Una de ellas es la comunidad de los yaguas (que en su lengua significa hombre rojo) que cuenta con 455 personas y 55 familias. Al llegar, algún indígena se le acercará y le ofrecerá pintarle la cara con achiote, una especia de color rojo. Quien acceda a hacerlo, quiere decir que acepta su cultura.
Dependiendo del diseño que le hagan, será el clan al que pertenezca. Este periodista, por ejemplo, hizo parte de los guacamayos. Luego de visitar una maloka (significa casa de todos) y apreciar sus bailes, llega la hora de ir selva adentro. Es clave tomar fuerzas, pues viene una caminata de una hora y 20 minutos en donde es posible conocer el uso que los indígenas les dan a los árboles. Eso sí, como dicen ellos: “Antes de meter la mano, pregunte”. Entre las diferentes especies está el palosangre, un árbol de contextura resistente y de color rojizo que se usa para hacer artesanías como delfines, platos, molinillos y cucharas. También está la ceiba, que al pegarle en su base emite un sonido fuerte como el de un tambor. Los indígenas lo tocan dos veces cuando han cazado un tapir y necesitan ayuda de sus compañeros y cuatro veces si están perdidos en la espesa selva.