Hermes 14. Azaña y Ortega ¿Dos ideas de España?

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pentsamendu eta historia aldizkaria. revista de pensamiento e historia

pentsamendu eta historia aldizkaria. revista de pensamiento e historia revista trimestral

azaroa 2004 noviembre. nº: 14 zbk

© Fundación Sabino Arana Kultur Elkargoa

Azaña y Ortega ¿Dos ideas de España? Aurkibidea/Índice

Xacobe Bastida Freixedo José Ignacio Lacasta-Zabalza Juan P. Fusi Aizpúrua Elkarrizketa: José María Setién Zientzia eta Teknologia Beroketa edo hozketa globala?

azaroa 2004 noviembre. nº: 14 zbk

Sobre la propuesta del Plan Ibarretxe Idoia Zenarruzabeitia Xabier Etxeberria


editorial

La muerte de Jokin pentsamendu eta historia aldizkaria. revista de pensamiento e historia revista trimestral

azaroa 2004 noviembre. nº: 14 zbk

© Fundación Sabino Arana Kultur Elkargoa

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l suicidio de un joven en Hondarribia y la problemática escondida tras este luctuoso acontecimiento, ha puesto en evidencia la fragilidad de una sociedad moderna que avanza en el desarrollo colectivo pero que , al mismo tiempo, quiebra en ocasiones clamorosamente en la base misma de la convivencia.

Edita: Fundación Sabino Arana Directores: Txema Montero, Koldo Mediavilla. Coordinadora de Edición: Olga Sáez Ocáriz. Consejo de Redacción: Irune Zuluaga, Iñaki Aldekoa, Josune Ariztondo, Javier Balza, Iñigo Camino, Filgi Claverie, Garbiñe Egibar, Sebastián García Trujillo, Eli Garmendia, Mª Karmen Garmendia, Iñaki Goikoetxeta, Iñaki Goirizelaia, José Ignacio Lacasta-Zabalza, Manu Legarreta, Emilio Majuelo, José Luis Mendoza, Teresa Martínez de Arano, Iñaki Martínez de Luna, Andoni Ortuzar, José Antonio Rodríguez Ranz y Aitor Bikandi. Colaboran en este número: Xacobe Bastida Freixedo, José Ignacio LacastaZabalza, Juan P. Fusi Aizpúrua, Idoia Zenarruzabeitia Beldarrain, Iosu Madariaga Garamendi, Jean-Claude Larronde Aguerre, Prudencio García Isasti, Xabier Etxeberria Mauleon. Diseño: Logoritmo. Portada: Logoritmo. Obra plástica y contraportada: Jorge Rubio. Fotocomposición y Fotomecánica: Flash Composition. Imprime: Flash Impresión. Fundación Sabino Arana. Ibáñez de Bilbao 16. 48001 Bilbao. Tfno. 94 423 05 28. Fax 94 423 42 80. aldizkari@sabinoarana.org. Depósito Legal: BI-986-01 ISSN: 1578-0058

índice

gure gaiak

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Xacobe Bastida Freixedo José Ignacio Lacasta-Zabalza Juan P. Fusi Aizpúrua

informe

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Idoia Zenarruzabeitia Beldarrain

Y se da la paradoja, que a mayor desarrollo o progreso grupal, mayor es el nivel de fracaso individual y las altas tasas de suicidio existentes en los países nórdicos así lo acreditan. Que exista acoso entre jóvenes o de estos a sus educadores no es una conducta novedosa que sorprenda por desconocida. De la misma manera que existe el maltrato de género o los abusos a los menores. Lo realmente alarmante es que amparado por un silencio falsario se encubran situaciones insoportables de manera habitual. Y eso parece que también ocurre aquí. Alumnos que cruelmente persiguen a compañeros o a profesores. Hijos e hijas que someten a sus padres a una presión inadmisible. Menores desatendidos, sin más referentes que la televisión o el "chat"... Y todo ello en una sociedad acostumbrada durante decenios al "ordeno y mando", o "sensu contrario" a convivir con la violencia política, la imposición y el miedo. Mirando muchas veces al horizonte sin percibir el sufrimiento inmediato del vecino.

elkarrizketa

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José María Setién

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Iosu Madariaga Garamendi.

historia

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Jean-Claude Larronde Aguerre

La muerte de Jokin debiera hacernos pensar qué sociedad estamos construyendo. Una sociedad de espacios abiertos, de libertad, de grandes hipermercados de valores en los que cada persona va incorporando a su carrito de compra vital lo que más le conviene de cada balda. Ora católico, otrora laico, luego abertzale, más tarde liberal... para terminar siendo conservador, individualista y proletario. Vivimos un cambio social de difícil identificación en el pasado. Nos asociamos para la alienación del “botellón"o ejercitamos la privada soledad del atasco de tráfico diario. Vivimos con prisa, agobiados por la agenda, fuera de casa. Acosados por la competitividad, por las horas extraescolares, por el llegar a fin de mes. ¿Y los valores?, ¿dónde están los valores que nos han permitido crecer como personas?, ¿dónde queda la responsabilidad?, ¿la familia?, ¿la educación?, ¿el respeto?, ¿el diálogo?, ¿qué es de la autoridad, que no autoritarismo? La sociedad vasca es una sociedad lastrada por los años de intolerancia que por responsabilidad de unos y otros nos ha tocado padecer y cuyas secuelas aún contemplaremos en decenios venideros. Pero la culpa no siempre es de los demás. Y para superar tal trauma quizá debamos, entre todos, desde la familias, los educadores y los poderes públicos, comenzar a replantearnos muchas cosas. La primera de ellas que el progreso sin valores no merece la pena.

liburuak

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Prudencio García Isasti

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erantzunak

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Xabier Etxeberria Mauleon

apunte director

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Aurkibidea/Índice

La resurrección de Ortega Acerca de la casquería constitucional

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ste trabajo tiene tres objetivos. El primero es exponer la teoría de Ortega acerca de la estructuración nacional de España, tanto en referencia a las partes como al todo nacional. El segundo es apuntar cómo esta teoría ha sido trasvasada al articulado de la Constitución de 1978. Por causa de la limitada extensión de la que disponemos, estos dos primeros puntos sólo podrán ser expuestos en forma de tesis y escolios. Remitimos al lector interesado a otros trabajos en los que, de manera menos azacanada y más concienzuda, se intenta demostrar lo que aquí sólo se muestra1. El tercero es responder a las críXACOBE BASTIDA ticas –de momento las llamaFREIXEDO remos así– que sobre lo ante(1968,A Estrada, Pontevedra). Profesor titular de Filosofía rior se vertieron, pues este ardel Derecho en la Universitículo tiene como origen la dad de Oviedo. Destacan entre sus publicaciones: La nadefensa de una ponencia leíción española y el nacionalismo constitucional, Ariel, Barcelona, da el día 7 de octubre de 2004 1998; Miseria de la autonomía. en el Círculo de Bellas Artes Una Filosofía del Estado autonómico, Servicio de Publicaciode Madrid. Por ello, al hilo de nes de la universidad de la exposición de nuestras teOviedo, Oviedo, 1999; El Derecho como creencia, Universisis, intercalaremos ciertas obdad Externado, Bogotá, 2000; jeciones que otros ponentes e El silencio del Emperador, UNC, Bogotá, 2001; "La búsinvitados allí presentaron así queda del Grial. La teoría de la Nación en Ortega", Revista como su posible respuesta. de Estudios Políticos, nº 96, 1997; "Ortega y el Estado", El Basilisco, nº 24, 1998; "Otra vuelta de tuerca. El patriotismo constitucional español", Doxa, nº 25, 2002.

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TESIS I.– Ortega no sólo elaboró una teoría acabada de la nación y de las par-

tes que la componen, sino que pretendió una implantación política de la misma. Ortega no era sólo un intelectual preocupado por cuestiones académicas, y menos cuando se trataba del asunto de España, que era para él “el problema primero, plenario, perentorio”. Así pues, encontramos en Ortega, al igual que en Azaña, un interés político, de verdadero activista, en lo que toca a la articulación de la Idea de España. Asimismo, y a diferencia de Azaña, quien carecía de una verdadera teoría sobre esa Idea de España, Ortega presenta una teoría compacta sobre la Nación y sobre las partes que la integran. El intento de aislar a Ortega del contexto político en el que estaba imbricado y presentarlo como filósofo puro e incontaminado es, sobre todo a partir de la obra de Julián Marías, una manera de exonerar al filósofo de las implicaciones y apoyos políticos, no siempre de grato recuerdo, en los que estuvo envuelto. En contra de lo mantenido por J. P. Fusi y S. Juliá, no creemos que la actuación de Ortega en los debates constituyentes de la II República se redujese a una intervención que pretendiera iluminar filosóficamente con perlas estetizantes a una Cámara demasiado ocupada en los asuntos prosaicos de la política. El objetivo de Ortega, así lo puso él mismo de manifiesto, era el de intervenir quirúrgicamente “en los destinos de una nación a la que se sentía ra-


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Aurkibidea/Índice dicalmente adscrito”. Lleva razón E. Lledó cuando afirma que Ortega “ha sido el filósofo más presente en el palpitar diario de los sucesos políticos de su país”. Su teoría acerca de la Nación, lejos de ser mera especulación, deseaba encarnarse en realidad jurídica. Y así lo intentó en sus intervenciones parlamentarias en el período constituyente.

TESIS II.– Las partes –autonomías– que Ortega había concebido como integrantes de la nación presentan las siguientes características: disfuncionalidad en su aptitud, generalización en su diseño y resignación en su reconocimiento. Disfuncionalidad.– Ortega concebía la distribución territorial de España como una articulación de “Grandes Comarcas”. En principio, cualquier tipo de descentralización incorpora dos objetivos: crear un sistema de gestión más funcional y aumentar la democracia interna que supone el acercamiento de la toma de decisiones, aunque sea indirectamente, a un contingente más reducido de la población estatal. Estas dos dimensiones están ausentes en el planteamiento de Ortega. Aunque el filósofo madrileño postula la descentralización para dinamizar la vida pública española a través de una atomización relativa de las unidades administrativas básicas, del desarrollo posterior de su teoría se coligen consecuencias muy otras. Lo que ab initio se muestra funcional y con clara vocación de remedio práctico deviene disfuncional y contradictorio. Del Estado de las Autonomías pasamos al Estado de las Antinomias. En efecto, las Grandes Comarcas se conciben ante todo como el foro apropiado para confinar a los que para él eran los causantes del atraso y de la corrupción del sistema político español: los caciques. De este modo, “pa-

ra extirpar el caciquismo sólo cabe un remedio: confinarlo, abandonarlo en la propia vida provincial que lo engendra (…) Este nuevo menester podrían cumplir las Asambleas Regionales, los pequeños parlamentos excéntricos, abiertos múltiplemente sobre el área española, como ventiladores de la hermética vida provincial. En tanto, podrá esa otra entidad más amplia y más alta, que es el Estado español, vacar a más egregias ocupaciones”. Vemos, pues, que el afán funcional de Ortega no está en absoluto orientado a una mejor distribución del ejercicio del poder, ni a un acercamiento del aparato decisorio a un núcleo más pequeño del universo electoral. Más bien estamos en presencia de un intento de erradicación de un problema –el caciquismo– a costa de la salud política de las comunidades, convertidas en fresqueros de carroña legislativa; eso sí, todo ello envuelto en el engañoso perfume de una descentralización de claro aroma liberal. Si esto es así, ¿cómo es posible que Ortega estime que “la fuerza de vida pública que falta hay que suscitar que sólo sea posible en la provincia” cuando la política provincial es por esencia rastrera y su remedio consiste precisamente en la institucionalización de su corrompida acción mediante los Parlamentos regionales? La resolución de esta paradoja parece clara. No es el caciquismo el mal que se pretende combatir, sino el nacionalismo periférico. La estrategia consiste en reconocer a unos Parlamentos Regionales que sirven de envoltura formal para solventar las pretensiones nacionalistas y, por otro lado, asegurarse de su total inanidad a la hora de intervenir en el juego político nacional, dada su escasa proyección competencial justificada en aras de la posible manipulación caciquil. Los parlamentos “excéntricos” son considerados foros de caciques sólo en virtud de la coartada que esta constatación implicaría a la hora de limitar las compe-

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Aurkibidea/Índice tencias de las comunidades. Nada hay de extraño, pues, en reconocer de manera tan ampulosa en declamación como inocua en sus resultados el carácter de fuerza de vida pública a las regiones, ya que lo que se pretende es acallar a los peligrosos depositarios de la misma; es decir, a los nacionalistas, no a los caciques. Generalización.– Otra de las notas que caracterizan la articulación de las partes con el todo es la generalización. En la Constitución de 1931 surgieron tres tendencias diferentes que representaban otras tantas maneras de entender la articulación del Estado. En primer lugar, una tendencia agrupaba a los federalistas, que a pesar de la heterogeneidad de su base social y sus discrepancias tenían un minimum de convergencia y que criticaban la fórmula, finalmente sancionada, del Estado integral, basándose en argumentos de soberanía y de falsa equiparación que suponía acomodar al Estado español estructuras surgidas de la realidad alemana, donde el Estado integral sí tenía sentido al oponerse al conservadurismo de los fragmentos de Estado que constituían los Länder. En segundo lugar, encontramos la corriente que pudiéramos llamar socialista –aunque no sólo fuera mantenida por este sector (también lo hizo Azaña, por ejemplo), el PSOE se convirtió en su mayor paladín– que preconizaba el reconocimiento de la existencia de unas regiones con unos sentimientos autonómicos muy claros a las que, exclusivamente, había que dar satisfacción. En el programa de actuación constitucional que el PSOE publicó en julio de 1931 podemos leer: “El partido socialista (…) apoyará toda reivindicación autonomista encaminada a lograr el reconocimiento de la personalidad regional, mas, a fin de no favorecer movimientos equívocos, debe pedir garantías de la vitalidad de los mismos y a este objeto exigir la consulta del

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pueblo antes de asentir al estatuto automático de una personalidad regional”. Esta postura, que restringía la autonomía a regiones que tuvieran una clara voluntad autonómica, fue la triunfante en el definitivo texto constitucional del 31. La existencia de una verdadera voluntad autonómica era el dato fundamental sobre la que se asentaba el proceso de autonomización. Se trataba de un Estado integral unitario con posibilidades de fórmula autonómica, un Estado en el que la autonomía era obligatoria para los municipios pero potestativa para las regiones. La racionalización y buen sentido que suponía la aplicación selectiva de la autonomía evitó la creación de autonomías que no respondiesen a los deseos de la mayor parte de la población en ciertas áreas, no ya porque no estuviesen de acuerdo con determinada forma de autonomía, sino porque ni siquiera aspirasen a alterar su relación de vinculación con el poder central. Por último, tenemos la posición que defendió Ortega, que proponía una generalización de la política autonómica, una organización global y tendente a la uniformidad del Estado de forma regional. A su juicio, la postura socialista recompensaba al regionalismo nacionalista. En vez de ello, las Cortes deberían organizar a España en regiones igualitarias, haciendo caso omiso del nacionalismo y sofocando al particularismo. De esta manera “ya no será la España una quien se encuentre frente a frente de dos o tres regiones indóciles, sino que serán las regiones entre sí quienes se enfrenten, pudiendo de esta manera cernirse majestuoso sobre sus diferencias el poder nacional, integral, estatal y único soberano”. Con la generalización se pretende evitar que la dialéctica política se centre entre las naciones periféricas y el Estado –una dinámica que favorece la consolidación del nacionalismo, según lo ha estudiado M. Hroch–, o, más concretamente, y en palabras de Ortega, se trata


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Aurkibidea/Índice de eludir el enfrentamiento “de dos o tres regiones semi-estados, frente a España, nuestra España”. La indistinción igualadora, la generalización, está pensada para diluir las pretensiones nacionalistas al homogeneizar sus reivindicaciones dentro del marco más amplio y abstracto de la descentralización, común a todo el ámbito estatal. De esta suerte, se fomenta la aparición de nacionalismos que compiten entre sí, en búsqueda de saciar su egoísmo pedigüeño, con lo que el control por parte del Estado central se verá facilitado enormemente. En efecto, cuando se trate de aplacar las tendencias federalistas de los nacionalismos de signo desintegrador, utilizando la terminología de Ortega, bastará confundirlos en el entramado de “intereses particulares, vilezas, pasiones y prejuicios colectivos instalados en la superficie del alma popular” que define la esencia de la política autonómica, por naturaleza interesada y particularista. Al contrario que acontecía con la solución socialista de autonomismo selectivo, aquí se pretende “favorecer movimientos equívocos” que diluyan las tensiones entre el Estado y los movimientos nacionalistas. Las características nocivas de la especificidad se combaten sumergiéndolas en la extensiva homogeneización de esa especificidad. El recurso a la insolidaridad es el garrote con el que se estrangula la articulación política del nacionalismo periférico. Ortega tenía una auténtica obsesión: la unidad de España. Como él mismo reconocía, Castilla había hecho y deshecho España y ahora no tenía la fuerza ni la ejemplaridad para forjarla de nuevo. La solución para la unidad ansiada no podía venir de Castilla, por ello Ortega ideó una solución más indirecta: enfrentar a las regiones entre ellas para diluir de este modo las fricciones ente el Estado central y facilitar el discurso unitarista del Gran Estado como “foro democrático de convivencia”.

Resignación.– Por último, la tercera nota que caracteriza la concepción descentralizadora de Ortega es la contingencia de la misma, la subordinación a una coyuntura política que condiciona la descentralización por motivos ajenos a las claves estructurales que la conforman. Según esto, la descentralización propuesta por Ortega es el resultado de la confrontación de su proyecto ideal de Estado, basado en el centralismo, con la realidad política del país, que lo hacía inviable. Su plan, por ello, radica en la conservación de su objetivo primigenio, la unidad de España mediante el centralismo, pero pasando por una serie de concesiones a las tendencias federalistas que amenazaban su ruina. A la descentralización, he aquí otra diferencia con la idea de España que tenía Azaña, se llega por resignación, no por convicción. De hecho, como aclara Ortega, “sabemos muy bien que autonomía significa complicar las cosas, si el único punto de vista fuera el de la mayor ventaja de orden técnico, claro está que todos tendríamos que recaer, inexorablemente, en ser rigorosos centralistas”. Esta dinámica aclara el sentido último de las dos notas antes referidas, disfuncionalidad y generalización. Con la primera se asegura la futilidad de unas instituciones sólo formalmente relevantes, a la par que se coartan las reclamaciones nacionalistas; con la segunda, por un lado, se trivializan las pretensiones autodeterministas al punto de confundirlas con supuestos de descentralización administrativa o incluso de mera desconcentración; por otro, se anula el concepto políticamente articulado de nación, que resulta tan molesto como competitivo al respecto del centralismo defendido. Es necesario crear la imagen de una política descentralizadora generosa y abierta para contener la voraz disconformidad periférica, pero controlando en grado sumo los efectos perniciosos que su uso pudiera ocasionar mediante la inocu-

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Aurkibidea/Índice lación del virus disfuncional y generalizador. Sólo una descentralización que surge de la resignación contemporizadora puede engendrar este tipo de argumentación en la que lo aparente constituye la edulcoración de una realidad mucho más amarga. No obstante, el resultado final no es ocultado ni por el mismo Ortega: “Si, por una parte, (la generalización autonómica) es una solución mucho más descentralizadora que la tradicional, es por otra parte mucho más centralizadora, incomparablemente más centralizadora que ninguna otra”. La resignación es la respuesta ante la consideración del nacionalismo periférico como un problema atávico, imperecedero e irresoluble. No olvidemos que, para Ortega, “El problema catalán es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar (…) cuando alguien es una pura herida, curarle es matarle. Esto acontece con el caso catalán. Debemos renunciar a la pretensión de curar lo incurable. En cambio es bien posible conllevarlo”. Llamamos la atención acerca del término conllevar, que no significa llevar consigo, ni ir conjuntamente, como pudiera desprenderse –y muchos teóricos, de hecho, desprenden– de su engañosa dicción. Conllevar significa, si María Moliner no nos engaña, sufrir algo con conformidad o resignación, vivir procurando atenuar los efectos de una enfermedad. Esta es la significación que Ortega utilizaba. El nacionalismo es, por definición, un mal, una enfermedad. Y lo único que puede hacer una política autonómica, dado que la cura es imposible –pues curarlo es matarlo (esto lo intentó el general Franco con malos resultados)– es resignarse a tolerar la discapacidad, convivir con quien se sabe que está en un error. Lo cual no significa, claro está, que ese error se dé por bueno. Por ello, decíamos, por una parte se previenen los efectos del virus –se desfuncionaliza la autonomía– y por otra se vacuna a todo el territorio con

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dosis mínimas del virus –se generaliza la autonomía–.

TESIS III.– La concepción orteguiana de las partes nacionales ha sido recogida íntegramente en la Constitución de 1978. Tras lo dicho anteriormente, toda aquella persona mínimamente versada en derecho constitucional y/o en los avatares del proceso constituyente de 1978 habrá de encontrar en esta tercera tesis una conclusión de correlato necesario, tal vez inútil por lo que tiene de llamar a la mano cerrada puño. De hecho, la descripción de la teoría y estrategia orteguianas, pasado el medio siglo, puede parecer fiel descripción de la legalidad constitucional y del discurso dominantes. Puede parecer extraño que en el transcurso del debate posterior a la exposición de esta ponencia sesudos asistentes negasen la mayor y adujesen, en un caso –el profesor S. Juliá–, que era impertinente hablar de influencia, pues los procesos históricos había que estudiarlos de forma autónoma, sin ver en el presente la consecución necesaria del pasado; en otro –el profesor J. Pérez-Royo–, que sí había influencia, pero no de Ortega –sino, ahí es nada, de Azaña–. Vayamos por partes. La objeción metodológica de S. Juliá, que ataca las visiones teleológicas de la Historia, es pertinente siempre y cuando se refiera a un trabajo que incurra en este defecto, no al nuestro. Así, si se refiriese al Asalto a la Razón, de Lukács, en el que intenta mostrar cómo Schopenhauer, Bergson o Dilthey, por una extraña suerte de autoría objetiva, son directos responsables del surgimiento del totalitarismo; o se centrase en La sociedad abierta y sus enemigos, de K. Popper, en la que hace lo propio con Platón, Marx y Hegel; o estuviese pensando en España frente a Europa, de


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Aurkibidea/Índice G. Bueno, obra que adivina el germen ineluctable de lo español muchos siglos antes de que existiese España; o criticase el método de la Historia General –sí, ese género propio de la legitimación de las naciones-Estado– que habla del levantamiento de Don Pelayo y un “grupo de españoles” o de la “pérdida de España” tras la batalla de Guadalete –es el caso de la Historia General de España, de Modesto Lafuente–, entonces no habría nada que objetar al prurito metodológico de Juliá. Pero sucede que lo que allí mantuvimos no encerraba teleología alguna. No se dijo que Ortega, previendo su desestimación en 1932, pero atisbando la pertinencia de su teoría en años venideros nos regalase una guía política. Tampoco se dijo que la teoría de Ortega fuera un embrión destinado a eclosionar cuarenta y cinco años más tarde. Se mantuvo algo mucho más modesto –y nos tememos que más irrefutable–; a saber, que la teoría de Ortega acerca de las autonomías presentaba tres características y obedecía a un programa político y a una Idea de España muy concreta –tesis I y II– y que esa teoría y ese programa y esa Idea fueron plasmados en el texto constitucional de 1978 y en su posterior desarrollo normativo –pudieron no haberlo sido, de hecho hubiera sido más normal que se continuase con la vía comenzada en la II República, pero lo fueron–. Cabe que los constituyentes no hubieran leído a Ortega pero que, por arte de birlibirloque, hubieran adoptado sus propuestas. Cabe también que las citas constantes al filósofo madrileño –más de un centenar– fuesen extrapolaciones de juguetones taquígrafos orteguianos. Incluso cabe que el Ministro para las regiones, M. Clavero, que declaró que “en todo momento me vi guiado por las ideas de Ortega” o que García de Enterría, autor inmediato de la LOAPA, que reconoció la apropiación de la teoría orteguiana en las líneas maestras de dicha ley, nos hayan mentido. Cabe todo eso, pero no a un in-

telectual serio. Y el profesor Juliá lo es. Más tarde nos enteramos que S. Juliá, bien sea en tribunales de doctorado, bien en tertulias varias, bien en discusiones de toda índole, cuando no sabía que decir, salía con la pataleta metodológica. Eso tranquiliza nuestro juicio acerca de su inteligencia y lo acera respecto a su talante. Mucho más preocupante es el juicio de J. Pérez-Royo que, al punto, niega la influencia de Ortega –considera nuestra tesis como algo “carente de sentido”– y apunta la de M. Azaña como antecedente inmediato de la actual regulación constitucional. Y decimos preocupante porque su antedicho parecer no fue simplemente una opinión, sino que la intentó fundamentar en datos, todos ellos de una impericia notable. Desconocer –al menos en su argumentación– que la decisión de generalizar la autonomía fue una decisión previa al mismo proceso constituyente y que, por ello, adelantaba cuestiones de fondo que ya no podrían ser discutidas; omitir que esta disposición autonómica fue propuesta por Ortega y criticada por Azaña en su momento, pensar que la estrategia de confrontación regional no fue algo realmente querido y programado por los actores constitucionales, son cuestiones que nos llaman al asombro. Y lo peor es que todo esto –porque, para mayor confusión, nos castigaba con ejemplos– fue aderezado con multitud de precisiones que denotaban una notoria ignorancia; eso sí, enciclopédica. Porque es lo cierto que la disfuncionalidad autonómica, primera característica, es palpable en la absoluta ambigüedad jurídico formal que delineó la atribución definitiva de competencias de los estatutos a su paso por la Comisión Constitucional del Congreso, enturbiando lo que en principio había sido una clara delimitación competencial por parte de los Parlamentos territoriales; en la actitud reacia a la transferen-

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Aurkibidea/Índice cia de competencias; en la inclinación a la interposición de recursos de inconstitucionalidad contra las decisiones de los gobiernos autonómicos y contra la legislación de los Parlamentos, así como las restricciones a la interposición de recursos de inconstitucionalidad por los órganos autónomos operadas por la LOTC; en la ridícula función de un Senado falsamente concebido como Cámara de representación territorial; en la intransigencia en el mantenimiento de la estructura provincial y sus respectivos Gobiernos civiles, amén de la creación de esos misteriosos sátrapas que son los delegados del gobierno. Todo ello revela la escasa funcionalidad con que ab initio fueron concebidas las autonomías y la desconfianza respecto al funcionamiento político de las mismas. La generalización, segunda nota característica, fue, como dijimos, una decisión que ya se tomó antes del inicio del proceso constituyente mediante la concesión de preautonomías y se constitucionalizó después. Los motivos, si la doctrina –en este punto apabullantemente unánime– no se equivoca, repiten la misma justificación que diera Ortega. Así, dos actores principales del proceso pudieron decir que “el resultado de la generalización fue la definición de una plataforma apta para los enfrentamientos sectarios y partidistas; no se consideraban los intereses de las comunidades ni de sus ciudadanos. Se atendía únicamente a un combate que fomentaba el agravio comparativo como instrumento de la más baja categoría política” (M. Roca y Junyent) o que “por la vía de la generalización se pretende siempre negar la condición diferencial de las nacionalidades históricas” (M. Herrero de Miñón). En suma, se pretendió anegar la reivindicación política nacional en el mar de la descentralización administrativa. En cuanto a la tercera nota que señalamos, la resignación, como señala R. P. Clark, los líderes políticos españoles permitieron que prosperara la idea de una autonomía regional no debido a una profunda convicción de que había que desagregar el poder para que la democracia tuviera éxito, sino a objetivos

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instrumentales a corto plazo. Por ello, cuando se advierte que el proceso de generalización puede desmandarse, comienza una política de contención que tiende a frenar el movimiento de autonomía regional para evitar mayores ataques contra el propio Estado. Los Pactos Autonómicos de 1981 basados en el Informe de la Comisión de Expertos sobre Autonomías –bajo la dirección de García de Enterría– y que desembocaron en la LOAPA, intentaron invertir el flujo de poder que hasta entonces había discurrido hacia las comunidades autónomas, por cuanto uniformizaron el contenido de los estatutos y el proceso de formación, convirtiéndose así en una consagración de la homogeneidad programada. La reducción de las iniciativas territoriales, el freno al principio dispositivo que de forma tan grandilocuente se había proclamado y la reducción de la pintoresca “diversidad en la diversidad”, como denunció en su momento Tomás y Valiente, son las líneas tendentes a la homogeneización que definen el espíritu del proyecto de recentralización que supuso la LOAPA y que parecieron reeditados en los pactos autonómicos de 1992. La defensa a ultranza de la unidad estatal, que descubre constantes amenazas a la integridad nacional, y la inercia de unas estructuras tradicionalmente centralizadas, conducen a esta interpretación restrictiva del título VIII de la Constitución, siempre en detrimento de la posición de las comunidades autónomas. Sólo una paladina resignación ante la alternativa autonómica puede explicar el contradictorio fenómeno de ensalzar la autonomización, y aún constituirla en principio estructurador del Estado, a la vez que se afirma en la práctica una voluntad unitaria y centralizadora.

TESIS IV.– Ortega sustentó una teoría de la Nación, enteriza y sin etapas, de raíz sustancialista, objetivista y culturalista. Antes de sustentar esta tesis se hace precisa una breve consideración teórica.


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Aurkibidea/Índice La Nación, ese es el presupuesto teórico del que partimos, no tiene una existencia real, aunque tenga real existencia. Queremos decir con ello que la Nación no tiene una existencia empírica, no es una cosa de la que podamos predicar existencia o inexistencia dependiendo de si atesora o no caracteres objetivos. Ahora bien, el que carezca de existencia real no significa que no exista. La nación es una institución imaginaria que recrea un ámbito y un espacio en el que se reclama soberanía política. La existencia o no de la Nación dependerá de si esa institución logra cristalizar eficazmente en el imaginario colectivo. Por eso la nación sólo toma corporeidad en el discurso de afirmación nacional –y en los símbolos y ceremonias que operan como sus sucedáneos–. Por esa razón, a la hora de establecer categorías o clasificaciones acerca de la nación, es del discurso de afirmación nacional del que habremos de predicarlas y, desde luego, por el valor público y deliberativo que incorpora, es el discurso constituyente un lugar privilegiado para acometer tal empresa. De ahí que, en otros trabajos, hayamos escogido esta sede para delimitar la realidad de la Nación española. Es ahí, en el discurso que recrea el ámbito y del espacio político donde la nación muestra su potencialidad y sus coordenadas estructurales. Así las cosas, llamaremos nación cultural a aquella nación que utilice en su discurso de afirmación elementos objetivos, indisponibles para los ciudadanos que la componen y, en consecuencia, ajenos a la voluntad política de sus miembros. A la inversa, consideraremos nación política a aquella nación que utilice en su discurso de afirmación elementos propios de una argumentación voluntarista en la que la libre decisión de sus componentes se convierta en el paradigma de definición nacional. En lo tocante a la concepción nacional de Ortega no existe unanimidad en la doctrina. Para algunos, los orteguianos –sirva de ejemplo el trabajo monográfico de Lasaga Medina en la Revista de Estudios Orteguianos–, Ortega tiene una teo-

ría más o menos compacta pero siempre de carácter progresista –liberal, regeneracionista, dicen–. Para otros –el representante más autorizado es A. de Blas– la teoría nacional de Ortega pasaría fundamentalmente por dos etapas, una primera de carácter liberal en la que habría “un esencial dinamismo, una clara concesión a la voluntad política de los integrantes de la nación” y una segunda etapa, que comenzaría ya en los primeros años de andadura republicana, marcada por una tentación esencialista y una rectificación formal de su anterior planteamiento. Creemos que ambas interpretaciones yerran. La segunda porque no existen tales etapas: la concepción de la nación construida por Ortega ha permanecido invariada a lo largo de toda su producción intelectual. La primera porque el carácter de la teoría orteguiana de la nación no posee ese talante pretendidamente democrático y liberal; muy por el contrario, adopta en todo momento las notas del nacionalismo cultural derivado del uso del paradigma objetivo en la definición de nación. Nos referimos al Ortega que podía decir que “la nación es algo previo a toda voluntad constituyente de sus miembros. Está ahí antes e independientemente de sus miembros. Es algo en que nacemos, no es algo que fundamos. Nación no es nosotros, sino que nosotros somos nación. No la hacemos, ella nos hace, nos constituye, nos da nuestra radical sustancia”; “la nación tiene un origen vegetativo, espontáneo, sonámbulo”; “El poder creador de las naciones es un quid divinum, un genio o talento tan peculiar como la poesía, la música y la invención religiosa”… Las citas podrían prodigarse hasta el infinito. En realidad, el error de ambas visiones deriva de un defecto común: indistinguen los trabajos en los que Ortega trataba de la fundamentación de la nación europea en ciernes –en cuyo caso sí utilizaba un patrón politicista– de aquellos otros en los que fundamentaba la nación española o bien la nación europea ya constituida mediante su oposición al bloque soviético –Plan Marshall, OECE y Pac-

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Aurkibidea/Índice to del Atlántico mediante–, y en este caso era de un depurado culturalismo. Lasaga Medina, como presupone que los trabajos de Ortega son lineales, se centra sólo en La Rebelión de las masas como objeto de estudio de la teoría de la nación orteguiana. Y, claro está, en esta obra sí reside una conceptuación politicista de la nación pero sólo está referida a la nación europea por construir. Es más grato reconstruir toda una teoría sólo con base en la parte más amable de la misma, pero es, al tiempo, menos sensato. A. de Blas Guerrero sí ve una fase culturalista –la del último Ortega– pero, al fundamentar la existencia de una primera etapa politicista en la que, es cierto, el lenguaje puede inducir a engaño –es aquí cuando habla de la nación como “proyecto sugestivo de vida en común”–, desatiende un elemento que opera de corrector de esa, en principio, inmaculada visión voluntarista: el destino. En efecto, “nación es, ante todo, la unidad de nuestro destino”; “la nación es el afán de los que conviven en un destino histórico”; “en este enjambre de pueblos que desde hace siglos cumplen su destino reunidos en esta gran convivencia histórica que llamamos España”…Y es que ese proyecto común del que habla Ortega tiene en realidad un fin predeterminado, no depende de la libérrima decisión de los miembros de la nación. La necesidad histórica, el destino, es la coartada objetiva del sometimiento violento que oblitera el funcionamiento de los recursos propios del paradigma subjetivo; o lo que es igual, anula por completo el juego de la libre voluntad de los asociados. Los pueblos, decía Ortega “no se hacen por casualidad, la Historia no contiene más que fuerzas históricas y en ellas todo se cumple por la fuerza”. Los proyectos no dan, pues, cima en lugares indeterminados y, menos aún, permiten que puedan acoger los intereses de los particularismos –vale decir nacionalismos–: “La idea de nación, decía un Orte-

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ga en plena fase, al parecer, politicista, expresa el deber de quebrar todo interés particular en beneficio del destino común de los españoles. Hay que imponer el derecho superior de esa comunidad de destino sobre todo lo que es parte, clase, clientela, grupo”. Y si por un casual ese proyecto se plantease algo parecido a la autodeterminación, entonces sólo cabría que el destino –y el ejército– dejase a cada uno en su sitio: “por muy profunda que sea la necesidad histórica de la unión entre dos pueblos, se oponen a ella intereses particulares, caprichos, vilezas, pasiones y, más que todo esto, prejuicios colectivos instalados en la superficie del alma popular que va a aparecer como sometida. Vano fuera el intento de vencer tales rémoras con la persuasión que emana de los razonamientos. Contra ellas sólo es eficaz el poder de la fuerza”. Si en todo este proceso existe voluntad es una voluntad objetiva, como la que Fichte alababa cuando se refería a la enseñanza en las escuelas de la “libertad de pensar lo que se debe pensar”. Por eso Ortega no tiene reparos en concretar ese proyecto sugestivo de vida en común como la “necesidad de imponer la voluntad de vivir unos con otros”. Imponer la voluntad. Deliciosa cuadratura del círculo. En suma, bien de manera directa y sin ambages, bien utilizando fraseología voluntarista corregida por el expediente rector del destino histórico, la teoría de Ortega defiende un concepto de nación culturalista, objetivista.

TESIS V.– La teoría de la nación de Ortega ha sido acogida en la Constitución de 1978. Cuando defendemos la antedicha tesis no sólo estamos diciendo que en la Constitución de 1978 –en su articulado y


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Aurkibidea/Índice en el discurso que la originó– se incorpora un concepto culturalista de Nación. Si así fuera habría tantas razones para decir que se acoge la teoría de Ortega como la de Donoso Cortés o Canovas. Además del culturalismo propio de la tradición española –españolista–, en el discurso nacional presente en la Constitución actual se introduce in toto la argumentación orteguiana que envuelve su teoría de la Nación. Veámoslo brevemente. Tras la presentación del borrador constitucional y ante la presencia del término nacionalidades en el artículo 2º los grupos políticos se dividieron en dos bloques: los que propugnaban su supresión –la derecha franquista– y los que abogaban por su mantenimiento –el resto de los grupos–. Para ambos, a tenor de las enmiendas presentadas, el concepto de nacionalidad se hacía equivalente del de nación, pero lo que para unos era motivo de intransigencia –sólo cabía una Nación, la española– para otros era razón de su inclusión (no olvidemos que en la redacción del artículo 2º del borrador constitucional no se hablaba de Nación española, sino sólo de España: de esta manera nada impedía hablar de nacionalidades –naciones– en el seno de una organización, no nacional, más amplia). Presentadas las enmiendas y en el transcurso de su discusión en el seno de la Ponencia un mensajero entrega una nota al presidente de la misma –Solé Tura en ese momento, pues la presidencia era rotatoria– y aclara que el contenido es de obligado cumplimiento. Así lo cuenta por escrito el propio Solé Tura y, que nos conste, jamás ha sido desmentido por ningún otro ponente aunque, eso sí, silencian el triste episodio. La nota en cuestión se corresponde con el actual artículo 2º y trastroca por completo la redacción que de ese precepto se hacía en el borrador. Es más, y esto nos orienta en lo tocante a la proveniencia de dicha nota, las variaciones se corresponden con la asunción de las enmiendas, de TODAS las enmiendas, de la derecha franquista encarnada por Alianza

Popular –excepción hecha del mantenimiento del concepto de nacionalidad–: aparece constitucionalizada la Nación española, se fundamenta la Constitución en esa Nación –en una de sus notas: la indivisibilidad–, se recogen los adjetivos indivisible e indisoluble, se define a la Nación como Patria... todo ello había sido propuesto por AP. Permanece la mención de las nacionalidades –sólo en el artículo 2º, en el resto del articulado se había depurado la gangrena que suponía su presencia con la simple amputación– pero con tantos contrafuertes unitarios que su posible entendimiento como naciones se inhabilita por completo. Si tenemos en cuenta que AP pretendía la supresión de las nacionalidades por la carga de política soberana o autodeterminista que pudieran incorporar, sólo podemos reconocer la recepción constitucional de su postura. Unos triunfan en la forma –se mantiene el concepto– y otros lo hacen en el fondo –el concepto se desustancializa, ya no equivale al de nación. O, lo que es lo mismo, en el fondo, triunfan los conservadores. En la fase de Comisión, cuando se presenta el borrador con las enmiendas incorporadas para su discusión, ya se había fraguado lo que luego se dio en llamar consenso; esto es, la renuncia a defender lo que se considera correcto en aras de conseguir otra renuncia de similar calado en el bando opuesto. En este sentido es totalmente pertinente la distinción de C. Schmitt entre discusión y negociación. La discusión existe cuando lo que se pretende es argumentar acerca de lo verdadero o lo correcto; por ello es de vital importancia la publicidad en el transcurso de la misma (en estas aguas bebe la teoría del discurso de Habermas). La negociación pretende, en cambio, la consecución de un resultado mediante una composición de intereses. Aquí la publicidad resulta del todo disfuncional e inapropiada. Pues bien, el consenso fue negociación. Y en un Parlamento constituyente no se debe negociar o, si se hace, se deben pagar las

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Aurkibidea/Índice tasas de la publicidad, y nada de esto ha ocurrido. El consenso, a los efectos que nos ocupan, significó que las posiciones teóricas iniciales tuvieron que ser sobreseídas y, sobre todo, que se tuvo que justificar lo indeseado. Qué tristes son las palinodias. Y es aquí, en la legitimación de la práctica constitucional, donde aparece la mediación de Ortega. Alianza Popular, satisfechísima con el resultado de la redacción final del artículo 2º, necesitaba remachar, por si cupiese alguna duda, que la Nación española, única, indivisible e indisoluble, no podía estar sujeta a ningún tipo de operación que pusiese en peligro su unidad esencial. Esa unidad era objetiva y, por tanto, indisponible para unos ciudadanos que de ningún modo podían oponerse al destino que la Historia había marcado. No es de extrañar que la derecha franquista recabase para sí todo el arsenal unitarista y antifederalista de Ortega. Así, M. Fraga pudo aseverar que el único criterio para concretar la esencia de España era el de apreciar “la comunidad de un largo destino histórico (...) El concepto de nación no se puede acuñar a voluntad” o Silva Muñoz afirmar que “la nación española es la resultante de un todo armónico con un único destino que cumplir, unidad superior de vida en común”. “Un estado federal, decía Ortega en el Parlamento, es un conjunto de pueblos que camina hacia su unidad. Un estado unitario que se federaliza –España– es un organismo que se retrograda y camina hacia su dispersión”, por ello, continúa Ortega, “es preciso raer de ese proyecto (de estatuto catalán) todos los residuos que en él quedan de equívocos con respecto a la soberanía; no podemos aceptar que en él se diga «el poder de Cataluña emana del pueblo». Una soberanía unitaria significa, por tanto, la voluntad radical y sin reservas de convivencia histórica: escindir en trozos esa soberanía unitaria equivale a renunciar a esa voluntad de convivencia radical y preestatal, en suma, que no se acepta por entero y sin cláusulas la comu-

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nidad de destino”. Estos pasajes, citados, entre otros textos de Ortega, en el debate constituyente, sirvieron para, en primer término, centrar la discusión de las nacionalidades en torno del concepto de soberanía –algo que había propuesto Ortega en contra de la visión de los socialistas–; y, en segundo término, para apostillar la ya de por sí machihembrada unidad concebida conforme a un patrón culturalista, algo que ya no se discutiría por parte de los grupos que habían entrado en el consenso. Para el resto de los grupos que habían sostenido la equivalencia de nacionalidades y naciones y, al tiempo, habían postulado su mantenimiento en el texto constitucional, el problema se les planteaba con un cariz inverso. Tenían que justificar el porqué de la inclusión de las enmiendas aliancistas –la Nación española, la patria, las indivisibilidades indisolubles...– y a la vez seguir manteniendo un cierto espíritu democrático y progresista. De nuevo apareció Ortega. Pero esta vez tomado exclusivamente por su fraseología politicista –aquélla que él había destinado a la fundamentación de la nación europea–. España era la única Nación, es cierto, pero era “proyecto sugestivo de vida en común”, “convivencia para hacer juntos algo”, “empresa”... Por otra parte, Ortega siempre fue un enemigo acérrimo de la estrategia frontalista contra el nacionalismo. No por causas benevolentes, sino estratégicas. En efecto, el filósofo madrileño consideraba que “combatir el nacionalismo ahogándolo por directa estrangulación” conducía al separatismo; era “catalanismo y bizkaitarrismo, bien que de signo contrario”. Por ello proponía una estrategia más indirecta: la de la sublimación de la energía política del nacionalismo en estímulo cultural, “sin este estimulante, decía Ortega, la cohesión se atrofia, la unidad nacional se disuelve”. Pertenencia a una Nación no significa para Ortega anulación de la especificidad de los pueblos –las nacionalidades– que la integran, muy por el contrario, el proceso in-


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Aurkibidea/Índice corporativo “ni se traga los pueblos que va sometiendo, ni anula el carácter de unidades vitales propias que antes tenían. No pierden estos pueblos su carácter de pueblos distintos entre sí. Sometimiento, unificación, incorporación, no significan muerte de los grupos como tales grupos”. Con esta visión que, prestos, los grupos que tuvieron que retractarse de anteriores veleidades hicieron suya, se salva el expediente de su claudicación. Las nacionalidades no pierden su especificidad, se convierten en grupos caracterizados culturalmente pero sin vocación política ni reivindicación soberana, ambas características predicadas en exclusiva de la Nación española. La resonancia democrática de toda esta construcción se dejó oír en la Cámara al punto de que el discurso nacional de estos grupos parecía incluso impugnar el otro discurso victorioso y constitucionalizado, el de la derecha franquista. Sin embargo, cuando en la Cámara se planteó la posibilidad de reconocer la plurinacionalidad del Estado español y, en consecuencia, se puso sobre el tapete el reconocimiento del derecho de autodeterminación, apareció el verdadero sentir de los constituyentes. Las anteriores intervenciones que exaltaban las “empresas comunes”, “la voluntad de vivir juntos” o la “libre voluntad de los pueblos de España” se diluyeron por ensalmo y dieron paso a manifestaciones que reducían lo anterior a pura fraseología –como también lo era, recordémoslo, en el caso de Ortega–. La unidad de la nación española parecía estar en peligro con la entrada de la posibilidad del plebiscito y por eso se anula el concurso de la voluntad ciudadana. Que España era una –Una– nación –Nación– era un presupuesto que no podía ponerse en entredicho. Por eso, ahora, la nación ya no se define de manera política sino de forma que su esencia se haga indisponible a la voluntad de los asociados. España pasará a ser una unidad forjada por la Historia, por el

destino histórico –concepto que es justamente tildado por Habermas de “muleta prepolítica”–, por algo, en definitiva, indisponible e irreformable. Asistamos al recital objetivista: “La unidad de España es un valor para nosotros [UCD] metaconstitucional y preconstitucional; la Constitución puede asumirlo, proclamarlo, reconocerlo [...] lo que no podrá es fundamentar ella, la Constitución, a esta unidad” (Cisneros Laborda); “Damos por sentado [PSOE] que España, como nación, existe antes de la Constitución. Para nosotros la nación como hecho relevante es derecho preexistente a la Constitución (G. Peces-Barba), “Y es claro que la Constitución no puede echar los cimientos o fundamentos al edificio que es España, porque España es una magnitud extensiva e intensiva que se sustrae a toda regulación constitucional. España era antes, y será después de esta Constitución, una entidad permanente (M. Herrero de Miñón)... Lo que la Historia ha hecho que no lo deshaga el Hombre. “España, decía un Solé Tura que antes se hubo desgañitado con peanes voluntaristas, no es una invención, no es un artificio histórico, es una realidad forjada por la Historia”. De la misma manera, M. Herrero de Miñón podía decir que “es la Historia, la vieja Historia la que ha decantado una nación española que no podemos concretar, que no podemos reducir al marco de la Constitución”; (...) de un todo armónico con un único destino que cumplir, unidad superior de vida común”. La nación española, en suma, pertenece al género de los hechos brutos, como diría J. Searle, esto es, la nación española existe con independencia de la voluntad y el acuerdo humano, es un hecho que, en su realidad y estructura, se nos impone querámoslo o no. Incluso cuando se mencionaba la voluntad como elemento conformador de la nación aparecía rauda la corrección histori-

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cista: “Llamamos Nación española a la voluntad histórica decantada de vivir juntos como españoles (...) Los diferentes pueblos de España se autodeterminarán una vez más como su estructura histórica exige, como la unión de su variedad” (M. Herrero de Miñón). Es curioso ver cómo la Historia, por definición campo de creación, como diría Castoriadis, se ve aquí constreñida por el cíngulo de la incontingencia. Puede que existan voluntad y autodeterminación, pero ambas han de estar predeterminadas como “su estructura histórica exige”. Por eso, cuando se habla de España como realidad histórica, en verdad se quiere decir “realidad inamovible”, “realidad natural” o “realidad necesaria”. Mucho nos tememos que también se quiera decir “realidad revelada”.

Aquí sólo existe, en la terminología de Habermas, conciencia nacional que absorbe la posible emergencia del elemento republicano. La voluntad de los miembros de la nación no entra en juego: la indisoluble unidad nacional es previa y fundamentadora de esa voluntad que, por tanto, ya no es libre –no es voluntad–. Por eso, cuando J. J. Laborda afirma que “España, con el acto constituyente de 1978, decidió ser una nación o una patria común”, está falseando los datos. Podemos discutir acerca de interpretaciones, pero no se discute acerca de datos. Y lo cierto es que con el acto constituyente de 1978, mediante un ejercicio de reflexividad inverosímil, la Nación española –concebida como sustrato previo a la Constitución– decidió ser una Nación española o patria común.

Esto en lo que respecta al discurso nacional. Pero también en el propio texto constitucional es perceptible una mutación fundamental entre la interpretación del artículo que sólitamente se ofrece –muestra acendrada de politicismo– y lo que la Constitución de 1978 nos regala. Para que exista una concepción política de la nación resulta fundamental que la transformación de los afectos que surgen de la conciencia nacional de pertenencia –los afectos “prepolíticos”– pasen por el tamiz de la voluntad política de los ciudadanos. Y esto es algo radicalmente negado en el texto del artículo 2º, al punto de que es una realidad pre-constitucional, esencialista, la que fundamenta la Constitución y no a la inversa, como en principio se predicaría de un ordenamiento que, sobre la base de la libertad de decisión ciudadana, intentase una fundación nacional instituyente. Recordémoslo: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española...” (Art 2º CE). En este caso es la indisoluble unidad de la nación española la que actúa de marco prepolítico que conforma lo jurídico –lo que ha posibilitado que una buena parte de la doctrina, haya podido hablar de la unidad de la nación como un límite implícito a la reforma constitucional–.

La teoría de la nación de Ortega se incorpora en la Constitución de 1978, entonces, en la asunción última de sus postulados culturalistas, en las estrategias discursivas que justifican tanto la existencia de la nación –española– como la inexistencia de otras naciones y hasta en los ardides que se utilizan para blindar a la teoría de posibles ataques de ideologías rivales. El hecho de que esta constatación sea tan ingrata para el españolismo (cuánto llanto y crujir de dientes hubo tras la exposición de esta ponencia por parte de los Pradera, Juliá y Pérez –Royo–) nos muestra que tal vez hayamos acertado en la disección. Fueron viscerales porque las tesis que aquí hemos expuesto desentrañaron sus vísceras. Juzgue el lector. A nosotros hay casquerías que nos parecen repugnantes.

NOTAS 1 Xacobe Bastida, La nación española y el nacionalismo constitucional, Ariel, Barcelona, 1998; Miseria de la autonomía. Una Filosofía del Estado autonómico, Servicio de Publicaciones de la universidad de Oviedo, Oviedo, 1999; “La búsqueda del Grial. La teoría de la Nación en Ortega”, Revista de Estudios Políticos, nº 96, 1997; “Ortega y el Estado”, El Basilisco, nº 24, 1998; “Otra vuelta de tuerca. El patriotismo constitucional español”, Doxa, nº 25, 2002.


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JORGE RUBIO (Bilbao, 1970)

Licenciado en Bellas Artes por la U.P.V. En la actualidad es doctorando y su trayectoria creativa incluye numerosos premios, como Ertibil´03 o el proyecto para la realización de pinturas murales para el aeropuerto de Palma de Mallorca. Ha realizado numerosas exposiciones individuales y colectivas en ciudades como Bilbao, Santander, Bremen, Belem o Roma. Su obra forma parte de las colecciones de la Diputación Foral de Bizkaia, la Universidad del País Vasco, las Juntas Generales de Bizkaia o la Fundación AENA. Es uno de los jóvenes artistas vascos con más proyección internacional.


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Sobre Azaña y Ortega

1.– AZAÑA Y ORTEGA EN LA MEMORIA: EL LENTO DESCUBRIMIENTO DEL PRIMERO Y EL CARÁCTER INEVITABLE DEL SEGUNDO.

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i de algo valen los recuerdos intelectuales (la memoria es algo tan maleable y cargado de subjetividades como la esperanza), en el panorama universitario español de finales de los años sesenta se comenzó a conocer algo de la figura –más que del pensamiento– de Manuel Azaña. En una de las ocasiones –cada vez más raras– en las que hay que darle toda la razón a Fernando Savater, éste ha afirmado que en esa sociedad y en ese tiempo franquista era más fácil hacerse con las obras escogidas de Lenin que con un ensayo de Azaña. Además, Lenin teJOSÉ IGNACIO nía el encanto de lo prohibiLACASTA-ZABALZA do, del librero cómplice (cuyo Pamplona/Iruña (1946). Licenciado y Doctor en Depapel en nuestra educación recho por la Universidad de sentimental tan bien ha retraZaragoza, de cuya Facultad de Derecho es profesor tado en alguna ocasión Miguel desde 1971. Actualmente es catedrático de Filosofía Sánchez-Ostiz), estaba –qué del Derecho y Teoría del cosas– de moda mediante el Derecho en esa misma Facultad. Secretario de la Cáprestigio agregado de todo lo tedra Luis de Camôens de que venía de Francia (inclusiEstudios Portugueses (con sede en la Universidad Carve Mao y su libro rojo) y, delos III de Madrid). Ha imparfinitivamente, no era nada tido conferencias y cursos en Universidades europeas burgués. Por añadidura, Lenin y latinoamericanas, así como en repetidas ocasiones era el santo y seña bibliográfien la antigua Universidad de co de la principal entidad deOñati en el Instituto Internacional de Sociología jurídicada por esas fechas a la redica a cuya Asociación persistencia contra el franquismo: tenece.

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el Partido Comunista. Cuando en el mundo de los aledaños de mayo de 1968, y hasta bien adentrados los años setenta, lo burgués era un adjetivo de juvenil rechazo unánime en todo aquel tipo social que Natalino Irti caracterizó para Italia (aunque también pudo hacerlo en Francia o por estos pagos) como el homo ideologicus. O el joven ser humano que hacía –hacíamos– de la ideología la medida de todas las cosas. Y si de algo sirven también las remembranzas personales, la noticia que algunos tuvimos de Manuel Azaña iba inexorablemente unida a la guerra civil. El estudio sobre la misma de Hugh Thomas editado por Ruedo Ibérico circulaba de mano en mano entre los estudiantes interesados en conocer con alguna objetividad ese pasado bélico, aunque con no poco hartazgo por una experiencia que planeaba en el día a día de la propaganda franquista y en la que no habíamos tenido arte ni parte, tal y como se retrataba ya en 1965 –de modo eficiente y sin requilorios– en la importante película de Basilio Martín Patino Nueve cartas a Berta. Los sucesos de Casas Viejas de 1933 y la conducta gubernamental represiva de Azaña también se describían en las diversas historias –de derechas o no– de los prolegómenos de la guerra civil. Situación que refleja uno de los defectos reales de Azaña –y de la República– al concebir el orden público de manera militar, compor-


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Aurkibidea/Índice tándose en ese aspecto más como un hombre de la Restauración que como un republicano moderno que impulsase decididamente una separación de las actividades policiales (con medios proporcionados) de las acciones de guerra propias de los soldados en su misión de defensa. Y del empleo republicano de ametralladoras y bombas para hacer desproporcionado frente a un conflicto social de campesinos hambrientos, con toda su secuela de muertos y horrores, ha hablado para siempre el sobrecogedor reportaje del escritor Ramón J. Sender Viaje a la aldea del crimen (Documental de Casas Viejas) (2000). El caso es que, entre defectos reales e inventados (que eran los más), sobre Manuel Azaña conocimos una versión nada benigna, muy superficial, poco documentada y convergente con la interpretación de la historiografía oficial del PCE; donde se presentaba al personaje, burgués de pies a cabeza en el contexto de la contienda fratricida de 1936, como “derrotista” (en la reiterada crítica de Dolores Ibarruri) o como un ser cargado de dudas muy inconvenientes para la dirección de asuntos tan poco dubitativos como los militares. Las Obras Completas de Azaña, junto a los trabajos de Juan Marichal, se habían editado en México en 1966 y no eran de fácil acceso. Hay que observar que hasta 1974 no se reeditó La velada de Benicarló, a cargo de Manuel Aragón, según se desprende del estudio imprescindible de Elías Díaz Pensamiento español en la era de Franco (1939-1975) (1992, pp. 75 y 196). Y ya en los años setenta, en las postrimerías del franquismo y durante la transición, Carlos Rojas dio a conocer sus discutidas biografías de Azaña y Companys. La peripecia de los Cuadernos robados escritos por Azaña entre 1932 y 1933 desvela esa injusta lentitud sufrida

por el conocimiento público de la obra de este autor. Dice Santos Juliá que estos cuadernos no aparecieron “hasta que la ministra de Educación y Cultura del gobierno presidido por José María Aznar, Esperanza Aguirre, los recibió de manos de Carmen Franco, que los habría encontrado por casualidad en la librería de su padre confundidos por su apariencia externa con otros libros” (1997, p. XXIII). Por supuesto, la bibliografía acerca del presidente de la Segunda República es muchísimo más amplia, porque los enemigos de Azaña en el bando franquista y monárquico son legión, según puede desprenderse de la monografía del general Miguel Alonso Baquer, que se pretende “objetivo” al contraponer nada menos que al Ejército como institución (o los militares como gremio profesional) con su ministro republicano de la Guerra, en el unilateral trabajo titulado significativamente D. Manuel Azaña y los militares (1997). Donde Alonso Baquer no se detiene en la crítica –y autocrítica– del papel de los militares, republicanos o no, en las tareas policiales y de orden público. Pues el mando y la estructura jurídicamente marcial de la Guardia Civil y los Guardias de Asalto, la Ley para la Defensa de la República y la de Orden Público (y en esto Azaña tiene su cota de responsabilidad) impulsaron la inconveniente participación de los militares en objetivos de represión política y social, que la dictadura de Franco no hizo sino prolongar hasta el paroxismo (Ballbé, 1983). Tal vez, y esto es tanto una experiencia personal como una hipótesis, fueron los dos volúmenes de las Memorias políticas y de guerra de Azaña, editados por Grijalbo en 1978 (con varias reediciones por su éxito), los que dieron a conocer entre un público interesado y algo

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Aurkibidea/Índice más amplio la excelente escritura, sagacidad y razón a raudales de este intelectual y político de rango excepcional. A un tiempo, la editorial Undarius de Barcelona dio a la luz en 1977, en su muy meritorio opúsculo Defensa de la autonomía de Cataluña, el completo discurso ante las Cortes Constituyentes de la República española del 27 de mayo de 1932, en el que Manuel Azaña, en representación de la racionalidad republicana, sale al encuentro constructivo y amistoso del nacionalismo catalán. Una feliz concordia de la que surge el Estatuto de Autonomía de 1932, abolido en Burgos el 5 de abril de 1938 por decreto de guerra del general Franco. Esta pieza parlamentaria sobre la autonomía catalana, recogida hoy por Santos Juliá en los Discursos políticos de Manuel Azaña (2004), contiene una visión positiva del papel de los nacionalismos periféricos en la construcción democrática del Estado español que resulta de difícil digestión para quienes creen y creyeron en la unidad de España en exclusiva clave antiseparatista. Por supuesto, “los militares” (no los fieles a la legalidad republicana de la Generalitat, que también los hubo) del general Alonso Baquer sentían cuestionada la unidad de España entendida a la manera tradicional y alfonsina. Pero también intelectuales como Menéndez-Pidal o el propio José Ortega y Gasset se opusieron al racional intento de Azaña. Es más, Azaña no ahorró sus críticas al historicismo patriótico del uno y el otro. Esa concepción de España como un todo que se impone a las partes desde la noche histórica de los siglos castellanos, tan propia de Ortega y Gasset, nunca ha

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dejado de manifestarse, con más o menos fuerza, en el panorama político español (y la acción de propagada cotidiana del último Gobierno de José María Aznar no es sino una manifestación cansina de dichas viejas querencias). Guste o disguste, José Antonio Primo de Rivera se consideraba perteneciente a una juventud educada “bajo el signo de Ortega” en su misión de (textualmente) “vertebrar a España”, ante los peligros de una España invertebrada (por la autonomía catalana principalmente) (1959, pp. 745-749). Al mismo tiempo, la fórmula joseantoniana definitoria de España como “unidad de destino en lo universal”, verdadero emblema del Estado de Franco, es de raíz orteguiana tal y como lo ha demostrado de modo convincente el profesor Xacobe Bastida. Incluso el artículo 2 de la Constitución española de 1978, según lo estudia también Xacobe Bastida, refleja en su discusión durante el período constituyente la “honda influencia” de Ortega entre diputados y senadores que lo incorporan al debate muchas veces de manera explícita y no pocas de modo implícito aunque perfectamente reconocible (1998, p. 123). Pero, si se toma de nuevo el ejercicio de memoria aquí iniciado sobre la reconstrucción del pensamiento liberal y democrático en los años sesenta, ¿qué sabíamos en esos años de Ortega y Gasset? Lo primero de todo, la manía que le profesaban los medios ultracatólicos tan activos entonces (a los que la Universidad no escapaba vía Opus Dei y otras muchas complejas vías que van desde la dirección del Consejo Superior de Investigaciones Científicas a las clases obligatorias de religión en los mismos estudios de grado superior). Sectores de mucho mando en


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Aurkibidea/Índice la época para los que Ortega, como poco, era un librepensador. Y, ciertamente, lo fue. Al menos en el tono nada religioso de sus escritos lo que, en verdad, se agradecía. Es algo más que una anécdota lo que cuenta Mario Vargas Llosa sobre la semana de ejercicios espirituales organizada por la Universidad Complutense para rezar “por la conversión de Ortega” (El País, 1.3.88). Porque la Universidad española tenía a la sazón –en los años cincuenta y posteriores– no pocos ingredientes que la presentaban como una auténtica sacristía. La obras de Ortega España invertebrada y, sobre todo, La rebelión de las masas, no poseían en verdad la seducción de lo clandestino, pues habían sido editadas por Austral y la Revista de Occidente, y servían de aproximación a otra cultura europea de más tono que la oficial católica para todo estudiante de Derecho con un poco de inquietud por leer cosas distintas de las habituales apologías del Derecho Natural (tan entusiastas de Tomás de Aquino esos años como el mismo Juan Pablo II de nuestros días). Además, la moraleja de estas dos publicaciones de Ortega no disgustaba nada en ciertos medios del franquismo universitario ni entre los falangistas más despiertos. Que los peligros de España vienen de los “particularismos” (léase más que nada “separatismos”), y que las elites (la Universidad española todavía no se había abierto a las clases populares) tenían, cuando menos, que desconfiar del riesgo para el orden que recogían las masas o multitudes presentadas como un peligro desmandado de nuestro tiempo (sujeto a una especie de irracional deseo de mediocridad a todo trance), venían a

coincidir con los propósitos de los cuadros universitarios menos dogmáticos del régimen de Franco. Hay una meditación de Ortega en su España invertebrada que puede explicar muy bien el carácter ambivalente y problemático de su herencia (1984, p. 99): “Una nación es una masa humana organizada, estructurada por una minoría de individuos selectos. Cualquiera que sea nuestro credo político, nos es forzoso reconocer esta verdad, que se refiere a un estrato de la realidad histórica mucho más profundo que aquel donde se agitan los problemas políticos. La forma jurídica que adopte una sociedad nacional podrá ser todo lo democrática y aun comunista que quepa imaginar; no obstante, su constitución viva, transjurídica, consistirá siempre en la acción dinámica de una minoría sobre la masa”. De ahí se puede deducir –y así lo hicieron no pocos– que la democracia es una mera “forma” y no una condición mínima, necesaria y esencial, para una normal vida política que respete al prójimo y sus opiniones. Pero de ello también se puede extraer una responsabilidad de las elites para elevar las condiciones del conjunto de la sociedad a la que pertenecen, junto a la exigencia de modernizarse, aprender de la cultura y técnica europeas, etc. De esos sectores para los que Ortega fue algo más que una referencia, surgieron, desde las entrañas del franquismo, personas que luego fueron más que útiles para la democracia y el intelecto liberal. Que van desde Gonzalo Torrente Ballester y Antonio Tovar, entre los más

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Aurkibidea/Índice conocidos, al catedrático universitario de Historia Antigua y hoy director del periódico Heraldo de Aragón, Guillermo Fatás. Con lo que no se hace aquí sino reconocer la amplitud, variedad y también el lado positivo, realmente existente, de la proyección de Ortega en la reconstrucción del pensamiento liberal español, destruido a su vez por la dictadura franquista y su ideario de sacristía.

2.– DOS IDEAS CONTRAPUESTAS SOBRE ESPAÑA Y SU ESTADO. Si se compara España invertebrada de Ortega y el discurso sobre la autonomía de Cataluña de Azaña, surgen inmediatamente dos concepciones ciertamente divergentes sobre la identidad española y su proyección estatal. Diferencia que se ahonda si se estudian otros materiales de los dos autores. La idea de España de Ortega prescinde de las raíces semíticas, judías e islámicas, de unos antecedentes tan obvios y tan poco epidérmicos como la existencia y profusión del arte mudéjar aragonés, la filosofía sefardita de Maimónides, las muchas palabras de origen árabe recogidas por los diccionarios del idioma castellano, la cerámica de Manises o el sistema de regadíos de la huerta valenciana, por poner unos ejemplos fragmentarios de carácter innegable. Pues bien, Ortega y Gasset afirma (de soslayo y en una nota a pie de página) que “ni los árabes constituyen un ingrediente esencial en la génesis de nuestra nacionalidad, ni su dominación explica la debilidad del feudalismo peninsular” (1984, p. 129). Versión orteguiana de España que no difiere gran cosa de la historiografía ortodoxa católica, que niega –o hace in-

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visible– la presencia decisiva del elemento islámico, judaico y posteriormente protestante o heterodoxo en la cultura hispánica. Que no tiene en cuenta las cautelas de principio del siglo XIX de un gran liberal, José María Blanco White, cuando advertía que la confrontación con el Islam causó “necesariamente el espíritu de fanatismo e intolerancia religiosa que constituye aún hoy el rasgo más característico de este pueblo”. Así, durante siglos, los españoles han asociado “toda idea de honor con ortodoxia y cuanto es odioso e indigno con heterodoxia y disconformidad” (1999, p. 381). Se puede completar esta enorme reflexión con el simple recordatorio del tan expresivo título del libro de Marcelino Menéndez Pelayo Historia de los heterodoxos españoles, donde se recoge un amplísimo catálogo que va desde los malos españoles a quienes nunca merecieron serlo, a juicio de Menéndez-Pelayo. Pensamiento cuyo nervio central es la confusión tradicional entre identidad nacional española y religión católica. No tiene que ver Ortega con esa línea del liberalismo español tan atenta al pluralismo cultural de sus orígenes y a la crítica al exterminio de la heterodoxia, que se inicia con Blanco White, prosigue con Francesc Pi i Margall y tiene en Azaña un continuador en muchos sentidos. En nuestro tiempo, han sido Américo Castro y posteriomente Juan Goytisolo, quienes han desarrollado esta perspectiva de tanto peso para comprender el presente. Y así lo supo explicar todo un Eduard W. Said en Orientalismo (2003, p. 10), para quien “es crucial insistir en que lo que otorga su riqueza y complejidad a la imagen del islam en España es el hecho de ser parte sustancial de la cultura española


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Aurkibidea/Índice y no una fuerza exterior y distante de la que hay que defenderse como si fuera un ejército invasor”. De manera que una de las llaves para abrir la idea plural de España está en la larga y “complicada relación entre la ideología de la España católica y el pasado judeomusulmán tanto tiempo suprimido”. Captar esa complejidad, dice Said, es hacerse con una valiosa concepción que sirve de antídoto para las reducciones y simplificaciones a que han llevado peregrinas tesis –tan actuales– del choque de las civilizaciones y similares. Confrontaciones que para Ortega son precisamente la matriz de la unidad de España lograda por los Reyes Católicos desde la “continuada lucha fronteriza que mantienen los castellanos con la Media Luna, con otra civilización”, lo que permite “a éstos descubrir su histórica afinidad con las demás Monarquías ibéricas, a despecho de las diferencias sensibles: rostro, acento, humor, paisaje” (1984, p. 50). Porque el argumento étnico y las razas así mismo están presentes en todo el edificio orteguiano de la configuración de España. La –como suena– raza española y la psicología de los pueblos atraviesan España invertebrada y La rebelión de las masas para sostener que “los españoles tenemos la ventaja de ser el primer pueblo que mandó en Occidente” (1998, p. 364). Gracias a la hegemonía de Castilla forjada en la lucha contra los musulmanes, porque: “Desde un principio se advierte que Castilla sabe mandar”. En tanto que Aragón estaba aquejado por “una feroz suspicacia rural” y “un irreductible apego a sus peculiaridades étnicas y tradicionales” (1984, pp. 49-50). Aunque para Ortega el pasado español, la cultura resultante, tiene sobre todo un carácter ineludiblemente euro-

peo, germánico, necesariamente cristiano, visigodo por más señas en su origen. Algo débil para Ortega, pues los visigodos tenían menos vitalidad –noción clave orteguiana– que la desarrollada por los francos en la historia de Francia. España no tuvo un feudalismo como el francés y tampoco –otra vez– unas elites que la sacaran de su secular atraso. Con la salvedad de la conquista americana (“magnífico salto predatorio” en el léxico de Ortega), y desde el siglo XVII, España ha perdido el pulso, es pura inercia y su sociedad una suma de agricultores que impregnan todo con sus ideas y sentimientos campesinos. Ya en el siglo XX, perdidas las colonias, esa España labriega deshace la unidad ya debilitada sin empresas exteriores porque –y esta es una justa diagnosis ya exhibida por Joaquín Costa– “pretende el Poder público que los españoles existamos no más que para él se dé el gusto de existir”. Aunque ahí nace a la vez la descomposición, la desintegración nacional, de cuya enfermedad es claro síntoma el “secesionismo vasco-catalán”, el catalanismo y el bizcaitarrismo en el lenguaje de Ortega. El nacionalismo gallego no existe cabalmente para Ortega, aun cuando estas palabras son de 1921, porque a Galicia, “tierra pobre habitada por almas rendidas”, lo más que le puede corresponder es “un sordo y humillado resentimiento” (1984, pp. 60-65). Las propuestas de Ortega sobre España pertenecen más al género de la filosofía de la historia que a la historia propiamente dicha. Es propiamente historicismo, si por tal entendemos una actitud que deduce de la historia pensada demasiadas conclusiones para el presente.

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Aurkibidea/Índice Por el contrario, Manuel Azaña pone a la historia al servicio del presente. Son clarividentes y bien documentados sus análisis, curiosamente, sobre Castilla y su porvenir al desentrañar los conflictos políticos y sociales del movimiento de los comuneros. Las contradicciones entre el poder regio y la Comunidad, entre las clases productivas de las ciudades y los grandes propietarios agrícolas de la nobleza, y la derrota comunera (porque Azaña sabe captar la relevancia de los vencidos), explican no poco los orígenes del atraso español. Desde luego, son de mucho mayor alcance en la frustrada modernidad de España que las esencias de la Reconquista (Azaña, 1990, pp. 49-51). Sin embargo, Azaña ironiza sobre que finalmente no se interprete así esa historia y otras, que se tapen los reales conflictos de esa etapa y lo que opinaban –siempre mediante el análisis de las fuentes directas– sus verdaderos protagonistas, para que así se imponga finalmente “una tesis elaborada trescientos años después por algún profesor de filosofía de la historia”. La ironía de Azaña está fabricada para criticar el pensamiento abstracto de Ángel Ganivet, pero le cuadra perfectamente a la disposición ante el pasado histórico español de José Ortega y Gasset. Con respecto a la guerra de Marruecos de los años veinte del siglo XX, Azaña se hace cruces sobre la irracional pervivencia de la visión nacionalcatólica, a través de los siglos, de la lucha contra el infiel. Eso, para embellecer una contienda colonial que a Azaña le resulta repugnante, corrupta y contraria a una visión moderna de las cosas. “La guerra que venimos haciendo en Marruecos, más larga ya que ninguna campaña de

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la Reconquista, más sangrienta que cualquier gran victoria cristiana –escribe Azaña– de aquella edad y que muchas juntas, más desgastadora de haciendas que la Reconquista en pleno, descubre la condición inacabable de nuestra epopeya cristianobélica” (1990, pp. 129-130). Y la oposición indignada de Azaña a la guerra del Rif y a la visión “cristianobélica” de la historia española no deja de tener su propia vigencia plena. Como comenta jugoso Juan Goytisolo a propósito de este mismo pasaje (2004, pp. 139-140): “Releer el artículo de Azaña a la luz de lo acaecido en el último medio siglo es un ejercicio estimulante y aleccionador. El mundo, y con él España y Marruecos evolucionan –España mucho más que Marruecos–, pero la percepción ancestral de nuestros vecinos permanece incólume. Desde la no ratificación del acuerdo pesquero de Marruecos con la Unión Europea a la conquista del islote de Perejil (el inefable ministro de Defensa dijo a las fuerzas de tierra, mar y aire al inicio de la operación: “Que Dios os proteja y os conceda la victoria”, como si fueran a las Navas de Tolosa o a Lepanto) la retórica de las plumas y voces a sueldo del Gobierno no difería gran cosa de la empleada en la guerra del Rif”. Episodio nada glorioso, el de la guerra del Rif, que, en la senda racional de Azaña para examinar la historia de España, debería recordarse para poner en su sitio a los gobernantes de turno y para criticar las propagandas de signo xenófobo y “cristiano-bélicas” hacia todo cuanto viene de Marruecos, sean inmigrantes o cualesquiera actitudes contrarias


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Aurkibidea/Índice a los intereses españoles. Pero, ciertamente, la posición metódica adoptada por Azaña hacia la historia de España casi nada tiene que ver con la de Ortega. Ni tampoco hay parentesco con la idea que ambos se hacen de la construcción del Estado español. El 27 de marzo de 1930, a casi un año vista de la proclamación de la República española, Manuel Azaña pronunció un discurso en Barcelona en el que vale la pena detenerse. Palabras nada improvisadas pues, como lo anota Santos Juliá, las había escrito previamente (2004, pp. 7178). Todo iba precedido por un movimiento de varios intelectuales castellanos –y un manifiesto– a favor del idioma catalán, y de Cataluña, castigados por la dictadura de Primo de Rivera. Azaña parte de una percepción muy positiva de “la profundidad del sentimiento nacionalista catalán” y su constatación de caminar en la misma dirección contraria de un Estado español que nada quiere saber de democracia. Se define como español y no “españolista”, como liberal y no “patriota” (a su juicio se había producido una degradación de este concepto por un reiterado uso innoble del mismo) y, desde luego, como ferviente partidario de la República. Régimen del que ha de venir la solución del problema catalán, porque el nuevo Estado “ha de salir de la voluntad popular y ha de ser garantía de la libertad”. Porque ha ser un “Estado nuevo dentro del cual podamos vivir todos”. Aunque interesa poner de manifiesto un asunto nada banal para la filosofía jurídica y política. Para Ortega la idea de España es existencial, obje-

tiva, cinco siglos de navegación en común. “España es una cosa hecha por Castilla, y hay razones para ir sospechando que, en general, sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral” (1984, pp. 48-49). Castilla impulsó a España hacia una política internacional (“de magnas empresas”) que la definió como tal desde los Reyes Católicos. Si su unidad tiene problemas en el siglo XX, ello se debe a los consabidos “particularismos”. Azaña introduce un elemento diferente, que es el de la libre voluntad de los pueblos (“Yo concibo, pues, a España con una Cataluña gobernada por las instituciones que quiera darse mediante la manifestación libre de su propia voluntad”) (pp. 71-78). Pero: “…si algún día dominara en Cataluña otra voluntad y resolviera ella remar sola en su navío, sería justo el permitirlo y nuestro deber consistiría en dejaros en paz, con el menor perjuicio posible para unos y otros, y desearos buena suerte, hasta que cicatrizada la herida pudiésemos establecer al menos relaciones de buenos vecinos”. Azaña es perfectamente consciente de lo que dice (“No se trataría de liberación común, sino de separación”). El derecho de autodeterminación tiene ese riesgo cuya realización Azaña no desea y que cree resolver, que no diluir, en el seno de un sistema que, previa desaparición de la monarquía alfonsina, de plena libertad a los diversos pueblos e individuos del futuro Estado republicano. Ahora bien, les recuerda a los nacionalistas que

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Aurkibidea/Índice las fronteras con Cataluña no son geográficas ni lingüísticas, sino, en el fondo, sociales; que ha habido catalanes que han colaborado con la dictadura y con un Estado que el catalanismo “debería considerar como su enemigo natural si escuchase su conciencia de catalanes” y no hubiera antepuesto “la preocupación fanática del interés de clase”. En su discurso sobre la autonomía de Cataluña, ya en pleno régimen republicano, Azaña contestó las objeciones parlamentarias de José Ortega y Gasset. Se refirió al historicismo de Ortega para decirle, irónico, que desconocía lo que hacían los catalanes bajo el imperio romano (“cómo se las habrían con el procónsul romano de vuestra Tarraconense los habitantes del territorio de la actual Cataluña”). Tampoco le convencía la presentación de la cuestión catalana como una suerte de “irredentismo” o que, en palabras de Azaña: “vendría a ser, sin duda, el pueblo catalán un personaje peregrinando por las rutas de la Historia en busca de un Canaán que él sólo se ha prometido a sí mismo y que nunca ha de encontrar”. Menos le seduce que el problema catalán sea irresoluble, como asegura Ortega y Gasset, y “que España sólo puede aspirar a conllevarlo”. Para Azaña la solución está en saber que en Cataluña existe una “voluntad secesionista”. Y otra que pretende “vivir de otra manera dentro del Estado”. Se miden y se pesan esas voluntades y es entonces, y sólo entonces, cuando el nacionalismo “adquiere la forma, el tamaño, el volumen y la línea de un problema político”. Problema que se puede resolver, encauzar (que es un verbo predilecto de Azaña para tratar las cuestiones autonómicas) (1977, pp. 11-15). Una posición, la de Manuel Azaña, no poco sensata, racional y de la mayor actualidad. Y que revela, a lo vivo y concreto, su divergencia con Ortega sobre la construcción democrática del Estado español.

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Aurkibidea/Ă?ndice


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Dos ideas de España: Ortega y Azaña

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a cuestión capital española de los siglos XIX y XX iba a ser articular España como un verdadero Estado nacional. Problema de extraordinaria complejidad en sí mismo, en España se complicó por distintos factores y circunstancias: a) por la simultaneidad desde el siglo XIX del doble proceso de desarrollo de construcción del estado nacional, y aparición de los hechos particulares, y luego nacionalismos, catalán, vasco y gallego; b) por la debilidad del nacionalismo español decimonónico como fuerza de cohesión social y de vertebración territorial del Estado español; c) por el desarrollo tardío de una maquinaria moderna de gobierno y administración; d) por los fuertes desequilibrios regionales que definieron la evolución de la economía española a lo largo de los siglos XIX y XX. JUAN P. FUSI AIZPÚRUA Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Cantabria, País Vasco y, desde 1988, de la Universidad Complutense. Director de la Biblioteca Nacional 1986-90. Ha sido secretario de Revista de Occidente y es en la actualidad Director del Instituto Universitario Ortega y Gasset. Entre sus libros destacan: Franco. Autoritarismo y poder personal. (1985), (con Jordi Palafox), España 18081996. El desafío de la modernidad. (1997) España. La evolución de la identidad nacional. (1999), Un siglo de España. La cultura. (2000) y La patria lejana. El nacionalismo en el siglo XX (2003).

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Azaña estuvo convencido de que la carencia de un verdadero estado moderno constituía el principal problema de la España de los siglos XIX y XX. En la conferencia “Tres generaciones del Ateneo” que pronunció en ese centro madrileño el 20 de noviembre de 1930, dijo que el Estado liberal salido de la crisis del Antiguo Régimen fue “un Estado inerme, una entelequia que a nadie intimida, y

apenas se extiende más allá de las personas de sus conductores”. Su gran ambición política fue rehacer el Estado, construir un Estado nuevo, fuerte y verdaderamente nacional –que él creía debía ser republicano–, como instrumento de la gran reforma que en su opinión España necesitaba. En unos artículos que escribió en 1939 ya en el exilio en Francia, recogidos como libro en 1986 con el título Causas de la guerra de España, al ocuparse de la actuación de Cataluña en la guerra, Azaña decía que si el catalanismo había subsistido después de doscientos años de centralismo estatal, era porque “en España, durante una gran porción de esos dos siglos, el Estado carecía de tales prestigio y poderío, y había pocas escuelas”. La visión de Ortega era distinta. Ortega, el Ortega de Vieja y nueva política (1913), de España invertebrada y La redención de las provincias, publicadas en la década de 1920, y aún, el Ortega de la II República, pensaba que en España no existía verdadera emoción nacional, un verdadero nacionalismo español: “desde largo tiempo –dijo al presentar en Madrid la revista bilbaína Hermes, en mayo de 1917– carece España de toda emoción nacional por la cual comuniquen los bandos enemigos”. Lo que en su opinión definía a España era “el torrente de las emociones provinciales locales”. El localismo, título del artículo que publicó en El Sol el 12 de octubre de 1917, esto es, “la organización y la afirmación de la vida local”,


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Aurkibidea/Índice le parecía la única “actitud clara” de los españoles, y todo lo demás se le antojaba o “caduco” o “vago” o “problemático”. La tesis central de su pequeño gran libro La redención de las provincias (escrito en 1927-28 y publicado en 1931) subrayaba que España era pura provincia, que la provincia era “la única realidad enérgica existente en España”, que el español medio era el hombre de provincias y que por tanto, la “gran reforma que había que hacer en España era una reforma desde las provincias y para las provincias. Con un propósito; edificar una verdadera vida nacional, hacer una España nacional: “...la auténtica solución consiste precisamente –escribía en ese libro– en forjar, por medio del localismo que hay, un magnífico nacionalismo que no hay”. Para Azaña, por tanto, en España, en la España de 1930, no había todavía un verdadero Estado nacional. Para Ortega, no había ni vitalidad nacional, ni una España nacional: no había –lo acabamos de ver– “nacionalismo”. Ambos llevaban razón (lo que debería llevar a revisar o replantear muchas ideas sobre el tamaño y las dimensiones del Estado español a lo largo del XIX y hasta entrado el siglo XX, sobre el alcance y la capacidad reales del centralismo estatal en ese tiempo y sobre la aparición de los nacionalismos periféricos, mucho más dependientes, a la luz de esa doble tesis, de sus propios contextos culturales, políticos y económicos que de la naturaleza del Estado español). La España del XIX fue un país de centralismo oficial pero de localismo real. Pese a las tendencias nacionalizadoras que inspiraron la creación del Estado español moderno, la fragmentación económica y geográfica del país siguió siendo considerable hasta que las transformaciones sociales y técnicas terminaron por crear un sistema nacional cohesivo.

Eso no culminó hasta las primeras décadas del siglo XX. La creación del Estado moderno, del estado nacional, fue resultado, en España y fuera de España, de un largo y lento proceso de asimilación nacional, de formación de una voluntad y una conciencia verdaderamente nacionales, que terminó cristalizando en la formación de una nacionalidad común, proceso que exigió el crecimiento y la integración de mercados, regiones y ciudades, el desarrollo de un sistema de educación unitario y común, la creación de un servicio militar obligatorio y la expansión de los medios modernos de comunicación de masas (telégrafos, carreteras, ferrocarriles y transportes modernos interurbanos, prensa popular nacional, deportes de estadio...). Ciertamente, los procesos de creación de un estado y una nación españolas avanzaron considerablemente a los largo del siglo XIX. La administración central fue modernizándose a partir de la creación y consolidación (décadas de 1830 y 1840) del sistema ministerial de gobierno y de la creación de cuerpos de funcionarios. Las comunicaciones se multiplicaron con la creación de redes de carreteras y la construcción del ferrocarril a partir de 1848 (pero no terminado hasta principios del XX). El control del estado sobre la sociedad se reforzó tras la creación de la Guardia Civil en 1844. La unificación del derecho progresó con la promulgación de los distintos códigos hasta culminar en el Código Civil de 1889. Pese a la pobreza y mala calidad de la educación (lo mismo secundaria que superior), se produjo una progresiva nacionalización de la vida social y de la vida cultural, especialmente desde la aparición de periódicos modernos de masas a fines del siglo XIX. Hechos como la guerra de África de 1860 o luego, la guerra del 98, provocaron manifestaciones patrióticas por todo el país: el lenguaje de los políticos del XIX fue ha-

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Aurkibidea/Índice ciéndose enfáticamente españolista. La Iglesia y los sectores conservadores del país fueron apropiándose paulatinamente de la idea de España como nación católica. Pero el XIX vió también la cristalización administrativa de la provincia (tras la división de España en provincias de 1833). La idea de provincia, de hecho, impregnó profundamente la percepción de los españoles sobre su instalación territorial (como mostrarían, por ejemplo, la importancia que en España tendría desde el primer momento la prensa local o provincial, y el papel que las capitales de provincia jugarían en la vida local): la localidad, la comarca, la provincia, la región, fueron, más que la nación, el ámbito de la vida social española hasta bien entrado el siglo XX. Así, la idea de completar la administración provincial del Estado con la creación de regiones fue contemplada y estudiada por distintos gobiernos en diferentes momentos del siglo XIX. La aparición de los nacionalismos catalán y vasco a fines del siglo XIX y su irrupción en la política española desde la llegada al parlamento en 1901 de diputados de la Lliga Catalanista –aparición que, tras la derrota española en la guerra del 98, revelaba el fracaso de España como nación– cambió la política e hizo de la reforma territorial del Estado, de la rebelión de las provincias contra Madrid, como diría Ortega, uno de los grandes problemas del siglo XX: Cataluña fue la gran cuestión de la política española entre 1900 y 1936. El pesimismo crítico de la generación del 98 produjo la idea de España como problema y el mito de Castilla como esencia de la nacionalidad española. Para la generación de 1914, la generación de Ortega y Azaña, generación que en 1931, tras la proclamación de la República, iba a asumir las responsabilidades del poder, el hilo conductor y central de todas sus preocupaciones políticas seguiría siendo España y su verte-

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bración como nación. A Ortega, por ejemplo, España se le presentaba como un problema histórico –la historia de una interminable decadencia, consecuencia de la ausencia de minorías creadoras– y como un problema inmediato que exigía europeización, liberalismo y nacionalización. “Hablo de nación y de nacional –diría Azaña en octubre de 1933–, porque estoy hablando de política”. La generación del 14 tuvo, con todo, que abordar el problema territorial y entender, o tratar de hacerlo, las razones de la autonomía regional y de los nacionalismos. La idea que Ortega expondría en La redención de las provincias, el ensayo ya citado, era la organización de España en diez “grandes comarcas”, término que acuñó para camuflar el de región, entonces, 1927, no autorizado, todas ellas autónomas y dotadas de una amplia capacidad de autogobierno y de instituciones democráticas propias (Gobierno regional, asamblea legislativa). Era hacer una España nueva y era proyectar una gran política nacional, hechas, una y otra –como él decía y quedó dicho–, para las provincias y desde las provincias. La “gran reforma” que Ortega proponía era lo que pronto iba a llamarse Estado regional. Pero con matizaciones importantes. Primero, porque Ortega no ignoraba que la proyección política de los movimientos regionalistas españoles era, por lo general, débil. En “La cuestión esencial”, artículo que publicó en El Sol el 4 de noviembre de 1918, Ortega distinguía sólo seis regiones dotadas de “conciencia colectiva diferencial”: Aragón, Cataluña. País Vasco, Navarra, Asturias y Galicia. Consideraba que otras dos, Valencia y Murcia, estaban en transición y se aventuraba a anticipar que tal vez una tal conciencia no llegase a aparecer ni en Extremadura, ni en las dos Castillas, ni en


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Aurkibidea/Índice Andalucía (punto este último que repetiría en su controvertida Teoría de Andalucía, de 1927). Segundo, porque La redención de las provincias (recuérdese: escrito en 1927-28, publicado en 1931) seguía dentro de una tradición, la regeneracionista, preocupada hasta la obsesión por el problema de España. A Ortega no le preocupaban las regiones por su especificidad étnica, cultural o histórica: en su libro no hablaba ni de nacionalidades, ni de lenguas propias, ni de derechos históricos (de las regiones). Es más, incluso eludía el problema de los movimientos nacionalistas. Ortega volvía a la provincia y a la región por considerar que en ellas se encarnaba y cristalizaba la realidad de España, porque entendía que constituían el horizonte social y vital del español medio. Ortega no creía que el Estado español contemporáneo –esto es, el régimen de la Restauración de 1876– había fracasado por su centralismo: creía que había fracasado por ser un sistema y un régimen abstractos y artificiales, un sistema y un régimen que como dijo en Vieja y nueva política, en 1913 representaban la España oficial, pero desconocían la España real. Ortega, en suma, se ocupaba de España. Creía que la “gran reforma” nacional –término que recordaba al de “regeneración” de los años 1899 y 1900– tenía que comenzar por su realidad más auténtica, que era, en su opinión, las provincias. Ortega quería que las provincias asumiesen su responsabilidad en el quehacer nacional y entendía que eso suponía dotarlas de personalidad política propia y darles amplias atribuciones: pero lo que le preocupaba era el renacer de España, construir desde el fuerte localismo de regiones y provincias la conciencia y la voluntad nacionales –esto es, españolas– de que el país aún carecía. El caso de Manuel Azaña ejemplifica la idea que en la II República hubo de España, y la actitud de aquel régimen an-

te el hecho nuevo de la autonomía regional. Azaña fue la encarnación de la República; fue, además, pieza esencial en la concesión de la autonomía a Cataluña y fue probablemente, como suele afirmarse, el político e intelectual de la izquierda española que mejor y más inteligente y generosamente entendió el problema catalán, el gran problema, recuérdese, de la política española antes de 1936. Pues bien, dicho clara y esquemáticamente: Azaña tuvo siempre un profundo sentimiento de españolidad; desconoció durante mucho tiempo el problema regional; “descubrió” Cataluña y el catalanismo tarde, en marzo de 1930, cuando visitó aquella región en compañía de un numeroso grupo de intelectuales castellanos; asumió, con todo, sin reservas y con sinceridad, y hasta con apasionamiento, la idea de la autonomía de Cataluña, y lo hizo con particular intensidad entre 1932 y 1934; apenas si le interesaron, en cambio, el País Vasco y Galicia; y, finalmente, Cataluña le decepcionó amargamente (y aún guardaría para ella algunos de sus más agrios y despectivos comentarios). El españolismo de Azaña tenía una doble raíz: el regeneracionismo republicano y la obsesión noventayochista por el ser de España (por más que a Azaña le irritasen el pesimismo y la egolatría de los hombres del 98). Este sentimiento profundo de preocupación por España inspiró toda su biografía política, desde su primera conferencia pública en 1911, titulada, significativamente, “El problema de España”, hasta sus amargas reflexiones de La velada en Benicarló y de sus espléndidos artículos sobre la guerra, ya mencionados, escritos en el exilio, en Collonges-sous-Sálève. En toda su primera obra (El problema de España, Estudios de política francesa contemporánea, “Los motivos de la germanofilia”, “El ideárium

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Aurkibidea/Índice de Ganivet”, etcétera), no alentaba otra preocupación que España, su decadencia, su pobreza intelectual, la anemia de su vida pública, el caciquismo, el atraso económico, la ausencia de un ideal nacional: “me interrogo –como incumbe a cada uno–”, escribía en 1923, “para desentrañar el ser de España”. Azaña tenía una visión idealizadamente regeneracionista de la República. Creía en ella, ante todo, como instrumento esencial para la restauración de España como nación. La concebía como un régimen esencialmente nacional, como la encarnación –según diría en más de una ocasión– del ser nacional, como el sistema que, al devolver las libertades a los españoles, devolvería a éstos su propia dignidad nacional. Siempre creyó en España como una unidad cultural. Antes de 1930, hizo alguna alusión vaga y ocasional o al localismo o a la individualidad de los distintos pueblos de España: pero su idea –como la del liberalismo histórico español– era la de vigorizar las entidades locales (no las regionales), hacer del municipio escuela de soberanía, recuperar la vieja tradición castellana –comunera– de las libertades municipales. Después de 1930, y siempre pensando principalmente en Cataluña, Azaña admitió la necesidad de reestructurar el Estado y de otorgar a los pueblos del mismo que manifestasen una conciencia histórica diferenciada la autonomía que demandase la voluntad popular. Pero con tres salvedades: que Azaña creía con españolismo “profundo, puro y ardiente” –son sus palabras– en la solidaridad moral de los pueblos hispánicos; que entendía que las libertades de esos pueblos eran consecuencia de las libertades de España; y que veía en España y en la cultura es-

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pañola, la síntesis superior en la que se reconciliaban la conciencia y las culturas diferenciadas de las regiones y pueblos españoles. Desde antes de proclamarse la República, desde su visita a Barcelona de 27 de marzo de 1930, Azaña, como ha quedado dicho, asumió la defensa de la autonomía de Cataluña. En esta ocasión dijo incluso sentir “la emoción del catalanismo”. Luego, en 1932, llevó el Estatuto catalán al Congreso, y su gobierno lo promulgó el 15 de septiembre de ese año. Aquella emoción fue, ciertamente, enfriándose, pero, a cambio, se impuso en Azaña su sentido de hombre de Estado (que, en este punto, no le falló): tenía la firme convicción de que la República fracasaría si no resolvía el problema catalán –en el que veía el “primer problema español”– y estaba convencido de que había que reconocer la realidad del sentimiento nacionalista catalán, y obrar en consecuencia “aunque nos duela nuestro corazón de españoles”, según dijo en las Cortes el 25 de junio de 1934. Azaña, con todo, ponía condiciones y límites a su política autonomista. En concreto, tres: a) derivación de la autonomía del marco constitucional español, lo que excluía admitir principio alguno de soberanía de las regiones; b) autonomía como expresión de la voluntad de las regiones o, lo que era lo mismo, rechazo a una generalización de autonomías regionales (Azaña decía que las autonomías de regiones sin conciencia histórica ni tradición regionalista serían “flores de estufa”; no creía en la República federal); c) estructuración de la autonomía regional sobre principios democráticos y republicanos, lo que apuntaba a impedir que determinadas regiones autónomas pudieran constituirse en


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Aurkibidea/Índice bastiones de la reacción y de la derecha, como podía ocurrir, en 19311936, en el caso del País Vasco. Sobre todo, dos principios eran para Azaña por definición irrenunciables: la unidad de España y la preeminencia del Estado. Desde 1935, Azaña habló poco de Cataluña. En su libro Mi rebelión en Barcelona, publicado en ese año, dejó dicho lo que pensaba al respecto. No ignoraba que el catalanismo era indiferente a la forma del Estado español ni siquiera que muchos catalanistas rechazaban toda vinculación con España; pero seguía creyendo que la autonomía terminaría por provocar la adhesión de numerosos catalanes a la República y a España. Evidentemente, Azaña seguía creyendo en su política, pero, probablemente, ya no sentía el catalanismo con la misma emoción con que lo sintió en 1930. Con la guerra, lo que quedase de su fe en Cataluña debió derrumbarse. Al menos, eso cabe pensar a juzgar por las palabras que hacía decir a su alter ego, Garcés, en La velada en Benicarló, escrita en 1937: “... el Gobierno de Cataluña, por su debilidad y por los fines secundarios que favorece al amparo de la guerra, es la más poderosa rémora de nuestra acción militar”; “un país rico, populoso, trabajador, con poder industrial, está como amortizado para la acción militar. Mientras otros se baten y mueren, Cataluña hace política...”. Más aún, Garcés se lamentaría de que se hablase de Cataluña como “nación” y recordaría los esfuerzos que la República tuvo que hacer para vencer la hostilidad que suscitaban las reivindicaciones catalanas. Azaña estaba, pues, profundamente decepcionado por el escaso apoyo que Cataluña prestaba al esfuerzo de guerra republicano; en su novela, ni

siquiera los personajes catalanes defendían a su región. La decepción de Azaña fue todavía más patente y explícita en los últimos artículos que escribió en su vida, los ya mencionados artículos de Collongessous-Salève. Allí censuraba, sin disimulos ni cautelas, la pasividad de Cataluña en la guerra, y culpaba públicamente de ello al gobierno de Cataluña, y por extensión, al nacionalismo catalán, y a los sindicatos: a los primeros, por anteponer sus intereses particularistas a las necesidades de la guerra; a los segundos, por paralizar, con su política revolucionaria, el esfuerzo industrial y económico de la región. Azaña era bien consciente del efecto que producían sus comentarios. En una carta que escribió el 10 de febrero de 1940 a su antiguo secretario Juan José Domenchina, le decía que había quien le tenía por “el mayor enemigo de Cataluña”. No lo era. Ni menos aún lo había sido: al contrario, podía jactarse con razón de haber sido el último político español que había conseguido que se vitorease a España en Cataluña, en razón, precisamente, de su leal defensa de la autonomía catalana (lo que no era desdeñable en quien decía ser –y era– español y castellano por los cuatro costados). Azaña creyó en el tipo de Estado que creó la República, en el Estado “integral”. Azaña llegó a ver en ese Estado la encarnación de una España libre y restaurada. Creyó en la autonomía, porque la veía como parte sustancial de las libertades españolas. Que su intensa españolidad, así entendida, chocara con la realidad de los particularismos nacionalistas, no era sino expresión de la complejidad que el problema territorial tenía ya en España.

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Aurkibidea/Índice

Razones económicas para un cambio institucional. El “no coste” de un modelo relacional basado en la libre asociación

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a Propuesta de un Nuevo Estatuto Político para desarrollar el crecimiento y el bienestar de la sociedad vasca” no pretende más que aportar una reflexión en términos económicos sobre las consecuencias que en el bienestar de los vascos y de las vascas ha tenido el Estatuto actualmente vigente, su evolución, las carencias predicables de un no desarrollo completo de sus potencialidades y cómo se afronta esta situación en la nueva propuesta IDOIA ZENARRUZABEITIA de convivencia que estudió la BELDARRAIN Ponencia de debate de la “ProNacida en Usansolo (Bizkaia). Es licenciada en Derepuesta de Estatuto Político de cho Jurídico Económico por la Universidad de Deusto. la CAE”, conjugando solidariDomina tres idiomas: eusdad y progreso económico en kera, castellano y francés. Fue Parlamentaria vasca duuna visión crítica pero no ruprante la Legislatura 1986-90 turista de las claves económiy 1990-94; posteriormente fue nombrada Secretaria cas de Euskadi en el siglo XXI. General de Coordinación y para la Modernización Administrativa de la Vicepresidencia del Gobierno Vasco en enero de 1995 en el último Gobierno presidido por el Lehendakari Jose Antonio Ardanza, cargo que ejerció hasta enero de 1999 cuando fue nombrada Vicelehendakari y Consejera de Hacienda y Administración Pública por el actual Lehendakari del Gobierno Vasco, Juan José Ibarretxe, cargo que sigue ocupando en la actualidad.

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Con independencia de que haya habido informes económicos interesados en amedrentar a la ciudadanía sobre el supuesto desastre económico que se cerniría sobre Euskadi si prosperase la propuesta de nuevo Estatuto aprobada hace un año por el Gobierno y

sobre la inviabilidad económica y expulsión del marco europeo como coste de una supuesta secesión vasca de la que nadie ha hablado, este informe no trata de justificar lo contrario. El escaso rigor intelectual con que aquellos fueron elaborados habla por sí mismo y nada hay que añadir. Por el contrario, este informe trata de situar el factor económico como centro de atención a la hora de entender los cambios propuestos y se convierte en una pieza más para su debate, ya que no sólo de acciones políticas está compuesto el nuevo modelo de convivencia. Lo económico también cuenta. Euskadi, a lo largo de las dos últimas décadas, ha acometido una profunda transformación del modelo de desarrollo económico heredado de la época de la dictadura. Un modelo caracterizado por un tejido productivo orientado al mercado interior, escasamente diversificado y con graves carencias tecnológicas. Las dos principales claves explicativas de esta transformación exitosa han sido, por un lado, la apertura al exterior y la integración en el mercado europeo y, por otro, la recuperación del autogobierno que ha permitido desarrollar un amplio abanico de políticas públicas por parte de las Instituciones Vascas.


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Aurkibidea/Índice El resultado más evidente de esa transformación se puede sintetizar en el crecimiento del Producto Interior Bruto per cápita, que prácticamente se ha duplicado entre 1980 y 2002. De tal forma, que la renta de un ciudadano o una ciudadana vasca se ha situado en el 105% de la media europea, mejorando en 16 puntos la posición relativa que ocupaba en 1980. En este proceso de transformación económica y de aumento del bienestar se pueden distinguir tres grandes períodos, que guardan un cierto paralelismo con el avance del autogobierno. • Un primer período de reestructuración, que transcurrió entre 1981 y 1988, en el que la prioridad fue la promoción económica, la modernización del tejido productivo y la mejora de las infraestructuras, gracias a la recuperación del autogobierno que se produjo en la primera mitad de la década de los 80. • Un segundo período, de reasignación, que transcurre entre 1989 y 1998, en el que se estanca el desarrollo del autogobierno. En consecuencia, es preciso recurrir al endeudamiento y a una política de reasignación para consolidar el gasto social derivado de la incorporación de las políticas de Sanidad y Educación, sin detrimento de las inversiones de capital. • Un tercer y último período, de consolidación económico-financiera, que transcurre desde 1998 hasta el presente, en el que sigue sin producirse ningún avance significativo en materia de autogobierno, si bien el menor peso específico de la deuda y la eficiencia en la utilización de los recursos internos permite una mejora de las políticas sociales, que se traduce en un aumento porcentual de los gastos relativos a asistencia y bienestar social,

ordenación del territorio, vivienda y medio ambiente. En definitiva, podríamos decir que en materia de profundización del autogobierno se han perdido los tres últimos lustros, a pesar de las reiteradas exigencias políticas e institucionales a la Administración del Estado para que se transfieran en su totalidad las competencias que contemplaba en 1979 el Estatuto de Gernika. A pesar de este estancamiento competencial, las políticas públicas institucionales y el dinamismo del sector empresarial han seguido exprimiendo las ventajas del autogobierno para consolidar el proceso de crecimiento. Pero, en la actualidad, y tras casi 25 años de autonomía, se abre un período de incertidumbre en el que los márgenes de actuación de las Instituciones Vascas se estrechan y se limita nuestra capacidad de actuación para dar respuesta al nuevo escenario europeo e internacional.

Segunda transformación económica de Euskadi La economía vasca corre el riesgo de verse gravemente afectada, entre otros factores, por el inminente proceso de ampliación de la Unión Europea. Hay que tener en cuenta que los países de la Europa del Este recientemente incorporados, además de aportar más de 100 millones de población, disponen de una fuerza laboral con una buena cualificación técnica y unos bajísimos costes laborales relativos, –en torno a una décima parte de la media europea actual–, lo que representa un creciente desafío para nuestro futuro económico. Nuestra gran oportunidad consiste en responder a este desafío adaptándonos

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Aurkibidea/Índice rápidamente a un nuevo Modelo Económico que está emergiendo en el ámbito europeo e internacional. Para ello, es preciso y urgente acelerar una segunda transformación económica de Euskadi. Los ejes que Euskadi debe tener como referente para adaptarse al Nuevo Modelo Económico que se está perfilando son: construir la sociedad de la información y el conocimiento; ser un referente europeo de la investigación y la tecnología; e impulsar la calidad total como nueva forma de gestión. Para ello, es preciso abordar urgentemente la segunda transformación económica de Euskadi sobre los siguientes pilares: la educación y la formación permanente; la investigación, el desarrollo y la calidad; la potenciación de nuestra localización física y nuestra articulación económica en el eje europeo; y la construcción de un espacio de solidaridad social que garantice la protección social y aumente el bienestar de todas las personas.

más preocupante aún, la estrategia seguida por el Gobierno español ha “atenazado” las propias potencialidades del Estatuto, poniendo gravemente en peligro la competitividad de nuestro tejido económico y horadando profundamente los pilares sobre los que se debe asentar la segunda transformación de Euskadi. En lo que respecta al primero de los pilares, es decir, la educación y la formación, Euskadi presenta unos ratios mejores que la media del Estado español. No obstante, si aspiramos a ocupar puestos de excelencia, debemos situarnos entre los mejores, tanto en coste como en calidad y resultados del sistema educativo. Esta es la previsión que se recoge en el espíritu del artículo 16 del Estatuto de Gernika y que ha sido cercenado por toda una legislación restrictiva y uniformizadora, como la LOGSE, la Ley de Calidad, la Ley Orgánica de Universidades y la Ley Orgánica de Formación Profesional.

Todos estos instrumentos normativos encorsetan la capacidad de la Comunidad Vasca para desarrollar una política educativa “pegada al terreno”, Este informe trata de situar el factor económico como que permita adapcentro de atención a la hora de entender los cambios tarnos a los nuevos propuestos y se convierte en una pieza más para su derequisitos de la sobate, ya que no sólo de acciones políticas está compuesciedad del conocito el nuevo modelo de convivencia. Lo económico tammiento. De nuevo, el Estado legisla tarbién cuenta. de y en la dirección equivocada, condenando al sistema La estrategia de congelación de educativo vasco a ser un mero gestor de la competencias y la política de involución planificación y ordenación educativa realiautonómica, han acelerado el agotamienzada desde Madrid y alejada de las necesito del propio Estatuto de Gernika. dades de nuestro sistema productivo. El actual marco de autogobierno se encuentra en una encrucijada, y lo que es

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Un ejemplo paradigmático de este panorama se refleja en el proceso de “re-


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Aurkibidea/Índice nacionalización” de la Formación Profesional, bajo el pretexto de que los fondos de las cuotas de los trabajadores vascos son parte de la caja única de la Seguridad Social, y ello a pesar de que el Tribunal Constitucional ha establecido claramente que las cuotas de formación no forman parte de los recursos de la Seguridad Social. A esta lamentable situación hay que añadir la confusión en el ámbito de la financiación de la formación continua, y la negativa, en los últimos años, de la Administración del Estado a financiar las actividades de la Fundación Hobetuz, por mera discrecionalidad política.

euros dedicados a investigación en Euskadi sólo en la última década. Es decir, se está minando a conciencia uno de los pilares básicos de la competitividad presente y futura de la economía vasca. En relación con el tercer pilar, la potenciación de Euskadi como ciudad-región europea, la concurrencia de actuaciones entre las Instituciones Vascas y el Estado, o bien la injerencia directa de la Administración del Estado en competencias exclusivas vascas, provoca grandes dificultades para apuntalar este tercer pi-

El resultado es que las limitaciones imLos ejes que Euskadi debe tener como referente papuestas al desarrollo de ra adaptarse al Nuevo Modelo Económico que se esuna política propia en tá perfilando son: construir la sociedad de la informamateria de educación y de formación profesioción y el conocimiento; ser un referente europeo de nal constituyen una pela investigación y la tecnología; e impulsar la calidad sada rémora para abortotal como nueva forma de gestión. dar una segunda transformación económica de Euskadi, basada en las personas y en la economía del conocimiento. lar a través de una gestión integral del sistema de transportes. En cuanto al segundo de los pilares, es Así por decir, la investigación y ejemplo, en matedesarrollo, se puede ria de carreteras, y afirmar que el camino concretamente en recorrido gracias al eslas vías de alta cafuerzo endógeno de las pacidad que articuempresas e Instituciones Vascas ha sido lan el territorio, se da la paradoja de que admirable, pasando del 0,1% del PIB en la gestión se halla dividida entre diversas 1980 al 1,5% del PIB a finales del año Administraciones. Esta situación ha sido 2001. provocada por una de las decisiones más injustas y decepcionantes de las que haya No obstante, este esfuerzo ha estapodido emitir el Tribunal Constitucional, do lastrado por el bloqueo del Estado a que en su sentencia del 18 de junio de la transferencia de la investigación cien1998 establece que las carreteras incluidas tífica y técnica, a pesar de estar contemen la red del Estado mediante Ley, queplada expresamente en el Estatuto de dan excluidas del ámbito de las compeGernika. Esta decisión política unilateral tencias forales, lo que supone impedir del Gobierno español se ha traducido en cualquier posibilidad de gestión conjunta una pérdida de más de 800 millones de de las mismas.

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Aurkibidea/Índice En materia de ferrocarriles, se han perdido dos décadas en la construcción de una nueva línea de alta velocidad que nos hubiera permitido acceder a la red europea de alta velocidad y ofrecer una salida al transporte de mercancías de los Puertos de Bilbao y Pasajes.

Las cortapisas, dificultades, condicionantes y barreras establecidas por la Administración del Estado en las citadas materias a lo largo de estos años han sido más que evidentes. No cabe sino recordar ejemplos tan significativos como la reciente Ley de Cajas del Gobierno español, que ha convertido en papel mojaEn el caso de puertos y aeropuertos, do nuestra competencia exclusiva en maen contra de toda lógica y de espaldas a teria de Cajas de Ahorro. En esta misma los usos y costumbres que imperan en la línea, las competencias sobre banca y seUnión Europea, el Estado español se reserguros, a que hace referencia el artículo va la competencia exclusiva de los mismos 11.2 a) del Estatuto, son inexistentes, inpor el artículo 149.1.20 de la Constitución, cluso en términos de pura ejecución. Se manteniendo la negativa a traspasar su ha burlado la competencia en materia de gestión a la Comunidad Vasca, a pesar de crédito oficial. Se ha negado la participaque el modelo de planificación centralización de las Instituciones Vascas en el secda desde Madrid se ha demostrado totaltor público estatal de la Comunidad Aumente inconsistente e ineficaz. tónoma, a pesar de la previsión del artículo 12.7 del Estatuto. Se ha impediLa construcción de Euskadi como do el desarrollo de un marco propio de ciudad global exige, además de potenrelaciones laborales, incorporándose un ciar su articulación infraestructural, posistema de relaciones laborales que restenciar su articulación económica. En esponde a la representación de los agentes te sentido, la capacidad de regular la económicos y sociales de todo el Estado, actividad económica, de ordenar el funmuchas veces de forma contradictoria cionamiento del sistema financiero, de con la representatividad y la capacidad fomentar los sectores productivos, de de negociación en el ámbito vasco. Por disponer de un marco autónomo de relasu parte, el propio Concierto Económico ciones laborales y de establecer una poha sufrido también los efectos de la polílítica fiscal y presupuestaria propia, constica de vaciamiento de competencias que tituyen elementos fundamentales para ha seguido el Gobierno español con Eusconsolidar una verdadera plataforma pakadi. El proceso de judicialización de la ra el desarrollo de bienes y servicios de política fiscal, la falta de participación de valor añadido que constituya un núcleo las Instituciones Vascas en la toma de dede referencia en el eje atlántico europeo. cisiones de la Unión Europea en materia fiscal, y los límites a la autonomía financiera que supone el principio de igual presión fiscal, así como la normativa El actual marco de autogobierno se encuentra sobre estabilidad presupuesen una encrucijada, y lo que es más preocupantaria, establecen unas barrete aún, la estrategia seguida por el Gobierno ras que hacen vulnerable al español ha “atenazado” las propias potencialiConcierto Económico y le dades del Estatuto, poniendo gravemente en impiden desplegar todas sus potencialidades como instrupeligro la competitividad de nuestro tejido mento de política económica económico y horadando profundamente los y de solidaridad social.

pilares sobre los que se debe asentar la segunda transformación de Euskadi.

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En definitiva, el tercer pilar sobre el que construir


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Aurkibidea/Índice una Euskadi articulada económicamente y con capacidad para convertirse en un polo de atracción y de referencia en el eje europeo, ha sido totalmente mediatizado por una política dirigida a recuperar la centralidad de Madrid como núcleo de negocios de todo el Estado español en el que se concentran las decisiones de inversión, tanto estatales como extranjeras.

plemente ha hecho caso omiso de las propias previsiones estatutarias (“La Comunidad Autónoma asumirá la gestión del régimen económico de la seguridad social…”), o bien ha ido poniendo “palos en las ruedas” de las competencias asumidas, caso, por ejemplo, de las leyes de ordenación del seguro, la legislación abusiva sobre Planes y Fondos de Pensiones… etc.

El cuarto pilar, el que se refiere a la El resultado de esta concurrencia mejora de la protección social, constituye de actuaciones y las limitaciones añadiel objetivo resultante de todo sistema ecodas por la utilización abusiva de leyes nómico. No hay crecimiento económico básicas, ha configurado en Euskadi un sin solidaridad y no hay solidaridad sin modelo de protección social ineficaz y crecimiento económico. El desarrollo de un sistema de solidaridad La articulación de Euskadi desde un punto de vissocial que garantice la atención a los ciudadata económico, ha sido totalmente mediatizada por nos y ciudadanas meuna política dirigida a recuperar la centralidad de nos favorecidos repreMadrid como núcleo de negocios de todo el Essenta, por tanto, el tado español en el que se concentran las decisiovértice de referencia nes de inversión, tanto estatales como extranjede la segunda transforras. mación económica de Euskadi. Este cuarto pilar ha recibido un impulso notable en Euskadi, sobre todo de la mano de aquellas políticas de protección social gestionadas por las Instituciones Vascas, concretamente en materia de familia, vivienda, inmigración y lucha contra la pobreza. Solamente a título de ejemplo cabría destacar la elevación de la renta básica desde el 53% del salario mínimo en 1998 hasta el 81% en el 2003. No obstante, la política vasca de protección social necesita un impulso decisivo para acercarse a los parámetros europeos y ese impulso sólo puede venir de la gestión integrada de todos los ámbitos relacionados con la solidaridad social, el refuerzo de la previsión social complementaria, y el desarrollo en exclusiva de la competencia global en materia de asistencia social. En todas y cada una de estas dimensiones, la Administración del Estado sim-

fraccionado. De tal forma que las mismas personas, a medida que transitan por diferentes situaciones, se hacen acreedoras de prestaciones diversas –pensiones no contributivas, subsidio de desempleo, renta básica, complementos de mínimos, etc…–, que tienen que gestionar ante Administraciones distintas, la vasca y la española, lo cual entraña una falta de eficacia en la prestación de servicios y una notable pérdida de bienestar para toda la sociedad vasca. La evidencia de las limitaciones y dificultades de funcionamiento del actual Estatuto, desde la perspectiva del sistema económico es abrumadora. No sólo desde un punto de vista cuantitativo –por la falta de cumplimiento del mismo y por la expropiación de competencias a través de leyes básicas y de sentencias del Tribunal Constitucional–, sino, sobre todo,

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Aurkibidea/Índice desde un punto de vista cualitativo, porque se ha tejido en torno al mismo una “tela de araña” legal y jurisprudencial que ha encorsetado su interpretación, impide su desarrollo y anula sus potencialidades. De tal forma que el Estatuto de Gernika ha quedado desfigurado y sumido en la indefensión jurídica y lo que en su día se constituyó como un pacto entre dos partes, se ha configurado como un instrumento al albur del capricho del Gobierno español de turno.

La Propuesta del Nuevo Estatuto constituye una respuesta adecuada para construir un nuevo espacio económico de crecimiento y solidaridad sobre los pilares que configuran el Nuevo Modelo Económico del siglo XXI. El desarrollo de esta segunda transformación económica de Euskadi se rea-

Nuevo marco de relación con el Estado Evidentemente, es cierto que el actual marco de autogobierno permite a las Instituciones Vascas mejorar la utilización de los recursos disponibles mediante la reasignación de las prioridades en los gastos e inversiones públicas. Pero no es menos cierto que para afrontar los retos de futuro Euskadi necesita disponer de nuevos instrumentos, de mayores capacidades de autogobierno y, sobre todo, de un nuevo marco de relación con el Estado que garantice la seguridad jurídica para ambas partes y no esté sujeto a la interpretación unilateral de su contenido.

Se ha tejido en torno al mismo una “tela de araña” legal y jurisprudencial que ha encorsetado su interpretación, impide su desarrollo y anula sus potencialidades. De tal forma que el Estatuto de Gernika ha quedado desfigurado y sumido en la indefensión jurídica, y lo que en su día se constituyó como un pacto entre dos partes, se ha configurado como un instrumento al albur del capricho del Gobierno español de turno.

La necesidad de un nuevo marco de autogobierno, no es, en definitiva, un capricho político ni tampoco un elemento de confrontación ideológica. La Propuesta de un Nuevo Estatuto se configura como una necesidad imperiosa para sanear, apuntalar, consolidar y desarrollar los pilares que van a permitir la segunda transformación económica de Euskadi, es decir, la educación y la formación permanente de las personas, la investigación, el desarrollo y la calidad, la localización física y económica de Euskadi y la solidaridad y el bienestar social.

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liza respetando los aspectos básicos que configuran la unidad de mercado en el ámbito estatal. Para ello, en el Nuevo Estatuto se atribuyen una serie de competencias exclusivas al Estado (artículo 45); se consolida la continuidad del sistema de Concierto ya sólo circunscrito a los aspectos financieros y no tributarios y se garantiza la libertad de circulación y establecimiento de las personas, bienes, capitales y servicios, sin menoscabo de la competencia empresarial (artículo 55). Asimismo, se establecen mecanismos de coordinación y colaboración, tanto en las políticas presupuestarias y financieras como en el mercado laboral y en el régimen


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Aurkibidea/Índice de Seguridad Social. De esta forma, se garantiza la unidad de mercado, las relaciones mercantiles y comerciales y la movilidad de los factores productivos, bajo un marco normativo común, sin perjuicio de la singularidad y la exclusividad de las políticas públicas atribuidas a las Instituciones Vascas. A partir de esta constatación, en el Nuevo Estatuto Político se apuntalan los siguientes pilares: La educación y la formación de las personas, a través de la competencia exclusiva de todas las políticas educativas y culturales, integrando todas las dimensiones de la formación: enseñanza en todos sus niveles y formación profesional, reglada, ocupacional y continua (artículo 47). La competencia exclusiva en el conjunto de políticas económicas sectoriales y en la regulación y ordenación de la actividad económica y financiera (artículos 49, 56 y 57), que incluyen específicamente las políticas de investigación científica y técnica, las nuevas tecnologías relacionadas con la sociedad de la información y el conocimiento, así como las telecomunicaciones, además de ampliar la capacidad de ordenación económica de los sectores industriales y la regulación mercado y la competencia.

la regeneración medioambiental, como uno de los factores esenciales para convertir a la Comunidad Vasca en una localización referencial en el conjunto de ciudades-región europeas. La atribución a Euskadi de todas las potestades y funciones necesarias para el establecimiento y regulación de un ámbito sociolaboral propio, sin perjuicio de la colaboración y cooperación con el ámbito estatal y europeo (artículo 53). Ello posibilitará una mayor adaptación de la negociación colectiva y la representatividad de los agentes económicos y sociales a nuestra realidad social, facilitando el diálogo social en Euskadi. Porque el acuerdo y el diálogo social entre los sindicatos y las empresas vascas es uno de los elementos fundamentales para im-

Para afrontar los retos de futuro, Euskadi necesita disponer de nuevos instrumentos, de mayores capacidades de autogobierno y, sobre todo, de un nuevo marco de relación con el Estado que garantice la seguridad jurídica para ambas partes y no esté sujeto a la interpretación unilateral de su contenido.

del

Este conjunto de políticas permitirán, no sólo potenciar el pilar de la investigación y el conocimiento, sino también consolidar a Euskadi como ciudad-región global desde el punto de vista económico. La capacidad de definir y ejecutar una política integral de los recursos naturales y de infraestructuras de transporte y comunicaciones en todas sus modalidades, (artículos 50 y 51), que permitirá potenciar la localización física y

pulsar, de común acuerdo, un Nuevo Modelo Económico que tome en consideración los diferentes aspectos e intereses de toda la sociedad vasca: crecimiento, productividad, estabilidad laboral, política salarial, solidaridad, participación y previsión social. Una política fiscal y tributaria que garantice los principios de potestad tribu-

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hermes nº:9 de 10. Razones económicas para un cambio institucional. Idoia Zenarruzabeitia Beldarrain

Aurkibidea/Índice taria y autonomía financiera, así como los mecanismos de coordinación con el Estado (artículos 58, 59, 60, 61 y 62).

y no discriminación con los ciudadanos y ciudadanas del conjunto del Estado. La asunción por parte de las Instituciones Vascas de todas las dimensiones de la política de protección social permitirá la superación de la fragmentación actual –renta básica, pensiones, desempleo, subsidios, pensiones no contributivas… etc.– y podremos desarrollar una política integral de bienestar que evite las actuales disfunciones y posibilite alcanzar la convergencia con Europa, también en materia de gastos La Propuesta de un Nuevo Estatuto se de protección social por habiconfigura como una necesidad impetante, todo ello riosa para sanear, apuntalar, consolidar sin perjuicio de y desarrollar los pilares que van a perla solidaridad mitir la segunda transformación ecocon el resto del nómica de Euskadi. Representa, en sus Estado.

En este sentido, corresponde a Euskadi definir, regular y gestionar sus propios presupuestos y su propia política fiscal y financiera para hacer frente a las demandas y exigencias del modelo de desarrollo sostenible que los vascos deseamos disponer. Asimismo se clarifica la contribución de los vascos para sufragar las cargas generales del Estado mediante la aportación de un Cupo global en el marco del Concierto Económico (artículo 60.3).

rasgos generales y específicos, una respuesta clara y positiva a las insuficiencias y al bloqueo económico del actual marco institucional.

El desarrollo de una verdadera política integrada de protección social y de solidaridad, en la que se contemplan las políticas sociales y sanitarias (artículo 48) y las propias políticas de protección social (artículo 54), incluida la atribución a los poderes públicos vascos del régimen público de Seguridad Social que garantice a todos los ciudadanos y ciudadanas vascas la asistencia y las prestaciones sociales suficientes ante situaciones de necesidad, presentes y futuras. Todo ello a través de un presupuesto propio en materia de Seguridad Social y del establecimiento de un mecanismo de participación financiera con el Estado, de tal forma que queden garantizados los principios de solidaridad

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Como conclusión final podría decirse que la Propuesta del Nuevo Estatuto Político representa, en sus rasgos generales y específicos, una respuesta clara y positiva a las insuficiencias y al bloqueo económico del actual marco institucional. Euskadi necesita disponer de los instrumentos de autogobierno precisos para acometer una segunda transformación económica que potencie nuestro crecimiento y aumente el bienestar de los ciudadanos y ciudadanas vascas. Nuestro futuro está en juego y la mejor respuesta posible a ese desafío es profundizar en nuestro autogobierno a través de un nuevo Estatuto Político que abra un nuevo marco de relación política y económica con el Estado español.


Aurkibidea/Ă?ndice


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José María Setién Desde la obsesión terminológica y el rigor conceptual, se pronuncia sobre la Iglesia, el nacionalismo, el Plan Ibarretxe, ETA, la “equidistancia” Por Txema Montero y José Félix Azurmendi. Fotografías Txetxu Berruezo

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sta entrevista tuvo lugar en una tarde de los primeros días del otoño de 2004 en el despacho diocesano en el que el obispo emérito de San Sebastián, José María Setién, trabaja por las mañanas. Las tardes piensa, reflexiona en su residencia-convento de Astigarraga. En muchos momentos el encuentro de más de tres horas se convirtió en intercambio de opiniones, en varios momentos era el entrevistado el que preguntaba, que era la manera elegida por él para responder.

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El despacho de Setién es modesto. Con la foto de sus “amadísimos padres” en lugar preferente y unos cuantos motivos religiosos como toda decoración. En la habitación de al lado está su biblioteca: una muy nutrida biblioteca personal que ilustra de su dueño y de sus ocupaciones y preocupaciones.

Txema Montero.– Me gustaría que nos hablase sobre el poder e influencia de la Iglesia católica en Euskadi.


hermes nº:2 de 22. Elkarrizketa José María Setién. José Félix Azurmendi

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A monseñor Setién le ocupa el hoy y ahora José Félix Azurmendi.– Y a mí me había venido entre manos un tema, que viene a cuento también, a propósito de una afirmación de Juan Aranzadi en la reedición de “Milenarismo vasco”, una afirmación tan rotunda como ésta: “A lo largo de la historia, el catolicismo ha constituido un elemento definitorio del nacionalismo en Euskadi”. José María Setién.– De entrada quiero dejar sentado que no soy historiador. Pretender que haga un juicio en relación con realidades históricas ya pasadas, entre las cuales, evidentemente, juegan un papel muy importante todas las interpretaciones que se hacen de lo que era o pretendía ser el nacionalismo vasco, me parece que nos llevaría a un campo en el cual yo no quiero hacer ninguna afirmación, Sería hablar de lo que no sé, e incluso dependería de ciertas posiciones previamente adoptadas, que no creo que nos ayudaría mucho a aclarar la situación actual. Y a mí, de verdad, me importa mucho más tratar de aclarar qué es lo que so-

mos hoy y lo que tenemos que ser, y no hacer depender lo que tenemos que ser hoy de lo que hipotéticamente pudiéramos haber sido, según la interpretación que de esa historia hacen unos u otros. JFA.– En el libro de Aranzadi se defiende la tesis de una relación muy directa entre nacionalismo vasco y religión católica. Se afirma que, a lo largo de la historia, el catolicismo ha constituido un elemento definitorio del nacionalismo vasco, se habla incluso de “nacional catolicismo vasco”. JMS.– Es en eso exactamente en lo que yo no quisiera entrar, ni para afirmar ni para negar. Si la pregunta es si hoy, desde la mente de la Iglesia se trata de instaurar un nacional catolicismo vasco, diré rotundamente que no. JFA.– ¿Y se puede hablar de Iglesia vasca? JMS. Evidentemente sí y evidentemente no. En estas cuestiones yo creo que hay que hacer un permanente esfuerzo de clarificación conceptual. Porque son te-

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Aurkibidea/Índice mas muy discutibles sobre todo si se ponen en relación con temas políticos. Como una y otra vez yo he venido manifestándolo, el lenguaje no es un lenguaje común. El de cada uno será adecuado o no. Pero, frecuentemente, no es aceptado por todos los interesados o implicados en estos temas. Lo que permite atribuir a uno cosas contrarias a las que habría tratado de manifestar, dando a las palabras que utiliza un sentido distinto del que tenían en su mente. Por lo tanto, ¿se puede hablar de una Iglesia vasca?, pues ciertamente sí, y a la vez... pues con muchas reservas. Si por Iglesia vasca entendemos una Iglesia hecha de vascos, para los vascos, en función de los vascos, con una jerarquía vasca, etc., pues evidentemente sí. Se trata de un dato sociológico. Pero claro, inmediatamente, cualquiera que oiga o lea estas afirmaciones puede decir: Pero, ¿quienes piensa usted que son los vascos, en qué consiste ser vascos”? ¡Caramba! Yo pensaba que esta discusión estaba superada hace ya mucho tiempo. Pero todavía, según parece, hay quienes hablan de los vascos que lo son en contraposición a ciudadanos de Euskadi que podrían ser o podrían no ser vascos. Pero, claro, esos ciudadanos que, según esa terminología, pueden ser vascos o pueden no ser vascos, todos ellos, en cuanto que son ciudadanos que están en una sociedad vasca, hay que decir que pertenecen a la Iglesia vasca. JFA.– ¿Morcillo era vasco? ¿Los obispos Morcillo y Font i Andreu eran vascos? JMS.– Eran obispos en el Pueblo Vasco y, por tanto, de la Iglesia. Pero imagínense ustedes que Morcillo hubiera nacido en Bilbao. Por el hecho de que hubiera nacido en Bilbao, siendo Morcillo quien era, ¿hubiera sido vasco? ¿Se podría decir que era un obispo vasco? Entonces, de qué se hace depender una cosa u otra,

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¿de que haya nacido en Bilbao o de que haya nacido en una región española? TM.– ¿Qué tres aportaciones, a su juicio determinantes o importantes para la conformación de la sociedad vasca, ha podido hacer la Iglesia católica? JMS.– A mí me parece haber sido una aportación muy importante la que hizo D. Mateo Múgica con ocasión de la Guerra Civil. Esa aportación, desde un punto de vista de Iglesia, me parece muy importante porque, estando metido dentro del conflicto que el Pueblo Vasco estaba viviendo entonces, adoptó una posición muy episcopal, no definida en razón de ningún posicionamiento político motivado por unas convicciones políticas particulares. Entiendo que actuó como un obispo responsable, un pastor responsable, que supo distinguir sus ideas o sentimientos políticos, de lo que era la voz de un obispo que tenía que hablar en conformidad con las exigencias de la Justicia y del Evangelio. Hablando, pues, de la Iglesia en general, yo diría que una de las aportaciones fundamentales fue la de las


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Aurkibidea/Índice personas que, con libertad y con riesgo, fueron capaces de decir aquello que creían ser coherente con el orden ético, y con su conciencia. Y entre esos temas, allí, en la guerra del 36, había cosas muy importantes que decir en relación con el respeto debido a la autoridad constituida y el respeto que se debía a un pueblo que por convicciones incluso éticas era contrario a aquella guerra. TM.– ¿Cuál sería en concreto el mensaje de Mateo Múgica? JMS.– Su mensaje fue fundamentalmente un mensaje religioso. Pero, entrando en el ámbito de las cuestiones temporales, diría que fue el del respeto debido a la libertad cívica y a los derechos que tiene una autoridad legítimamente establecida. Pero, junto con ello la afirmación de los límites que el ejercicio del poder del Estado debe tener en relación con las cuestiones que se le puedan plantear. TM.– Desde que se ordenó sacerdote hasta su jubilación como obispo, ¿qué cambio de valores observa en la sociedad vasca? Aquel silogismo euskaldun-fededun, que por cierto no es de origen religioso sino era un poco “vasco: hombre de palabra”, pero que inmediatamente se extendió como esa adscripción religiosa, ¿se puede decir que se sostiene en la actualidad? ¿Qué cambios de valores ha percibido? Lo digo porque alguien con menos visión histórica de nuestro país y con una percepción mucho más concreta –y me vale como ejemplo y nada más–, Jupp Heynckes, el que fue el entrenador del Athletic, decía que él, en 10 años entre su primera etapa como entrenador y la segunda, había observado un cambio substancial en el interés de los jugadores, y él decía que estaban más mercantilizados. En ese caso, no sé si es verdad o no. JMS.– Bueno. No sé lo que sobre esta cuestión dirían los jugadores del Athletic de Bilbao. La primera consideración que tenemos que hacer es la de saber quiénes son esos jugadores vascos. Y no es eludir la cuestión. ¿Esos vascos son los

jugadores del Athletic de Bilbao en el que no hay más jugadores que los de procedencia vasca? ¿Qué juicio hubiera dado ese señor respecto de los jugadores de la Real Sociedad, que tenía jugadores vascos, españoles y otros que no eran ni una cosa ni otra? ¿Hubiera tenido el mismo juicio? Creo que hay que hacer una primera constatación. Es necesario asumir las consecuencias del hecho de que el pluralismo es una realidad sociológica que afecta, entre otras cosas, también a los valores de las personas. Y, siendo eso así, hablar de los valores de los vascos, de todos los vascos, de los valores comunes de los vascos... Es que yo, en contra de lo que pueden sugerir ciertas simplificaciones –y perdón por lo que pueda haber de alusión– en relación al modo de ser y al modo de sentir de un pueblo, si olvidamos que ese pueblo es fundamentalmente plural..., necesitamos ver si efectivamente se puede hablar de tales valores comunes, especialmente cuando se trata de valores con connotaciones éticas. JFA.– ¿Desde que usted recuerda, desde la niñez, la juventud y demás, ha cambiado mucho su entorno? JMS.– Ha cambiado muchísimo. JFA.– Y esos cambios ¿de qué tipo son? O sea, ¿cuáles son los cambios más evidentes? ¿Son de tipo de bienestar, son de tipo de manera de vivir, tienen que ver con la configuración de la familia, con qué tienen que ver? JMS.– Tienen que ver con todo eso. Y, en concreto, en mi juventud la referencia a la Iglesia era fundamental; la referencia a la fe que esa Iglesia nos transmitía lo era también. Los valores éticos tal como los presentaba la Iglesia ¿se han mantenido o cambiado? Pues, yo diré que todo lo que hace referencia a lo que pueden ser unos valores apoyados en la solidez de la familia, en lo que esa familia supone de comunidad permanente de vida, que conlleva unas exigencias de fidelidad, de responsabilidad mutua, todo eso ha cambiado.

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Aurkibidea/Índice Y, consecuentemente, ha cambiado todo lo que se refiere a los valores relativos a un recto y “natural”, en el auténtico sentido de esta palabra, uso de la sexualidad y a las relaciones afectivas que tienen también como una de sus bases naturales, la sexualidad. Todo eso ha cambiado. Pero, aparte de eso, han cambiado también diríamos otros valores, que son los que se refieren a la conciencia de que, en la vida, uno debe tener fundamentalmente unas, digamos, pautas, que van más allá del puro gusto y utilidad subjetiva y se traducen en una responsabilidad. Valores que hacen referencia a la propia vida personal, porque cada uno es responsable de esa su propia vida, pero que hacen también referencia a los demás, es decir, a la convivencia social. Sin olvidar que esa referencia a los demás, siendo cierto que tiene unas dimensiones de carácter afectivo, las tiene también de orden económico. Y, en consecuencia, todo el individualismo, podríamos decir, en que se echa de menos la existencia de referencias superiores al propio querer, al propio yo, al propio individuo, yo pienso que manifiestan que se ha dado un cambio enorme. Evitando, sin embargo, las generalizaciones que no harían justicia a la realidad en su totalidad. TM.– ¿Ahí estaría la irrupción de lo laico dentro de nuestra sociedad con mayor fuerza que en épocas precedentes? JMS.– Hablamos mucho de lo laico, y muy frecuentemente en sentido peyorativo. Pero resulta que, por ejemplo, la presencia de los laicos dentro de la Iglesia es una de las características más actuales y deseables de la Iglesia de hoy. Al mismo tiempo estamos diciendo que la sociedad es más laica que nunca. Pero, evidentemente, no en el mismo sentido. Por esto ¿qué queremos decir al afirmar que la sociedad es más laica? Pienso que es otro de esos conceptos necesitados de clarificación. Decir que la sociedad es más laica puede significar que las referencias fundamentales que las personas pueden tener en relación con su propia vida, están al

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margen de lo que pudiera ser una influencia religiosa, y más en concreto una referencia eclesial. En ese sentido, lo laico es algo que apunta a una separación profunda entre lo que son las referencias fundamentales de una vida apoyada en la religión, y la afirmación de unas referencias fundamentales para la vida, que son ajenas a los dictados de lo religioso. Mientras no nos aclaremos en lo que queremos decir, no podremos entendernos. La “laicidad” es buena; el “laicismo”, no lo es. No es un juego de palabras. Ahí entra en juego algo muy importante, que es la libertad de las conciencias. JFA.– Aquí hubo seminarios gigantescos, el de Derio, el de Vitoria, el de San Sebastián, el de Pamplona, me imagino que en Bayona también. Y los seminarios están vacíos. Todo esto se ha producido en los últimos treinta años. ¿Hay alguna explicación razonable, exclusiva de aquí? ¿O es un fenómeno universal?


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Aurkibidea/Índice JMS.– Yo creo que los fenómenos culturales en esta época de interna comunicación entre pueblos, tienden a universalizarse, lo que explica también las reacciones legítimas por la defensa de la propia cultura identitaria. JFA.– ¿El franquismo no tiene nada que ver con eso? JMS.– Cuando hablamos del franquismo y, por ello, de Franco, la gente más joven, que es la que habría experimentado más el cambio cultural, te dice: “¿Y quién era aquel señor?”. Nosotros tenemos el peligro de pensar que el cambio histórico que ha sido tan real, tan rápido, en cosas que son integrantes de nuestra experiencia vital, histórica y concreta, ha sido también conocido y experimentado por estas generaciones nuevas. Pero eso no es así exactamente. Por ejemplo, al hablar hoy a los jóvenes vascos ¿se les podría hacer entender hoy lo que suponía de elemento cultural, la referencia a un caserío en el cual aprendieron la lengua, sintieron lo que era la familia, experimentaron lo que era la obediencia, el valor que se daba a los mayores, la colaboración en función de la familia...? Todo ese mundo ya no existe. En consecuencia, a su pregunta solamente se puede contestar con una mínima exigencia de rigor, si se hace un estudio que responda a la voluntad de conocer, desde planteamientos auténticamente culturales pero en profundidad, acerca de qué es la sociedad vasca en su complejidad en el día de hoy. Hemos de insistir en ello, la sociedad vasca de hoy es compleja y ella misma es el resultado de la múltiple interacción de factores diversos en su complejidad. TM.– ¿Se podría, a riesgo nuevamente de simplificar, decir que ha habido una transferencia en un primer momento de la religión o del hecho religioso hacia el hecho político, y que quizás ahora estemos viendo otra transferencia del hecho de lo político al hecho de lo privado, hacia la privacidad?

JMS.– Me parece que es un discurso atractivo. Pero, a la vez, no sé si entiendo bien lo que con eso se quiere decir. Trataré de dar una respuesta a esa pregunta tal como yo la interpreto. Si la sociedad era religiosa y si en la religiosidad tal como la entendía el Pueblo Vasco se incluían los códigos de comportamiento, que hacían referencia a la vida privada, que hacían referencia a la sociedad, que hacían referencia también a la convivencia política y ahora se da el fenómeno de la laicización, yo quizás diría que no hay propiamente una transferencia. Quizás sería más exacto decir que ha habido una pérdida y una sustitución. Es decir, una cosa es que el vacío que produce la ausencia de lo religioso y de la Iglesia sea ocupado por otras referencias y otras maneras de pensar laicas, es decir, no religiosas. Pero no creo que ello, habría de entenderse como una positiva transferencia del modo de ser “religioso” al ámbito de lo “político” o de lo “privado”. Yo lo dejaría, más bien, en una sustitución, al menos en tanto no estudiáramos lo que de “religioso” pudiéramos hallar en el modo de ser “político” o “privado” de las personas. TM.– Pero no deja también de ponerse o de subrayarse muchas veces la influencia en los políticos y en el modo de hacer política de lo religioso en nuestro país. Y ahora, incluso, la influencia de lo político en actividades de la vida privada o semipública también en nuestro país. Es decir que, dice, ha habido sustitución, pero al mismo tiempo también ha habido una contaminación, positiva o negativa, pero de un hecho sobre otro hecho. Y esto, por lo menos… JMS.– Vamos a quitar, por ahora, la palabra contaminación. Además me parece que planteada así la cuestión, el tema de la “trasferencia” tendría un sentido distinto del que yo, al menos, creía que se le quería dar. TM.– Bien, pero... JMS.–Bueno. Si efectivamente el hecho religioso ha tenido influencia en la

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Aurkibidea/Índice sociedad, no podía dejar de tener su influencia en todo lo que de ese hecho religioso espontáneamente se derivaba. En primer lugar, el mismo modo en que se presentaba ese hecho religioso. Y, con él, sus códigos de comportamiento y, consiguientemente, también las valoraciones de esos comportamientos. Digamos, además, que tales códigos de comportamiento no eran unas imposiciones ciegas y absolutas. Yo diría más bien que su influencia era el resultado espontáneo de haber vivido un modo cultural de enfrentarse a la vida, con su mezcla de imposición y de espontánea adhesión. TM.– Es que esto, para mí, es Setién fija la mirada en el cuadro de sus padres. una constatación que posiblemente no sé si será acertada: poner una total pérdida de los valores anuno de los elementos diferentes o difeteriormente trasmitidos. ¿A eso le llamarenciales entre la situación catalana y la mos transferencia? Pues, llámesele transfevasca es la apenas influencia, a mi juicio, rencia. Lo que yo quisiera decir es otra de la Iglesia católica en Cataluña en el cosa. Aquello que existía ya no existe y comportamiento de los políticos y de las por tanto hay un vacío. Y como el hompolíticas, y sí, sin embargo, en la situabre no puede vivir sin referencias, pues ción vasca. Un político de Convengencia las busca donde pueda encontrarlas. Y lo i Unió, de Convergencia particularmente, que añado es que, al tratar de buscarlas puede ser perfectamente un neoliberal en otro lugar, siguen influyendo también claro. Un político nacionalista vasco, yo los modos de pensar y valorar antes addudo de que lo pueda ser. Y de hecho no quiridos. lo es. JMS.– Lo que sí creo que se pueda TM.– En asuntos de moral privada, aquí decir es que la influencia religiosa en el los cambios son colosales. Es decir, el País Vasco en la vida social y privada, fue asunto como el divorcio, la homosexualimayor que en Cataluña. La influencia de dad, ¿tiene la impresión de que el católico esa Iglesia en la cual se hallaba mucha vasco se comporta en estos asuntos como gente del Pueblo Vasco, los vascos vamos si estuviese un poco en un supermercado a decir, los oriundos de aquí, se diluye en de los sentidos? Que le interesa para sus gran manera. Hemos de decir que una ritos, para sus tránsitos, educarse en una Iglesia que tenía también una doctrina socierta fe católica, o bautizarse, contraer cial que había sido incorporada más o matrimonio, los ritos funerarios, y luego al menos a su mensaje y al mensaje de los mismo tiempo va a otra balda del supercuras y de alguna manera, también a los mercado y sin perjuicio de lo anterior, hasindicatos y a la actividad económica, al ciendo una especie de, no sé si sincretisdesaparecer en gran medida su presencia mo es una palabra muy fuerte, pero para en la sociedad, esa su influencia tenía que que nos entendamos, puede al mismo disminuir también. Pero ello no podía su-

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Aurkibidea/Índice tiempo seguir manifestándose católico y divorciarse, aceptar la igualdad ante la ley de los homosexuales… ¿Esto es así, lo comparte? Y luego la siguiente pregunta: ¿La inercia de nuestra Iglesia o de la Iglesia vasca, vamos a llamarla, la jerarquía sobre estos asuntos es importante, sigue viendo o lo ha visto alguna vez y lo mantiene, el sexo y todos los aspectos de lo que es la moral privada, como algo a tratar con cuidado? JMS.– Lo primero que habríamos de constatar es que el cambio de la Iglesia, en eso que hace referencia a lo que Ud. llama la vida privada, aunque realmente cabría discutir si el matrimonio es no un asunto puramente privado, es algo que ha sucedido porque no podía menos de suceder, como consecuencia del cambio en la concepción de lo que es el sexo y el matrimonio. Y lo que ha sucedido a mi modo de ver, de alguna manera, tiene algo de imposición. Se establece que dentro de lo que ha de considerarse ser los derechos fundamentales de la persona humana, no se incorporan o, al menos, no se aclaran cuáles habrían de ser esos derechos a partir de la concepción que tiene la Iglesia de la naturaleza humana. Se hace, más bien, a partir de una imposición que viene desde Europa. En virtud de ella para poder estar en la Unión Europea es necesario ser respetuoso con su visión de lo que son los derechos humanos. Y esa, afirmación de los derechos humanos supone una determinada concepción de la persona, lo que se traduce en una legislación que el Estado español ha de asumir para que pueda ser un miembro de pleno derecho dentro de Europa. Es natural que todo ello haya de afectar también a quienes se tienen como cristianos. Si uno ve las cosas así, cabe decir que ése no es un cambio cultural que se da desde aquí. Es un cambio cultural de un entorno superior, en cuyo origen entran también factores coactivos, de imposición. De esta manera, la visión de la persona que uno podía tener a partir de las exigencias que creía derivadas de su naturaleza, tiene que ceder a otra interpreta-

ción, de alguna manera impuesta, de lo que es la persona humana, con unos derechos. Todo ello con un contenido puramente subjetivo e individualista. Nos encontramos así ante dos posturas que son entre sí impenetrables e incompatibles. Si se pregunta, entonces, qué prevalece, si el sentido religioso o el impuesto por las leyes, los datos estadísticos nos dicen que los matrimonios civiles, los divorcios, las uniones de hecho reconocidas legalmente etc. que antes no eran admitidos aquí, vienen a ser numéricamente los mismos que puedan darse en otros países. Incluso la aceptación del matrimonio de homosexuales, aunque pueda originar conflictos de opinión, la práctica indica que los datos tienden a ser sensiblemente semejantes a los que se dan en otros países. Con todo esto, ¿qué quiero decir? Que en la valoración de todos estos planteamientos éticos, el hecho cultural –antes se ha hablado de los seminarios– es fundamental. Las personas no somos individuos que vivimos al margen de lo que es la realidad de la cultura. Esa cultura es algo que está ahí. No es fácil creer que las personas hayan de vivir permanentemente en la escisión entre sus vidas y la comprensión de lo que son sus derechos, las normas de sus comportamientos, sus códigos referenciales, sus valores. En resumen, que sean independientes del hecho cultural en el que están insertas, que está ahí, que es europeo y que, en este mundo de globalización, no se sabe si, en definitiva, va a ser americano o qué es lo que va a ser. TM.– La misión evangelizadora y de fe de la Iglesia, que permanece lo esencial, imitarla a través de los tiempos porque tiene un cómo, una finalidad de, cara la redención del género humano. A esto es a lo que me refiero. JMS.– A este respecto puede haber situaciones muy distintas. Personas que están viviendo a disgusto su situación, aunque hubiera sido creada por decisión libre suya, como puede ser el divorcio o el matrimonio homosexual, e incluso las

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parejas de hecho. Son personas que los aceptan, quizás por los condicionamientos, que ellos traen consigo, pero que les duele en el fondo y no están de acuerdo con su situación. Hay otros a los que todos esos cambios no les cuesta tanto asimilarlos, porque eso está en el ambiente y por la pérdida de influencia cultural de la Iglesia. La influencia de la cultura parece ser más fuerte en ellos, que la influencia que pueda tener lo que anteriormente recibieron de la Iglesia. En relación con estas situaciones, los problemas pueden plantearse, como se hacía antes, desde la perspectiva de lo que es público y de lo que es privado. Si la Iglesia parece tener exigencias mayores con el matrimonio en concreto, con la naturaleza del matrimonio, es porque ella parte de la convicción de que la familia es una de las células fundamentales de la convivencia social y, por ello, de que el atentado contra la familia no es algo que afecta solamente a los cónyuges en particular, sino que afecta también al bien de la sociedad y, por ello, entra en el ámbito de lo público. No faltarán quienes digan que eso es una creación puramente humana. Pero

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ahora no tratamos de discutir si la Iglesia tiene razón o no. Lo que estoy diciendo es que cuando a la Iglesia se le acusa de estar diciendo “tonterías” en relación con estos temas, que el amor tiene que ser libre y que cada uno habrá de poder hacer lo que le parezca, que hay que dejar que cada uno viva en libertad sus experiencias afectivas sobre el matrimonio y todo lo demás, la Iglesia responde diciendo que ella tiene el derecho de transmitir a la sociedad lo que ella entienda qué es mejor o peor para el bien común de la sociedad, este clima de libertad que se está difundiendo, o el clima de un mayor rigor o respeto a lo que entendíamos que era la familia. TM.– ¿Pero no sitúa esto a la Iglesia en una función de intérprete único del concepto de familia? Quiero decir que la familia ha sido el gran descubrimiento también de la sociedad laica, porque ha demostrado funcionalidad, ser un colchón social en época de crisis, en mantener uno de los… JMS.– Todo eso lo decía también la Iglesia antes de ese gran descubrimiento de la sociedad laica, a pesar del rechazo que ello provocaba.


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Aurkibidea/Índice TM.– Lo decía la Iglesia y la sociedad lo ha interiorizado Pero la sociedad al mismo tiempo dice: sí, pero el concepto de familia que ustedes sostienen sigue siendo reduccionista. JMS.– Pues habría que decirles también a quienes aceptan que la sociedad pueda decir eso: “Mire usted, también somos parte de esa sociedad? ¿No le parece?” TM.– ¿La Iglesia? JMS.– Sí. TM.– ¿Pone alguien en duda eso? JMS.– Hombre, si es que la Iglesia dice eso y la sociedad se mete con ella porque dice eso, entonces habría que decir que la sociedad excluye a la Iglesia o que hay una parte de la sociedad que lo dice. Por lo menos habría que reconocerle el respeto necesario para que pudiera decir lo que cree que debe decir, en el ejercicio de la libertad de expresión que la sociedad debe reconocer. Porque si no, habría una imposición dogmática y antidemocrática contra ella. La misma imposición que se atribuiría ahora a la Iglesia. Sin olvidar que la Iglesia carece del poder coactivo que la sociedad tiene y además lo ejerce. TM.– Pero tiene poder de influencia, que es el poder sin responsabilidad política. JMS.– ¿Quién dice eso? TM.– Yo. JMS.– Pues yo digo que no estamos de acuerdo. ¿Es que la Iglesia o yo mismo no podemos decir una palabra que tenga una influencia política? ¿Por qué se nos prohíbe? TM.– Sí, sí, claro, y por eso digo. Pero es sin responsabilidad política. JMS.– Sin responsabilidad ejecutiva. TM.– Exacto. Y sin electores. JMS.– De acuerdo. Pero entonces la Iglesia tiene derecho a decir: yo entiendo que si se quiere buscar el bien común,

hay que respetar esto. Pero como yo no tengo una Policía, como no tengo una Gestapo, como no tengo unas cárceles, como no tengo poder coactivo, no puedo decir una palabra de repercusiones políticas. En todo caso los políticos haréis lo que creáis que tenéis que hacer, pero yo como Iglesia podré decir a mí juicio que lo que hacéis no es el camino mejor para la realización del bien común, incluso porque me parece que ello no es éticamente aceptable ¿Y dónde está la injerencia? JFA.– En estas cuestiones… JMS.– No, no. A mí me parece muy bien que podamos discutir. También esta es una sociedad en la que, aun siendo laica, debe respetar el derecho a discutir, también el de la Iglesia. TM.– Stalin se equivocó soberanamente cuando preguntaba por las divisiones del Papa. El Papa no necesitaba divisiones sobre el terreno para tener la mayor influencia en la sociedad del mundo. JMS.– Ya. Entonces quien echó a Stalin fue la Iglesia, ¿no? TM.– Al estalinismo lo echó una conspiración de palacio. Pero con el comunismo acabó fundamentalmente, a mi juicio, la Iglesia. JMS.– Bueno, ¿y no tenía derecho a hacerlo con la influencia de la palabra y la persuasión? TM.– Sí, pero… JMS.– Yo no niego que la Iglesia tenga influencia. Lo que yo planteo es si un grupo como la Iglesia tiene derecho o no a tener influencia política, y si esa influencia política hay que considerarla como una indebida intromisión de la Iglesia en el ámbito de la política. Yo entiendo que el pensamiento de la Iglesia, como el de los cristianos, como el de los laicos, tendrá que tener una de las características fundamentales, que es la libertad de expresión. Si hay libertad de expresión, digo lo que digo es porque creo que es mejor

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Aurkibidea/Índice para el bien común. Puedo estar equivocado, pero lo que no se puede hacer es, en virtud de un laicismo que se impone como dogma, ir en contra de algo que se dice que la Iglesia impone como dogma. Que no lo impone, porque es el otro el que tiene el poder para imponer coactivamente su pensamiento y sus decisiones. Podemos quedarnos en el ámbito de la libertad de pensamiento y de expresión, de pensamiento, que es lo característico de una sociedad libre. De no ser así el supuesto dogmatismo de la Iglesia sería sustituido por un dogmatismo no laico sino laicista. Yo no estoy ni por un dogmatismo ni por otro. Lo que digo es que cada uno exprese desde sus convicciones, lo que es y lo que piensa. En cuanto al uso de la fuerza de los instrumentos jurídico-políticos, sabrán quienes los tienen, lo que en conciencia hayan de hacer. JFA.– Pero si eso se traduce, como parece que hay una tentación por parte de la Conferencia Episcopal ahora mismo, en cuestiones concretas, en peticiones concretas a políticos concretos, católicos, de que se opongan a determinadas cuestiones, eso ya es pasar a algo más concreto. JMS.– Ciertamente es algo más concreto como es concreta la vida, también la política. Pero habría que decirles: “Mira, tú eres cristiano. Ésta es la doctrina de la Iglesia. Tú actúa en coherencia con tu conciencia, sabiendo que esa es la doctrina de la Iglesia”. ¿Eso es pasarse de lo que tienen que hacer? ¿Se puede plantear de otra manera? Yo pienso que hay que plantearlo así. Porque es que hay cuestiones, también de contenido político, en las que se acepta mucho más fácilmente la influencia de la Iglesia. Pero después resulta que si esa intervención no interesa, ese campo ya no es el de la Iglesia porque se mete en lo político. Vamos a un caso reciente. El de Carod Rovira. Está con ETA. Y hay quienes consideran que eso es sin más una colaboración con el terrorismo. El tema va a los tribunales, y resulta que aquello que

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se consideraba que era colaboración con el terrorismo, se dice ahora que no lo es. ¿Cuántas veces se han metido conmigo porque he mantenido la necesidad de dialogar con quien sea, incluso con ETA si esa es realmente una vía posible y eficaz para lograr la paz? TM.– Esta es la cuestión, la bienaventuranza con aquellos que sufren. Porque cuando usted se ha posicionado a favor de las víctimas, este vasco, José María Setién, desde luego no es ágrafo y ha escrito muchísimo. Pero parece que no sirve a veces la prueba documental. Porque ha hablado, en relación con ETA, criticando a ETA, analizando ETA; sobre lo perverso que tiene desde muchos puntos de vista este movimiento, la situación de las víctimas… Y luego como ha hablado


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Aurkibidea/Índice también de los que sufren por otro lado, pues a eso se le llama “la equidistancia”. Pero la equidistancia va unida un poco a su biografía. Es decir, se ha pretendido presentar su posición política como equidistante y se cerraba así, de esta forma falsa, todo un debate sobre la empatía, por un lado, y aproximación a las diversas situaciones, y luego ocultando además pronunciamientos inequívocos por parte tuya. Me gustaría que nos hablase de esto, de su impresión personal y su fundamentación sobre los posicionamientos que mantiene y que dieron lugar a que fuese calificado como equidistante, que yo creo que es la fórmula amable de hablar de una especie de cinismo frente a la situación de las víctimas y la situación de los que sufren desde un punto de vista. JMS.– La equidistancia no consiste en si me preocupo mucho de los presos políticos de ETA y no me preocupo tanto o nada de sus víctimas. La equidistancia es la que se quiere ver en el hecho de que al condenar el terrorismo de ETA, yo no olvido el problema político que, con referencia o sin referencia a ETA, existe en el País Vasco. Cuando se habla de todo lo que arrastra consigo la violencia del terrorismo, yo añado que detrás de los terrorismos –no sé si es la formulación más exacta, pero puesto que es esa la que en estos momentos se está utilizando…–, existen también, frecuentemente razones de Justicia. No en el terrorismo naturalmente pero sí en aquello que puede ser una aspiración de los terroristas y también, no hay que olvidarlo, de los que no lo somos. Porque se pueden tener unas justas aspiraciones políticas en Euskadi, que sean contrarias a las posiciones mantenidas por el pensamiento oficial vigente. De ahí que lo que pudiera pensarse sobre lo que la Iglesia pudiera decir, podría estar motivado, no solamente por su contenido nacionalista, sino porque el hecho de lo que se decía, estaba aludiendo a problemas de tipo político sobre los cuales el Estado español no quería ni oír ha-

blar. Por esto, la primera equidistancia no ha de verse entre presos políticos y víctimas del terrorismo, sino en la supuesta equiparación –cosa que no hice nunca– entre la “violencia” que pudieran ejercer las fuerzas de Orden Público en la legítima lucha en contra de ETA, con la “violencia” que se achacaba al hecho de que el Estado español no reconociera debidamente los derechos del Pueblo Vasco. Ése fue el primer planteamiento. Y, claro, ese planteamiento no era de equidistancias. Era de naturaleza completamente distinta. Pero, al no abordarse ese problema, se ponía de manifiesto no se podía ni quería dar una solución. A partir de aquí y dándolo por supuesto, si para que pueda tener yo un posicionamiento concreto en relación con las víctimas del terrorismo, se me pide, más allá de lo que supone compartir el dolor producido por las injusticias cometidas contra las víctimas del terrorismo, una adhesión a la causa política defendida por los familiares de las víctimas, he de decir que no estoy de acuerdo con ese planteamiento. Que es exactamente lo mismo que hacía, lo digo con la misma firmeza, cuando en la condena de las injusticias cometidas contra los presos de ETA, quería implicárseme en una aceptación más o menos explícita de la causa de ETA. Cosa que no podía aceptar. Es ahí donde puede haber una equivalencia y en tal caso, el problema es mucho más profundo. En definitiva, el problema radica en si un obispo puede decir algo o no, influir o no, desde su pensamiento de Iglesia, en los asuntos de tipo político que tienen alguna trascendencia y en razón de qué puede intervenir. Como pueden ser éstos, que actualmente son objeto de discusión, en relación con la Constitución. ¿Por qué como obispo yo he de defender una determinada Constitución, si hay una parte importante de la población vasca que entiende que la solución tiene que venir no necesariamente por la vía de un Estatuto, sino por otra vía distinta?

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Aurkibidea/Índice TM.– ¿Y esto cómo se concilia personalmente frente a una feligresía plural, y cuando además se te presenta como piedra de escándalo por parte de los medios de comunicación, que es lo último o lo anteúltimo de lo que puede acusarse a un pastor de la Iglesia? ¿Cómo se vive? JMS.– ¿Cómo se vive? Pues tratando de situar las cosas en lo que es la auténtica verdad de cada uno. Por ejemplo, cuando se dice que ni la Constitución ni el Estatuto eran algo que derivaba de la verdad objetiva que ciertas personas querían definitivamente mantener, y, en verdad, no pasaba de ser el fruto de una opción política que adquiría el carácter de la propia verdad objetiva para, de aquel momento. O en relación con lo sucedido en el funeral de Gregorio Ordóñez, concejal del Ayuntamiento de San Sebastián, alguien planteó públicamente en la prensa acerca de mí, que cómo podía estar de Obispo en San Sebastián una persona a la que sus feligreses se negaban a acercarse para recibir la Comunión de sus manos, lo que debía ser interpretado como signo del máximo rechazo. Pero había uno vídeo que grabó lo que allí pasó: aparecía en él, que yo fui el último sacerdote e incluso Obispo que me retiré después de dar la Comunión a cuantos se acercaron a recibirla. Y a pesar de darse eso por la televisión, quien hizo la afirmación por primera vez, seguía luego diciendo que “era verdad” que el Pueblo Vasco, que participó en aquel funeral, no quería que el Obispo Setién le diera la Comunión. Naturalmente se trataba de “su verdad”. Ante eso, ¿qué hacer? Tal vez cabría pensar que “no ofende quien quiere, sino que ofende el que puede”. También para poder ofender es necesario tener una cierta dignidad. TM.– Pero en una sociedad mediática da la impresión de que la Iglesia, y en concreto usted, juega con desigualdad de armas. Le pongo un ejemplo: la Iglesia ha sido el intermediario de Dios, se ha podido dirigir directamente a través de los siglos a su pueblo, al público, a los feligreses. Pero entra en un juego donde tiene

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intermediarios, intermediación, que son los medios de comunicación cuando se habla de asuntos públicos. Yo he traído este libro no por casualidad, me gustó mucho en su día, pero es que es la última vez donde en un medio de comunicación, aunque sea reducido, está sonriendo. A usted le han desaparecido la sonrisa de múltiples entrevistas en medios cortos, en periódicos, etc.: se la han desaparecido. JMS.– Pero tiene que entender que el que yo sonría o no sonría no depende de que mi sonrisa aparezca en la prensa. La prensa no solo selecciona los contenidos de lo que yo digo. Selecciona también las fotografías en función de la imagen que de mí se quiere comunicar. TM.– Ésta es la cuestión. Es decir, a eso me refiero con lo de la desigualdad de ar-


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Aurkibidea/Índice mas. Yo no sé si en general de la Iglesia, pero en el caso personal suyo hay una disfunción mediática monumental. JMS.– En muchos casos, evito así las generalizaciones arriesgadas, un mal uso del poder de los medios de comunicación en relación conmigo. Vamos a olvidarnos de la disfunción. TM.– Es más fuerte todavía que lo que he dicho yo. JMS.– Bueno, pues sea una disfunción. Siendo ello así, esa disfunción ¿qué repercusión habría de tener en mí? ¿Que cambiara de forma de actuar, de modo que los medios de comunicación social quisieran dar la imagen que a mí me gustaría que dieran? ¿A qué precio? Mi problema personal radica en acertar a hacer, lo que yo creo que tengo que hacer. Los medios de comunicación habrán de saber, también ellos, cuál es su obligación. Pero si no cumplen su obligación y se da esa disfunción, no creo que por eso mi forma de actuar haya de someterse a las exigencias de esa mediación, para que en ella yo aparezca más simpático.

se le da un buen sentido. Se trata de la adhesión a una realidad, para ellos perfectamente legítima. Yo quisiera que cuando se dice de uno que es nacionalista vasco, se diera el mismo buen sentido a la expresión que cuando se dice de otro que es españolista. Vamos a quitarle al “ista” ese, su carácter peyorativo que puede tener en un caso y en otro. Hecho esto, de un ciudadano o de unos obispos que se sienten españoles, ¿he de decir necesariamente que son constitucionalistas? Creo que sería mejor dejar de lado el término de “constitucionalista”, para decir que ellos son una parte de esa España que reconoce la vigencia de la Constitución y sus aportaciones positivas a lo que ellos consideran ser la historia de la totalidad de España.

TM.– ¿Observa algún cambio en la línea pastoral o en intervenciones de la Conferencia Episcopal en el sentido de la gran tendencia de asentamiento constitucional español? Es decir, la Constitución española tiene 25 años, se ha ido desarrollando. ¿Hay una impregnación de lo que es el constitucionalismo español –lo que pasa es que la palabra no me gusta porque aquí inmediatamente llegamos a pensar en lo que ha sido el bloque constitucionalista español, y no me refiero a esto específicamente–, de lo que es el paradigma, el bloque de constitucionalidad en lo que es la dirección de la Iglesia? Es decir, si hubo…Voy a ser más brutal: Si hubo un nacional catolicismo, ¿hay un nacional constitucionalismo católico? JMS.– Le diré una cosa muy sencilla. Yo creo que fuera del País Vasco, fuera de Cataluña y de alguna otra excepción, todo el mundo es españolista. Pero al afirmarse que son españolistas, a esta expresión

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Ahora, bien, si esos ciudadanos o esos obispos entienden suficientemente o no los posicionamientos vascos, no digo separatistas, de aquellos que tienen una adhesión nacional vasca distinta de la adhesión nacional española, con todas sus derivaciones socio-culturales e incluso políticas, ese es otro problema. Quiero insistir un poco más en esto. Resulta que si de uno se dice que es españolista se añade “está muy bien”. Si se dice de otro es vasquista o nacionalista vasco, vienen las sospechas y los rechazos, porque se piensa que ese nacionalista tiene que ser necesariamente “separatista”. ¿Por qué? Son dos cuestiones distintas. Nos falta una palabra, un adecuado lenguaje, para poder decir que una persona tiene una adhesión “nacional vasca”, sin que necesariamente se le haya de situar entre los “separatistas” que van en contra de la unidad de España sin que ello signifique tampoco que se haya de aceptar o dar por buena necesariamente cualquier forma concreta de entender esa unidad española, aunque sea la que es refrendada por la Constitución actualmente vigente. JFA.– Sí, pero, y si es separatista, ¿qué pasa? JMS.– Insisto en la apreciación de que si uno va por ahí diciendo que es nacionalista, se le considerará sin más como un separatista. Por ello digo que hay que buscar una palabra con la que se pueda decir de un individuo que su adhesión na-

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cional es a Euskadi, sin que ello signifique que haya de ser separatista, esto es, secesionista. Dicho esto quiero añadir que la unidad española no es una realidad éticamente inmutable, como se ha solido presentar y decir. Desde este punto de vista, el nacionalismo vasco separatista no ha de ser considerado como “un pecado”. Recientemente he publicado un estudio sobre este tema, cuyo titulo es precisamente “Unidad de España y juicio ético” San Sebastián 2004. Su lectura puede ayudar a entender lo que pienso sobre este tema. TM.– Es que ahí está la cuestión. Porque se hace un juicio ético de reproche de lo que pueda ser la autodeterminación o la secesión a luz de esa interpretación constitucional. Y esto existe desde algunos miembros de la Jerarquía católica que lo han dicho manifiestamente. JMS.– Sí, así es TM.– Exactamente. Y ésta es la razón del libro. JMS.– Claro. TM.– Entonces, primero, ¿no resulta paradójico también este supermercado constitucional? Que cojo dentro del bloque constitucional este artículo que me interesa, que es el reconocimiento de la unidad nacional española, de la existencia de un único pueblo, el pueblo español, depositario de los derechos, etc., y al mismo tiempo rechazar por parte de esos, otros aspectos de la Constitución que no les pa-


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Aurkibidea/Índice recen tan interesantes, o que les parecen francamente reprobables, como los que dan lugar a esos otros asuntos que hemos comentado antes de homosexualidad, etc. Pero voy un más lejos: ese juicio de reproche, como falto de ética de unas aspiraciones de autodeterminación o de reconocimiento de la identidad nacional de los pueblos diferente al español, me gustaría que concretase o sintetizase en lo que es la... JMS.– A mi juicio, el tema de la autodeterminación no es el mismo que el de la unidad de España. Es éste el que tratamos de aclarar y de valorar desde un punto de vista ético. ¿Qué decir de la unidad de España? Y fundamentalmente esto: si afirmar la unidad del Estado español –cosa que no se puede negar– equivale a afirmar la unidad de la nación española. Porque hecha la afirmación de la unidad intangible de la nación española, dentro de la cual habrían de estar los vascos, no habría posibilidad de hacer un lugar para la nación vasca. Lo que políticamente y también éticamente sería muy grave. En mi libro, lo que pretendo demostrar es que hacer coincidir la unidad de la nación española con la existencia de un único Estado español, automáticamente trae como consecuencia el rechazo de la existencia real de una nación vasca, de la que podrían derivarse derechos políticos que no se quieren aceptar. Ante ese planteamiento, hecho públicamente desde alguna jerarquía episcopal, yo quiero decir también públicamente, al menos para que se sepa en Euskadi, que no es ese mi parecer. Y que si es necesario, se discuta el tema, pero a partir de palabras y de conceptos que sean aceptados por todos o, por lo menos, sabiendo todos lo que cada uno quiere decir cuando los utiliza. TM.– No se discute el Estado sino se discute la nación JMS.– Bien. En todo caso, yo discuto que de la afirmada unidad del Estado haya de concluirse la unidad de la nación, y planteo si admitida la pluralidad de naciones existentes dentro del Estado espa-

ñol, no habrá que tratar de ver cómo han de ser reconocidos los derechos políticos de esas diversas naciones. A mí me parece que eso es de sentido común. Pero exige algo muy importante, que es trascender la idea de un Estado nacional español para pasar a la aceptación de una nación española que no tiene por qué ser excluyente ni coincidir con lo que es el actual Estado español. Pero, claro, eso exigiría dar un paso hacia delante, no fácil pero sí necesario. TM.– Y en este camino tenemos el debate sobre la propuesta del Lehendakari Ibarretxe: ¿choca frontalmente con esta concepción que acaba de exponer, o la aproxima, o es un cauce para poder llegar a este nuevo statu quo, a esta nueva situación? JMS.– El asunto es complicado, pero veamos. Quiero decir, en primer lugar, que yo he mantenido la tesis de que las imputaciones que se han venido haciendo respecto del plan de Ibarretxe, han discurrido por unos cauces que no abordaban el problema en profundidad. Y sucede que cuando para combatir las ideas, las agresiones se dirigen contra las personas o se desfiguran sus afirmaciones, lo que se hace es una caricatura de la realidad, la que nos interesa. Luego le damos una patada y... parece que cae. No porque se haya ido contra la verdad de lo que se quería afirmar, sino de la caricatura que artificialmente se ha querido hacer. Supuesto eso, digo que si admite la existencia de un sujeto político originario y en la medida en que se admite, debe reconocerse también su derecho-deber de buscar los marcos jurídico-políticos más adecuados para que su voluntad de actuar como tal sujeto jurídico-político originario, esté debidamente reconocido. Esta “originalidad” política y su alcance podrá ser una cuestión histórica a discutir. Lo que no se puede discutir es que hay ciudadanos que piensan así y que tienen derecho a hacerlo. El llamado plan Ibarretxe no habla de secesión sino de un acuerdo político

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Aurkibidea/Índice en el cual se plasme la fórmula jurídicopolítica más adecuada para responder a las exigencias de una nación vasca que existe dentro de un Estado español. Hay que buscar ese acuerdo. Dice también que para que ese acuerdo sea camino de normalización, que ésta sería la palabra exacta, es imprescindible que recoja la voluntad de los vascos. Pero esa voluntad de los vascos tiene que ser pactada con el Estado español. Ibarretxe habla de pacto. Por ello, el Pueblo Vasco tendrá que decir que sí al contenido de pacto, que habrá de ser, también, voluntad del pueblo español. Y en ese sentido tiene razón al afirmar que efectivamente tiene que responder a la voluntad de los vascos. Ello exigirá que si con una propuesta determinada no se logra lo que se pretende, se ha de seguir dialogando. Hasta que los vascos digan que sí a la propuesta que a ellos se les haga y a la vez, sea aceptada también por el Estado español. Por ello, si se entendiera que Ibarretxe quiere decir que la voluntad de los vascos es intangible, es inmutable, se le pondría en contradicción consigo mismo, pues insiste una y otra vez que la vía para el entendimiento ha de ser la del diálogo. Si efectivamente se trata de resolver el problema de los vascos, al prometerse a los vascos que se hará lo que ellos quieran, a la vez se les dice también que habrán de querer una fórmula de entendimiento con los españoles. Fórmula que será el objeto de un pacto. Éste es, a mi juicio, el planteamiento acertado. JFA.– Desde el punto de vista ético, ¿le parece un planteamiento razonable, correcto, deseable? JMS.– Sí es deseable, en la medida en que el camino de solución se sitúa en el diálogo. Éste es un planteamiento ético. Pero a condición de que no se esté mirando solamente al pasado. Porque cuando hablamos de derechos colectivos de los pueblos, ¿se trata de los derechos de un pueblo que fue o son los derechos de un pueblo que es y se está haciendo? Porque

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habrá que pensar también que los derechos colectivos de una nación existen cuando existe esa nación; lo que implica la existencia de la conciencia de pertenencia a ella. Una conciencia que tiene como referencia política a esa nación y que busca su sitio para que pueda convivir como tal, dentro de un marco jurídico que, en este caso, teniendo en cuenta las relaciones históricas habidas en “hegoalde” habrá de ser la del Estado español. Es lo que tendrá que ser objeto de un acuerdo con él. Yo creo que será posible, ¿no? TM.– Y la cuestión es: cuáles son los límites del consenso político, y ese consenso político dónde es región fronteriza con el veto. Es decir, dialogar para consensuar. ¿Y qué ocurre cuando una de las partes en el diálogo no está dispuesta a consensuar porque hay principios inmutables y no negociables? JFA.– ¿A qué parte se refiere? TM.– Me estoy refiriendo ahora a la parte no nacionalista.


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Aurkibidea/Índice JMS.– Si fuera así, yo pondría en duda su carácter democrático por no querer seguir dialogando para tratar de llegar a un consenso. Y si es que no se diera, como no vamos a ir a la revolución, yo diría que seguiremos teniendo un problema político en Euskadi, no artificial sino real, por el hecho de que existe un grupo significativo e importante de Euskadi que tiene su referencia nacional, su adhesión nacional, en algo distinto de España. Una adhesión nacional a la que hay que darle una salida jurídico-política, porque está en juego un derecho democrático, el derecho colectivo a ser dueño de su propia historia. JFA.– Una pregunta muy concreta: ¿ha sido monseñor Setién asesor de Ibarretxe? ¿Ha sido consultado por Ibarretxe, junto con otras gentes cuyos nombres también aparecían en el periódico, para alguna de estas cuestiones? JMS.– Mi contestación es que si hubiera sido, no lo diría. Y si no lo digo, no quiere decir que no lo haya sido. JFA.– Es una respuesta. JMS.– ¡Hombre, claro! Es que yo no tengo obligación de decir si alguien me ha consultado o no, ni tengo tampoco la necesidad de negarlo. Yo lo único que digo es que ésta es una cuestión que considero mejor no tratar de responder. ¿Por qué? Por el mínimo de honestidad que pide la relación que pueda uno tener con una persona que le pide tener una conversación con él. Yo creo que se debe ser leal con las personas.

JFA.– No, no, mal no, pero es también la explicación de por qué algunos creen, cuando se plantea así el plan de Ibarretxe para ser negociado con el Estado, que todas las limitaciones que se podían poner a los nacionalistas, o los que tienen la adscripción nacional vasca, ya se las han puesto de entrada. JMS.– No recuerdo si fue el año 1986, en una conferencia que di en Madrid en el Club Siglo XXI. Dije, no que Euskadi tenía el derecho a la soberanía, sino que Euskadi era un sujeto jurídico político originario que debía encontrar el adecuado marco de relación con el Estado español. Yo dije eso. Y no sé si fue en esa misma conferencia o en otra habida en el mismo lugar, dije también que a Euskadi le falta una referencia o marco jurídico aceptado por todos, a la manera de una Constitución. TM.– Llevamos casi dos horas hablando y no hemos hablado, nada más que tangencialmente, circunstancialmente, de ETA. Y esto también es una cosa muy llamativa. No hemos hablado. Entonces, esto tampoco hubiese pasado hace, no sé,

JFA.– Tengo la impresión de que estamos tratando de dar explicaciones a cosas que para el ciudadano de la calle, de Euskadi, son o parecían evidentes. O sea, a veces tengo la impresión de que tiene que ver con la actual correlación de fuerzas. No me imagino esta conversación en el año 1980, en relación con soberanía, separatismo, secesión, respeto a los derechos humanos, etc… JMS.– ¿Hizo mal la Iglesia siendo discreta?

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Aurkibidea/Índice cinco años, tres años, dos años. ¿Estamos empezando a vivir, en su opinión, en una situación de pérdida de influencia o de capacidad de presión y de expresión por parte de ETA en la sociedad vasca? En términos contables, la hemos descontado ya. No me refiero a que pueda mañana matar y haya una lista de condenas y esas cosas, sino como no una fuerza política presente en una fuerza social presente. JMS.– A ese respecto creo poder decir que lo que estoy diciendo ahora, lo pensaba y decía también hace cinco años, hace diez años. Y lo he argumentado. JFA.– Y en el año 1986. JMS.– Creo que en estos momentos la sociedad vasca lo tiene asimilado. Pero los juicios concretos de esta naturaleza son los que a mí se me hacen más difícil de hacer. Porque creo que esos juicios no entran dentro de lo que a mí, a mí como responsable aún, de alguna manera, de una voz en la Iglesia, no me toca hacer. Yo siempre he dicho que la solución de ETA no supone, sin más, la plena realización de la Justicia, en Euskadi y, en consecuencia, tampoco la completa pacificación. Siempre lo he dicho. TM.– De acuerdo. Lo ha dicho y creo que es un elemento ya asentado en muchos sectores de esta sociedad. Pero la cuestión es, insisto, en que tengo la impresión de que antes era imposible hablar de la situación vasca sin hablar de ETA, y ahora es un elemento cada vez menos recurrente. JMS.– ¿No le parece que Ibarretxe ha dicho en más de una ocasión que la actuación política del Pueblo Vasco no tiene que estar condicionada por la existencia de ETA? Eso lo ha dicho más de una vez. TM.– Sí, sí, pero parece que empieza a ser verdad. Es decir, una cosa es que lo diga…

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JMS.– ¿Y entonces no lo era? TM.– Pues posiblemente no, porque Ibarretxe no podía hacer determinadas cosas sin saber si ETA, en el momento de hacer una propuesta, iba a poner una bomba, con la que se iba a desviar todo el foco de atención y a eclipsar su propuesta. ETA ha sido un poco el velo que ha tapado, desde algún punto de vista, muchas cosas que estaban subyacentes en nuestro país. JMS.– Comparto su punto de vista de que el peso político de ETA ahora es mucho menor. Eso es evidente. Y eso permite que se pueda hablar con más libertad de muchos temas, con más independencia respecto de ETA. Pero no olvidemos que el mismo Ibarretxe ha hecho una afirmación muy seria en confirmación de lo que dice usted: que no va a referéndum o a consulta, lo que fuere, en tanto no estemos en una situación de no violencia. Lo cual no deja de suponer una dependencia grave respecto de ETA. Pero quiere también también decir que desde que se ha planteado ese tema, está invitando a pensar ya acerca de la política en Euskadi prescindiendo de ETA. Me parece que ello viene a ser, digamos, una confirmación y una garantía de la promesa de Ibarretxe, de que la po-


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JFA.– Cuando la tregua de Lizarra-Garazi, y cuando parecía que ETA había tomado en serio aquello, ¿estaba usted contento, estaba preocupado, estaba satisfecho? JMS.– Yo me llevé una gran alegría. JFA.– ¿Le parece que lo de Lizarra-Garazi era legítimo? JMS.– A nadie se le podía llevar a cárcel por haber participado allí. De hecho a nadie se le llevo. Luego legítimo sí parece que fuera. Otra cosa distinta es si en la elaboración de todo aquel proceso de Estella y de lo que del mismo se pretendía alcanzar, hubo una equivocación fundamental de principio: pensar que para la construcción de Euskadi se podía prescindir de los que no eran nacionalistas. Desde esa perspectiva, podía manifestarse la voluntad de algunos, de querer hacer Euskadi sin contar con los no

nacionalistas. Lo que no podía menos de ser una equivocación política y también ética. Pero a mí me pareció mucho más grave, no sé si alguien se interesó por ello, lo que escribía en mi libro Pueblo Vasco y soberanía, del año 2003, a manera de observaciones hechas sobre las tres propuestas del PNV, de EA y de HB, acerca de lo que tenía que ser Euskadi. Y esto sí que a mi juicio era muy grave. Tal como yo entendía que sería la Euskadi construida con aquel modelo de la izquierda abertzale radical, a mí no me parecería aceptable. Pero aquello, que publiqué y que podía entenderse como una crítica radical, no se quiso comentar. Podía haberse visto también desde la perspectiva de lo que dio lugar a las dos Udalbiltzas.

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lítica a hacer habría de ser expresión de la voluntad de los vascos. Una voluntad de los vascos que pudiera expresarse en libertad, para lo cual habría de darse una situación colectiva de paz y de no violencia. Por tanto, yo creo que en todo ese proceso se ha querido prescindir de todo lo que pudiera ser influencia de ETA. En relación con este tema, no sé si voy a ser demasiado radical... Resulta que no, resulta que si en el Parlamento vasco hay ausencias, el Tripartito, puede tener la mayoría. Si no las hay, no. Los españolistas pueden servirse de los votos de “los representantes de ETA” contra el Tripartito. Pero al revés, la ausencia de los votos de SA, debería interpretarse como una colaboración al Tripartito de parte de los amigos de ETA. Eso es muy grave, No parece justificarse este modo de hablar. Pues parece que la misma “colaboración” había de hallarse cuando unos dicen que NO, estando presentes, que cuando por la ausencia de los mismos se posibilita que prevalezca el SI del Tripartito. La verdad es que ahí, queramos o no, es determinante el posicionamiento de SA, sea por su ausencia o sea por el voto que ellos den. Así lo veo yo.

JFA.– Alguna vez ha dicho que si se le pedía y se le aceptaba, no tendría inconveniente en hacer de intermediario para llegar a acuerdos entre los vascos, y con ETA y con todo el mundo. ¿Se ve en ese papel? JMS.– Antes de contestarle, quiero decir que esos planteamientos me parecen, digamos, puramente de principio o teóricos. En la practica, he puesto siempre una condición que es absolutamente necesaria. Las personas que vayan a dialogar han de estar dispuestas a aceptar ciertas condiciones que son necesarias para que ese diálogo pueda ser eficaz. Entre otras, la de aceptar el cambio en las propias exigencias. Planteado así, yo no voy a decir que no. Si puedo prestar un servicio, siempre lo he dicho, trataré de prestarlo. Pero el problema no está en mi disposición a prestar el servicio, sino en la disposición de quienes dijeran querer dialogar, para saber si efectivamente están dispuestos a hacerlo.

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Más doloroso el silencio que la crítica despiadada

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onseñor Setién está en plena forma y en plena producción: anda por el tercer libro en lo que va de año, y sigue. Por las mañanas trabaja en el despacho de Gros, por la tarde, después de una pequeña siesta, trabaja en su residencia de Astigarraga. Lee mucha prensa, sobre todo opinión, y reflexiona sobre la actualidad más próxima, y sobre la globalización, la guerra de Irak, los grandes temas de hoy. Participa en reflexiones colectivas sobre estas cuestiones, cuando no las abandera. Siempre estuvo muy solicitado como analista e intérprete de la actualidad. Ahora también. Produce mucho, pero se le silencia casi todo. Sus libros, sus ensayos, incomodan. Los mismos que antes –antes de que fuera obispo emérito– le atacaron implacablemente, prefieren ahora ignorarle, en una suerte de “asesinato público”. Prefieren ignorar lo que dice, lo que escribe. No quieren que “se oiga mi voz”. José María Setién recuerda con especial indignación la “no crítica” de un historiador en un gran diario de Madrid que escribió que las tesis de Setién, una persona muy inteligente y preparada por otra parte, no le interesaban, porque estaban llenas de una ideología que el no compartía, de donde concluía que no procedía debatir sobre ellas. Setién ha rehuído las preguntas que Txema Montero y yo le hacíamos sobre cuestiones que entendía históricas. No es historiador, no es historicis-

ta, sostiene, que es una forma de devolver el diálogo a lo que le interesa: el hoy y ahora, aquí. Aquí es el País Vasco, y son los vascos, que son los que viven ahora aquí, una sociedad y una realidad sociológica “pluralista”: es adjetivo suyo, varias veces utilizado en la entrevista. Se cuida y preocupa en acordar los conceptos y sus interpretaciones, porque de lo contrario no hay manera de entenderse, de entender lo mismo sobre lo mismo. A veces se pasa en la exigencia de precisión –“valores, valores: pero qué entendemos por valores”–, lo que sugiere desconfianza, o muchos palos gratuitos e injustos porque se le malinterpretó. Seguramente, eran interpretaciones interesadas para abundar en la imagen que tuvieron interés en fabricar, interés por demonizarlo, para demonizar así lo que habían hecho que representara. Con José María Setién no hay manera de olvidarse que se está ante un obispo católico, ante un representante de una institución con muchos espolones y mucha dialéctica a sus espaldas. No se deben esperar de él grandes revoluciones en cuestiones de moral y costumbres, de buena moralidad y costumbres. Me atrevo a decir que nada en él es revolucionario, aunque termine siéndolo casi todo por su dedicación a la verdad y el rigor intelectual. Es un hombre de su tiempo, un tiempo agradecidamente largo y rico, empeñado en materializar el fruto de sus valores, que cree universales o universalizables, en conclusiones prácticas, concretas, deseables. Aquí, ahora..

José Félix Azurmendi

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Beroketa edo hozketa globala?

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lanetaren beroketa globala nazioarteko politikaren agendako gai garrantzitsuenetakoa da gaur egun, eta, gizarte-eragile askoren ustez, gaur egungo arazo nagusiena da. Nolanahi ere, zientzialarien artean borroka gogorra piztu da, iritzi berekoak ez diren bi sektore sortu direlako. Batetik, ustez nagusi den sektorea dugu, “politikoki zuzena”, eta beroketa global antropogenikoaren paradigmaren aldekoa da. Bestetik, gero eta ugariagoak diren zientzialari “eszeptikoen” taldea dugu, eta gertakari horri buruzko ikerketak zalantzan jartzen dituzte. Izan ere, baieztatu egiten dute ikerketa horien emaitzak zentzuzkoak ez direla eta ondorioak zehazteko erabilitako metodoak ere egokiak ez direla. Batzuk, ordea, haratago doaz eta XX. mendeko iruzur zientifiko handienaren aurrean gaudela salatzen dute.

IOSU MADARIAGA GARAMENDI. Bilbao, 1964. Biologiako doktorea eta EHUko Ekologiako irakasle titularra da. Ikerlan ugari argitaratu ditu, eta biltzar zein mintegi askotan parte hartu du Ekologiako eta Ingurumeneko aditu moduan. Administrazio publikoko ingurumen-arloko zenbait zuzendaritza-postutan egon da, eta, gaur egun, Bizkaiko Foru Aldundiko Ingurumeneko foru-diputatua da.

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Betidanik, arinegi jokatu duten zientzialariak egon dira, nolabaiteko garrantzi politikoa duten arazo berriak sortu direnean ingurumenean balizko hondamendiak gertatuko direla adierazi dute-eta. Eguraldialdaketak dira jokabide horren adierazgarri. 70eko hamarkadan, bazirudien Izotz Aroa hurbil-hurbil zegoela. Bi ha-

markadaren ostean, 80ko hamarkadaren amaieran, ordea, beroketa globalari buruzko iragarpen ikaragarriak ziren nagusi, eta, gaur arte, atzeraelikatu egin dira Nazio Batuetako Eguraldi Aldaketari buruzko Gobernu arteko Taldearen (IPCC)1 lanaren, komunikabideen sentsazionalismoaren eta talde ekologista askoren erradikalismoaren ondorioz. Iritzi publikoak beroketa globalaren doktrinan itsumustuan sinesten duenez, gaur egun eztabaidaezina da ia-ia.

Azken hamarkadan, zientzialari askok, zorte handirik gabe, euren ahotsa eztabaida publikotik kanpo geratu dela salatu dute. Diskurtso ofizialaren ziurtasunaren aldean, eguraldiaren zientziako adituek oraindik konpondu gabeko arazo asko daudela adierazten dute eta apaltasunez onartzen dituzte euren ezjakituria eta ziurgabetasuna. Era berean, batzuek beroketa global antropogenikoa mitoa baino ez dela baieztatzeko besteko ausardia dute. Orain dela hilabete gutxi batzuk, esate baterako, Errusian Kiotoko Protokoloari buruz egindako mintegi batean, Illarionovena bezain testigantza eztabaidagarriak entzun ziren:

“Funtsean, Kiotoko Protokoloan egindako baieztapenak eta protokoloaren oinarri den teoria 'zientifikoa' ez daude benetako datuetan oinarrituta. Gertaera eta egoera larriak ez dira oso


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Aurkibidea/Índice ohikoak. Uholdeen eta lehorteen kopuruak ez du gora egin. Ikusten dugunez, zenbait eremutako ekaitzetako haizearen abiadura jaitsi egin da, Kiotoko Protokoloaren alde daudenek aurkakoa adierazten badute ere. Gaixotasun kutsagarrien eragina ez da handitu, eta, zertxobait ugaldu badira ere, ez du inolako zerikusirik eguraldiarekin. Tenperaturaren igoeratxoak ez dira eragile antropogenikoen ondorioa, planetarekin eta Eguzkiaren jarduerarekin zerikusia duten eragile naturalen ondorioa baizik. Ez dago karbono dioxidoaren mailaren eta tenperatura-aldaketen arteko lotura egiaztatzen duen nabaritasunik. Horrelako loturarik egonez gero, alderantzikatutako naturaz ari gara. Bestela esanda, karbono dioxidoak ez du inolako eraginik Lurraren tenperaturan, guztiz kontrakoak baizik: tenperaturaren gorabeherak Eguzkiaren jardueraren ondorioz sortzen dira, karbono dioxidoaren kontzentrazioan eragina duelako.”

Azken gertaerok zientzialarien arteko borroka gogor-gogorraren adierazgarri baino ez dira, eta, konpondu beharrean, egunez egun areagotzen ari da. Badago inork zalantzan jartzen ez duen ziurtasunik: eguraldia etengabe aldatzen da. Horrelaxe izan da beti eta inork ez du auzitan jartzen aurrerantzean ere horrelaxe izango denik. Ia-ia gainerako guztia, ordea, eztabaida zientifikoaren arloan dago oraindik…

Dena den, zertaz ari gara beroketa globala aipatzen dugunean? Zientziaren ikuspegitik, lurrazalaren eta/edo troposferaren, hau da, beheko atmosferaren batez besteko tenperaturaren igoera da, planeta-mailan. Jende gehienak, ostera, gizakiek berotegi-gasen igorpenaren bidez eragindako “planetaren beroketaz” ari garela uste du3.

Horrez gain, Illarionovek beroketa globalaren doktrina ofizialaren eta Kiotoko Protokoloaren oinarri ideologiko eta filosofikoak kritikatu zituen:

Egia esan, Lurra, unibertsoko gainerako planetak bezala, etengabe hozten ari da, duela 4,5 milioi urte inguru sortu zenetik. Hain zuzen ere, hozteko prozesu geldo horrek azaltzen du planetaren geodinamika osoa (plaken tektonika, orogenesia...).

“Oinarri ideologiko hori gizakiarekiko gorrotoaren aldeko ideologia totalitarioarekin alderatu daiteke, eta, zoritxarrez, XX. mendean bizi behar izan genuen; esate baterako, Nazional Sozialismoa, Marxismoa, Eugenesia, Lysenkoismoa2… Munduan informazioa desitxuratzeko dauden metodo guztiak teoria horien baliotasun aldarrikatua frogatzeko erabili dituzte: informaziorik eza, faltsukeria, asmakeria, mitologia, propaganda… Izan ere, eskaintzen digutena mitotzat, zentzugabekeriatzat, astakeriatzat eta burugabekeriatzat hartu besterik ez dugu.”

Lurreko atmosferari dagokionez, bere tenperatura globala inoiz iraunkorra izan ez dela nabarmendu beharra dago. Milioika urtean zehar, Lurrean 80.000-100.000 urteko iraupena izan duten izotz-aroak egon dira, bai eta 10.000 urte inguruko iraupena izan duten glaziazioarteko aldiak (beroak) ere. Aldi bero horietan ere, tenperatura igo eta jaitsi egiten da. Glaziazioaldiak eta glaziazioarteko aldiak ez dira inoiz atmosferako CO2 kontzentrazioaren aldaketen ondorioz sortu –dena dela, badirudi tenperatura-aldaketek CO2 kontzentrazioa aldatu dutela, izotz-aroetan CO2

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Aurkibidea/Índice kontzentrazioa murriztu eta aldi beroetan handitu egin dutelako; hala ere, atzerapena handia izan da tenperaturaren igoerari dagokionez–. Tenperaturaren gorabehera horien erantzule nagusia Eguzkia izan da, duela gutxira arte bere eragina gutxietsi egin bada ere.

Tenperaturak planetamailan neurtzeko edo ebaluatzeko zenbait metodo daude:

1. Tenperatura globalak zenbatesteko, lurrazaleko tenperatura neurtu daiteke munduan zehar jarritako milaka estazio meteorologikotan. 2. Mundu zabaleko tenperaturak zeharka ere ebaluatu daitezke. Horretarako, lakuak eta ibaiak zer egunetan izozten edo desizozten diren hartzen da kontuan, glaziarren aurrerakuntza edo atzerakuntza neurtzen da edo antzeko beste metodo batzuk erabiltzen dira. 3. Troposferaren tenperatura zundabaloien –baloi meteorologikoen– bidez neurtu daiteke. Epe luze samarrean, zunda-baloiak leku askotatik jaurtitzen badira, beheko atmosferaren tenperatura-aldaketen zenbatespen egokia lortu daiteke. 4. Sateliteek planeta osoko tenperaturak neurtu ditzakete. Sateliteok mikrouhinak neurtzeko unitateak –Microwave Sounding Units edo MSU– erabiltzen dituzte tenperaturak zehazteko. 1979. urteaz geroztik, satelite bidezko tenperatura-neurketa onak daude.

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Orain dela gutxira arte, beraz, munduan zehar jarritako estazioetan jasotako informazioaren batezbestekoa egitea zen Lur osoko tenperatura zenbatesteko jarduera egokiena. Hala ere, neurketa horiek oso-oso zehaztugabeak dira, euren estazioak edo erregistroak behar bezala artatzen ez dituzten herrialde azpigaratuetatik datozelako gehienak.

Horrez gain, beste bi arazo sortzen dira lurrazalean jasotako informazioaren inguruan. Lehenengo eta behin, ia-ia estazio guztiak lehorrean daude kokatuta, planetaren hiru laurdenak urez estalita badaude ere. Itsasoan tenperatura-sentsoredun buia gutxi daudenez, eremu zabal horietan lortutako tenperaturaren zenbatespena ez da batere fidagarria. Gertakari hori oso adierazgarria da hegoaldeko hemisferioan, %90 ozeanoa da-eta. Bigarrenez, hiriak garatu eta hedatu egin direnez, tenperaturak neurtzeko estazio asko “bero-uharteetan” daude sartuta, eta inguruko beste eremu batzuk baino askoz beroagoak dira.

Gaur egun, zientzialari bakar batek ere ez du zalantzan jartzen planetaren tenperatura zehaztasunez neurtzeko modu bakarra Lurra orbitatzen duten sateliteen sentsoreak erabiltzea dela. Dena dela, 1979an neurketak egiten hasi zirenetik sateliteek erdietsitako emaitza harrigarriek oso gutxitan izan dute oihartzuna beroketa globalari buruzko diskurtso ofizialean. Ohiko neurketen arabera, Lurreko atmosferaren batez besteko tenperatura zertxobait igo da XX. mendean, 0,6 oC ingu-


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Aurkibidea/Índice ru, hain zuzen ere. Zunda-baloien eta sateliteen informazioaren arabera, ordea, lurrazaleko neurketa zuzenek adierazitakoa baino askoz gutxiago igo da. Zientzialari batzuek, gainera, azken bi hamarkadotako gehikuntza txiki horren esangura estatistikoa jartzen dute zalantzan, 0,1 oC ingurukoa da-eta.

Egia esan, Nature aldizkarian argitaratu berri den azterlan batek (P. Doran et al., 2002. Antartic climate cooling and terrestrial ecosystem response. Nature 415: 517-520) egiaztatu egin du Antartidako bailara polar mortuetan neurtutako airearen tenperaturak 0,4 °C inguru jaitsi direla 1986tik 1999ra. Gero eta azterlan gehiagok erakusten digute tenperaturen joerak desberdinak eta kontrajarriak direla planetako zenbait lekutan. Hori dela eta, tenperatura globalak zenbatesteko muga metodologikoak kontuan hartuta, gero eta zientzialari gehiagok “beroketa globala” esamoldearen zentzua bera ere jartzen dute kolokan.

Ziurgabetasun handienari, berriz, ezer gutxi erreparatzen diogu, berari buruz oso gutxi dakigulako, agian. Euriaz ari gara. Hain zuzen ere, ur-lurruna –Lurreko berotegi-gas garrantzitsuena– atmosferatik kentzen duen prozesu bakarra da. Ur-lurruna berezko berotegi-efektuaren %80-%90 denez, ezinbestekoa da ulertzea zeintzuk diren atmosferan daukan oreka-balioa zehazteko prozesuak eta nola aldatu litezkeen CO2-ren gorakadak eragindako ustezko beroketaren ondorioz. Ur-lurrunean, lurrazaletik kendu diren bero-kopuru han-

diak daude. Eguraldiaren sistema guztiek bero hori berriro banatzen dute, eta, horretarako, planetako eremu beroenetatik hotzenetara eramaten dute. Gaur egun, inork ez daki ziur nolako eragina izango lukeen ustezko beroketak eguraldi-sistema zabal bezain korapilotsuetan –zirkulazio ozeanikoa, zirkulazio atmosferikoa, hodeiak, euria…–.

Oraindik ere, arlo horietako ezagutza zientifikoa, planeta-mailan, oso txikia denez, sektore kritikoko zientzialari askoren iritziz Lurraren erantzuna beroketarako joera handitzea izango dela sinestea fede-kontua baino ez da… doktrina ofizialean.

Edonola ere, XX. mendean lurrazalaren beroketa esanguratsua gertatu ahal izan dela onartuta, honako galdera hau da giltzarria: “gizakiek igorritako berotegi-gasek eragiten ote dute balizko beroketa global hori?”

Erregistro geologikoak adierazten duenez, eguraldiaren gaineko konstante bakarra aldaketa bera da. Orain dela gutxi, zientzialariak ados jarri dira, aldagarritasun-eredu finkoa dagoela eta, berezko aldaketetatik aparte, eredu horren ondorioz planeta hoztu egiten dela esatean. Lurraren historiaren zati handienean (%90), baldintzak gaur egunekoak baino askoz beroagoak ziren. Orain dela bi milioi urte, basoak Ipar Poloraino iristen ziren ia-ia. Nolanahi ere, azken 1,6 milioi urteok askoz hotzagoak izan dira, eta, aldian-aldian, garai hotzak eta beroak tartekatu

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Aurkibidea/Índice dira, glaziazioarteko aldiak, hain zuzen ere. Hona hemen, besteak beste, eguraldi-aldaketa gogor horien eragileak: kontinenteen jitoak, ozeanoa/atmosfera zirkulazioaren aldaketak, Lurraren orbitak Eguzkiaren inguruan dituen berezko oszilazioak –Milankovitchen zikloak4– eta Eguzkijardueraren aldaketak.

Zenbait zenbatespenen arabera, tenperatura globalak 2 °C inguru jaitsi dira azken 5.000 urteotan, latitudearen arabera: eskualde artiko batzuetako jaitsiera 6 °C-koa izan da, latitude txikiagoetako 0,5 °C inguruko murrizketatxoaren aldean. Historialarien esanetan, giza historia Izotz Aroaren itzalpean bizi izan da. Hain zuzen ere, giza zibilizazioa aldi beroenetan loratu zen. Aldi hotzetan, ostera, lehorte, gosete, gerra eta gaixotasun gehiago zeuden.

XX. mendean gertatutako tenperatura-aldaketak kontuan hartuz gero –sasoi horretan baino ez dago erregai fosilen erabileraren ondorioz sortutako beroketari buruz hitz egiterik–, joera desberdinak dituzten hiru aldi bereizten ditugu. Lehenengo eta behin, 0,5 oC-ko hasierako beroketa dugu, eta XIX. mendearen amaieran hasi eta 1940. urtean iritsi zen gehienezko mailara. Ondoren, tenperaturek behera egin zuten 70eko hamarkadaren amaierara arte –hamarkada horretan, Glaziazio Aro Laburraren dogma zen nagusi–. Amaitzeko, beste beroketa-aldi bat dugu 1976tik 1986ra, eta horren osteko gehikuntza oso txikia izan da. Agerikoa denez, joera horiek ez dute inolako zerikusirik ez baliabide fosilen

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kontsumo-adierazleekin ez horren ondorioz sortutako CO2 ekoizpenarekin.

Horren ondorioz, sateliteek neurtutako tenperatura atmosferikoak ere gainazalean neurtutakoak beste handitu ez direla kontuan hartuta, planetaren beroketa “hondagarriaren” aldekoek zartako galanta jaso dute. Gauza bera gertatzen da aurkikuntza berriarekin, Hego Poloko tenperaturak igo beharrean jaitsi egin direla adierazi dute-eta.

Hori dela eta, oso-oso zaila da zenbatestea, ezinezkoa ez esatearren, XX. mendean antzemandako beroketa txikiaren zenbateko zatiak izan duen jatorri antropogenikoa. Baliteke beroketaren zati bat berotegi-gasen gehikuntzaren ondorioz sortu izana. Dena den, urtero atmosferan sartzen diren berotegi-gas naturalen proportzioa giza jarduerek sortutako gasak baino askoz handiagoa da –zenbait magnitude-ordena–.

Nabaritasun zientifikoak, berriz, inolako zalantzarik gabe frogatzen du Eguzkiaren jarduera betidanik izan dela lurrazalaren tenperatura-aldaketen –eta, seguruenik, azken 10.000 urteotan gertatutako eguraldi-aldaketa guztien– eragile nagusia. Egia esan, Eguzkia punta-puntan egon da aurreko 60 urteetan, baina Lurraren tenperaturetan duen eragina orain dela gutxira arte arbuiatu egin da ofizialki. Science aldizkariko editoreek (Editors’ comment 2002. Areas to watch in 2003. Science 298: 2298), ordea,


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Aurkibidea/Índice duela gutxi azpimarratu dute gero eta argitalpen gehiagok aipatzen dutela Eguzkiaren jarduera ugaria dela eguraldialdaketaren eragile handia:

“Iraganeko eguraldiaren erregistroan Eguzkiaren distiraren gorakadarekin eta beherakadekin bat datozen gorabehera gehiago eta gehiago agertzen diren neurrian, ikertzaileek gogo txarrez eta serio onartu behar dute Eguzkia eguraldi-aldaketaren eragilea dela. Azken 100 urteotako beroketa simulatzeko zenbatespenetan, Eguzkiaren aldagarritasuna hartu dute kontuan. Antza denez, Eguzkiak zeresan handia izan du lehorteen eta hozteen sorreran.”

Eguzki-jardueraren aldagaia azken bi mila urteotan aztertuz gero, litekeena da eguraldi hotzeko garai luzea etortzea eta 2030. urtean5 une hotzenera iristea. IPCCren espekulazioetan oinarritutako doktrina ofizialak, berriz, beste iritzi bat du gizakiek eragindako beroketa globalari buruz, hurrengo ehun urteetan 6 °C inguru igoko dela adierazten du-eta. Hotzaldiaren inguruko iragarpena egiaztatuz gero, Lurreko atmosferan pixkanaka-pixkanaka gertatutako edozein beroketa abantailatsua izango litzateke, glaziazioaldi berriaren hasiera atzeratu edo, gutxienez, bere gogortasuna murriztu lezake-eta.

Hona iritsita, beste galdera bat egin behar diogu geure buruari: zehaztasun zientifikoa ote dute beroketa globalaren epe labur eta luzerako ondorioen inguruan egindako iragarpen ikaragarriek?

Adituek ateratako ondorioen arabera, ez dago inolako nabaritasun fidagarririk eguraldi-aldaketek Lurrean ondorio hondagarriak izango dituztela egiaztatzen duenik. Izan ere, 17.000 zientzialari inguruk bere garaian sinatu zuten adierazpena, Kiotoko Protokoloko diskurtso hondagarriaren aurka zeudela azaltzeko eta atmosferaren beroketa gizakien eraginez sortu dela ukatzeko. 17.000 sinatzaileen artean, 2.660 fisikariak, geofisikariak, klimatologoak, ozeanografoak eta ingurumeneko zientzialariak ziren. Beste 5.000 inguru kimikan, biokimikan, biologian eta bizitzako beste zientzia batzuetan berezitutako zientzialariak ziren.

Herriak ondo baino hobeto onartu dituen mitoetako baten arabera –inolako zalantzarik gabe, prozesu horretan zeresan handia izan du Greenpeace-k gai horren inguruan duen zaletasuna–, poloak urtzen ari dira eta itsas mailaren hazkuntzak kostaldeak urperatuko ditu. Hori guztia, ostera, ez da egia.

Itsas mailak berez hazi dira azken Izotz Aroaren amaieratik, eta gertakari hori ez da azkartu azken urteotan. Harrezkero, mailak 120 metro baino gehiago igo dira eta, gaur egun ere, 18 cm inguru hazten dira mendeko. Hazkuntza-tasa hori ez da handitu 1900-1940 urteen arteko beroketa-aldian. Era berean, ez zen inolako murrizketarik egon eguraldia 1940-1975 urteen artean hoztu zenean.

Itsas mailak gora egin du Antartidako izotzezko es-

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Aurkibidea/Ă?ndice taldura astiro-astiro urtzen ari delako. Prozesu hori duela 18.000 urte hasi zen, azken Gehienezko Glaziazioaren ostean. Informazio geologikoa kontuan hartuta, baieztatu egin daiteke milaka urteko eskala bateko tenperatura-aldaketak baino ez luketela eragina izango tasa horretan. Eguraldiaren gorabeherek hamarkadak edo ehunka urte irauten dutenez, laburregiak dira desizozketa-tasak eragin nabarmena izan dezan. Zenbatespenen arabera, izotz-geruza horiek beste 5.000-7.000 urte emango dute desizozten harik eta desagertu arte. Horrela, bada, beste izotzarorik agertzen ez bada, itsas mailak handitzen jarraituko du eta gizakiek ez dugu ezer egiterik.

Era berean, oso garrantzitsua da ulertzea itsas mailak ez direla izotz polarren desizozketaren ondorioz aldatuko. Hain zuzen ere, gauza bera gertatzen da urez betetako edalontzi batean izotz-zatitxoak urtzen direnean, urak ez duelako gainez egiten. Antartikoko eta Groenlandiako lehorreko glaziarretako izotz-kopuru handiak urtzen direnean baino ez lirateke igoko itsas mailak kostaldeak urperatzeko beste. Duela 5.500 urte ez zen halakorik gertatu, Lurra gaur egun baino hiru gradu beroagoa bazen ere. Era berean, ez dago inolako nabaritasunik 90eko hamarkadan izotz-geruza mehetu egin dela adierazten duenik. Ipar Poloko informazioa kontuan hartuta, izotzaren batez besteko lodiera zertxobait handitu da, eta Beaufort itsasoa, aldiz, zertxobait mehetu da. Hala ere, ez bata ez bestea ez dira adierazgarriak. Antartidako mendebaldeko izotz-geruza erraldoiak ozeanoen maila 6 metro inguru igotzeko beste ur dauka, eta ez dago desizozten, hazten baizik. Antartida gero eta hotzagoa denez, izotz-geruzak heda-

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tu egin dira, 26,8 mila miloi tona urteko, hain zuzen ere.

Bestetik, IPPCk eguraldialdaketari buruz egindako iragarpenak Zirkulazio Orokorreko Ereduetan (ZOE) oinarrituta daude, batez ere. Eredu horiek ekuazio diferentzial ez-linealetan daude oinarrituta, eta, horien arabera, Lorenzek 1961ean onartu zuen epe luzerako iragarpenak ezinezkoak direla, atmosferak sentsibilitate handi-handia duelako hasierako baldintzekiko. Iragarpen-maila egun gutxikoa denean, gaur egungo metereologia atmosferaren egoera tokian-tokian fidagarritasun handiz iragartzeko gai ez bada, oso barregarria da horrelako baieztapen biribilak egitea iragarpenetan planeta-maila espaziala eta hamarkadatako zein mendetako denbora-maila kontuan hartzen direnean.

Eztabaida ugari sortzen dituen egoera horren aurrean, honako galdera hau egin beharra dago amaitzeko: nola egon daitezke hain aurkakoak diren jarrerak zientzialarien artean?

Zientziak zerikusi handia du suposizioekin. Hori dela eta, ondorio zientifikoak baliozkoak izan daitezen, suposizio horiei eutsi behar zaie. Era berean, aitortu gabeko suposizio gehigarriak daude, eta, sarritan, zientzialariek eurek ez dakite zeintzuk diren. Eguraldiaren zientzia bezain korapilotsuak diren gaietan, suposizioak dira nagusi.

Horrez gain, zientzialariak ez dira egiaren bilatzaile inpartzialak, jendeak uste duen bezala. Zientzialariek euren agendak, filosofiak, aldez aurretik pentsatutako nozioak eta gustuko teoriak dituzte.


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Aurkibidea/Ă?ndice Azkenean, ikuspegi horiek guztiek eragina dute euren zientzian. Errealitate horrek zientziako edozein arlotan baino eragin handiagoa du beroketa globalaren teorian.

Funts-funtsean, beroketa globalaren doktrina adimenaren eta zientziaren aurkakoa da erabat, ziurtasunaren bila eztabaida gutxiesten duelako. Benetako zientziak, ostera, ziurgabetasuna eta eszeptizismoa izan behar ditu oso kontuan.

Bestetik, zientzialari asko euren artean lehiatzen dira, finantziazio-iturriak oso eskasak direlako. Horrez gain, komunikabideek eta gobernuak arlo horretan interes handia dutenez, euren ikerketak nola edo hala lotu behar dituzte beroketa globalarekin, saltzean erakargarriak izateko. Horren ondorioz, ahal duten guztietan, beroketa globalari buruzko aipamenak egiten dituzte, ikerketa-lerro horrekin zerikusi gutxi duten emanaldiak badira ere. Beroketa globalaren eszeptikoek lotura hori egiterik ez dutenez, ez dute alarmistei aurre egiteko ezkutuko pizgarririk. Are gehiago, gehienek askoz diru gehiago jasoko lukete, beroketa globalaren aldeko teoria hedatuena babestuko balute.

ziren haserre horren eragileak. XVII. mendeko kronikak gizakien bekatuen ondorioz galdutako uztei eta sortutako izurriteei buruzko kontakizunez beteta daude. Gaur egun, materialismoa eta aurrerapena omen dira gure bekatu nagusiak. Horra hor beroketa globalaren tesi hondagarrienaren alde egiten duen diskurtso ekologistaren giltzarria.

Arrazionalismo zientifikoa gaur egungo politiken osagai garrantzitsua denez, ezinbestekoa da politikariek eta politikagileek jasotako informazioa ezagutza zientifikoaren ebaluazio orekatuan oinarritzea eta, ez, komunikabideek merkataritzako arrazoi eta interesen ondorioz sortutako herrisinesmenean.

Zintzotasuna eta gardentasuna behar-beharrezkoak dira politika publikoaren independentziari eta osotasunari eusteko. Jendeak zientzialarietan sinesten ez badu, politikan gezurrezko interesak izango dira nagusi. Beraz, premiazkoa da zientzialariek eta gizarte-eragileek arduraz jokatzea beroketa globalari buruzko ezagutza zientifikoak zabaltzeko orduan, harik eta ziurgabetasun-maila gutxitu arte, behintzat. OHARRAK Eguraldi Aldaketari buruzko Gobernu arteko Taldea ingeleseko siglen bidez da oso ezaguna (IPCC). Munduko bazter guztietako 2.500etik gora zientzialarik osatutako taldea da, eta Lurraren eguraldiari buruzko txosten luzeak idazten dituzte. Hala ere, IPCCko funtzionario politikoek (ez zientzialariek) idazten dute “Politikagileentzako laburpena� (Summary for Policymakers), eta, oro har, ez du iaia kontuan hartzen zientzialariek emandako informazioa. 1

Egile batzuen iritziz, beroketa globalaren inguruko sinesmenak sustrai teologikoa dauka. Historiaren hasieratik, hondamendi naturalengatiko errua geure gain hartzeko joera izan da nagusi. Uholdeak eta suak, lehorteak eta hondamendiak jainkoen haserrearen adierazgarri ziren, eta gizakiak

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hermes nº:9 de 10.Beroketa edo hozketa globala?. Iosu Madariaga Garamendi

Aurkibidea/Índice 2 Lysenkoismoa Errusiako zientzian gertatutako jazoera baten ondorioz sortu zen. Trofim Denisovich Lysenko (1898-1976) ez zen zientzialaria, landare-hazlea baizik. 1948. urtean SESBn egindako bilera batean, hitzaldi sutsua eman zuen, eta, bertan, pentsaera mendeltarra 'atzerakoia eta ahula' zela salatu zuen. Horrez gain, pentsalariok 'herri sobietarraren etsaiak' zirela adierazi zuen. Lysenkoren eraginpean, zientziak –biologiak, batez ere– ez zuen teoria frogagarrienen gidaritzarik eta behar bezala kontrolatutako saiakuntzen babesik izan, nahierako ideologia zelako nagusi. Zientzia estatuaren zerbitzura zegoen edo, hobeto esanda, ideologia ofizialaren zerbitzura. Emaitzak agerikoak izan ziren: Sobietar Batasuneko biologiaren hondamendi etengabea. Lysenkoren ahaleginei esker, batez ere genetika-arloan balio handikoak ziren zientzialari asko eta asko gulagetara bidali zituzten edo, kasu onenetan, emigratu egin zuten. Sobietar Batasuneko zientzialariek ez zituzten Lysenkoren metodoak gaitzetsi 1965. urtera arte, hau da, Stalin hil zenetik hamarkada bat baino gehiago igaro zen arte.

3 Uhin luzeko erradiazioak xurgatzen dituzten gasak dira, hau da, planetak jasotzen duen beroa gehi lurrazaletatik igortzen den beroa. Gasok atmosferan ez baleude, Lurra masa izoztua izango litzateke, gaur egun baino 35 oC hotzagoa, hain zuzen ere. Lurreko berotegi-gas nagusia ur-lurruna da. Gizakiek igorritako berotegi-gasak karbono dioxidoa (CO2) eta metanoa (CH4) dira, eta, beroketa globala dela-eta, kezka handia sortzen dute. Hozgarri batzuek ere nolabaiteko eragina dute beroketa globalean; esate baterako, gas kloro-fluoro-karbonatuak (CFC). Hala ere, gaur egun badakigu euren eragina eskasa dela.

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4 Lurrak Eguzkiaren inguruan egiten duen orbitaren arabera, eguraldiaren aldagarritasuna egonkortu edo areagotu egiten da. Bi orbitamota daude: bata biribilagoa da; eta bestea, askoz eliptikoagoa. Azken orbita horrek eguraldi-ezegonkortasun handiagoa sortzen du. Neurketa astronomikoak kontuan hartuta, orbita-mota batetik beste motarako iragaitza 100.000 urtean behin gertatzen da.

5 Gaur egun, badakigu Lurreko eguraldi hotzekin bat datozen Eguzki-jardueraren Gleissberg zikloko 80-90 urteko gutxienekoek lotura tinkoa dutela 83 urteko ziklo batekin, Eguzkiaren errotaziomugimendua Eguzki-sistemako masa-gunearen inguruan bultzatzen duen errotazio-higiduraren aldaketan. Ziklo horren etorkizuneko norabidea eta bere zabalkuntzak ordenagailu bidez simulatu daitezke, eta 2030. urteko eta 2200. urteko Gleissberg gutxienekoak Maunder gutxienekoaren antzekoak izango direla iragarri daiteke. Hori dela eta, Lurra ikaragarri hoztuko litzateke. Eguraldiaren zientziako zenbait adituren ustez, iragarpen hori benetakoa izan daiteke, eredu beraren bitartez Eguzkiaren orbita-higidura ziklikoan oinarritutako epe luzerako eguraldi-gertakarien beste iragarpen batzuk zuzenak izan direlako –esate baterako, Niño gertakariaren azken hiru ekitaldien iragarpena, jazo baino zenbait urte lehenago– (T. Landscheidt, 2003. New Little Ice Age instead of global warming. Energy and Environment 14: 327-350).


Aurkibidea/Ă?ndice


Aurkibidea/Índice

Les Basques et la fin de la seconde guerre mondiale (1944-1945)

D

L'année 2004 a vu la célébration en grande pompe du moins sur le sol français, des soixantièmes anniversaires du débarquement de Normandie (6 juin 1944), du débarquement de Rouen (15 août 1944) et de la Libération de Paris (19-25 août 1944). L'année 2005 verra de la même façon le soixantième anniversaire de la fin des combats (8 mai 1945). On peut dire que le peuple basque –dont le gouvernement d'Euzkadi n'était que l'émanation librement consentie– avait été la première victime de l'agression nazie. N'avaitil pas douloureusement souffert dans sa chair le 26 avril 1937 –à Gernika, làmême où son gouvernement s'était constitué le 7 octobre précédent– de la barbarie hitlérienne incarnée par la sinistre Légion JEAN-CLAUDE Condor? LARRONDE AGUERRE Docteur en Droit, diplômé de l'Institut d'Etudes Politiques de Bordeaux, titulaire d'une maîtrise d'Histoire. Avocat. Secrétaire de l'Institut d'Histoire Contemporaine Bidasoa. Vice-Président pour Iparralde d'Eusko Ikaskuntza. Depuis sa thèse de doctorat sur Sabino Arana Goiri (Bordeaux, 1972), il a publié de nombreux ouvrages sur l'histoire contemporaine du Pays Basque et sur le nationalisme basque parmi lesquels Le Bataillon Gernika (Bidasoa, 1995), Le mouvement eskualerriste (Fondation Sabino Arana, 1995), Exil et solidarité. La Ligue Internationale des Amis des Basques (Bidasoa, 1997).

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Ce ne sera pas le fruit du hasard, ni d'une décision tardive si des troupes relevant du gouvernement basque (Bataillon Gernika) vont combattre contre les nazis dans les derniers jours de la seconde guerre mondiale. C'est en effet dès le premier jour de la guerre que le gouvernement basque s'était rangé, sans équi-

voque, dans le camp des démocraties et contre le nazisme. C'est le Président José Antonio de Aguirre qui l'avait annoncé lui-même dans un texte magnifique. “Etant données les causes invoquées et les méthodes employées par l'Allemagne pour déclencher la guerre, il s'agit pour nous de la guerre entre tout ce qui est digne d'être aimé et tout ce qui mérite notre condamnation… Représentant un peuple épris lui-même de liberté, je suis en mesure de vous offrir la collaboration entière des Basques d'Euzkadi qui, le 7 octobre 1936, m'ont élu comme Président à Gernika, la Ville Sainte dont les ruines sont le témoignage de la barbarie teutonne”.1 Il ne peut être question dans le cadre de cet article, d'étudier même de façon sommaire, toutes les actions déployées par les Basques en faveur des Alliés. Cependant, les contacts entre le Conseil National d'Euzkadi2 et la France Libre à Londres d'une part et les actions de résistance à l'occupant allemand, d'autre part, méritent d'être rappelées. Le réseau Comète3, qui s'emploie à partir de la Belgique à évacuer les pilotes américains, anglais, canadiens, russes, hollandais etc… vers Gibraltar d'où ils pourront gagner Londres pour continuer le combat, –reçoit en Pays Basque une aide décisive; Ambrosio San Vicente, Martin Hurtado, Bernardo Aracama, Alejandro Elizalde, le fameux passeur Florentino Goicoechea (né à Hernani, 1898-1980),


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Aurkibidea/Índice qui fait franchir la frontière à 227 aviateurs –tous membres du PNV–, et deux femmes magnifiques de courage: Maritxu Anatol (née à Irun – 1911-1981), qui sauve 39 juifs et 113 aviateurs, et Kattalin Aguirre (née à Sare, 1897-1992) font partie de ce réseau. Beaucoup s'illustrent dans les délicates marches en montagne, de nuit, pour guider les pilotes alliés.4 Les renseignements fournis aux consuls français, américain et britannique en poste au Pays Basque péninsulaire sont de plus en plus précieux: Joseba Elosegui parvient à remettre au consul américain à Bilbao de la documentation secrète, parmi laquelle des plans de la côte de Normandie où devait avoir lieu le débarquement et des échantillons du sable des plages basques; Flavio Ajuriaguerra fournit aux britanniques des informations militaires (fortifications, emplacements de troupes…) et s'attache à créer un réseau d'agents basques aux services des Alliés en Amérique du Sud. Uniquement, deux épisodes de la fin de la seconde guerre mondiale, le débarquement en Normandie et la bataille de France d'une part, le Bataillon Gernika et les combats de la Pointe de Grave, d'autre part, seront brièvement évoqués.

I – Le débarquement en Normandie et la bataille de France Nous disposons pour cet épisode, du témoignage de première main et jusqu'ici inédit d'un Basque, José María de Gamboa (né à Bilbao en 1926, il a 18 ans à l'époque et est le fils de Marino de Gamboa, armateur nationaliste, responsable durant la guerre civile de la Mid-Atlantic Shipping Company, compagnie chargée à Londres de la marine marchande de la République espagnole et du gouvernement d'Euzkadi).

“Ma mère, ma sœur et moi partîmes d'Euzkadi le 1er septembre 1936, à destination de la France. Mon père et mon frère Marin étaient déjà partis en août, le premier en France (je suppose sur ordre du PNV) et le second en Angleterre pour étudier. Les événements firent que nous restâmes en France, à Paris et à Biarritz –ma mère, ma sœur et moi– tandis que mon père et mon frère faisaient le va et vient entre Londres et la France. Le 27 juin 1940, mes parents, ma sœur et moi partîmes de Biarritz pour échapper aux Allemands; après avoir traversé non sans risques l'Espagne, nous embarquâmes à Lisbonne, à destination de New-York, où était déjà mon frère, à l'Université d'Harvard (Boston). Après l'exil français, l'exil nord-américain. A New-York, il y avait une Délégation Basque, avec Manu Sota comme responsable et des réfugiés comme nous. En 1941, le Président Aguirre arriva; pour les Basques, la guerre qui se déroulait était notre guerre. Après l'entrée des Etats-Unis dans le conflit en décembre 1941, elle le fut encore plus. Des Basques entrèrent bientôt dans les forces armées ou la marine marchande. Je crois que depuis le moment de mon arrivée en Amérique, je n'avais pensé qu'à retourner en Europe comme soldat. A la fin de l'année 1943, mes 18 ans approchant, vint le moment. Ma décision prise, je demandai au Lendakari Aguirre ce que je devais faire pour servir Euzkadi. José Antonio me reçut avec cette attention particulière chez lui, qui faisait que son interlocuteur sentait qu'il était écouté avec un intérêt extraordinaire, comme si c'était là la chose la plus importante au monde, ses yeux marrons clairs fixés sur les miens: “Enrôle-toi dans l'armée américaine; je t'appellerai quand on aura besoin de toi”. A cette époque, les

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Aurkibidea/Índice liens entre les Basques et les Alliés étaient très étroits, aussi bien avec les Anglais qu'avec les Américains. A la fin de notre entrevue, le Lendakari me dédicaça un de ses livres: “A un jeune déterminé, demain soldat avec nos amis américains, toujours pensant à Euzkadi et du côté de la liberté de la patrie, qu'un jour nous verrons”. Après quelques difficultés administratives, je me présentai à un Federal Building (Madison avenue et 44ème Rue) pour l'examen médical. L'examen psychologique fut rapide: “Les filles vous plaisent?” –“Oui”– “Passez”. A cette époque, les homosexuels ne pouvaient pas aller à la guerre. Pendant l'entraînement militaire, un moment émouvant fut quand on nous mit derrière une ligne blanche pour jurer loyauté à la Constitution; je jurai en même temps loyauté à l'ikurriña. Après, un pas en avant et nous nous retrouvâmes au sein de l'US Army, avec un sergent instructeur, comme dans les films. Au début de 1944, commença l'entraînement pour l'entrée dans l'infanterie qui dura 4 mois, au camp Mc Clellan, dans l'Alabama; le climat très dur pouvait passer brusquement en janvier et février d'un froid très vif à une chaleur humide. A la fin de la période d'entraînement, nous étions bons pour l'infanterie: nous reçumes la casquette avec la bande bleu clair. L'étape suivante fut maritime, sur le vieux transatlantique “Aquitania”, à la ligne fine et pourvu de quatre cheminées; notre destination: Greenock, au nord de l'Angleterre, où était déjà Angel de Agirretxe, des Forces Françaises Libres. Ensuite, un énorme camp militaire, près de Luton. Là on nous apprit que nous servirions de

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forces supplétives aux divisions qui effectueraient le débarquement qui était tout proche. Finalement, je fus affecté au Régiment 134, de la Division 35, Garde Nationale du Nebraska, là même où avait servi Truman pendant la première guerre mondiale. Notre unité ne participa pas au premier débarquement, mais elle débarqua pour élargir vers l'Ouest la zone déjà libérée. La véritable guerre commençait. Que peut-on dire de la guerre? C'est une série de flashs, de moments uniques, qui jusqu'à un certain point ne peuvent être retranscrits. C'est la fatigue, la mort, la solitude, l'amitié… des détails… Par exemple, lorsque mon sergent se rendit compte que je parlais français, il lui parut logique (et ce l'était) de m'envoyer dans des maisons ou des quartiers pour savoir si on avait vu des Allemands; parfois, ceux-ci étaient tous près et je passai des moments difficiles. Dans l'infanterie, l'expérience vient vite ou vient la blessure ou la mort. Au bout de 15 jours, le soldat est au courant de l'essentiel et pendant quelques mois, il est à son efficacité maximum; ensuite, il a compris que la question n'est pas de savoir s'il va lui arriver quelque chose ou non, mais quand et qu'est ce que ce sera. Ma mémoire retrouve des noms et des paysages… comme à Saint-Lô en Normandie. Nous entrâmes comme tirailleurs dans cette ville qui avait été rasée par l'aviation américaine. Dans le jardin d'une maison en flammes, un vieux couple avec un chien, entre larmes et sourires, nous disait: “Merci, merci”. Ma division passa au sud de Paris; pas de réjouissances, ni de jolies filles montant dans les jeeps; cela arrivait moins dans la réalité que dans les actualités cinématographiques. Le Mans, Nancy, Metz,


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Aurkibidea/Índice Sarreguemines, Morhange. Notre division appartenait à la IIIème Armée, du général Patton et formait partie de l'aile droite de la manœuvre américaine. Dans mon groupe, des figures connues desapparaissaient; de nouvelles apparaissaient. Morts, blessés, nouveaux soldats, nouveau groupe. Dans mon régiment (maintenu à l'effectif constant de 2700 soldats), il y eut durant la guerre 6412 morts ou blessés. Je me rappelle Sarreguemines, ville célèbre pour sa vaisselle car les actions de l'infanterie se déroulaient au milieu de bruits de porcelaine brisée. Le 16 décembre 1944, les Allemands lancèrent leur ultime offensive, qui créa une brèche dans les lignes américaines; ce fut la bataille des Ardennes, la plus importante de l'histoire de l'armée des Etats-Unis. Nous ne reçumes pas le premier impact car nous étions au sud de cette zone. Patton se lança contre le flanc gauche de l'effort allemand et ainsi nous entrâmes dans la zone des combats. Evidemment, de ce que je raconte aujourd'hui, le pauvre fantassin ignorait presque tout. Nous nous retrouvâmes combattant face à de vieilles connaissances de Normandie, les divisions Das Reich, Volksgrenadier, Pauzergrenadier, Panzer Lehr etc… tout cela par un froid polaire, avec moins 15 degrés et un demi-mètre de neige. Après de très durs combats, nous voulûmes élargir le couloir vers Bastogne (Belgique) qui avait été assiégée. Dans mon groupe, théoriquement de 12, nous n'étions plus que 7, et moi le second pour le commandement. Le 10 janvier 1945, vers les 8 heures du matin, encore dans la demie-obscurité, je reçus l'ordre d'avancer en reconnaissan-

ce; la compagnie suivrait. Avec un éclaireur devant, je me mis à marcher. Nous suivîmes un chemin forestier étroit, avec des pins à gauche et à droite, le tout couvert de neige. Nous rencontrâmes beaucoup de morts, nôtres ou allemands, à demi couverts de neige. Nous arrivâmes à une petite clairière; à demi recouverts de neige, il y avait des cadavres allemands, quelques civières avec des corps et un trou de tranchée dont nous nous approchâmes prudemment. Il était occupé; les occupants étaient soit morts, soit endormis. Mon compagnon et moi, nous nous consultâmes du regard: grenade pour régler le problème ou essayer de les faire prisonniers. Nous optâmes pour la seconde solution. Nous criâmes–: “Raus!” et ensuite en anglais: “Dehors!” et “Hande Hoch” (Haut les mains). Deux hommes sortirent, exténués, les mains levées… l'un était un vieux lieutenant barbu, l'autre un jeune. Je décidai d'amener le lieutenant au capitaine de ma compagnie, pour savoir s'il avait des informations à fournir. Les mains levées, lui devant, moi avec un fusil derrière. J'entendis le coup de départ d'un mortier allemand; il me parut loin, je me trompai; il tomba tout près de moi; des éclats m'atteignirent. Je repris connaissance au poste de secours du bataillon; on était en train de me soigner pour des blessures légères mais multiples dans la partie basse du dos. On découvrit aussi que j'avais des gelures aux pieds. Je dormis de nouveau. Je me réveillai; j'étais allongé dans une ambulance; sur la couchette au-dessus de la mienne, il y avait un allemand qui appelait doucement sa mère: “Mutter… mutter”; il saignait abondamment et son sang me tombait dessus. J'essayai d'appeler le conducteur qui était en colère car l'ambulance fut arrêtée par un piquet de la Mili-

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Aurkibidea/Índice tary Police qui contrôlait les véhicules pour voir s'il ne s'agissait pas du groupe allemand infiltré Skorzeny. Je m'endormis. Je me réveillai, allongé sur une table, à l'hôpital, encore tout habillé et avec le casque. J'entendis quelqu'un qui disait: “Il saigne comme un porc”. C'était le sang de l'allemand. Je m'endormis. Je me réveillai dans un train-hôpital, entouré d'infirmières aux petits soins. Je m'endormis et je me réveillai à l'hôpital Larrivoisière à Paris, où je recouvrai peu à peu un semblant de normalité. Ma première préoccupation fut de prévenir ma famille que j'allais bien. Ma seconde préoccupation fut de prendre contact avec quelqu'un de la Délégation basque à Paris et j'écrivis une lettre “To the Basque Delegate in Charge”, à l'adresse de l'Avenue Marceau. Jesús María de Leizaola reçut cette lettre et écrivit dans Euzko Deya5 un article affectueux, quoiqu'il ne réussit pas à me voir car j'avais été envoyé en convalescence en Angleterre. J'y passai plus d'un mois; je pus récupérer relativement vite et chose curieuse, je fus nostalgique de ma compagnie et de mes amis. Je dis au médecin que je voulais revenir à mon régiment le plus rapidement possible; il me regarda étrangement et accéda à mon désir.

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général Patton, à un restaurant somptueux de la Place de l'Alma, où ils m'invitèrent à un repas fastueux; j'étais comme dans un rêve. Nous parlâmes de tout, surtout d'Euzkadi, qui nous paraissait maintenant à portée de main”.

II – Le Bataillon Gernika6 C'est dès 1943 que le gouvernement basque en exil avait pensé regrouper tous les Basques qui luttaient dans les maquis français en une unité militaire qui pourrait intégrer aussi bien des combattants de la guerre civile espagnole que d'autres éléments trop jeunes pour avoir participé à ce conflit. Le gouvernement basque décide de confier le commandement de cette unité à Kepa Ordoki (né à Irun, 19131993), valeureux officier de l'armée basque durant la guerre civile. Au début de 1945, le Bataillon Gernika est amené dans les environs de Bordeaux; il est destiné à participer à la réduction de la “poche allemande” de la Pointede-Grave, à l'extrémité de la péninsule du Médoc, dont le siège a débuté le 25 août 1944; le dispositif allemand y est impressionnant: 4 000 hommes, 111 canons, 110 casemates.

A mon retour, je fus traité de fou; à cette époque, la fin de la guerre était proche et la crainte générale était de mourir dans les tous derniers jours du conflit. Le 8 mai nous surprit près de l'Elbe, avec les Russes en face.

Le Bataillon Gernika, sous les ordres du commandant Kepa Ordoki, est intégré dans les Forces Françaises de l'Intérieur (FFI) plus précisèment dans le Régiment Mixte Marocains et Etrangers (R.M.M.E.) créé le 25 mars 1945 et commandé par le chef de bataillon Chodzko.

En juin 1945, j'eus une permission à Paris et je visitai la Délégation d'Euzkadi, à l'Avenue Marceau. Agustin Alberro et Javier Landaburu s'occupèrent de moi et m'amenèrent déjeuner, comme si j'étais le

Les éléments les plus jeunes du Bataillon sont en général faiblement politisés à la différence de leurs aînés, anciens de la guerre civile espagnole; ces derniers ont conservé leurs anciens clivages politi-


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Aurkibidea/Índice ques et les plus nombreux sont membres du Parti Nationaliste Basque.

quer, Kepa Ordoki s'adresse à ses hommes:

Le gouvernement basque est proche de ses combattants: Juan Manuel Epalza est nommé délégué auprès du Bataillon Basque, le 10 janvier 1945.

“L'heure est arrivée de combattre; de faire savoir au peuple de France que les Basques savent lutter et mourir pour la Liberté.

Jesús María de Leizaola lance de Paris le 29 janvier 1945, un vibrant appel à la jeunesse basque:

Vous les vétérans, amenez les jeunes jusqu'à la victoire. Vengez les morts d'Euzkadi. Ce sont les mêmes allemands qui causèrent la mort à Durango et à Gernika.; n'oubliez pas que la France sera fière de votre exemple. Gora Euzkadi Askatuta!”.

“Euzkadi, la première agressée, doit être présente dans la dernière bataille, dans la victoire définitive sur l'anti-démocratie européenne… Jeunesse Basque, pour Euzkadi, engagez-vous dans les rangs de l'Unité Militaire Basque qui s'est constituée pour lutter contre l'Allemagne”.7 Le gouvernement d'Euzkadi réuni à New-York le 2 mars 1945, sous la présidence de José Antonio de Aguirre ratifie “de nouveau les notes publiées par le Président dès le commencement de la guerre déclarant que les Basques étaient belligérants dans la conflagration…” Le 3 mars 1945, Eliodoro de la Torre visite dans leur camp du Bouscat, les Gudaris; ceux-ci sont réconfortés par les paroles chaleureuses de leur ministre: “Par votre conduite et votre loyauté, par votre discipline et votre sérieux, face aux autorités françaises et face au peuple qui nous accueillit quand, attaqués par les puissances totalitaires, nous fûmes contraints d'abandonner le Pays Basque, vous êtes et vous serez la plus noble représentation de l'idéal démocratique qui nous inspire et les représentants de la liberté d'Euzkadi”. Les combats commencent le samedi 14 avril 1945 à 15 heures 35. Avant d'atta-

Les combats de la Pointe-de-Grave se terminent après sept jours de combat le 20 avril 1945 par la reddition des dernières troupes allemandes.8 Les pertes allemandes s'élèvent à 600 tués et 80 disparus; il y a 3320 prisonniers dont 80 officiers. Les pertes totales des FFI sont de 400 morts ou disparus et 1000 blessés. Les Gudaris basques quant à eux, ont eu 4 morts au combat: le soldat Antonio Mugica Arrizabalaga, le caporal Antonio Lizarralde Garamendi et les sergents Felix Iglesias Mina et Juan José Jausoro Sasia. Le dimanche 22 avril 1945, vers 16 heures, le général de Gaulle atterrit sur l'aérodrome de Grayan; il passe les troupes en revue et procède à des remises de décoration. S'arrêtant devant le drapeau basque, il le salue longuement et déclare peu après à Kepa Ordoki: “Commandant, la France n'oubliera jamais les efforts et les sacrifices accomplis par les Basques pour la libération de notre sol”.

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Aurkibidea/Índice L'ikurriña reçoit la Croix de Guerre: c'est le souhait des officiers du Bataillon Gernika qui n'aspirent à aucune récompense personnelle; en effet, dans une lettre au Commandant Chodzko, Kepa Ordoki avait écrit: “… Le Bataillon Basque, qui a combattu aux côtés des vaillantes armées françaises, dans leur lutte contre leur ennemi commun, l'Allemagne suivant les ordres du Gouvernement Basque, par amour pour la France, qui accueillit généreusement les Basques dans le malheur, n'aspire à aucune citation personnelle. Il s'est battu pour son idéal”. Les blessés du Bataillon Gernika reçoivent le 19 avril 1945, le télégramme de leur Président: “Je remercie au nom du Gouvernement Basque et de tous les compatriotes votre héroïque sacrifice au service de la liberté contre l'Allemagne nazie stop. Votre conduite digne et exemplaire suivant traditions héroïques vieux gudaris qui luttèrent contre première agression nazie servira d'exemple à notre peuple. Je vous salue affectueusement. Josantonio de Agirre”. Après le 8 mai 1945, se pose pour les unités combattantes en France et particulièrement pour les troupes étrangères, le problème de la démobilisation. Le désir du gouvernement d'Euzkadi –dans l'optique d'un changement de régime dans la Péninsule Ibérique– est d'éviter ou à tout le moins de retarder le plus possible, la démobilisation du Bataillon Gernika. Mais celle-ci intervient le 30 septembre 1945.

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Ainsi prend fin un épisode qui constitue l'illustration, la concrétisation et le parachèvement de la politique gouvernementale basque durant la seconde guerre mondiale toute tendue vers la défaite de l'Allemagne nazie et la victoire des démocraties occidentales. La participation du Bataillon Gernika aux combats de la Pointe-de-Grave est certes modeste. Elle n'en est pas moins significative. Elle est aussi hautement symbolique: les Basques –après avoir été cruellement meurtris dès 1937 par le IIIème Reich– participaient huit ans après, à l'effondrement final de ce régime totalitaire. Ces gudaris avaient choisi pour nom de ce Bataillon, celui de leur cité martyre de Gernika qui était aussi le berceau de la démocratie millénaire basque. Nom doublement symbolique! Pendant que se formait et combattait le Bataillon Gernika, l'espoir de beaucoup de démocrates, au premier rang desquels tous les réfugiés de la guerre civile espagnole était réel et général d'assister en même temps que s'effondraient les régimes fasciste et nazi, à la chute du régime franquiste. Cet espoir était aussi légitime: les trois dictateurs Hitler, Mussolini, Franco n'avaient-ils pas eu maintes fois l'occasion d'apparaître comme ayant partie liée? Dans ces conditions, la neutralité proclamée par Franco durant la seconde guerre mondiale, n'était-elle pas largement abusive? Pour ceux qui pensaient ainsi, il ne faisait pas de doute que la lutte contre les dictatures totalitaires ne serait achevée qu'avec également la disparition du régime franquiste.


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Aurkibidea/Índice Pourtant, à la fin de la seconde guerre mondiale, il n'y eut pas d'intervention des démocraties occidentales en Espagne pour liquider un système politique pourtant chancelant et officiellement condamné. Les condamnations se cantonnèrent au domaine diplomatique, et même en ce dernier domaine, les résultats furent décevants: la résolution du 13 décembre 1946 de l'Assemblée Générale de l'O.N.U. contre le régime franquiste pour importante qu'elle soit, est loin d'être l'ultimatum tant attendu. Il n'entre pas dans le cadre de cette étude d'envisager pourquoi les démocraties occidentales (Etats Unis, Grande-Bretagne, France) ne cherchèrent pas à abattre en 1945, le régime de Franco. Chacune d'entre elles pouvait avoir ses raisons. Il est certain que l'instauration de la guerre froide (le nom est utilisé depuis 1947 mais le phénomène fait sentir ses effets depuis 1945) allait puissamment contribuer à bouleverser radicalement les données du problème: le 5 mars 1946, Winston Churchill dans un discours à l'Université de Fulton (Missouri, Etats Unis), mettait le monde entier en garde contre l'extension de l'influence communiste derrière le rideau de fer. De plus, les profondes divisions dans les rangs des partisans du Gouvernement Républicain en exil n'incitaient guère les démocraties occidentales à intervenir en Espagne. On peut comprendre les frustrations, la désillusion, l'amère déception des réfugiés de la guerre civile espagnole en général et des Basques en particulier. Combattant le nazisme durant la seconde guerre mondiale, ils avaient aussi voulu combattre à travers lui, un autre régime haï: celui du Caudillo Franco. Dans ces conditions, les frustrations, la désillusion et la déception à l'égard des démocraties

occidentales apparaissent comme légitimes. Faut-il pour autant employer le mot de trahison? Il ne nous l'apparaît pas. Cette expression à nos yeux est incorrecte pour ne pas dire déplacée dans le cas d'espèce. Pour qu'il y ait trahison, encore fautil qu'il y ait eu un pacte, un compromis, des accords, des promesses écrites ou verbales. Or, durant la seconde guerre mondiale, rien de tout cela n'a existé entre les démocraties occidentales et le Gouvernement d'Euzkadi. Plusieurs années plus tard, en 1953, le Président José Antonio de Aguirre confiera à José María de Gamboa: “C'était le devoir des Basques de lutter pour la Liberté toujours et partout où cela était nécessaire, et avec tous les Alliés. Les Alliés ne m'ont jamais fait la promesse formelle ou informelle d'abattre Franco. Certes, la chute de Franco apparaissait alors inévitable. Mais il n'y eut pas de trahison. Quand la maison de votre voisin est en feu, il vous appartient de l'aider sans discuter les conditions de votre aide”.9 Les Basques avaient lutté loyalement du côté de la Démocratie et de la Liberté, c'est-à-dire aux côtés des Alliés contre un régime barbare et dictatorial. Ils n'avaient pas monnayé leur aide, ni demandé de contre-partie. Les gudaris chantaient en 1945: “Nous sommes les combattants basques, pour libérer l'Euzkadi”. En fait, ils n'étaient pas dans leur pays et c'était la Pointe-de-Grave qu'ils libéraient de la botte allemande. Mais la Liberté, le don le plus précieux de l'Homme, n'est-elle pas justement une valeur universelle?

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hermes nº:9 de 10. Les Basques et la fin de la seconde guerre mondiale (1944-1945). Jean-Claude Larronde Aguerre

Aurkibidea/Índice NOTAS Lettre de José Antonio de Aguirre à Ernest Pezet, Vice-Président de la commission des Affaires Etrangères de la Chambre des Députés française et secrétaire général de la Ligue Internationale des Amis des Basques, datée du 4 septembre 1939. Tout au long de la seconde guerre mondiale, le Lendakari Aguirre adressa aux Basques disséminés aux quatre coins de la planète, son message de réconfort, de foi en la démocratie et en la liberté d'Euskadi. 1

2 Sur le Conseil National Basque, voir: • Juan Carlos Jimenez de Aberasturi Corta (editor), Los vascos en la II Guerra Mundial: el Consejo Nacional Vasco de Londres (19401944) (Recopilación documental), Centro de Documentación de Historia Contenporánea del País Vasco, n° 6, Eusko Ikaskuntza, San Sebastián, 1991, 710 p. • Juan Carlos Jimenez de Aberasturi, De la derrota a la esperanza: Políticas vascas durante la segunda guerra mundial (19371947), IVAP, 1999, p. 297-348. • Koldo San Sebastián, “Manuel de Irujo, el Consejo Nacional Vasco e Inglaterra”, Muga, n° 13, p. 72-85. • Manuel de Irujo, “De Gaulle y los vascos, Alderdi, n° 282, otsaila-febrero 1973, p. 312. • Elena de la Souchère, “Un aporte interesante al conocimiento del Consejo Nacional Vasco de Londres”, Euzkadi n° 225, 26 de marzo de 1981, p. 30-31.

3 Juan Carlos Jimenez de Aberasturi, En passant la Bidassoa Le réseau “Comète” au Pays Basque (1941-1944), Ville d'Anglet, 1995, 183 p.

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4 Sur les passeurs basques, voir Gisèle Lougarot, Dans l'ombre des passeurs, Elkarlanean, Donostia 2004, 325 p.

5 The Basque Delegate in charge [Jesús María de Leizaola], “La liberación de Manila”, Euzko Deya, Paris, n° 208, 15 février 1945.

6 Jean-Claude Larronde, Le Bataillon Gernika Gernika Batallun Euskalduna. Les combats de la Pointe de Grave (Avril 1945), Bidasoa, Bayonne, 1995, 126p.

7 Jesús María de Leizaola, “Llamamiento a la juventud vasca”, Euzko Deya, Paris, n° 207, 31 janvier 1945.

8 Sur les combats de la Pointe-de-Grave, voir Dominique Lormier, La résistance dans le SudOuest, Editions Sud-Ouest, 1989, p 167-228. Le général de Gaulle a clairement démontré l'urgente nécessité de l'offensive déclenchée par les troupes françaises et alliées le 14 avril 1945. Il écrivit: “Il s'agissait d'en finir avec les enclaves où l'ennemi s'était retranché. Depuis des mois, je le souhaitais. A présent, j'en avais hâte… L'esprit de facilité pouvait, sans doute, nous conseiller de rester passifs sur ce fron; car les fruits y tomberaient tous seuls dès que le Reich aurait capitulé. Mais à la guerre, la pratique du moindre effort risque de coûter cher. Là comme partout, il fallait frapper. Les coups que nous infligerions aux Allemands sur ce théâtre auraient leur répercussion sur la situation générale”. (Général de Gaulle, Mémoires de guerre Tome III: Le salut 1944-1946, Plon, 1959, p 185).

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Témoignage de José María de Gamboa.


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La España metafísica: lectura crítica del pensamiento de Ramón Menéndez Pidal (1891-1936) Prudencio García Isasti

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ruzkindu behar dugun liburua espainiar nazionalismoa definitzeko ahalegin bat da, hots, saio bat argitzeko zertaz ari garen espainiar nazionalismoaz ari garenean. Jakina denez, oraintsu arte eta oraintxe bertan ere, oso arrunta izan da espainiar nazionalismoaren existentzia bera ukatzea. Interpretazio horren arabera espainiar nazioa, nonbait, nazionalismorik gabeko nazio bakarra zen Europan (edo munduan, beharbada). España es diferente, beraz, izan da euskaldunoi bereziki igortzen zitzaigun mezua, bai eskuinetik zein ezkerretik. Liburu hau pentsamendu horrekin mesfidati azaltzen zen baten tesi doktorala da. Eta garrantzitsua da tesi baten aurrean gaudela azpimarratzea liburua ondo ulertzeko. Alegia, tesi batek baditu arau eta konbentzio jakin batzuk errespetatu beharrekoak, lehenengo eta behin, gaia ondo mugatzea eta hasierako hipotesi bati erantzun exhaustibo bat eman nahi izatea. Beraz, aipa dezagun funtsezko hipotesia: Ramon Menéndez Pidal espainiar nazionalismoaren formulatzailerik garrantzitsuenetakoa da, alegia, hark Es-

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painiaz zeukan irudia ikertzea lagungarria izan daiteke espainiar nazionalismoa zer den definitzen joateko. Bada, abiapuntu horretatik hasita, Ramon Menéndez Pidalen idazlan guztiak hartu dira eta sistematikoki aztertu eta arakatu, beti ere oinarrizko planteamendu honen arabera: argitzea, zehaztea, zer zen Espainia Menendez Pidalentzat. Hori da tesiaren muina. Menendez Pidal Espainian egon den filologorik garrantzitsuena izan da, espainiar eskola deituaren sortzaile eta burua. Orobat, Erret Akademia Espainiarraren buru izan zela 1926tik 1969ra bitartean (1939-47 urteko tartean izan ezik). Halaber, lau aldiz proposatu zuten bere izena Nobel sarirako; munduko unibertsitate mordo bateko doctor honoris causa izan zen (Okzitaniako Tolosako unibertsitatea, Oxford, Paris, Hamburgo, Tubinga, Louven...). Eta, bereziki garrantzitsua guretzat, euskaltzain urgazlea Euskaltzaindia fundatu zen unetik (1919) eta ohorezko euskaltzaina 1968an, hain juxtu hil baino hilabete batzuk lehenago. Azterketaren ondorioak bi dira, funtsean: lehenengo eta behin, Menendez


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Pidal nazionalista tipiko eta topiko bat dela, eta, bigarrenik, bere nazionalismoa bost tesi nagusitan bil daitekeela. Hauek: Lehenik: Espainia eternoa dela, ez duela hasierarik eta, jakina, ez duela akaberarik ere. Hau da espainiar nazionalismoaren sakon-sakoneko sustraia eta oinarria. Bigarrenik: Espainiaren historian zehar aldiro-aldiro errepikatzen diren banakuntza saioak, separatismoa, hitz arruntago batekin esanda, kausa patologiko bat daukatela: hots, espainiarrek gaixotasun metafisiko moduko bat daukate: etengabe ari dira beraien artean borrokan, gutxien-gutxienik erromatarren denboretatik. Gaixotasun hori berez sendaezina da eta, beraz, ez gara harritu behar separatismoaren arazoa agertzen bada. Baina gaixotasun hutsa da, ez arazo sozial edo politiko bat.

Hirugarrenik: Espainiaren hizkuntza batasuna ezinbestekoa da nazioaren batasunak irauteko. Pidalentzat hizkuntza batasuna pitzatzen den egunean Espainia desegin egingo da. Laugarrenik: gaztelaniaren eta gaztelaniazko literaturaren hegemonia kausa naturalen ondorioa da, inolaz ere ez inposizio zentralista baten fruitua. Bosgarrenik: Espainiak bokazio inperial eta unibertsalista bat dauka, bi norabide nagusietan: Europa eta Amerika. Laburbilduz: espainiar nazionalismoaren diskurtsoa bost tesi horietan laburbiltzen da eta beraien formulatzaile nagusia MenĂŠndez Pidal da. Horra liburu horretataik atera daitekeen ondorio nagusia.

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Politikariak eta Historialariak Azaña eta Ortegaren ideiek datorren konstituzio erreforman duten gaurkotasuna aztertzen

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adrileko Círculo de Bellas Artes-en urriaren 7an “Azaña eta Ortega: Espainiari buruzko ikuskera bi?” izenburuko mintegia egin zen. Antolatzaileak Alternativas Fundazioa eta Sabino Arana Kultur Elkargoa izan ziren eta Pere Portabella eta Txema Montero koordinatzaileak. Jardunaldian XX. mendeko figurarik nabarmenetako biren –Manuel Azaña eta Jose Ortega y Gasset– pentsamoldeak aztertu ziren, bakoitzak herrialdeaz zuen ikuskerak hartuta oinarri. Joera politiko desberdinetako zenbait politikari eta historialari aritu ziren aztertzen pentsalari bi horien ideiek laster egingo den Konstituzioaren erreformarako duten gaurkotasuna. Guztiek izan zuten parada zenbait gai aztertzeko, hots: espainiar nazio-identitatearen eraikuntza XX. mendean zehar; nazioaniztasuna eta naziobakartasuna bezalako kontzeptuekiko jarrerak; gutxiengoen nazionalitateen arazoa; edo etorkizunean espaniar naziotasunaren gaineko diskurtsoa garatzeko bideak, besteak beste. Manuel Azañak eta Ortega y Gassetek aldezten zituzten kontzeptuei buruzko ponen-

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tziak aurkezteko ardura izan zutenak Juan Pablo Fusi (Ortega y Gasset Fundazioko Zuzendaria), Xakobe Bastida (Oviedoko Unibertsitatea), Santos Juliá (UNED) eta Jose Ignacio Lacasta Zabalza (Zaragozako Unibertsitateko katedraduna) izan ziren. Txema Monterok, Sabino Arana Kultur Elkargoko Gogoeta eta Elkarrizketarako Mintzagunearen koordinatzaileak, azaldu zuen bezala, Ortega y Gasset-ek bere lan guztietan Estatuaren zentralizazioaren ideia sakondu zuen eta Manuel Azañak, ostera, “nazionalitate historikoak” ezagutzen jakin izan zuen. Txostenemaileez gain, arloko zenbait adituk ere hartu zuten parte, hala nola: Javier Pérez Royo, Sevillako Unibertsitateko Zuzenbide Konstituzionaleko katedraduna; Juan Jose Laborda senataria; Josep M. Solé i Sabate, Bartzelonako Unibertsitate Autonomoko Historia Garaikideko katedraduna; Daniel Innerarity, Filosofian doktorea; Elías Díaz, Madrileko Unibertsitate Autonomoko Zuzenbidearen Filosofiako katedraduna; Mikel Aizpuru, EHUko Filologia eta Geografia Fakultateko Unibertsitate Eskolako katedraduna; J. Angel Esnaola abokatua; Javier Pradera kazetaria; Alternativas Fundazioko lehendakariorde Nicolás Sartorius; Mercedes Cabrera, Madrileko Unibertsitateko Pentsamendu Politikoaren Historiako katedraduna eta diputatua; eta Margarita Uria diputatua, besteak beste.


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Ciclo de conferencias sobre el Lehendakari Agirre, en Vitoria-Gasteiz

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on motivo de la conmemoración del nacimiento del primer lehendakari del Gobierno vasco, José Antonio Agirre, el instituto Xabier de Landaburu de la Fundación Sabino Arana organizó los días 15, 22 y 29 de septiembre, en Vitoria-Gasteiz, el ciclo de conferencias “José Antonio Agirre: tres tiempos para la libertad”, con el principal objetivo de analizar las tres etapas de su vida política, iniciada en 1931, año en el que es elegido alcalde de Getxo (Bizkaia) hasta su fallecimiento en el exilio en 1960. La primera ponencia, dedicada a los años que van desde 1931 a 1936 fue impartida el miércoles, 15 de septiembre, por el doctor en Historia Contemporánea y profesor en la universidad japonesa de Kansai Gaidai (Osaka), José María Tápiz, bajo el título de “El Agirre de la República: de alcalde de Getxo a Lehendakari del Gobierno Vasco”. José María Tápiz abordó los inicios de la actividad política de José Antonio Agirre y el liderazgo que asumió durante la II República española en la reivindicación de una República vasca y un estatuto de autonomía. La segunda, el día 22, “Agirre entre dos guerras (1936-1945)”, tuvo como ponente al profesor del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco, Josu Chueca, quien analizó la actividad de Agirre como primer lehendakari del Gobierno vasco durante los difíciles años de la Guerra Civil española y la II Guerra Mundial. El ciclo concluyó el 29 de septiembre con la intervención de Alexander Ugalde, profesor del Departamento de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad del País Vasco, en la que explicó los últimos años de Agirre en el exilio en

el contexto de la Guerra Fría. Esta última conferencia se desarrolló bajo el título de “La actividad del lehendakari Agirre: una gestión gubernamental contracorriente (1945-1960)”. Este nuevo ciclo de conferencias ha venido a completar la reflexión ya realizada sobre el lehendakari Agirre los pasados meses de abril y mayo por la Fundación Sabino Arana bajo el título “Agirre, Companys, Castelao y Franco: cuatro hombres y cuatro naciones en el mismo Estado en la primera mitad del siglo XX” en la que se analizó la figura del lehendakari en perspectiva comparada con otros dos héroes nacionales de Cataluña y Galicia (el president de la Generalitat, Lluis Companys, y el líder del nacionalismo gallego, Alfonso R. Castelao) y quien, como dirigente del Estadonación español, Francisco Franco, se opuso a todos ellos. La Fundación Sabino Arana al propiciar este segundo ciclo de análisis de la figura de José Antonio, ha pretendido favorecer, en el centenario de su nacimiento, la comprensión de su figura humana y política de líder humanista, demócrata, europeísta y nacionalista, clave en la Historia contemporánea vasca.

Presentado el catálogo de la Hemeroteca Uzturre

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a Fundación Sabino Arana presentó el pasado 12 de julio, en el Archivo Histórico del Nacionalismo Vasco de Artea-Arratia (Bizkaia), el Catálogo de Publicaciones Periódicas de la Hemeroteca Uzturre, justo el día en el que se cumplían once años del fallecimiento de quien fuera presidente del Euzkadi Buru Batzar de EAJPNV y de la propia Fundación Sabino Arana. Jesús Insausti “Uzturre” fue, además, el verdadero propulsor de este centro de referencia para historiadores e investigadores. El acto contó con la presencia de

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Aurkibidea/Índice la actual ejecutiva del EBB presidida por Josu Jon Imaz. De esta forma, la Fundación Sabino Arana ha puesto en conocimiento de la sociedad vasca el contenido y composición de la Hemeroteca “Uzturre”, una de las más importantes del País, con más de 4.500 títulos de diferentes publicaciones periódicas, de las que se conservan más de 120.000 ejemplares. El catálogo ha sido editado en formato impreso y también ha sido colgado en la página web de la Fundación Sabino Arana (www.sabinoarana.org). Procedentes de casi todos los rincones del mundo, estas cuatro mil quinientas publicaciones hacen referencia no solo a los vascos, sino también a la mayoría de las naciones de la tierra, sus ideologías y doctrinas que en los últimos doscientos años se han ido difundiendo. Precisamente, uno de los rasgos que definen a la Hemeroteca Uzturre es la universalidad de sus fondos. Los títulos proceden de más de 400 localidades de 83 países diferentes (37 europeos, 18 americanos y 28 del resto del mundo). El exilio durante el franquismo ha sido la principal causa de esta universalidad y de que la mayoría de los fondos procedan de los países y las ciudades que dieron acogida a los vascos exiliados aquellos años. Cronológicamente, a nivel general, el mayor número de fondos emana de la época comprendida entre la II República española y el final del franquismo, si bien los correspondientes a publicaciones nacionalistas vascas abarcan toda su ya más que centenaria existencia. Asimismo, se disponen ejemplares de los primeros títulos vascos y de la prensa europea desde principios del siglo XIX hasta la actualidad, contando, en la actualidad, con más de quinientas publicaciones que se siguen editando hoy día.

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Sabino Arana Kultur Elkargoak Varsovian nazien aurka izan zen Matxinadaren 60. urteurrenean parte hartu du

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abino Arana Kultur Elkargoak abuztuaren lehenengo hamabostaldian Poloniara egin zuen bidaiako kideek ere parte hartu egin zuten, Varsovian nazi okupatzaileen aurka izan zen matxinadaren 60. urteurreneko ekitaldietan. Altxamendu hura 1944an izan zen, II. Mundu Gerran. Egun gutxi lehenago, Poloniako hiriburuak Antoni Chrusciel jeneralaren gorpuzkinak jaso zituen. Buru militar hark zuzendu zuen altxamendu hartan 25.000 gizon, emakume eta haur borrokatu ziren. Hiria erori zelarik, ondoren alemaniarrek zigortu egin zuten monumentu asko leherraraziz eta 250.000tik gora biztanle deportatuz. Sabino Arana Kultur Elkargoak antolatutako bidaian parte hartu zutenek, gainera, Erdialdeko Europako herrialde hartako beste leku eder zein interesgarri batzuk ikusteko aukera ere izan zuten: Torun, Poznan, Auschwitz, Wieliczkako gatz-meatzeak, edo Czestochowa, Poloniaren erlijio-hiriburua. Argazkian, bidaiariak, Varsovian nazien okupazioaren aurka izandako matxinada oroitarazten duen monumentuaren aurrean.


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EI sujeto político de decisión democrática y el “Plan Ibarretxe”

LA PROBLEMATICIDAD DEL ÁMBITO POLÍTICO DE DECISIÓN

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s evidente que en toda colectividad humana los procesos de toma de decisiones son fundamentales en vistas a lograr una convivencia justa. Es igualmente evidente que, si se asumen los derechos humanos, como no puede ser menos, esos procesos, en lo que se refiere al ámbito público –político–, deben adquirir la forma de un procedimentalismo democrático a través del cual el conjunto de los ciudadanos y ciudadanas, sujetos plenos de derechos, se autolegislan. Pero hay un tercer momento en el que estas evidencias desaparecen y surge la polémica: ¿cómo debe concretarse el colectivo que protagonice ese proceso?, ¿cuál debe ser el ámbito primario de decisión política? XABIER ETXEBERRIA MAULEON Doctor en Filosofía. Catedrático de Ética, director del Aula de Ética y miembro del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Deusto. Responsable del área de educación para la paz y los derechos humanos de Bakeaz. Profesor visitante en varias universidades de Latinoamérica, donde colabora también con organizaciones indígenas y de derechos humanos. Sus numerosas publicaciones se centran en las cuestiones de ética fundamental, ética política (especialmente en torno a las identidades colectivas y su conflictividad) y ética profesional, así como en la vertiente ética de los derechos humanos.

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Hay una respuesta tradicional de la modernidad ilustrada defensora de los derechos humanos según la cual el sujeto de soberanía política es “el pueblo” o “la nación”. Así, los revolucionarios franceses declaran: “el origen de toda soberanía reside esencialmente en la nación”. Y en los Pactos del 66 se reconoce el derecho de autodeterminación a “los pueblos”. Esta respuesta se ha hecho polémica en dos direcciones.

• Por un lado, hay quienes mantienen la respuesta en sí por entender que se sustenta en buenas razones morales, pero no la concreción de la misma en muchos lugares; esto es, se asume que la soberanía reside en los pueblos, pero se postula que ha habido una identificación indebida entre pueblos-naciones y Estados que se han pretendido mononacionales –a costa de dominaciones varias– cuando en realidad son plurinacionales. De lo que se trataría, por eso, es de reconocer lo que se proclama a todos los pueblos-naciones que existen (quedando el problema de cómo precisarlos). • Por otro lado, hay quienes entienden que la identificación entre colectividad política soberana y nación-pueblo, ha podido ser históricamente útil para el procedimentalismo democrático y la justicia, pero hoy se revela opresora y excluyente; por lo que hay que romper con ella definiendo a esa colectividad no por rasgos etnoidentitarios (como es el caso de los pueblos) sino sólo por su identificación con los derechos humanos y el propio procedimentalismo democrático. Sería colectividad de ciudadanos, no de nacionales. ¿Cómo concretarla? Las respuestas aquí varían, pero tiende a decirse: que, por realismo, sean los actuales Estados (ya postnacionales) los que se mantengan de arranque como sujetos, para ir federándose progresivamente en ámbitos regionales en el marco de una “gobernanza” mundial y (quizá) en el horizonte de un Estado mundial, con una ciudadanía cosmopolita en su sentido fuerte en la que residiría la soberanía.


hermes nº:2 de 10. EI sujeto político de decisión democrática y el “Plan Ibarretxe”. Xabier Etxeberria Mauleon

Aurkibidea/Índice El llamado “Plan Ibarretxe”, que me propongo analizar únicamente en lo relativo a la propuesta del sujeto político que defiende (y no desde la perspectiva jurídica sino de la propia del pensamiento político1), se sitúa ciertamente en la primera dirección de esta polémica: frente a la realidad existente de que ese sujeto reside, por lo que a los vascos respecta, en los Estados español y francés en los que se hallan englobados y que se declaran nacionales, propone que el sujeto sea el propio pueblo-nación vasca.

EL SUJETO POLÍTICO VASCO DEL “PLAN IBARRETXE” Antes, con todo, de analizar la propuesta, conviene exponerla con algunos comentarios que prepararán el apartado siguiente. En el preámbulo se declara contundentemente que Euskal Herria (implicando sus siete territorios) es un “pueblo” que, en condición de tal, tiene “derecho a decidir su futuro”, a constituirse en ámbito fundamental de decisión política. • Se define a ese pueblo a través de referentes territoriales, históricos y culturales, con lo que se liga la soberanía a la etnicidad: se presupone que la condición etnonacional, en la que se sitúa a los vascos, da derecho a ella. Esto pide justificar, por un lado, que los vascos somos efectivamente una nación, y, por otro, que la nación en cuanto tal sigue teniendo buenas razones para ser sujeto de decisión. • En la propuesta se avanzan dos argumentos al respecto: 1) el democrático: a través de sus representantes en el Parlamento Vasco y por mayoría absoluta, se asumieron tales supuestos en 1990; 2) el jurídico relativo al Derecho internacional: al pueblo vasco hay que reconocerle sujeto del derecho de autodeterminación de

los pueblos que se afirma en los Pactos del 66. Junto a ellos, se aporta colateralmente un tercero, el histórico: pensando ya más en territorios específicos, se afirma que los vascos tenemos derechos históricos de soberanía (art. 12 y 18.2) que deben ser respetados. La tarea que se nos impone es la de analizar lo fundado de estas razones. • Precisando lo precedente de cara a su ejercicio, se afirma que la materialización del derecho a decidir del pueblo vasco se tiene que realizar separadamente en los tres ámbitos políticos en los que actualmente se sitúa: Euskadi, Navarra e Iparralde, aunque se anima a que, con el consentimiento de las partes, se avance en la cooperación e incluso, llegado el caso, en la conformación de una estructura política conjunta (especialmente con Navarra). No puede negarse que hay aquí una tensión latente con la propuesta genérica anterior. Porque ahora se afirma que, en las actuales circunstancias, el ámbito de decisión no es ya el pueblo vasco inicialmente postulado, sino cada una de estas tres circunscripciones. ¿Habría que denunciar esta incoherencia para reclamar, como pretenden algunos, que se volviera a postular un único ámbito englobante de decisión, Euskal Herria? Únicamente si tuviera un sólido sustento no sólo en el ethnos que previamente se ha definido, sino también en el demos –procedimentalismo democrático– al que debe someterse el primero. Esto es, habría que reconocerla si el respeto democrático a la ciudadanía realmente existente pide esa separación de ámbitos, si pide que se respeten por separado las decisiones de cada uno de ellos. En la propuesta puede presuponerse que es de esto de lo que se trata, pero quizá debería quedar más argumentado: ¿por qué, por ejemplo, se postula respetar por separado la decisión

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hermes nº:3 de 10. EI sujeto político de decisión democrática y el “Plan Ibarretxe”. Xabier Etxeberria Mauleon

Aurkibidea/Índice de cada uno de esos ámbitos y en cambio, cuando se tienen presentes los tres territorios históricos de Euskadi, se les reconoce una significativa autonomía pero “integrados en el seno de la Comunidad de Euskadi” (art. 33.1)? La razón del realismo político, aunque digna de tenerse en cuenta, no puede ser la fundamental en un documento que defiende con tanta contundencia los principios y se sustenta en ellos. La razón democrática es decisiva pero habrá que desarrollarla más. En cualquier caso, esto pone ya de manifiesto que uno de los problemas decisivos de un posible pueblo vasco que se autogobierna está en la propia delimitación territorial del mismo. Sentadas las bases precedentes, la propuesta del Plan Ibarretxe se centra en Euskadi como sujeto colectivo con derecho a decidir su estatus político. Aquí no me voy a detener propiamente en el contenido concreto que quiere someterse a la decisión de la ciudadanía –un nuevo Estatuto de libre asociación con el Estado español– sino en lo que presupone respecto al sujeto de decisión: que se concibe a este Estado como plurinacional y asimétrico, estableciéndose con él un pacto político en el marco de equilibrio de poderes (art. 14). Para especificar más adecuadamente esta soberanía conviene tener presentes estos otros aspectos de la propuesta: • Es a los ciudadanos y ciudadanas vascas de Euskadi a quienes se les reconoce como sujeto colectivo con capacidad de decisión democrática sobre la posible alteración del régimen de relación política con el Estado español y el establecimiento de relaciones en el ámbito europeo e internacional (art. 13.3). Esto es, la soberanía política decisiva (no autárquica) reside en ellos. Con ello se toma distancia de la versión orgánica de la soberanía –de la primacía del ethnos–, que la hace repo-

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sar en un pueblo esencializado al que están subordinados sus miembros. • Se aclara, en segundo lugar, que la ciudadanía vasca corresponde a todas las personas que tengan vecindad administrativa (art. 4.1), a las que se les reconoce además la nacionalidad vasca, planteándola compatible con la nacionalidad española (4.2) y abriéndola a la diáspora vasca que la desee (5.1). Hay en todo esto un primer elemento positivo a resaltar: la inclusividad de la ciudadanía, a la que se le asignan todos los derechos y deberes correspondientes. Hay otro segundo elemento que en principio puede dar mucho juego de cara a la superación, también por inclusividad, del conflicto de identidades: al hacer compatibles las dos nacionalidades, cada ciudadano podría elegir la que quisiera o ambas, aunque entiendo que la redacción del texto deja ambigua esta cuestión. Aparece además un tercer aspecto problemático, necesitado de aclaración para que no se cuele ninguna discriminación que, si no legal, podría ser social: ¿qué implica distinguir entre ciudadanía vasca y nacionalidad vasca?, ¿es una mera condición para que sea posible lo precedente o significa algo más?, ¿cómo vivenciarla para que no jerarquice las nacionalidades en juego? El cuarto elemento es importante, porque tomado en serio implica que no se dará una respuesta negativa al tercero: nadie podrá ser discriminado en razón de su nacionalidad (4.3). Hay, por último, un quinto aspecto que entra en tensión, y quizá contradicción, con los anteriores (si es que interpreto bien el texto): la gestión de la nacionalidad española se deja al Estado español, como es evidente (45.1.a), pero se dice que el Parlamento Vasco regulará la nacionalidad vasca “ajustándose a los mismos requisitos exigidos en las leyes del Estado para la española” (4.2); cabe la contradicción en el


hermes nº:4 de 10. EI sujeto político de decisión democrática y el “Plan Ibarretxe”. Xabier Etxeberria Mauleon

Aurkibidea/Índice momento en que la ley del Estado no tenga, como se propone para la vasca, el criterio de residencia para reconocer la ciudadanía plena y la nacionalidad, que es lo que pasa ahora (piénsese en los inmigrantes extranjeros); a este respecto, la constitución de un sujeto de decisión acorde con los derechos humanos pide mantener el criterio de residencia, aunque el Estado no lo mantenga, y aplicarlo también a los inmigrantes. Esta cuestión es importante porque implica que aunque la descendencia sea una de las referencias para ofrecer la nacionalidad (el caso de la diáspora), la referencia decisiva para tenerla no es la sangre: desde los criterios de residencia y elección queda plenamente desbordada. • En tercer lugar, se resalta que el sujeto de decisión, el autogobierno vasco, debe enmarcarse en todo momento en los derechos humanos y sus grandes valores, así como en los principios democráticos (arts. 9 y 10.1), debiendo estar abierto a una política propia de solidaridad y cooperación con los países en vías de desarrollo (art. 69). No son innecesarias estas clarificaciones para que, de nuevo, se tomen distancias respecto a toda organicidad y enclaustramiento. Suponen, por un lado, que la autodeterminación hacia el exterior que se reclama va acompañada de autodeterminación interna, de reconocimiento de la autonomía política de las personas del colectivo; y, por otro lado, que se está abierto a la colaboración internacional. Aunque sería de desear que en esto último se aclarara el compromiso en la línea de una auténtica justicia internacional. • Una última cuestión. Cuando se pretende autoconstituir como sujeto político lo que es una subunidad del Estado nacional –aquí Euskadi–, para proponer una asociación libre con ese Estado pero reconociéndose implícitamente la capacidad de independencia (art. 13.3), aparece el problema de regular en justicia, desde lo que pasan a ser dos poderes en equili-

brio, los bienes que antes se compartían en el marco del poder determinante del Estado –español–. Algo de ello se plantea en la propuesta cuando se habla de una Comisión Mixta de Transferencias (disposición transitoria 2), pero sin que quede claramente enmarcado en esta exigencia de justicia equitativa entre las partes.

EL SUJETO POLÍTICO VASCO Y LA ARGUMENTACIÓN PRINCIPIAL Si confrontamos esta propuesta de sujeto vasco con el pensamiento político, centrándonos para empezar en el nivel de los principios (dejo para más adelante un apunte sobre el momento prudencial) ¿qué fundamentación podemos darle? La propuesta en sí se enfrenta al menos a otras dos posibles: a la que postula que el sujeto político tiene que seguir siendo España, no sólo como Estado sino como nación englobante (con lo que los cambios de estatus de Euskadi tienen que ser refrendados por la ciudadanía española, directamente o a través de sus representantes), y a la que propone que hay que situarse en la dirección de los Estados postnacionales que antes señalé. Desde el punto de vista del debate político estricto, es el primer enfrentamiento el que está contando.2 Es el que voy a tener presente en estas líneas, tanto por esta razón como por el hecho de que veo muy problemática la aplicabilidad del segundo3. Lo primero que habría que precisar, para entrar en el debate, es si realmente el País Vasco puede ser considerado un pueblo-nación, no sólo frente a la pretensión de la nación española (y francesa) de incluirla dentro de ella, sino también frente a la pretensión de un significativo porcentaje de la ciudadanía vasca (con claras diferencias según los territorios) que se reconoce prioritariamente miembro de esa nación española (o francesa). Este es un tema complejo que no puedo desarrollar aquí, por lo que me remito a un amplio estudio en el que puede en-

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Aurkibidea/Índice contrarse la argumentación que propongo.4 Destaco, de todos modos, la que entiendo puede ser una de las conclusiones: la nación es una compleja confluencia de referencias objetivas (territorio, rasgos culturales, historia, instituciones, etc.) y subjetivas (imaginarios compartidos, conciencia de pertenencia nacional, construcción colectiva, voluntad de autogobierno, etc.). Si aplicamos este esquema al caso vasco, entiendo que podemos llegar a la conclusión de que hay suficientes razones para hablar de que existe la nación vasca, pero reconociendo a su vez que es una nación “complicada”: por su compleja pluralidad identitaria; por la problemática de su territorio ligada a la historia y la mayor o menor conciencia nacional; y, desgraciadamente, por la coexistencia de versiones fundamentalistas (hasta llegar a la violencia terrorista) y no fundamentalistas de esa conciencia nacional. Si se acepta esta conclusión, se puede aceptar la legitimidad de la propuesta del sujeto político vasco –sólo en su versión democrática–, siempre que se acepte que las naciones tienen derecho a constituirse en sujeto político. De todos modos, como resalté, el plan Ibarretxe acaba proponiendo efectivamente como sujeto político a “una parte del pueblo vasco”, a Euskadi. Aunque esta opción es difícil de sostener desde la mera argumentación étnica, en la que el pueblo tiende a ser visto como sujeto indivisible de soberanía cuando se le ve también como nación, ¿es la que debe defenderse desde la articulación de lo étnico con lo democrático? Creo que sí, aunque ello supone ciertos correctivos en la formulación. El nacionalista, desde sus referentes étnicos, puede “aspirar” a que la nación-sujeto político sea lo que llama Euskal Herria y luchar democráticamente por ello, pero desde sus referentes democráticos sólo puede considerar fácticamente como nación –y proponerlos como sujeto político fáctico5– a aquellos territorios en los que la conciencia nacional es mayoritaria6. Puede a su vez discutirse

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qué territorios hay que tener presentes para estas clarificaciones: si los siete (seis) históricos del nacionalista, si los tres de la actual configuración política, si otros que podrían imaginarse. Creo que no sólo por realismo político, sino por el hecho de que cada uno de ellos expresa una peculiaridad en el conflicto de identidades nacionales que pide procesos específicos de resolución democrática, es razonable lo que se propone en el plan de que la referencia para delimitar el sujeto político sea la de las actuales divisiones político-jurídicas. Aclarados de este modo los supuestos previos, ¿es defendible que sea la nación, en las actuales circunstancias de humanidad, la que se postule como candidato a sujeto político primario por razones inspiradas en última instancia en los derechos humanos?, ¿hay que reconocerle, por utilizar el lenguaje clásico, el derecho de autodeterminación? La respuesta es afirmativa para lo que podemos llamar nacionalismo democrático con sensibilidad cosmopolita. Se aducen razones en las que aquí, de nuevo, no puedo entrar a desarrollar, como: 1) el argumento cultural instrumental –la cultura nacional, que necesita autogobierno, como necesaria para la autonomía individual–; 2) el cultural no instrumental –la soberanía política, condición para el mantenimiento de culturas nacionales que son valiosas en cuanto expresiones de la creatividad humana y contribución a la riqueza de la vida–; 3) el de construcción de identidades personales –la nacionalidad como referente valioso para definir nuestra identidad– y de ejercicio de identidades colectivas nacionales –que debería aceptarse en el respeto general de los derechos–; 4) el plebiscitario –autodeterminación colectiva como una concreción legítima de los derechos individuales de libertad de elección y asociación7–. Entiendo que en su conjunto y a través de su articulación no exenta de tensiones, tales razones que, repito, hay que desarrollar y entrezalar convenientemente, pueden considerarse sólidas.


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Aurkibidea/Índice ¿En qué medida se apoya en este tipo de argumentos la propuesta que estoy analizando? Hay una clara referencia al plebiscitario, cuando se acude a la decisión del Parlamento Vasco de 1990; también cabe relacionar con este argumento la reclamación del “derecho –de la sociedad vasca– a decidir” libre y democráticamente y a que se respete lo decidido, aunque por el contexto se haga una conexión con uniones previas inspiradas en lo cultural. Puede entenderse igualmente que existen latentes presuposiciones relativas a los argumentos culturalistas e identitarios. Pero hay además mención explícita a “derechos históricos”: desde una fundamentación que tiene como eje los derechos humanos esta mención debe ser vista con mucha prevención. Los derechos históricos no son en sí derechos humanos, pueden incluso ir en contra de ellos. No hay que ponerlos, por eso, en el mismo nivel. Lo que sí puede defenderse es que dichos derechos históricos pueden ayudar a definir una identidad colectiva para la que, por otros argumentos como los antes citados, puede defenderse el derecho humano al autogobierno en sentido fuerte. Si se defiende como derecho humano el derecho a constituirse en sujeto político fundamental, tendrá que hacerse en el marco del conjunto de estos derechos y de la sensibilidad de los mismos. La construcción nacional que se propugne con el apoyo en él tendrá que asumir entonces condiciones importantes como éstas: 1) hay que integrar decididamente en ella los principios y valores de los derechos humanos, incluyendo los derechos de las minorías; 2) la nacionalidad de los individuos debe decidirse en última instancia no por adscripción sino por elección; 3) la nación debe ser percibida como contingencia histórica abierta a la creatividad y novedad, y no como “destino”; 4) los pro-

cesos de decisión internos y el autogobierno deben asumir siempre el procedimentalismo democrático; 5) debe propugnarse un “nacionalismo reiterativo” universalizable, que implique a todas las naciones, no sólo a la propia; 6) la sensibilidad cosmopolita presente en la anterior exigencia debe completarse con el protagonismo activo de la nación en la construcción de una auténtica justicia internacional, en la gestación de una “gobernanza” preocupada por la satisfacción de las necesidades básicas de todos los humanos, la paz y la libertad. En principio, en el documento que estoy sometiendo a análisis, se apunta de modo dominante hacia la asunción de estas condiciones, aunque aquí y allá cabrían matizaciones, algunas de las cuales ya las he señalado en el apartado anterior. Cuando de lo que se trata es de constituir en sujeto que se autodetermina a una colectividad antes englobada en un Estado nacional aunque sea con autonomía, como es nuestro caso, aparecen a su vez nuevas exigencias, desde el criterio de que cuando alguien, individual o colectivamente, decide, tiene que tener presentes los derechos de los afectados por su decisión. Esto significa que tiene que negociarse el impacto que supone en los recursos de que se dispone y en los servicios para que ninguna colectividad afectada quede dañada en sus derechos. Ya he comentado antes que, en esta lógica, la “Comisión Mixta de Transferencias” de la que habla la propuesta tendría que tener una visión amplia, no centrada en la dura defensa de los intereses propios. Esta exigencia es ciertamente mucho más importante cuando se plantea una secesión, que no es el caso. De todos modos, lo que antecede funciona bien cuando hay acuerdo entre las partes, cuando, en nuestro caso, el

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Aurkibidea/Índice Estado a través de sus instituciones representativas, o directamente la ciudadanía española, accede a asumir la nueva situación. ¿Qué pasa si no la asume, si entiende que el sujeto de decisión debe seguir siendo el Estado español? ¿Qué pasa si, además, tiene a su favor las leyes? ¿Qué pasa si un sector significativo de la ciudadanía vasca se suma al rechazo? Mi tesis práctica es que, desde la perspectiva prudencial, en situaciones de conflicto hay que buscar soluciones mediadoras. Pero centrados de momento en lo principial, hay una cuestión que debe tenerse presente: si una opción política se considera legítima tiene que haber un camino democrático viable para que pueda triunfar. Aplicado al caso: si se considera legítimo defender la causa del nacionalismo vasco –aunque no se comparta– tendrá que haber vías posibles para la realización de sus tesis. Pues bien, el que baste con que se oponga uno de los grandes partidos de ámbito estatal para que estas tesis sean irrealizables aunque en Euskadi las apoye un 90%, puede ser interpretado con fundamento como que la obstrucción jurídica es un hecho (al nacionalista hay que exigirle sólo que convenza a los de su nación). Lo que impondría alguna revisión del procedimentalismo democrático realmente existente. Si no se diera, podría entonces plantearse (atentos no sólo a los principios sino a la prudencia) la cuestión de la desobediencia civil, horizonte al que ciertamente se apunta en la propuesta cuando se resalta que, en caso de conflicto, la voluntad de la sociedad vasca estará por encima de la de las Cortes del Estado. En los interrogantes que acabo de plantear hay además una cuestión especialmente delicada: constituir a Euskadi como sujeto político implica dar satisfacción a los ciudadanos nacionalistas vascos, pero a su vez quitársela a los que no lo son. Principialmente sólo sería legítimo con tres condiciones: que la decisión fuera realmente democrática, que, en consecuencia, la sa-

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tisfacción de los ciudadanos con su sujeto político primario fuera mayor en la nueva situación y que los no satisfechos no vieran mermados ninguno de sus derechos de ciudadanía y no se vieran ni forzados a una nacionalidad ni rechazados de ella. Lo que la propuesta dice no atenta contra ninguna de estas condiciones.

SUJETO POLÍTICO VASCO Y MOMENTO PRUDENCIAL El conjunto de consideraciones hechas en el apartado anterior puede llevarnos a concluir que, desde el punto principial, la propuesta que se nos hace sobre el sujeto político vasco es legítima. Con dos observaciones. Por un lado, habría que hacer diversas matizaciones que se han ido señalando, ya sea en su formulación, ya sea en la fundamentación de sus tesis. Por otro lado, habría que tener siempre presente que es una interpretación del derecho de autodeterminación de los pueblos que puede defenderse pero que no se impone en la actual comprensión del mismo, esto es, que caben otras, como las que defienden los no nacionalistas vascos, con las que tiene que confrontarse en el debate democrático. Se supone que esto es lo que pretende el plan Ibarretxe al someterse al procedimentalismo democrático. Lo que pasa es que se le puede acusar de que hace trampa precisamente en el tema del sujeto de decisión: el plan pone ya en funcionamiento al sujeto político sobre el que cabe debatir si es sujeto político. El problema es que no hay modo de salir de esta circularidad más que instalándose en otra problematicidad: que sobre si un colectivo –el vasco– es sujeto, decida otro colectivo –el español–. Estamos aquí de nuevo en ese punto negro de la teoría democrática, que ha afinado razonablemente bien los procesos pero muy deficientemente los sujetos. En torno a esto habrá que seguir aportando argumentos a favor de las diversas posturas.


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Aurkibidea/Índice De todos modos, en este proceso de confrontación no habría que tener presentes sólo las referencias principiales, como las que he planteado en el apartado anterior. Habría que estar también muy atento a las referencias prudenciales. La política tiene que ser el arte delicado en el que se dialectizan las exigencias de justicia con las exigencias de las circunstancias. En el caso que nos ocupa: las complejas circunstancias de identidad y de territorialidad de lo vasco; su conexión histórica con lo español y francés (como etnicidad y como estatalidad); su enmarque en dinámicas supraestatales como la europea y en los procesos de globalización. Ciñéndome brevemente aquí a las primeras, hay que constatar que la afirmación precipitada del sujeto vasco puede ser traumática, pero a su vez su no afirmación prolonga la frustración del sector que la defiende con buenas razones. Lo prudencial aparece entonces como la búsqueda mediadora entre ambas posturas. Anoto en lo que sigue unas breves consideraciones al respecto, pues no es el tema en el que me he planteado centrarme. El problema de arranque está en que no existe una propuesta perfectamente mediada, porque toda solución supondrá que, en última instancia, el sujeto político es o el español o el vasco. En lógica con lo que aquí se plantea, a quien defiende el sujeto español le tocaría acercarse lo más posible al sujeto vasco, aunque en sentido estricto no llegue a él. Por ejemplo: afirmando la máxima profundización del Estatuto de autonomía vasco, propugnando un protagonismo significativo de Euskadi en Europa y en general en el exterior, creando lazos con Navarra e Iparralde, consolidando una conciencia vasquista aunque no nacionalista, etc.

A quien defiende el sujeto vasco, como es el caso de la propuesta, le tocaría hacerlo en condiciones no duramente rupturistas: no plantear secesiones ni independencias duras sino soberanías compartidas (Estado plurinacional federado), luchar por crear una Unión Europea que combine redes de estatalidad con redes de las “regiones” o pueblos; abrirse plenamente a la posibilidad de dobles nacionalidades y afirmar la ciudadanía plena de residencia, para evitar toda exclusión y dominación; potenciar y festejar la vasquidad que une más allá de la ideología nacional que separa, reconociendo los lazos con la cultura española (y francesa), etc. En definitiva, afirmar el sujeto autónomo redefiniendo la unión, en vez de romperla. Hay otra condición mediadora que es especialmente pertinente: la de confirmar el sujeto vasco sólo con un porcentaje claramente superior a la mayoría simple. Esto implica una mediación –relativa como todas– porque se inclina a un lado, pero dificultándolo y teniendo así muy seriamente presente la postura contraria. Con ello concuerda además lo que Pettit, desde su republicanismo, llama la “condición contramayoritaria”, que supone que las leyes más básicas puedan estar sujetas, como todas, a enmiendas a partir del disenso en torno a ellas, pero no a través de meras mayorías simples sino por vías que signifiquen superación de dificultades adicionales que confirmen su aceptabilidad no arbitraria. Volviendo al plan Ibarretxe, ahora desde el punto de vista prudencial, cabe sostener que asume ciertamente algunas de las orientaciones hacia una postura mediada –desde la afirmación del sujeto vasco– que acabo de mencionar, lo que

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Aurkibidea/Índice creo es loable. Echo en falta, de todos modos, dos lagunas importantes: la asunción de la “condición contramayoritaria” que acabo de mencionar; y –ya más en el debate social que en el propio documento– la búsqueda compartida con los no nacionalistas de esa vasquidad que pudiera unirnos a todos por encima, o debajo, de nuestras diferencias. Al nacionalista habría que pedirle apertura a esto último, aunque al no nacionalista habría que pedirle que no ponga como condición previa que se retire el plan. Pero no entro aquí en este terreno, pues decidí ceñirme al texto de la propuesta. Hay además otra cuestión especialmente importante. Entre nosotros está la versión violentamente fundamentalista del nacionalismo vasco que, además de quebrantar gravísimamente el derecho a la vida y a la libertad de quienes persigue, obstaculiza de modo relevante la participación democrática. El plan lo reconoce, al indicar, en el proceso de realización del mismo, que la ratificación por la sociedad vasca sólo se dará en ausencia de violencia. Creo por mi parte que habría que ser más contundentes en esto: para el debate social no habría que esperar a que ETA renunciara a su violencia, pero sí habría que esperar a ello para entrar en los procesos de decisión, comenzando por el de la aprobación en el Parlamento Vasco. Termino reproduciendo unas líneas que escribí en otra ocasión. Toda tensión entre propuestas encontradas de sujetos políticos es delicada y el caso que hemos analizado no escapa a ello. La resolución plenamente positiva de la misma sólo será posible si se fomenta entre todos un clima de afinado espíritu democrático, que rehuya la confrontación pura y postule, a la vez, el respeto y la empatía hacia la diferencia y la creación de lazos entre los diferentes.

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NOTAS 1 No entro, en concreto, en el debate sobre la legalidad o ilegalidad de lo que se plantea. Tampoco dialogo con las que pueden verse como interpretaciones del plan que han ido dando sus promotores o defensores. Ni con las supuestas intenciones ocultas que determinados detractores del mismo detectan. Trato de ceñirme a lo que aparece en el texto. 2 Creo que se impone reconocer que ninguna fuerza política en el Estado –a pesar de lo que a veces dice de sí misma– es postnacional, ninguna está alineada con el “patriotismo constitucional” en sentido estricto, aunque unas tengan una referencia a lo nacional (español o no español) más “tenue” y democrática que otras. 3 El defensor más consistente de la postnacionalidad es Habermas. De todos modos, él mismo reconoce que no existe nada que no esté ét(n)icamente modelado. Esto es, el procedimentalismo realmente existente estará siempre marcado por culturas particulares, hoy especialmente las nacionales. Reflexiono ampliamente sobre esta opción en estudio que cito en nota siguiente. 4 ETXEBERRIA, X., “El derecho de autodeterminación en la teoría política actual y su aplicación al caso vasco”, en VV.AA., Derecho de autodeterminación y realidad vasca, Vitoria-Gasteiz, Eusko Jaurlaritza, 2002, 235-424. 5 Aunque, por supuesto, podría también plantearse no hacer esta propuesta hasta que no existiera esa mayoría democrática en todos los territorios. Puede argumentarse contra ello que al no hacer esta postergación, al proponer Euskadi como sujeto político, se logra que haya un porcentaje superior al actual que esté en la condición nacional en la que desea estar, lo cual es un logro democrático. Por otro lado, al nacionalista vasco podría gustarle que consultas sobre el estatus político se hicieran en Euskal Herria como un todo, aunque perdiera su propuesta concreta, porque eso significaría que se reconocía una unidad de consulta que ya es un aspecto decisivo de su propia propuesta; pero hoy por hoy esta unidad de consulta no es asumida por todas las poblaciones implicadas y por tanto no puede plantearse como democrática. En cualquier caso, es evidente que en situaciones de complejidad como la vasca es muy difícil que se imponga una única estrategia democrática: habrá varias, que pueden asumirse como legítimas, entre las que hay que elegir con sensibilidad democrática. 6 Algo que, hoy por hoy, sólo se puede presuponer que se cumple en Euskadi. En este sentido, el aval de la decisión del Parlamento Vasco de 1990, así como los resultados de las elecciones autonómicas, son relevantes. 7 Vuelvo a remitirme al estudio citado antes, en el que se encuentran amplios desarrollos y debates en torno a estos argumentos y a las diversas posturas ante ellos.


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Azaña y Ortega. Historicidad o voluntariedad

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na de las mayores evidencias de anquilosamiento del pensamiento político, cualquiera que sea, se constata en la elección del antagonista si resulta que el elegido es la caricatura, el pasado o el adversario construido a la medida. De ese modo, el pretendido debate se convierte en un combate con tu propia sombra, en el que la única victoria posible consiste en desembarazarse de los mitos y complejos personales, y nada más. Los nacionalistas vascos sabemos mucho de esto; tantas veces se presenta nuestra historiografía, ideario y acción política, de manera que resulta irreconocible además de inoperante y caduca; conclusión prefabricada a la que inveteradamente llegan nuestros adversarios. Lo malo es el efecto contaminante y mimético y así, en demasiadas ocasiones, nos comportamos nosotros de igual manera cuando, por ejemplo, reducimos la españolidad al franquismo o nos solazamos en citas de Maeztu, Menéndez Pelayo o Primo de Rivera para concluir que “lo nuestro” nada tiene que ver con “eso”. Así pues, animados por un impulso superador del maniqueo y del debate “a la medida” y guiados por la intención de profundizar en el estado de la cuestión de la nación española, como mito y realidad, o realidades, la Fundación Sabino Arana invitó a su homóloga Alternativas para organizar mancomunadamente un Seminario sobre el pensamiento de Ortega y Gasset y Azaña en relación a la idea de España. La elección de ambos personajes bien lejos de los ultramontanos españoles que conforman “el macizo de la raza” tan fáciles de rebatir, se fundamentó en el presupuesto de su enorme actualidad y en concreto en el eventual uso o desuso que de sus idearios y propuestas pudieron haber hecho los constituyentes de 1978. En suma y simplificando, nos interesaba aclarar si existe contraposición en el liberalismo español sobre la unidad nacional; si tales diferencias son pura fachada o tienen alcance constitucional; y si, conclusión operativa, la idea liberal de España permite la coexistencia de otras naciones en el seno de un sedicente Estado de nacionalidades y regiones. La convocatoria resultó exitosa y todos los asistentes fueron al grano, polarizándose el debate en dos tesis. Una primera basada en la historicidad, inspirada por Ortega quien partiendo de la congénita debilidad de España desde su origen visigótico, al que compara a la baja con el vigor de los francos; la centralidad histórica y política de Castilla “la única que sabe mandar”; y el sempiterno localismo sobre el que opera, tratando de convertir el mal en remedio al reconocer a las provincias poderes para desde aquellas fortalecer España (”La redención de las Provincias”), concluye en la esperanza de que las autonomías (“comarcas extensas” en su vocabulario) acaben por disolverse en el mar del Estado. Así se conforma la idea de la España invertebrada de Ortega, resignada asunción de una fatalidad histórica, parcialmente redimible a través de la descentralización administrativa, el más eficaz antídoto frente al veneno del federalismo. Durante el debate constitucional del 78 se citó a Ortega en más de un centenar de ocasio-

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nes llevando a X. Bastida a concluir que la Constitución vigente es la plasmación legal suprema de la idea orteguiana de España en lo tocante al reconocimiento del hecho autonómico, el cual se “conlleva”, es decir, se admite a regañadientes y mientras tanto se consolida la necesaria vertebración nacional. Segunda tesis: la voluntariedad azañista. Manuel Azaña lee de forma diferente la historia de España y la de la misma Castilla, en la cual observa que de las contradicciones entre el poder regio centralista y la Comunidad, con la derrota de los comuneros, se encuentran muchas de las claves del atraso español; reconoce que el liberalismo del s. XIX no fue capaz de arreglar la cuestión nacional, entregado como estaba “a la casulla y al sable”; y pretende la corrección del Estado “unitario y asimilacionista” a través de la voluntariedad. Propone sin tapujos que Cataluña “sea gobernada por las instituciones que quiera darse mediante la manifestación libre de su propia voluntad”; y trata de “encauzar” (su verbo favorito) las cuestiones autonómicas a través de un proceso de voluntaria adhesión y partiendo del reconocimiento de los hechos diferenciales culturales, históricos y lingüísticos que de siempre han coexistido en España. La defensa de la contribución azañista a la Constitución del 78 correspondió a Santos Juliá, Javier Perez Royo, Javier Pradera y Juan Pablo Fussi, quienes con rigurosas apreciaciones concluyeron que la propia Constitución republicana de 1931, luego del impresionante discurso de Azaña en defensa del estatuto catalán, definitiva reflexión política de las autonomías nacionales desde la visión liberal democrática, habría concluido, de no mediar el golpe fascista, en un estado autonómico republicano similar al actual Estado de las autonomías. Historicidad y voluntariedad, Ortega y Azaña, ¿y nosotros, ahora? El aire de los tiempos anuncia ráfagas de fresca reforma constitucional pero ¿con qué posibilidades?, ¿cuáles son los límites? En esto derivó la discusión del seminario cuando irrumpió en escena el articulo 2 de la Constitución, orteguiano en su confirmación canónica de la unicidad e indivisibilidad de la nación española que parecía imponerse, insoslayable, frente a la voluntad libre de los ciudadanos de aquellas comunidades que tienen reconocidos sus derechos históricos en igual bloque de constitucionalidad. Quienes firmamos estas líneas conocemos del poder factual de una norma, tanto más si es constitucional y no podemos olvidar que la definición de España como una “República de trabajadores de todas las clases” constituyó la coartada ideológica para la insurrección de la derecha en el 36; al igual que la declaración de unicidad de la nación española sirve como pretexto para el sostenimiento ideológico del terror de ETA. Por ello no dejamos de preguntarnos si una formulación más adecuada al carácter plurinacional del estado no sería el mejor comienzo para la anunciada reforma. No proponemos un debate nominalista sino una reedición de la política comprimida en la frase que hizo fortuna al comienzo de la Transición: “llevemos a la normalidad legal aquello que está reconocido como normal por la sociedad”.

Txema Montero Koldo Mediavilla


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Jorge Rubio


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