Conclusión
Quien lee la Biblia tiene la esperanza de que “la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Isaías 40:8), y que la misma “es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12).
Pero de la misma forma, quien lee la Biblia sabe que no es un libro común con el que una sola lectura puede darnos todas las riquezas que el mismo contiene, sino que uno debe constantemente acudir a él para leer y releer buscando sacar, con ayuda del Santo Espíritu de nuestro Padre Dios, “de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” (Mateo 13:52).
En este entendido uno debe acercarse a la Biblia con la devoción debida, el ánimo adecuado, y el entendimiento conveniente sabiendo que “las Sagradas Escrituras, [ ] te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús [ya que] toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:15-17).
Esperando haber conseguido en el llamado a salvación una comprensión inicial de los libros que conforman la Escritura así como una motivación para continuar la lectura de la misma en toda su extensión y profundidad, no queda más que pedir al Padre que por medios de Su Santo Espíritu nos conceda entender Sus designios, andar Sus caminos, obedecer Sus mandamientos, cumplir Su voluntad, amándole por sobre todas las cosas y amando a nuestros prójimos como a nosotros mismos, conforme a Su voluntad y para Su mayor gloria en Cristo Jesús.
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