POETAS DE LIBERTAD

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EL CENTINELA

Al amanecer de un jueves nublado; Ramón Palomar, salió de su casa a propiciar una misión. Pensaba que cometer el plan era lo más correcto. Así que decidido, él se encaminó por el sendero de las afueras, más fue traspasando un jardín de aspecto boscoso, lo descendió a pasos presurosos y segundo después, cogió por la calle del norte citadino. Ya con presteza, avanzó unas cuantas cuadras brumosas y rebasó varias esquinas hasta llegar al parqueadero de América. Este hombre, por cierto, pretendía ejecutar lo rotundo. De hecho a rapidez, Ramón fue hacia la recepción y saludó al guardia moreno con seriedad, pronto le dijo que iba a sacar la motocicleta negra. El señor cuidador, pues asintió frescamente y en la caseta a solas, siguió oyendo su radio. Entre tanto; Ramón se dirigió hacia el grande garaje, anduvo por entre los vehículos y las máquinas, más al debido instante, se trepó en la moto suya. De corrido, se alistó con ansiedad, calentó los motores, preparó también su pistola y enseguida arrancó en picada, salió hacia la carretera pavimentada. De a riesgo, fue adelantando los camiones y las tractomulas a medida que fue trasegando varios parajes urbanos, incluso cruzó hasta unos semáforos en rojo, manejando a lo peligroso la pista. Eso igual, prosiguió a rápida velocidad, dando las curvas cerradas por entre los cruces de los barrios. Según luego lo recorrido, se metió en la avenida Bolivariana y así a lo osado, Ramón arrumbó por la ciudad en dirección a su meta. Cuando entonces, tras veinte minutos de viaje, Ramón fue llegando al Palacio Capital. Precisamente, había craneado aparecerse allí temprano, para pistear a su mejor enemigo y matarlo. De seguida proximidad, comenzó a frenar la moto y al poco tiempo, se detuvo al lado del edificio, frente a unos pinos. Más por lo suyo; hizo unos gestos de disimulo, fingió que estaba esperando a un compañero en aquel lugar, ojeó varias veces el reloj, procuró mostrarse rabioso. Y allí parado estuvo en concentración, vigilando la presumible aparición del rufián, Ferlín Marnéz. Menos en un instante; se trastocaron las circunstancias, porque apenas este Ramón vio la presencia de su rival, padeció a la misma muerte. De hecho, Ferlín Marnéz guerreaba en confabulación con el guardia del parqueadero y pues por ventaja, sacó él primero su pistola 43


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