Lectura de verano

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- ¿Ven chicas? - Les dijo, agitando el frasco. Las otras gaviotas veían el polvo blanco que había dentro, mientras aumentaba el misterio. - Esto que ven acá se llama “sal”. - Saaaaal- repitieron Julia y Fabiola. - ¿Y saben para qué se usa? Las mamás y los papás de los nenes la echan en las comidas, o en la olla de los fideos, para darles gustito -justamente- salado. - Sala.. qué?!- Dijeron sus amigas. - Salado. Pero no hay que pasarse mucho porque si no no se pueden ni comer. Puaj. ¡Y te agarra mucha pero mucha sed! - Entonces... - Entonces lo que vamos a hacer es echar mucha pero mucha sal así Raúl el gigante no se puede tomar el mar. - ¡Es muy buena idea! - Aplaudió Julia. - Pero de dónde sacamos tanta sal? ¿Eh?- Dijo Fabiola más desconfiada. - Esperen un minuto- Les pidió Griselda, y volvió a desaparecer volando. A los pocos minutos les dijo “Vengan, vengan”. Les mostró que en el supermercado había muchas bolsas con muchos kilos de sal. Fina, gruesa, parrillera... Se pusieron en marcha. Mientras una empujaba un changuito, las otras iban cargando las bolsas de sal.

- Listo, chicas, con esto tenemos suficiente para que el gigante no moleste más. Fueron hasta la playa, y empezaron a sobrevolar el mar, dejando caer puñaditos de sal con sus picos. La patrulla estuvo durante largo rato salando el mar. Entonces vieron cómo Raúl, después de cargar varios baldes de agua, empezó a estar cada vez más sediento. Su lengua gigante salía de su boca seca. - ¡Pero este agua está salada! - Dijo, rugiendo de ira. - Voy a tener que tomar leche, o exprimir unas naranjas, o, o... sacar agua de la canilla. Las gaviotas se miraron felices. - ¡Lo logramos!- Dijo Fabiola chocando sus alas. - Sí, el gigante ya no se va a tomar más el mar.- Acotó Julia. - Y lo mejor: la isla va a poder seguir a flote!- Festejó Griselda. Desde ese entonces, cada noche, cuando las playas ya están vacías y nadie las ve, la patrulla de gaviotas sale a salar el mar. En poco tiempo el gigante Raúl entendió que si seguía tomando ese agua iba a morir de sed, y la Isla Escondida pudo seguir flotando como siempre, soleada y tranquila en el medio de un mar enorme y muy pero muy salado.

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