño se levantó para irse. Dio algunos pasos, pero se detuvo; dio vuelta atrás, corrió hacia la anciana y le dio un abrazo. Ella después de abrazarlo, le dedicó la más grande sonrisa de su vida. Cuando el niño llegó a su casa, su madre quedó sorprendida de la cara de felicidad que traía. Entonces le preguntó: “Hijo, ¿qué hiciste hoy que te hizo tan feliz?”. El niño le contestó:”¡Hoy almorcé con Dios!”. Y añadió: “Y ¿sabes? ¡Tiene la sonrisa más hermosa que nunca he visto!” Mientras tanto, la anciana, también radiante de felicidad, regresó a su casa. Su hijo se quedó sorprendido de la expresión de paz que reflejaba en su cara, y le preguntó: -”Mamá, ¿qué hiciste hoy que te ha puesto tan feliz?“.
La anciana le contestó: “¡Comí pastelitos de chocolate con Dios, en el parque!”... Y añadió: “Y ¿sabes? ¡Es más joven de lo que yo pensaba!”… Con frecuencia, no damos importancia al poder de un abrazo, de una palmada en la espalda, de una sonrisa sincera, de una palabra de aliento, de un oído que escucha, de un cumplido sincero, o del acto más pequeño de preocupación... Mas todos esos detalles tienen el mágico poder de cambiar tu vida o la de los demás, de darle un gran giro y hacerla feliz.