Primer Grito

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Primer grito

El Santuario dormía. La noche era tranquila y templada, llena de los sonidos apagados de los animales que pululaban alrededor de los templos, y con una inmensa luna en lo alto del cielo que iluminaba todo, haciendo relucir ligeramente las construcciones; el ambiente era perfecto para salir de los recintos sagrados a disfrutar del fresco, y el habitante de la Quinta Casa no se hizo de rogar. Aioria de Leo cruzó la puerta de su recinto, salió al peristilo y miró hacia abajo; enseguida deseó no haberlo hecho, porque se le amargó la noche al ver al habitante del Cuarto Recinto salir precipitadamente de su templo y sentarse en las escaleras; el griego estuvo a punto de volver adentro antes de ser visto, pero pensándolo mejor desvió la mirada y se limitó a ignorar al italiano, con el que

hasta el momento sólo había compartido peleas, dentro y fuera de la arena.

Añadiéndole como colofón el feliz reencuentro de días atrás.

DeathMask apoyó la espalda en una de las columnas con un gesto de cansancio, y una de sus manos voló por su cuenta al bolsillo de atrás de sus tejanos para atrapar la eterna cajetilla de tabaco; en unos segundos empezó a recuperar la calma calada tras calada. Fijó la vista en la luna durante un rato, hasta que un movimiento por el rabillo del ojo llamó su atención: una silueta se desplazaba en la puerta del templo vecino. Aioria... fantástico. Lo que faltaba para acabar de arreglar una noche estupenda: el perfecto, el luminoso, el bueno del León. DeathMask se llevó una mano a la frente; era demasiado tarde para escabullirse, sin duda el griego ya lo había visto. El albino no se sentía con fuerzas para otra confrontación, no aquella noche, al menos, y eso era lo que solían ser los encuentros entre ambos: el choque entre el aura espléndida y brillante de Aioria y la suya propia, su cosmos lleno de oscuridad. Lleno de muerte. Y después del choque del día de la recepción, DeathMask tenía más motivos que nunca para temer un encontronazo con el griego. Así pues aguardó con paciencia, dejando que fuera el otro el que decidiera cómo resolver el dilema; y pasaron varios minutos antes de que Aioria siquiera voltease la cabeza para mirar hacia la Casa de Cáncer, pero cuando por fin se decidió a hacerlo allí seguía su morador, incluso en la misma postura, aunque ya 1


fumando, para variar; el griego nunca se había preguntado qué era lo que hacía allí afuera durante tanto tiempo, tan solo una noche al mes. Realmente no le interesaban sus razones, nunca sintió mayor curiosidad por aquel hombre que no le inspiraba más que desconfianza desde el día en que se conocieron. Aún así, una vez más, su mirada se centró en la postura del italiano. Hacía pocos días de su confrontación en el salón patriarcal a la cual el león no hubiese dado importancia en el pasado, aunque en realidad, antes, no habrían salido palabras tan crueles de su boca. En cierta forma se sentía culpable. No demasiado, pero sí lo suficiente como para ponerse en pie y desaparecer tras la puerta de su propio templo, del cual no salió hasta un rato después, portando algo en la mano. Sin pararse a pensar en lo que podría terminar todo aquello, recorrió la distancia que les separaba, parándose justo ante él.

— La noche merece una copa, además de un cigarrillo.

Perdido en sus pensamientos, DeathMask apenas había oído llegar al león; cuando las puntas de unos pies entraron en su campo visual, levantó la mirada, totalmente fuera de juego, y miró la copa que Aioria le tendía; extendió una mano para aceptarla, y le molestó detectar que temblaba casi imperceptiblemente

—Gracias. Estoy de acuerdo, la noche la merece —contestó, con cierta ironía dedicada hacia sí mismo

— ¿Uhm? —Aioria levantó una ceja, cada vez más curioso.

Había esperado que rehusase la invitación con algún sarcasmo o directamente insultándole, pero algo parecía ocurrirle. Aunque a decir verdad, no le importaba demasiado; ni siquiera sabía por qué había ido hasta allí, el sentimiento de culpa no era suficiente para hacer que se plantase delante de Cáncer y ofrecerle una copa. No, sí que lo sabía, tuvo que reconocerse: no soportaba estar solo en un templo tan enorme; mucho mejor peleando que contando los ladrillos que formaban las paredes de Leo.

A los ojos del italiano, la curiosidad de Aioria era tan evidente como si llevara un cartel que dijera "NO mató al gato"; tenía que reconocer que la suya era pareja, aunque su rostro no fuese tan expresivo. El día de la recepción, el griego se había mostrado 2


inusualmente esquivo ante la mención de su hermano, y su crueldad más tarde había sido algo sin precedentes; algo le había hecho cambiar. El albino dio un sorbo a la copa; era fuerte. Justo lo que necesitaba. Dio una calada y miró a Aioria desde detrás del humo.

— ¿Tú fumas? —Hizo ademán de ofrecerle la cajetilla— Es poco habitual verte por aquí abajo, Aioria; dime, ¿qué te ha traído a las puertas del infierno?

— ¿Quién sabe? —aceptó el cigarrillo sin pensarlo y dejó que se lo encendiera— Quizás solo busco pelea... —no pudo terminar la frase porque se le atragantó el humo, haciéndole preguntarse para qué demonios fumaba si siempre le sentaba igual de mal; miró concentrado el pitillo entre sus manos y sin pedir permiso se sentó en los escalones junto al albino— Esto es una asquerosidad —lo provocó, cuando recuperó el aliento.

DeathMask miró al León, divertido por su nula tolerancia al tabaco, y se sorprendió de que se sentara a su lado. Suspiró ante su intento de buscar gresca.

— ¿Una asquerosidad? ¿El qué, la vida? Estoy de acuerdo. Así que si de verdad has bajado buscando pelea, Aioria, mejor vuelve mañana; entonces nos podemos matar a palos si quieres, pero esta noche no me apetece devolver los golpes.

"Esta noche, probablemente me dejaría matar; y lo haría encantado"

—Así no eres divertido... —rezongó el griego, echándose un poco hacia atrás y apoyando la palma de la mano en el escalón .Desde aquella posición no podía ver la cara del italiano, pero sí observarle detenidamente. La luz de la luna caía sobre su perfil y creaba un juego de sombras que definía su mejilla; y vio algo en él que nunca antes había percibido, sólo tal vez intuido en su último encuentro en el salón patriarcal: hartazgo, tristeza. Aioria sintió la necesidad de decir algo, y comentó lo primero que se le pasó por la cabeza:

—Me voy a la laguna... —igual que se había sentado se puso en pie; la invitación estaba hecha, y el italiano tan solo debía seguirle o ignorarle. El león tomó la botella de nuevo y le dio la espalda— Trae tú las copas. 3


La actitud suficiente de Aioria irritó a DeathMask. ¿Divertido? No todo en la vida era un juego, pero no podía esperar que el León entendiera los entresijos de la Casa de Cáncer, aunque, se dijo, probablemente fuera mejor así; el que hubiera personas demasiado sencillas o demasiado alegres como para no comprender todo lo que el albino llevaba consigo sin duda hacía del mundo un lugar mejor. Sin darle más vueltas, se incorporó y recogió las copas, disponiéndose a seguir al griego; instintivamente se refugió detrás de su máscara habitual, la del matón insolente que todo el mundo reconocía como su personalidad auténtica.

—Te acompaño. No me fío de ti, podrías perderte por el bosque, caperucita. Además, no puedo dejar de seguirte si te dedicas a menear tu augusto culo delante de mí... no tienes vergüenza, León Estelar.

—Ten cuidado cangrejo... Muchos son los que se han enamorado de mi culo y han terminado con el suyo perforado —rió Aioria. Y tras hacerlo se quedó pensativo pues últimamente no le ocurría a menudo. Aún así, continuó mostrándose deslenguado, una faceta que se guardaba normalmente de ocultar en la zona del Santuario, pero esa noche no le apetecía molestarse en hacerlo; al fin y al cabo, el hombre que iba a su lado no era precisamente un dechado de virtudes.

"Joder, seguramente sea el único que no se escandalice aparte de Milo", pensó.

—No me das miedo, gato de larga cola —repuso el italiano, adivinando sus pensamientos— Soy hombre de pocos prejuicios, me da igual entrar que dejar entrar, ya sabes de lo que hablo... no tengo principios, y todo eso.

Los dos guerreros caminaron hombro con hombro por los estrechos pasillos que atravesaban el Santuario esquivando las Casas, formando una estampa inimaginable, aunque, ¿qué no lo era en esos tiempos? Aioria pensó que odiaba tener que recorrer tantas escaleras, pero ya no tenía fe en que finalmente pusieran un ascensor; sonrió para sí mismo al darse cuenta de las idioteces que pasaban por su cabeza, pero al fin y al cabo eso le ayudaba a evadirse de su vida, a sonreír sin mayor motivo que por el placer de hacerlo. DeathMask lo observó discretamente, y al ver cómo sonreía sin razón 4


aparente, perdido en sus propios pensamientos, pensó que quizá no había sido una buena idea ir con él aquella noche; su luz le hacía más consciente de su propia oscuridad. Pero no era el momento de dar marcha atrás; recular irritaría todavía más el botón de la curiosidad del felino, y entonces sí que lo tendría pegado a su nuca hasta descubrir qué pasaba. Y eso era lo único que le faltaba, se dijo, adoptar un gato entrometido.

— ¿Qué pasa, león? —Inquirió, socarrón— ¿Te has contado un chiste que no te sabías?

—En realidad me río de todos nosotros. —el rostro de Aioria se tornó serio por un instante, dándole una apariencia mucho más madura que hasta el momento, una expresión que normalmente el griego tenía reservada para los entrenamientos o las cuestiones relacionadas con el Santuario— Somos todos patéticos, escudándonos en el honor de ser un caballero mientras nos jodemos los unos a los otros —le miró de soslayo, de nuevo la sonrisa en sus labios— ¿Quién sabe qué nos lleva a hacerlo? En cualquier caso es divertido.

La expresión severa desapareció como por ensalmo; por un momento, un segundo tan breve que DeathMask dudó de haberlo visto, Aioria había parecido... adulto, y el albino reparó de repente en lo diferentes que eran todos como personas de lo que eran como soldados; por primera vez se planteó si la alegre despreocupación del griego no sería una máscara tan bien construida como la suya propia, algo que el león hubiera forjado mucho antes de su regreso con cualquiera que fuera la herida que tanto parecía haberlo cambiado. Pero antes de poder ahondar en aquella idea, Aioria habló, y sus palabras — de nuevo aquel término desafortunado, “divertido”— le hicieron detenerse; se apoyó en la pared, sintiéndose presa del más absoluto desánimo.

—Ahora hemos vuelto de la muerte y ni siquiera así creo que nada vaya a cambiar. ¿Patéticos? No, Somos un fraude. Un puto fraude. —cuando hubo escupido las palabras, de inmediato guardó silencio, deseando haber hablado de menos.

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—Un fraude... —Repitió Aioria en un susurro, como si masticase lentamente las palabras a fin de conseguir tragarlas después. —Oye, Death... ¿a ti te preguntaron si querías volver?

El griego apresuró el paso, ocultando a los ojos de DeathMask la contestación a su propia pregunta, que asomaba por los suyos: "de haberlo hecho no estoy seguro de cual habría sido mi respuesta". Esa noche estaba hablando de más y aún quedaban muchas horas antes del alba; si continuaba así podía resultar muy peligroso. No lo pensó dos veces, salió corriendo al exterior y se paró pocos metros más adelante agitando la botella sobre su cabeza, gritando para hacerse escuchar.

— ¡Si no te das prisa me la beberé yo solo...!

Ya estaban muy cerca del lago y por allí no había nadie, así que se quitó la camiseta de entrenamiento que usaba para pasar las noches y la dejó caer al suelo, ignorando al italiano, que lo miraba intrigado tanto por su aparente dificultad para digerir la palabra “fraude” como por su pregunta; su reacción -de nuevo refugiándose detrás de su actitud de adolescente- le dio la respuesta que el León tenía para dicha cuestión. Habiendo averiguado lo que quería saber, y con un resultado sorprendente, el albino corrió detrás del griego y recogió su camiseta, lanzándosela a la cabeza.

—Ni se te ocurra acabarte esa botella. ¿No te enseñaron que la buena gente comparte, gato?

El León se agachó justo a tiempo de esquivar la camiseta, y aun en cuclillas le sacó la lengua a DeathMask, mostrándose total, completa y falsamente despreocupado.

— ¿Y quién dice que soy buena gente? —Se abrió el cinturón y dejó caer los pantalones haciéndolos a un lado con la pierna.

DeathMask se detuvo un momento para admirar la perfecta anatomía de atleta que el griego exhibía con tanto descaro, y meneó la cabeza con cierto desaliento al retomar la desagradable cuestión que el león había planteado.

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—Si me hubieran dado a elegir, ¿crees que hubiera vuelto? Ni tú, con toda tu luz, puedes ser tan ingenuo, Aioria...

La respuesta de Cáncer le descuadró por completo

— ¿Me crees un ingenuo...? Pues la verdad es que no tengo ni puta idea de lo que hubieses contestado; ya volviste una vez, nadie sabe si querrías repetir experiencia.

—En efecto —DeathMask escupió las palabras con más violencia de la que creía sentir al respecto—, nadie lo sabe. No tienes ni puta idea de lo que hubiera contestado, ni tú ni nadie, porque ninguno de vosotros se ha acercado a tres metros de mí en todos los años que he pasado en esta cárcel. A mí, porque era... oscuro. A Afrodita, porque era... extraño. A Aldebarán, porque era feo. A Camus porque era frío. A Shura porque era estricto. A Shaka porque era demasiado espiritual, y a Milo porque era demasiado mundano. Mü se largó directamente, de Saga y Aiolos ni siquiera podemos hablar porque apenas pudimos conocerles bien, y bueno, tú mismo me das la razón. ¿Cómo es posible que no sepamos qué hubiera respondido cada uno de nosotros a semejante pregunta? —aturdido por su propia reacción, el italiano guardó silencio, jadeando por el esfuerzo de sacar tanta rabia, obligándose a barrer el recuerdo de los días que había pasado enfermo tras la muerte de Alessandro sin que nadie se hubiera enterado, el estigma de lo que pasaba en la Cuarta Casa cada luna llena sin que a nadie le interesara lo más mínimo, de... Suspiró. En el fondo sabía que su ira no era justa, porque él tampoco sabía nada de sus compañeros. Nada en absoluto, salvo escasas excepciones.

Aioria bajó las manos de forma inconsciente, dejándolas pegadas a ambos lados del cuerpo; las palabras del cangrejo eran demasiado certeras, afiladas como flechas. Se había estado esforzando mucho por no pensar en todo aquello y ahora tenía que escucharlo en boca de una persona que como mínimo le desarmaba. Se sintió roto por dentro, y cuando el albino pasó de largo al mencionar a su hermano, todo se comprimió un poco más en torno a él, ahogándole.

"Cállate... cállate..."

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Cerró los ojos con fuerza como si sirviese para quedarse sordo, pero no lo conseguía; las acusaciones, los reproches, continuaban perforándole los oídos sin darle un segundo de tregua. ¿Acaso todos los santos estaban condenados a ser unos infelices desde el día que aspiraron oxígeno por primera vez? Cuando al fin quedó todo en silencio, se atrevió a mirar a DeathMask, y levantando la botella le dio un largo trago.

—A tu salud... a la salud de todos los hijos de puta que luchan por la diosa.

Cuando terminó lo único que hizo fue lanzarle la botella sin preocuparse por si la cogía o no, dio media vuelta y se zambulló en el agua buscando poder refrescar sus ideas de esa forma. DeathMask contempló el amargo brindis del griego sin hacer un gesto, y no esquivó la botella; sólo ladeó el rostro cuando le golpeó en un costado de la frente y dejó resbalar la sangre, inmóvil, mientras el león entraba al agua; encendió un cigarrillo y le dio un par de caladas antes de apagarlo en el charco de brandy que se había formado a sus pies, quitarse la ropa y seguir a Aioria hasta la laguna. El león era demasiado limpio, demasiado transparente como para fingir u ocultar lo que sentía; su dolor era patente, y DeathMask sintió vergüenza por haber vertido sus propias frustraciones sobre él. Se reprochó su propia torpeza al mencionar a su hermano; había pasado de largo sobre su nombre para no meter el dedo en la llaga, pero había conseguido justamente lo contrario. Le frustraba no ser capaz de impedirse seguir dañando y destruyendo todo a su paso, rompiendo los pactos recientemente establecidos consigo mismo.

El León buceó todo lo que sus pulmones se lo permitieron sin seguir un rumbo fijo; no podía ver nada en la oscuridad de la noche, así que tan sólo se dejo llevar por su instinto. Se mantuvo bajo el agua un tiempo inquietantemente largo. DeathMask podía percibir débilmente su aura, cargada de los tonos violáceos de la confusión; siendo albino, sus ojos no funcionaban como debieran, y normalmente percibía lo que le rodeaba más por la energía que emitía que por la vista; de esa manera estaba constantemente leyendo los cosmos y reconociendo los mensajes que transmitían, lo que le había ganado fama de intuitivo. Por eso sabía que el León se tomaba su tiempo para recuperarse, y que cuando estuviera preparado, emergería; en efecto, cuando comenzó a sentir que le quemaban las entrañas, Aioria no tuvo más remedio que salir a coger aire, dándose cuenta de que había llegado a la otra orilla sin proponérselo. Le dio 8


exactamente igual, al menos había conseguido su propósito, su mente estaba ya más despejada y tranquila. Se acercó hasta unos salientes y cruzando los brazos sobre una roca lisa apoyó la barbilla en ellos, en silencio, dejándose llevar por el ruido de la noche entremezclado con el ir y venir del agua. DeathMask nadó despacio hasta él. La sangre ya apenas manaba de su frente, y le habló con suavidad.

—Parece que no soy el único que hubiera dudado si regresar o no, de haberle dado a elegir... Dime, ¿viste a algún ser querido mientras estuviste muerto?

Aioria ladeó la cabeza apoyando la mejilla en el antebrazo, con los ojos empañados de tristeza. El que Máscara le hablase con aquel tono le hacía más daño que de haberle increpado haciendo uso de su ventaja emocional momentánea. Le hizo sentir más culpable aún por lo sucedido el día de su vuelta.

—A Aiolos... aunque no fue como esperaba. —sonrió de medio lado; habían sido tan solo unos minutos, quizás unos segundos, pero el último ataque de los dorados le dio la oportunidad de reencontrarse con su hermano— Me sentí furioso con él, le odié por haberse dejado matar, como cuando era un niño y me acusaban de traidor por ser su hermano. —Suspiró sin entender muy bien por qué le contaba todo aquello precisamente a DeathMask cuando siempre pensó que no se lo confesaría a nadie— Fue muy extraño, siempre pensé que me sentiría emocionado o que correría a sus brazos, pero una vez más se interpuso el deber. –El deber y algunos otros detalles más morbosos que no estaba dispuesto a revelarle.

DeathMask escuchó atento lo que Aioria le contaba, leyendo la pena en sus ojos y en su aura. Pena, y algo más acre que de momento no pudo identificar, porque el rencor le pareció un sentimiento demasiado ajeno al león como para ser real. La voz del italiano sonó ronca cuando habló.

—Se nos exige tanto como soldados que se nos prohíbe ser humanos. Probablemente este no sea un ejército de hijos de puta sino de víctimas. El deber siempre está ahí, convirtiéndonos en cadáveres andantes que pelean por un dios. Por eso no se nos preguntó si queríamos volver a la vida; porque ninguno de nosotros ha estado vivo nunca. 9


— ¿En serio piensas eso? —de nuevo un toque de curiosidad en su voz, cambiando de un momento a otro su estado de ánimo, aunque las emociones fueran siempre igualmente profundas — Es triste que alguien piense que nunca ha estado vivo... que crea ser una víctima... —adelantó la mano hacia el italiano, al fin se había dado cuenta de la pequeña brecha que le había hecho con la botella y la dibujó con un dedo sin importarle si le escocía o no —Jamás he dejado que los dioses dicten mi destino, tan sólo ella juega con mi vida... e incluso eso sucede por decisión propia, desde el momento en que le juré lealtad.

El albino atrapó la mano de Aioria y la apartó; no le escocía su tacto, pero sí sus palabras y la superioridad que parecían transmitir.

— ¿Cómo te atreves a decir eso? ¿Acaso no jugaron los dioses con tu destino cuando te quitaron a tu hermano? —las palabras salieron de su boca disparadas, teñidas de amargura— ¿De qué nos sirve el orgullo cuando a alguien a quien amamos se le va la vida delante de nosotros y no podemos hacer nada? Somos marionetas y nada más que eso.

—Aún así podemos elegir... seguirles en la muerte o continuar viviendo en soledad. — Respondió, bajando la mirada, recordando las palabras que Virgo dedicó al amor que incluso DeathMask podía ofrecer. Aquella conversación estaba abriendo viejas heridas que creía cerradas hacía tiempo, aunque no se dejaría vencer por ellas así el León tuviera que sacar las garras y destrozar todo lo que tuviese por delante— En ese momento elegí vivir... pero en esta ocasión, mi respuesta habría sido otra.

—Habría sido otra, y sin embargo no lo fue. —Contraatacó el italiano— No te dieron a elegir, como acabas de reconocer, así que ese argumento no te sirve; tú mismo admites que ni siquiera tenemos esa posibilidad.

DeathMask se instó a sí mismo a callar, a contener aquella faceta suya que le llevaba a destruir todo lo que tenía cerca, ahora que Aioria aún estaba a salvo, ahora que aún tenía tiempo. Se recordó que el griego no era culpable de todo lo que anteriormente le había achacado, que el viejo odio ya no tenía lugar de ser. Pero en el fondo sabía que no 10


era así, que ya era demasiado tarde. Para callarse. Para todo. Elegir vivir o elegir morir... él no había tenido esa elección cuando la había necesitado; había elegido morir, y no se le había permitido. Y aquí estaba, desahogando su propia desesperación sobre la cabeza de quien menos culpa tenía, por más que conocer aquel hecho le dejara con una tremenda sensación de vacío.

—Vas a terminar deprimiéndome... —sonrió el León, sin apartar la vista del italiano. Si no hacía algo pronto terminaría destrozado por sus palabras, porque las sentía como propias. Estaba cansado, dolido y solo... y lo último que deseaba era que nadie le recordara lo jodidamente asquerosa que era su vida— Con lo bien que me hubiese venido ahora otro trago...

DeathMask observó las líneas oscuras que empezaban a agrietar el aura normalmente impecable de Aioria, incongruente con su sonrisa desolada, y realizó un esfuerzo por recuperar algo de cordura, entristecido por los cambios que estaba provocando en el León.

—No puedo arreglar lo del trago. Pero sólo dime que me calle, y lo haré.

—No... Yo... —Aioria se pasó la mano por el rostro y retiró los cabellos de éste en un solo gesto. Jamás pensó que si se ponía a hablar con DeathMask con algo más que insultos le haría sentir tan extraño— No me desagrada charlar contigo, es tan solo que provoca demasiadas cosas en mí que no sé como controlar... —le miró con la mayor sinceridad con que alguien miraría al cangrejo en toda su vida— Siento ponerte en el aprieto de tener que aguantarme.

DeathMask retrocedió instintivamente ante la mirada desnuda de Aioria; nadie lo miraba nunca de frente ni con tanta franqueza, y el italiano se sintió desarmado, no pudiendo por menos que devolverle la misma moneda.

—Aguantarte... no, esto no es ningún aprieto. Eres tú quien está soportando que te eche encima todas mis viejas heridas.

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—Dan ganas de cerrarlas una por una... —musitó el León, sin pensar; el miedo que vio en sus ojos, la desazón en su voz.... Sintió que sólo era un iluso incapaz de ver más allá de sus narices aún cuando lo tenía tan cerca: DeathMask no dejaba de ser un hombre como otro cualquiera, con sus defectos y debilidades —Déjame hacerte sentir vivo esta noche.

La actitud de Aioria cambió visceralmente, convirtiéndose en un cazador experimentado. Necesitaba sexo, fuerte, durante toda la noche a ser posible, hasta que las sombras desaparecieran y pudiera cobijarse bajo el sol; y el cangrejo le pillaba justo a mano. Así pues, entraron en terreno conocido; DeathMask también sabía perfectamente lo que era ahogar las palabras en jadeos, diluir las razones en locura, esconder los recuerdos en delirio. Sabía que era un error, pero para él también era más fácil compartir un rato de sexo que compartir un rato de confianza; no respondió a la sugerencia de Aioria porque le había tomado por sorpresa, pero comprendía lo ocurrido: la conversación estaba tocando en hueso, para ambos, y huir al sexo era la salida más fácil. Una salida de cobardes, pero una salida al fin y al cabo mucho más agradable que darse una paliza emocional. Así pues, Aioria no obtuvo respuesta de palabra o gesto que le indicase lo que el otro deseaba, pero tampoco le era necesario, porque llegados a ese punto sabía que ninguno de los dos iba a retroceder ni un milímetro. Llevó la mano de nuevo hacia él, pero esta vez no le regaló ninguna caricia sino que le agarró por la nuca obligándole a acercarse hasta quedar ambos cuerpos pegados; se habían acabado la ternura y las palabras llenas de culpa, aquello iba a ser un polvo como un demonio, y ambos lo iban a disfrutar al máximo. No se lo pensó dos veces, dio el último tirón y se apoderó de sus labios, presionando con la lengua entre ellos, quería invadirle, hacerle suyo. Olvidar. Se apoderó de DeathMask como si quisiera devorarlo, tratando de ganar terreno en su boca; el italiano lo bloqueó con la suya propia, tratando de recuperar el terreno perdido, y aferró sus cabellos para tirar hacia atrás y liberarse un momento.

— ¿Esto es lo que quieres? ¿Que huyamos juntos?— jadeó.

Y volvió al beso, mordiendo, agrediendo, dejando claro que también era la opción que él quería tomar, por más que aborreciera hacerlo. Aioria sonrió satisfecho, pero aquello no quedaría así: le devolvió el tirón de pelos, separándole de él y mirándole a los ojos con una seguridad que hasta el momento había estado ausente. 12


—Lo que quiero es que te calles de una puta vez. —respondió.

Y DeathMask le creyó. Porque a él también le gustaría poder callarse, pero tenía la desgracia de ver las cosas con claridad meridiana; al menos, últimamente. Asintió en dirección al León; por su parte, éste comenzaba a notar el cansancio en las piernas por tener que nadar con fuerza para mantenerse a flote, así que se separó del italiano y nadó hacia la orilla. Tan solo se volvió una vez para provocarle a seguirle; si no lo hacía se sentiría incomprensiblemente desilusionado. Después de todo lo que el cangrejo le había hecho padecer con sus palabras y acusaciones, le debía el consuelo que podía procurarle con su cuerpo.

— ¿Vas a echarte atrás ahora? —le provocó, sonriendo ladino, juguetón, provocador, inocente... Jugaba con él aunque algo le decía que no podía engañarlo, que veía más en él que el resto. Y no estaba muy seguro de si eso le gustaba u horrorizaba.

"No me quites la máscara... no tienes derecho... no eres nadie..."

Nadó alejándose de él y lo retó desde la orilla con una salida de adolescente que DeathMask ya había aprendido a identificar como un "quiero engañarte y quiero engañarme yo, de paso"; el albino buceó tras él, huyendo de la abominable luz lunar, y lo agarró para hacerle caer en la misma orilla.

—Yo nunca me echo atrás —le dijo, y su voz sonó ronca.

—Bien... —cayó de espaldas al suelo, no esperando que le agarrase con tanta fuerza, pero aquello sólo conseguía excitarlo. Al fin y al cabo ambos seguían en su línea, continuaban peleando, tan solo cambiaba el campo de batalla. Y el nuevo era uno que dominaba aún mejor que el otro. — Que no sea esta la primera vez.

Aioria consiguió cambiar sin demasiada dificultad las posiciones; no tenía problemas con que le penetraran, pero esa noche tenía demasiados demonios que exorcizar como para permanecer dócil y quieto cual gatito... esa noche era un león herido, con todo lo que aquello significaba, y se lo iba a demostrar a base de arrancarle verdaderos gemidos 13


de placer. Al girar, los dos contendientes quedaron cubiertos de arena y ansias de dominación; enfrentarse no era nuevo para ellos, aunque las armas elegidas sí. Toda la pena que se había mostrado antes en el aura del León tomaba forma de potencia en su cuerpo, y DeathMask asumió que la fuerza de Aioria era imparable una vez desatada; pero él mismo tenía sus propias heridas que desahogar, y sabía que no iba a jugar un papel manso. Rodó de costado y le miró con fiereza a sus espectaculares iris verdes, bajando su mano hasta atrapar sin más preámbulos la virilidad de Aioria, desafiándole a negarse, a resistirse.

—No tengo manías, pero ten en cuenta esto: lo que quieras tomar, tendrás que darlo luego también tú —le provocó con las palabras, con los ojos, con las manos.

Aquello era divertido; Aioria se relajó mucho más al escucharle hablar así, ninguno se llevaba a engaños, una pelea por el poder, por dominar al otro... solo para luego voltear los papeles al siguiente encuentro. Aunque nadie sabía si dicha situación volvería a repetirse, si sentirían la necesidad de buscarse. Aioria no lo creía posible pero para qué complicarse la vida pensando más allá de esa noche, de lo que ocurría en ese segundo. Estaba siendo desafiado con gestos y palabras, el cangrejo le provocaba con todo su ser y le haría callar de una forma u otra. Soltó el aire y sonrió con sinceridad por primera vez en toda la noche, mientras volteaba ofreciéndole su sexo desnudo al tiempo que él mismo ya lamía con la punta de la lengua el de Cáncer. A DeathMask casi le pareció ver físicamente el gesto de Aioria apartando a un lado los pensamientos molestos como si fueran un mueble mal colocado. Parecía relajado de repente, desprevenido, y el italiano contuvo una sonrisa maliciosa al ser consciente de aquella pequeña ventaja; pero de momento las circunstancias dictaban dejar de lado los temas serios y atender otros más urgentes. La lengua de Aioria acariciando su virilidad, por ejemplo, y su rápida respuesta imitando el gesto del león. Acarició con los labios, los dedos y la lengua, rozó muy levemente con los dientes y retomó las caricias meciendo a Aioria del placer al dolor, tratando de vencer el combate, de hacerle ser el primero en pedir algo más -o algo menos-, intentando ganarle terreno milímetro a milímetro.

El juego continuaba y ganaba fuerza poco a poco. Aioria tuvo que reconocer que la boca de DeathMask resultaba sublime y que sabía muy bien como usarla para complacer a un hombre. Su mente empezaba a aclararse dejando a un lado cualquier 14


tipo de pensamiento para dejar la hegemonía a su cuerpo; una vez llegados a este punto le bastaba actuar por instinto para que todo fuese sobre ruedas. Recorrió todo su sexo desde el prepucio a los testículos variando la presión que hacía sobre la piel, y por primera vez continuó su camino mas allá, enterrándose entre las nalgas con fuerza; deseaba poseerlo rápido, de forma salvaje, pero no por ello iba a privarse del propio placer al descubrir sus puntos débiles, aquellos que con tan solo tocarlos le erizasen la piel. No iba a privarse de la diversión en absoluto.

DeathMask lanzó una exclamación ahogada y bloqueó su mandíbula para no cerrar los dientes cuando Aioria irrumpió con fuerza en áreas más escondidas, sustituyendo la boca por los dedos mientras recuperaba el aliento.

—Me parece estupendo que quieras explorar, —jadeó— pero mide lo que arriesgas, ¡gato inconsciente!

Aioria parecía querer jugar, y DeathMask necesitaba cada vez con más premura dejar el terreno de lo lúdico y volver al enfrentamiento; el breve dolor que el León le había causado exigía más de lo mismo. Sabiéndolo con la guardia baja, el italiano lo azuzó sin previo aviso, con veneno en las palabras.

— ¿Te escondes de la vida detrás del sexo, y te escondes del sexo detrás de un juego?

"Atácame. Golpéame. ¿No querías acabar con mis malos recuerdos? Pues mátame."

Aioria escuchó la inesperada provocación del albino, y lo que le recorrió en milésimas de segundo desde el vientre subiéndole hasta la garganta fue angustia en estado puro. Sus ojos se cerraron de forma inconsciente y dejó escapar algo que quedaba a medio camino entre un suspiro y un gruñido. Al parecer se acababa la diversión; quizás fuese como decía Cáncer, era demasiado iluso a veces, y desde luego si continuaba relajándose a su lado terminaría más herido que en cualquiera de sus muchas batallas. Se incorporó a medias, quedando de cara a él pero no duró demasiado; le tomó de una muñeca y tiró con fuerza haciéndole voltear para dejarlo a gatas. DeathMask hizo ademán de protestar, pero Aioria le ignoró, y el italiano optó por dejarle terreno libre, apretando los dientes al intuir lo que vendría a continuación, aunque la absoluta 15


brutalidad del griego al abrirse paso le tomó por sorpresa: una sola embestida fue suficiente para penetrarlo; el albino sintió brotar la sangre y su cuerpo intentó zafarse, pero Aioria le bloqueó mordiéndole el cuello con brusquedad, como un verdadero león haría con su presa... por la parte más vulnerable. Sus dientes le arrancaron un jadeo de dolor y placer.

—Ya llegará tu turno de follarme, cangrejo... —el griego movió las caderas, marcando ritmo— pero por ahora te aguantas.

DeathMask cerró los ojos con fuerza y su mano buscó apoyo en la pared rocosa mientras se aferraba al dolor con toda su voluntad, reteniendo la sensación, la única que le recordaba que, al menos su cuerpo, seguía vivo.

—Hijo... de... puta...

Cedió al ritmo que definían las caderas de Aioria, aguantando su fuerza con una mezcla de paciencia, agonía y deleite, conteniendo la voz detrás de los dientes encajados, porque aquello era lo que en realidad quería, lo que había buscado durante toda la noche y lo que en el fondo esperaba que sucediera cuando siguió al griego camino hacia la laguna.

"Acaba conmigo. Necesito olvidar. Acalla el canto de las máscaras. Borra la cara de Alessandro. Mátame, Aioria"

—Death... —le susurró al oído, pero no con ternura ni suavidad sino con ironía— Sacas lo peor de mí...

En efecto. Lo había hecho siempre, y DeathMask era muy consciente de aquella capacidad suya; como el león le había dicho tras su regreso del Hades, sólo era capaz de generar muerte y oscuridad, y lo sabia bien, aunque a veces, como ahora, le dolía, porque Aioria, ahora lo sabía, no se merecía aquella experiencia y sin embargo él no podía ofrecerle nada más. Verbal o físicamente, el León siempre terminaba cayendo en las trampas del albino, y se rebajaba a sacar toda la oscuridad de su interior opacando la luz de su constelación; en el pasado el italiano se había deleitado en aquella 16


transformación, pero ahora que las cosas tanto habían cambiado y que ya no le quedaban motivos para alimentar el rencor que le unía al quinto custodio, le resultaba aborrecible. Y sin embargo repetía las viejas costumbres y seguían teniendo éxito. Aioria también lo sabía, y aún así caía una y otra vez en el mismo error, porque le aliviaba el alma. Con ningún otro podría estar comportándose como un auténtico cabronazo sin sentir el más mínimo atisbo de culpabilidad; todo eso llegaría más tarde, era inevitable, se le iría acumulando en el pecho hasta que ya no pudiese más y entonces le buscaría, se le metería de nuevo entre las piernas y le destrozaría en su propio campo.

"Soy un idiota", pensó el León.

Pero ni Aioria era ciego ni DeathMask el único que conocía el secreto del cosmos. Quizás su dominio fuese mucho menor, pero un dolor como el que exudaba el cangrejo era imposible de ignorar, y su instinto le jugó esta vez una mala pasada. Apoyándose en tan solo una mano llevó la otra por el brazo de su actual amante hasta encontrar su mano y cubrirla, terminando por enredar sus dedos con los de Cáncer, con fuerza, sirviéndole de apoyo en contraposición al dolor que le causaba con sus penetraciones. Luz y oscuridad, placer y dolor, se lo daría todo sin importar que alguno de los dos quedase roto en el camino. El gesto les tomó a ambos completamente por sorpresa, obligando al corazón del albino a descontar varios latidos antes de desbocarse.

— ¡No...! — exclamó involuntariamente, mientras algo parecido al terror se adueñaba de él.

"No me trates con ternura. No rompas mis defensas, ¡no me trates como si fuera humano, maldito seas!”

Un gemido ahogado se escapó de su garganta como única voz a sus pensamientos, mientras aceleraba el ritmo intentando arrastrar a Aioria hacia el final para tomar su turno y hacerle pagar aquel momento de vulnerabilidad. "Cobarde", pensó éste, fríamente; así que aquel era el punto vulnerable del asesino implacable: las emociones. Y sin embargo la fuerza con que se negaba a tal sensación contrastaba con el estremecimiento de todo su cuerpo, era como si pidiese más. Un animal hambriento al que se le ha negado el alimento durante demasiado tiempo. Le empujó levemente hacia 17


adelante evitando que lograse su objetivo haciendo que se corriese tan pronto, ni siquiera él podría aguantar el ritmo con que se movía. Como castigo, allí donde antes mordió con fuerza, besó ahora con suavidad. Una y otra vez, recorriéndole el cuello, deteniéndose ahora tras la oreja o en los hombros. Tiró de su mano impidiendo que soltase el agarre de sus dedos y le rodeó con el brazo la cintura; iba a darle tanta luz que quedaría ciego de por vida. DeathMask se maldijo en silencio; había mostrado con claridad su punto vulnerable, y el León parecía dispuesto a explotarlo a fondo. Sin embargo había algo en los movimientos de Aioria que le permitía resistir sin desmoronarse: su ternura no era real, sino todo lo contrario. Besaba, acariciaba y abrazaba con habilidad, pero sus gestos estaban marcados por la belicosidad, por el rencor, por el deseo de quebrarlo en pedazos, incluso por un desprecio sutil; DeathMask se aferró a aquel sentimiento enredado en cada acción que el griego iba llevando a cabo. Podía soportar el odio; la dulzura, nunca.

Pero para su desgracia, poco a poco el ambiente hizo de Aioria su presa; el león estaba sintiendo lo que tanto necesitaba, un poco de paz. El sexo siempre calmaba sus ansiedades, quizás por ello le resultaba tan adictivo como peligroso, y en esta ocasión lo era más que nunca. La presión en los riñones le avisó, pronto llegaría al clímax y esta vez no podría aplazarlo, así que salió de entre las piernas de DeathMask para sentarse en el suelo y obligarlo a que él hiciese lo mismo, pero esta vez de frente, quería encontrar sus ojos, averiguar si era capaz de sentir algo. Cuando se acomodó en su interior dejó que el propio cangrejo llevase el ritmo, que le llevase al punto álgido de la noche con sus caderas mientras él se dedicaba a masturbarle con la mano; a DeathMask no se le escapaba la intención de Aioria al variar la postura, pero no podía eludir su mirada intensamente verde. Se ubicó nuevamente encerrando en su cuerpo el sexo del griego, apartando el rostro para ocultar un gesto de dolor al incidir sobre las heridas recién abiertas, permitiendo que las manos habilidosas del León le arrastraran.

—A veces... aún soy capaz... —los jadeos del griego resultaban cada vez más intensos y largos, impidiéndole terminar las frases de una sola vez— de alegrarme por vivir...

— ¿...mientras los demás caen muertos a tu alrededor? —completó la frase DeathMask, en tono inexpresivo, con el rostro convertido en una máscara.

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Era cierto, pensó Aioria, muchos perdieron la vida mientras él continuaba en pie, pero otros tantos permanecían en el mundo gracias a su sacrificio, al de sus compañeros. Incluso al de DeathMask. Y recordar aquello de vez en cuando le hacía mucho bien. Quizás fuera por eso, por la paz que comenzaba a extenderse por sus músculos, que lo cobijó entre sus brazos apoyando la frente en su fuerte pecho y permitiéndose por primera vez en su encuentro aspirar y conocer verdaderamente el olor de la piel del cangrejo. En cambio, mientras el espíritu de Aioria iba serenándose, el italiano se iba quedando sin asideros a los que aferrarse. El León recuperaba su luz, y cuando lo abrazó y apoyó la frente contra su pecho, las manos de DeathMask respondieron por voluntad propia al abrazo, rodeando los hombros del griego, mientras su propia frente reposaba entre su pelo. La expresión de Aioria mostraba calma, reconcilio con la vida, y el italiano se supo vencido; marcó el ritmo lentamente, dejando caer la cabeza, reconociendo en cada movimiento su derrota, su fracaso, y se dejó llevar por las sensaciones puramente físicas, camuflando entre ellas los restos rotos de su espíritu. Al griego le temblaron las piernas y suspiró con fuerza, todo llegaba a su fin y con ello volverían la desesperación y el dolor. Abrazó a DeathMask más fuertemente aún al momento de derramarse dentro de él, tan fulminante como todo en su encuentro, deseando que aquello no acabara; pero la tensión cesó, y a cambio Aioria no le dejó ir, su calor le confortaba aunque ser consciente de eso le resultase terriblemente molesto. El león agradeció a los dioses que le hubiesen regalado su compañía esa noche, que no hubiese tenido que pasarla de nuevo solo. Quizás era aquello a lo único que le temía. Pero, ¿por qué él precisamente?

El albino continuó aguardando a ser liberado después de haberle sentido terminar con tanta serenidad como nunca hubiera creído posible en una situación como aquella. Pero eso no ocurrió; todo lo contrario, los brazos de Aioria lo ciñeron aún con más fuerza y DeathMask dejó de moverse, no queriendo terminar dentro de aquel abrazo, no queriendo desatar el infierno acostumbrado tan cerca del león. Tembló y simplemente se apoyó en el cuerpo del griego, con un ligero gemido de cansancio y de pena, maldiciendo el plenilunio.

—Tú aún no terminas...

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El griego elevó el rostro de forma que depositó un beso inacabado a lo largo de su cuello, metió la mano entre ambos y se dedicó en exclusiva a complacerle. Le costó trabajo, no entendía por que DeathMask se había enfriado de esa forma pero estaba dispuesto a hacer que se corriese, a devolverle un poco del calor recibido. El albino negó con la cabeza, pero sabía que era inútil; si Aioria quería que terminara, terminaría; la terquedad del león era legendaria. Si el destino se mostraba mínimamente benévolo, al menos sucedería lo más deprisa posible y el griego no llegaría a entender lo que había pasado, si es que llegaba a darse cuenta. Maldijo en silencio su propio cosmos enloquecido y se inclinó hacia el oído del León:

—Hazlo rápido...

Sexy; a los ojos de Aioria, aquella palabra describía perfectamente al italiano; aún no salía de su interior y la voz ronca con que le había hablado volvía a endurecerle. Sin embargo era consciente de que ya le había dañado suficiente. Deslizó la mano por su espalda hasta acariciarle la nuca mientras con la otra aumentaba el ritmo de las fricciones, controlaba cada gesto de su rostro disminuyendo el ritmo si se mordía el labio, aumentándolo si se relajaba.

—Haré que te sientas vivo... —las mismas palabras que pronunció antes de comenzar aquella locura, pero esta vez estaban cargadas de deseo por él, por hacerlas realidad.

—No... no sabes lo que... estás haciendo —jadeó DeathMask al darse cuenta de que Aioria regulaba su placer justo al contrario de como le había dicho, buscando prolongar la sensación más allá de lo soportable; y lo peor era que las caricias en su nuca y sus palabras, de repente, eran sinceras, dejándole completamente desarmado. A su merced. Totalmente indefenso. — No me hagas esto... —susurró.

—Shhh... Calla... —Pegó los labios a su cuello, susurrándole palabras que ni él mismo comprendía. Quería devolverle un poco de la paz recibida y para ello se movió dejándole a él sentado y se colocó encima, bajando lentamente, dejando que le penetrase tal y como él había hecho antes —Es tu turno....

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Por fin disponía de ambas manos libres, las cuales usó para tomar su rostro entre ellas impidiendo que desviase el rostro hacia otro lado cuando le besase, y DeathMask tuvo que cerrar los ojos para mantener a raya la intensidad inexplicable que se había apoderado del momento. Se sentía completamente en carne viva, desprotegido. Sus manos bajaron hasta las caderas perfectas del griego y sus dedos temblaron sobre la piel desnuda del León.

— ¿Qué quieres... qué quieres de mí...?

— ¿Tengo que querer algo? —Usó los pulgares para acariciarle la comisura de los labios. Aquel hombre comenzaba a intrigarle; en todos los años que pasaron peleando nunca logró hacerle callar o mudar la expresión del rostro a no ser por una de cólera. Y ahora se encontraba con que era tremendamente sencillo hacerle temblar por completo— Me conformo con el aquí y el ahora.

—Incluso eso es demasiado... —DeathMask atrapó los dedos de Aioria entre los dientes en un intento de defenderse del trato amable del griego. Sabía enfrentar un ataque; lo contrario no. Era terreno desconocido. Y sabía que el aquí y el ahora que Leo le pedía podía acabar rompiendo sus defensas, y rompiéndole a él mismo de paso; huyó de aquella posibilidad incitando a Aioria a moverse más deprisa, acortando el momento, escapando de él y su curiosidad— El aquí... el ahora... puede ser muy breve...

—...pero intenso... — el griego frunció el entrecejo al tener que moverse tan rápido, hacía mucho tiempo que no tenía a nadie dentro de él y le resultaba doloroso, pero no se quejó— Dime algo, ¿me temes?

Al tiempo que hablaba, el griego arqueó el cuerpo y llevó la cabeza hacia atrás, dejándole ver su anatomía perfecta con totalidad; si el cangrejo deseaba terminar con aquello, Aioria aún necesitaba mucho más para terminar de sanar. Aunque eso, estaba seguro que alguien como DeathMask jamás sería capaz de proporcionárselo. Y se sintió de nuevo solo. Y lo odió, porque le volvía débil, porque le hacía buscar los brazos de cualquiera para huir de aquel vacío.

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Al albino, el gesto de dolor de Aioria le había devuelto cierta confianza; volvía a pisar terreno familiar. El León se estiró como un felino para exhibir su cuerpo con total ausencia de pudor, arrancándole un jadeo de lujuria, y DeathMask se sintió desconcertado al leer algo en su aura, algo que empezó a tomar cuerpo de repente, probablemente sin que ni el propio Aioria se diera cuenta: una zona de su cosmos estaba hueca. El albino enarcó una ceja y encendió suavemente su aura, llenando el hueco con su propia energía; fue una reacción instintiva, y ni se paró a pensar que el león podía volarle la cabeza como respuesta.

Aioria sintió que algo cálido le envolvía lentamente, confortable; se sentía como cuando su hermano le arropaba entre sus brazos después de un duro día de entrenamientos y, exhausto, lo llevaba al templo que ambos habitaban. Pero no, ahora era distinto, igual de cálido, pero lo que le provocaba resultaba mucho más intenso, difícil de descifrar. Abrió los ojos encontrándose con los de DeathMask, y sólo entonces lo supo. Su primera reacción fue quedarse muy quieto, jadeante por el esfuerzo, pero casi de inmediato los rasgos de su rostro se endurecieron, la mandíbula tensa y la furia resplandeciendo en sus pupilas.

—No juegues conmigo —le cogió de las manos para que le liberase y se levantó sin importarle si se quedaba a medias o no, lo único que sentía era indignación y un deseo irrefrenable de alejarse de él.

Cuando Aioria se apartó, DeathMask exhaló un suspiro de alivio; se iba a quedar a medias, pero estaba a salvo. La reacción del León a la intrusión de su cosmos le sorprendió, porque antes del rechazo había habido calma, descanso, y... meneó la cabeza y se incorporó también, clavando sus iris rojizos de albino en las pupilas furiosas de Aioria.

—No juego contigo —repuso— Me has preguntado sí te temía, y la respuesta es que no. No tengo nada que temer; no más de lo que tú puedas temerme a mí. Ya te dije que esta noche darías lo mismo que exigieras recibir, León Estelar.

—Tú ni quieres ni necesitas mi calidez, no me des la tuya si no significa nada — mantenía los puños cerrados con tanta fuerza que se clavaba las uñas en las palmas de 22


las manos. Las caricias, los susurros, todo lo que él le había dado no buscaba más que el placer del cangrejo de una u otra forma. Pero si Death le libraba de sus demonios durante tan solo un instante para después dejar de nuevo abiertas las puertas a la desolación, no lo soportaría— ¿Quieres terminar esto pronto?

—Terminar pronto... no puedo permitir que suceda de otra manera.

"Y ojala no fuera así; pero es la única manera de preservar la vida; la tuya, al menos.".

No obstante, DeathMask miró los puños apretados del león y dudó. No podía ser; Aioria no podía realmente estar insinuando que esperaba algo de aquel encuentro más allá del propio momento. Se sintió furioso de repente y dio un paso hacia él, buscando el enfrentamiento abierto

— ¿Que no te dé mi calidez si no significa nada para mí? —Le espetó— ¿Cómo te atreves a decir semejante cosa cuando precisamente eso es lo que tú has estado haciendo toda la noche? No sabía que fueras un cínico, pero por lo visto ofreces una imagen de ti mismo bastante diferente a la realidad.

—Te lo dije antes... me dieron ganas de cerrar tus heridas. —Aioria sonrió ladeando la cabeza, ofreciendo la imagen del chiquillo que hacía años ya no era. Deseó ser capaz de comportarse en su vida diaria igual que en batalla; en ella no dudaba, era fuerte, seguro de sí mismo, y no tenía que preocuparse ni por sus sentimientos ni por los de nadie— Pero tienes razón, soy un completo cínico, aunque creo recordar que ya habíamos llegado a esa conclusión. —Dejó escapar el aire, recuperando paulatinamente el control sobre sus emociones; odiaba ser tan visceral, imprevisible incluso para sí mismo— El puto problema de todo esto no eres tú, soy yo que no sé ni lo que busco o deseo... ¿Cómo lo definiste antes? Ah, sí, un maldito fraude. —bromeaba y sonreía con todo su ser pero sólo sus ojos decían la verdad de lo que habitaba en su interior.

—No puedes cerrarlas abriéndolas más... —la voz del italiano fue más un murmullo para sí mismo que para Aioria.

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El león aparentaba estar confuso, a pesar de su sonrisa, y a DeathMask le apenó confirmar que incluso él usaba máscara; que necesitaba usarla. La expresión perdida de sus ojos le llevó a aferrarlo por el brazo, empujarlo contra la roca y besarlo con rudeza, con ferocidad y con algo parecido a la desesperación, porque él también se encontraba igualmente perdido, había extendido la mano buscando no sabía qué, y era Aioria lo que se le había puesto a su alcance, Aioria, derribando sus muros casi sin darse cuenta, llenando sus preguntas con las suyas, y haciéndole sentirse más a ciegas que nunca. La brusquedad con que le estrelló contra la roca hizo que ésta le raspara la piel haciéndole sangrar, pero Aioria ni se dio cuenta de ello; tan solo se limitó a responder a sus besos, a sus caricias. Si antes habían saltado chispas entre ellos, ahora corrían el peligro de arder. Abrió los labios para él, permitiéndole que le invadiese totalmente, no podía resistirse a las artes de aquel hombre, le arrastraba hacia no sabía dónde y ni siquiera le importaba.

—Espera... —se separó de él, jadeante, durante sólo un segundo tras el cual quedó acomodado de forma que DeathMask pudiese penetrarle de nuevo. Cerró los ojos al sentirlo en su interior, esta vez de puro placer, hundió el rostro en su cuello acariciándole con su respiración cada vez más acelerada y se le abrazó con fuerza. Sabía que tarde o temprano tendría que pagar el abandonarse a él de aquella forma pero en esos momentos era lo que sentía, le estaba dejando ver la necesidad que tenía de él, de su piel, de sus labios, de la calidez que antes negó querer— Death...

Aioria pronunció su nombre sin motivo alguno, y DeathMask entendió lo que quería decir y respondió a ello; entregó toda su atención a su compañero, entrando en él por cada brecha que encontró sin hacer distinciones entre cuerpo y cosmos, respondiendo a la inexplicable necesidad de él que el griego demandaba satisfacer, ofreciéndole a cambio la suya por él, igualmente incomprensible. Condenándole, y condenándose él mismo. La conexión estaba hecha y que la diosa les ayudase, porque si nadie lo evitaba se destrozarían el uno al otro de forma tan absoluta que ni siquiera podían imaginar las consecuencias. Aún así, Aioria se abandonó en sus brazos, la nariz enterrada en su cuello, posando besos tan suaves en él que parecían poco menos que roces involuntarios. Lo que el griego estaba sintiendo, lo que recibía de él, hacía tanto que lo esperaba que sus nervios amenazaban por desmoronarse completamente. ¿Por qué a esas alturas? Cuando pensaba que no merecía nada más de lo que tenía, cuando casi se 24


daba por vencido. Si los dioses querían jugar de nuevo con él no podría hacer nada por evitarlo, no esta vez.

—No te metas tan dentro de mí si no piensas quedarte... por favor...

Y con el miedo recorriéndole la piel disfrutó de los últimos gemidos de ambos antes de apoyarse agotado contra DeathMask, incapaz de separarse de su cuerpo sudoroso. El italiano le sostuvo, incrédulo ante lo que había escuchado mientras el griego terminaba, y se vio arrastrado por aquellas palabras; sintió que él también se precipitaba hacia el final y apretó los dientes, preparándose mientras su cosmos reaccionaba, encendiéndose al máximo y estallando en el momento en que él liberaba la tensión, lanzándolos a ambos al Hades. El viento revolvió el pelo de los dos y DeathMask protegió instintivamente el cuerpo de Aioria con sus brazos al observar unas manos saliendo de la pared para aferrarlo. Todo el cuerpo del griego sintió la ingravidez a la que fue sometido como si cayesen a un pozo muy profundo; la sensación tan solo duró un instante, pero aunque no fuera así habría quedado opacada por aquella otra. ¿DeathMask le estaba protegiendo? ¿De qué? ¿De quién? Rápidamente, la tensión terminó de liberarse y tanto el albino como su cosmos desatado se sosegaron, devolviendo a los amantes al mundo superior sanos y salvos.

"Una vez más..."

DeathMask se apoyó contra Aioria, agotado, y cerró los ojos, sin querer pensar en nada. Los sonidos tampoco salían de la garganta del León para pronunciar las palabras, demasiado había dicho ya y mucho se temía que con ello se condenaba a sí mismo. Como mínimo recibiría algún comentario hiriente, directo a su maltrecho orgullo. Y se lo merecía, por iluso, por bocazas. No tendría que haberse dejado llevar por el momento, ni siquiera le gustaba el cangrejo, aunque no podía negar que a sus ojos, estaba tremendo. Bien, al menos continuaría disfrutando de aquello mientras durase; demasiado, por cierto, ya que comenzaba a quedarse adormecido contra su pecho. No fue tanta la energía derrochada por sus cuerpos como mentalmente, pero igual se sentía agotado. Pensó en decir cualquier tontería, algo que le sirviese para negar su estúpida confesión, pero no lo hizo. En esos momentos debía mantenerse fuerte, maduro. Porque

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estaba por comenzar la batalla más dura de toda su vida y Aioria aún no era consciente de ello.

El italiano sintió que el cuerpo de Aioria se aflojaba contra el suyo y lo ayudó a recostarse en el suelo, sosteniéndolo y apoyándose en él a la vez, con el sueño haciendo estragos. No quería pensar, no quería hablar de nada, ni de las palabras de Aioria ni de lo sucedido en la breve caída al Hades. Sabía que ambos estaban desnudos el uno frente al otro, y no sólo de cuerpo; aquella certeza lo intimidaba.

—Me has vencido... —reconoció, medio dormido.

Aioria bostezó largamente y una vez estuvo en el suelo le arropó de nuevo entre sus brazos. No le pidió que saliese de entre sus piernas aún cuando el miembro del cangrejo ya le había abandonado. Levantó una mano para acariciarle el pelo con movimientos lentos y continuados, le besó en la frente lleno de paz. Seguramente podría disfrutar aquella situación poco tiempo más pero no le importaba, se sentía bien entre sus brazos y si el sexo era la única cura a sus temores... bien, pues tampoco iba a quejarse, cosas peores había conocido. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.

—A veces hablas demasiado.

—Mira quién lo dice...— respondió DeathMask, cerrando la boca de inmediato; no era el mejor momento para ironizar sobre ciertos temas.

Se dejó envolver por Aioria, por la calidez de su cuerpo y de su cosmos; una parte de él se sorprendió de que el León no se apartase de él una vez desahogada la necesidad, pero no quiso indagar. Las caricias de Aioria, y sobre todo el beso en su frente, entrecortaban su aliento.

— ¿Por qué haces eso...? —preguntó al fin, cuando amenazaba con deshacerse por completo.

— ¿Te molesta? —Podría contestarle que simplemente se callase y se dejase hacer, que lo hacía porque le apetecía y le daba la gana, que no tenía por qué darle 26


explicaciones. La única verdad era que se sentía bien, cansado, y que necesitaba dejar que su mente se recuperase un poco después de tanto trasiego emocional. Y bueno, acariciarle el pelo de aquella forma le tranquilizaba.

—Me sorprende. —DeathMask ni se planteó decirle que aquel encuentro le había descentrado el eje, que si antes se sentía inquieto ahora se encontraba completamente desorientado porque ni entendía las reacciones de Aioria ni las suyas propias. Si el León no se había dado cuenta de lo que había ocurrido al caer al Hades, y sobre todo si no se percataba de la desazón que provocaba en él, estaba a salvo.

Aioria sonrió divertido; algo inquietaba al cangrejo y, aunque no sabía muy bien qué era en concreto, tarde o temprano lo descubriría. Quizás repitiesen su encuentro más veces. Se sorprendió al darse cuenta de que deseaba que aquello ocurriese, que seguramente aquella fuera la razón por la que no se atrevía a soltarlo. Temía que una vez fuera de sus brazos, todo volviese a ser como antes, que se fuese sin mirar atrás y se llevase con él la pizca de tranquilidad que le había dado.

—Estoy pegajoso... —dijo, por decir algo. Llevó la mano entre ambos vientres, donde el semen estaba seco y le estiraba la piel, y ahogó un bostezo— Pero no tengo ganas de moverme.

Aioria no respondió a su pregunta implícita, y DeathMask no quiso indagar más, no fuera que el León decidiera hacer lo propio. Recordó sus palabras antes, "si no piensas quedarte", y se negó a pensar en ellas; no sabía cuál podía ser su respuesta, pero sobre todo, aunque odiara reconocerlo, temía que Aioria le dijera que había sido un comentario fortuito que había hecho llevado por el placer y la pasión, que aquellas palabras no eran verdaderas. Esa posibilidad le resultaba temible sin saber por qué. DeathMask rebulló, inquieto, y el propio León le dio la excusa perfecta para alejarse y poner algo de orden.

—Aguarda.

DeathMask se incorporó, con un gesto de dolor al protestar sus entrañas, y se acercó al agua, humedeciéndose las manos; su inseguridad recorrió la piel de Aioria como si 27


estuviesen conectados el uno al otro. El León comenzaba a creer que así era, aunque quizás tan solo era un deseo inconsciente de que resultase cierto; de cualquier forma, dejar de sentirlo contra él le produjo tal sensación de abandono que ni fue capaz de preguntarle qué pensaba hacer. Se giró hasta quedar de costado, la cabeza apoyada en una mano; de esa forma podía observar cada uno de sus movimientos. Nunca antes se había fijado en lo fluidos que eran sus gestos, estaban llenos de fuerza y agresividad pero no daba ninguno en vano. Seguramente todo en su vida era igual de calculado, ¿o simplemente resultaban actos inconscientes? Tantas preguntas que le nacían acerca de su persona y tan pocas posibilidades de encontrar respuestas algún día. Cuando se dio cuenta de que volvía hacia él se recostó de espaldas, expectante, sin imaginarse lo que a continuación ocurriría. DeathMask se acercó, llevando un poco de agua en el cuenco de las manos, que vertió sobre el torso del griego para después aclarar su vientre manchado. Aioria le dejó hacer cuanto quiso, las manos tras la cabeza como almohada, la mirada fija en sus manos recorriéndole el vientre. DeathMask hubiera necesitado un pañuelo, algo para acabar de aclararlo todo, pero la ropa de los dos estaba al otro lado de la laguna, y no le apetecía nadar hasta allí. Así pues, sin pensar en lo que hacía, se inclinó y terminó el trabajo con su propia boca. Una vez más, a Aioria le acometió aquella sensación de sensualidad que el cangrejo despedía, y cuando la lengua sustituyó sus manos no pudo reprimir un gemido ronco de puro gozo.

—Que cabrón eres... —desmintiendo sus palabras, su tono no era agresivo, al contrario, comenzaba a denotar un grado de complicidad que hasta el momento no se había dejado entrever sorprendiendo a DeathMask por la naturalidad con que aceptó un gesto que, ahora se daba cuenta, era profundamente íntimo, que había ofrecido sin pensar, y sobre el que no quería meditar más los motivos que le habían llevado a hacerlo. Sonrió ladinamente a las palabras del León.

—Sí. Y aún puedo serlo más —y cubrió la boca perfecta del griego con la suya manchada.

Aioria le recibió gustoso y no tardó en apretarlo contra su cuerpo, recuperando el calor que creía irremediablemente perdido.

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—No me cabe duda —pudo articular solamente, antes de que la pasión los silenciara a ambos.

Aioria le abrazaba como si nunca nadie le hubiera besado antes; DeathMask no pudo sino responder con las caricias que le hubiera dado a un chiquillo, aunque mucho más lascivas que eso, y de forma creciente. Así pues se entretuvieron en nuevos toques durante un buen rato; pero el León tenía atoradas las palabras en la garganta, sin atreverse a preguntar, sintiéndose como el cachorro que su hermano siempre le decía que era, y DeathMask no tardó en darse cuenta de que el griego tenía algo más que decir, así que liberó sus labios, dejándole espacio. Aioria le miró fijamente a los ojos; no había tardado demasiado en darse cuenta de que las preguntas directas incomodaban a Cáncer porque le hacían sentir indefenso, y que formulándolas se arriesgaba a recibir un golpe como única respuesta. Y no tenía por qué ser físico precisamente.

—La pregunta es si vas a enseñármelo o no.

Aioria finalmente había planteado una cuestión lateral, mirándole directamente pero sin acabar de ahondar en lo que verdaderamente quería saber, y algo indicó a DeathMask que no pasara al terreno de lo trascendente, que le diera al felino espacio para jugar en torno a las emociones más serias.

—Pienso enseñarte muchas cosas, gatito inexperto. —Sonrió— Bienvenido a mi mundo, el increíble universo de las perversiones.

Aioria suspiró, en parte aliviado, en parte decepcionado. Si lo miraba de forma positiva aquello le daba a entender que su encuentro no sería algo aislado y que podría volver a disfrutarlo; pero su ingenuidad no llegaba al punto de ignorar la reticencia del otro para hablar de cualquier cosa que le involucrase mínimamente con él más allá del sexo. Pensó que se lo merecía, él llevaba haciendo lo mismo con tantos amantes que ni cuenta llevaba; promiscuidad, libertad, dos palabras que nunca antes le parecieron más carentes de significado. ¿Pero por qué precisamente Cáncer era quien le obligaba a reflexionar sobre todo aquello? Un buen polvo no era suficiente para olvidar la animadversión existente entre ellos y aún así...

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—Creo que deberíamos volver. —Declaró de súbito, cortando el hilo de sus propios pensamientos— Mañana tengo que entrenar a un grupo de niños ruidosos y ya casi amanece.

La decepción del italiano ante el toque a retirada fue pareja a la que había exhibido Aioria ante sus bromas lascivas; así y todo, algo acaparaba su atención, algo que no acababa de poder creer, ¿decepción, el León? Aquello sólo podía significar que realmente había esperado algo más de aquel encuentro. Y DeathMask sabía que él mismo se hacía eco de aquella sensación. Era incomprensible. Tanto como el intento de fusión realizado por sus auras mientras sus cuerpos se unían también. Pero... estaba ahí. Giró para apoyarse sobre un codo y mirar al griego.

—Aioria...

— ¿Hm? —sonrió levemente al escuchar la forma en que pronunciaba su nombre: le imitó, girándose para verlo de frente, y aprovechó para quitarle algunos restos de hojas que se le habían enredado en el pelo. No quería ni pensar como se verían una vez se dejasen iluminar por la luz— Dime...

El italiano extendió la mano para atrapar la de Aioria, y sus dedos se entrelazaron con los de él como si tuvieran voluntad propia.

—No sé qué ha pasado, pero yo tampoco quiero que salgas de donde has entrado.

Todo el cuerpo del León reflejó de golpe la sorpresa que aquellas palabras le causaron. No podía creer lo que estaba escuchando, que fuese precisamente DeathMask quien diese el primer paso para confesar que allí, entre ellos, estaba ocurriendo algo que a ambos se les escapaba de las manos.

—Vaya... — por unos segundos, Aioria no supo que más decir o hacer; estaba desorientado, pero no por ello dejaba de ser consciente de la alegría que se expandía lentamente hasta ocuparlo todo en su interior— ¿Te vienes a mi templo? —Sonrió con timidez, algo inaudito en él— Queda más cerca que el tuyo.

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Al escuchar el “vaya” de Aioria, DeathMask convirtió su rostro en una máscara inexpresiva ante lo que interpretó como una evidente falta de entusiasmo del griego. Le dio tiempo a maldecirse, a insultarse, a iniciar un gesto de huida de aquel lugar desafortunado, y entonces el León le invitó a su templo y el albino respiró de nuevo.

—Sí. —aceptó antes de pararse a pensar.

Aioria sabía que seguramente hubiera sido mucho mejor hablar claramente, pero de su boca ya habían salido demasiadas confesiones por una sola noche. Se levantó a regañadientes sin soltar la mano del cangrejo en ningún momento, y una vez en pie le abrazó por la espalda apoyando la barbilla en su hombro.

—No sé qué acaba de pasar pero me gusta —le lamió el cuello allí donde las marcas de sus dientes ya eran visibles— Y como se te suba a la cabeza lo que acabo de decirte, te pateo el culo.

Cuando Aioria le abrazó desde atrás y le beso, DeathMask tembló ligeramente. “Me gusta”, había dicho.

"Por los dioses, León, a mí me aterra"

Pero se las ingenió para sonreír de medio lado, porque aunque sabía que el León no podía ver su cara, sí leería su expresión en su tono de voz.

—Hay cosas mejores que puedes hacer con mi culo, griego. Desde luego, tu inocencia no tiene límites; será un placer pervertirte.

Aioria dejó escapar una risa contagiosa, alegre.

—Realmente no sabes con quien estas hablando, podría crear un kamasura propio. — Cerró el abrazo al sentir su temblor, aunque en su inocencia recién negada pensó que lo provocaba el frío— Pero seguro que será muy divertido compartir conocimientos.

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— ¿Un kamasura? ¡Ni siquiera sabes cómo se dice! —DeathMask sonrió ante la carcajada desenfadada de Aioria, pero de repente se sintió consciente de su propia oscuridad frente a la luz cegadora del León, y quiso huir, alejarse de allí y refugiarse... ¿dónde? ¿En su Casa llena de máscaras mortales en noche de luna llena? Se tensó y se separó unos pasos de Aioria— Vayámonos. Deberías dormir algo o mañana harás el ridículo delante de los críos. Y yo estaré ahí para reírme de ti.

—Idiota... —Aioria frunció el ceño, picado, cuando el albino se burló de él, pero se dijo a sí mismo que ya se tomaría la revancha obligándole a suplicar perdón a punta de gemidos— Te tomo la palabra —sonrió satisfecho, dejando entrever un poco de malicia en la forma que sus labios se curvaron— Lo verás porque vas a ayudarme con su entrenamiento.

Les tocaba un último chapuzón de vuelta pero les vendría bien para despejar los sentidos y limpiar sus cuerpos. Aioria sonrió despreocupadamente y emprendió camino hacia la orilla sin darse cuenta de que dejaba atrás a una estatua sin vida; DeathMask se quedó clavado al suelo mientras miraba al León avanzar en dirección a la laguna, luchando por recuperar el aliento. Se obligó a poner un pie delante del otro y seguir al griego.

"Mañana. Mañana ya veré cómo escaquearme de ese entrenamiento. Ahora no lo pienses, DeathMask, o estallarás y harás el peor de los ridículos”.

Sin percatarse de la agitación del albino, Aioria probó la temperatura del líquido; nada más hundir el dedo en el agua se sintió despierto, estaba realmente fría y su cuerpo demasiado caliente en contraste. Así que hizo de tripas corazón y tras estirarse como un felino con las manos unidas sobre la cabeza, se zambulló perdiéndose en la poca oscuridad que aún cobijaba al lago.

Parado en la orilla, con la vista fija en donde el León se había sumergido, DeathMask pensaba que aquello iba a ser mucho más difícil de lo que al griego le parecía. El custodio de Cáncer era consciente de estar rodeado de fantasmas y de oscuridad, y por un momento pensó que no era justo involucrar a alguien como Aioria con sus historias macabras; pero en el mismo momento de concebir el pensamiento, supo que sería 32


egoísta y que seguiría adelante con lo que quiera que fuese aquello, porque en algún momento de la noche había entrelazado su cosmos con el del León Estelar y llenado sus vacíos con la presencia del suyo, y eso ya no tenía remedio. Finalmente se lanzó al agua y el aire escapó de sus pulmones por el contraste de temperaturas: buceó tras Aioria, deleitándose en el recuerdo de su cuerpo estirándose bajo la luz grisácea del alba inminente, y desechando cualquier pensamiento negativo sobre lo que estaba por venir.

“Carpe Diem, DeathMask... Carpe Diem”

El león llegó con algún tiempo de ventaja al otro lado de la orilla y nada más salir del agua, el viento helado del amanecer le erizó el vello de todo el cuerpo. Avanzó hacia la zona donde recordaba haber dejado tiradas sus ropas encontrándolas sin demasiada dificultad. Tomó sus pantalones poniéndoselos directamente sobre la piel desnuda, le incomodaba usar ropa interior, quizás fuese tan solo una vieja costumbre con la que buscaba perder el menor tiempo posible cuando encontraba una nueva presa. Sonrió. Algunas cosas eran difíciles de cambiar. Una nueva ráfaga de aire le arrancó unas pocas gotas de agua del cabello que le cayeron por el cuello, haciéndole llevarse la mano a este para secarlo en un gesto automático; y su gesto se cortó en seco al descubrir algo que no estaba bien.

—Mierda.

No estaba. El colgante que llevaba al cuello desde antes incluso de convertirse en caballero había desaparecido. Maldijo una vez más antes de tirarse al suelo de rodillas y ponerse a buscarlo intentando remover el terreno lo menos posible. Si, como sospechaba, se le cayó al quitarse la ropa, debía de estar por allí cerca. No se paró a pensar en la imagen tan cómica que presentaría ante el italiano cuando este llegase a su lado, así que cuando este emergió a la superficie, se encontró con la curiosa escena del León a gatas en el suelo estudiando los guijarros como si fueran la cosa más interesante del planeta.

— ¿Qué? ¿Buscando la piedra filosofal, minino?

—Cállate y mantente alejado, no vayas a hundirlo en el barro. 33


Aioria continuó buscando por los alrededores, sin levantar la mirada siquiera. DeathMask lo observó, desconcertado.

—A lo mejor si me dices qué es lo encuentro en vez de pisarlo.

El león levantó la cabeza, el agua aún le caía desde las puntas del cabello por el rostro y el cuello, incluso por el torso que continuaba al descubierto.

—Un colgante, de cuarzo negro.

— ¿Y por eso tanto alboroto? Eres el ser más presumido de esta tierra.

—No es eso, estúpido. —Por un segundo recordó por qué le fastidiaba tanto tenerle cerca pero duró poco y cogiendo un puñado de hierbajos se los tiró sin que estos llegasen a rozarle siquiera.— Lo necesito para mi técnica de curación.

El italiano miró pasar las plantas a medio metro de él, y aplaudió con ironía.

—Bravo, excelente puntería. —se encogió de hombros y miró al griego— Es como buscar una aguja en un pajar ¿Cómo es la cadena? Será más fácil de encontrar que la piedra en sí.

—Es un cordón de cuero, de otra forma el metal interferiría con las propiedades del cuarzo.

— ¿Cómo lo usas? —El italiano ignoró la mirada desconfiada del griego, y se explicó con paciencia— Necesito saber cómo es el aura que lleva impresa. Con los ojos no lo vamos a encontrar, Aioria, tendremos que rastrear su marca de cosmos. Así que dime qué clase de trabajo haces con él, y qué tipo de energía le imprimes.

—Realmente es tan solo un catalizador.

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Siendo consciente de lo ridículo que debía verse, el león se puso en pie limpiando los restos de suciedad que habían quedado en sus rodillas.

—Cuando utilizo mi cosmos para sanar heridas, -continuó- el dolor que estas causan pasa a mí momentáneamente. Cuanto más graves son, más tiempo necesito hacerlas mías para que desaparezcan del todo. El cuarzo repele las energías negativas y ayuda a que fluyan las positivas. Resumiendo, hace que duela menos y durante menos tiempo.

Así que de aquella manera funcionaba la técnica del león: exigiéndole un sacrificio. Sin duda aquello determinaba la nobleza de los custodios del signo. DeathMask no pudo evitar pensar en Alessandro, y el dolor aleteó por los bordes de su alma durante una fracción de segundo antes de que pudiera cerrar el paso a sus sentimientos.

—Entonces está marcado por el sufrimiento. Bien, busquemos.

Incendió suavemente su cosmos y escaneó los alrededores.

Nada.

—Olvídalo. —Resignado, el león metió las manos en los bolsillos, era imposible encontrarlo con aquella humedad. El rocío de la mañana empapaba todo y había empeorado el terreno, si lo pisaban se hundiría y entonces sí que no podrían ser capaces de recuperarlo nunca. —Tampoco es que sea tan importante, ya encontraré otro.

—Debe haberse caído al agua —confirmó DeathMask, claudicando; observó unos momentos al león antes de añadir algo más — ¿Sabes? Eres el peor mentiroso que he conocido nunca.

— ¿En qué se supone que he mentido? –Al tiempo que hablaba se delataba a sí mismo buscando con avidez en la superficie calma del lago, temiendo que las palabras del cangrejo resultasen ciertas, porque de ser así, lo habría perdido sin remedio.

—Vamos, hombre, ¿que no es tan importante? Si solo te falta ponerte a llorar —se puso los pantalones y sacó un cigarrillo, tomándose su tiempo para encenderlo—El 35


cuarzo negro debe de ser jodidamente difícil de conseguir; tendrá que doler por un tiempo, imagino.

“Y si ese es el único motivo de tu desazón, yo soy Hermes reencarnado”

Parejo al pensamiento del italiano, Aioria se reconoció interiormente que por muy difícil de conseguir que fuese no era aquella la razón que le inducía a buscarlo con tal ahínco, en absoluto; lo que resultaba insustituible era aquel pedazo en concreto. La persona que se lo regaló.

—Si hay suerte no será necesario que sane a nadie, lo que me recuerda... —Aioria se acercó al cangrejo con expresión decidida tras ver un pequeño brillo a lo lejos. No se trataba del colgante, sino de los restos esparcidos de la botella que había destrozado contra la ceja del italiano. — Cierra los ojos y relájate.

DeathMask retrocedió ligeramente, con el ceño fruncido.

— ¿Por qué, qué vas a hacer?

Aioria sonrió divertido, la desconfianza de Máscara le resultaba mucho más conocida que cualquier otra cosa que hubiese sucedido aquella noche. Seguramente mucho más sensata que la tranquilidad que él mostraba tan solo por haber compartido un buen polvo con él. ¿Se debería quizás a la forma en que el cosmos de Máscara le había envuelto en un momento de necesidad? No lo sabía, en cualquier caso no le interesaba preguntarse sobre ello, así que volvió a insistir.

—Tú solo cierra los ojos. —Continuó avanzando hacia él hasta rodearle la cintura con un brazo. — No pienso atacarte si eso es lo que temes.

El cangrejo obedeció, de mala gana, y ya con los ojos cerrados le dedicó al león una sonrisa sesgada.

— ¿Tengo que contar hasta diez mientras tú te escondes?

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—No. Sólo callarte de una puta vez. —Los labios del león sellaron los del italiano para evitar nuevas interrupciones. Su cosmos se elevó tenuemente al tiempo que llevaba el dedo índice y corazón sobre la herida que él mismo le había causado al tirarle la botella. El normalmente agresivo cosmos del león se tornó esta vez mucho más cálido y reconfortante haciendo que, poco a poco, la herida fuese cerrándose sobre la piel del cangrejo y se dibujase en la sien de Aioria un pequeño rastro de la energía usada por el griego. Algo que, para unos ojos normales, sería imposible de ver; pero los del albino no lo eran. Desobediente, abrió los párpados y observó el trazo que el cosmos residual dejaba en la frente del león, encendió su propio cosmos en respuesta y rodeó la herida con su aura, con curiosidad por saber qué ocurriría. Y lo que sucedió fue que la fuerza con que Aioria aferraba a DeathMask disminuyó de inmediato y el león casi saltó hacia atrás, confundido. Por un momento, tan solo un instante, el griego creyó que a quien sostenía no era el cangrejo sino a Aiolos, a su hermano, y los recuerdos le inundaron los sentidos sin pedir permiso. Había tardado mucho tiempo en dominar aquella técnica; para un niño, incluso para uno que optaba a una armadura dorada, auto infligirse daño resultaba difícil. Por ello, en los primeros meses, Sagitario le había ayudado entrelazando su cosmos al suyo cada vez que curaba alguna herida. Durante mucho tiempo Aiolos fue su catalizador, su sostén. Y no dejó de serlo hasta que dominó la técnica por completo, incluso entonces le había regalado un pequeño cuarzo negro para aliviarle. Y ahora los había perdido a ambos.

—Creo que no quedará marca.

Casi sin aliento terminó de soltarle. El dolor que podía causarle curar aquella pequeña herida resultaba insignificante, pero para sus destrozados nervios, recordar ciertas cosas sin estar preparado resultaba devastador. El italiano, percibiendo su desasosiego, extendió una mano hasta apoyarla en su hombro, apretándolo con suavidad.

—Te lo agradezco —estudió con calma la expresión del león antes de arrojar el cigarrillo a un lado — ¿Estás bien?

—Sí. —Mintió— Solo necesito descansar un poco, acercarme a la treintena me tiene débil —Bromeó— En mi templo podremos dormir un poco, ya casi amanece. Eso si aún

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quieres venir, claro. —Esta vez era el turno del león de observar reacciones, como si temiese que Cáncer hubiese cambiado de idea.

DeathMask vaciló al recordar el entrenamiento con los críos.

—Si me invitas a un café te lo agradeceré mil veces más que si me invitas a dormir. Luego puedo dejarte bien arropado hasta que sea tu hora de entrenar a los monigotes.

Amortiguó su cosmos, y sintió una especie de tirón; era difícil describirlo, pero aquello probablemente era lo más aproximado: desde la herida de la sien y los huecos del aura de Aioria, algo tiraba de su cosmos. Intentó liberarse, y fue incapaz; ambas energías se habían entrelazado de tal forma aquella noche que se había formado un nudo. Al italiano se le pusieron los pelos de punta. En cambio, su rostro no hizo más que dibujar una sonrisa, a pesar de que el corazón se le había desbocado de tal manera que los latidos eran perceptibles a simple vista. Se señaló la frente en el gesto despreocupado más falso que pudo esbozar. —Te debo una. Aioria simplemente se encogió de hombros restándole importancia al asunto, al fin y al cabo él mismo le había provocado la herida, era justa retribución sanarla.

—Volvamos.

El albino no era el único consciente del lazo formado entre ellos, de la confusión que esto creaba. Así pues, ambos hombres recorrieron el camino de vuelta prácticamente en silencio. Cada uno sumido en sus propios pensamientos y preguntas. Para cuando llegaron al quinto templo, el sol ya calentaba tímidamente sus cuerpos, lo que no dejaba de resultar realmente reconfortante. Aioria encaminó sus pasos hacia la entrada pero se detuvo al darse cuenta de que nadie le seguía.

— ¿No piensas entrar? –La respuesta a su pregunta la tenía justo en frente. No era necesario que se volviese a ver la expresión del italiano cuando era la de la propia Lythos la que se mostraba desde la entrada. Se la veía alterada y confundida, poco

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dispuesta a dejar entrar en el templo al custodio de Cáncer. Pero no era a ella a quien correspondía decidir tal cosa. Aioria tomó aire y habló con voz clara que no admitiría réplica alguna.

— Eres mi invitado, DeathMask, no hagas que me quede contigo en la entrada hasta que te decidas.

El león subió los escalones con decisión, esperando haber dejado suficientemente claros sus deseos, a ambos. Aunque eso significase que Lythos le mirase ceñuda durante toda una semana.

Quería al cangrejo en su casa, tomando una maldita taza de café, y punto.

A su espalda, DeathMask estaba teniendo serias dificultades para traspasar el umbral sin conflictos. Lythos no se retiró de la puerta, obligándole a entrar de perfil para no rozarla, y sólo la pura cortesía hacia Aioria le impidió quitarla de en medio vía Hades. Años atrás, el rencor más absoluto le había llevado a intentar matarla en una venganza que ahora sabía infundada, y a pesar de aquella certeza, descubrió que el antiguo resentimiento hacia la chica seguía presente.

“Ella no tenía la culpa de nada. Ni aunque todo aquello hubiera sido verdad la hubiera tenido.”

Pero aquel pensamiento sólo le aportaba una sensación insoportable de vacío; había enfocado en la pequeña Lythos tanto odio y desde hacía tanto tiempo que ya no sabía cómo borrarlo.

Y tampoco creía realmente que ella estuviera dispuesta a aceptar un cambio.

El albino tuvo que hacer un esfuerzo titánico para no rematar con un comentario mordaz su entrada a la casa por encima de los deseos de la chica. Su naturaleza agresiva exigía machacar al adversario, y DeathMask se recordó a sí mismo un millón de veces que no quería seguir siendo la misma persona que había sido, que rematar a una chiquilla que ya había tropezado no tenía ninguna gloria, y, a un nivel más práctico, que 39


a pesar de haber desafiado los deseos de Lythos, Aioria no toleraría el menor regodeo en aquel hecho. Así pues, consiguió tragarse las palabras y hasta evitó humillar a la muchacha con ningún tipo de mirada triunfal.

Lo cual no dejaba de ser en sí una victoria, ya que la dejaba sin motivos para quejarse.

El italiano contuvo una sonrisa irónica y echó un vistazo a su alrededor; conocía el Salón de Recepción del Templo, pero no el área interior, aunque era como podría haber imaginado.

Toda luz.

—Ponte cómodo. Aioria había permanecido algo tenso mientras entraban a su templo, temía que inevitablemente saltase alguna chispa y se liase una buena pelea entre el cangrejo y su adorada Lythos. Pero por suerte ya estaban dentro y al parecer ambos controlaban sus emociones y se mantenían en su sitio.

—Aún es muy pronto —Se dirigió a la muchacha— Vuelve a dormir un poco más. — Viendo venir que ella protestaría se acercó envolviéndola en sus brazos para sacarla de allí de forma que no la enfureciese demasiado. — Luego hablaremos, lo prometo.

Una vez a solas, y tras asegurarse de que la puerta quedaba libre de oídos indiscretos, se acercó a Máscara. — ¿Prefieres esperar aquí o ayudarme a preparar el café.

—Te ayudo. No me apetece quedarme en tu salón y que de repente me metan un plumero por el culo.

—En esta sagrada casa lo último que te meterían por el culo sería un plumero. –Aioria había hablado con un tono tan serio que uno casi dudaba del significado de sus palabras. Hasta que la picardía afloró a sus labios.— Hay muchas cosas mejores para esos

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menesteres. –Se le escapó la risa, fluida, sin tapujos.— Sígueme y pon atención a donde están las cosas –le observó de reojo para vigilar su reacción— porque el próximo lo preparas tú.

No se quedó tranquilo hasta comprobar que, tras unos segundos de indecisión, el cangrejo se decidía a caminar junto a él.

—Me parece bien, pero lo tomaremos en terreno más neutral.

No fueron necesarias más palabras, ambos entendían y ya solo restaba brindar con una buena dosis de cafeína por la noche más extraña de sus vidas.

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