LA BOLSA DE PAN

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LA BOLSA DE PAN Pedro Alfonso González Ojeda

Hay días que parecen un espejismo. Te levantas con el rigor del tiempo, la ducha pasa desapercibida, estuviste absorto en algún pensamiento o tal vez en lo que soñaste, el caso que al darte cuenta ya estás vistiéndote o calándote los zapatos. Das una mirada al televisor pero sigue tu cerebro absorto en el no sé qué, en ese algo distante que no deja percatarte de que la vida está ahí dale y dale con su presencia. Al ir a desayunar no hay una preferencia por el alimento, lo mismo da cereal que huevos o sólo frijoles, un café cuyo aroma no te atrajo, al probarlo no produce el impacto diario. En un día como esos, salí de viaje. El destino no era lejano pero los preparativos son los mismos entre los que va la coca cola de lata bien fría. Me distraje en la estación de gasolina en el auto de numerosa familia, un Chevy del ochenta y ocho mas o menos, cuyos ocupantes se veían como aquellos monitos de la Familia Burrón; no faltaba nada, el perro y el loro incluidos, la abuela asomaba por la ventanilla trasera,

lucía una cara

palidísima con mueca de dolor o desasosiego, a los pocos segundos el grito histérico de los nietos, hijos, primos y el perro, la vieja vomitaba abundantemente, la ventanilla se empañó. Del auto emergió gente al unísono de la apertura de sus cuatro portezuelas, los gritos no cesaban, el padre en un espanglish típico trataba de controlar la situación, una tía gorda y el perro fueron los últimos en salir de coche, esto provocó la risa de los que mirábamos la escena, pues el perro competía por la salida con la mujer cuyo tonelaje no le daba la agilidad de aquel y éste no conseguía el espacio para lo mismo. La pobre en su desesperación quedó sentada un cincuenta por ciento en el estribo de la puerta y el resto en el sillón, reía, pujaba, pujaba, reía en convulsiones


que terminaron por relajar sus esfínteres más íntimos con sonoridad y ritmo. Unos gemelos pelirrojos que lograron el acceso a la salida en primer término se daban a la tarea de mover las máquinas expedidoras de gasolina, se apuntaban con las mangueras y vertían pequeños chorros de combustible contra de quien estuviera más cerca. El caos mayor fue cuando la abuela se desvaneció dentro del auto, ahogada con su propio vómito tornándose aquel amarillo papiro de la cara en azul marino. Los esfuerzos de todo el personal de la estación estaban volcados con esa familia de paisanos. Después de haber logrado limpiar la boca desdentada de la abuela, me di a la tarea de reanimarla con el ABC, tantas veces practicado en mi profesión. Por allá los pelirrojos habían sido sometidos, la tía gorda regresaba del baño, el perro, el loro y los tres adultos rodeaban el auto expectantes y una quinceañera que hasta ahora no había visto, me ayudaba con la abuela levantándole los pies. Una vez reanimada la anciana y la familia dentro del auto, reiniciamos el viaje cada quién por su rumbo. Hice una escala en un parador turístico cien kilómetros adelante. Bajé del auto y me encaminé al baño. En estos sitios trata uno de permanecer poco tiempo por obvias razones. Al mirar a la derecha en el pequeño cubículo del retrete me llamó la atención una bolsa de pan acomodada cerca de la pared. La alcancé con la mano, estimé su peso, tal vez un kilo o dos, pero de qué. No despedía mal olor y como no había obstáculos en su boca la abrí cuidadosamente, un gran paquete de dólares destelló en mis ojos, mis manos comenzaron a temblar, el corazón se me salía del pecho y la urgencia que me detuvo en ese lugar se aceleró.


Saqué en el mayor silencio los billetes de la bolsa y me dispuse a colocar en las de mi camisa, chaleco y pantalón los fajillos de billetes de cien dólares. La bolsa la hice jirones depositándola dentro del retrete y jalar la cadena. Terminé mi situación y salí sin prisa rumbo al auto, me puse en marcha y continué mi viaje. Las ideas confusas de mi mañana, se engancharon al momento en que recorría a más de ciento diez kilómetros por hora con la mente puesta en el contenido de la bolsa de pan. Llegué a mi destino seis horas después de viaje. Dejé mi auto en un lote de compra venta propiedad de un antiguo amigo, me dio un cincuenta porciento de su valor y prometí enviarle la factura y resto de papeles en treinta días. Me hospedé en un hotel cercano al aeropuerto, compré por la vía telefónica boletos de viaje redondo a España y aquí estoy, desde hace doce horas, despertando del cambio de horario, con mas lucidez en mis pensamiento, con menos estrés en mis músculos y con cincuenta mil dólares en mi cuenta de American Express que puse en un banco del aeropuerto de León Guanajuato. No pienso volver al país, me encanta España, me siento en casa. Ojalá alguien no se sienta mal por haber perdido una pobre y triste bolsa de pan.


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