Para buscar algún aspecto positivo en su situación, se dijo que el tiempo estaba parejo, y que las olas lo conducirían a algún lado. Pero vino la calma. De las angustias de la calma se ha escrito demasiado bien. El perder la esperanza de puerto, el agotar víveres y agua, el fosforecer de presencias extrañas, la agonía. Un sudor corría por la calva del jubilado en su jardín destruido. Había recogido los guijarros blancos en dos macetas, que guardaba en la cocina, pero el diseño de los canteros se notaba como una risa sin dientes.
Al décimo día de calma, un estrépito puso
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