Mala Racha

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forma de no quedarse a esperar que alguien más hiciera el trabajo. El resultado fue estimulante. Después de algunos meses, sujetos iracundos le escribían al correo electrónico con la petición explícita de que no les siguiera jodiendo la existencia. El otro tanto decía exactamente lo mismo pero sin insultos. Insistió. Renovó su base de datos. Con el tiempo, las respuestas se fueron volviendo menos ásperas. Apareció el primero que consideró a las Pildoritas un momento de respiro en la oficina. Después llegó otro al que no le pareció tal o cual idea, pero que al final, con letra más pequeña, había escrito “Gracias”. Alguien más le llamó “escritor”. La mayoría de los mensajes iniciaba: “No sé cómo has obtenido mi correo…”. Ante el furor de los blogs, a Rodrigo no le pareció mala idea abrir uno con el material de sus artículos. Se trataba de conformar un espacio en la red donde cualquiera pudiera entrar, pero sobre todo donde una veintena diaria de despistados llegara tras realizar alguna búsqueda previsible –el futbol, sexo, chismes de espectáculos- y en lugar de eso encontrara un sitio adictivo, donde no faltaran el desparpajo, las burlas y las opiniones sobre temas incómodos. Fue un éxito. Las visitas se multiplicaron y el público pidió dosis más frecuentes. Con habilidad de dealer, Rodrigo Solís había puesto suficientes ingredientes en sus textos para que el auditorio experimentara un rápido síndrome de abstinencia. Los comentarios se multiplicaron y en los momentos más lúcidos se volvieron una conversación entre lectores, y en los más divertidos, una oportunidad para que la gente perdiera el control y se pusiera a insultar a diestra y siniestra. Aparecieron locos con amenazas –el ejército de admiradores de Michael Jackson, funcionarios campechanos ofendidos por la mala promoción hacia el estado, la líder nazi de un sindicato de edecanes, un poeta que fingió su muerte – que dotaron al blog de un extraño hálito de irrealidad. El sitio había creado, a la par de lectores, una tropa peculiar de personajes. El secreto de la Pildorita estuvo y ha estado en sus componentes activos: los Data Pop, las tragedias menores, la televisión, la autobiografía precoz, Dios, la publicidad, el ridículo, las batallas familiares, la provincia, el futbol, 6


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