Segundo grito

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Segundo grito

— ¡Fin del combate!

La voz del juez de campo interrumpió la lucha de entrenamiento. Aioria aflojó la presa que mantenía sobre Afrodita y se incorporó, tendiendo la mano a su oponente para estrechársela; el sueco correspondió, con una sonrisa.

—Has sido un buen rival, Aioria, pero este final ha sido un golpe de suerte. Espero una revancha.

—Cuando quieras. Te vas a tragar esas palabras.

—Puedo tragarme muchas más cosas —le susurró Afrodita al oído, en tono festivo.

Aioria se rió abiertamente, meneando la cabeza. Sabía que el guardián de Piscis bromeaba, y le agradaba su manera superficial de flirtear con él. Propinó una palmada juguetona a sus nalgas cuando pasó a su lado, y el otro respondió lanzándole una rosa por encima del hombro, sin volverse a mirarlo. Aioria arrugó la nariz, riendo entre dientes; era una rosa francamente fea, incluso había un gusano entre los pétalos. La arrojó a un lado con un gesto de asco y diversión ante la personal ironía de Afrodita y se dirigió al graderío para recoger su toalla y limpiar un poco el sudor y el polvo que cubrían su cuerpo; vació el agua que le quedaba y se dirigió hacia la salida de la arena. Necesitaba urgentemente una ducha.

En aquel momento Milo pasó por detrás de la columnata de salida, y el León no pudo evitar seguirlo con los ojos; iba prácticamente desnudo, con la piel brillante de sudor y aceite, y a Aioria se le secó la boca al mirarle. Había pasado mucho tiempo, pero el Escorpión seguía provocando estragos en él con su sola presencia incluso sabiendo lo que ahora sabía, habiendo decidido evitarlo todo lo posible. Distraído como estaba, le 1


tomó por sorpresa el brazo que de repente le rodeó el cuello en una llave medio agresiva y medio juguetona.

—¿Qué haces baboseando con ese hippie malos pelos? Te voy a sacudir como a un pulpo, cabrón vicioso.

La voz de DeathMask —porque no era otro que el cangrejo— sonaba chancera, pero Aioria hubiera jurado percibir un cierto fondo irritado.

—No sabia que fueras celoso, cangrejito —repuso, optando por seguir el hilo jocoso, lo que le daba la oportunidad de centrar sus pensamientos en otra persona que no fuese el Escorpión Celeste.

—Celoso, ¿yo? Lo que no quiero es que aparezcan pelos largos y piojosos en mi almohada—respondió rápidamente el italiano, con indiferencia.

—Entonces buscare a alguien con pelo corto —replicó Aioria, en idéntico tono.

—Ni se te ocurra acercarte a Shura, imbécil —contestó DeathMask, algo picado.

—Shura....no había caído en él… —musitó el León, fingiendo reflexionar.

—Es que no tienes que caer en él… ni él en ti. Esto no es una apuesta, no tienes porqué pasarte por la piedra a todo el puto Santuario, ¡joder!

—Está bien, relájate un poco… —cedió el León, poco dispuesto a discutir— Si te pones así no saldré de juerga en unos días.

— ¿En unos días? A ver, Aioria, puedes salir de juerga cuando quieras y con quien quieras; pero eso presupone que yo tengo el mismo derecho, naturalmente.

—Naturalmente, a no ser que... —el griego cerró la boca, haciéndose el interesante.

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—A no ser que ¿qué? —inquirió DeathMask a su pesar, cuando el León dio muestras de no ir a hablar hasta el próximo milenio si no se le preguntaba.

—Que reconozcas que te jode pensar que me pueda follar a otro —soltó finalmente el griego.

—Tanto como puede joderte a ti que lo haga yo. —respondió con brusquedad el canceriano, el rostro convertido en una piedra inexpresiva.

—Verás, si algo aprendí tan tantos años jodiendo con Milo es que la única forma de que no se cansen de ti es jugar con las mismas reglas que tu amante impone... —Se acercó al italiano tomándole por la nuca para besarlo— Aún no conozco demasiado bien las de este juego, así que no pienso adelantarme en nada. —Volvió a besarlo y se alejó de él— Te invito a una cerveza, ¿vienes a la discoteca esta noche?

DeathMask lo miró sin expresión alguna mientras se encendía un cigarrillo y le daba una larga calada meditativa; finalmente le dedicó una irónica sonrisa de medio lado.

— ¿Contigo? ¿Sabes que cada vez que aparezco en público la gente tiende a sentirse enferma? Te arriesgas a enfriar totalmente el ambiente, pero allá tú. Y las reglas... —el albino dio un par de pasos hasta Aioria y lo empujó contra la pared para devolverle el beso, colando su rodilla entre las de él— están para romperlas.

El griego no dudó ni un segundo en rodearle la cintura para mantenerlo cerca de él mientras pensaba que no se sentía enfermo en absoluto, dejando volar su imaginación sobre todas las cosas que le haría al cangrejo horas más tarde.

—Ponte la camisa negra... Estás jodidamente bueno con ella.

Llegaba el turno ahora de las quejas. Death le diría mil cosas cada una más desagradable que la última, que no soñase con que iba a hacerle caso, le mandaría al mismísimo Hades... y él estaría esperando, expectante como siempre, hasta el momento de verlo aparecer y comprobar si finalmente accedía a su petición o no. Era un extraño

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juego al que comenzaba a acostumbrarse, seguramente demasiado, pero que por el momento disfrutaba bastante

— ¿La camisa negra? —se limitó a rezongar DeathMask— Con ella parezco más albino todavía de lo que soy, gatito... te gusta ver cómo la gente aparta la vista, ¿eh? — Le mordió los labios, succionando el inferior— Es tu manera retorcida de mantenerme fiel...

— ¿Lo eres? —al preguntarlo, Aioria se dio cuenta de que realmente le gustaría saberlo y mucho más aún si era porque no se le había cruzado nadie más en el camino o por propia iniciativa— En cualquier caso póntela, ya te compensaré entre las sábanas... —inclinó la cabeza, pensativo—, o donde sea, porque en la cama aún no lo hemos probado —rió y le empujó con suavidad, apartándolo— Tengo que ir a ducharme, nos vemos luego.

El griego ardía en deseos de besarle nuevamente, pero no lo hizo. Quería dejarle a él el mismo deseo a flor de piel para que no dejase de pensar en su boca hasta que consiguiese hacerse con ella. Así que se fue corriendo sin hacer caso de lo que el otro le decía, sonriendo con malicia.

— ¡Eso es algo que nunca vas a saber con certeza, león! —le gritó el italiano, un poco picado por el calentón; pero lo dejó marcharse, planeando mil venganzas. Cada cual más placentera que la anterior, por supuesto

Sus palabras llegaron al león altas y claras, pero no fue el único en escucharlas como comprobó pocos metros más adelante donde un tranquilo escorpión le esperaba apoyado en una roca con los brazos cruzados sobre el pecho. La primera reacción del león fue buscar un lugar por el cual pasar sin tener que hacerlo cerca de él. No existía, Milo había elegido muy bien el punto de intercepción.

—Vamos, cachorro, que no voy a comerte.

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Por su tono, Escorpio parecía bastante molesto y seguramente tenía motivos de sobra para estarlo. Sabiendo que no podía demorar más aquel encuentro, Aioria avanzó hasta él recostándose en la roca de enfrente en idéntica pose.

— ¿Cómo estás, Milo? Te ves bastante bien. –El león se obligó a sonreír con expresión despreocupada.

—Déjate de gilipolleces –El ceño de Milo se frunció molesto, el gatito llevaba demasiado tiempo esquivándole y ya era hora de saber la razón.— ¿Cuándo vas a venir a mi templo? Hace siglos que no hablamos.

—No he tenido tiempo.

—Ahora lo tienes. –No pensaba permitirle salir airoso de aquel encuentro.— Quiero que me digas de una maldita vez lo que ocurre contigo. ¿Por qué me evitas?

Aioria se mantuvo en silencio, tenía muy claras las razones por las que no se encontraba con Escorpio, ni en su templo ni en cualquier otro sitio. Pero eso era algo que no estaba dispuesto a revelarle, al menos de momento.

—Tengo que terminar mis entrenamientos y más tarde he quedado, quizás otro día.

Se puso en marcha con la firme intención de zanjar el asunto pero las manos de Milo aferrándole por los brazos con firmeza le impidieron dar un solo paso.

—Es por ese italiano desteñido, ¿verdad? –La sorna desprendida en sus palabras era hirientemente evidente— No sé qué demonios has visto en ese asesino pero me da igual, el que te hayas fijado en alguien más nunca nos ha impedido disfrutar el uno del otro.

—Suéltame. –La forma en que Milo se expresaba de Máscara le resultó intolerable.

—Olvídate de él por esta noche y ven conmigo, lo pasaremos realmente bien, como antes.

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—No pienso hacer eso, tengo una cita a la que realmente me apetece acudir.

Aioria comenzaba a hastiarse de la situación, deseaba alejarse de él lo antes posible, dejar el asunto zanjado de una buena vez para poder seguir adelante con su vida.

—DeathMask no te dará lo que buscas, sea lo que sea. –Herido en su orgullo al ser rechazado, el escorpión pasaba al ataque con palabras ácidas.— Sabes que no podrá hacerlo porque solo lo quieres recibir de mí.

—Escorpión, no quieras que te haga soltarme a la fuerza. –La sequedad con que habló no permitía duda alguna sobre sus intenciones; Aioria se estaba viendo acorralado por Milo, por sus sentimientos, por sus propios deseos de tomarlo allí mismo y follárselo hasta el cansancio como antes. Pero ese era el problema, ya nada volvería a ser como antes, no podía serlo desde que se enteró de aquella traición. Suspiró, y llevando una mano a la nuca del escorpión le atrajo hacia él para besarlo suavemente en los labios.— No más, Milo, este beso es lo último que obtendrás de mí. –Le hizo a un lado sin brusquedad pero seguro de sus decisiones.— No hagas que lo próximo que te regale sea mi desprecio

—Te equivocas, lo próximo que escucharé de tus labios serán tus gemidos pronunciando mi nombre. Como siempre –Recalcó las últimas palabras a posta, sin entender aún las reacciones de su cachorro.

Aioria sonrió. Al fin de cuentas, la arrogancia y seguridad de Milo era lo que siempre le había fascinado de él. Pero se equivocaba en algo, esta vez no buscaba nada, simplemente se deleitaba con los detalles que se iban encontrando en el camino junto al cangrejo. Y sorprendentemente, resultaba mucho más gratificante de lo imaginado.

—Ya nos veremos, supongo que es inevitable.

Y así, tras darle a entender que un nuevo encuentro no resultaría nada grato para él, el felino echó a correr como si así pudiese acelerar las horas, el momento en que se vería con el italiano para que pudiese borrar con sus besos el sabor del escorpión, que ahora le resultaba realmente amargo. 6


Demasiado inocente era al pensar que Milo se dejaría hacer a un lado con tanta facilidad.

Aioria miró por enésima vez el reloj. Ya pasaba bastante la hora en que se suponía el cangrejo debería haber llegado y comenzaba a sentirse molesto. No le gustaba tener que esperar, mucho menos cuando no tenía la certeza de que su cita fuese a llegar. Se consoló volviendo a mirarse, presentaba muy buen aspecto con aquellos vaqueros ajustados y una camisa de un verde pálido que realzaba el de sus ojos. Sonrió a la imagen que le devolvía el espejo, era imposible que el cangrejo rehusase a pasar una noche con él, sabía que le atraía, al menos físicamente, y en sus encuentros anteriores quedaba más que comprobado el por qué. Aún así no las tenía todas consigo, Máscara aún seguía desconcertándole y hasta que no lo tuviese frente a él no apostaría por su victoria. Miró una vez más el reloj, impaciente.

—Cinco minutos más y me voy....

Unos golpes furiosos sonaron en la puerta de Aioria, alguien llamaba, al principio con el puño pero enseguida la persona pateó la madera, haciéndola temblar en los goznes.

— ¿Qué demonios…?

Corrió hacia la entrada con el cosmos encendido, dispuesto a atacar a cualquiera que osase entrar así en su templo. Nadie irrumpía en la guarida del león sin ser invitado, así pues abrió la puerta sin miramientos y sin preocuparse si arrollaba a quien quiera que estuviese al otro lado, y una figura se apartó a un lado a toda velocidad para esquivarla. DeathMask -porque no era otro que el cangrejo el que llamaba a la puerta de aquella manera desconsiderada- observó a Aioria cruzar frente a él tan deprisa que pasó de largo sin ni siquiera verle, y meneó la cabeza.

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—Estoy aquí atrás, ciclón — le dijo, de mala gana.

Se quedó parado junto a la puerta a la espera de que el León se girase hacia él. Con tejanos y botas, la cazadora de cuero sobre un hombro y un cigarrillo colgando de la comisura de la boca, el italiano era la viva imagen de la insolencia; sólo sus pupilas rojizas delataban la cólera que sentía. Aioria se volvió de inmediato al escuchar su voz y ya iba a lanzarle alguna puya cuando le vio allí parado, descarado y con un brillo agresivo en los ojos. Caminó hasta él esta vez con tranquilidad.

—A mi puerta no se llama de esa forma.

Paró a un paso escaso de él y llevando la mano al cuello de la camisa —la negra, sí— la recorrió arriba y abajo un par de veces con una media sonrisa en los labios.

—Te lo dije, te queda de miedo.

El italiano apartó de un golpe la mano de Aioria para aferrar a su vez el cuello de la camisa del león y tirar de él hasta que los rostros casi se tocaron, estirando la barbilla con fiereza.

— ¿Quién decidió que se quedaba en tu Casa, cuando es la MÍA la que queda de camino hacia la ciudad? ¿Eh? ¡Llevo tres putos cuartos de hora esperando a que te dignaras asomar tu augusto hocico griego por la Casa de Cáncer, cabrón!

— ¿De qué hablas? Recuerdo perfectamente que quedaste en venir aquí.

Cubrió las manos del cangrejo con las suyas para hacer que le soltase, nadie le trataba así y mucho menos en su propio templo.

—Ahora suéltame antes de que te mande con mi augusto pie griego a tu puñetera casa.

DeathMask zarandeó un par de veces más a Aioria antes de soltarle con un empujón.

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—No quedamos en nada, y lo sabes perfectamente. Pero claro, es más regio quedarse aquí esperando a que sea yo quien suba a buscarte; por los dioses, estás demasiado pagado de ti mismo, y yo odio que me hagan esperar. No sé de dónde he sacado tanta paciencia. Bueno —concluyó, recolocando la ropa de Aioria de un tirón—, en cualquier caso queda claro quien es la damisela en este tándem. La próxima vez le pediré a Afrodita que me dé un ramo de rosas para traértelo.

—Métete las putas rosas por el culo.

Tras aquel exabrupto, Aioria se volvió y entró al templo buscando algún espejo para recomponer tanto su ropa como el cabello, lo que no era realmente necesario, pero sabía que si no hacía algo, cualquier cosa, y tomaba algo de aire, terminaría echando de allí a patadas al italiano.

—Ya veremos quién le mete qué a quién por el culo esta noche, gilipollas presuntuoso —espetó DeathMask, en un arranque de cólera y lascivia entrelazadas.

El León estaba soberbio con aquel atuendo; lo estaba y diablos, lo era, soberbio hasta el hartazgo, aunque en realidad DeathMask estaba más furioso consigo mismo que con Aioria; en cualquier otro momento, un plantón de veinte minutos hubiera acabado con él yéndose a dormir sin más aspavientos, o más probablemente saliendo a solas de cacería para encontrar un cuerpo sumiso en el que desquitarse. Pero con Aioria no, había esperado veinte minutos, treinta, la impaciencia había sido sustituida por una inquietud inexplicable, y cuando, cuarenta y cinco minutos después, no había podido más, había subido los escalones hacia la Casa de Leo a la carrera, intentando mutar la decepción en cólera, hasta que había acabado pateando la puerta del griego con la frustración que le provocaba el saber que se sentía atraído irremediablemente por el quinto custodio. Éste le miró a través del espejo, pensando que la reacción que mostraba no era normal, ni tan siquiera por una espera tan larga; él mismo se sentía molesto y dispuesto a marcharse sin él si no llegaba pronto, pero sabía que al final hubiese ido en su busca. De pronto el león sonrió tremendamente divertido al comprender. Máscara estaba allí, con una camisa negra que odiaba y tras haber pasado tres cuartos de hora esperándole; si lo pensaba con calma, aquello le daba cierto poder del que hasta hacía apenas unos segundos no era consciente. El cangrejo podría haber dado por finalizada 9


aquella cita antes incluso de que comenzase pero en vez de eso había ido en su busca totalmente furioso ante la sola idea de que no apareciese.

—Vámonos, ya hemos perdido bastante tiempo.

Terminó de colocarse un par de hebras y se dio la vuelta caminando hacia él. Le echó un brazo sobre los hombros y tiró del italiano obligándole a caminar muy pegado a él.

—La noche está llena de posibilidades, mi hermoso marisco...

A DeathMask, la sonrisa suficiente que se pintó en la cara de Aioria le dio ganas de romperle aquella boca perfecta, deseable e insolente. Por otra parte, no pudo sino menear la cabeza ante la reacción del León: no sabía mentir, podía haber ocultado la ventaja que sabía que tenía para usarla más adelante, pero por supuesto había enseñado todas sus cartas de una vez en un único alarde de orgullo.

Era insoportable. Insufrible. Desagradable, presuntuoso y pagado de sí mismo.

Y DeathMask se sentía como si hubiera tomado la droga más adictiva que nunca hubiera probado.

Se puso rígido al recibir el brazo de Aioria sobre sus hombros, pero lo aceptó, caminando pegado a él sin decir una palabra a través de sus mandíbulas encajadas con tirantez. El León no parecía ser consciente de lo ocurrido cuando se habían acostado en la laguna y entrelazado sus cosmos; o más probablemente, a él no le había ocurrido nada. En cambio, DeathMask se sentía como si lo hubieran atado al griego con un nudo gordiano, y sabía perfectamente que aquello sólo podía acabar en desastre. Y el hecho de saber que aquella sensación circulaba en una dirección única le hizo sentirse estúpido, ridículo y profundamente solo.

Obstinado, no respondió ni una palabra al comentario de Aioria. Así pues, marcharon en silencio durante un buen tramo de escaleras en su bajada hacia el pueblo; sin embargo, a lo único que se negaba Aioria era a soltarle, pues le agradaba sobremanera sentirle pegado a su piel. Si pudiera le apretaría tan fuerte como en la laguna, donde al menos le 10


sabía suyo por unos cortos segundos que le habían llenado más que lo vivido en los últimos meses. Pero no podía decirle a él nada de todo eso, sobre todo cuando no tenía la menor idea del por qué de sus reacciones. Lo único que tenía claro era que le gustaba pasar tiempo con Máscara y que no iba a renunciar a ello por estúpidos orgullos, aunque en más de una ocasión fuera el suyo el que se interpusiese entre ambos.

—Ya iba a ir a buscarte y a patear tu puerta como has hecho tú.

Se calló de inmediato después de aquella pequeña confesión; algún día aprendería que no se podía ir con la verdad por delante, y si tenía suerte hasta conseguiría mantener la boca cerrada. Ahora tan solo podía limitarse a continuar con el rostro vuelto a fin de evitar su mirada y esperar que no se riese demasiado de él. Sin embargo, DeathMask no le mortificó con ningún sarcasmo, porque si bien no se creyó en absoluto las palabras de Aioria, sí le reconfortó que el León intentara quitarle hierro a su reacción, por la que se sentía cada vez más incómodo.

“Yo, pateando la puerta de la persona que me ha dado plantón. Quién te ha visto y quien te ve, Papi.”

—Ya sabía yo que tendría que haber sido más paciente… —apostilló, descarado.

Rodeó la cintura del León con un brazo y lo dejó resbalar hasta colar el pulgar en el bolsillo trasero de los tejanos del griego; eran prácticamente igual de altos, y pasar un brazo el uno sobre los hombros del otro era algo complicado, pero resultaba agradable. Era la primera vez que caminaban enlazados de aquella manera, y DeathMask se preguntó qué pensaría quien los viera. Suspiró, con cierta ironía.

“Para qué dudarlo: la bella y la bestia”

—Son los ojos —explicó, aparentemente despreocupado— Son demasiado verdes, me aturden y me porto como un imbécil cuando se trata de ti. ¿Qué pasó, a tu madre se le antojaron pimientos cuando esperaba a que salieras?

Como siempre, escondía la desazón detrás de chanzas y bromas. Tenía fama de ser el 11


tipo más irónico del Santuario, un compañero perfecto para echar unas risas y luego olvidarse de que existía; cuando uno conseguía hacerse un hueco entre asesinato y asesinato en su apretada agenda canceriana, claro estaba.

Aioria respondió al comentario con una risa desenfadada.

—Me parece que debo tomar eso como todo un cumplido, viniendo de ti.

Sin dejar de caminar le apretó un poco más contra él para estamparle un sonoro beso en la mejilla. El buen humor volvía a él con facilidad, el italiano era capaz de sacar lo mejor y peor de Aioria en cuestión de segundos, algo muy peligroso si no aprendía a usarlo con cuidado. El italiano contuvo el impulso de limpiarse la mejilla con el dorso de la mano; evitar el contacto físico era una costumbre arraigada en él, pero era consciente de que el orgulloso León no iba a entenderlo, y no tenía ganas de retomar la pelea. Aquella noche sólo quería distraerse, desfogarse sobre el cuerpo de Aioria por el mal rato que le había hecho pasar, y no empezar confrontaciones que le obligaran a reflexionar cuando se quedara a solas.

—Creo que lo de los ojos es cosa de mi padre, aunque no sabría decírtelo con certeza, yo realmente no me acuerdo mucho de él, y Aiolos siempre evitaba el tema.

Acarició con un dedo el mentón de Máscara durante un rato, el tiempo que se mantuvo en silencio sumido en recuerdos del pasado. Intensos, confusos, borrados con los años. Volvió la mirada hacia el perfil del italiano y tal y como le ocurría a menudo últimamente, lo encontró hermoso. Si obviaba la evidente palidez y se centraba en los rasgos le parecían llenos de fuerza, duros. Incluso el color de los ojos se le antojaba misterioso, único.

—Esta noche, realmente me gusta lo que veo.

—No sabía que fueras miope —respondió al último comentario del griego— ¿Eso también es herencia paterna?

—No puedo contigo. 12


Aioria conocía la belleza en todas sus formas y por tanto reconocía igualmente la fealdad, algo que no percibía en absoluto en aquel hombre. Y si había algo que le molestase más que ninguna otra cosa cuando estaba con alguien era que esa persona se menospreciase continuamente a sí misma. En su línea de pensamiento, sencilla y siempre optimista, no había cabida para sentimientos de ese tipo. Simplemente pensaba que su pareja, estable o no, debía saber que si estaba a su lado, en su cama o donde demonios fuese que le llevasen sus ansias de sexo, inmediatamente se daba por descontado que lo encontraba atractivo. Aioria no era del tipo de hombres que se acostaba con alguien si no le resultaba hermoso de alguna forma, aunque eso manifestara una frialdad en él que no mantenía en otros aspectos de su vida; si se trataba de disfrutar una sola noche, lo que quería era un buen cuerpo y nada más, así que los continuos desprecios que el cangrejo cargaba sobre sí mismo una y otra vez tan solo alejaban al León de su buen humor, aunque por suerte de momento no tanto como para que perdiese el interés.

DeathMask suspiró ligeramente. Si el comentario del León había sido cáustico en su brevedad, el desagrado que había fluctuado por su aura había resultado francamente incómodo para el albino, que se reprochó haber mostrado cierta vulnerabilidad frente al otro; al fin y al cabo, lo único que Aioria buscaba era un buen polvo, y si pensaba que podía encontrarlo en él, no merecía la pena estropear la noche mostrándose humano, sino sencillamente felicitarse por su buena suerte y disfrutar de las muchas habilidades del León mientras las cosas se mostrasen propicias para ello. DeathMask soltó la cintura de Aioria y se apartó ligeramente de él para estirar los músculos de la espalda, que protestaban por la posición forzada, y encendió un cigarrillo al tiempo que los dos cruzaban la puerta de salida del Santuario.

— ¿Cómo que no? —Rebatió, en tono sugerente— Yo diría que el otro día pudiste bastante bien.

—Me desagrada... —Aioria no hizo intención de acercarse a él para tomarle de nuevo con su brazo; cada vez que intentaba tener algún gesto más o menos íntimo se sentía rechazado por DeathMask. Y eso era algo a lo que no estaba acostumbrado, así que hizo

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caso omiso de la referencia del italiano a sus encuentros eróticos. — Si no estás a gusto conmigo, nadie te obliga.

Nada más dejar escapar aquellas palabras sintió una quemazón en el estómago que le hizo arrepentirse. Si ese hombre le gustaba tanto no entendía por qué no dejaba de herirle con sus palabras y actitud una y otra vez. Escapaba de sus manos, de su raciocinio, tan solo reaccionaba de forma instintiva.

—Y si digo que me gusta lo que veo.... —suspiró, un día se metería en verdaderos problemas por no callar a tiempo— es porque realmente te encuentro atractivo y me divierto contigo. Así que si no te queda claro de una puta vez mejor dejar de complicarnos.

DeathMask rechinó los dientes antes de volver a llevarse el cigarrillo a la boca y morder el filtro, maldiciéndose a sí mismo por haber cometido el error de mostrar un simple resquicio de humanidad frente al griego; su apariencia franca le hacía olvidar que debajo de aquella falsa sencillez en realidad había un hijo de puta listo para agarrar con ambas manos los bordes de cualquier brecha que él mostrara y tirar con todas sus fuerzas hasta romperlo en dos.

—Me da igual lo atractivo que me encuentres, o si es el morbo, la curiosidad o la ceguera lo que te atraen —le respondió, seco—. Nunca he tenido complejo por mi aspecto y no voy a empezar a tenerlo ahora. ¿Te gusta mi cuerpo? Estupendo, porque a mí también me gusta el tuyo y la manera en que lo utilizas, así que saquemos partido a esto y se acabó. No tienes por qué sentirte presionado porque detrás del cuerpo que últimamente folla contigo haya una persona, Aioria, así que no dejes que eso te amargue la noche.

Suficiente. Si hubiera podido mostrar una expresión de total indiferencia tal y como hacía el italiano, las cosas para Aioria hubiesen ido mucho mejor; conforme caminaba cada vez más alejado de él se iba recordando que no debía hacerse ilusiones, mucho menos con alguien que le mostraba en cada ocasión que sus esfuerzos no eran bien recibidos, que no hacía tanto era su enemigo declarado. Le miró de reojo aprovechando que sus pasos les habían llevado hasta un callejón oscuro, el mentón de Máscara estaba 14


rígido, seguramente se sentiría tan incómodo como él. Quería cambiar la situación, hacer algo para que el breve momento de camaradería del que habían disfrutado volviese. Pero eso significaría dar de nuevo su brazo a torcer y no estaba muy seguro de querer hacerlo.

—No sé lo que es. —Respondía ahora a una pregunta que en realidad el otro nunca hizo. El cangrejo se había limitado a enumerarle las únicas razones por las que concebía que el León pudiese sentirse atraído por él, pero ninguna de ellas era la acertada.—Sólo sé que me gustas, ¿vale?

Pateó una piedra que se interpuso en su camino. Con aquel gesto y las manos en los bolsillos de su chaqueta, los hombros encogidos y los labios sin fuerza, tristes, parecía un chaval que hubiese metido la pata en su primera cita. DeathMask no se giró a mirarlo, pero no era necesario, su aura estaba expandida por delante de él, permitiéndole leerla con tanta claridad como si el León le hubiera contado con pelos y señales su estado de ánimo. Aioria se mostraba extrañamente inseguro, a ratos presa del orgullo más devastador y al momento siguiente como un crío desorientado; el italiano sospechó, y no por primera vez, que la por todos conocida amplísima experiencia sexual del quinto custodio no iba pareja con su conocimiento de las relaciones humanas. Tampoco es que él hubiera sido un animal social por excelencia sino todo lo contrario, pero precisamente el aislamiento a que solían abocarle su aspecto inusual y su igualmente extraño carácter le habían hecho un gran observador de las reacciones de las personas, y en ese sentido solía tener las cosas claras. Por eso, la cualidad movediza en la personalidad del León le sacaba de quicio; no quedando en él nada de la persona insegura que sin duda alguna vez debió ser pero que ya ni siquiera podía recordar, esperaba de Aioria una madurez similar, pero al parecer el griego aún tenía mucho camino que recorrer en aquella faceta de su vida.

“Y si continúas corriendo detrás del culo engreído del Escorpión, dudo que llegues a buen puerto, colega”

—No pienses demasiado. No es bueno —se limitó a responderle, aunque el tono era amable— La situación es sorprendente, no cabe duda, probablemente seamos la pareja más inverosímil de toda Atenas, y si incluso a nosotros nos desconcierta, imagínate la 15


que se puede llegar a montar esta noche. Tu presentación en público conmigo, Aioria; prepara una buena excusa para tu corte de admiradoras.

—Sí... —Una sonrisa llena de picardía asomó a sus labios en menos de una fracción de segundo—, por fin van a ver la causa de que ya no les lleve a mi cama...

Durante las dos semanas que llevaban jugando no había aparecido para nada por el pueblo. Los días se le iban en medio de entrenamientos y pequeñas misiones. Las noches se las dedicaba a él cuando no estaba demasiado cansado como para tirarse directamente en su propia cama a dormir. Su corte de admiradoras, tal y como las llamaba el italiano, no debían estar nada contentas y la situación empeoraría cuando se presentase con otro hombre sin dejarles oportunidad de acercarse a él. Claro que si lo pensaba, al llegar con aquella actitud nadie intuiría siquiera que iban juntos y al griego le gustaba presumir de sus conquistas. Le inflaba el ego saberse el centro de atención, mostrar una pareja aún más hermosa que la anterior... pero sobre todo dejaba bien claro que la presa era suya y estaba vetada al resto.

—Después de esta noche los rumores en el Santuario incrementarán hasta hacerse molestos.

Tras dejar caer el comentario no le dio tiempo para asimilarlo, si lo hacía corría el riesgo de que saliese corriendo para dar media vuelta y dejarle allí plantado. Y eso era lo que menos le gustaría que ocurriese. En cambio, comprobar por sí mismo como alguien como Máscara se desenvolvía en un ámbito festivo y despreocupado le llenaba de curiosidad. Todo él le provocaba el mismo sentimiento, el problema estaba en que cuando descubría una pequeña pieza del puzzle lo único que quedaba era el ansia por poseer el resto. Lo que se preguntaba era qué haría al completar el juego.

"No nos engañemos, lo único que quiero es su culo, su polla, sus labios, sus manos… son tan cálidas… Mierda."

Enfadado consigo mismo por no ser capaz de mantener un pensamiento claro sobre lo que esperaba del italiano se acercó a este agarrándole de nuevo con un brazo con la firme intención de no dejarle escapar. Si lo que necesitaba para entender todo lo que le 16


provocaba era juntar el puzzle completo buscaría cada una de las piezas hasta quedarse tranquilo.

— ¿Piensas vender la exclusiva? —inquirió el albino, algo molesto por el agarrón de Aioria; aunque si lo pensaba bien, el chasco que iba a llevarse si realmente pretendía alardear de haber conquistado a alguien como él le compensaba por el carácter presuntuoso del León. A él personalmente no le preocupaba lo que pudiera pasar aquella noche; los rumores le traían al pairo porque en torno a su persona siempre los había habido, y una discoteca no era un lugar nuevo para él, aunque Aioria y él no frecuentaban los mismos locales.

— ¿A dónde vamos, exactamente?

—Al Olimpo... un buen nombre, ¿no te parece?

Notaba perfectamente la incomodidad que le producía ir así agarrado, el cangrejo era mucho más duro que él a la hora de pasar de una actitud a otra. Quizás eso fuera lo que le atraía, podía convertirse en un asidero al que agarrarse cuando su personalidad cambiante le llevaba a abismos insalvables. Tiró de él un poco más y le hizo volverse para robarle un corto beso.

—Espero que te guste, no tengo muy claro que sitios sueles frecuentar. A ver si un día me los enseñas.

El Olimpo. Era un antro bastante popular, y ya no quedaba lejos. DeathMask conocía el local elegido por Aioria y no le sorprendió, era muy concurrido, bien iluminado, con música bastante movida y decorado con cierto buen gusto. Muy diferente de los lugares que él solía visitar, menos abarrotados y más oscuros es todos los sentidos, pero…

—No te gustarían — respondió, acelerando el paso.

Tenía ganas de llegar. Y de volver; sobre todo de volver. El deseo por Aioria siempre estaba presente desde su encuentro en la laguna, un deseo tan intenso que rayaba en la necesidad y que de ningún modo se satisfacía con sus encuentros sexuales, por 17


placenteros que estos fueran; cada día que pasaba el italiano sentía más avidez por el León, no era su cuerpo sino su aura la que pedía a gritos la presencia del griego, y cuando se apartaban el uno del otro después de haber compartido un rato de pasión casi enfermiza, DeathMask sentía la más absoluta frustración porque no era aquello lo que podía acabar con su adicción a Aioria.

Adicción.

Para qué negarlo. Lo deseaba y necesitaba a partes iguales. Y aquel deseo, aquella necesidad, no le dejaban vivir.

—Vamos, o llegaremos cuando se haya ido todo el mundo y te quedarás sin tu momento de protagonismo.

Tiró del león y éste no le permitió separarse de él cuando la calle se abrió a una transversal cambiando la noche sombría por una más luminosa y llena de colores. En pocos metros cuadrados se congregaba un buen número de jóvenes cercanos a la treintena. Eso les aseguraba suficiente diversión para toda la noche añadiendo un toque de civismo que no encontrarían en otros sitios.

Tal y como Death anunciara, nada más pisar el territorio del León, este se convirtió el centro de atención allí por donde pasaban. Aunque al contrario de lo que sus bajas expectativas sobre la noche le anunciaran, las miradas, sonrisas y caricias del griego estaban reservadas absolutamente para él. Aún cuando a veces se veían obligados a parar para charlar con alguien durante un par de segundos, Aioria nunca le soltaba y continuaba paseando agarrado a él con naturalidad, como si disfrutase totalmente el que por fin pudiese dejarse ver junto al italiano, al que desde hacía unos minutos encontraba cada vez más esquivo. Tras una de las obligadas paradas acercó los labios a su oído perdiendo el camino de vista, dejándose llevar por su amante con total confianza mientras le hablaba tranquilamente.

—Cuando volvamos a tu templo voy a demostrarte lo mucho que me agrada el que hayas venido hoy conmigo....

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Una promesa de sexo desenfrenado y placer sin barreras. Quizás tan solo una auto invitación para asegurarse de que la noche no acabaría pronto.

DeathMask sonrió de medio lado ante las palabras de Aioria. Le regocijaba la reacción generalizada: miradas de lujuria al León, miradas atónitas a su persona, y finalmente miradas interrogantes de nuevo al León. La gente era completamente predecible, y al albino lo embargó una sensación de hastío. Se revolvió un poco hasta ser él quien pasó el brazo por los hombros de Aioria, mirando insolente a la persona que estaba frente a ellos, junto a la barra.

El Escorpión.

A Aioria, que todavía no había visto al octavo custodio, el cambio de posiciones le agradó de tal forma que le sorprendió casi tanto como a los que les vieron entrar de aquella guisa. Nadie jamás conducía así al griego a no ser que se tratase de Milo. Y ahora un completo desconocido por aquellos lares y que además presentaba una apariencia como mínimo chocante, se atrevía a caminar con un brazo sobre sus hombros. Aunque quizás lo más sorprendente fuese la docilidad mostrada por el León y lo bien que parecía sentirse con la situación. Y lo seguiría estando, de hecho, hasta el momento en que conociese la verdadera razón para tal gesto por parte de su amante.

DeathMask frunció el entrecejo cuando sus ojos se cruzaron con los de Milo. Había intentado poner a prueba al León con el gesto de tomarlo por los hombros, y si bien le había sorprendido gratamente que el griego aceptara aquel rol, las cosas cambiaban a toda velocidad. Porque Aioria no se iba a quedar indiferente ante la presencia del Escorpión.

“Como si lo viera. Se acabó la fiesta, Papi”.

Aioria aún no sabía por qué de pronto estaba enredado en los brazos de Máscara o por qué este parecía sostenerle como si temiese que saliese corriendo. Obtuvo la respuesta cuando al fin sus ojos se toparon con la figura de Milo unos metros más allá de donde ellos se encontraban. La mirada llena de cinismo que le dedicaba el escorpión le dejaba muy claro que no pensaba retractarse de lo dicho esa misma tarde. Todo su cuerpo se 19


tensó, le demostraría que estaba equivocado, que sí que podía conseguir que alguien como el italiano viese en él algo más que un excelente amante dispuesto a compartir cualquier fantasía por muy depravada que esta fuese. Sin darse cuenta se había ido aferrando a la ropa del cangrejo y cuando al fin fue consciente de ello se obligó a relajarse un poco. Primero fueron sus músculos faciales los que permitieron que una sonrisa aflorase, después sus dedos dejaron de hundirse en la carne del albino y, por último, tras respirar hondo desvió la vista y apoyó la cabeza en el hombro del hombre que de momento le sostenía.

— ¿Qué tal si me invitas a una copa?

DeathMask ladeó el rostro para mirarle, extrañado.

— ¿Te encuentras bien?

Los dedos de Aioria habían estado tan tensos que probablemente hubieran dejado hematomas en su piel delicada de albino, y si bien ahora el León sonreía con aparente calma y se inclinaba sobre él en actitud de abandono, su aura delataba su inquietud.

—No — La innegable sinceridad de León se hizo presente de forma abrumadora— pero espero estarlo muy pronto...

Lo esperaba y necesitaba. Después de haber muerto y resucitado aún no encontraba un lugar, un refugio en el que Milo no estuviese de una forma u otra. Todo lo que poseía estaba cubierto por la presencia del Escorpión. Incluso sus amantes habían caído antes o después en sus brazos. De pronto, sintió la urgencia de saber algo.

— ¿Tú has estado con Milo?

Al italiano le sorprendió la reacción de Aioria, el sentimiento posesivo que transmitía su voz. Acarició ligeramente su hombro para reconfortarle cuando el León reconoció su malestar. Cuando el griego mencionaba al Escorpión, una imagen aparecía dibujada en su aura; era un fenómeno que el albino había observado en muy pocas ocasiones, casi siempre en niños, aunque algunos adultos conservaban aquella faceta merced a la cual 20


algunos sentimientos tomaban una forma casi física. En el caso de Aioria, cada vez que el nombre del Octavo Guardián solía en conversación, en su aura se tatuaba la imagen de una pesada cadena atada a una roca en el fondo del agua, una imagen clara como la luz del día para los ojos expertos del italiano.

— ¿Con Milo, yo? —Repuso— No tengo tan mal gusto como tú, caro…

La sonrisa apareció al mismo tiempo que la pesadez de su cuerpo le abandonaba. Tenía al fin algo suyo exclusivamente, bueno, no era que el italiano le perteneciera en ningún sentido, pero estaba lo suficientemente alejado de Milo como para que su preocupación le abandonase por completo.

—Un día de estos me tienes que enseñar a decir cosas en italiano. -Con vigor renovado tiró de su cintura para conducirlo hasta la barra. Una vez allí se acercó a él intentando hacerse oír sobre la estruendosa música.— Se te pone muy sexy la voz cuando usas tu lengua materna.

Aioria ignoró con desprecio regio a Milo y condujo al italiano en otra dirección; DeathMask saboreó aquel pequeño triunfo con verdadero deleite. Saber que al menos aquel breve segundo de la vida del León le pertenecía por completo, le pareció delicioso. Además, el cuerpo del griego estaba cerca de él; demasiado cerca como para no hacer nada al respecto. En un gesto agresivo, DeathMask lo empujó contra la barra y plantó los brazos a ambos lados de su cuerpo, mirándole intensamente, con la respiración entrecortada por la presencia del otro.

—No necesitas aprender italiano —le dijo, inclinándose hasta su oído para hacerse escuchar sin tener que hablar a gritos— Me vuelves loco en cualquier idioma.

Lo que recorrió al león por todo el cuerpo como un rayo perdido era... ¿ternura?

"Aioria, te estás volviendo loco de remate", pensó. Pero no se entretuvo demasiado en ahondar sobre su posible pérdida de cordura y prefirió concentrarse en otros menesteres tales como tomar a Máscara por las caderas y pegarle a él. De haber podido se lo habría tirado allí mismo, tal vez lo hiciese aunque hubiese pasado ya algún tiempo desde que 21


usó los baños para follarse a alguien. Cuando estaba con él todo perdía el ritmo natural y tomaba el que ambos imponían. Y normalmente las prioridades de su cuerpo se imponían a la razón.

Un gemido ronco se escapó entre los labios del italiano cuando su cuerpo quedó pegado al de Aioria, quedando patente para ambos la excitación del otro. Le rodeó el torso con los brazos, apretándolo con fuerza contra sí, diluyendo en deseo el recuerdo de lo entrevisto hacía apenas un segundo en el aura del León, y le tiró del pelo, apoderándose de sus labios con codicia, con la lujuria robándole el aliento. Su virilidad palpitaba contra las caderas de Aioria en una mezcla de placer y dolor, generándole una tensión insoportable, y el italiano supo que si algo no los detenía, si no aparecía alguien a interrumpir o simplemente los echaban, tendría que llevarse al griego de aquel lugar en busca de un rincón más íntimo, si es que conseguía esperar hasta estar solos en vez de dar un escándalo que podía incluso acabar con los dos expulsados de la Orden.

Absortos como estaban en lo que hacían, ninguno de los dos tuvo en cuenta que Milo los observaba desde el mismo lugar en que se habían cruzado. La sorpresa de verlos llegar tan pegaditos y sonrientes como una adorable parejita recién formada casi le hizo vomitar. Lo que sí no se esperaba era que el cachorro pasara totalmente de él para llevarse a su nuevo juguete a la barra y prácticamente tirárselo frente a toda su corte de seguidores que le miraban envidiosos y excitados por el descaro de su héroe. Debía reconocer que al menos el espectáculo era hermoso. Desde atrás, y mientras no se estaba obligado a soportar el blanquecino rostro del cangrejo, incluso podría decir de este que poseía un cuerpo de escándalo. Resultando lo suficientemente bueno como para que se rebajase a echarle un buen polvo siempre y cuando se mantuviese de cara a la pared. Mentira. Lo único que le haría a aquel desgraciado sería joderle la vida por intentar echar al traste sus planes para hacer que Aioria volviese a donde debía, a su lado. Furioso y cabreado por haber sido ignorado se acercó hasta ellos apoyándose en la barra con ambos codos, metiendo la nariz prácticamente entre sus bocas sin conseguir que le hiciesen caso.

—Joder, parad ya de una vez que me revolvéis las tripas...

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No contento con la parrafada que acababa de soltar, Milo metió la mano entre ambos obligándoles a separarse.

DeathMask presintió al Escorpión incluso antes de tenerlo cerca; su aura exudaba desprecio a kilómetros a la redonda, pero el italiano no se dejó provocar. No tenía nada en contra de Milo, estaba en su derecho de intentar reconquistar a Aioria. Se giró despacio, pasando un brazo con descuido por encima de los hombros del León, y miró directamente al Escorpión, ignorando su expresión presuntuosa al devolverle la mirada. Le habló con desenfado absoluto, descarado y aparentemente despreocupado.

—No sabía que fueras tan pudoroso. ¿Cómo te va, Milo?

Aioria se quedó desorientado. ¿Acaso estaban de broma? ¿Cómo había pasado de estar enredado en una experiencia sublime a otra totalmente nefasta? Por si el cangrejo no se daba cuenta, al moverse le había dejado en medio de los dos, lo que le estaba provocando un mal humor que muy pronto sería palpable. De momento, no sólo los chismosos de alrededor daban media vuelta sino que aquellos que más le conocían buscaban un lugar lo más alejado posible donde refugiarse en caso de que estallase su ira.

—Soy un hombre de principios —respondió Milo.

Observó al león dedicándole una mirada que lo decía todo, preguntándole sin palabras qué cojones hacía con un desgraciado como DeathMask, recibiendo como respuesta una mueca de fastidio. Continuó recostado en la barra pero desvió la mirada fingiendo que recorría el lugar en busca de su próxima presa mientras, con la mano más cercana a Aioria, le acariciaba sutilmente el brazo provocando que éste se separase quedando aún más cerca del italiano.

—Tú jamás has tenido moral, ¿así que por qué no buscas a alguien con quien follar y dejas de jodernos a nosotros? —La voz del león sonaba forzada en un vano intento de aparentar indiferencia ante la embarazosa situación.

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El italiano dejó resbalar su mano sobre el brazo de Aioria, interceptando la de Milo; hubo un ligero chisporroteo de cosmos cuando los dos se rozaron. No había respondido al comentario del Escorpión porque quería ver la reacción de Aioria, pero el griego estaba claramente incómodo, y a DeathMask eso le molestaba; además, el desprecio manifiesto del Octavo empezaba a hacerle mella. Con su habitual calma, el albino escogió las palabras justas para fastidiar a Milo sin darle motivos reales para enfurecerse, de forma que si lo hacía tuviera que reconocer que estaba celoso. Celoso de él.

“Soy italiano. Desciendo de Maquiavelo, ¿sabes?”, pensó para sí mismo.

—Tienes razón en que el espectáculo no era adecuado —le dijo, finalmente— Gracias por interrumpirlo. —Giró un poco para mirar a Aioria con expresión cómplice— Lo retomamos luego en un sitio más íntimo. Tenemos toda la noche por delante.

El escorpión supo que el primer lance era ganado por su contrincante pero eso solo volvía la lucha más interesante y aún no estaba todo dicho. Si tenía un poco de suerte y conocía al león, algo indiscutible, este podía reaccionar de dos formas ante los intentos del italiano por conservar su territorio libre de intrusos: o le halagaba tanto que se lo follaba durante un par de semanas más, o se indignaba lo suficiente como para que él lograse encontrar un hueco en su relación y comenzar a separarlos. Sin embargo, de momento Aioria guardó silencio, así que Milo retomó la palabra.

—Siento haberos aguado la fiesta

—Se llevó una mano al corazón fingiendo

sinceridad— pero espero a una bella florecilla y llega tarde así que me aburría solo.

—No te preocupes, hombre, no has aguado nada —respondió el italiano con desparpajo, cuando se hizo patente que Aioria no pensaba decir nada—

Ya lo

retomaremos.

Le hizo un gesto a la camarera para que se acercara y soltó los hombros del León, dejándole espacio. No le apetecía entrar en el jueguecito de las posesividades y las pertenencias, le parecía totalmente fuera de lugar. Tanto Milo como Aioria tenían 24


derecho a hacer lo que les viniera en gana y de momento estaba dispuesto a darles manga ancha a los dos ya que ninguno le debía nada; si la situación no resultaba halagüeña para él, se marcharía sin aspavientos, aunque sintió una punzada de angustia al considerar aquella posibilidad.

—Podemos hacerte compañía un rato mientras esperas a tu ligue. Esta ronda es mía.

—Ahora vengo.

Aioria se decidió por fin a intervenir. No era el momento indicado para que DeathMask se comportase como un buen chico y no demostrase un ápice de celos por lo ocurrido. ¡Por todos los dioses! El cabrón de Milo estaba intentando seducirle delante de sus propias narices y lo único que surgía era un ridículo choque de cosmos y un par de miraditas de odio. Eso no tenía nada que ver con los celos sino con el amor propio y él lo sabía muy bien, él mismo había escrito las reglas de aquel juego junto a Escorpio. Pero en vez de enfadarse, de mandarlos a los dos a la mierda, se fue a mear totalmente deprimido y dispuesto a largarse de allí con el primero que se le insinuase en el camino entre la barra y los baños.

—Uhm...creo que el gatito se ha ido enfadado. —Milo le siguió con la mirada hasta que desapareció entre la marea de cabezas y solo entonces encaró al cangrejo con sus verdaderas intenciones— Lárgate de aquí, pierdes el tiempo con él.

—Ni un solo minuto pasado con Aioria es tiempo perdido, y tú deberías saberlo mejor que yo— repuso el italiano, recostando el codo en la barra con indolencia.

—Tocado… —pero no hundido; las respuestas de Cáncer eran certeras, diplomáticas, engañosamente simples. No debía confiarse y pensar que podría quitarle de en medio tan fácilmente. Aunque no cabía lugar a dudas sobre que lo conseguiría tarde o temprano.

El italiano miró en dirección a los baños, inquieto. Gatito enfadado, había dicho el escorpión. Enfadado… no, aquella no era la palabra. El aura del León se había mostrado mortecina, apenada, lo que desconcertó profundamente a DeathMask; Aioria, estaba 25


seguro, no era el tipo de persona que pudiera llegar a deprimirse porque dos rivales no acabaran a puñetazos por él. Podía ser infantil en muchas cosas, pero en modo alguno tan superficial; había algo más debajo de aquella tristeza que acababa de embargarle, pero aunque le hubieran arrancado las uñas de cuajo, el italiano no habría sabido decir qué. Contuvo el impulso de seguirlo; sabía que el orgullo del León le haría ganarse un bufido, y no tenía ganas de hacer el ridículo siendo rechazado. Miró a la camarera, que esperaba mientras se comía a Milo con los ojos.

—Para mí una Guinness—se giró hacia Milo, sin reaccionar ante su indignación evidente— ¿Tú qué tomas?

—Ella ya lo sabe, ¿verdad preciosa?

Milo alargó un brazo para darle un suave toque en la barbilla con un dedo y la muchacha rió de forma atolondrada, feliz al ser el objeto de los juegos de su amor platónico y dando media vuelta se fue a preparar ambas bebidas dejándoles relativamente solos de nuevo. Los ojos del escorpión no se separaron de las nalgas redondeadas de la camarera durante un buen rato, fingiendo estar sumido en el embrujo que ella trataba de extender hacia él.

—Aioria está enamorado de mí, siempre ha sido así. —Sin molestarse en mirar a Máscara a los ojos continuó devorando a la chica, dedicándole pequeños gestos— Se cansará pronto de ti y no puedes negarlo.

El jueguecito del Escorpión con la camarera y la indiferencia con que había hablado de los sentimientos de Aioria enfurecieron al italiano, que habló en tono mesurado pero seco.

—Si crees que está enamorado de ti, deberías respetarle lo bastante como para no jugar con él.

Obvió el otro comentario. Si Aioria se cansaba o no de él era cuestión únicamente suya, y ni quería ni necesitaba los vaticinios del Escorpión.

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— ¿Lo haces tú?

El griego torció la cabeza para mirarle por encima del hombro dejándole ver de pronto una mirada cargada de sincero hastío. Conocía a Aioria mejor de lo que nadie jamás lo haría, le había hecho daño infinidad de veces, sí, pero a su entender nunca jugó con él. Su único error fue darle la patada cuando le dijo lo que sentía, porque en aquel momento no tenía lugar para él en su vida, para los sentimientos que le ofrecía. Quizás ahora tampoco lo hubiera, pero no podía cedérselo a otro por las buenas.

—No sé qué demonios ha visto en ti aunque puedo imaginarlo, pero sí te puedo decir algo: si ese cachorro ha acudido más de una vez a tu cama es porque está hecho un auténtico lío, y puede que él aún no se dé cuenta pero cuando se encuentra en ese estado lo único que busca es alguien en quien refugiarse, alguien de quien enamorarse para olvidarme a mí. Así que desparece de su vida y de mi vista.

Al italiano le sorprendió el no detectar ningún atisbo de culpabilidad en el aura de Milo; realmente, no se daba cuenta de que sí jugaba con el León a fin de cuentas.

—El que no quieras que te olvide es una manera de jugar con él. Está en su derecho de rehacerse, conmigo, con quien quiera o a solas. En cuanto a mí, no sé para qué te molestas en darme órdenes; sabes que no voy a obedecer. ¿Por qué no me dejas en paz?

La hostilidad dio paso a la curiosidad. En ningún momento se creyó que el italiano fuera tan desinteresado y comprensivo como al parecer pretendía aparentar. Aquella forma en que defendía al León no le gustaba en absoluto, no cuadraba con el asesino despiadado por el que le tenía y eso, quizás, despertaría en Aioria el deseo de conocerle más profundamente, de descifrar sus secretos. Debía darse prisa en separarles.

—Vaya, vaya… así que te has convertido en una más de sus conquistas. Eso sí que no lo esperaba. —Tomó la copa directamente de las manos de la chica que acababa de llegar y tras darle las gracias se volvió de espaldas a la barra, dando un pequeño trago— Aunque en realidad no es de extrañar, Aioria tiene algo, un encanto infantil que atrae, ¿no lo crees?

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—La cuestión es lo que creas tú. —repuso el italiano, somero.

Se volvió a coger su cerveza y le pasó un billete a la camarera, que se entretuvo un rato antes de retirarse con expresión mohína por no haber conseguido captar de nuevo la atención del hombre de ojos azules.

—Una más de sus conquistas… ¿Y qué otra cosa pensabas, escorpión? ¿Es que hay algo más que conquistas en esa cabeza tuya?

—Claro que sí, está la Diosa... aunque entre muerte y muerte me doy un respiro.

Milo levantó la copa a modo de brindis y le dio tal trago que la dejó prácticamente a la mitad. No añadió nada más, lo último que necesitaba era adentrarse en un intercambio de confesiones sobre anhelos y frustraciones.

—Solo digo que no le dejes hacerse ilusiones. Tendrá un cuerpo grande y fuerte pero en el fondo es un maldito capullo enamoradizo. No se merece a alguien como tú, él puede esperar por alguien mucho mejor. –Al fin, aunque sus palabras fuesen crueles, Milo se decidió a mostrar algo más que un deseo por separarles; lo que quería era proteger al cachorro de lo que a su entender tan solo podía terminar en una nueva desilusión.

Y al italiano le dolió. Dolió, y mucho. Milo acababa de poner voz a sus propios pensamientos. Desde el encuentro en la laguna se había sentido extrañamente atado a Aioria, y en aquellas dos semanas había empezado a sospechar, en ocasiones, que aquel vínculo forjado desde el cosmos era mutuo; y al darse cuenta de aquello, había empezado a concebir el viejo miedo.

Todo lo que le importaba, acababa destruido.

Aioria, con toda su luz, merecía algo más similar a él, no un ser como el italiano se veía a sí mismo, oscuro, lleno de secretos y de peligros. Y sobre todo, pernicioso. Letal. Se le cerró la garganta, ganó tiempo con un largo trago a la cerveza, y encendió un cigarrillo. 28


“No puedo permitir que Aioria acabe importándome. Porque entonces no querré perderle. Y acabará muerto, o destruido. Dioses, no quiero volver a amar a nadie”

Se preguntó cómo había podido siquiera fantasear con aquella idea, y se levantó para marcharse sin una palabra más al Escorpión. Y en ese momento, la única persona a la que hubiera querido ver entró por la puerta; DeathMask inició un pequeño gesto de saludo hacia Afrodita. Y no llegó a terminarlo.

Jaque... mate. Milo no era un jugador demasiado hábil al ajedrez, pero en aquella ocasión el rey acababa de deshacerse del peón con un solo movimiento, mortal, sublime. Podía reconocer todos y cada uno de los gestos de los atemorizados perdedores que tenían la desgracia de entrometerse en su camino. Cuando vio al italiano tomar sus cosas e irse tuvo la certeza de que no le vería junto al felino en mucho, mucho tiempo. Y brindó por ello, por su victoria, y porque la culminación de su plan acababa de entrar por la puerta; se incorporó caminando lo suficientemente rápido como para poner una mano sobre el hombro del italiano y hacerlo a un lado justo en el momento en que este se disponía a saludar a Afrodita.

—Al fin llegas, mi hermosa florecilla...

Le rodeó la nuca con una mano y atrayéndolo hacia sí saboreó sus labios tal y como momentos antes saboreaba el dolor de Máscara. Ávido, sin remordimientos, osado.

DeathMask se quedó rígido al entender que Afrodita era la cita de Milo. Se sintió desorientado de repente, sobrepasado por la situación al quedarse sin asideros; respiró hondo y se sentó de nuevo junto a la barra, fumando con calma aparente mientras observaba la recepción exageradamente calurosa con que Milo obsequiaba al sueco. Lo estaba utilizando sin ningún reparo para rematarle. Su aura proclamaba a gritos que se sentía el triunfador de la noche, y el italiano se preguntó si se sentiría menos ufano si supiera que a él le tenía sin cuidado lo que pensara porque para él no había existido confrontación alguna; su relación con Aioria, fuera esta la que fuera, no tenía nada que ver con lo que el Escorpión opinara al respecto. El albino dio un trago a su cerveza, y saludó con un ligero gesto de la mano a Afrodita cuando Milo finalmente le dejó 29


respirar. En ese mismo momento volvió Aioria desde los baños; había tardado bastante, y DeathMask se preguntó si habría desahogado sobre alguien la frustración que antes había manifestado.

Los ojos del León no tardaron en registrar su presencia en la barra y las figuras enlazadas de Milo y Afrodita cerca de la puerta.

“Empieza la función”.

Cuando a su vuelta no encontró a Milo, Aioria pensó que quizás se había cansado y movido su trasero a otro sitio. No tuvo tanta suerte, con tan solo seguir la mirada del italiano supo que no andaba demasiado lejos y que su dolor de cabeza no hacía más que empezar. Aún así se dijo a sí mismo que debía recobrarse y continuar la noche tal y como estaba planeada, pesara a quien pesara. No le extrañó encontrar al cangrejo totalmente malhumorado, creyendo que sería todo por culpa de Milo el cual podría haberle dicho mil y una bestialidades durante el tiempo que estuvo ausente. Era consciente de que dejarlos solos era como poner una mina en medio de un paso de colegiales, pero necesitaba un respiro y confió en que Máscara fuese capaz de sortear las zancadillas de Milo con relativa facilidad.

— ¿Y mi copa?

En un gesto totalmente improvisado se abrazó a él y le besó el cuello, solo al tenerlo de nuevo enfrente supo que lo había echado de menos incluso en los escasos minutos que tardó en ir y volver del baño. DeathMask respondió al abrazo, en completo silencio; no hubiera podido hablar aunque hubiera querido. Durante los segundos que Aioria había tardado en decidir hacia donde dirigirse, el italiano pidió a Atenea o a quien fuera que le escuchase que fuera a por Milo, pero no había habido suerte; y ahora que le tenía de nuevo tan próximo, temió estar definitivamente perdido. Le mantuvo cerca de sí durante un tiempo que se le hizo infinito y cruelmente breve al mismo tiempo, enredando sus largos dedos blancos entre los rizos rebeldes y aspirando su olor. Se maldijo a sí mismo y acabó deshaciendo el abrazo, de mala gana.

—No sabía qué querías tomar. Pide lo que te apetezca, esta es mi ronda. 30


—Ey, brindemos por Milo. —Aprovechó que alguien a su lado se levantaba dejando un taburete vacío para tomar su lugar y dejarse caer en él— Sea lo que sea lo que te ha dicho ha hecho un estupendo trabajo.

Aioria sonrió con amargura al darse cuenta de que el italiano ya no le miraba a él sino que continuaba con la vista fija en la pareja de la entrada. Y una vez más sintió la soledad corroyéndole las entrañas. Era su sino, estar rodeado de gente y aún así no sentirse complacido. Les dio la espalda a todos para pedirle su copa al camarero que estaba por aquella zona de la barra. Si la noche continuaba así terminaría realmente pronto para él. DeathMask se giró para mirar al León, confundido por la emoción que transmitía, nada habitual en él, y de repente no pudo más con la situación. Aioria lo interpretaba todo al revés, Milo seguía arrullando a Afrodita sin interesarse en absoluto por la persona que tenía entre los brazos sino sólo esforzándose por machacarle a él, el sueco estaba cometiendo un error sin que DeathMask tuviera posibilidad alguna de evitárselo, y la vida, en resumidas cuentas, era una puta mierda. Dejó otro billete sobre la barra para pagar la copa de Aioria, y se levantó.

—Estoy muy cansado —dijo, y su voz sonó rota— Me voy a casa.

—Como quieras —pasó una mano por su rostro—, que descanses.

Lo había visto venir, y él mismo se encontraba tan agotado de luchar contra el Escorpión y contra sí mismo que no le quedaban ánimos para intentar detenerle, simplemente se sentía absolutamente abrumado por su incapacidad para escapar de Milo. Mandó todo a la mierda para sus adentros, estaría mucho mejor con su vida de siempre. En un rato más, cuando terminase su copa, iría en busca de alguien, siempre encontraba hombres y mujeres más que dispuestos a complacerle. Pero ninguno llenaba sus huecos, ni le abrazaba como momentos antes hizo el cangrejo ni...

"Para el carro, gato, te estás montando una película tú solito sin contar con el resto del elenco".

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Evitó dirigir la vista hacia la puerta del local, donde DeathMask cruzó junto a la pareja abrazada y salió al exterior sin siquiera mirarlos. Afrodita se liberó de las muestras de cariño de Milo, dirigiendo al escorpión una mirada falsamente cándida.

—Sí que estabas necesitado de un abrazo…

A pesar de su aspecto remilgado el custodio de Piscis no era ningún idiota, y no se le había escapado la tensión que se respiraba entre Milo y DeathMask cuando él había entrado en el local, y ni mucho menos los mimos del griego habían conseguido engatusarle. Sabía que había algo detrás de toda aquella ostentación de sensualidad, pero le daba igual, no dejaba de ser lo que había ido a buscar.

Le daba igual, salvo si afectaba a la única persona a la que apreciaba y respetaba en el Santuario.

Y aunque la Casa de Piscis no era especialista en lectura de auras o trabajo espiritual, no había que serlo para percibir el agotamiento y la confusión de DeathMask. Afrodita era probablemente la persona que mejor conocía al italiano, habiéndose vuelto perceptivo hasta lo sobrenatural con sus estados de ánimo tras las muchas experiencias extrañas vividas al lado del enigmático albino. Y ningún plan, por tentadora que pudiera ser la perspectiva de pasar la noche con el temperamental escorpión, era más importante que estar al lado de DeathMask cuando se derrumbaba. ¿Derrumbarse? A ojos de Afrodita, el italiano era un hombre sorprendentemente fuerte ante la absurda cantidad de reveses con que el destino parecía querer reírse de su existencia, pero cuando caía lo hacía de forma absoluta y sin paliativos. El pisceriano había estado a su lado en alguna de aquellas ocasiones, y no quería faltar si volvía a suceder; sabía que la relación con Aioria no estaba más que empezando, pero por lo que el italiano le había contado, en su primer encuentro habían forjado, casi por casualidad, un vínculo tan estrecho que sin duda los viejos miedos tenían que estar corroyéndolo por dentro. Afrodita era consciente de que en aquella situación DeathMask era frágil; aguantaba el dolor con estoicismo, pero precisamente por esa incapacidad para desahogarlo el sentimiento lo iba rompiendo poco a poco hasta que hacía crisis de forma expeditiva. Y el sueco no estaba dispuesto a permitir que las cosas llegaran a ese punto; tenía que hacerle hablar, obligarle a enfrentarse a la situación, a su propio miedo, a la confusión, hasta que 32


hubiera sacado todo lo que le hacía daño y pudiera empezar otra vez a acumular tensiones.

A no ser que las cosas le salieran bien por una vez. Afrodita deseaba con toda su alma poder reírse alguna vez de aquel convencimiento del italiano de que quien se le acercaba acababa destruido, pero por el momento él era el único que había escapado a aquella estadística en la que incluso él mismo había acabado creyendo. Lo mejor que podía desear para el canceriano era que aquella especie de maldición que lo perseguía se rompiera, pero mientras tanto sabía lo que tenía que hacer para ayudarle a soportarla.

—Tengo que marcharme, Milo. Nos vemos en otro momento.

La afectación desapareció de la voz y los ademanes de Afrodita como si nunca hubiera estado ahí; el sueco dejó a un lado sus armas de seducción con total naturalidad y dio media vuelta sin molestarse a mirar al escorpión ni una sola vez, sin importarle si se enfurecía por el plantón o si su orgullo se disparaba. Al fin y al cabo, farsas aparte, los dos se habían estado utilizando mutuamente, y si ya no había plan entre ellos, no había necesidad de seguir fingiendo que se interesaban el uno por el otro. Así pues salió a la calle detrás del italiano.

No había ido lejos. Estaba en el callejón trasero que los trabajadores de la discoteca usaban como aparcamiento, apoyado en la pared, fumando como siempre, con una expresión indescifrable en la cara vuelta hacia el cielo. Afrodita conocía bien lo que escondía el rostro del italiano cuando se convertía en una máscara sin emoción alguna reflejada en ella. Caminó hasta él y le quitó el cigarrillo.

—Sólo a ti se te ocurre enlazar tu cosmos al de Aioria en un momento como ese. Mira que te gusta complicarte la vida.

—Vete a tomar por el culo —fue la respuesta desabrida del italiano — ¿No era lo que pensabas hacer hace un momento?

—Lo he pospuesto —se limitó a contestar el sueco, ecuánime.

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DeathMask se llevó la mano a los labios, recordó que el cigarrillo ya no estaba ahí, y muy a su pesar tuvo que volverse hacia Afrodita para recuperarlo; el rubio, que esperaba el movimiento, lo puso fuera de su alcance con un giro del brazo, DeathMask extendió el suyo para atrapar la muñeca de Afrodita, mascullando maldiciones, y los dos mantuvieron un forcejeo cada vez más violento que acabó inesperadamente cuando el italiano claudicó de golpe y apoyó la cabeza sobre el hombro de su amigo, con un gemido de cansancio.

—La vida es una mierda, joder.

—Lo sé.

Afrodita acarició la nuca del DeathMask con gestos lentos y relajantes, sin añadir nada más a lo dicho, simplemente aguardando a que el italiano dijera algo más concreto que le diera pie a profundizar sobre ello, cosa que no tardó en suceder.

—Ya no sé si soy capaz de tenerlo lejos. No entiendo una mierda de lo que está pasando.

—Al menos entiendes que, si estás pensando en alejarte de él, es que te importa, y mucho.

—No sé si me importa, no sé qué cojones es. Es como si estuviera atado a él, y él a mí. Cuando está lejos, me… ahogo.

DeathMask se apartó de Afrodita y se pasó una mano por la frente, intentando aclarar sus pensamientos. El sueco le alargó el cigarrillo, y él lo cogió con gesto ausente y se lo llevó a los labios, apoyándose de nuevo en la pared hasta quedar confundido con el muro entre los contraluces del callejón. La única farola del lugar bañaba la escena de una luz anaranjada y enfermiza; el humo del cigarrillo se deslizó entre las motas de polvo que flotaban en ella y desapareció en dirección a la luna, que parecía una hoja de cimitarra pendiendo sobre Atenas.

—Acabará por volver, Afrodita. Todos hemos vuelto. 34


El sueco dio un respingo ante lo que parecía un cambio de tema radical; pero sabía que DeathMask rara vez hablaba en vano, así que se limitó a esperar a que continuara, con el corazón encogido ante la mención de su antiguo amante. La relación entre Afrodita y Aldebarán había sido absolutamente breve, algo gestado durante toda una vida y consumado en una sola noche, pero aún así había marcado profundamente al sueco hasta un punto que sólo DeathMask conocía. Afrodita había regresado de la muerte con el único deseo de reencontrarse con el brasileño, y el que no hubiera vuelto era algo que lo destrozaba poco a poco con cada día de ausencia.

—Has perdido la esperanza. —musitó por fin el italiano.

Afrodita volvió la vista hacia el trozo de cielo que se veía desde el callejón, con los ojos enturbiados por la pena.

—No la he perdido —contestó, con voz apagada. —Pero no por eso deja de doler.

—Y has elegido a la persona menos adecuada para que atenúe ese dolor.

El sueco miró de reojo a DeathMask, sabiendo que habían llegado al quid de la cuestión. No había esperado que tuviera que dolerle a él también, pero no pensó en dar marcha atrás.

—No pretendo que Milo sustituya a Aldebarán. La sola idea es… —ni siquiera acabó la frase, tan absurdo le parecía el concepto— No soporto estar solo, DeathMask. Necesito amantes, necesito adoradores. Siempre me he sentido como basura con todas y cada una de las personas que han pasado por mi cama a excepción de ti y de él. Tengo tu amistad, la valoro y me siento bien cuando estás en mi lecho, pero necesito más que eso en un amante, y él me hacía sentir… aceptado. Si no eres tú ni es él, quiero gente a mi alrededor que idolatre mi belleza, y Milo es el donjuán perfecto; mañana será otro, y mañana otro distinto. Por los dioses, amigo mío, me muero sin él.

DeathMask asintió. Conocía lo que Aldebarán había significado para el sueco: cuando más perdido estaba, se había encontrado a sí mismo entre los brazos del custodio de 35


Tauro, y ahora su ausencia lo había dejado sin asideros, dando tumbos de un lecho al otro sin encontrar en qué dirección avanzar al no encontrar el único sentido que podía haber tenido su vuelta de la muerte. Tiró el cigarrillo y avanzó hasta el sueco, abrazándolo y besándolo lentamente en el cuello, intentando hacer que dejara de pensar de la mejor manera posible.

—No quiero ver cómo te destruyes.

Afrodita lanzó un gemido ahogado y pegó su cuerpo al de DeathMask con la fuerza de la costumbre.

— ¿Y no es lo que tú llevas haciendo toda tu vida? Yo tampoco quiero verte sufrir.

Los besos del italiano no perdieron su cadencia sensual.

—No sufriré si no me vinculo a él.

—Es demasiado tarde para eso.

—Aún puedo alejarme de Aioria. Aún hay tiempo.

Las manos de Afrodita se deslizaron por la espalda del albino, dibujando los músculos uno por uno hasta arrancarle escalofríos.

—Sabes perfectamente que no es posible. Estáis vinculados por el cosmos.

El aliento de DeathMask se detuvo de nuevo en el cuello del sueco, ardiente y dolorido a un tiempo.

—No puede ser. Porque entonces será él quien sufra. Quien acabe destruido. No puedo… soportar que ocurra de nuevo…

Afrodita tomó el relevo a los labios del italiano, y dejó de estar claro quién consolaba a quién; eso sí, ya no hubieron más palabras. 36


Antes de terminar su copa, Aioria ya tenía sentado a su lado a un tipo que no dejaba de mirarle de reojo. Empecinado en mantenerse aislado hasta que no quedase ni una sola gota en su vaso, y seguramente durante los dos o tres posteriores, mantuvo la mirada fija en el espejo colocado tras la barra y que tenía las mismas dimensiones que esta. Las luces multicolores del techo se reflejaban en él formando un curioso juego de colores, luces y sombras que de vez en cuando le cegaban. A su espalda, incontables cuerpos se movían de manera incesante al ritmo de la música repetitiva que como cada fin de semana sonaba insondable metiéndose en los oídos tan profundamente que el cerebro dejaba de funcionar. En algún lugar leyó que el ritmo continuo bajo las melodías se usaba para excitar a la gente, literalmente. Llegaba un punto en el que los latidos del corazón tomaban el mismo ritmo que la canción, lo dicho, el cerebro dejaba de servir para algo y tomaba el mando el cuerpo. Y Aioria estaba deseando ponerse a bailar para que le ocurriese precisamente aquello lo antes posible. Necesitaba dejarse llevar, cesar de cuestionarse a sí mismo durante unas cuantas horas, por primera vez miró al tío de al lado. No estaba mal, buen cuerpo, ojos bonitos, los labios quizás un poco finos para su gusto pero lo compensaba con la expresión traviesa que mostraba en ellos. Apuró el último trago y se puso en pie colocándose a su lado, su carta de presentación fue una sonrisa, una leve caricia en la nuca, con aquello era normalmente suficiente para asegurarse el éxito en la siguiente fase. Ya comenzaba a agacharse llevando los labios junto al oído del desconocido, susurrándole palabras que le hicieron reír…

—Te dejo solo dos minutos y ya buscas bajarle los pantalones a otro.

Los ojos del León se pusieron blancos un instante sin poder creer en su mala suerte. Se irguió lentamente ignorando otra vez al que hasta hacía pocos segundos iba a ser su amante por esa noche. Aún de espaldas a él le habló con un tono nada amigable.

— ¿Qué quieres ahora, Milo?

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—No me hables en ese tono –Meloso se acercó a él rodeándole desde atrás con sus brazos, besándole el cuello para terminar apoyando la barbilla en su hombro— ¿Qué tal si nos vamos de aquí tú y yo, solos?

—Olvídalo.

Estaba realmente molesto con todo aquello y la forma en que se lo quitó de encima con brusquedad tan solo corroboró lo que el Escorpión ya se imaginaba. Milo sabía que comenzaba a pisar terreno peligroso pero una vez llegados hasta ese punto no iba a retirarse tan fácilmente. Lo que no se esperaba era que fuese el gatito quien comenzase a atacar volviéndose de pronto hacia él para encararle con una mirada furibunda.

—Te he repetido hasta la saciedad que no quiero volver a tener nada que ver ni contigo ni con tu cama. —Con cada palabra pareciera que se le oscurecieran los iris de pura rabia contenida— Entiende de una puta vez que no vas a volver a joderme, follarme, echarme un polvo o como quieras llamarlo…

Con un nuevo empujón sobre el pecho de Milo, Aioria se lo quitó de encima haciéndose camino para irse de allí. En esos momentos no soportaba tenerle tan cerca, estaba iracundo y frustrado a partes iguales, nada había salido como lo había planeado pero lo que más le dolía era que…

— ¿A dónde ha ido ese tipo? –La mano de Milo le agarraba firmemente por la muñeca impidiéndole avanzar por más que quisiera. Al parecer el octavo custodio tenía deseos de pelea y si continuaba así lo lograría. — Ya sabía yo que más pronto que tarde iba a dejarte tirado.

No lo aguantaba más, los músculos del León comenzaban a sentirse agarrotados por culpa de la tensión a la que los sometía al intentar controlar sus ganas de golpearle sin importarle quién estuviese presente.

—Cállate. –Una última advertencia hecha con un tono de voz cada vez más grave.

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—Vamos, cachorro, no permitas que alguien tan insignificante como ese italiano te ponga de mal humor. —El puño de Aioria voló furioso en busca del mentón de Milo pero este lo sujetó con fuerza a escasos centímetros del objetivo, sujetándole a duras penas. Al parecer sus palabras le había herido más de lo esperado y eso no le agradaba pues solo podía significar que en verdad empezaba a sentir demasiadas cosas por el cangrejo, y eso, no podía permitirlo. —Nos están mirando, deja de hacer el idiota.

Aioria odiaba a Escorpio cuando le hablaba con tanta condescendencia, como si no hubiese sido él mismo el que les había llevado hasta aquella situación. Dio un tirón del brazo para liberarse de su amarre pero no lo consiguió hasta el segundo intento; tratando de recuperar la calma arregló sus ropas y le miró a los ojos con una sonrisa de medio lado.

—Quien entre o salga de mi cama, amigo, —hizo hincapié con sorna en la palabra— hace mucho que no es de tu incumbencia.

Le dio la espalda, necesitaba salir de allí y tomar aire, que las cosas dejaran de ser tan complicadas. ¡Él tan solo quería echar un polvo con Máscara! Y en el caso de que no fuese así, el último que tendría derecho a opinar sería Milo. Pero el escorpión volvió a interponerse entre él y la salida diciendo algo que no pudo captar por el ruido ensordecedor que les rodeaba. Intentó esquivarlo, ignorarle, cualquier cosa para no tener que verle ni un minuto más esa noche. Se llevó una mano al rostro con desespero, la poca paciencia que poseía estaba desapareciendo a un ritmo alarmante, no lo soportaba más, quería salir de allí… Y entonces el escorpión dijo unas palabras que sentenciaron su suerte.

—Le prometí a Aiolos que cuidaría de ti.

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El gentío que se aglomeraba a la entrada de la discoteca intentando hacerse un hueco en la interminable cola se abrió como un colorido abanico. La puerta se había abierto de par en par empujada por dos hombres que se golpeaban con todas sus fuerzas; o al menos así lo creían ellos, porque de haber usado su verdadero poder, no solo la entrada estaría destrozada sino que todo el lugar habría desaparecido. Sin embargo, ambos eran conscientes de lo que podrían provocar y por ello luchaban como simples humanos, con los puños.

— ¡Basta! —Milo intentó alejarse de Aioria para poner fin a la pelea— ¿Estás loco? Si se enteran en el Santuario nos echarán a los dos a patadas.

Los ojos del león se achicaron aún más sin poder creer que aún tuviese el cinismo de intentar aparentar que algo de lo que pudiese ocurrirle le importaba, y como un enorme león salvaje envuelto en pura cólera se lanzó contra él golpeándole con tanta dureza que la gente comenzó a alarmarse, corriendo algunos incluso en busca de la policía. Alguien se asomó al callejón de atrás un momento antes de tomar otra dirección al no ver más que dos cuerpos entrelazados en un rincón; pero su breve aparición, que destilaba ansiedad, alertó a la pareja como si alguien hubiera empezado a tocar unos platillos a diez centímetros de sus bocas unidas. DeathMask soltó a Afrodita y volvió la cabeza hacia la salida del callejón, alarmado. El sueco recolocó la ropa de los dos en un único movimiento y no se detuvo a preguntarse qué sucedía; empujó al italiano hacia la dirección desde la que les llegaba, con intensidad creciente, el rumor de una escaramuza.

—Una pelea. Aioria está encendiendo su cosmos. Andando.

Deathmask echó a correr hacia la puerta de la discoteca, seguido de cerca por Afrodita, y se encontró con una visión inesperada: el León, enloquecido de ira, arremetía con toda su potencia contra Milo, que intentaba sin éxito apaciguarle. La pelea parecía haber llegado a un punto en el que el León ya no discernía entre lo que la razón trataba de imponer y su rabia. Tenía frente a sí al hombre que había marcado toda su vida como la figura del amante por excelencia, su primer amor. Y la expresión de absoluto desconcierto que se dibujaba en su rostro no hacía más que irritarle hasta límites insospechados.

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"Deberías entenderlo, maldito cabrón, deberías..."

— ¡Para ya! —Escorpio intentaba acabar con la trifulca antes de que Aioria cometiese una locura; si usaba su cosmos en una pelea privada estarían en problemas. Ya lo estaban por el solo hecho de haber levantado la mano en contra de otro dorado. — Cálmate de una maldita vez.

DeathMask se había detenido en seco nada más doblar la esquina, sin saber cómo reaccionar ante la visión de los dos contendientes; Afrodita, más práctico, no se paró a considerar las implicaciones emocionales del asunto: una pelea entre dorados siempre era un tema espinoso en el Santuario que podía acarrear consecuencias desastrosas para los protagonistas, así pues había que pararla de inmediato, y las palabras ya vendrían después. Avanzó por delante del italiano hasta interponerse entre los dos hombres, y los miró duramente.

—Sois Caballeros de Oro. Dejad de comportaros como críos. Estáis avergonzando a la diosa.

Y si la diosa les importaba tanto como a él, los inmovilizaría con el veneno de sus rosas. —La diosa no tiene nada que ver en esto.

Con la mandíbula tensa por la fuerza con que apretaba los dientes, el tono de Aioria sonó falsamente calmo. Nadie iba a impedir que su puño se estrellase contra la persona que más odiaba en esos momentos hasta que su alma se calmase. Porque el odio estaba borrando cualquier otro sentimiento.

— ¡Apártate o no respondo!

Pero Afrodita simplemente se interpuso aún más entre Aioria y Milo, dispuesto a impedir a toda costa que la pelea fuera más allá, y una rosa apareció en su mano izquierda, atrayendo la atención del León; las recientes palabras consiguieron hacer reaccionar a DeathMask, que aprovechó aquel momento para acercarse con tranquilidad

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y colocar los dedos en el cuello de Aioria, presionando la carótida con firmeza para inmovilizarlo temporalmente.

La primera reacción de Milo al ver que el italiano se entrometía en la pelea fue de malestar, dos segundos después el sentimiento fue alarmante. El muy idiota no conocía a Aioria, el León no se iba a quedar quieto tan fácilmente y seguramente provocaría un altercado aún mayor.

—Tú también. Fuera. —Ni siquiera decepción transmitían las palabras de Aioria, tan solo desdén; su tono gélido consiguió que el italiano aflojara su presa con más eficacia que cualquier movimiento.

Afrodita fue hecho a un lado cuando Escorpio pasó por su lado intentando llegar hasta Aioria antes de que... Demasiado tarde, aún les separaban varios metros cuando el felino comenzó a girarse dispuesto a luchar contra quien se interpusiese en su camino. En esta ocasión, DeathMask.

El italiano miró a Aioria con tranquilidad; verse enfrentado a la expresión mortífera de su rostro sólo le acarreó alivio. Si el león lo atacaba con el cosmos encendido, desprotegido como estaba sin su armadura, podía llegar incluso a acabar con su vida, y la perspectiva le resultó demasiado tentadora como para resistirse. Liberarse. Y liberarlo a él a la vez. Demasiado perfecto como para salir bien. En cualquier caso, si algo tenía claro el canceriano era que no iba a enfrentarse a Aioria; su última pelea había quedado atrás después de la noche en la laguna, y aquella decisión era firme. Se interpuso en el camino del león y se preparó para recibir su ataque, con absoluta calma; un golpe que nunca llegó a su destino porque en el momento de asestarlo dos pares de brazos lo impidieron. De alguna forma, tanto Afrodita como Milo habían conseguido llegar a tiempo para bloquearle.

— ¡Soltadme!

¿Es que no iba a poder desahogar toda la frustración acumulada de ninguna forma? Se olvidó del cangrejo intentando zafarse de sus captores. Ahora que lo tenía cerca volvía a encontrar la oportunidad de golpear al escorpión, pero sus esfuerzos resultaban cada vez 42


más infructuosos. Una magnífica fragancia los envolvía y, aunque conocía el origen, no pudo evitar respirarla provocando que sus piernas se fuesen doblegando al fin, lentamente.

DeathMask cerró los ojos un momento, conteniendo la amargura que lo embargó al ver alejarse la muerte. Había sido la oportunidad perfecta pero había pasado de largo, y sólo los dioses sabían que pasaría a partir de ahora. Se le encogió el corazón cuando vio caer a Aioria, los rizos dorados rodando sobre su frente y sus manos aflojándose poco a poco, contrayéndose débilmente con cada intento de rebelarse, y el sentimiento de protección que lo embargó le hizo comprender, con una punzada de miedo, hasta qué punto empezaba a concebir sentimientos hacia aquel hombre.

—Aioria… —susurró.

Afrodita levantó la mirada hacia él, interrogativo. La pelea había acabado, había que moverse; el sueco desvió los ojos hacia Milo.

—Lárgate —le espetó.

El octavo custodio ignoró sus palabras, no porque hiriesen su orgullo o porque pensase que nada ni nadie tenía derecho a interponerse entre él y el león, sino porque conocía sus fuerzas y aún no estaban lo suficientemente mermadas como para que dejase de ser un peligro para todos, para sí mismo. Así pues, esperó hasta el momento oportuno, cuando sus músculos estuvieron laxos hasta el punto de no caer sólo por la sujeción que ambos le ofrecían. Tan solo entonces, y tras permitirse acariciarle el cabello con ternura, se alejó de ellos decidiendo esperar a un mejor momento para acercarse a él. Aioria protestó por las caricias recibidas y deseó poder girarse y luchar en vez de tener que darse prisa en apoyar la mano en el suelo para no estamparse en él.

—Intentad calmarle...

Afrodita se apresuró a pasar un brazo por la cintura de Aioria, ayudándole a recuperar el equilibrio, y miró fríamente al gentío apiñado en torno a ellos.

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— ¿Qué estáis mirando?

Fue como un exorcismo. De repente todo el mundo pareció tener mucha prisa por hacer cosas lejos de allí, y pronto la entrada de la discoteca estuvo prácticamente desierta. Afrodita se volvió hacia DeathMask y le sorprendió la expresión atormentada que se había adueñado de su rostro; sus ojos estaban clavados en el punto por el que Milo había desaparecido en dirección al Santuario, y no era difícil adivinar el curso de sus pensamientos.

Ternura. Era ternura lo que había embargado al escorpión al acariciar el pelo de Aioria, y si él había podido leerlo en sus movimientos, Deathmask sin duda lo había visto tan claro como el sol en el aura del octavo custodio. Aquello le daba una nueva dimensión a toda aquella historia, y Afrodita comprendió las dudas del italiano.

No era fácil rivalizar con Milo.

Había gente asomada por la puerta de la discoteca, espiando. DeathMask alargó una mano hacia Aioria, y el león se las apañó para dirigirle una mirada torva que hizo entender a Afrodita que el espectáculo no había concluido; tiró del griego en dirección al callejón, confiando en que el italiano les siguiera.

—Es suficiente ridículo para una noche. Si tenéis que pelear, hacedlo en un lugar más discreto.

—Vete a la mierda…

Las palabras de Aioria sonaban pastosas. Sin embargo, sus músculos comenzaban a recobrar algo de vigor al haber dejado de inhalar la esencia de Piscis. Sintiéndose de todas formas demasiado débil para salir de allí por su propio pie, permitió que le condujeran hacia un callejón libre de miradas indiscretas. Por más que supiese que, a esas alturas, fuese totalmente inútil intentar evitar llamar la atención. El Santuario tenía espías por todas partes y ni toda su suerte conseguiría librarle del castigo que suponían sus acciones.

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Le daba exactamente igual.

El ahora era lo que importaba. El ser llevado como un fardo entre dos hombres que le habían impedido descargarse de una buena vez, cobrar venganza por vejaciones y traiciones que tan solo Leo y Escorpio conocían. No tenían derecho y aún así se habían entrometido.

—Soltadme... —Forcejeó intentando zafarse, en esos momentos no soportaba su contacto, mucho menos continuar recibiendo la mirada cargada de pena de Cáncer. Y no paró hasta que con un empujón se deshizo de los dos y acabó agarrándose a la pared en medio de jadeos. — ¿Quién cojones os creéis que sois para entrometeros? Nadie ha pedido vuestra ayuda. Nadie —la palabra reverberó en el callejón con desprecio— la quería.

DeathMask se refugió de nuevo en el rincón en sombras que había ocupado un rato antes. Entendía la necesidad de Aioria de apartarse de su contacto porque él mismo solía experimentar aquella sensación, pero igualmente era doloroso; además, podía leer en el cosmos de Aioria como si fuera un libro abierto que contara lo que sentía hacia el escorpión. Ira, rencor, sufrimiento. Y amor, todavía. Sintiendo que se ahogaba, bloqueó bruscamente su percepción, quedándose prácticamente a ciegas pero también a salvo de las emociones que Aioria estaba lanzándole a modo de ataque aún sin saberlo.

Afrodita percibió que el cosmos del italiano se apagaba y lo miró, alarmado; pero constató que no había nada que temer, que aquella descarga había sido voluntaria, y sólo entonces se encaró hacia el león.

—Nadie la quería y nadie la pidió. Pero tú la necesitabas. ¿O es meditada tu decisión de ser expulsado de la Orden por enfrentarte a un compañero con el cosmos encendido a la vista de todo el mundo?

Los labios del león se abrieron para dejar escapar todo insulto capaz de acudir en ese momento a su mente, mas la forma en que el cangrejo prácticamente se encogía en un rincón llamó su atención. No se apaciguó en absoluto, la ira aún permanecía latente, pero olvidó el propio dolor para centrarse en el del otro. De forma inexplicable, sin 45


sentido, no soportaba ver cómo Máscara intentaba fundirse una y otra vez con las sombras que les rodeaban. Le producía verdadero pánico que aquello llegase a producirse, y egoístamente, tan solo podía pensar que si ocurría él volvería a estar completamente solo con su dolor.

—No van a expulsarme, tan solo recibiré una reprimenda y algún castigo. Pero tú... — Volteó a mirar hacia Afrodita con los ojos inyectados en rencor que realmente sentía de forma momentánea tan solo—, vosotros, me habéis impedido ajustar cuentas con Escorpio.

—Imagino que para hacer eso tienes más recursos que tus puños —repuso el sueco, con el punto justo de duda en la voz.

—Los tengo. —Poco a poco fue reincorporándose, recuperando las fuerzas lo suficiente como para arreglarse la ropa y el cabello- Pero no son ni la mitad de satisfactorios.

—Naturalmente —añadió Afrodita, irónico— Seguro que las cosas quedan mucho más claras después de un par de puñetazos. Es la mejor manera de cerrar las heridas.

Volvió la vista hacia el rincón donde se refugiaba DeathMask, con el cosmos aún completamente apagado, tratando de recobrar el control de sí mismo, y la indignación hizo presa en él.

—Que eres impulsivo, lo sabe todo el mundo; que además, eres idiota, no. Pero si no eres capaz de solucionar tus problemas con Milo de forma civilizada, pronto será del dominio público. Enhorabuena.

—Lo que la gente piense, me importa muy poco. No vale la pena perder el tiempo justificando tus actos frente a personas que no tienen ninguna relevancia en tu vida. Si alguien sabe de lo que hablo, ese eres tú. ¿O me equivoco?

Aunque respondía a Piscis, sus palabras iban dirigidas al italiano. Sabía, que de una u otra forma, aquella era la causa de que se hubiese alejado de él esa noche. Algo había 46


dicho Milo que logró hacerle dudar. Y eso era tan solo la punta del iceberg que había sacado a relucir su cólera.

Afrodita respiró profundamente y dirigió una mirada apacible al león; se obligó a sí mismo a recordar los momentos compartidos con el segundo custodio, a encontrar entereza en ellos para dejar resbalar como agua las palabras desconsideradas del griego.

—Nunca he sentido que debiera justificarme por ser como soy. —le dijo con suavidad.

Pero quien saltó, en cambio, fue DeathMask. Sabía que el comentario sobre las personas irrelevantes iba dirigido a él y aunque había dolido hasta la agonía, lo había digerido y asumido, pero cuando el león arremetió contra Afrodita con aquel argumento rastrero, algo se revolvió en su interior, arrancándole de las sombras con el cosmos encendido de golpe reverberando a su alrededor como si su cuerpo estuviera envuelto en llamas.

—Ni él ni yo tenemos más interés en que te justifiques ante nosotros que tú en hacerlo. —espetó, con la voz vibrando por la cólera contenida— Por si no te has enterado, gilipollas, Afrodita te acaba de sacar de una situación que comprometía toda tu carrera militar, tu reputación y tu honor, y si eres demasiado orgulloso como para entenderlo así, ten al menos la decencia de no atacarle, hijo de perra.

La cólera del león bajó como la espuma al recibir los reclamos del italiano, bajó tanto que le dejó el ánimo por los suelos al mostrarle un futuro muy desalentador a su lado. En realidad no existía tal futuro. Parpadeó un par de veces intentando borrar de sus ojos los sentimientos que sabía se reflejarían en ellos como si de espejos se tratasen, siempre le habían perdido demostrando más de lo que ocultaban.

—Gracias por la ayuda, Piscis.

Si bien el orgullo le enturbiaba la mente no le llevaba al extremo de convertirle en un ingrato. Y en el fondo, muy a su pesar, debía reconocer que habían evitado muchos

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problemas. Ya no con la orden, sino con los propios civiles a los que podría haber dañado con su poder.

Pero para él eran ya suficientes las emociones para una sola noche. No sabía como recuperar la compostura ante los dos hombres frente a él, así que con el cuerpo rígido y los músculos agarrotados se movió con intención de irse de allí y dejar de ver sus malditas caras lo antes posible.

—Nos veremos en los entrenamientos.

Afrodita se acercó a Aioria y posó las manos sobre sus hombros, afable. No se le había escapado la expresión de dolor en sus ojos ante las palabras de DeathMask, y no pudo por menos que compadecerlo sanamente; enfrentarse a las iras del italiano, que era capaz de conservar la calma para encontrar argumentos certeros hasta en las discusiones más acaloradas, le parecía una situación francamente desagradable.

—No te sientas tan incómodo —le dijo en tono desenfadado, mientras sus dedos se deslizaban por su espalda de forma inconsciente, deshaciendo el amasijo de nudos en que se había convertido su musculatura— Eres un hombre, eso implica que te portes como un imbécil de vez en cuando; si fueras más femenino, serías yo, y eso… no te gustaría.

DeathMask escuchó el comentario del sueco y celebró su habilidad para manejar a la gente; era un manipulador nato, pero evidentemente eso tenía su parte positiva. Por su parte no hubiera sabido cómo arreglar la situación, sobre todo porque, acallada la cólera, estaba especialmente confuso después de percibir el dolor y el desaliento en los iris y el cosmos de Aioria. Sabía que le había hecho daño, pero no acertaba a entender por qué después de haber reconocido el griego que carecía de relevancia en su vida.

Encendió un cigarrillo y observó la situación desde las sombras.

Aioria dejó escapar el aire contenido y con él toda la tensión acumulada a lo largo de la noche. Afrodita, el más hermoso de todos los caballeros, intentaba seducirle fingiendo que simplemente trataba de confortarle. No podía por menos que resultarle divertido 48


que alguien intentara ganarle en su propio terreno, aunque no tenía problemas en reconocer que esta vez su contrincante era bueno.

—Qué quieres que te diga, no me veo cuidando de las rosas del jardín.

Su tono era jocoso pero sin ánimo alguno de ofender a Piscis, como tampoco sentía ninguna necesidad de seguirle el juego hasta el final. En ese momento tan solo deseaba marcharse a descansar antes de recibir otro ataque de Cáncer.

—Además, nunca se compararía a las que tú haces nacer de tus manos. —Llevó el dedo índice a la nariz de Afrodita dándole un pequeño toque en la punta. — De las cuales solo me regalas las marchitas llenándome de tristeza y desolación.

Tristeza y desolación… esa fue la expresión que aleteó un instante brevísimo en los iris plateados de Afrodita antes de que él bajara los párpados para ocultar aquellos sentimientos en el marco de una falsa sonrisa de modestia. Para alguien como él era fácil conseguir que la gente concibiera determinadas ideas en torno a su persona, creyéndolo superficial y siempre presto a juegos de seducción, y él utilizaba aquella confusión como un arma más, aunque desde su regreso no dejaba de apenarle el concepto que los demás tenían de él, su facilidad para tragarse sus propias farsas. Le hacía añorar desesperadamente a Aldebarán, la única persona, además de DeathMask, que nunca se las había creído.

—Las rosas perfectas son difíciles de conseguir. Si uno quiere que se las regalen, tiene que saber ganárselas —provocó al griego, en tono sugerente.

A su espalda, DeathMask no pudo soportar más la charada. Le dolía ver a su amigo utilizar aquellos recursos, su incapacidad para escapar de la imagen estereotipada de sí mismo que hasta entonces había ofrecido; y sorprendentemente, le escocía ver a Aioria responder. Sacó la cajetilla de tabaco del bolsillo y la arrojó contra la nuca del sueco, saliendo del rincón para encararlo con expresión ácida.

—Estás pisando terreno vedado, amigo.

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Afrodita lo miró con la expresión plácida del gato que acaba de comerse al ratón.

— ¿Y quién te obliga a quedarte en un rincón? Defiende lo que te importa.

El león aún no soltaba a Piscis, manteniéndolo entre sus brazos; le agradaba el calor de su cuerpo aunque no desease nada más de él. Al menos no esa noche. La cabeza le daba vueltas hecha un manojo de ideas que no tenían ni pies de cabeza. Le había parecido notar cierta nota celosa en las palabras del italiano, lo que hizo que su corazón tomase un ritmo vertiginoso. Pero al mismo tiempo, el transcurso de la noche le tenía tan fuera de lugar que no se atrevía a creer que de verdad fuese cierto, sino que al cangrejo simplemente le molestaba que juguetease con Afrodita. Así que se mantuvo callado mientras los otros dos conversaban o discutían, ya ni sabía diferenciarlo, mientras él no podía dejar de rezar para que el italiano diese muestras de querer apartarle de Piscis para retenerlo a su lado a toda costa. DeathMask se agachó a recoger la cajetilla de tabaco que había caído a los pies de Afrodita, aprovechando para dedicarle una mirada desabrida.

—Eres un jodido manipulador.

—Menuda novedad.

DeathMask se incorporó y extendió el cuello para mirar al pisceriano directamente a los ojos, con expresión amenazadora.

—Dijiste que habías aplazado tu plan para esta noche, ¡no que hubieras decidido cambiar de candidato!

—Bueno, hay que cogerlas al vuelo cuando pasan.

—No serás capaz… Afrodita…

— ¿Yo? Soy capaz de todo.

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La voz del italiano bajó varios tonos mientras acercaba su rostro a un par de milímetros del de Afrodita.

—Da marcha atrás. Sal de ahí y aléjate.

Obediente de pronto, Afrodita se deshizo de los brazos de Aioria y dio un par de pasos en la dirección contraria.

—Eres insoportablemente posesivo. No pensaba comérmelo. — ¿No os olvidáis de algo?

Aioria estaba realmente emocionado con la reacción de Máscara, pero se mantenía a la expectativa. Lo sucedido hasta el momento tan solo le daba a entender que el italiano deseaba alejarle de Piscis, pero no la causa. Esa misma tarde le había dicho que podía tirarse a quien quisiera, ahora se molestaba porque supuestamente iba a acostarse con Afrodita. ¿O acaso no era de él de quien estaba celoso sino al contrario? Fácilmente creería que el cangrejo a quien celaba era a su amigo.

—Yo aún no he dicho que quiera sexo, con nadie.

—No hace falta que lo digas, tu fama te precede —espetó el italiano.

—¡Basta! —Afrodita encaró a DeathMask con expresión indignada— Estás inaguantable.

— ¡Inaguantable, y una mierda! ¡Primero es un plantón, luego me lo encuentro poco menos que en brazos de Milo y ahora en los tuyos! —El italiano se giró hacia Aioria — ¿Sabes o no lo que quieres, joder? ¡Porque no me gusta perder el tiempo!

—Yo no estaba en brazos de Milo... —Los puños del león estaban cerrados de pura indignación; si no quería verle con otros tan solo tenía que decirlo, pero alguien como él no tenía derecho a llamarle poco menos que meretriz—- Esta misma mañana dijiste que te importaba una mierda a quién me follase. ¿Qué quieres tú?

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—No dije tal cosa y no, no me importa una mierda, pero como te dije montar escenas de celos no es mi estilo; eres adulto y eres libre de hacer lo que te salga de los huevos, como has hecho desde que ha empezado esta noche. Así que no me preguntes qué quiero yo, porque evidentemente esperaba pasar la noche contigo en vez de tener que casi acabar a palos con el amor de tu vida para luego acabar viendo cómo jugueteas con mi mejor amigo —señaló a Afrodita con el dedo—, y en cuanto a ti ya me explicarás de qué coño va todo esto. —Se volvió de nuevo hacia el león —Así que definitivamente lo que quiero ahora es un poco de tranquilidad y no seguir poniéndome en ridículo por un chiquillo que no tiene claro qué pie poner delante del otro.

—Sigue así y te aseguro que terminaré lo que he empezado hace un rato... —La tensión de Aioria era totalmente visible en sus gestos y palabras; DeathMask le estaba acusando de quien sabía qué y al minuto siguiente le decía que le importaba una mierda— Para empezar, el que yo ame o no a Milo no es de tu incumbencia, has dejado muy claro que no quieres más que sexo conmigo y eso es lo que voy a darte. Y con respecto a Afrodita, es él quien tontea conmigo así que si estás celoso por vernos juntos, cógelo, llévatelo y a mí dejadme en paz de una puta vez.

—¡Pero qué diablos…! —Estalló Afrodita, harto de ver incongruencias— ¿Es que estáis sordos, los dos?

DeathMask lo miró con desaliento; si el pisceriano decía que se le estaba escapando algo, es que se le estaba escapando algo, pero para él era un misterio. Aioria parecía admitir que seguía enamorado de Milo y a él debería haberle traído al pairo, pero por alguna razón no era así, y el italiano se sentía cansado de dar vueltas, desorientado, algo que no solía sucederle.

—Interpretas mal todo lo que te digo. —Respondió al fin, en tono fatigado. —Creo que te da miedo escuchar. Vale, piensa lo que te dé la gana; de todas formas es lo que haces siempre.

—Entonces dímelo....—El tono de Aioria era también de extremo cansancio— Odio que tenga que ser otra persona quien haga de intermediario para que podamos hablar. 52


Afrodita parpadeó un par de veces, el único indicio de desconcierto que manifestó cuando el león, contradiciendo sus propias palabras, miró hacia él buscando algo de apoyo, una referencia a la que agarrarse, quizás un indicio del camino a seguir con Cáncer por parte de alguien que parecía conocerle mejor que él. El sueco meneó la cabeza y dio un par de pasos, recogiendo los pedazos de aquel par de imbéciles.

—Os propongo algo, subamos a Piscis. Es terreno neutral, podéis hablar sin formalismos de hospitalidad; yo no tengo inconveniente en dejaros solos si no queréis intermediarios, y si termináis a golpes, cosa que probablemente acabéis haciendo dada la escasez de recursos que estáis demostrando esta noche, al menos estaréis en los límites del Santuario y os ahorraréis un congreso de guerra.

“Y con un poco de suerte, el paseo por las escaleras de las Doce Casas os templará un poco las iras.”

El león esperó alguna reacción por parte de Cáncer pero viendo que tan solo recibía silencio como respuesta se decidió a dar el primer paso haciendo lo que mejor se le daba.

Fingir que todo iba bien.

—Para mí sería demasiado aguantar dos regañinas en un solo día.

DeathMask quiso decir algo, hacer algún gesto que suavizara la tensión, que borrara del rostro de Aioria aquella expresión donde ya no quedaba nada de infancia; extendió una mano hacia él, pero la dejó caer a medio camino, sin saber qué más hacer con ella, y emprendió la marcha, pasando por delante de los demás sin mirarles.

—Vamos, entonces.

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Aioria, sentado en el sofá más cercano a la puerta del salón de Afrodita, estudiaba la fuente de la esquina como si nunca hubiera visto nada más interesante; Deathmask se acomodaba algo más lejos, entre unos cojines en el suelo, fumando con parsimonia sin mirar a ningún sitio en particular. Afrodita llevó café -fuerte, cargado- para todos y vaciló antes de tomar asiento, sin saber muy bien cerca de quien acomodarse sin ofender al otro. El silencio era más rotundo que la algarabía que podían haber organizado los dos dorados si se hubieran enzarzado en una lucha cuerpo a cuerpo. Diplomáticamente, el sueco optó al final por tomar asiento en una de las sillas que rodeaban la mesa del comedor, colocado al revés de lo habitual, con los brazos apoyados en el respaldo. Si el camino hasta su templo había sido un infierno, con DeathMask silencioso como un cadáver y el león hosco hasta extremos que rozaban lo agresivo, la situación actual amenazaba con estallar de un momento a otro, y ninguno de los presentes ignoraba tal hecho. Afrodita ya no podía hacer más por distender el ambiente, así que le tocaba a uno de los dos romper la tensión.

—Huele bien...

Trataba, pero el tono de la voz de Aioria aún sonaba demasiado espeso como para resultar natural, así que carraspeó un par de veces y volvió a intentarlo.

—Quizás la noche no esté perdida del todo. —Se incorporó, tomando una taza con ambas manos para calentarlas, y volvió a su sitio, de nuevo en silencio mientras bebía el oscuro líquido en pequeños sorbos.

— ¿Qué entiendes por una noche no perdida? —inquirió el italiano, en tono áspero.

Afrodita se giró hacia él para dirigirle una mirada de indignación, pero DeathMask no se arredraba ante las inigualables expresiones de autoridad del pisceriano, que era capaz de dejar a cualquiera tiritando con un simple gesto altivo de su barbilla puntiaguda. A

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cualquiera menos al pétreo guardián de la casa de Cáncer; máxime cuando estaba confuso y, no podía seguir negándolo, herido.

Muy herido.

Pero herido o no, sus palabras continuaban clavándose en el león, dolorosamente certeras; el griego apuró aún más la taza antes de responder, a fin de mostrar una sonrisa cínica que resultase totalmente convincente ante cualquiera.

—Ésta, por ejemplo, me ha ayudado a darme cuenta de que últimamente sólo elijo a gilipollas para follar con ellos.

—Es lógico, no puedes aspirar a más de lo que tú puedes ofrecer. —repuso con calma el italiano.

Pasar al terreno de las bravuconadas y las provocaciones era tentador. Los exabruptos de Aioria no le hacían daño, eran los conatos de rebeldía de un chiquillo y DeathMask se sentía capaz de encararlos con entereza. Era mucho más sencillo aguantar sus rabietas que sus emociones auténticas, y para el italiano era sencillo provocarle.

—Al menos... —El león volvió a moverse para dejar la taza encima de la mesa— yo soy capaz de ofrecer algo.

Porque por todos los dioses del Olimpo a los que no veneraba, que estaba hartándose de no recibir de aquel hombre más que pullas y desprecios. Quizás no supiese la razón por la que trataba de conseguir algo más de él pero comenzaba a sentirse incapaz de obtenerlo. Se volvió hacia su anfitrión.

—Dita... espero que no te moleste que te llame así —. Sonrió con sinceridad, al igual que hacía todo en su vida; con maldita y transparente sinceridad— Te agradezco el café, pero realmente no soy buena compañía esta noche. Mejor me retiro, ya me invitarás en otra ocasión.

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El sueco se levantó para acompañar a Aioria hasta la puerta, dándose por vencido; la situación era insostenible, y él ya no tenía más recursos para mantenerla en equilibrio. Despediría al león, hablaría con el italiano hasta hacerle vomitar las tripas si ello era necesario para obligarle a encarar lo que se negaba a aceptar, y ya intentaría suavizar asperezas en ocasión más propicia.

Pero DeathMask no estaba dispuesto a aceptar sin más la salida triunfal de Aioria. El león, de nuevo, lo había sorprendido con la guardia baja, y sus palabras, certeras hasta la agonía, lo habían roto por dentro hasta tal punto que la Máscara de Muerte comenzó a aflorar entre las grietas, haciendo de él su presa; en aquel estado el italiano era muy peligroso, y si bien se había jurado a sí mismo no volver a permitirse llegar hasta aquel extremo, en ese momento no encontraba otra defensa tras la que parapetarse. Avanzó hacia el león sin decir una palabra, con la muerte pintada en sus pupilas rojizas y el cosmos reverberando a su alrededor con un resplandor encarnado totalmente antinatural, ajeno por completo a los emblemas de la Orden; su rostro era el de una persona totalmente diferente, más similar a un demonio que a un ser humano, y su aura no se parecía en nada a la de un Caballero.

Como a cámara lenta, Afrodita giró en redondo hacia él, con la alarma más absoluta haciendo presa en sus ojos, y sin vacilación de ningún tipo convocó una rosa cargada de veneno y se la clavó directamente en el corazón. El italiano ni siquiera hizo ademán de esquivarla, de hecho sus ojos reflejaron algo parecido al puro agradecimiento antes de derrumbarse en brazos de su amigo.

— ¡Death!

Por primera vez el griego sintió una gran angustia al llamarle por su apodo, era como invitar a la muerte a hacer presa de cualquiera de ellos; no, lo que resonaba con violencia en la mente de Aioria era la posibilidad de que la estuviese llamando para que se llevase al italiano con él. Pero no era el momento de pensar en catástrofes sino de reaccionar para evitarlas. Y eso fue lo que hizo, no dudaba de la fuerza de Piscis pero sí de su propia paciencia. Así que, antes de caer agónico por la preocupación, hizo a un lado a Afrodita y cargando en los brazos al Cangrejo lo llevó hasta el sofá donde intentó arrancarle la rosa del corazón con escaso éxito. 56


— ¿Cómo le quito esto? —Sus manos se movían alrededor de la mortífera flor sin atreverse a retirarla por el miedo a empeorar la situación. — Mueve tu maldito culo hasta aquí y sácasela.

No levantó la voz, no era necesario. La amenaza latente en sus palabras dejaba muy a las claras que no entendía la situación pero que si Afrodita no hacía algo pronto para enmendarla, se iba a poner aún peor.

—Aguarda.

El sueco desechó las palabras intimidatorias de Aioria como si no las hubiera escuchado. Todos sus sentidos estaban puestos en el italiano, tanto en los latidos de su corazón, que percibía a través de la rosa conectada a él, como en su cosmos, aún inflamado. No se atrevía a moverse ni a respirar, descontando cada pulso de la breve lista de minutos que al italiano le quedaban de vida mientras la rosa siguiera envenenándole; si su aura no conseguía liberarse de la Máscara de Muerte, Afrodita simplemente le dejaría morir, y que luego Aioria hiciera lo que quisiera con él. Había hecho una promesa y la mantendría a costa de lo que fuera, incluso de su propia vida o de la vida de su único amigo.

— ¡Afrodita…! –El león, cada vez más ansioso, se negaba a creer que Piscis fuese a dejarle morir sin más.

Y Atenea, al parecer, decidió mostrarse benévola.

El cosmos de DeathMask se apaciguó lentamente, volvió a reverberar con la familiar energía fúnebre del albino, y se apagó poco a poco hasta quedar completamente en calma. Afrodita respiró por fin, y con un solo roce de sus dedos, la rosa se desintegró en una miríada de partículas que se esparcieron por la habitación antes de desaparecer envueltas en un sofocante olor floral.

—Es imposible que no lo hayas percibido —le dijo al griego, en tono deliberadamente frío— Iba a matarte. 57


—No es la primera vez que lo intenta.

Llevaban años peleando el uno contra el otro, y la mayoría de las veces Máscara había usado artimañas y tretas nada caballerosas; el que intentase matarlo por la espalda no era algo nuevo. Aunque sí el dolor que eso le producía. Aprovechando que el italiano parecía dormitar por culpa del veneno o simplemente no querer abrir los ojos, llevó una mano a su frente, liberándola del cabello que caía por ella metiéndosele entre las pestañas.

—Puede que hayas hecho mal deteniéndole... —Observó su rostro más pálido de lo normal, los labios faltos de vida, y deseó besarlo. Pero no lo haría ni aunque su vida dependiese de ello. En cambio se puso en pie alejándose de Cáncer y encarando a Piscis. —... porque ahora no tienes más remedio que explicarme lo que le pasaba.

—Es difícil —repuso Afrodita— Se trata de algo relacionado con su Casa, regida por un signo lunar y por tanto eminentemente femenina; la armadura de Cáncer lleva máscara por decreto divino, y si es un hombre el que la porta, esa pieza forma parte de él.

El sueco guardó silencio unos momentos, dudando sobre qué contar y qué callar. Consideraba que era el albino quien debía elegir qué quería compartir con Aioria y qué prefería ocultar, pero también era cierto que el griego tenía derecho a conocer al menos una parte de algo que, al fin y al cabo, acababa de vivir. Se sentó al lado del italiano y lo miró con expresión apenada; su rostro, incluso estando inconsciente, aparecía tenso, marcado por el dolor siempre presente que era absolutamente incapaz de exteriorizar.

—Casi todas las armaduras guardan algún secreto, pero somos lo suficientemente poderosos como para no dejarnos manejar por ellas —repuso Aioria.

El sueco lo miró de nuevo, incómodo ante aquel conato de prepotencia que implicaba un cierto desprecio hacia su amigo.

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—No siempre es tan fácil. —Explicó, despacio— La maestra de DeathMask lo manipuló toda su vida para que se pusiera la máscara; él se resistió muchos años, pero acabó por ceder a la presión. Se la puso y la máscara se fundió con él. En ciertos momentos, toma el control, y entonces él… deja de estar ahí. Deja de estar en ninguna parte. Es la máscara la que anima su cuerpo.

Afrodita se encogió de hombros. No eran conceptos sencillos de explicar, así que dejó que fuera Aioria el que le planteara las dudas que necesitara dilucidar hasta entenderlo.

El león giró el rostro hacia Máscara estudiando sus facciones con detenimiento. Sufría, y de nuevo le asaltó la misma sensación de incomodidad. Necesitaba centrarse, plantear las preguntas apropiadas para hacerse una idea más o menos clara de todo antes de tomar alguna decisión.

—La máscara aprovecha su ira para salir —No era ninguna pregunta sino algo que empezaba a intuir— ¿Desde cuándo no había salido?

Afrodita negó con la cabeza, porque el griego iba en la dirección correcta pero no del todo precisa.

—Ni siquiera lo recuerdo. En los últimos años del Santuario, antes de que los críos japoneses llegaran, ninguno de nosotros era él mismo, y él menos que nadie; casi siempre era la máscara la que estaba ahí. Esa fusión es el precio que un hombre paga por vestir una armadura prohibida para su género, y sólo Atenea sabe porqué su maestra se empeñó en entrenar a un chico. Pero no es la ira lo que la saca; no en su caso. Es el dolor.

— ¿Dolor?

Aioria miró los labios del italiano, tensos al igual que el resto de sus facciones. Si era el dolor lo que desencadenaba aquel monstruo que le había atacado, el que en el pasado hizo tantas barbaridades, crueles, déspotas, ¿qué era lo que le provocaba ahora? ¿Sus palabras? Imposible, no significaba lo suficiente para él como para que le afectasen hasta tal extremo. Pero cabía la posibilidad y debía cerciorarse de si esa era la causa. 59


— ¿Soy yo? ¿Es mi culpa?

—Por supuesto que no. Eres el desencadenante, pero no el culpable.

Afrodita dudó, sabiendo que estaba revelando al griego más información de la que debiera acerca de lo que verdaderamente había ocurrido aquella noche, pero intentar callar ahora era inútil, sabía que Aioria le sacaría las palabras aunque fuera bajo tortura, así que prosiguió

—DeathMask aparenta ser de piedra: frío, duro y fuerte. Sin embargo, hace años, antes de usar la máscara, perdió… perdió a una persona que era muy importante para él. Estuvo a punto de morir de pena. —miró severamente al griego, asegurándose de que no eludía sus palabras— Literalmente. Y la siguiente vez que vivió una situación igualmente dura, se puso la máscara. Para él es una especie de escapatoria cuando el dolor se le hace insoportable. Porque no sabe llorar. No puede hacerlo. En vez de eso, deja de ser él mismo y es la Máscara de Muerte la que toma el control; y mata. Destruye lo que le está haciendo más daño del que puede aguantar.

Al león, saber que en el pasado del italiano había habido alguien tan importante como Milo para él, le hizo sentir mucho menos seguro que hasta el momento. Una cosa era pensar que no podía esperar nada más de él que sexo porque era incapaz de sentirlo, y otra muy diferente comenzar a creer que no era suficiente con su persona para provocarle algo más que deseo. De pronto Aioria, egoístamente, quería que alguien muriese de pena por él.

—Él jamás me dejaría aliviar su pesar...

Poco a poco, con dificultad, se iba convenciendo de que muy posiblemente hubiese encontrado al compañero que tanto tiempo había esperado en la persona que dormitaba en aquel sofá. Si su presentimiento era cierto o no, era algo que tan solo se podría confirmar con el correr del tiempo.

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—Si debo alejarme de él dilo sin reparos, porque si no lo hago ahora me quedaré hasta meterle en esa maldita cabeza suya que no es curiosidad o lástima lo que me mueve a estar con él.

Afrodita levantó la cabeza bruscamente al escuchar al griego. Prudente, no quiso indagar más; sabía que si el león se sentía incómodo por haber hablado de más se cerraría en banda, y tal y como al parecer estaban las cosas, eso era lo último que debía ocurrir. Suspiró y colocó una mano sobre el pecho del albino, asegurándose de que su corazón iba recuperando poco a poco un ritmo normal a pesar del veneno, antes de responder a Aioria.

—Nadie puede aliviar esa pena más que él mismo. Él ha perdido… —el sueco vaciló, haciendo recuento antes de llegar a la desoladora conclusión — Todo. Poco a poco, lo ha ido perdiendo todo. Y cree que es por su causa. Es difícil de saber, pero es cierto que quien está cerca de él acaba destruido, de una forma u otra. Así que cuanto más miedo tenga de perderte, más se alejará de ti. Si tú le ayudas en la empresa… —se encogió de hombros ante lo evidente— Si tú le abandonas, estará a salvo del sufrimiento y de la máscara, al menos por un tiempo, pero…

Afrodita no concluyó la frase, era evidente cómo seguía. Y Aioria captó al momento el significado de sus palabras haciendo que la expresión de su rostro mudase a una de desconcierto y miedo.

— ¿Puedes dejarnos a solas? Estoy seguro de que si me ataca podré contenerle.

El sueco asintió, levantándose del sofá.

—Por ahora su cosmos ha conseguido dominar a la máscara. Se sentirá enfermo un tiempo por el efecto del veneno, pero se repondrá sin problemas. —Suspiró, sabiendo que aquello era una verdad a medias—Todo irá bien. Pero si no fuera así avísame; y si no llego a tiempo, mátale. Cuando él recupera la conciencia después de haberle cedido el lugar a la máscara, es… no quiero pensar que fueras tú el que estuviera muerto a sus pies.

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Y sin más se retiró a las habitaciones más interiores del templo, con el corazón encogido.

Una vez a solas, Aioria tomó una silla y acercándola a donde yacía el italiano, se sentó a su lado. Se sentía aturdido por toda la información recibida y debía procesarla mientras tuviese tiempo de meditar, antes de que despertase. Mientras reflexionaba sobre las palabras de Afrodita, llevó su mano a la frente de Cáncer para enredar los dedos en su cabello como si de esa forma pudiese ayudarle a recuperarse antes.

—Si me lo hubieses contado nada de esto habría pasado. —Negó con la cabeza riéndose de sus propias palabras— Yo tampoco lo hubiese hecho. —Dejó escapar el aire con fuerza y levantándose se quedó en cuclillas a su lado para hablarle en voz baja junto al oído. Lo que tenía que decirle no era necesario que lo oyese nadie más que él— No tienes que competir ni con Milo ni con nadie, me encuentro a gusto cuando estoy contigo así que no me hace falta ver a nadie más. Eso, por supuesto, no te obliga a que tú hagas lo mismo... pero no puedo negar que me gustaría. —Hizo una pausa, nada, ni un solo signo de que estuviese escuchando sus palabras. Aún así continuó. — Somos dos testarudos incontrolables pero no quiero ni puedo seguir así, siempre peleando. Si solo nos une el sexo está bien, si es algo más también. Pero no me mantengas a oscuras porque odio no saber hacia dónde me dirijo...

DeathMask se revolvió en el sofá; escuchaba una voz a lo lejos y percibía una luz, pero no conseguía alcanzarla. Extendió la mano y no fue capaz de moverse, un peso en el pecho le inmovilizaba, y lanzó un gemido ahogado de miedo, frustración y pérdida.

—Alessandro…—susurró —No te vayas… no… me dejes solo…

El león desvió la mirada a un lado, asfixiado de dolor. De todas las cosas que podría haber esperado que sucediesen, aquella era la última que pasó por su imaginación. Sin embargo, con aquel llamamiento lleno de angustia por parte del albino, el alma del griego se llenaba de dudas y frustración.

—Vamos, italiano....—Tomó la mano de Cáncer entre las suyas con firmeza— Déjale ir, yo estoy aquí... y te necesito. 62


Si MĂĄscara decidĂ­a rendirse para poder reunirse con su antiguo amante, Aioria no estaba muy seguro de poder soportarlo. Y tener aquella certeza era seguramente lo que mĂĄs miedo le provocaba.

"No es posible que me haya enamorado de ti..."

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