CARACALABAZA

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Mientras el pueblo ya venía por ellos, Doña Culeca y el pequeño no se habían percatado de que algo siniestro venía sobre ellos. Se encontraban sentados en la silla como siempre lo hacían. Los cuervos empezaron a volar y el viento movía las copas de los árboles con mucha intensidad. Entonces se dieron cuenta que algo pasaba. Doña Culeca nunca había recibido visitas en su casa, la consideraban maldita, la única razón de que llegaran a su casa era porque iban por el pequeño. ―Escucha mi pequeño Caracalabaza, vamos a jugar un pequeño juego ― dijo la anciana, de manera calmada. El asintió con la cabeza, como siempre lo hacía y se mostraba muy feliz, pues siempre le gustó mucho jugar con ella. ―Vamos a jugar a las escondidas, pero lo haremos más difícil, no solo tendrás que esconderte, sino que también no tendrás que dejar que nadie te atrape. Caracalabaza se mostraba muy confundido puesto que ella había dicho nadie y nunca había nadie más, sin embargo no le dio tanta importancia y volvió a asentir con la cabeza. Doña Culeca abrazó al pequeño Caracalabaza, tan fuerte como pudo y le susurró unas palabras. ―No estás solo, mi pequeño Caracalabaza, siempre estaré contigo― dijo la anciana, su querida madre, mientras sobaba su pequeño corazón.―Muy bien, comencemos el juego, ve a esconderte en el bosque, lo más lejos que puedas y ya conoces las reglas, que no te encuentren y no te atrapen. Caracalabaza aún seguía confundido del porque estaba ha-

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