El Roce

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Colección Me Pirra 1. Dana o la luz detenida José Cercas.

2. Matarratos Santiago Tobar.

3. Es hora de soñar Pedro Vera.

4. Capital de Mongolia: Ulán Bator César Rina.

5. Treinta y tres Vicente Rodríguez.

6. Comidas para llevar Víctor Manuel Jiménez.

7. Mis días con Marcela María Carvajal.

8. Sobre la oscuridad Dolors Alberola.

9. El roce Victoria Pelayo.

10. Como una piedra puntiaguda en el zapato Antonio Gómez.

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La escritora zamorana se acerca a sus registros de novelista para contar con brillantez una historia que compagina el melodrama y el género negro en cuanto a la forma de exponerla, componiendo situaciones de suspense a través de una exploración minuciosa del mundo íntimo de una mujer madura, de sus sentimientos y sensaciones en cada suceso (...)

Los pensamientos más idiotas se producen durante el transcurso de los acontecimientos más relevantes en la vida de una persona o quizá es al revés, en medio de un hecho trascendental en la vida de alguien, ese alguien se pone a pensar en la mayor estupidez. (...)

Relato

Roce. Rozamiento. Acción de rozar(se). Rozamiento. Señal que queda en una cosa por efecto del roce con otra. (popular) Trato de unas personas con otras: "Con el Roce roce se tomaElcariño". Roce. 1. Acción de rozar o rozarse. 2. Señal que queda en alguna cosa de haber sufrido la acción o contacto de otra. 3. Fig. y fam. Trato frecuente con algunas personas. 4. Fig. y fam. Enfado, desacuerdo o tensión en las relaciones entre personas. Colección MePirra

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Colección MePirra

editorial • soluciones creativas

Roce. Rozamiento. Acción de rozar(se). Rozamiento. Señal que queda en una cosa por efecto del El Roce roce con otra. (popular) Trato de unas personas con otras: "Con el roce se toma cariño". Roce. 1. Acción de rozar o rozarse. 2. Señal que queda en alguna cosa de haber sufrido la acción o contacto de otra. 3. Fig. y fam. Trato frecuente con algunas personas. 4. Fig. y fam. Enfado, desacuerdo o tensión en las relaciones entre personas.

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ISBN 978-84-615-6785-0

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Victoria Pelayo Rapado (Zamora 1960), vive en Cáceres desde hace 21 años. En una primera etapa centrada en la novela, y con la obra Una amistad corriente, gana el premio de novela corta “Ciudad de La Laguna”, de Tenerife en el año 1986. Con su segunda novela, Los días mágicos, consigue ser seleccionada entre los finalistas en el certamen de novela corta “Casino de Mieres”, en el año 1989, novela autoeditada por la propia autora años más tarde. Después de un paréntesis de veinte años sin escribir, retoma la escritura, esta vez centrándose en relatos y cuentos. Varios relatos, fruto de talleres literarios con la Universidad Popular (Cáceres), que vieron la luz en Antologías publicadas por la Editora Regional de Extremadura, el último en 2010, con el relato La mancha. Publicaciones diversas, en EÑE revista para leer, 2010. En la revista Triada Ultramarina Literaria, 2011 y en la revista Ariadna, 2012. Participa en varias antologías de relatos, Un rato para un relato, 2010, y Yo no leo, 2011; ambas publicadas por la editorial cacereña Rumorvisual.

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El Roce ViCtOrIA PeLaYo


Primera Edición, marzo de 2012. Colección: Me pirra, nº 9. Edita: Rumorvisual. Autor: Victoria Pelayo. Coordinación editorial: Santiago Tobar. Ilustraciones: www.rumorvisual.com Diseño y maquetación: www.rumorvisual.com Impresión: Gráficas Romero. Depósito legal: CC-000242-2012 I.S.B.N.: 978-84-615-6785-0 Puedes contactar con el autor y el editor en www.rumorvisual.com La obra se encuentra protegida por la Ley española de propiedad intelectual y/o cualesquiera otras normas que resulten de aplicación. Queda prohibido cualquier uso de la obra diferente a lo autorizado en las Leyes de propiedad intelectual.


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El Roce



A mi hija Rebeca, por sus consejos de madre. A mi madre, para que siga siendo fuerte. A Rumorvisual, por hacer realidad este sue単o.



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Prólogo La sabiduría popular, tan proclive a sentencias relacionadas con la vida y acertada en bastantes ocasiones, dice que “el roce hace el cariño”. En el caso de Victoria Pelayo, el roce se transforma en un sujeto literario de múltiples variantes en la antología de cuentos que nos ocupa. Tras una amplia etapa centrada en la novela, nuestra autora ha decidido en los últimos años adentrarse en el vasto mundo de la narración breve, del que poco a poco va dominando sus recursos hasta ofrecernos piezas tan valiosas como las que forman esta colección. Siete cuentos de contenidos muy diferentes, de escritura intensa y sencilla, clara en la expresión y carente de artificios que pudieran lastrar la fluidez y el ritmo narrativo que en sus obras discurren libres de obstáculos y siempre las convierten en instrumentos de fácil comprensión. El roce, de una u otra manera, es un elemento que se repite con habilidad en cada una de las historias; así, en “Asco”, se debate entre el deseo y el rechazo de la protagonista hacia su amante ocasional, un roce que cruje día a día en un interior, atormentado por los tiras y afloja de una relación incongruente. En “Calles transversales”, el roce de la fatalidad con los sucesos reales desemboca en una situación inesperada. En “Doña Margarita” se manifiesta singular y espectral, uniendo el pasado y el presente, dando lugar a un encuentro imposible en el Museo del Prado. En “El recado”, un incómodo roce de cuerpos en las butacas de un teatro da lugar a una historia llena de fascinación y de un cierto suspense en su tramo final.


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“Emma Vybora” retrata la infidelidad de una esposa cuyas relaciones y sus consecuencias agitan el creciente deseo de venganza en el esposo humillado. En “Lili”, una acción desafortunada condiciona el ánimo del personaje principal. Sus temores rozan en su interior como preludio de un temido desenlace. Y en “El roce”, título que da nombre al libro, la escritora zamorana se acerca a sus registros de novelista para contar con brillantez una historia que compagina el melodrama y el género negro en cuanto a la forma de exponerla, componiendo situaciones de suspense a través de una exploración minuciosa del mundo íntimo de una mujer madura, de sus sentimientos y sensaciones en cada suceso, en ese temor creciente a que el comportamiento cínico del novio de su hija perturbe la armonía existente entre ambas. Y es en este viaje intrincado a través de la protagonista del cuento donde Victoria Pelayo muestra una de sus habilidades mayores: La capacidad de narrar con precisión internando al lector en los rincones más ocultos de los personajes, fabricados de manera realista y rigurosa. El cuento se ve enriquecido con un final rotundo impactante y en el que se roza incluso la comicidad en un acto que libera de golpe la tensión acumulada a lo largo del relato. Las siete narraciones de la obra conforman un bloque homogéneo a través del cual el lector se adentra en las vicisitudes experimentadas por los personajes, camina con ellos merced a una escritura directa, contundente y diáfana y nos deja entrever a una escritora destinada a ofrecernos obras muy estimables, como ya lo es ésta, en sus producciones futuras. El roce sensible de la buena literatura se extiende generoso entre estos textos diseñados con humildad y esmero, invitándonos a explorar esos mundos repletos de pasiones e incertidumbres que en el fondo no nos son tan desconocidos.


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Victoria Pelayo los presenta con la maestría artesanal de una autora en claro ascenso que tiene la capacidad de dibujar con lucidez los entresijos de la vida diaria con la fina precisión de una experta cirujana. Aceptemos, pues, la invitación que se nos ofrece y vivamos las aventuras de la existencia que se nos proponen en este recorrido. Vicente Rodríguez Lázaro.



El Roce



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Miércoles

1 Salió a la terraza aturdida por lo que acababa de pasar. O quizá no había pasado, sólo en su imaginación calenturienta de vieja prematura. Es el novio de tu hija, se dijo, y lo repitió tres o cuatro veces más en su pensamiento, mientras buscaba un cigarro en el bolso. Pero no había errores ni malos entendidos. Sabía qué significaba lo que acababa de pasar, tenía muchos años y le sobraban experiencias para comprender todo lo que se puede decir en una sola mirada, en un gesto o en un roce. Olivia estaba exultante, ansiaba el día de presentarle, por fin, a Miguel, del que durante horas habían hablado, de cómo se conocieron, sobre cómo surgió todo, de cómo se había desarrollado la historia, cómo habían evolucionado ellos. Esta vez Olivia se había enamorado; a sus treinta y siete años ningún hombre había dejado huella en ella, si acaso una muesca, solía decir. Y ahora había conocido al hombre con el que probablemente se casaría, sí, una boda más que posible, se casarían y los dos habían hablado ya de los hijos, los tendrían, ambos estaban de acuerdo. Sí, Miguel y Olivia. Olivia y Miguel. Una pareja perfecta, ideal, los dos demasiado ocupados en sus respectivas profesiones apenas habían tenido tiempo hasta ahora de noviazgos, apuestos, ella morena, él rubio, esbeltos, vamos, que se podía decir lo de guapos, ricos y, más que famosos, populares, queridos, atractivos, simpáticos… y un larguísimo etcétera para el tercer adjetivo, ya que famosos, lo que se dice famosos, en el estricto sentido de la palabra, no lo eran, excepto en su círculo de amistades, familia, conocidos, trabajo...


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Su hija, su niña mimada, su Olivia, por la que daría la vida, por la que lo daría todo absolutamente, y así había sido desde hacía treinta y siete años, le acababa de presentar al único hombre capaz de enamorarla hasta la fecha, al único capaz de hacerla feliz, el único con el que se había planteado un matrimonio, unos hijos, una vida en común, una serie de cosas hasta el momento sin cabida en la vida de Olivia, y qué hace ella, su madre, la persona que la adora, que la quiere por encima de todo, qué hace ella. Dio una larguísima calada al cigarro, el aire le llegó bien adentro, lo mantuvo ahí unos segundos y cerró los ojos, casi se atraganta, no tuvo más


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remedio que abrir la boca y soltarlo para toser y respirar. En realidad ella no había hecho nada, lo había hecho él, Miguel. Y qué había hecho Miguel, quizá no había hecho nada, quizá todo era producto de su solitaria vida y su mala imaginación, quizá el gesto no significaba lo mismo para el que lo hizo que para la destinataria, quizá no quería decir nada, quizá, quizá, quizá. Los pensamientos más idiotas se producen durante el transcurso de los acontecimientos más relevantes en la vida de una persona o quizá es al revés, en medio de un hecho trascendental en la vida de alguien, ese alguien se pone a pensar en la mayor estupidez. Y en su caso, estaba pensando en cuánto se alegraba de no haber dejado de fumar y tener una excusa para abandonar el restaurante, de repente, sin levantar sospechas. Claro que a Olivia le había parecido extraño que saliera en medio del segundo plato, espera a terminar, le había dicho, pero no, no había esperado ni a terminar ni a los postres, necesitaba salir, que le diera el aire por fuera, y que el humo de sus cigarrillos llegara hasta los pulmones. Y ahora estaba allí encendiendo el segundo cigarro, se preguntarán qué hago tanto rato fuera, sobre todo con este frío. Cerró los ojos y recordó la escena en el interior del restaurante. Miguel se había levantado para saludar a unas personas, y al volver a su sitio y pasar justo por detrás de su silla, había deslizado la mano sobre el respaldo haciendo que sus dedos recorrieran la espalda de Manuela. No había sido una casualidad. No había sido un roce sin querer. No. Había abierto su mano y había recorrido su espalda, a través de la finísima blusa de seda, de derecha a izquierda con todos los dedos extendidos, despacio,


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recreándose en el tacto, con suavidad, asegurándose de que ella sentía esos dedos. Olivia no se había enterado de nada, además de porque era imposible que lo viera ya que la espalda de su madre estaba precisamente ahí, a espaldas de ella, y porque en ese preciso momento, ella se entretenía en deshacer los pétalos de la flor de bacalao y salmón de su plato. Al contacto con esos dedos había sentido un escalofrío por todo el cuerpo, su mano quedó congelada en el aire por unos pocos segundos, hasta que reaccionó y continuó su camino. Y qué podía haber hecho. Podía haberle pedido explicaciones a Miguel por ese gesto. No quería ni imaginar la cara que habría puesto su hija en esa situación, la hubiera mirado incrédula, habría dicho con ese tono de reproche tan suyo, mamá, qué estás diciendo, qué te pasa. La cabeza le daba vueltas, sentía vértigo. Dio dos profundas y seguidas caladas y se dispuso a entrar de nuevo y proseguir la comida como si el roce no se hubiera producido, como si ella no hubiera sentido escalofríos al contacto de la mano del hombre prohibido. Cuando entró, Olivia y Miguel se soltaron las manos que tenían entrelazadas por encima de la mesa, ya íbamos a buscarte, dijo su hija con una sonrisa radiante y que a ella le congeló el ánimo. No pudo devolvérsela. Se refirió al frío exterior para cambiar de tema y justificar su injustificable temblor al hablar. Si estás helada, dijo Olivia al tiempo que frotaba su brazo en un intento de hacer entrar en calor a su madre. Se me pasará, dijo, y siguió picoteando en su plato cuando ya había perdido por completo el apetito. El resto de la comida transcurrió con normalidad aparente, pidieron una botella de cava para celebrar el encuentro. Miguel se mostró


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cariñoso con Olivia y hablador con las dos. Pasaba de un tema a otro con absoluta naturalidad, se notaba que estaba acostumbrado a hablar en público y a captar la atención de los demás. Cuando hablaba resultaba aún más atractivo. Varias veces, Manuela se sorprendió a sí misma mirándolo embobada sin escuchar una sola palabra de lo que decía, y sin poder evitar que los ojos se fueran a la boca de Miguel, grande, carnosa, mostrando unos dientes perfectos al reír. Y todas esas veces sintió cómo se ruborizaba, claro que con el vino ya le habían subido los colores a la cara hacía rato, ellos no se lo notarían. Deseaba separarse de ambos y quedarse a solas para poder pensar, eso es, pensar, pensar, pensar. La cabeza le daba vueltas. El salón entero giraba alrededor de la mesa que también giraba, ellos tres giraban mientras Miguel reía con aquella boca grande llena de dientes blancos. Lo siguiente con sentido que recordaba era verse en su propio coche conducido por su hija camino de su casa. Mamá, es que el vino y el cava te han hecho un efecto fatal, la mezcla te ha sentado como un tiro, no te preocupes de nada, Miguel viene detrás con el coche y cuando te deje en casa, me recogerá. Pensó en decirle algo a Olivia del incidente del roce, pero qué podría decir, y sobre todo, cómo empezaría a contárselo. Tu novio me rozó al pasar. Me rozó con toda la mano extendida. Me tocó adrede la espalda. Tu novio deslizó los dedos por encima de mi blusa con lujuria. Noté deseo en ese roce. Es simpático Miguel, fue lo que dijo. Lo dijo ya llegando a la casa


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y Olivia soltó una carcajada. Simpático, eso te parece, vamos mamá, que te conozco, a ver, qué pasa, qué no te gusta de él. Por un segundo olvidó que estaba hablando con su hija, con la que compartía confidencias y secretos desde su adolescencia, incluso desde antes, cuando era más niña aún. La conocía mejor que nadie, no podía fingir, no con ella. A pesar del vino, reaccionó y trató de arreglarlo. Simpático, atento, me ha parecido muy cariñoso contigo, habla demasiado para mi gusto, viste bien, es guapo y se ve que maneja un montón de dinero, y además tú estás loca por él, qué más puede querer una madre. Siguió hablando hasta percibir el alivio de su hija, que ya no desconfiaba y que buscaba las llaves en el bolso. No quería que Miguel entrara en casa, no quería volver a verlo, por lo menos hoy no. Apremiaba a Olivia para que se fuera ya, para que no le hiciera esperar, yo estoy bien, quiero acostarme, insistía una y otra vez.


Relatos



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Emma Vybora El día que Carlos decidió matar a su mujer supo que lo haría con arsénico. Para él era la forma más sencilla y discreta. En el laboratorio de pruebas manejaba a diario ese veneno y otras substancias tóxicas para combatir plagas o eliminar de molestos y antihigiénicos animales tanto edificios como tierras cultivadas. El engaño de Emma merecía un castigo mortal y ejemplarizante. En un ridículo afán por estar a la moda, lo había arruinado adquiriendo cosas inútiles como joyas que no necesitaba, cambiando muebles y cortinas cada año, comprando abrigos de piel que su sueldo de médico no le permitía, y ahora estaba a punto de perder la casa. Y por si eso no era bastante afrenta para un marido, los innumerables amantes. ¡En una ciudad tan pequeña, donde todo se sabe! Emma y él habían nutrido a las alimañas; ella


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con su comportamiento vergonzoso había alimentado los corrillos de los funcionarios, las tertulias en los cafés, las sobremesas de los maledicientes, y él, en su humillante ignorancia había sido el hazmerreír de la ciudad durante años. Quizá ya era un pobre infeliz cornudo desde el principio de su matrimonio. Pero ahora había llegado su hora. Sería un envenenamiento crónico que la llevaría a una muerte lenta, para no levantar sospechas. Consumir arsénico provoca patologías en la piel, pulmonares y vasculares, y si se consume prolongadamente, puede derivar en un cáncer de piel o pulmón. Inyectaría en cada una de las estúpidas y carísimas botellas de agua que ella se hacía traer, una jeringa de polvos blancos, que, debidamente mezclados con un litro de agua, no dejarían rastro visible. Se posarían en sus entrañas, y harían un lento trabajo, como las cosas bien hechas. Todos esos amantes, Rodolfo, León…, sus nombres le herían más que el filo de un cuchillo. Cuando todo hubiese acabado, él cobraría el dinero del seguro, sería rico y se iría de la ciudad a un lugar nuevo, distinto y alegre, donde no lloviese, volvería a empezar donde nadie le conocería ni habría oído hablar nunca de la encantadora señora Vybora.


Victoria Pelayo • 73

Doña Margarita Durante cuatro meses estuve trabajando como vigilante nocturno en el Museo del Prado, pagaban bien y el horario me permitía estudiar y asistir a clase. Mi turno empezaba a las once de la noche y acababa a las siete de la mañana y mi trabajo consistía en hacer una ronda cada hora por la zona que tenía asignada, las salas de Rubens y Velázquez. Si todo estaba en orden, enviaba una clave desde mi ordenador al control central del Museo. La primera semana transcurrió con absoluta tranquilidad, pero a principios de la segunda sucedió algo insólito. Al entrar en la sala número doce, la Infanta Margarita había saltado del famoso cuadro al que ella pertenecía y me miraba insolente desde el centro de la habitación. De reojo eché un vistazo al cuadro y pude comprobar que el hueco entre las dos meninas, su ubicación habitual, estaba vacío. Aunque era una niña, su voz sonó autoritaria cuando se dirigió a mí para interrogarme acerca de mi trabajo en el Museo. Le hice un resumen más o menos detallado de mi cometido allí. A continuación me exigió que fuera puntual en mis rondas, ya que debido a lo estricto de su educación, sólo podía ausentarse del cuadro durante unos minutos. Los siguientes tres meses la estuve visitando con la puntualidad solicitada, nunca recibí quejas, y hablábamos sobre cualquier cosa que despertara su curiosidad, que era inagotable. Procuraba leer la prensa, ver telediarios y escuchar conversaciones en el


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metro, porque a la Infanta le interesaban todos los temas. A su vez, ella me contó secretos del Palacio, al tiempo que me pidió que no los divulgara, y dada la autoridad con la que se expresaba no he dudado en cumplir. El Museo cambió de director y el nuevo redujo la plantilla drásticamente, por lo que mi contrato no se renovó. Pude despedirme de Doña Margarita, a la que me costó explicar el reajuste presupuestario del Museo, y al final conseguí que me dejara marchar no sin antes prometerle que volvería a visitarla tanto como mis circunstancias lo permitieran.


Victoria Pelayo • 75

Cuando lo hago, con mucha menos frecuencia de la que me gustaría y en el horario que el Museo abre sus puertas a los visitantes, no podemos hablar ni ella puede bajar del cuadro, pero le hago un pequeño gesto con la mano, al que ella responde mirándome fijamente.



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2. Matarratos Santiago Tobar.

3. Es hora de soñar Pedro Vera.

4. Capital de Mongolia: Ulán Bator César Rina.

5. Treinta y tres Vicente Rodríguez.

6. Comidas para llevar Víctor Manuel Jiménez.

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9. El roce Victoria Pelayo.

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Los pensamientos más idiotas se producen durante el transcurso de los acontecimientos más relevantes en la vida de una persona o quizá es al revés, en medio de un hecho trascendental en la vida de alguien, ese alguien se pone a pensar en la mayor estupidez. (...)

Relato

Roce. Rozamiento. Acción de rozar(se). Rozamiento. Señal que queda en una cosa por efecto del roce con otra. (popular) Trato de unas personas con otras: "Con el Roce roce se tomaElcariño". Roce. 1. Acción de rozar o rozarse. 2. Señal que queda en alguna cosa de haber sufrido la acción o contacto de otra. 3. Fig. y fam. Trato frecuente con algunas personas. 4. Fig. y fam. Enfado, desacuerdo o tensión en las relaciones entre personas. Colección MePirra

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Victoria Pelayo Rapado (Zamora 1960), vive en Cáceres desde hace 21 años. En una primera etapa centrada en la novela, y con la obra Una amistad corriente, gana el premio de novela corta “Ciudad de La Laguna”, de Tenerife en el año 1986. Con su segunda novela, Los días mágicos, consigue ser seleccionada entre los finalistas en el certamen de novela corta “Casino de Mieres”, en el año 1989, novela autoeditada por la propia autora años más tarde. Después de un paréntesis de veinte años sin escribir, retoma la escritura, esta vez centrándose en relatos y cuentos. Varios relatos, fruto de talleres literarios con la Universidad Popular (Cáceres), que vieron la luz en Antologías publicadas por la Editora Regional de Extremadura, el último en 2010, con el relato La mancha. Publicaciones diversas, en EÑE revista para leer, 2010. En la revista Triada Ultramarina Literaria, 2011 y en la revista Ariadna, 2012. Participa en varias antologías de relatos, Un rato para un relato, 2010, y Yo no leo, 2011; ambas publicadas por la editorial cacereña Rumorvisual.

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