EL MEDICO EXTINTO

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El Médico Extinto Pedro Alfonso González Ojeda La limitante de ser y la convicción pura de haber sido, marcaron irremediablemente la vida del médico. Los revuelos del pensamiento adolescente y la fugaz historia de salvar al mundo o por lo menos advertirle de los peligros del quebranto de la salud, son el aura que rodea la época romántica de la bata blanca y la docta postura galénica. El juicio cambiante de un mismo hecho, de una patología dada, a través de la historia, nos deja pasmados de cómo el progreso nos ha civilizado, pasando de la sangría curalotodo a la forzosa del poliglobúlico. De las razones del emplasto a las disgreciones del láser. Visto como un todo, como una gran esfera que marca límites intelectuales redondos donde miles de ciclos se perpetúan cruzando caminos sinuosos y al mismo tiempo sorprendentes. La sanguijuela otrora lanza perforante que barrenaba curando las postemas y hoy su saliva lisa trombos arteriales aguerridos y sofocantes de un flujo que no debe parar. Hoy, ser médico resuelve en gran medida el paso de la estafeta de lo que vieron nuestros tatarabuelos a lo que nuestros choznos deberán ver y tener. Ser un doctor, en el sentido coloquial del término, es la aspiración a verse confrontado con la montaña volcánica del conocimiento, montaña viva y candente que avasalla y petrifica a quienes se rezagan y que lleva en su entraña el rojo intenso de la pasión por saber más y salvar a más. Ser Médico, con mayúscula, deberá ser en el futuro, una realidad aún más vigente, no podrá estar al alcance de cerebros mediocres o taciturnos, se requerirá de un dinamismo complejo, alejado tal vez del humanismo a ultranza, para dejar paso a la técnica robotizada de cyber. Te curaré a distancia pues mi intelectualidad no es omnipresente sin la computadora, sin la palm que trae la memoria de mis aprendizajes macheteros del salón de clase. No te tocaré ni podré compadecerme de tu daño o de tu mal con la cálida palmada, tampoco escucharé con atención tus palabras doloridas pues mi prisa no puede acarrear más lástimas. Veo ahora a mis maestros viejos, cuando a mi también se me asoma la tercera edad y parece que les doy alcance y siento que ellos siguen tan vigentes como aquellos lunes a las siete de la mañana en mis clases de anatomía o respiratorio y hoy me miro al espejo estrenando canas y el semblante marcado. ¿Me merezco ya, una “hojalateada”? Servirá de poco engañar a la naturaleza que nos conoce desde la cuna, además mi postura ante el paciente de estas latitudes no requiere de afeites o artilugios para cambiarle su esperanza en nuestros conocimientos volátiles, esos que aparecen en el artículo reciente del New England y que mañana o dentro de quince días son devastados por el grupo europeo que parece estar reñido con el avasallante conocimiento occidental. Saber más hoy, significa conocer menos la semana que entra. El médico del siglo veintidós, con el esquema social que hoy conocemos, no existirá. Ya no habrá error humano, el doctor como tal, habrá desaparecido para dar paso a la técnica; perfección mecánica del estudio de los males de


esa época. Los epidemiólogos serán los primeros en reconocer que las enfermedades son caprichos del mismo hombre por lo que éste, no cabrá ya en las calles ni en las esferas de poder. Será el robot o como le llamen entonces al que haga, diga o actúe. El diagnóstico en frío, sin las disertaciones anticuadas, sin la propedéutica hermosa de los clásicos, sin las fallas del sentimiento ni las de la certeza engolada por la fama, o la pose. Ser médico de principios del siglo XXI, ya no es prerrogativa de unos cuantos, con mayor frecuencia, vemos gente cuya apariencia de profesionales de la salud, deja mucho que desear. Vestir pulcramente de blanco, tener modales educados y ser bien vistos por el enfermo, fue la postura de una época ida, ahora, eso es lo de menos y lo peor, es que el paciente se ha llegado a acostumbrar al troglodita de uñas ennegrecidas que ausculta mientras engulle una torta de jamón. La época de los maestros que se esforzaron por hacer de nosotros gente de valor moral, en consonancia con la nuestra, que no acabamos de girar en torno a la cotidiana lucha por vivir con decoro, son tiempos que empiezan a recoger su equipaje para no volver. No cabremos en el mundo deshumanizado y las opiniones y razonamientos clínicos están ya, fuera del rigor del ADN. Comenzamos a ser menos convincentes, el sustento de aquellas enseñanzas se evapora. Nuestros hijos se obstinan en crecer sin atavismos. La modernidad de ayer, que nos atrajo, es la antigüedad que hoy nos separa de ellos, por tanto el futuro es ya odioso en este instante, pues sabemos de antemano que el médico de ayer, no trasminará.


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