Trolebús maravilla

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-Pues, claro. Cuando te dé hambre, puedes tomar del refri los botes que están en la repisa de en medio. Es pollo en una salsa de mostaza maravillosa. -Sí. Vientos. -Mm, otra vez está lloviendo. ¿Ya viste? –dijo la madre señalando la ventana con un movimiento de la cabeza. -Sí. Y parece que estará fuerte. ¿Escuchaste el trueno de hace ratito? -Cómo no. ¡Hasta salté de la cama! Mientras, Adrián, en efecto, estaba en su cuarto, pero no dormía; nadie sabía que cuando se refugiaba tras la puerta, cerrada con seguro, se ponía a escribir. Y no estaba solo, lo acompañaba su perro, un rotweiler que resaltaba el semblante serio y de bravura, pero que dejaba salir, desde el fondo, ya en confianza, su carácter juguetón y amable. Era un perro guapo. En algún lugar del mundo estalló una lata de coca cola, Adrián había escrito en un muro a la vuelta de su casa. No se acostaba en su cama para escribir, lo hacía en cualquier parte; no era frecuente que tomara un libro; y ellos, de plano, pensaban que nunca lo había hecho. A su madre, complaciente y bondadosa, la tenía sin cuidado. En cambio a Rodrigo le provocaba una decepción profunda, no soportaba el aletargamiento que le veía a diario en su actitud. Siempre le reprochaba a su madre el que no le llamara la atención o que no lo indujera a no ver tanta tele y se pusiera a hacer cualquier otra cosa. Claro, principalmente le insistía que lo obligara a tomar algún libro, el que fuera. El corcho de la botella se rompió; sólo tenía un hueco con el borde destrozado y, como yo estaba chupando de ahí el vino, me veía caer dentro de la negrura cavernosa del hueco. Adrián escribía este tipo de cosas en su cuaderno. Él descuidaba mucho su persona, tanto que en su aislamiento el


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