CARACALABAZA

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Cara calabaza by

Rodrigo Moreno

SALEM EDITORIAL






Ilustración, diseño y diagramación por Rodrigo Moreno 2019.


A mi padre Miguel Moreno Quien sigue siendo mi guĂ­a



La LLegada

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Hace mucho tiempo, en el año 1580, en un pueblo perdido y alejado de toda civilización, la señora Oran está a punto de dar a luz a su primer hijo. ― Puja querida, ya casi, no falta mucho― Repetía con mucho vigor el señor Oran, mientras sostenía a su mujer. En el establo sólo se encontraba la pareja y Doña Culeca quien, si bien no era médico ni similar, era lo más cercano a uno en todo el pueblo, ella ayudaba al ganado a dar a luz. ―Ya puedo ver al niño― decía Doña Culeca, con una voz temblorosa, y como no, ya lleva sus años encima. ― ¿Que sucede?― Dijo el señor Oran, afligido al ver el rostro pálido de Doña Culeca. ―El niño viene al revés, sus extremidades están fuera pero su cabeza no logra salir, es demasiado grande. ― Por... por favor, saque a mi hijo, no importa lo que me pase a mí― dijo la señora Oran, con sus últimas fuerzas. ― ¡No! No te perderé― dijo el señor Oran, mientras abrazaba con todas sus fuerzas a su amada. Doña culeca hacia todo lo que podía para salvar a ambos, pero ni los conocimientos, ni la experiencia era algo que jugaba a su favor. ―Buaa! Buaa! ―Lo he sacado ― dijo Doña Culeca, muerta de cansancio. ― ¿Pero qué es eso? ― Grito el señor Oran, mientras veía lo que había salido del interior de su mujer. ― Es tu hijo ― respondió la señora Oran, mientras sostenía a su bebé ― ten, es nuestro hijo ― las manos de la señora

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Oran no pudieron más y dejo caer al bebé. Doña Culeca recogió rápidamente al bebé e intentaba consolarlo para que dejara de llorar. ― ¿Por qué lo ha dejado ca… ― la pregunta de Doña Culeca fue rápidamente contestada, al ver los ojos llorosos y sin vida de la señora Oran. Doña Culeca no hizo más que abrazar al niño y el Señor Oran solo se había quedado parado, mientras las lágrimas brotaban sin parar de sus ojos, cayó de rodillas y se acercó al cuerpo de su esposa y la abrazo desesperadamente. Doña Culeca se acercó a él, con el niño en brazos, para que este lo tomara. ―Aleja esa cosa de mí― dijo el señor Oran, molesto mientras apartaba al niño de él. ―Pero es su hijo señor. ― Esa cosa no es mi hijo, ¿Que no lo ve? , ¡Tiene cabeza de calabaza! ― dijo mientras miraba al niño, aterrorizado― no tiene rostro, ni siquiera es humano. ―Sólo es diferente, igual que yo ― respondió Doña Culeca, haciendo referencia a su pierna corta, a la que se debía su apodo. ― Ya le dije que no es mi hijo, es un monstruo y el culpable de la muerte de Miriam ― dijo el señor Oran, mientras salía del establo con su esposa en brazos. Doña Culeca decidió quedarse con el niño, no lo iba a abandonar, su corazón era demasiado grande como para hacer semejante acto. ―Tú iras a casa conmigo, pequeño Caracalabaza― le dijo

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con cariño Doña Culeca ― No te preocupes, todo estará bien, shh shh, calma yo estoy aquí. Doña Culeca decidió pasar la noche en el establo, debido a que llovía muy fuerte esa noche, no quería arriesgar la salud del bebé. Abrazó muy fuerte al recién nacido, se acomodó en la paja que había en el lugar y se quedaron dormidos. Al día siguiente, Doña Culeca llevó al niño a su cabaña, donde lo criaría como su hijo, el bebé nació con una malformación bastante extraña, con una cabeza de calabaza, la que no tenía ojos, boca ni nariz, no poseía rostro, sin embargo podía generar una especie de sonidos que provenían de su interior. Muchas preguntas inundaron la mente de Doña Culeca, como, que nunca pondría comunicarse con ella, que lo único que vería en su vida sería la oscuridad o que nunca oiría el trinar de los pájaros al amanecer. Todos estos miedos aterrorizaban a Doña Culeca, mientras se sentaba en una vieja silla, con el niño en brazos; en eso, su rostro se tornó pálido, como si hubiera visto un fantasma al pensar. ― ¿Cómo podrá sobrevivir, si no tiene boca para comer?― se dijo a si misma, totalmente aterrada de que el niño muriera de hambre. Doña Culeca ya estaba muy señora, por lo que no pudo más, un sueño profundo se apoderó de ella, eran demasiadas emociones por un día, a pesar de que estaba temprano, se sintió muy cansada y sin darse cuenta, quedo profundamente dormida, aún no había logrado recuperar las fuerzas por tanto esfuerzo durante el parto. Cuando despertó, se percató de que el bebé ya no estaba en sus brazos y pensó que todo había sido un mal sueño, así que comenzó su día tomándose un té de hierbas de roble, según ella, este té la haría vivir eternamente, pero claro, solo era una superstición más en un pueblo que vivía de ellas.

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Mientras tomaba su té, escuchó un ruido que provenía de la parte trasera de su casa, tomó un palo y se acercó lentamente, creyendo que se trataba de un animal que estaba tomando sus reservas. Para su sorpresa, cuando logró llegar, sus manos soltaron de inmediato el palo, pues lo que ya hacia frente a ella, era el pequeño niño con cabeza de calabaza. ― Creí que todo había sido un sueño― dijo Doña Culeca, asombrada. Al no ver al bebé en sus brazos, al despertar, pensó que todo había sido un sueño, pues un recién nacido no puede gatear y mucho menos caminar. El bebé se encontraba acostado en el césped, panza arriba, recibiendo los rayos del sol, como si de una verdadera calabaza se tratara, además de eso, el niño estaba más grande. Doña Culeca se acercó para tomar al niño, que ya estaba más pesado y al sentir su cálida piel, todas sus dudas de la noche pasada habían desaparecido, sabia, aunque no lo comprendiera del todo, que el niño estaría bien. Con el tiempo ella aprendió a saber lo que el niño necesitaba, era como cuidar una planta, los sacaba a recibir el sol por las mañanas y cuando lo requería, también lo regaba, crecía mucho más rápido que un ser humano normal pero más lento que una calabaza. También podía ver, aunque Doña culeca no se explicaba cómo podía hacerlo si no poseía ojos, al inicio creyó que se guiaba por el sonido pero no era así, puesto que siempre la encontraba aun cuando ella se escondiera, también podía escuchar, siempre bailaba cuando ella le cantaba, pero no podía hablar, solo emitía una especie de sonidos que no llegaban a ser ni una palabra.

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Una tarde, Doña Culeca se sentó en su vieja silla, con el niño en brazos, le contaba una historia mientras observaban el crepúsculo. ―Te contaré una historia mi pequeño Caracalabaza― dijo doña Culeca, mientras posaba su mano en la pequeña calabaza. ―Hace mucho tiempo, en este mismo pueblo, nació una niña diferente a todos los demás, había nacido con una particularidad que la hacia diferente a los demás, siendo más específica, sin algo que todos los demás tienen, esta niña había nacido sin una parte de su pierna, los padres se asustaron mucho y pensaron que una maldición había caído sobre ellos, la madre no podía ni verla, el simple hecho de tenerla cerca le causaba pavor, tanto así que a los pocos días abandonó el pueblo. El padre, también estaba asustado, pero su corazón no le permitía abandonar a su hija, la niña creció y su padre le fabricó una pierna de madera. El pequeño Caracalabaza escuchaba atentamente, mientras observaba la pierna de madera de Doña Culeca. ―El pueblo nunca la aceptó, le temen a todo lo que es diferente a ellos, siempre le arrojaban cosas, la insultaban, incluso hicieron que ella y su padre construyeran su hogar fuera del pueblo. Su padre era granjero, a pesar de todo le tenía mucho aprecio al pueblo y siempre los ayudaba con los partos del ganado, al ver eso su hija, decidió aprender de él y ayudarle. Al morir su padre, ella era la única que sabía cómo atender los partos y al no haber nadie más, los del pueblo aceptaron que les ayudara con los partos y se encargara de uno que otro parto humano, aunque nunca la reconocieron como una de ellos y nunca la llamaron por su nombre. Doña Culeca terminó de contar la historia y abrazó, lo más fuerte que pudo, al niño.

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― Sé que aún estas muy joven para entenderlo, pero la gente de este pueblo, incluyéndome, se deja engañar por muchas supersticiones y sé que ellos nunca te aceptaran, no tienes que sufrir lo mismo que sufrí yo― dijo Doña Culeca preocupada ―. Nunca bajes al pueblo, esas personas nunca entenderán lo hermoso que eres. Caracalabaza asintó con la cabeza, mientras observa lo preocupada que estaba Doña Culeca.

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PRIMER CONTACTO

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Luego de eso, los días transcurrieron con mucha normalidad y el niño creció considerablemente rápido, tanto que ya parecía tener la edad de un niño de dieciséis años, cuando solamente había pasado dos años desde su nacimiento. Caracalabaza había entrado en una etapa de curiosidad y a pesar de las advertencias y consejos que Doña Culeca le había hecho hacia un año, él tenía muchas ganas de conocer el pueblo y sus habitantes. Así que se propuso hacer contacto con ellos, aprovecharía que Doña Culeca bajaba al pueblo una vez a la semana y se escabulliría sin que ella lo notara. ―Ya es hora de irme ― dijo la anciana, mientras tomaba sus cosas―. Regresaré pronto, no olvides tomar el sol y regarte cuando lo necesites ― dijo con una sonrisa. Ella agarró sus cosas y se marchó. ―Regresaré al crepúsculo― dijo mientras se despedía con la mano. Caracalabaza espero unos momentos y cuando pensó que era apropiado, se fue detrás de ella, no conocía el camino, únicamente se guiaba por las pisadas de Doña Culeca. El viento ese día estaba muy fuerte y las pisadas comenzaban a borrarse, el miedo de perderse inundaba a Caracalabaza pero, en ese momento su curiosidad no lo dejó volver a casa. El viento borró las pisadas, él no sabía qué hacer, se había perdido, intentó volver a casa pero tampoco reconocía el camino de regreso. ― ¡No puedes atraparme!― dijo una niña, mientras jugaba con su perro. Al oír esto, Caracalabaza se escondió entre los arbustos,

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desde ahí observaba a la niña que jugaba con su pequeño perro, él no sabía muy bien que es lo que estaba viendo, ya que en su vida nunca había visto otro ser humano que no fuera la anciana. La miraba con gran admiración, quería conocerla, así que empezó a acercarse. ― ¿Quién anda ahí?― pregunto la niña, al escuchar que algo se movía entre los arbustos. Nadie le contesto, pues claro, Caracalabaza no podía hablar, la niña se empezaba asustar al escuchar que cada vez se acercaba más a ella, el perro empezó a ladrar. Una forma humanoide se logró distinguir de entre los arbustos pero no se lograba ver bien. Caracalabaza salió de los arbustos y saludó a la niña con una mano que temblaba de los nervios. La niña salió corriendo despavorida después de haberlo visto, creyó que de algún monstruo se trataba. Él solo la observó alejándose, la mirada de pavor con la que la niña lo miró, marcó la frágil alma del niño. Pero no se rindió y continuó su búsqueda, pensó que si seguía a la niña, encontraría el pueblo, y así fue. El niño ya hacia frente a Greysbills, el pueblo que lo vio nacer. Desde lo lejos observaba a su gente, todos eran muy pálidos como Doña Culeca y nadie era igual a él. Nadie se percató de que él estaba observándolos, la razón de esto era que se encontraba en un pequeño maizal y a lo lejos se confundía con un espantapájaros, él aprovechó esto y bajó un espantapájaros y tomo su lugar, esto para poder observarlos sin que se asustaran, como había pasado con aquella niña.

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De la nada, un granjero empezó a revisar el maizal, Caracalabaza lo observaba, por alguna razón ese señor se le hacía familiar, el hombre continuo con sus quehaceres, sin percatarse que el niño lo estaba observando. ―Siempre he odiado estos espantapájaros ― se dijo así mismo el granjero, mientras se tomaba un descanso ― Siempre me recuerdan la horrible tragedia de hace dos años. El hombre parecía estar ebrio, sus mejillas estaban rojas, tenía ojos llorosos y le estaba hablando a los espantapájaros. Cara calabaza escuchaba con mucha atención lo que el hombre estaba diciendo, le daba mucha curiosidad la razón del odio de aquel hombre. ―No es que odie a los espantapájaros, no claro que no, odio las calabazas que les ponen como cabeza ― dijo el hombre ―. Me hace recordar mi maldición, una bruja me maldijo y convirtió a mi hijo en una maldita calabaza y luego mato a mi mujer – Dijo el hombre con gran resentimiento. Al oír esto, Caracalabaza no lo podía creer, él era el niño del que el hombre estaba hablando y el hombre frente a él, era su padre. A pesar de entender esto, no sintió felicidad al conocer a su padre sino más bien terror de ver el odio que ese hombre le tenía a las calabazas. El hombre tomó uno de los espantapájaros, le quito la cabeza de calabaza y la hizo trizas con sus pies. ―Eso te mereces por haberme quitado a mi mujer- dijo el hombre entre lágrimas. Caracalabaza no pudo sentir más que pánico al ver tan grotesca escena, en su mente solo pensaba que ese espantapájaros pudo haber sido él y que si el hombre supiera que estaba ahí, no sabía que sería capaz de hacerle.

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Solo quería salir corriendo de ese lugar, su curiosidad lo había llevado hasta este punto y ahora estaba en peligro. El hombre aún no se había desahogado y estaba a punto de hacerle lo mismo a otro espantapájaros, que para mala suerte, el siguiente era el pequeño Caracalabaza. Cuando el hombre lo tomó por los hombros, el pequeño no pudo más y empezó a moverse para tratar de liberarse de él. Al ver que el espantapájaros se movía, el hombre se asustó, tropezó con un tronco y se golpeó la cabeza con una piedra. El hombre se desmayó y el pequeño aprovechó para salir huyendo de ese lugar, corrió hacia el bosque y se escondió entre los árboles, su corazón no podía más con lo que había pasado, tal vez pareciera un niño de dieciséis años pero su corazón era el de uno de dos, estaba completamente asustado y como no sabía cómo volver a casa, solo se acurrucó y empezó a llorar, mientras escuchaba que a lo lejos una fuerte lluvia se acercaba. Doña Culeca había acabado de hacer su trabajo y se dirigía a casa, cuando a los lejos tirado en el pequeño maizal estaba el señor Oran, ella se acercó lo más rápido que puedo para ver si se encontraba bien. ― Qué bueno, solo esta inconsciente ― dijo Doña Culeca, mientras lo revisaba― Pero que pudo haberle pasado- se preguntó mientras miraba a su al rededor. ― Seguramente se cayó el mismo por andar tan tomado. ― ¿Que fue eso? ― dijo el señor Oran, mientras se sobaba la cabeza ― y usted que hace aquí, no es alguien a quien me dé gusto ver, un momento, ese espantapájaros era el bastardo con cara de calabaza verdad, no hay duda, los espantapájaros no se mueven y el verla aquí me lo termina de confirmar. Creí que había muerto.

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― ¿Pero de que está hablando? ―dijo la anciana preocupada por el pequeño. ― No se haga, si aún está vivo, solo Usted pudo haber sido la única loca que se quedaría con él ― dijo el hombre con mucha rabia. ― Si, me lo quedé, mi corazón no me permitió abandonar a la pobre criatura. solo por ser diferente, pero eso no es importante, solo dígame que le hizo ― dijo la anciana asustada. ― No tengo porque explicarle nada, ese adefesio no debería estar vivo y esto no se quedara así ― dijo el señor Oran, mientras se adentraba en el pueblo. Doña Culeca salió corriendo a buscar a su amado hijo, pensando en que podía haberle pasado lo peor, buscó por todos lados pero su pequeño no aparecía y ni siquiera podía preguntarle a los habitantes si lo habían visto, ya que suficiente con que el señor Oran supiera que estaba vivo. Al no encontrarlo cerca del pueblo, pensó que tal vez había regresado a casa, así que se dirigió al bosque. ― Mi pequeño ¿dónde estás? – gritaba la anciana, mientras caminaba entre los árboles. Estaba muy cansada pero no tenía tiempo para descansar, no pensaba en nada más que su pequeño estuviera a salvo. Cuando ya sus esperanzas se habían agotado, a lo lejos logró escuchar que algo se movía entre los arbustos, decidió acercarse lentamente y logró escuchar que alguien lloraba. Al asomarse, su corazón se rompió al ver que su pequeño Caracalabaza lloraba sin consuelo. ― Pero que te han hecho ― dijo la anciana, mientras abrazaba con mucha ternura a su hijo.

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Caracalabaza intentaba explicarle, muy asustado, lo que había pasado pero, era por demás, ella no le entendía nada. Al ver esto, el pequeño no hizo nada más que acurrucarse junto a ella, era muy frustrante el no poder hablar. _ Todo estará bien, mi pequeño Caracalabaza- dijo la anciana, mientras trataba de consolarlo. Estuvieron ahí un momento, mientras trataban de calmarse, entonces empezó a llover levemente y no tuvieron de otra más que seguir avanzando hasta llegar a su hogar y poder resguardarse, antes de que los alcanzara la tormenta. Cuando por fin llegaron a casa, el pequeño se empezó a sentir muy mal, la cabeza le pesaba mucho, Doña Culeca lo recostó en la cama, creyendo que sólo estaba cansado, pero al tocar su cabeza, supo que no era así, estaba helada y húmeda. Su cuerpo había absorbido demasiada agua y tenía que expulsarla de alguna manera. ― No sé cómo sacarte el exceso de agua ― dijo la anciana mientras trataba de quitarle el agua con un paño. La tormenta no cesaba y aun si no estuviera lloviendo, ella sabía que nadie la ayudaría. Su pequeño la necesitaba pero sus años ya no le permitieron seguir consiente, estaba cansada y no podía con tantas emociones, nos sabía qué hacer. Solo se recostó a la par de su niño y confió en que todo estaría bien. ― Mañana será un nuevo día, saldrá el sol y veras que todo estará bien, solo fue un mal sueño ―. Dijo la anciana mientras abrazaba a su pequeño. Caracalabaza asintió con la cabeza y los dos se fueron que-

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dando dormidos poco a poco, estaban cansados, era un día que querían olvidar. A la mañana siguiente, la tormenta ya había pasado y los primeros rayos de sol cayeron, Doña Culeca escuchó a los gallos cantar y despertó de inmediato, revisó a su hijo y vio que todo estaba bien, aún estaba respirando y su cabeza ya no estaba helada. La cama estaba totalmente empapada, de alguna manera el cuerpo del pequeño había logrado expulsar el agua. ― Despierta pequeñín, es hora de desayunar ― dijo la anciana con una vos tierna, mientras movía al pequeño. Caracalabaza despertó y se sintió feliz de que era un nuevo día, nunca más volvería a bajar al pueblo, sabía que no había nada para él, en aquel oscuro lugar. ―Sé que ya lo entendiste pero promete que nunca volverás a bajar al pueblo por ningún motivo― dijo la anciana en un tono serio. El pequeño asintió con la cabeza y eso era más que suficiente para ella, sabía que no lo volvería hacer. Doña Culeca se preparó su té de hierbas de roble para desayunar y el chico salió a comer unos nutritivos rayos de sol, todo indicaba que estaría bien. Más tarde, en el pueblo, el rumor de que existía un niño con cabeza de calabaza estaba en boca de todos, la niña que se había asustado al verlo, le había contado a su papá, el señor Gris, lo que había sucedido, él era el jefe del pueblo, y sabía exactamente con quien hablar al respecto, ya que nada pasaba en el pueblo sin que él se enterara. Entonces se dirigió a la casa del señor Oran, para hablar con él, ya que además de los presentes en aquella noche, él era el único que sabía del nacimiento de Caracalabaza.

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― ¿Estás ahí Gregory?―dijo el señor Gris mientras tocaba la puerta repetidas veces. ―Ya te dije que no me llames así, soy el señor Oran para ti ― Respondió mientras abría la puerta. El señor Oran dejó pasar al señor Gris, su casa estaba muy descuidada, había polvo y ratas por todos lados. ―No te caería mal limpiar de vez en cuando. ―Creo que eso no es algo que te importa, dime de una vez que es lo quieres. ―Siempre al grano eh, siempre has sido así, estoy aquí porque mi hija fue asustada por un demonio con cabeza de calabaza y muchos del pueblo dicen a ver visto un espantapájaros moverse en los maizales. ―Así que ya lo sabes― respondió el señor Oran, con un tono despreocupado. ― ¿Sabías que estaba vivo?― dijo el señor Gris, mientras sujetaba al señor Oran de la camisa. ―No, no lo sabía, justo me entere ayer, cuando revisaba los maizales. ―Y ¿cómo es que está vivo?, dijiste que te habías encargado de él. ―Yo no dije eso, dije que me había encargado de enterrar a mi mujer y que el bebé no tardaría en morir, que era imposible que alguien así pudiera sobrevivir, cuando regresé no había nadie en el establo, la anciana debió llevárselo pero no entiendo como consiguió que no muriera. ―No podemos dejar que ande suelto en el pueblo, está maldito y si continúa aquí, todos nosotros lo estaremos y en

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cuanto a la anciana, ella siempre ha estado maldita, solo la dejamos vivir aquí porque es la única con conocimiento para atender partos, pero ya no más. ― ¿Qué quieres decir? ― dijo el señor Oran, haciéndose una idea de lo que él quería. ― Ya sabes a que me refiero, los traeremos a los dos y serán quemados en la hoguera, un niño maldito y una bruja. ― ¿Una bruja? ―Sí, la única forma de que pudiera mantener a esa cosa con vida es que fuera una bruja, además, la gente dice que esa cosa parecía un niño como de la edad de mi hija y si hacemos cuentas, solo debería tener dos años, no hay otra explicación. ―Supongo que es verdad, quien diría que la última bruja estaría oculta frente a nuestras narices. ―Sí, pero después de esto, al fin estaremos a salvo, sé que es tu hijo pero debemos hacerlo ― dijo el señor Gris, mientras le tomaba el hombro. ―Lo dije esa noche y lo diré otra vez, esa cosa no es mi hijo, no es humano. El señor Oran no podía ver como su hijo al pequeño Caracalabaza, lo culpaba por la muerte de su mujer y pensaba que estaba maldito por haber tenido un hijo así, De modo que al deshacerse de esos dos, estaba convencido que su maldición por fin terminaría. Así que junto al señor Gris, convocaron al pueblo, encendieron antorchas y fueron tras el pequeño Caracalabaza, quien ya hacia jugando a las escondidas con su querida mamá.

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LA HOGUERA

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Mientras el pueblo ya venía por ellos, Doña Culeca y el pequeño no se habían percatado de que algo siniestro venía sobre ellos. Se encontraban sentados en la silla como siempre lo hacían. Los cuervos empezaron a volar y el viento movía las copas de los árboles con mucha intensidad. Entonces se dieron cuenta que algo pasaba. Doña Culeca nunca había recibido visitas en su casa, la consideraban maldita, la única razón de que llegaran a su casa era porque iban por el pequeño. ―Escucha mi pequeño Caracalabaza, vamos a jugar un pequeño juego ― dijo la anciana, de manera calmada. El asintió con la cabeza, como siempre lo hacía y se mostraba muy feliz, pues siempre le gustó mucho jugar con ella. ―Vamos a jugar a las escondidas, pero lo haremos más difícil, no solo tendrás que esconderte, sino que también no tendrás que dejar que nadie te atrape. Caracalabaza se mostraba muy confundido puesto que ella había dicho nadie y nunca había nadie más, sin embargo no le dio tanta importancia y volvió a asentir con la cabeza. Doña Culeca abrazó al pequeño Caracalabaza, tan fuerte como pudo y le susurró unas palabras. ―No estás solo, mi pequeño Caracalabaza, siempre estaré contigo― dijo la anciana, su querida madre, mientras sobaba su pequeño corazón.―Muy bien, comencemos el juego, ve a esconderte en el bosque, lo más lejos que puedas y ya conoces las reglas, que no te encuentren y no te atrapen. Caracalabaza aún seguía confundido del porque estaba ha-

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blando en plural, pero nuevamente no le dio importancia y salió corriendo a esconderse en el bosque. Pero su pregunta fue rápidamente aclarada, cuando vio que la gente del pueblo se estaba acercando rápidamente y venían con antorchas encendidas, liderados por el señor Oran Caracalabaza estaba muy asustado, no sabía que estaba pasando, porque esas personas estaban rodeando su hogar, quería volver y estar con su mamá para que lo protegiera, pero el miedo no lo dejó moverse y solo se escondió, mientras observaba lo que sucedida. ― ¿A que habéis venido a mi casa?― dijo Doña Culeca, dirigiéndose al señor Oran. ― Venimos por la calabaza. ― Aquí no hay ninguna calabaza. ― Sé que está aquí, no intentes ocultarlo, sé que te has hecho cargo de él. ― El niño no está aquí, puedes revisar si quieres, así que déjame descansar en paz. ―No será necesario, también venimos por ti, se te acusa de practicar brujería y maldecir al pueblo criando un niño maldito ― dijo el señor Oran, mientras se acercaba a la anciana. ― Aléjate de mí… ― dijo doña Culeca mientras le tapaban la boca. Los graysbilianos ataron de pies a cabeza a Doña Culeca, en su vieja silla, le taparon la boca con un lazo, todo esto para que no pudiera tirar ningún hechizo o los pudiera maldecir. Introdujeron a la anciana dentro de la casa y el señor

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Oran le prendió fuego con la antorcha, luego de eso, todos empezaron a tirar su antorchas a la casa. En eso, un sonido muy parecido a un quejido de dolor se escuchó de entre los árboles, era el pequeño Caracalabaza, quien gritaba de dolor al ver lo que le hacían a su mamá. ―Ahí está―gritó un hombre de la multitud. ―No lo dejen escapar ― dijo el señor Oran Todos los greysblianos fueron tras el pequeño Caracalabaza, en eso, un viento soplo sobre su rostro y le dijo: ―Corre. Era una vos muy familiar, lo hizo reaccionar y el pequeño salió corriendo, sabía que si no corría le harían lo mismo que a su mamá. Empezaba a anochecer y el pequeño no lograba distinguir más que sombras, los gresbilianos cada vez se acercaban más al pequeño, pero él había jugado en ese lado del bosque toda su vida y no había nadie que lo conociera mejor que él, así que se propuso perderlos. Algunos hombres empezaron a caer en los hoyos que los animales habían hecho, otros tropezaban con la raíces de los árboles, pero no era suficiente, aun venían muchos hombres detrás de él. Al final del bosque se encontraba un pequeño acantilado y el pequeño no pudo avanzar más, los hombres lo alcanzaron y comenzaron a rodearlo. ―Atrápenlo―dijo el señor Oran. Dos hombres con antorchas se acercaron a él, pero antes de que pudieran atraparlo, el viento volvió a soplar y nueva-

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mente le susurro algo. ― ¡Salta!― dijo la vos que provenía del viento. El pequeño no tuvo más opción y saltó antes de que los hombre pudieran atraparlo, abajo del acantilado se encontraba un pequeño rio que amortiguó su caída, por decirlo de alguna manera, ya que el impacto fue tal, que al entrar en contacto con el agua se desmayó, la corriente se llevaba al pequeño colina abajo, y desde lo alto un señor Oran furioso lo observaba. Sabía que el pequeño no había muerto, que solo se había desmayado. ― ¡Te encontrare niño maldito y cuando lo haga, pagaras por tus pecados! ― grito el señor Oran, con mucha ira. La corriente arrastraba al pequeño lejos del caos, pero aún no se encontraba a salvo. El señor Oran, que había crecido en Greysbills, sabía perfectamente donde desembocaba ese rio, así que se dirigieron hacia esa dirección, no sin antes cerciorarse de que ya no quedaban ni rastros de la anciana. Cuando llegaron a la casa de la difunta Doña Culeca, no encontraron más que trozos de carbón, todo había sido consumido por las llamas a excepción de la viaja silla de roble donde la anciana se sentaba a ver el crepúsculo. ―Tenías razón, si era una bruja ― dio el señor Oran, dirigiéndose al señor Gris, quien se encontraba entre la multitud ― La silla no se ha quemado y de ella no han quedado ni rastros. ―Sabía que era una bruja, pero ya no nos tendremos que preocupar por ella nunca más. ―Qué hacemos con la silla― dijo una mujer de la multitud.

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―Nada ― respondió el señor Gris ― Una silla no nos hará nada, seguramente la encantó para que no se quemara, lo importante ahora es encontrar al niño o nunca estaremos a salvo. Guíanos Gregory. ―Síganme, respondió el señor Oran, mientras se dirigían a donde el pequeño Caracalabaza estaba a punto de llegar.

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UN AMIGO

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A la mañana siguiente, el pequeño Caracalabaza se encontraba a la orilla del rio, estaba inconsciente. ―DESPIERTA ― le dijo una vos. El pequeño se levantó de un brinco, muy asustado y rapidamente volvió a caer, le dolían las piernas y los brazos, tenía moretes por todos lados, provocados por la caída y las piedras que lo golpearon cuando el rio lo rastraba. Se sentó a la orilla del rio, sin saber qué hacer, lloraba y quería que su mamá estuviera con él, nunca se había sentido tan solo como en ese momento, lloraba amargamente al recordar que ya nunca más volverían los momentos que pasaba con Doña Culeca, al atardecer. ―Porque lloras pequeño animalito ― dijo un anciano que se encontraba cerca ―. Seguro te has de haber lastimado una patita, a ver déjame revisarte, yo te ayudare pero no me vayas a morder. Cuando el anciano se acercó al pequeño y tocó su pierna, supo que no se trataba de ningún animal. ―Oh, disculpe señor, pensaba que se trataba de algún animal por la forma en que lloraba ― dijo el anciano apenado ―. Pero porque lloraba de esa manera, ¿Se encuentra usted bien? El hombre le ofreció la mano para que pudiera levantarse y Caracalabaza aceptó su ayuda, era muy extraño para él, nunca había tocado otra mano que no fuera la de Doña Culeca. ― ¿Por qué no dice nada? ― repetía el señor con mucha insistencia. Aunque el pequeño quisiera no podía hacerlo, solo podía contestar a sus preguntas asintiendo o negando con la cabeza pero,por alguna razón, el anciano no le entendía, era

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como si no pudiera verlo, además de que no parecía estar asustado en lo más mínimo, el pequeño esperaba que saliera corriendo como la niña de la otra vez. ― ¿Sera que no puedes hablar? Asintió con la cabeza, pero nuevamente no le hizo caso. ― Ya sé ― dijo el anciano entusiasmado ―. Si no puedes hablar has una especie de sonido para que entienda. El pequeño emitió un sonido y el anciano entendió que no podía hablar. ―Oh ya veo, bueno tampoco es que sea tan malo. ― dijo el anciano con mucha alegría―. Yo no puedo ver y no me ha dado ningún problema. Caracalabaza entendió la razón del porque el anciano no había salido corriendo. ―Si estas herido, puedes venir conmigo, mi hogar no está muy lejos de aquí, ahí podré atender tus heridas, no sé mucho pero siempre he curado mis heridas yo mismo, solo guíame en donde está tu herida porque como ya mencioné, no puedo ver ― dijo el anciano entre risas. ―Vamos, sígueme te mostrare donde es ― dijo el anciano, mientras tomaba la mano del pequeño ― por cierto mi nombre es Roble. Los dos se introdujeron al bosque, el anciano era muy platicador, no le importaba que Caracalabaza no le contestara, el solo quería que alguien lo escuchara. Al pequeño le agradó el anciano y como no podía contestarle, decidió aplaudirle después de que él le dijera algo, esto para que el supiera que lo estaba escuchando.

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Después de unos minutos caminando, por fin llegaron al hogar del anciano, era una cabaña bastante antigua, parecía que nadie había vivido ahí en mucho tiempo. ―Puedes pasar, sin pena, este es mi hogar, tal vez este un poco sucio y desordenado pero me gusta mucho, ven siéntate aquí, curare tus heridas. El anciano sacó una vieja caja de metal y en su interior se encontraban muchas hierbas, que según él, eran medicinales, puso un par de ellas a hervir y las mezcló con una especie de pasta con mal olor. ―Listo, mi fórmula secreta ya está, con esto te sentirás mejor― dijo el anciano con mucho entusiasmo―. Solo guía mi mano para saber dónde están tus heridas. El niño comenzó a guiarlo y en el instante en que el anciano pasaba la mezcla sobre sus moretes, estos desaparecían. El chico no podía creerlo, era como si de una poción mágica se tratara. ―Listo, con eso estarás bien ― dijo el anciano satisfecho ―. Ahora tomemos un rico te de hiervas de roble para recuperar fuerzas. El pequeño Caracalabaza empezó a llorar, al tener la taza con el té de hierbas, pues esta era la bebida favorita de Doña Culeca y conocer al anciano hizo que por un momento olvidara ese horrible momento, pero el té de hierbas lo volvió a la realidad. ― Lo siento, te hice recordar algo muy triste verdad― Dijo el anciano, mientras se acercaba al pequeño niño que no tenía consuelo. Roble abrazó al niño y al hacerlo, sintió lo diferente que era su cabeza, pero no le importó y siguió consolándolo.

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― No te preocupes todo estará bien, pero si es tu condición lo que te preocupa ― dijo el anciano, refiriéndose a su cabeza ―. Yo puedo ayudarte, no literalmente pero conozco a alguien que puede. Ni siquiera eso animó al pequeño, quien sentía que ya no tenía nada más porque vivir. El anciano comprendió el dolor del pequeño y le preparó un cuarto para que descansara. ―Ven, ya no llores, puedes descansar en mi cama, ya la he preparado para ti ― dijo el anciano, mientras guiaba al niño para que pudiera descansar. Caracalabaza estaba muy cansado y solo fue cuestión de tiempo para que se quedara dormido, el anciano le quitó los zapatos y cerró la puerta para que pudiera descansar. ―Yo te ayudaré, ya verás ― dijo Roble, mientras salía de la casa. Cerca del lugar, donde desembocaba el rio, los greysbilianos estaban llegando al lugar para encargarse del niño. ―No lo veo por ningún lado, Gregory. ―Debe estar cerca, no pudo solo desaparecer, según mis cálculos debería estar aquí ― dijo el señor Oran. ― Seguramente no está lejos de aquí, después de una caída como esa, estará muy herido – dijo el señor Gris, mientras observaba cuidadosamente a su alrededor. ― Rápido, divídanse y encuéntrelo ― dijo el señor Oran. Empezaron a buscar por todos lados, pero el cara de calabaza no aparecía por ninguna parte, al no encontrarlo a la orilla del rio, decidieron buscarlo a sus alrededores. ― ¿Quién anda ahí? ― dijo el señor Oran, al escuchar un sonido que provenía del bosque.

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― No se alarmen por favor, soy solo yo, un torpe anciano que anda buscando leña para su hogar ― dijo Roble, mientras les sonreía a los greysbilianos. ― ¿Quién eres tú?- preguntó el señor Gris, en un tono serio ―. Nunca te había visto por aquí y estoy seguro que no eres de los nuestros. ― Oh, estas en lo cierto, no soy uno de ustedes, ya que no soy del pueblo de greysbill, yo vivo en las afueras del pueblo, en una pequeña cabaña que se encuentra muy cerca de aquí. ― No sé si podemos confiar en él, Gris ― dijo el señor Oran en vos baja. ― No te preocupes, no creo que este anciano sea una amenaza. ― Si lo desean, yo podría ayudarles con lo que sea que están buscando, siempre fui bueno encontrando cosas o personas ― dijo el anciano con una sonrisa maliciosa. ― Entonces usted podría ayudarnos, estamos buscando un niño pero, un niño con cabeza de calabaza, sé que sonara raro pero es la verdad, una bruja maldijo nuestro pueblo y debemos encargarnos de él para poder estar a salvo, de lo contrario estaremos malditos por siempre ― dijo el señor Gris. ― Oh, ya veo ― respondió el anciano ― resulta que yo he visto a ese niño y no solo eso, se exactamente dónde está. El anciano les dijo la ubicación del pequeño Caracalabaza y luego se dirigió al bosque, donde lo perdieron de vista. Los greysbilianos se dirigieron al lugar que les había dicho. En la cabaña, el pequeño Caracalabaza despertaba de su largo sueño y sin saber que hacer, se sentó en la cama a pensar.

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A la par de la cama estaba una mesita con un té de hiervas de roble, era el mismo que el anciano le había preparado, así que decidió echárselo encima, pues esta era la única manera en la que el podía beber los líquidos. Cuando salió del cuarto se percató de que el anciano no se encontraba por ningún lado, por más que buscó no pudo encontrarlo, buscó por todos lados, incluso debajo de la cama pero el anciano no estaba. El pequeño encontró una carta que estaba en la mesa, él no sabía leer pero de igual manera decidió abrirla. ―Hola niño― dijo una vos que salió del pedazo de papel. No sabía lo que estaba pasando, ni como un pedazo de papel le estaba hablando, pero esa vos la reconocería donde fuera, era la vos del anciano Roble. ―Espero que ya te encuentres mejor y hayas tomado el té de hierbas para recuperar fuerzas ― continuó la vos de la carta. ―Sé que te estarás preguntando cómo es posible que mi vos salga de este pedazo de papel y me gustaría explicártelo pero creo que hay cosas más importantes ― dijo la vos del papel con un tono preocupante―. Sé que vienes de greysbills y que te están buscando, ellos creen que estas maldito, que una bruja te hechizo y maldijo el pueblo. No quieren hacerte nada bueno. Caracalabaza asintió con la cabeza, sabia mejor que nadie que le harían esos monstruos, si los llegaban a capturar. ―Regrese al lugar donde te encontré y ellos estaban ahí, les dije que te había visto y que sabía dónde estabas, ¡oh! no, no te preocupes, no les dije que estabas aquí, los engañé y les hice creer que habías regresado al pueblo.

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El Caracalabaza se sintió a salvo al oír esas palabras, por un momento creyó que el anciano lo había traicionado. ―La única razón por la que ellos piensan así de ti, es por tu condición ― refiriéndose nuevamente a su cabeza ―. Si no tuvieras esa cabeza de calabaza no tendrías por qué huir. Hace mucho tiempo tenía un ama, ella sabía hacer cosas que nadie más podía y siempre se la pasaba estudiando para mejorar sus habilidades, es lo que ahora conocen como bruja. Caracalabaza prestaba mucha atención a la vos en el papel. ―Ella podría ayudarte con tu problema, si es que una bruja te maldijo, ella podría revertirlo y aunque no pudiera hacerlo, estoy seguro que te ayudara mucho el hablar con ella, siempre fue una buena persona, disfrutábamos mucho viendo el crepúsculo al amanecer. Solo sigue el sendero de claveles que está detrás de esta casa y te conducirá hacia ella. Suerte. Después de eso, el papel empezó a quemarse, Caracalabaza estaba muy confundido, aun no sabía qué hacer, tampoco tenía muchas opciones, así que decidió hacerle caso al anciano Roble e ir a ver a la bruja. Al salir de la cabaña, Caracalabaza chocó con algo y lo hizo tropezar, era una silla vieja, muy parecida a la que usaba Doña Culeca, pero esta, estaba quemada, por lo que no le dio importancia y se dispuso a encontrar el camino de claveles, detrás de la casa.

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ROBLE

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El pequeño encontró el sendero de claveles, era muy extenso, pasaron horas y el pequeño aun no veía el final de este, mientras caminaba cayó en un hoyo que lo llevo a otro lugar. Cuando cayó se encontró en un lugar lleno de flores, donde todo era muy bonito pero no se escuchaba nada, ningún ruido entraba a ese lugar y no se miraba ningún tipo de animal. ―Creí que nunca llegarías― dijo una vos Caracalabaza, asustado volvió a ver por todos la lados, pero era por demás, en ese lugar solo estaba el. ―No estás solo, yo estoy aquí. Caracalabaza empezó a correr, a ver si lograba encontrar a la dueña de esa vos. ―Vamos encuéntrame, a ti te gusta jugar mucho a las escondidas ¿no? ― dijo la vos, con un tono burlón. Caracalabaza ya se estaba cansando y la dueña de esa vos no aparecía, pero por alguna razón, su vos le recordaba a la de Doña Culeca, aunque mucho más dulce y menos grave. ―Te estas acercando, oh no, no estoy ahí, tampoco ahí ― dijo la vos, burlándose de su esfuerzo. Hasta que por fin, en medio de unos árboles de roble, se encontraba un asiento de raíces y él, una mujer de aspecto misterioso, que llevaba unas botas tan grandes que cubrían sus piernas. ―Te conte ― dijo el pequeño Caracalabaza ―Solo porque yo deje que me encontraras― dijo la mujer que estaba en los robles.

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―Clado que…¡Un momento! ¡Puedo habar! ― dijo el pequeño muy asombrado. ―No, no puedes hacerlo ― dijo la mujer con una sonrisa ―. Pero puedes pensar. ― ¿A qué te defiedes? Caracalabaza nunca había hablado, así que, como era de esperarse, no podía pronunciar muy bien las palabras, siempre las repetía en su mente cuando escuchaba a Doña Culeca hablar, pero nunca supo si las pronunciaba de manera correcta. ―A que no puedes hablar, ni siquiera tienes boca, ¿Cómo vas a hablar? ―Pero estoy habando, ¿No me edcuchas? ― dijo Caracalabaza, con mucha dificultad ―Si te escucho, pero no porque puedas habla, solo escucho tus pensamientos ― dijo la mujer con paciencia ―. Pero dejando eso de lado, me gustaría saber tu nombre. ―Todos e llaman Cadacalabata. ―Pero ese no es un nombre, bueno, si tú lo dices, supongo que está bien ― dijo la mujer con un tono burlón ― y bien, ¿A qué has venido?, ja, es broma, yo sé a qué has venido, si fui yo quien te trajo aquí. ― En sedio, sabe a qué vine. ― Claro que lo sé, sé que piensas que una bruja te maldijo y te puso esa cabeza de calabaza. ― Pue nunca he pensado que fuera adi, pero Robe me dijo que los del puebo creían eso, adi que debe se cierto.

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― Roble siempre decía muchas cosas, pero déjame decirte que tu condición no es obra de una bruja, ya que yo soy la última bruja con vida y yo no te he maldecido – dijo la bruja con mucha seriedad. ― Pero aun adi, ¿Puede ayúdame? ― dijo el niño preocupado. ― Me temo que no, yo no te puse esa maldición y no puedo quitártela, no porque no quiera sino porque no puedo. ― ¿Entoces que hago? ― No lo sé pequeño, este mundo no estaba listo para recibir a alguien tan hermosos como tú, les aterra lo que no es igual a ellos. ― No quiero que e maten ― No lo harán ― dijo la bruja con, un tomo mucho más serio. No será necesario, porque tú ya estas muriendo. ― ¿¡Qué!? ― dijo el pequeño Cara de calabaza ―. No quiero moir. ― Lo sé, nadie quiere hacerlo, pero siempre nos llega la hora y tú ya has logrado vivir demasiado, considerando tu condición, las calabazas no viven tanto tiempo y las fuertes emociones que sentiste y los golpes que recibiste por la caída, aceleraron el proceso. ― ¿Qué se upone que haga? Solo quiedo estar con mi mamá y ver el crepúsculo una vez ma― dijo el pequeño llorando. ―Entonces hazlo una última vez. ―No puedo, me quitaon a mi mamá y si vuelvo a mi casa, me rompedan la cabeza. ―No puedo ayudarte a vivir más pero si te puedo ayudar a que decidas lo que sucederá después de tu muerte.

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El pequeño se quedó callado, no entendía a que se refería la bruja. ―Cuando llegues al final de tu vida y tu calabaza se rompa, podrás decidir que saldrá de ella. El niño se asustó mucho al escuchar lo que a bruja le estaba diciendo. ―Puedes escoger lo que quieras, que salgan insectos que arrasen con el pueblo o cualquier otro tipo de plaga, como tú prefieras, puedes vengarte de todos ellos por lo que te hicieron, ¿Estás de acuerdo? El pequeño agachó la cabeza, no sabía que decidir, ni siquiera sabía porque le había tocado vivir así. ―Bueno, supongo que tu silencio lo dice todo. La bruja saco una pasta del árbol de roble donde estaba sentada, y con esta lleno la cabeza del pequeño, mientras decía unas palabras sin coherencia alguna. EL pequeño estaba muy triste, ni siquiera pudo prestar atención a lo que la bruja hacía. ―Listo, ya está, con esto, cuando vayas a morir solo piensa en lo que quieres que salga y se hará realidad ― dijo la bruja maliciosamente―. Sigue este camino, te llevara más rápido a tu hogar. En eso las flores se separaron, dejando ver un sendero para que el pequeño pudiera pasar. ―Graciad ― dijo el pequeño en voz baja. La bruja sólo le sonrió y observó, mientras el pequeño se alejaba cada vez más.

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Para cuando Caracalabaza llego a su hogar, ya era de tarde y el sol ya se estaba ocultando. ―Que gueno, llegué a tempo.― pensó el pequeño. El pequeño se sentía muy cansado, su cuerpo le pesaba mucho, solo quería descansar, buscó una silla donde poder sentarse, pero no había nada, su hogar había sido consumido por la llamas, así que tomó un tronco que estaba en los alrededores, lo llevó donde estaban los escombros y se sentó. ―Ahoda me toca cargarte a ti mientas midamos el crepúsculo una vez ma, mamá ― pensó el pequeño niño, mientras recogía unas cenizas del suelo y las colocaba en su regazo. El pequeño observaba el crepúsculo, cuando de repente la gente del pueblo llegó. ―Sabía que tenías que volver aquí tarde o temprano, este es tu hogar después de todo, o lo que queda de el ― dijo el señor Oran, con una sonrisa. El señor Oran empezó a acercarse, el pequeño ni siquiera lo volvió a ver, estaba muy concentrado en lo hermoso del atardecer, quizás eran los colores lo que más le gustaban o quizás solo estar con la persona que amaba. Cuando el señor Oran iba a tomarlo del hombro, el pequeño se desplomó en el suelo, su cabeza pegó contra una roca y comenzó a agrietarse, una masa de humo empezó a salir de su cabeza. ― ¿Pero qué es eso?― dijo el señor Oran, muy asustado, mientras se alejaba del pequeño. ―Corran ― dijo un hombre de la multitud. Los gresysbilianos salieron corriendo por sus vidas, pensando que lo que salía de la calabaza era un mal, pero no

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hubo ni insectos o plagas que destrozaran el pueblo, lo único que salió de esa calabaza fue un pequeño árbol de roble, el favorito de su madre. El sol se ocultó y en aquella colina ya hacia el pequeño niño con cabeza de calabaza y corazón de gigante. ―Te dije que el mundo no estaba listo para entender lo hermoso que eres, descansa mi pequeño Caracalabaza, siempre fuiste un alma pura hasta el final ― dijo una voz en el viento.

Fin

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