Río Negro 9 Redux

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REVISTA RÍO NEGRO

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JUNIO 2012


REVISTA RÍO NEGRO 9

revista de creación artística y literaria

EDITORIAL:

Nicolas Aguirre César Castillo Javier Flores

DIAGRAMACIÓN: César Castillo

MOTIVO DE PORTADA:

“Captain Worsley standing by a large presure ridge” por National Maritime Museum.

EDITORIAL En el Laberinto

En los albores de la edición de las revistas culturales en Chile, en el medio intelectual

del siglo XIX, publicaciones como Revista de Santiago y La Revista de Ciencias i Letras

cumplieron respectivamente las labores de afianzar la identidad nacional, promoviendo la República, y la de impulsar el conocimiento y la práctica en las áreas de Literatura y

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ÍNDICE EDITORIAL... 2 POESÍA...3 LA MENTE DEL FUEGO... 8 TRAICIONES... 9 NARRATIVA... 10 PARTICIPARON... 17

desconocemos desde donde estamos iniciando la migración. Nuestras emociones pueden ser fácilmente traicionadas; de hecho, lo han sido. Seguirá siendo justo el aclamar a ciertas

horas de la madrugada con alguna triste complicidad que el Infierno es éste, que no

hay que tener miedo nunca más ya que los que son nuestros padecimientos eternos se consumen noche a noche, en la luz azul de la vida.

Ciencias, estableciendo así una respuesta de carácter doctrinario requerida en el contexto

Nosotros, como Colectivo, llegamos a nuestra novena edición de la Revista Río Negro,

con aquellos con menor injerencia en el poder, los cuales, tal como en la actualidad, son

tecnocracia, e invocando la necesaria e incómoda historia de la historia, explicada con las

de la lucha por la soberanía -lucha no necesariamente inclusiva con todo el país, sobre todo utilizados en muchas ocasiones como símbolo para argumentar una causa que apela al

entendimiento de la sensibilidad del que sufre, y la deuda con un actuar responsable para

enfrentando el término “combate por la información”, alejándonos de la tecnocracia por la manos inevitables del arte y la literatura.

con el más desposeído-, pero sin considerar el justo deseo de empoderamiento de parte

Es así como hemos desarrollado desde nuestra última publicación a la fecha diversas

con gravedad, para cumplir la labor de relegar al olvido los nombres que no encuadran

-para ser sinceros, y dejando de lado la retórica de la difusión cultural- hemos creado

de este mismo numeroso grupo, más allá de vanas enunciaciones de voces impostadas

en una historia que supedita a la culpa la voluntad para la realización de cambios, sin el

permiso pseudo-moral de una autoridad. No hay país que no haya sido creado en torno a la violencia y con promesas sin cumplir para aquellos a quienes se les ofreció una parte

plataformas totalmente abiertas para nuestros colaboradores y seguidores, las cuales

esencialmente con el fin de enfrentar la estúpida y pesada masa de desinformación -que vale especificar- no como desconocimiento sino como pérdida de la voluntad.

del alma de la historia de la patria que jamás fue dignamente entregada. No a través de las

Entre las nuevas propuestas se pueden encontrar el espacio de libre registro y publicación

que pueda ser enunciado cuando se vea en el horizonte la monstruosidad de la naturaleza.

momento con rupturistas trabajos literarios que desdibujan los erróneos paradigmas que

medallas, si no con la dedicación de dejar un cuerpo bajo la tierra, otorgándole un nombre

En Dictadura muchas publicaciones, tales como Araucaria de Chile -dirigida por Volodia Teitelboim inicialmente desde París, y luego desde Madrid- y la resucitada Trilce, que había

detenido sus ediciones en Valdivia en 1970 -y cuyo director, Omar Lara, rebautizó como

LAR en su regreso a Chile-, junto a una infinidad de otras revistas, panfletos y folletines de los que hoy se mantiene lamentablemente escaso registro, sirvieron de punto de encuentro para gran cantidad de artistas desterrados; cumplían labores de refugio y, con la especial

catacterística de actuar como concentradores de nuevas tendencias mundiales, crearon un nuevo foco más amplio, en el cual Europa frente a Latinoamérica dejó de ser un objeto

precioso para, en un rol más franco nacido del contacto humano, de los descubrimientos y miserias de una nueva tierra, llegar a convertirse en parte del desarrollo cultural del escindido pueblo chileno.

“Portal de Creación”, enfocado a la muestra de literatura y arte, el cual cuenta hasta este atacan nuestra confianza para la acción, hasta con video-animaciones que indagan en lo

críptico de la historia de las letras-; la plataforma “Periodismo Social”, desarrollada sobre

la misma dinámica de libertad de publicación, e ideada para la difusión de artículos de interés ciudadano que apuntalen sin miedo el testimonio del abuso de poder y de las

problemáticas tachadas -por egoísmo y cobardía- de inútiles por grupos que no logran ver

la verdadera sustancia de la política; y la ya existente sección de traducción -que aunque lleva bastante tiempo en línea-, merece ser indicada como una novedad por el proceso

de rediseño gráfico y de contenido a la que fue sometida. Se mantiene de igual manera

la Editorial electrónica Río Negro, siempre publicando nuevas obras. La más reciente -Desvariaciones Transversales, de Mario Caamaño- tuvo una gran recepción al momento

de su anunciación, y un posterior seguimiento que nos deja bastante satisfechos respecto

de la labor poética de este joven, creativo y agudo autor, y con nuestra labor como editores.

También cumplieron esa labor el resto de los países latinoamericanos para con Chile,

Agradecidos estamos de la inmensa cantidad de colaboraciones. Nos hemos visto

abuso y la maquinación económica de gobiernos externos -como el de Richard Nixon en

calidad y fortaleza, lo que nos ha obligado a entrar en un profundo periodo de discusión

en las que la existencia de vivencias históricas y percepciones comunes nacidas del

Estados Unidos, y muchos más, con intenciones de usufructo hasta extremos vejatoriospotencionaron las vanguardias artísticas y literarias de América Latina impulsadas por la supervivencia y su subyacente cohesión emocional y estratégica.

enfrentados a creaciones que compiten firmemente las unas con las otras en criterios de y reflexión para un descubrimiento y un redescubrimiento de todas ellas, con el fin de

dilucidar y concretar la poética que habita en los entramados de esta nueva edición, desesperada y afortunada a la vez, en el extremo más entregado de las acepciones.

Vemos así que el carácter de intrínseca comunión que contiene una revista de creación,

Continuamos esforzándonos en la entrega de un material efectivo, de libre acceso para

la visión comprometida del panfleto y del folletín -fuente primigenia del grito cotidiano-,

ansia que nos mueve desde la contemplación, hacia la confrontación y que, detrás de

aquellas que independientemente de su popularidad y elaboración, apelan lealmente a

mantiene su vigencia, albergando la derrota, la confusión y la vorágine subsecuente para resolver los trozos del rostro de la Bestia que denigra nuestras causas.

Es un miedo común el de no saber si volveremos después de la partida, y eso es porque

quien quiera armarse con él o conceptuarlo como herramienta, a través de una extraña la piel de las cosas, humanas o divinas, arcanas o mundanas, busca dibujar el mapa del Laberinto en el que hemos nacido.

Colectivo artístico cultural Río Negro


POESÍA

Cuando te miro con ganas Sobre mis párpados tengo sentadas dos gatas negras. Te miran… Cuando parpadeo arquean sus colas alzándolas como una falda. Buscan con sus hociquitos la humedad de tu boca refriegan sus cuerpos por tu sexo haciendo un zigzag entre tus piernas y el techo. Luego vuelven atorrantas a esperar sobre mis ojos. Valeria Pariso La visita de Munch Yo estaba gritando un nombre y otras cosas cuando él se acercó vestido con traje negro corbata negra camisa blanca y gorro de paja me miró con ojos de poseído posiblemente inspirado y con su pincel teñido de pintura fresca (Naranjo, negro, rojo, naranjo) me pintó su firma en medio de la lengua. Carol D. Vega Un Hombre Muerto Yace En Mi Lugar Mi ser se desplaza al fin, y yo no he obrado en mi voluntad. Mi institución se derrumba, entonces, y los hechos no coinciden con el hombre muerto que yace en mi lugar, ni con esta sed de náufrago sobre aguas internacionales. Fernando Pez Era La jornada transparente Yo sentado frente a ella, ahí, encima: jaula Y ella frente a mí, mirándome a los ojos: jaula Llévame a una jornada transparente aunque el precio sea el verla niña, y luego vieja, y adolescente, y madura y así, casi al mismo tiempo Si todos nos miráramos caminar por las calles muy transitadas Unos a otros por turnos Yo tendría miedo de que en cualquier momento fueran ya todos los que al mismo tiempo se detuvieran y se miraran Si una reacción reflejo me hiciera entonces romper la detención y volver a caminar o simplemente no haber parado desde antes Como un continuo, una vorágine muy personal Y así la gente siguiera mirándose detenida, a las caras con ojos mas o menos penetrantes Para estar más perfectamente solo desearía que comenzara a llover Y entonces transitaría mas confiado y sereno bajo la lluvia que cae sobre los observantes y el que pasa por ahí, que soy yo Luego todo como un sueño se habría disuelto sin percatarme muy conscientemente y por las esquinas todo sería denuevo transito y apuro Pero volviendo atrás, ya solo en el miserable recuerdo, con toda esa masa anónima que se miró por instantes (solo sigue lloviendo) pienso que huí cuando la oportunidad se mostró tal cual, pequeña y modesta

O es que tal vez quise ser como un relámpago o secreto hermoso cruzando entre otro misterio aún más grande, Eso es, un secreto que atraviesa un misterio que nunca podremos nombrar u olvidar. Alvaro Guerrero Cabella De Odín y de Zeus Si Caín y Abel, Siglo tras siglo, he sido Y páramos malditos Cual vidas pasadas, recorrido. De Odín y Zeus, he sabido Pues es que guardan Sus cantares En la noche, mi castigo. Son las olas, suave marea Que han mecido insulsas Éste, mi frío sueño Cuando tu nombre repito a ciegas. Los libraré por siempre juglares De la triste y justa suerte De cantar mis líneas nunca. Mas si de seguro, mi muerte. Paulo Neo Firstime A cada paso que doy, Por este, que es un borde salvaje, erróneo; Una frontera oculta, Que hace moverme entre tus regiones: Cuerpo provisto de dones palpables. A cada paso que doy, Me consagro entre tus dos arcos frágiles. A cada paso que doy, oscila la canción: Tus gritos suspendidos en el eco. Ricardo Liberona Cardiopensamiento fugado Brillos en los bosques de tus sueños Venían exhalados por el viento Y caminabas Dentro de los colores En rojo a verde Yo te llamaba Reventé las letras de tu nombre Lanzaba ondas que se quebraban Al chocar Con átomos ajenos El suelo se incendiaba Y las llamas eran tu rostro Me quemaba entumecido Mi humo se disipa En la sinfonía tocada Por los planetas que te orbitan Allá es la casa del océano Con el retrato de ti Irreal en su comedor Las ventanas se abren Al timbre de tu respiración

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POESÍA

Y ese aire también respiro

Observo mis sueños que flotan Fuera de mí Sin poderlos alcanzar, te pienso Te veo Los glaciales en la piel de la distancia Eran anillos y Acaricio el viento y la estela Que dejas al volar Inútilmente Remolqué barcos de cristal Fumé mi alma en papeles de temor Volé nubes de fuego Descendía, cada noche en parapentes de delirio Reinaldo Arismendi Detrás de usted Detrás de usted y su celebración trasnochada están los vasos rotos, el televisor en el suelo, la histeria sacudiéndose en los edificios, la luz de los teléfonos móviles proyectando sombras. Hay un silencio sordo y el colapso en medio de una pavorosa oscuridad.

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Detrás de los héroes está el mundo al revés, un pulso de fruto dañado, los huesos rotos, las vigas, las columnas. Está el desfile de pertenencia y de pertenecer. Los objetos que se van en procesión de casas a una minga triste saqueada por el mar, están los autos, los muebles, está el televisor y los zapatos Por la radio está la voz ciega de la calma. Detrás de la esperanza quedó absolutamente nada. El paseo de la suave y tibia brisa que dejaron cuatro olas, como cuatro jinetes recolectando especies, arrebatando niños, a saqueo, a secuestro, llevándose el amor de entre los brazos, trajinando parentelas y amistades. En la plaza de armas se ven remos y escaños rotos, en la iglesia conmueve la cantidad de cabezas partidas, de brazos y cuerpos, todo de yeso adorado. Hay peces chapoteando en los jardines y arriba de los árboles. Por los cerros hay redes, boyas y otras embarcaciones como extraviadas, como empeñadas en seguir huyendo sin entender de qué. Detrás de las campañas, de los rostros, de la ley de donaciones, de toda la famosa voluntad chilena. Detrás del televisor está mi país aturdido en un cerro de escombros. Los parientes y los amigos de hace unos instantes se hallan junto a un mar de cadáveres invisibles. El televisor permanece encendido. Detrás de usted está el recuerdo de mil novecientos ochenta y cinco, está Valdivia del sesenta, y no hay nadie más que usted con la ropa húmeda, el hambre en la voz, el barro de todos los ojos que siguen frente al televisor y ese nudo que huele a falta, a una soledad de aquí en el pecho. Detrás de usted está el ruido y la pérdida de algo roto, algo que a usted no le duele, porque no es suyo. Juan Eduardo Diaz

Necesidad Suenan muy fuerte, ensordecen. Su chillido metálico tiene tal magnitud que a mí me cuesta hasta roncar. Allá en Medio Oriente, los más hermosos kebabs y un obsequio lujoso en caja de madera con incrustaciones de jade; allá quedan todas las paginas blancas de ese pequeño libro rojo al que es tan difícil rendirle honores. Aquí la rasposa imposibilidad de presentar reclamo, demanda, pedido. Aquí el ruido perpetuo como acusándome. Y más allá las imágenes con sonido, las cortas escenas. La primera escena describe un concepto novedoso de entrecruzamiento de brazos y de risas sumergidas en la tragedia. La segunda escena es también la quinta, la octava, la décima y más, es el instante de blancura mental, del vacío que excede todo idioma, que no escapa voluntariamente a las descripciones pero que sin embargo, no puede ser apresado. Cuantas escenas más, cuantos colores, palabras, escenarios, sensaciones, gustos y para qué, no? Lucía Ibarra no hay sangre que escurra por estos cadalsos malditos la pena da cuerda al reloj del silencio unos ratones roen lo que queda de una doncella y no hay más frío que miedo no hay sombras si no de pasado, huesos rotos lágrimas secas pasos de un muerto entre catacumbas mientras que unos ratones roen lo que queda de una doncella que apenas fue virgen que en el ánfora sólo guardaba recuerdos cosas de niña muerta que a unos pasos del eco y casi sin quererlo encontró las lágrimas del silencio. Luis Vega El levantamiento Bestias anónimas a las que el yugo enloquece Servidores autómatas que rompen sus cadenas y que revelan con sus labios famélicos las escrituras del cisma anunciado la feroz atronadura del exterminio del mundo Animales de tiro que han cargado con el peso del privilegio Sobre sus hombros ha florecido la técnica, la ciencia y las bellas artes de la prehistoria larga heredando para sí nada más que el peso de los océanos Artífices de los santuarios del orbe Adoradores antiguos de dioses, practicantes de ritos enmohecidos, la superstición cegadora En sus pechos anida el mandato de una nueva religión sagrada, el combate humano ¡Productores! ¡Creadores! Sostened ahora en vuestras manos callosas el altivo madero La horca libertaria de vuestra ferocidad temible, la voluntad colectiva del mandato anunciado, como égida vengadora de la última de las soberanías


¡Estirpe subterránea de la historia! Animales de carga modernos que toman conciencia de su potencia avasallante, preparando el asalto de las furias del hombre emancipado Raza maldita que cruza las fronteras, el encierro de Sión y que se derrama, cual jauría caníbal, sobre los jardines del mundo luminoso ¡Horda monstruosa que avanza sobre las catedrales del coloso milenario! Clavan en picas las cabezas de todas las instituciones haciendo arder en hogueras los valores del principio enajenante la aritmética del lucro y su parafernalia sombría ¡Productores! ¡Creadores! Despertad ya mismo de tu sueño de siglos, el sopor venenoso de las jaurías del dinero Tomad un último aliento, el fuego de Marte propicio Ante ti el trono del Imperio Nuevo, tu voluntad universal, la redención manifiesta Miguel Fuentes Mente involutiva Parámetros desteñidos Que siguen personas ahogadas, profecías infundadas Sociedad inmaculada que por las noches Sufre la violación provocada Por el pensamiento calculista de los dueños de poder. Marca registrada, usufructuada la fe del hombre Sensacionalismo, virtudes apagadas Moretones felices miradas mojadas Arácnidos reticentes al veneno del hombre Hombres aterrados por la inferioridad de la mente Marginada al dictamen prescrito Dorada felicidad representada En la figura tallada del hombre imponente Materialismo conjugado con manipulación Que nos permite ser puros materialmente. Víboras venenosas que nos muerden tiernamente Publicidades engañosas que apaciguar el anarquismo innato Sociedad en plena evolución Mas desastre espiritual en plena directa arremetida. Oscar Alejandro Rodríguez Rey Van Gogh Al Cubo y la Chica Occidental Sobre el amarillo en ella, sobre mi error en asunción, sobre bailar “How deep is your love”, abrazado en su abrazo. Sobre llorar (a mi manera), sobre extenuarse a paso lento, sobre bailar “How deep is your love”, extasiado en mi éxtasis. Alzar en color lo amarillento del anhelo, y la futilidad de este hétero deseo: Amarillo en su sonoridad. Amarillo en su inocencia. Amarillo Occidental? Amarilla la peca. Amarillo en su primavera.

Amarillo Occidental. SATURACIÓN PRIMERA. Aprecio lo de mirar saturando deseos que llaman a no dormir soñando despierto en esa imagen virtual tormento de mis días trabajados a tiempo completo en esa imagen virtual tormento que llama a no dormir soñando despierto aprecio lo de mirar saturando deseos: Amarillo en la cabeza. Amarillo elixir cabellera. Amarillo de occidente? Amarillo de amarilla. Amarilla la belleza. Amar-y-yo. SATURACIÓN SEGUNDA. Luego en el territorio de la carne dejo caer la gota del exilio amarga-metálica como un saludo. Y caminando el camino sigo sus pasos inaudibles. Inacabados.

POESÍA

Joyan Cordero Saavedra Manifiesto de la sureña Ni temporera con olor a fruta Ni campesina de muslos voluptuosos que se revuelca con el patrón en el establo Ni poeta que sueña con el potro solitario Ni cantante de folk incomprendida Ni china coqueta Ni estudiante tapizada de artesanía Ni dueña de fundo Ni inquilina Ni conocedora de la tierra y sus bondades Ni cocinera con amor Ni sumisa con voz entoná’ Ni pincoya Ni panteísta Ni pechoña NO TRAIGO LA MAGIA DEL SUR Antes de ayer me prometí aprender a cocinar arroz Empapados de pop mientras nos damos las duchas de smog Para sacarnos lo que somos: Lodo y frustración Dos estaciones de invierno más un pedazo de frustración enterrada NO TRAIGO LA MAGIA DEL SUR One hundred percent full of dihueñe-trans mapu-indies n’guillatún-partys Trueke de carreta de bueyes por deportivos Mujeres chinas por industriales mujeres en serie El cabildo por guanaco NO TRAIGO LA MAGIA DEL SUR Aquí no hay magia Ni sur. Camila Almendra La derrota de Cupido (Bosquejo desclasificado de Gustave Doré) Puede que otros ya hayan intentado descifrar tus misterios en una sola noche deshojar en un tiempo las flores del pudor y cantarle una canción obscena a la Luna sobre fiestas eternas y delirios sin tregua con un zumbido de furia apabullante

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POESÍA Puede que los santos sean meros espectadores

del momento en que Mors suelta su guadaña o puede que una virgen se rebele ante su amante o un niño se toque pensando en su vecina o un hombre solitario piense en la zoofilia o una monja se masturbe cómplice del silencio limpiándose los estigmas que le dejó el celibato y las oscuras manchas que heredó de la moral Puede que hoy toda la ciudad se venga abajo tratando de eludir sus más íntimas pasiones pero hay un deseo que no podemos evitar que va de tu cuerpo hasta mi cuerpo acabando incólume y casi intacto como un glorioso suspiro de victoria frente a las puertas del Infierno Cuando terminas pareces despertar de un sueño mientras yo recién me sumerjo en otro olvidando por un misérrimo instante que la vida no es más que un espacio cerrado donde sin remedio nos persigue la Muerte Patricio Contreras Las Porteñas No Duermen el naranjo

de faroles noctámbulos se toma las calles

el suspiro del litoral

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previo al crepúsculo seca lentamente mis fotos sobre nuestra banca todo se seca con aquellas nostalgias todo excepto los pardos que demacran tu rostro en ellos rollos de un largo film relucen a la vista un Valparaíso imperioso gritos ladridos bocinas y monumentos lumbres en vela hermanadas con el vicio la piel del mar y la sangre turbia de nuestras mentes justo antes de su desliz como arrepentidas tus pestañas recobran pericia y enrabiadas clausuran los alientos la novedad es consumida. y estalla el último espolonazo de vida compartida. Franco Saravia Acerca Del Dilema De Los Erizos De Luis Cernuda Ya sabéis como los erizos Luis Cernuda Qué misceláneo castigo es aquél dirigido a nuestro tacto, aquél que lastima, aquél del dilema presentado. Obsesión o mal escrito de cierto dios que se pierde en las púas de su verso inefable. Erizos os ha presentado, y ya sabéis que cuando su verso concluya, será el mismo frío

que nos conlleve a crear el amor. Ápice que busca en donde habita el olvido de su Parnaso inamovible lento y bullicioso. Allí la corteza es el resultado leído, ocupado por ciertas voces que lo buscan <<Luis>> dicen y luego callan sus erinaceinos volviendo a sus propias heridas. Ya sabéis amigo; un día quisiste explicar el amor, y el resultado fue, ya sabéis: como en los erizos. Bunker Guerreros Penquista goes to Santiawood Hombre verde a la vista cannabis semafórica y cruza el gentío en masa eufórica policías, perrunaje y demases HASTA el hombrecillo rojo cual viejo pascuero deteniendo al mundo entero una acera entera de impacientades brutos en todas sus potestades reclamándole al aire. Y cruzan micros, trenes y autos gente cruzándose creando más gente. No es por ser inconsecuente pero déjame cruzarme con estas calles déjame hacer de mi alma, mestizaje: de lluvia sureña y veredas llenas de tierra mojada y luces extravagantes crear la mezcla perfecta entre capital y humedales. Déjame hundirme en tu rascacielos vanguardia en tu calor de mierda, en las palomitas a gamba y las niñitas huecas. Déjame ser ebrio al fondo de un Transantiago trastabillando una canción, una ilusión una vida perruna, hasta la una y hada madrina en mano vuelvo a mi calabaza, se hace el hada mi mortaza y yo un esbirro perdido en las dunas -de basura-. No, no, no me devuelvas quédate con mi zapato de Cenicienta, mi ciudad natal no es impedimento. Déjame ser alabanza de tu gente en terno de los locos, de los estudiantes y cuadernos de tu diversidad a raudal de tu ciudad como cambios de canal agrio y fascinante cual Mapocho.

Sólo dame tus ríos secos tu asfalto de selva no me devuelvas a la huerta de tu ciudad soy sus besos en este país seco de inspiraciones, amores y sesos le traigo un no se qué sureño una balada de cordero


POESÍA

-al palode oveja negra, tan lejos de sus tierras... tan feliz, tan libre, tan perra

las noches. Imposible recordar el momento exacto en que nací, porque la primera persona que vi fue una máquina, porque la luz amarillenta en los ojos me hacía ver un planeta lejano que me llamaba por mi nombre, porque la ropa que tenía puesta no era para mí, porque yo tenía otro nombre y todo lo demás también tenía otro nombre, porque estaba ocupado desarticulando mi abecedario cósmico que me permitía establecer contacto con el mundo exterior. Imposible recordar el momento exacto en que nací, porque mis gritos terminaban diluyendo las mutaciones, porque en el espacio no hay oxigeno, porque si no hay oxigeno no puede haber fuego, porque sabía que el sol no estaba cubierto de fuego. Imposible recordar el momento exacto en que nací, porque los prematuros prefieren olvidar.

(Santiago no es Chile escribo en una acera) Cecilia Ananías Fotografía de las tres torres Ser como la orilla de aquel árbol enfermo: Apenas una promesa incumplida. Ser la huida y el olvido. Una imagen donde habita algo más que paisajes y repeticiones. Ser la callecilla transitada por hermitaños, el primer tren de la madrugada, la sensación de perderse en la reiteración. Ser los hastíos de la fugacidad, el vértigo de los colores tremebundos, la ruptura de lo estable. Ser como los pájaros que migran a ciudades de cielos martillados de espanto: Conspirar para que las tempestades incendien las plazas y los recuerdos. Ser el aroma que destilan las presencias en los escaparates, entremezcladas. El que viene de paso. El que no volverá a recordarse en trance. Jugar a suponer que el instante es una eternidad disgregada, que cada segundo es un ocaso. Ser como el trigo que nunca quiso la embriaguez de la perpetuidad. Como los campos y el alma de los animales muertos. Aparecer de repente, no esperar a ser invocado. Ser como los fantasmas de las carreteras: Tener por nombre y armadura, la radical fragilidad de lo invisible. Gent, Bélgica, Abril de 2012 Fernando Vargas Valencia TODOS SOMOS PREMATUROS / O AL MENOS A TODOS NOS FALTA ALGO Que va a decir tu papá cuando le digas que no puedes más -Pánico. I Esa noche se había vuelto como una gran sopa, un caldo vaporoso lleno de piernas y labios salados. Todos los labios me parecían iguales. Era una noche revuelta y todos nos lamiamos las costras y los salivales. La noche se chorreaba calientita por el pellejo. La carne salía de la boca caliente y se perdía en otros pliegues más abajo. II Imposible recordar el momento exacto en que nací, porque iba tan rápido que cerré los ojos y me puse a llorar del miedo, porque solo sentía el anhelo de volver al estado primitivo de la memoria, porque la piel aun no estaba preparada para el aire ni los ojos estaban preparados para descifrar. Imposible recordar el momento exacto en que nací, porque estaba procurando olvidar todo lo que había previsto dentro de mi madre. Estaba ocupado olvidando las palabras que diría a lo largo de mi vida, los colores que me gustarían y las canciones que me harían bailar. Estaba ocupado olvidando todo lo que haría hasta este momento. Imposible recordar el momento exacto en que nací, porque es mejor descubrir que el fuego se lleva bien con el aire, porque los disparos me dejaron sordo y fui olvidando el sonido de las palabras, porque las piedras hacen que ruede por el suelo como por primera vez, porque estaba preocupado de escuchar la música de la radio, porque los juguetes me decían que no gritara por

III Despertar envenenado mirando a los dioses a la cara. La piel tan pálida que se revuelve destrozando el orden de la pieza y las manchas de sangre que me chorrea de la entrepiernas. Las nubes chocan con las rocas suicidas mientras el trueno de tu voz se derrama por la espina dorsal de los ojos rojos. Enfermedad perpendicular que viene de los botecitos sin nombre estancados en septiembre. El borde incorrecto del mirador nos hace ver la furia del océano y esa imagen es con la que estoy condenado a soñar cada día. Despertar envenenado sentado a medias con la cabeza entre tus piernas buscando los puntos cardinales, recorriendo estrepitosamente la muerte con mi saliva caliente que se pierde en las sabanas feroces. Los dientes que carcomen los tumores de la noche y la violencia que se genera entre los cuerpos descarriados. Despertar envenenado buscando la ruta de los niños que bailan, la mano gris que nos tapa los pelos y el agua que se introduce por tu garganta queriendo atacar desde adentro como los perros que babean al sol. IV La calle negra se vuelve un demonio hambriento mirando mi cuerpo flacuchento. Las niñas miran los cables de la luz mientras mi lengua se pierde por entre medio. Las cosas importantes pasan desapercibidas como lo fatal de esta noche. El miedo se mueve tan rápido y se mete por mi boca como un ratón que no sabe por dónde escapar. El miedo se mueve a toda velocidad. Tu nombre es el miedo, mi sangre enferma es el miedo que tengo, que termines tan muerta como yo por amarme de la forma en que lo haces. No seas así, no me ames tanto pequeña muerta. La calle negra se vuelve una mandíbula llena de colmillos amarillentos. El olor nos tirita en las piernas y la sangre que nos mancha la ropa no sale con nada, aunque la refreguemos con la saliva o con los dedos quemados. La calle negra se vuelve un cigarro tan largo que me quema por dentro, te recuerdo que ahora odio el humo y sus derivados. El olor a cigarro me hace vomitar porque ahora volví a tener miedo. Ya no se ven las cicatricen en mi cuerpo en desuso. Te lo digo y te lo repito, no me ames tanto que puedes terminar muerta antes que yo. Mi amor no es violento pero te matará de alguna manera. Tengo tanto miedo. El miedo se me mete por la boca y se aloja en los pulmones y no me deja respirar. Los labios forman un anillo esperando que me manchen la cara. Por eso amo con los ojos cerrados, para no quedar ciego y poder verte de nuevo. Para que los muertos no se metan en mi pupila y me vuelvan loco, para no darme cuenta si nos están viendo en la plaza o en la camita prestada. La calle negra se vuelve enferma. La calle negra se vuelve loca. La calle negra soy yo mi amor, y esa no es tu culpa, pero aun así duele que me ames tanto. V Escucho canciones nuevas en la madrugada mientras las murallas se estiran y se estiran hasta quedar dobladas sobre mi cabeza. La gotera me revienta los oídos. Las caras que no he podido ver hace años me recuerdan que alguna vez me quisieron y que ahora solo son parte de una biografía secreta. Alguien me canta al oído en un idioma que no entiendo. Al parecer hablo en un idioma que no entiendo, o quizás nadie se toma el tiempo de escuchar los artefactos que quiero hacer con mi lengua. Una serpiente se escabulle por el laberinto. Todas las serpientes que he visto han terminado llorando dentro de mi boca. Saben que es fácil hacerme gritar. Saben que es fácil ponerme de rodillas. Saben que es fácil llorar conmigo. Porque la inseguridad tiene ese sabor a deseo que tanto me gusta. La serpiente podría estar subiendo ahora mismo y no me daría cuenta. Podría estar debajo de la mesa, podría estar mirándome detrás de la cortina, desde la bodega de una fábrica, detrás de algún sillón viejo, dentro del baño o en la pieza de mi mejor amigo. La serpiente siempre vuelve a visitarme cuando estoy solo, la serpiente siempre sabe donde estoy, la serpiente se sabe mi laberinto de memoria, la serpiente son todos mis amantes, la serpiente son todas mis tragedias, la serpiente son todas mis costras, la serpiente es la marca de mi frente, la serpiente quie re ser como yo y no puede, por eso me quiere matar. David Yávar Reyes

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LA MENTE DEL FUEGO Reseña a Damián Ríos por Mariana Garrido.

Damián Ríos nació en Concepción del Uruguay, en la provincia de Entre Ríos, Argentina, en el año 1969. Desde 1991 vive en Buenos Aires. Editor, poeta y novelista. En 2002 co-fundó el sello Interzona editora, de la cual fue director editorial hasta mediados de 2006. Gran lector de poesía contemporánea. Como viene sucediendo gracias a encuentros de lecturas que proliferan día a día, escuche la poesía de Damián antes de leerlo, en un video del festival de poesía Yo no Fui, proyecto artístico y cultural que se realiza en los penales de mujeres de Ezeiza y, afuera, con las mujeres que salen en libertad. Mas allá de la intensificación de un hecho tan movilizador como este, y de esa serie de lecturas, fue mas que suficiente lo oído para buscar su obra, para leerla y en cada poema escuchar su voz como plus. La fuerza y naturalidad con la que se expresa y llega al oyente/lector, intacto, con el tono y vida que merece cada palabra, los silencios, aceleración y sencillez del habla pronunciando un mensaje concreto. Diciendo lo que quiere decir, lo que necesita. Su obra se basa en el elemento autobiográfico, historias en primera persona en los que prevalecen actos que conforman la cotidianeidad en estado puro, la descripción de actividades con amigos, entornos laborales y las relaciones que allí se generan. También están presentes sus gatos, acciones y visiones de la ciudad, cómo capta su alrededor “Al otro lado de esta ventana que le da sentido/se pone un sol debilitado/las sombras de los edificios se alargan/y dibujan líneas rectas, irregulares/sobre los techos del pulmón de manzana/dónde un obrero vestido con pantalones/ de grafa y pullover azul/patea el esqueleto de un paraguas/que dejó allí una tormenta muy vieja”

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Por momentos vuela al pasado, anécdotas de su infancia, de amores vividos, anécdotas con su padre y su familia, pero de pronto volviendo al hoy, sin nostalgia, con cariño por la vivencia como parte y ramificadora del presente “Papá me enseñó a contar y a leer antes incluso de que entrara en el jardín de infantes. Me mandaba a la calle para que juntara piedritas parecidas y después se tiraba en el suelo conmigo en el medio del patio. Mamá a veces le traía el mate. Una vez que aprendí a sumar y restar, se puso en el trabajo de enseñarme a multiplicar. Me acuerdo que reunía piedritas en grupos de dos y tres y empezaba transpirar porque yo no entendía (…) sabía perfectamente lo que quería y cómo. Ahí está en definitiva su victoria, vamos a llamarla así. Es el recuerdo más lejano que tengo de alguien que quisiera ayudarme a pensar. Los relatos donde hay pasajes de la infancia tienen aroma a su ciudad natal, al contacto con la naturaleza, con el río, con el barrio y la tranquilidad, la inocencia “Empecé otro sobre bichitos de luz, aviones y ruidos de gente sola que se conecta a cualquier hora o llama por teléfono y todo se mezcla con el pedo de mi viejo un verano a las tres de la tarde, cuando no es mi viejo todavía, es mi papá, y falta un rato para que empiece a entender, tengo los pies metidos en el barro (…)y soy esta sombra buscándole la vuelta a su poema, se me va de la cabeza, mi viejo no deja de sorprenderse mientras mete y saca la rama del agua, le pone el ojo, digamos, y después lo mira al titi que asiente y mi primo me codea (están en pedo, dice) y a mí me gustaría poder contar ahora una historia, sólo para ser bueno, sólo para salvarme, que tiene a una chica apenas iluminada por el resplandor de su pantalla a las tres de la mañana, el pelo negro (…)El ruido de la noche es igual y distinto en todas partes: es el ruido del teclado, de las ranas, de las puertas, del/ ventilador de la cpu/de la respiración pesada de los que duermen bien/de la liviana de los que duermen mal/de los ojos bien abiertos de/los que no pueden dormir y agarran un cigarrillo con la mano izquierda y con la derecha el encendedor, e inclinan apenas las cabezas que ahora también resplandecen, débiles/Buenos Aires es un panal/de bichitos en el horizonte” Maneja descripciones tan objetivas que se vuelven emotivas en la sucesión y la toma natural de los hechos en la punta del ovillo del instante, que es tomado por las manos del tiempo, de la belleza detenida para su magnificación “La gata mira su reflejo en el vidrio de la mesa y después me mira a mí. No va a llover, habrá que aguantar/esta cerrazón que apenas humedece las baldosas/ flamantes del pasillo y desacomoda los huesos de los viejos./Me arrimo a la pantalla y te nombro/estás en la palma de mi mano ahora/te paso a la otra mano con mucho cuidado/y te soplo o quiero despeinarte, respirás/De nuevo la novela de visitarte bajo la parra/abrigados del solazo/el ripio de aquella tarde/La conversación se

atrasa entre viajes a la pileta para meter/la cabeza abajo de la canilla/Dan ganas de que sea/una mañana de invierno/la helada blanqueando los pastos/ hombres haciendo sonar las cadenas de las/bicicletas mientras encaran despacio cuesta arriba/ las manos enguantadas apretando los manubrios/ Pero es verano y el calor de la siesta embrutece, apena/Tenés un pañuelo/un trapo con el que secás tu frente a cada rato/Hay platos sin lavar y la ropa colgada gotea/Olor a que ya comimos hace un rato/ No vamos a decirnos nada/Ahora acerco/la mano y soplo para quedarme solo de nuevo” También se encuentra en varios poemas el humo, el cigarrillo y su ritual. En un tramo del poema Un aparato muy triste puede leerse “Alguien marcó un número de/teléfono y preguntó que vas a hacer, nada, salir/a comprar cigarrillos. Fumar/Fumar en aulas/ vacías/ en paradas/ de colectivos/ fumar/nerviosos/ tranquilos guardar/ humo/ en los pulmones/ después/dejarlo ir”. En Humo en remolinos lentos, café “Es sabido que los americanos/ no saben/de café y sin embargo/ acá hay gente que les copia. Hay algo/si/ algo/lento en el humo del cigarrillo/ que asciende/ en la noche quieta/ acelerando al llegar a cierta altura/ Remolinos/¿Alcanza con hablar de remolinos de humo/ tabaco/ y café frío en vasos descartables? /Así/ liviana/la noche/ se para encima de la mesa/se queda parada/ así” Hay tramos para sus reflexiones y pensamientos, que se cruzan entre descripciones, en charlas con alguien, espontáneas “Pero sé quien soy, lo sé, cierro/los puños, me revuelco/me arrastro, rompo un plato, un libro/ No puedo parar el llanto de una mujer/no puedo parar de llorar/nunca tuve huevos/estoy triste ¿Cómo anda la cosa/por ahí? ¿Estás bien? Te quiero mucho/Quisiera quedarme tranquilo/ preparar el mate, llamar por teléfono, no pensar/no despabilarme, son órdenes: levanto la vista/miro el cielorraso/cuento los pisos de los edificios las ventanas/la cantidad de gente en una esquina/en un piquete/en un colectivo/28 sentados/22 parados/el chofer” Haciéndole honor al apellido y a su provincia natal, su obra es como un río. A medida que se aleja de su nacimiento, fluye en la dirección y forma de la naturaleza geológica del terreno. Su curso está determinado por la pendiente, y se dirige por el camino que ofrece menor resistencia hacia la desembocadura, siguiendo las grietas con la naturalidad que lo rodea, el paisaje en todos sus detalles de color y texturas que se levanta a los lados del agua que corre, y refresca, despierta. Libros de Damián Ríos: La pasión del novelista (Deldiego, 1998) Poemas perros (Belleza y Felicidad, 2002) El perro del poema (VOX, 2004) Habrá que poner la luz (Eloísa Cartonera, 2005) La misma luz en todas partes (2006) Contacto: damianrios@hotmail.com Lo Que No Está Puede Convertirse En Zumbido por Marcos Agustín Ducanto Zumbido. Juan Sebastián Cárdenas. 451 Editores, Madrid, 2010, 138 pp. Mientras leía Zumbido, última novela de Juan Sebastián Cárdenas, tenía la sensación de estar ante otro libro que leí hace un tiempo: Ida, de Oliverio Coelho. Más allá de una leve similitud en la trama, un hombre que escapa y recorre una ciudad descubriéndola, el parecido está en una preocupación que parecen tener ambos escritores por explorar a fondo las posibilidades del lenguaje. La novela de Cárdenas está narrada en primera persona, y es desde esa voz que todo se construye: los otros, la ciudad, la periferia, el clima, y, por supuesto, los zumbidos. El autor narra, a través de la voz anónima del protagonista, con una manera de decir sumamente particular y personal, el discurrir de un hombre que, tras la muerte de su hermana, huye. Desde el hospital al recinto de un culto religioso en los arrabales de la ciudad, nada tendrá sentido. El único sentido posible es dejar atrás, escapar. No volver. En el medio, durante el viaje entre esos dos puntos - el primero, definitivamente, un comienzo, pero el segundo, seguramente, no un final -, muchas cosas sucederán que el protagonista no logrará aprehender del todo. Porque siempre estará el zumbido, a veces físico, palpable, en el sonido


LA MENTE DEL FUEGO

de un casete o en el ruido lejano de una fábrica; otras veces, solamente como una presencia ausente, como esa hermana que ya no está y que sin embargo el protagonista no puede dejar del todo atrás. Un zumbido siempre presente, que por momentos se podrá dejar de lado. Pero no siempre. Como cuando algo te aturde y queda sonando en el oído. Como un ruido que nos dice que hay algo que pasó, aunque intentemos ignorarlo. Como esa hermana que parece decirle al protagonista: no importa dónde vayas, yo voy a seguir estando muerta. Me gusta pensar que en la historia de este hombre que escapa, tranquilo, lento, pero sin detenerse nunca, Cárdenas nos inventa la realidad. Primero, una que agobia, que descoloca, que mueve al hombre de su centro. Después, una increíble, por momentos inverosímil, hostil como la lluvia que de tanto en tanto cae con furia, como el perro entre poseído y hambriento, como la autopista que se atora y no quiere dejar huir. Una realidad como la nuestra, no como la de los libros, no como la del realismo. Agradezco profundamente a Juan Sebastián Cárdenas, por hacerme llegar sus obras. Juan Sebastián Cárdenas (1978, Popayán-Colombia). Vive en Madrid desde 1998. Ha publicado el libro de cuentos Carreras delictivas y la novela Zumbido. Los estratos, su segunda novela, ya está lista y está por publicarse.

TRAICIONES Erws Drapeths `A KÚprij tÕn ”Erwta tÕn uƒša makrÕn ™bèstrei• ‘Óstij ™nˆ triÒdoisi planèmenon e den ”Erwta, drapet…daj ™mÒj ™stin• Ð manÚsaj gšraj ˜xe‹. misqÒj toi tÕ f…lhma tÕ KÚpridoj• Àn d’ ¢g£gVj nin, oÙ gumnÕn tÕ f…lhma, tÝ d’, ð xšne, kaˆ plšon ˜xe‹j. œsti d’ Ð pa‹j per…samoj• ™n e‡kosi p©si m£qoij nin. crîta m n oÙ leukÕj purˆ d’ e‡keloj• Ômmata d’ aÙtù drimÚla kaˆ flogÒenta• kakaˆ fršnej, ¡dÝ l£lhma• oÙ g¦r ‡son nošei kaˆ fqšggetai• æj mšli fwn£, æj d col¦ nÒoj ™st…n• ¢n£meroj, ºperopeut£j, oÙd n ¢laqeÚwn, dÒlion bršfoj, ¥gria pa…sdwn. eÙplÒkamon tÕ k£ranon, œcei d’ „tamÕn tÕ mštwpon. mikkÚla m n t»nJ t¦ cerÚdria, makr¦ d b£llei• b£llei ke„j ‘Acšronta kaˆ e„j ‘A dew bas…leia. gumnÕj Óloj tÒ ge sîma, nÒoj dš oƒ eâ pepÚkastai, kaˆ pterÒeij æj Ôrnij ™f…ptatai ¥llon ™p’ ¥llJ, ¢nšraj ºd guna‹kaj, ™pˆ spl£gcnoij d k£qhtai. tÒxon œcei m£la baiÒn, Øp r tÒxw d bšlemnon– tutqÕn m n tÕ bšlemnon, ™j a„qšra d’ ¥cri fore‹tai– kaˆ crÚseon perˆ nîta farštrion, œndoqi d’ ™nt… toˆ pikroˆ k£lamoi to‹j poll£ki k¢m titrèskei. p£nta m n ¥gria taàta• polÝ plšon ¡ da j aÙtî• bai¦ lamp¦j ™o‹sa tÕn ¤lion aÙtÕn ¢na…qei. Àn tÚg’ ›lVj tÁnon, d»saj ¥ge mhd’ ™le»sVj, kÀn pot…dVj kla…onta, ful£sseo m» se plan£sV• kÀn gel£V, tÚ nin ›lke, kaˆ Àn ™qšlV se filÁsai, feàge• kakÕn tÕ f…lhma• t¦ ce…lea f£rmakon ™nt…. Àn d lšgV, “l£be taàta• car…zomai Óssa moi Ópla”, m¾ tÝ q…gVj pl£na dîra, t¦ g¦r purˆ p£nta bšbaptai.’ Eros Fugitivo Cipris pregonaba a Eros, su hijo: “El que haya visto deambular a mi hijo en las esquinas, sepa que el esclavo fugitivo es mío; el que lo denuncie tendrá su recompensa. Un beso de Cipris será tu recompensa, pero, si me lo traes, no te llevarás un simple beso, amigo, sino también algo más. Ese niño tiene muchas señas y entre veinte más lo reconocerías. Su piel no es blanca, sino semejante al fuego; sus ojos son agudos y tienen llamas; malos sus pensamientos, dulces sus palabras; pues no es igual lo que dice y lo que piensa; su voz es como miel, y como bilis su pensamiento; arisco y fabulador, nunca dice la verdad, criatura engañosa, y juega cruelmente. Tiene en su cabeza hermosos bucles, y el rostro de descarado.

Sus manos son pequeñitas, pero lanzan muy lejos las flechas, las lanzan hasta el Aqueronte y hasta el reino de Hades. Lleva todo su cuerpo desnudo, pero sus pensamientos los tiene bien cubiertos y, alado como un pájaro, vuela hacia uno y otro, hombres y mujeres, y se posa sobre sus corazones. Tiene un arco muy pequeño y en el arco una flecha -una flecha diminuta, pero que llega hasta el Cieloy lleva en los hombros una aljaba de oro, y allí dentro tiene sus flechas amargas, con las que muchas veces incluso a mí me hiere. Todo lo que tiene es cruel; pero más lo es su antorcha, una lumbre que es pequeña pero llega hasta el mismo Sol. Si lo atrapas, tráemelo después de haberlo atado y no tengas piedad. Si lo ves que llora, cuida que no te engañe. Si se ríe, no lo sueltes; pero si quiere besarte, ¡huye! Sus besos son malos; sus labios, veneno. Y si dice “toma esto, te regalo mis armas”, no toques estos engañosos regalos, pues están bañadas de fuego. Por Mosco de Siracusa / Traducción de Pablo Martín Llanos Dr. Fausts Traum Es ist spät in der Nacht. Faust ist allein in seinem großen Studierzimmer. Wohin man sieht, überall sind Bücher. Faust ist ein wichtiger Mann. Er ist Doktor, er ist Professor. Man kennt ihn in Stadt und Land. Man will seine Meinung hören. Man bittet um seinen Rat. Die Studenten kommen von überall her und wollen von ihm lernen. Doktor Faust kann mit sich und mit der Welt zufrieden sein. Ist er denn wirklich zufrieden? Faust ist in seinem Studierzimmer. Er spricht mit sich selbst. ** Faust: -Vor vielen Jahren hatte ich einen Traum: Ich wollte alles verstehen. Wenn man alle Bücher liest, dann kann man die Wahrheit finden. *So hast du doch gedacht, oder? ** Faust: Ja. Ich habe Tag und Nacht gelernt, studiert, gearbeitet. Ich hatte keinen Urlaub, keine Pause, keine Freizeit. *Faust: Du wolltest deinen Traum wahr machen. Du wolltest den Schlüssel zu allem Wissen. **Faust: So ist es. Mein ganzes Leben war nur Wissenschaft. *Faust: Aha. Und? Was weißt du jetzt? **Faust: Eine Menge. *Faust: Ach komm, rede keinen Quatsch! Du bist so dumm wie am Anfang. **Faust: Die Leute sehen das anders... *Faust: Pah, die Leute! **Faust: Sie nennen mich einen großen Wissenschaftler, ein Genie. *Faust: Und warum? **Faust: Weil es stimmt, vielleicht? *Faust: Nein. Weil sie noch dümmer sind als du. **Faust: Ich bin nicht dumm. *Faust: Dann zeig’ sie mir doch, die Wahrheit! El sueño del Doctor Fausto Es tarde en la noche. Fausto está solo en su amplia sala de estudio. Para donde uno mira, todo alrededor hay libros. Fausto es un hombre muy importante. Él es Doctor, es Profesor. Lo conocen en la ciudad y en el campo. Quieren escuchar su opinión. Le piden consejo. Los estudiantes vienen de todas partes y quieren estudiar con él. El Doctor Fausto está satisfecho consigo y con el mundo. ¿Está, pues, verdaderamente satisfecho? Fausto está en su estudio. Habla consigo mismo. **- Durante muchos años tuve un sueño: yo quería saberlo todo. Cuando se leen todos los libros, es entonces cuando se puede encontrar la verdad-. *-Entonces, ¿lo has pensado, pues, o no?-.

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**-Sí. He aprendido, estudiado y trabajado día y noche. No he tenido ni vacaciones, ni pausa, ni tiempo libre-. *-Tú querías hacer realidad tu sueño, querías la llave de toda la sabiduría-. **-Así es. Mi vida entera ha sido solamente ciencia-. *-Ajá. ¿Y? ¿Y ahora qué sabes?-. **-Una parte-. *-Pero vamos, ¡no digas tonterías! Sigues siendo tan tonto como al principio-. ** -Las personas lo ven de otra manera… -. *-¡Bah, la gente...!-. ** -Ellos me califican de gran científico, de genio-. *-¿Y eso por qué?-. **-¿Quizá porque así es?-. *-No. Porque son aún más tontos que tú. **-No soy tonto-. * - Entonces, pues, ¡muéstrame la Verdad!-. Por J. W. Goethe/ Traducción de Agostina Chiavassa-Arias

Apuntes

NARRATIVA

En el año 2011 fue encontrado el diario de mi abuelo, Ernesto James por personas ajenas a mi familia hasta ese entonces. Al parecer, la fecha en la cual fue escrito es un misterio; la pésima calidad del papel impide la precisión (aunque se sospecha que tuvo que ser entre los años 1940 y 1943). El diario, titulado “Apuntes”, consta de solamente 7 hojas. Cada una de ellas tiene una reflexión de su autor y un acontecimiento que acentuó el hecho clave del día. A continuación, el diario:

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Día 1: Reflexioné: “El fin ha llegado; mis manos, sudorosas y cansadas, agotan sus impulsos en la tinta que nunca saldrá de este papel”. La pata de la mesa se rompió a causa de las termitas que invadieron la casa. Hoy comimos en el piso. La experiencia fue buena. Lástima que mi cintura ya no está para estos trotes. Día 2: Reflexioné: “Mi rostro se retrae por el espíritu que me moldea y refleja, a su vez —a través de mis ojos— la angustia de aquello que nunca va a ser.” Sólo recuerdo que mi tía palmeó mi espalda en señal de consuelo. Al parecer, estuve divagando todo el día. Día 3: Reflexioné: “Trasciendo el ego, supero el yo. Aquí afuera (o aquí arriba) la soledad susurra frías palabras de aliento. Ella tampoco quiere estar sola” La tragedia del barco que naufragó en costas italianas se llevó toda la atención del día. Día 4: Reflexioné: “Dios no es otra cosa que la magnifica habilidad que tiene el ser humano por realizar actos divinos sin Dios ¿O usted aún no ha escuchado a Chopin?” Las estadísticas mandan: dos de cada siete personas prefieren utilizar el tren como medio de transporte. Al parecer, el punto en el cual convergen aquellas personalidades es de tinte romántico y rojo como la sangre que no está contaminada. Día 5: Reflexioné: “El brillo de la muerte rueda sobre nuestra mejilla en forma de lágrima sólo para agrietar el rubor de nuestra piel. ¡Cuántos celos tiene la muerte de aquello que no es mas que vida!” Mis familiares insistieron en festejarme el cumpleaños. Todos estuvieron ahí: tías, abuelos, padres, vecinos, amigos, novia(s). Esta noche no hice más que acariciar a mi perro. Día 6: Reflexioné: “De todas las lunas que el cielo me ha regalado, solo recuerdo aquella que nos ha presenciado” La pelea que tuvieron mis vecinos repercutió en todo el barrio. Según el almacenero, el perro de mi vecina tiene pulgas y, Rubén, el esposo de aquella, no hizo nada para impedirlo. Hacía mucho que no veía derramar tanta saliva.

Día 7: Reflexioné: “Incontables senderos, un solo camino. Eso es la vida”. Nada ha sucedido el día de hoy. Ernesto James No sería justo dejar de señalar que mi abuelo no murió de un paro cardíaco como su certificado de defunción señala, sino que murió de tristeza e incomprensión. Seguramente el origen de su muerte radicó en su incapacidad por construir puentes interpretativos que le permitiese vivir en sociedad; si así no hubiese sido, jamás habría escrito un diario así. Fernando Consolo Darwin. El genocidio empezó como empiezan todos los genocidios: nadie se opuso. Al menos, nadie importante. Nada que valiera ocupar la tapa de algún diario de tirada mediana o minutos en un noticiero central. El agua había comenzado a escasear. No alcanzaba para todos y hubo que pensar en matanzas rápidas, muertes limpias, en lugar de guerras civiles y hambrunas prolongadas. Si falta el agua falta la comida, si falta el agua nos extinguimos, nos decían. No nos opusimos porque ya lo habíamos pensado antes de que pasara. Era necesario. Los primeros fueron los presos pero podía haber sido cualquier otro, lo mismo daba, tan desesperante era el panorama para todos. Arrancaron por los cadena perpetua. Asesinos, criminales de guerra, descartables. Las cárceles estaban abarrotadas. No se puede seguir así, nos dijeron. Nunca saldrán, salvo que escapen y no tienen forma de aportar a la sociedad, son prescindibles. Necesitamos hacer espacio, somos demasiados. Algunos se manifestaron, los familiares, asociaciones de derechos humanos que entendieron lo que venía, que lo vieron antes. Comenzó a circular con más frecuencia aquel poema de Brecht, primero se llevaron a los negros, etcétera. Pero no nos importó, lo cual no hace más que confirmar la esencia del poema, la miseria de nuestra condición. Entiendan, les decimos ahora. No nos parece bien, pero era necesario. El agua seguía escaseando y en el mercado negro se vendía cinco, diez, quince veces más cara que en el oficial, donde era una suerte conseguirla. Así que tampoco protestamos cuando siguieron con los violadores. Después de todo, violar es peor que matar, el violador es irrecuperable y consume recursos. Dejamos hacer. Después los ladrones, los estafadores. Los que protestaron también fueron en cana: ellos también cayeron. Así que muchos dejaron de protestar. Hubo enfrentamientos, claro, pero no tantos como es de esperar cuando uno escucha hablar a la gente en una mesa de bar acerca de los límites de lo tolerable en una sociedad civilizada. Como nadie quería ir a una muerte segura, la criminalidad civil bajó a tasas históricas. Puro miedo, claro, pura represión, en el cuerpo, en la calle, en casa. Pero el agua, aún racionada, comenzó a verse más en las góndolas y el mercado negro tuvo que cobrarla menos. Los locos ¿para qué queremos a los locos? dijeron un día. Los manicomios fueron arrasados por los soldados, que ya no distinguían vivos de muertos, así de cebados estaban, así de urgidos de sangre y fuego. Lo más delirante es que se discutía, que había voces a favor y en contra y que se hablaba del tema en las sobremesas. Entiendan: cuando apareció el agua empezó a faltar comida y el miedo se acentuó. Lo que aprendimos del miedo fue eso: siempre se puede tener más, siempre. Se puede morir de miedo, pero se puede vivir con él y no hay límite para el miedo con el que se puede vivir. Es un pozo ciego que se sabe dónde empieza pero no dónde acaba. Cuando se habló de los viejos fue casi gracioso. ¿cómo no se les había ocurrido antes? Solo aceleramos, argumentaban – siempre, todas las veces, argumentaban – el trabajo que la naturaleza está por hacer sola. Les falta tan poco y han vivido tanto y nosotros no se sabe cuánto podremos soportar. Y los viejos comen mucho. Ya comieron suficiente y no sabemos


si podremos llegar a viejos nosotros, no hay lugar y no hay con qué y no es justo que ellos hayan podido y nosotros no. Cada grupo eliminado bajaba el precio del agua y de la comida y debilitaba al contrabando y seguíamos adelante pensando que tanto dolor quizás había valido la pena. Todos habíamos ›› ›› perdido a un ser querido, todos conocíamos a alguien que había muerto para que no estuviéramos muertos. Las iglesias, las mezquitas, las sinagogas, los templos se llenaban de voces: letanías, nombres repetidos. Misa por los locos, los viejos, los presos, los enfermos terminales, que fueron los siguientes. El tejido social no se vería desgarrado por su desaparición apenas previa a los meses que les daban los médicos, y los médicos comenzaron a reportar una enorme cantidad de enfermos terminales. Porque entiendan, la salud de los sanos era más importante. Cualquier sospecha de tumor fue cáncer, cualquier enfermedad progresiva fue condena. Con los huérfanos, sin embargo, fueron distintos. Los ofrecieron en adopción y algunos se salvaron. Pero no todos podíamos – queríamos – adoptar. Los adultos que vivían en la calle no corrieron la misma suerte, no tuvieron la posibilidad. Era irreal, era inhumano pero era el precio del agua y la comida. No teníamos salida, entiendan, les decimos. Una noche me despertaron unos ladridos. Acababa de dormir a mi hijo recién nacido y andaba con el sueño ligero, pendiente como toda madre primeriza de cualquier sonido, cualquier respiración anormal, cualquier amenaza. Lo primero que hice fue correr a su habitación y asegurarme de que estaba bien y que no había oído nada. Lo levante, lo abracé, abrió los ojos y me miró y empecé a amamantarlo. Así, amamantando al único hijo que podía tener, ahora que sólo estaba permitido tener uno, me asomé a la ventana, con cuidado, con sigilo. Y vi como mataban a la mujer que a veces dormía enfrente abrazada a un perro blanco mezcla de bulldog y callejero. El bicho ladraba como para despertar a la calle entera pero no se encendió ninguna luz. La vi a ella acostada, levantando apenas una mano para protegerse, y vi a los soldados, cinco o seis, que la rodeaban. Uno de ellos tomó al perro de la correa – el perro tenía correa y estaba limpio y bien alimentado – y otro la degolló. Así de fácil. Un gorgoteo y después nada. Y el perro que ladraba hasta que el soldado que lo tenía de la correa le dio unas palmadas en la cabeza, mientras los otros envolvían el cadáver en una bolsa negra y se lo llevaban en andas. El perro se había calmado y movía la cola, ¿pueden creerlo? Creo que lloré, pero no puedo afirmar que haya sido por lo que vi o por las mordidas en el pezón que mi hijo me propinaba en busca de más leche. Vi alejarse a los soldados y al perro, que marchaba obediente, con la cabeza gacha y en silencio, con el que lo había adoptado. Como si él también supiera que no había remedio. Entiendan, nos decían. Entiendan, les decimos. Siguieron con los sospechosos, con los sospechados, con los drogadictos, con los alcohólicos, con los suicidas, con los depresivos, con los lisiados, con los retrasados, con los deformes, con los ciegos y los sordos – dejaron a los mudos -, con los enfermos crónicos, con los desempleados, con los morosos. Un día no pudimos pagar la tarjeta de crédito. Escapamos hacia las cuevas, bien adentro en la cordillera. Somos una pequeña comunidad, pacífica y silenciosa. Los adultos tenemos la espalda encorvada y vemos crecer a nuestras crías, que no recuerdan pero que son chicos tristes y taciturnos porque nosotros les contamos. Un día vendrán a buscarnos, les decimos. Lo sabemos, los hemos oído con sus helicópteros por las noches, los días que el viento trae el sonido de los vuelos cercanos. Nos encontrarán, no hay nada que hacer. Y nos van a matar, les decimos. Entiendan. No será personal, es la ley de la vida, los padres por los hijos y Darwin y la supervivencia. No se pudo hacer otra cosa. Ni agua, ni comida. Les explicamos que no tiene sentido sufrir, nosotros ya vivimos, pero ustedes podrán vivir en un mundo mejor, creemos que hay lugar para ustedes. No les contamos que tal vez, posiblemente, también los maten a ellos. ¿Para qué? Necesitamos que crean que hay esperanza. Entiendan, les decimos. Entiendan. Gabriella Cancerallo

Extrañada mujer Era de pronto la misma mujer, entre las bulliciosas noches de las ojeras y los amargados; Su canto y un petardo en el pantalón al borde del precipicio del colchón, la quebrazón eterna de la vajilla emperatriz, y ella, como todas las guitarras. Las palmas, las pequeñitas incursiones de poesía, las servilletas como pañuelo eran sus fotos y una lagrima, del escribidor y sus espadas, y su puntería obtusa, llena de su egoísmo, era también de todo él y contra todo, como su castillo si una ola lo derribara, eclipsado totalmente por sus deseos lícitos; Era todo y quédese quieta un carajo, podría haber dicho ese pobre escribidor complacido por si, como despidiéndose de los trenes perdidos, de los motivos, de todo y hasta de su tiempo mentiroso. Alonso Mora 1993, mediados de junio Un buen día es cuando descubres que cualquier día es un buen día, por oposición un mal día es cuando descubres que, un buen día, surge simplemente de ignorar que todos los días son malos. Días buenos y malos se alternan y superponen conformando un panorama que algunos llaman vida. Buena o mala vida, que como los días buenos y malos, son en definitiva el resultado de un equívoco insalvable o tal vez; Mientras tanto, llueve y sale el sol en espera de que alguien, en un buen o mal día, les atribuya semejante; Es el caso de un día jueves del año 1993, mediados de junio. Ese día jueves un sol tibio se aproximaba al cenit, una piedra de composición standar, es decir, principalmente compuesta por cristales de azurita, protegía en su sombra un pequeño charco, digamos menos que un charco, un minúsculo apozamiento de rocío, abundante para ser rocío, pero despreciable en comparación a una poza standar, comprendida en el rango de 3 a 15 lt. En esta superficie de agua diminuta, desde el ángulo en que nos encontramos, vemos reflejado nuestro personaje principal, un árbol, para ser extremadamente exactos, un Quillay. Este árbol, así como muchos otros árboles, pacientes y confiados en el medio día, orientaba el crecimiento de sus ramas sobre el eje norte sur optimizando la captación solar -su captación solar-. Una de sus ramas detenidamente observada por la poza (sabemos que es menos que una poza, pero a falta de una palabra que la defina mejor y sucintamente, diremos, por ahora, calculada pero erróneamente, poza (sugieren en la editorial llamarla pozita, me resisto a llamar nada de modo tan lamentable como resulta de forzar un diminutivo (insisten, dicen que si me resisto lo lamentaré pero, ¿cómo no lamentar aun más el uso de la palabra pozita?(he logrado distraerlos arguyendo que aceptaré en la segunda edición el reemplazo de poza por pozita, se les ve satisfechos, tal vez porque no saben que estoy decidido a impedir la publicación de esta supuesta segunda edición (mi estrategia será hacer poco atractiva esta primera edición condenándola a un fracaso en ventas (una de las estrategias será agregar indefinidos sub-parentesis haciendo poco fluida su lectura))))) más bien, desde la poza, evidenciaba un agudo cansancio. Se le veía de un café deslavado, quizás por el sol, quizás por la lluvia, quizás porque sí. Sin advertencias simplemente se separó esta rama de su anclaje. Otra rama, cayendo inevitablemente para mi colección de ramas que he visto precipitar. Yo vi y, ahora usted también, nuevamente caer esta rama, cae en una triste cámara lenta, estoy llorando nuevamente, lloro como la primera vez, me pregunto si ud. llorará algún día al ver caer una rama. Intuyo por el pronunciado crecimiento de la poza que varios estamos llorando, esto cambiará el curso de los hechos que me disponía a narrar. Desde donde me encuentro parado, no sólo mi relato sino también mi integridad está en riesgo. Me dispongo a bajar por la quebrada -si bien el río en el que la poza se ha convertido también se dirige quebrada abajo, no tengo otro lugar al cual escapar, hacia arriba se me hace imposible por lo escarpado del terrenoUna bandada de tordos empieza a reunirse, sale desde sus árboles particulares, planeando en dirección a un espino común, en su canto distingo

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gran preocupación por el nivel creciente del río, varios de sus nidos pudieran acabar sumergidos. En algún punto me siento responsable de todo esto, pues yo los conduje hasta este paisaje prestado y creo no poder devolvérselo a sus dueños en las condiciones iniciales. Provisionalmente a salvo en mi oficina escucho en la radio que un inusual caudal de agua baja por la quebrada de San Pablo, en pocas horas, de seguir esta tendencia, todo el pueblo de Huelteu quedará arrasado. Juan Pablo Venegas Inostroza Ruido de helicópteros Max despertó sobresaltado. Hacía un calor infernal, tenía toda la espalda mojada. Estaba soñando algo, no sabía qué, pero sabía que era el mismo sueño de siempre, ese que lo atormentaba por lo menos dos veces a la semana. Se restregó los ojos y miró hacia el lado, ahí estaba Carolina durmiendo tranquilamente, tenía puesta esa vieja polera de Pink Floyd, la que él le regaló para un cumpleaños, para su primer cumpleaños después de que se conocieron, de hecho. “Qué haría sin ella”, pensó Max. Se sintió ahogado, no se podía mover y empezó a escuchar los helicópteros, esos malditos helicópteros, los que escuchaba siempre en su sueño, los mismos del accidente de un año atrás. El ruido se hacía insoportable, quiso gritar, pero no pudo. Se calmó, ya había pasado esa terrible sensación. Se levantó y fue a la cocina. Se sirvió un poco de vodka, sin hielo. Se lavó la cara, caminó hacia la habitación. Al llegar, se paró en la puerta, prendió la luz y vio la cama vacía. Ese día se cumplía un año de la muerte de Carolina. Alfredo García Cid Dedicadores Porteños

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Como cada mañana, a eso de las diez y cuarto, se les veía subir al trolebús en avenida Argentina. Cargaban dos cajas plataneras atiborradas de libros usados. A primera vista, se hubiese pensado que eran bagubras, los libreros del puerto, pero no era el caso. Aquellos dos, constituían la pareja de abuelos más pintoresca que el puerto recuerde. Ella, de manos enguantadas, lucía un desgastado sombrero de medio velo y unas indescriptibles medias caladas de fina malla francesa. Él, siempre de humita, usaba un despeinado peluquín negro y su infaltable pañuelo rojo al bolsillo de la solapa. Paso a paso se turnaban para tirar del carrito con las cajas de libros, pero como cada vez avanzaban menos y descansaban más, siempre terminaban pidiendo ayuda para lograr llegar al terminal del trole:

compró libros, ni lapiceras fuente, ni tintas chinas, ni nada que no fuese alimento para el cuerpo. Después de la debacle, únicamente subsistieron los dedicadores de plaza Echaurren: una pareja de italianos que se pasaba el día dedicando, entre meriendas de ravioles con pan batido, y los tataratatas, que siempre fueron porteños. Cortísimas se hacían las horas con los tataratatas respondiendo absolutamente a todas nuestras curiosidades del puerto. Aunque por ese entonces aún no lo sabíamos, su docencia era de antología. Quince minutos con ellos se llevaban por lejos una hora de clases con el cabronazo del Silva. El arte de los dedicadores consistía en escuchar pacientemente las penas de amor de los desesperados que –antes de llegar a la fase del suicidio– se jugaban un último recurso: agasajar a su ser amado con la mejor de las dedicatorias de amor jamás escritas, en un libro profundamente romántico de su propia elección, si sabía leer, o recomendado por los dedicadores, si no era el caso. Eran tantas las pruebas de buena fe que, al menos una vez en la vida, todo porteño bien nacido recurría al buen oficio de los dedicadores. La dedicatoria era debatida y perfeccionada por estos entendidos (a veces por varios días, dilatando potenciales suicidios) hasta transformarla en un verdadero sortilegio de amor. Se caracterizaban porque generalmente reflejaban una encrucijada, y porque eran implícitamente ingenuas o contradictorias: como el amor. De entre los libros de las cajas, rescatamos algunas dedicatorias memorables: «Como no me gusta este mundo, construiré otro distinto, y solamente para ti, en el más allá»; «No me importa que seas casada, te esperaré hasta el crepúsculo de nuestras vidas»; y una de las preferidas: «Búscame en la Piedra Feliz, pasado mañana al mediodía. Sé puntual, o atente a las consecuencias». Por una de esas extrañas fuerzas sobrenaturales, que siempre están latentes, estábamos predestinados a la carrera docente. El bachillerato nos desparramó por todo el país, pero con el correr de unos cuantos años, el imán del puerto nos volvió a atrapar. Potente y magnético como él sólo. Muy a nuestro pesar, y ya ejerciendo de profesores, nos fuimos poniendo porfiados y –por qué no decirlo– algo cabrones también ¡faltaba más! Siempre nos recriminamos unos a otros, el no haber documentado, con los tataratatas en vida, la historia de su noble oficio.

–¡Ayuda con esta eslinga! –demandaban a los transeúntes.

Como todos tienen su cuarto de hora y nadie se muere el día antes, una fría mañana de agosto, así como esperando la fecha, la influenza se llevó al Cabrón Silva. En uno de esos arranques de humanidad, que solo el paso de los años te va otorgando, decidimos asistir al funeral. Nos presentamos bien engominados y terneados en el cementerio número tres de Playa Ancha para despedir al colega. Nobleza obliga.

Así fue como nos habituamos a auxiliarlos cada vez que hacíamos la cimarra.

Hacia el final del sepelio, cuando ya nos aprestábamos a regresar al plan, vino, como quien dice, el balde de agua fría.

Con ellos se podía hablar de telequinesis, tarot o quiromancia, saltando así como si nada, a la historia, economía o filosofía.

La hija del difunto se nos acercó muy resuelta y, sin decir agua va, se lanzó:

Cuando el profe de historia nos quería cargar con algún examen sorpresa, se le divisaba muy temprano en la plaza Aníbal Pinto, recopilando de los tataratatas (que así les pusimos a los abuelos), las más indocumentadas historias del puerto: las mismas que luego usaba para festinar con nuestra ignorancia… el Cabrón Silva no podía tener mejor puesto el apodo.

–¿Serán ustedes los de la «manga de pelotudos»? Quedamos mudos. Sólo atinamos a mirarnos y a asentir con la cabeza.

A la hora de las evaluaciones, siempre éramos el peor grupo de trabajo.

Acto seguido, nos extendió un manuscrito de ciento ocho carillas titulado «Historia del extinguido oficio de dedicadores porteños», en cuya dedicatoria rezaba: «Con todo mi amor de maestro, a la única y verdadera manga de pelotudos».

–¡Manga de pelotudos! –repetía en distintos tonos. Y sólo para sacarnos los choros del canasto, remataba:

–Mi padre pidió que, a la hora de su muerte, este documento quedara en las mejores manos porteñas –dijo.

–¿Bachillerato querían? ¡Con suerte llegan a bichicumas! ¡Vamos echando las barbitas en remojo pues, cabritos!

El silencio se hizo, y se volvió a rehacer, y ese manto de nostalgia que, más temprano que tarde cubre a cada porteño, finalmente nos cubrió a nosotros también. Aún nos cubre.

El Cabrón sí que sabía dar golpes bajos. Tanta persecución nos llevó a odiar sus clases de historia, su manera de vestir y hasta su forma de hablar, como sosteniendo un pucho a medio labio.

Por estas fechas, desde hace ya más de veinte años, nos reencontramos la «manga de pelotudos» en el Cinzano. Lo de siempre: cuatro cervezas, cinco vasos. Entre todos llenamos el vaso del Cabrón Silva. ¡Salud!

Antes de los años treinta, había parejas de dedicadores diseminados por todas las plazas del puerto. Los dedicadores eran como los pericos inseparables: se moría uno y, ya no más, se moría el otro. El oficio decayó con la gran depresión, cuando ya más nadie se enamoró en el puerto ni

Roland Villalobos


Cuando se van las palabras...

Autodespido

Éste era un tipo que odiaba los libros y todo lo escrito. Un tipo que caminaba solo y cada hoja escrita que se encontraba tirada en la calle, la recogía y la guardaba secretamente en su bolso, mirando desconfiado a todas partes. Claro, todos lo veían al pasar, pero nadie se detenía en él. No existía. Invisible personaje del asfalto de una ciudad oscura, ruidosa, infartante. Los autos, las colas interminables, el aire ácido, la cochinada humana inundando las calles de plástico, botellas, basura.

Méndez el día quince del presente mes del año en curso redactó en el papel amarillo mostaza las razones por las cuales debía ser partícipe del recorte de personal. Llevaba treinta y cinco años trabajando como operador en la empresa de manufactura, en la cual se elaboraban bolsas de papel para paqueterías del gran Santiago y la región de Arica y Parinacota. Fue testigo del pasar sistemático de innumerables jóvenes que llegaban para empezar su carrera laboral. Ingenieros, estudiantes de teatro, contadores y asistentes de cocina fueron algunos de los oficios que vio pasar junto a él y su máquina. Todos en algún punto ascendían, el actor pasó a ser supervisor y el ingeniero hizo las labores de planificación de los turnos, pero Méndez con su octavo básico estuvo, siempre, muy alejado de eso.

Bueno, el tipo recogía papeles, durante todo el día. Sin discriminar, palabra escrita que veía en el suelo, palabra que secuestraba. Planearía algo macabro. Quién sabe. Boletas, folletos, revistas, diarios, cuadernos, talonarios usados, todo, todo lo guardaba en un gran bolso. Hasta llenarlo. A veces tardaba el día entero, otras, un par de horas. Dependía de su sentir al despertarse. Pues el tipo tenía su historia. Historia que no vale relatar a esta altura. Resulta que al llenar su bolso se dirigía al patio trasero de su miserable casa, prendía un fogón, se calentaba, comía, se alumbraba y al calor de ese anaranjado silencio recordaba. Recordaba palabras que olvidó. Luchaba por llegar a ellas, pero nada, seguía hundido en su implacable silencio. Simplemente, no le salían las palabras. Y el tipo lloraba, lloraba porque no tenía palabras, no podía pensar, no podía hablar, sólo se despertaba cada día a recolectar escritos entre oficinistas, micros, autos, estudiantes, obreros, putas, abuelas, niños, todos hablando, todos riendo, todos odiando, todos siendo en sus propias palabras. El tipo no poseía ninguna. Sólo las portaba todos los días y tras enamorarse cada noche de ellas y jurarles amor eterno, las quemaba. Franco Barbato Si ella mira Recuerdo aquella vez como la culminación de mis miedos. Los empapelados con flores y el sofá de pana verde roto, todo eso al servicio de mi madurez. Varios habían anunciado ya la fecha por la radio y también en algunas veredas vacías donde la vida daba remolinos de agotamiento sobre las alcantarillas. Incluso el cielo se estaba preparando y eso que siempre permanece inmutable ante los cambios del mundo. Elegí la casa de mi abuela porque siempre quedaban flores en su jardín y, cuando se entraba, el aroma al guiso de todos los días inundaba el living, eso me ayudaba siempre a creer en lo perpetuo, a suponer que las cosas no pasan tan de prisa. Algunos vecinos también quisieron estar allí, incluso los que no eran del barrio y se decían amantes de la plaza o amantes en la plaza. Por eso cada uno llevaba su silla más prolija y ceremoniosa, de esas que siempre están solas en algún rincón porque nadie se anima a desestructurarlas. Parecía entonces que todos venían de la realeza o al menos desde muy lejos porque para presentarse por primera vez es necesario disimular lo más correctamente posible. No sólo mi abuela era una de las pocas personas que tenía televisión blanco y negro, su casa estaba saturada de imágenes a color desde siempre. Creo que por eso la elegían o porque estaban dispuestos a verme crecer en un instante como la planta ingeniosa del patio que nadie controlaba. Podemos crecer con algo que vemos, no hacen falta muchos años para sentirnos unos centímetros más altos o un poco más amplios de mente. Y yo, a partir de esa nota en el diario o de los anuncios en los almacenes supe que esa tarde algo cambiaría en mí. Toda esa gente reunida en un mismo lugar y los niños rodando por la alfombra como si estuvieran cayendo por los Alpes cambió el nombre de las cosas por un momento para llenarlas de calma y expectativas, qué fácil es todo cuando no se sabe nada. Así estuvimos juntos, como seres humanos quizá, esperando que algo cambiara. El periodista canoso de la televisión con anteojos gruesos anunció la llegada del hombre a la luna y justo en ese minuto el universo nos incluyó. Todos nos dimos las manos que estaban transpiradas de emoción y miramos las telarañas del techo como si esos fueran los cráteres de algún planeta perdido. Mi abuela se separó del grupo y avanzó hacia la ventana con respeto y calma, la cortina había quedado corrida y permitía ver cómo toda la noche inundaba la calle. Ella sacó los antejos del bolsillo del delantal y se los puso con la precisión de cualquier científico, miró hacia el cielo, allá lejos, donde nadie había mirado antes. Y vio la luna y al hombre. Laura Romani

También junto a su máquina vio pasar otros tantos mutilados, algunos eran de los mismos actores, ingenieros, etcétera. Directores instrumentales que terminaron con dedos, manos y brazos menos, y uno en particular que fue arrastrado por la huincha de la máquina de ensamblaje de los pallets para el envío del material. El chiquillo fue reventado por los engranajes, maderas y astillas que quedaban entre los fierros. A pesar de los espectáculos dantescos que debía presenciar a diario, no desviaba mucho su mirada, seguía como caballo de carrera porque tenía que mantener a su familia; y vacilar un solo segundo en el trabajo podía significar que alguno de los actores–supervisores lo sorprendiera perdiendo el tiempo y lo echaran. En las peores épocas, en las cuales el trabajo no paraba las 24 hrs., no había espacio de recoger los restos de cuerpos. Pasaban semanas entre el olor y los ácaros se quedaban ahí con los fallecidos. Obviamente ninguno de los maquinistas se movía de su puesto, pero de vez en cuando, y muy ocasionalmente, se cruzaban las miradas entre torniquetes y cables, con un grito desgarrado en las pupilas y un ardor, que no sólo se debía al sudor que entraba en sus ojos. Entre maquinarias y otras labores pasó Méndez la vida. Cumpliendo con la mensualidad en el colegio de los niños, en las cenas con su señora, y con la producción semanal exigida. Pero en la quincena del presente mes del año en curso, se acabó. Días antes se corría el rumor entre los maquinistas de que cambiaría el rubro de la empresa, pues ya no habían actores en los cargos más altos, sino que eran los hijos de los actores (de desconocida ocupación), y ellos habían determinado que ya la empresa no rendía. Así el día once comenzaron a llamar por orden de R.U.N a cada operario, desde el número mayor al menor. Méndez era sin duda el más viejo, así que tenía asegurado el último llamado. Ese día en la tarde llegó para cenar con su esposa. Los niños hace rato dejaron de serlo, y como tal ya no vivían con ellos. La mujer ya ajada por las labores de la casa y la educación de cuatro chiquillos, llevaba acuestas una enfermedad de esas que dan fecha de caducidad, eso mezclado con la edad le dejaron inmóvil el corazón esa misma tarde. Méndez entró por la sala, extrañado por el pesado aire que reinaba en la casa, avanzó llamando a la vieja quién no respondió. Entró al cuarto, se cambió de zapatos y entró a la cocina. Ahí yacía el pellejito de la vieja, manchada con jugo de tomate que iba a ser parte de la cena. Los porotos se mantenían a fuego lento para no perder el calor y la sopa. Después de eso todo se nubla un poco en la casa, ni siquiera Méndez recuerda mucho hasta que se ve sentado a la mesa con el plato de porotos y la ensalada de tomates. Se le ve pálido, y el también lo logra sentir, porque le cuesta abrir la boca para embuchar las cucharadas de porotos con riendas. La viejita sigue descansando en la cocina y él está a oscuras y en silencio en la mesa. Así llego la mañana, para cuando marcaron las seis él seguía untando la marraqueta en el juguito de tomate. Durante los días doce, trece y catorce siguió trabajando, pero la palidez le era cada vez más evidente, estaba blanco como papel, ya no podía cerrar sus ojos al unísono. La boca ya no la abría, se estaba petrificando y llenando de yagas por el mordisqueo constante de Méndez, él se mantenía masticando los hollejos de los porotos. La mañana del quince del presente se acercó a la oficina del supervisor, con un papel de la guía de teléfono, en ella estaba escrita la renuncia de Méndez por causas de fuerza mayor. El supervisor con un ademán de cordialidad le explicó que él era parte fundamental de la compañía y que no los podía abandonar ahora que se emprendería nuevos rumbos productivos. Que se dejara de embromar y que volviera a su máquina, porque muy probablemente podía recibir un aumento en su paga a fin de mes, así

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lo fue acompañando hasta salir de la oficina. Para cuando Méndez se percató ya le había cerrado la puerta por la espalda. Méndez enfiló entonces al galpón y sin más echó a andar la máquina, se sentó en la huincha de producción y suspiró aliviado

con agua fría y durante la tarde, no hacen más que tocar la guitarra. -¡Que se destituya inmediatamente a ese directorcito de pacotilla y ponga a un hombre con cojones al mando! –le grité un tanto exaltado y me fui a dar un buen baño de tina.

Cote Martínez

La construcción de la pirámide ya comenzaba a contrastar en perfecto equilibrio con la geografía. Carlitos me informó que la delincuencia había bajado considerablemente y que el narcotráfico era ya cosa del pasado, no obstante, las agencias de viajes estaban colapsadas por supuestos turistas que querían ir a visitar Isla de Pascua, y los condenados a trabajo comunitario eran tantos que no había forma de alimentarlos y vestirlos.

Mi perfecto y pequeño reino Por un divertido evento que en esta ocasión no ahondaré por razones de tiempo, fui denominado Rey de Chile. Luego de mi primer emotivo discurso oficial, los periodistas esperaban ansiosos las primeras propuestas específicas de mi reinado. -Oh Majestad ¿Cómo pretende usted iluminarnos con esa fenomenal mezcla de jovialidad y sabiduría? –se animó a preguntar uno de los curiosos reporteros siempre con la vista en el suelo. Debo reconocer que la situación no fue fácil. Por primera vez debía dejar de lado la pompa y la arenga heroica para dar paso a lo concreto, a lo meramente sustancial, sin dejar de considerar dos aspectos fundamentales para cualquier gobernante. Primero, dejar contentos a progresistas y tradicionalistas recalcitrantes, fuerzas poderosas en la población; y segundo, no proponer nada con tintes peronistas que pusieran en jaque la estabilidad económica del país. Pensé unos segundos de manera disimulada hasta que se me ocurrieron los primeros decretos:

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1. Se legaliza el consumo y cultivo de marihuana. La comercialización quedará en estudio. 2. El servicio militar es obligatorio (sin excusas) para todo hombre que egrese de la enseñanza media. Las mujeres de la misma edad, serán instruidas en Historia de Chile, Gastronomía y técnicas amatorias. 3. Las prácticas sodomitas y el matrimonio homosexual son legales en Isla de Pascua. Dentro del territorio continental se pena con doscientos días de trabajo comunitario. 4. Los niños huérfanos y de riesgo social ingresarán a un orfanato de elite en donde serán instruidos por monjes shaolín. A la edad de treinta años, serán condecorados como jerarcas de la nación. 5. Carlos Larraín y Francisco Vidal se enfrentarán a duelo mañana a la salida del sol. Quien salga vencedor será nombrado alférez real de la policía secreta, vocero del reinado y heredero potencial del trono en caso de tragedia. 6. La capital se traslada al territorio antártico. 7. Se derrumbará el edificio Costanera Center y el señor Horst Paulmann deberá abandonar el país en el transcurso de las próximas doce horas. Fin del comunicado. Entre aplausos y bocas abiertas, me recibió con gran cariño la muchedumbre ahí presente. Había logrado mi primer gran objetivo, dejar a la masa contenta. Mientras trabajaba en los preparativos para mi viaje mesiánico a la Antártica, recibí un llamado de Carlos Larraín. -Majestad, Paulmann se encuentra en dirección a Lima Perú y Vidal ya debe haber andar por el purgatorio. -Perfecto –le respondí –aunque tenía mis fichas puestas en Pancho. Terminé de empacar mis prendas en mi maletín de cuero de cocodrilo, me puse el sombrero y la bufanda, y partí con Larraín, la guardia real y la elite intelectual más leal a la Antártica. A nuestra llegada, se me ocurrió la idea de construir una pirámide de lapislázuli en honor a José Miguel Carrera. Mis seguidores soltaron tibias lágrimas de emoción frente a la noticia.Si queríamos un Reino, había que hacerlo a lo grande. Llegaron arquitectos y constructores a trabajar en tamaña obra, al mismo tiempo que noticias del continente atormentaron mis noches de reflexión en esos hermosos parajes de solitud. -Se respira un aire espeso en el Reino, su Majestad –me dijo Carlitos- El Director de la Escuela Militar está furioso. Alega que llegan hordas de voladitos a hacer el servicio. No pueden despertarlos, se niegan a ducharse

-¡Me cansas con esas noticias, Carlitos! ¡Le quitas toda la magia al asunto! –le grité como un padre a un hijo y fui a dar un paseo con mi perro Boby. Estaba por anochecer. Mirando el cielo estrellado, llegué a la conclusión de que quizás había sido muy severo con Carlitos. Debía darle un poco de orientación para calmar sus preocupaciones. A mi llegada del paseo lo invité a tomar el té. Charlamos largo rato sobre temas menores, no obstante percibí cierta ansiedad en sus ojos pálidos. -Dime Carlitos, ¿qué te preocupa tanto? -Su Majestad, no están llegando buenas noticias del continente, y cada vez que se las comunico usted se enfurece. -¡Es que no tienes paciencia! Censura todos los medios de comunicación. No quiero noticias funestas ni degeneración. Cristián Warnken asume mañana como Ministro de Propaganda. Y me siento un poco solo, Carlitos, quiero que las mejores doncellas en técnicas amatorias y gastronomía se vengan a vivir conmigo. Fin del comunicado –le dije y me fui a acostar. Fue una noche helada. Al día siguiente llegaron cinco doncellas de buena figura y una caja de bombones de coco cortesía de Cristián Warnken. En la parte superior de la caja, observé una pequeña y elegante nota adjunta. “Confío en que su perenne lejanía material, le permitirá encontrar sus propias medidas y sus sagrados límites”. No entendí qué cosa quiso decirme, pero me alegré. Todo comenzaba a marchar por mejor camino. Almorcé un pastel de choclo exquisito y para el postre me revolqué con un par de las recién llegadas. Luego de la siesta fui informado de una noticia terrible. Mi perro Boby había fallecido misteriosamente. Lloré toda la tarde. Al anochecer, Carlitos me preparó una sopa de cebolla que estaba deliciosa. Lo condecoré como Chef oficial de la familia real, dejando a las doncellas concentradas estrictamente en todo lo relativo a la satisfacción del placer carnal. A la mañana siguiente, sentí un aroma fresco entrar por mis narices, algo me decía que ese día, recibiría buenas noticias. Pues bien, me puse mi corbata preferida y mis zapatos de gamuza… -Señor Gonzalez, ¿para dónde va con esta historia? ¿Está usted consciente de que está siendo inculpado por crímenes de lesa humanidad, los cuales incluyen represiones, torturas y el asesinato de doscientas mil personas? –me preguntó el juez de la corte internacional. -Vámonos con calma que el asunto no es tan sencillo –le respondí- como le iba contando, me puse mi corbata preferida y mis zapatos de gamuza… Vicente Wilson Franulic Prioridades El cartel ubicado arriba de las primeras ventanas del colectivo dictamina: “En los cuatro primeros asientos tienen prioridad los ancianos, las embarazadas y los discapacitados. Ordenanza 7967”. Sucede que los tres primeros asientos están ocupados por una mujer de 86 años, un ciego de barba castaña y una mujer -con baja presión- que tiene un bebé de siete meses dentro de su panza. El asiento número cuatro está aprisionado por el culo de una rubia estudiante de anatomía. Su


culo es moderado en tamaño, pero tiene gran atracción por la fuerza de gravedad. En la parada siguiente espera la catástrofe[1]. Entre varia gente apresurada (están los que llegan tarde al trabajo, tarde al hogar y los que llegan tarde a ninguna parte) ingresan en el vehículo un manco de ojos verdes, una embarazada de seis meses y una anciana de 84 años. La estudiante forzada por una ley que no comparte del todo se levanta y se retira al fondo, cerca de un estudiante de filosofía que eventualmente por falta de espacio se rozan los muslos. El colectivo está casi repleto, siempre está casi repleto. Los tres beneficiarios de la ordenanza se aprontan a tomar el lugar vacío. Sin llegar a forcejearse la discordia se hace evidente. Manco: ¡por favor!, déjenme sentarme que no tengo de donde agarrarme. Mujer fertilizada: debo cuidar que no le pase nada al bebé que llevo adentro, cualquier esfuerzo me puede dañar, además estoy de ocho meses. Manco: la entiendo, pero a mí me resulta imposible viajar parado. Mujer fertilizada: ¿usted quiere que mi bebé tenga malformaciones? Manco: yo no dije eso, lo que estoy tratando de… El colectivo hace una brusca frenada y en un instante los cuerpos de los pasajeros interactúan más allá de lo indicado como usual en las reglas de la proxemia. Los perfumes se dispersan, las cabelleras femeninas invaden cachetes, los más enanos sienten principio de asfixia y la estudiante de anatomía se excita más de lo que puede ocultar. Una apagada voz estalla. Anciana: abran sus ojos… yo tuve cinco hijos, ya no tengo fuerza en mi brazos y soy de la tercera edad, me corresponde el lugar, además la ordenanza dice claramente primero los ancianos. La peliroja recién graduada en derecho, que va parada entre los contendientes, dice que el orden en que los sujetos de derecho (según el espíritu de la normativa) son mencionados no influye en el grado de prioridad que tenga cada uno[2]. “Chofer haga algo”, reclama la mujer con peluca amarilla del asiento seis, a lo que el conductor responde señalando con el índice de su transpirado brazo derecho el cartel que indica “Prohibido conversar con el conductor”. La mujer sentada de 86 años implora por la anciana alegando que le queda menos vida que a los demás, la boca del barba replica “¿qué es esto? la conspiración de los gerontes?”. Mujer fertilizada –dirigiéndose a la otra mujer fertilizada–: y vos ¿no vas a decir nada? Mujer fertilizada con presión baja: tengo ganas de vomitar, por favor habrán la ventanilla que está trancada. Instantes después que un fisicoculturista destraba la ventana y mejora el estado de la mujer nauseabunda, no se sabe si por la imprudencia de una moto o de un taxi, al borde de la esquina el colectivero pisa exageradamente el freno e insulta al taxista (puesto que la moto ya se había alejado). Se suceden multitud de bocinas en si bemol y el estudiante de filosofía empieza a tener empatía con la rubía anatomía de la estudiante. La furia del discapacitado se hace oir. Manco: hagan lo que quieran, total sentado, acostado o parado acá vamos todos como ovejas. Mujer fertilizada: sí, pero las ovejas sentadas van mejor, y yo sólo quiero que se cumpla la ley. Anciana: y yo creo que si estás de ocho meses no tendrías que viajar en colectivo. Mujer fertilizada: puedo viajar, pero no parada. Anciana: usted estará de ocho meses, pero yo tengo mil treinta y dos meses de vida y tengo osteoporosis. Mujer fertilizada: entonces vaya a hacerse atender.

La discusión se torna insoportable, no obstante en la parada siguiente espera la solución del caso. Entre varia gente deprimida (están los que están sin trabajo, los que tienen un trabajo asfixiante y los que no saben porque están deprimidos) sube los dos escalones una mujer, una mujer de 79 años; una mujer de 79 años y embarazada de cinco meses; una mujer de 79 años, embarazada de cinco meses, ciega, sorda, muda y con una cruz en su pecho. Las apologías sobre cada postura se silencian, la recien llegada se sienta y se cumple la ley. Fede F. Para Leer a Marx “Me iba, con los puños en mis bolsillos rotos.../ mi chaleco también se volvía ideal, /andando, al cielo raso, ¡Musa, te era tan fiel! /¡cuántos grandes amores, ay ay ay, me he soñado!...” El joven Matías se encontraba totalmente ensimismado, repitiendo mentalmente una y otra vez aquellos versos de Rimbaud. Fantaseaba mientras viajaba en metro, con dirección a la universidad, y es que, ¿hay acaso algún otro lugar donde se manifieste de mejor manera la incomunicación humana? Matías lo tenía más que claro, pero le gustaba. Ese egoísmo existencial, esa adolescente ilusión de creerse dueño del mundo, no siendo éste más que un ideal, había sido algo característico de su solitaria existencia. Era consciente del túnel oscuro por el cual transitaba, más aún cuando su vida no se tornaba para nada clara: había ingresado, por obligación de los padres, a la Facultad de Derecho, siendo su sueño ser un alma libre, un pájaro azul. Evidentemente, a aquellos burgueses insensibles poco y nada les importaba esto. Se mofaban constantemente de las aspiraciones artísticas de Matías, quien reventaba en llanto. Tenía conciencia respecto al desgarro de su alma, pero lo ignoraba. Intentaba ser feliz. En efecto, creía ser feliz cuando podía leer en el metro los poemas de Rimbaud, quien había logrado erigirse como su ídolo. Era también común que, tras tanto divagar, Matías olvidase que debía bajarse en cierta estación de metro, por lo que debía vertiginosamente descender en la próxima, para caminar. Este caso no fue la excepción. Santiago se encontraba regido por el invierno. El gélido clima que calaba hondamente en los huesos era combatido por Matías, quien se armaba de su abrigo ya característico, su querida bufanda roja y su dotación (casi infinita) de cigarrillos. No le importaba el tiempo, puesto que el invierno era su estación preferida. Les había comentado infatigablemente a sus amigos del taller literario que frecuentaba, que Santiago se veía más hermoso que nunca en invierno, ya que ésta era una ciudad de espectros foto - fóbicos, cuya libertad alcanzaban cuando su enemigo, el malvado Apolo, se escondía. Aquella teoría despertaba risotadas entre sus amigos, pero aun así Matías no cambiaba de opinión. Había plasmado en sus diversas producciones literarias cómo las personas, desde el punto de vista colectivo, eran solamente espectros reunidos entre ellos, cohesionados por el miedo hacia un ser omnipotente, al cual simbolizaban erróneamente como el sol, debido a su herencia mestiza, que amaban ocultar diciéndose criollos. En efecto, era una locura, aunque adherentes encontraba. Así, cuando en Santiago reinaba el frío, Matías se contentaba analizando como la gente era libre. Como se manifestaba el rigor de aquel explotado pueblo, que luchaba cotidianamente contra la helada estación. Cuando Matías había tomado uno de los cigarrillos que llevaba en su bolso, su vista se vio desviada hacia una hermosa chica que caminaba indiferente por la vereda opuesta. Su caminar elegante y sus hermosos ojos grises, como el cielo de aquel melancólico Santiago, habían cautivado a nuestro joven protagonista. Se detuvo en la esquina, con la finalidad de esperar a que ella cruzare la calle, para poder así hablarle, con la excusa trillada del fuego para un cigarro. Se preguntaba Matías, mientras esperaba, cuántos hombres habrán empleado en su vida aquella divertida excusa. Tras un momento, como buen poeta, se dio cuenta que lo de los cigarros no eran más que una excusa, pero que lo del fuego era una excusa provenida directamente desde el inconsciente. ¿Por qué limitarse al fuego, si se podía solicitar directamente un cigarro? Cuando alguien solicitaba fuego, no era para un cigarro, era ›› ›› para ser testigo de aquel éxtasis pasional que simbolizaba aquella llama. No era un pretexto para fumar, sino atestiguar que la otra persona portase con ella ese vehemente fuego. Matías estaba convencido que ella lo portaba, pero eso fue inútil. Si ella hubiera cargado uno, dos, cinco o incluso diez encendedores habría sido irrelevante, puesto que Matías se había sumergido en su mundo, dejándola pasar. Cuando logró darse cuenta que ésta no estaba, se consoló a sí mismo diciendo que no era más que un amor pasajero,

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una divagación amorosa transitoria. Pero eran objeciones superficiales. Él sabía en el fondo que, como todo gran amor, éste también se había extinguido, sólo que no había tenido la oportunidad de consumarse. El joven poeta (que aspiraba a ser maldito, y, sin embargo, no lo era) siguió su camino hacia la facultad, triste, pero no desconsolado. Quería saberlo todo de ella, desde cosas tan triviales como su nombre o su edad a detalles imprescindibles, como si consideraba la existencia como una certeza perdida o la marca de cigarrillos que fumaba (era obvio que fumaba, o por lo menos, eso esperaba Matías). A pesar de ello, hubo un detalle que a Matías lo anonadó increíblemente: la chica empleaba una camiseta del Che Guevara. Lo que para algunos era irrelevante, o incuso odioso, para Matías era excepcional, no por motivos políticos, sino porque representaba ser una mujer independiente, libre pensadora. Podía enarbolar banderas impropias, pero ella había decidido hacerlo, había sido consciente de su libertad al momento de decir que sí a esa decisión, de llevar al plano cotidiano la lucha revolucionaria guevarista. Además, como portaba esa prenda, Matías infirió un detalle fundamental de su vida: ella leía infatigablemente a Marx. Esto lo ponía muy feliz, porque la mujer era capaz de conciliar su idealismo exacerbado con argumentos irrefutables.

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Matías estuvo desatento todo el día. No prestó atención a sus clases, por considerar ramos como Introducción al Derecho II o Macroeconomía como útiles al momento de conquistar a una mujer que parecía haberse perdido en una multitud. Cuando se reunió en el Café “Hugo”, sede de su taller literario, les comentó la impresión que había tenido respecto a esta chica y el apasionado amor que había nacido tras el encuentro. - ¡Jajajajaja, Fuenzalida estás enfermo! Quien se ha de enamorar de una mujer que no ha de volver a ver, se encuentra condenado a sufrir hasta la muerte. No tomes la decisión de cargar con un dolor más para tu prontuario de tragedias. - Fuenzalida, yo te apoyo plenamente. Me parece quijotesco tu actuar, creo que debieras esmerarte en buscarla por todo Santiago. Sé que la encontrarás, no permitas que la gente pisotee tus esperanzas. - Me parece sumamente trillado y típico. No eres más que un estereotipo ofensivo y agotador de poeta maldito Fuenzalida, no siendo más que un burgués inconsciente. Dedícate a lo tuyo, a lo que te interesa, y no intentes más en vano enarbolar banderas que no te corresponden. Eres un snob. Tras los testimonios de sus amigos, quiso retirarse, para poder meditar respecto a su Dulcinea. En el fondo de su alma, sabía que habría de encontrarla algún día, por lo que procuró al día siguiente llevar a cabo exactamente la misma ruta que había emprendido el día anterior. Mientras viajaba en el metro de vuelta hacia su hogar, que no era hogar sino una barraca, iba pensando dónde había dejado el ejemplar del Manifiesto Comunista que había comprado hace unos meses atrás, cuando tuvo que confeccionar aquel trabajo en la universidad. Matías creía que iba a ser capaz de invocarla a través de sus lecturas, de materializar en carne y hueso esa ilusión con tintes transitorios. Leyendo a Marx, iba a poder adentrarse en la mente de su amada. De esta manera, ella notaría, al verlo, que él también leía a Marx y cuando aquellas extrañas y azarosas coincidencias los volviesen a reunir, ella se acercaría sigilosamente hacia él, para verbalizar el sentimiento que él tenía. - Tú lees a Marx, igual que yo. Admiro tu devoción por sus ideas. Se ve a simple vista que eres un idealista, al igual que yo. Creo que debiéramos reunirnos. Me pareces, la verdad, adorable. Me gustaría pasar toda la vida junto›› a ti, luchando por Marx, intentando liderar la revolución popular, destruyendo a la clase burguesa. Te amo… Cuando Matías dejó de soñar respecto al monólogo de su amada de ojos grises, logró darse cuenta que se encontraba al final de la línea del metro, y que éste estaba por cerrar. Tuvo que dirigirse a su hogar a pie, pero no le importó, porque se encontraba con la esperanza de que al día siguiente la encontraría, y ella se le acercaría, pero ésta vez, sin él decirlo, ella le ofrecería cigarros, fuego y una copia de El Capital. Él se encontraba demasiado feliz en ese momento. Llegó a su habitación, tras haber saludado a sus captores. Analizó minuciosamente hasta el rincón más recóndito de aquella repisa, cuyos anaqueles albergaban una vasta cantidad de libros, los cuales Matías ostentaba orgulloso. Tomó su copia del manifiesto, y en una especie de ritual religioso, casi equiparable a un exorcismo, comenzó a leer en voz alta: - Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Contra este fantasma se han conjurado en una santa jauría, todas las potencias de la

vieja Europa, el papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes. Matías se encontraba en el éxtasis pleno. Recordó su teoría respecto a los espectros foto - fóbicos, y se dio cuenta que el comunismo era uno del mismo estilo. En realidad, las personas eran inherentemente comunistas, por lo que se encontraban sumidos en aquel estado fantasmagórico, consolidado por la poderosa influencia de los poderes jurídicos y fácticos. Marx no era un brillante filósofo e ideólogo político, sino que era un poeta, del cual, seguramente, Matías había rencarnado. Muy contento, Matías sabía que, telepáticamente, su musa poseía el conocimiento de que él había descubierto esta verdad oculta en los anales de la historia. Él ya estaba totalmente seguro que ella lo aguardaría en esa esquina, para declararle su amor inefable. ¡Qué alegría sentía nuestro protagonista! Tan grande era su dicha y tan inmensa su esperanza, que quiso plasmar su sentimiento en un poema, bautizado con un nombre digno para la ocasión. Para leer a Marx Para leer a Marx uno ha de estar enamorado. ¡Son inadmisibles amores pasajeros, platónicos, Corteses y sensuales! Se han de integrar todos, tal como Un instante es capaz de abordar el infinito. Para leer a Marx uno ha de haber sido testigo De la mujer más hermosa del mundo. De la ninfa que habrá inspirado a los maestros, Que ha de cautivarlo a uno hasta el alma, Dejando incluso el cuerpo de lado por ella. Para leer a Marx uno ha de combatir, Siendo impertinente el recurso de las armas, La pluma se debe erigir como el fúsil más letal, Como el sable más cortante. El enemigo no puede ser limitado al burgués: Debe comprenderse que todo aquel que sea incapaz de Apreciar la hermosura del invierno, Vivir plenamente la libertad, Tomar conciencia de su ser, Es enemigo también. Para leer a Marx, se debe ser capaz de cuestionarlo todo, La sociedad, la política, los juegos, incluso el mismo Marx, Puesto que es solo una bisagra de una puerta mucho mayor, La de encontrar el amor. Quien no comprenda todo esto, Ha de conformarse con otras lecturas, Porque solo aquellos que han caído enamorados Tras un instante preciso, Son capaces de regocijarse leyendo a Marx. Matías leyó y releyó su poema, cuantas veces fueran necesarias para que sonara bien. De manera impertinente, invadió la habitación de sus padres, para leerles este poema, el cual fue tildado de ridículo e idiota. No le importó, porque sabría que a ella le encantaría, que›› ›› lo guardaría en el fondo de su corazón. Llamó a sus amigos y se lo envió a cuanta persona vio conectada en el computador. Entre algunos causó regocijo, placer e incluso excitación. Para otros no era más que una ofensa grave, un insulto a una ideología política bien constituida, una banalización del marxismo. Sus amigos del taller no lo tomaron en cuenta, puesto que se encontraban ocupados en proyectos personales, pero habían calmado las ansias de su autor, señalándole que estaba increíble. Matías sabía que el día siguiente era su día, que su encuentro era infalible. La marxista habría de aparecerse, para entregarse en cuerpo y alma a su Quijote. Casi no pudo dormir Matías, de la emoción, además que se pasó largas horas postrado en la cama, soñando como vivirían juntos en la clandestinidad revolucionaria, bajo una gran foto de Marx. Se complacía al saber que no se casarían, pero que vivirían juntos, que tendrían hijos llamados Carlos Fuenzalida, Lenin Fuenzalida, Vladimir Fuenzalida y adoptarían un pequeño asiático huérfano, al cual llamarían Mao Fuenzalida. El porvenir era esplendoroso para Matías. Se bañó rápidamente y salió sin despedirse de sus padres. Iba acelerado, creyendo que llegaría tarde a su cita. Tomó el metro y, tras breves y raudas meditaciones, creyó que para poder encontrarla, sería necesario vivir el eterno retorno, por lo que se esmeró en recrear cuanto pensamiento


tuvo el día anterior. Evidentemente esto era una locura, sin embargo, comenzó por recitar mentalmente los versos de Rimbaud. Esto lo remitió a una locura pasajera, la cual lo agarró y lo ensimismó, llevándolo por los infinitos pasadizos del inextricable laberinto de su mente. Cuando volvió a la realidad consciente, se dio cuenta que se había pasado una estación. Se felicitó a si mismo por la brillantez de su plan, y se bajó. Revisó su reloj, dándose cuenta de que las horas eran coincidentes. Estaba muy excitado, por lo que comenzó a caminar sin distracción. Se posó en la esquina donde la había visto ayer. Sacó el Manifiesto de su bolsón y comenzó a devorarlo ávidamente, mientras miraba de reojos, por si su amada venía. El advenimiento de una mujer hermosa lo hizo posar sus ojos en ella. Era morena de ojos verdes, muy alta. Tenía la certeza que no era ella, aunque la aparición de esa fémina lo colocó un poco dubitativo. Esto se acrecentó cuando divisó una chica rubia, alta, con fisionomía francesa, caminando con la misma elegancia de la chica de ayer. Así sucesivamente, chicas y chicas fueron pasando, todas diferentes, pero en el fondo idénticas. Matías se impacientó en un principio y supo que su amada no iba a encontrarlo a él, sino que ella, como buena Dulcinea, había de ser cortejada por su caballero andante. Él corrió tras la masa de personas que marchaban impertérritas por las calles de Santiago, pero le fue inútil. Ni aunque hubiera estado allí, con la misma vestimenta del día anterior, ni aunque le hubiese dicho hola, yo tengo fuego habría sido útil, puesto que estaba convencido que todas esas féminas eran idénticas y que no lograban destacarse de la masa por nada. Todas eran una, la misma mujer que se repetía eternamente y que pasaban en frente de Matías en alguna especie de broma macabra. Además, ni siquiera la habría podido encontrar recordando sus fenotipos, ya que no los sabía. Había olvidado todo sobre ella, salvo por un pequeño detalle, que un principio había sido imprescindible: ella leía a Marx. Ella no sabía que él leía a Marx. Matías decidió caminar, sumergiéndose entre la multitud, esperando perderse, convirtiéndose en uno más de ellos. Así, su vida pasó a tomar como motor la inercia, tan propia de la masa, y sus sueños sobre una vida reaccionaria y marxista quedaron de lado. Ya nada importaba, ni siquiera Marx. Martín Fuentes

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PARTICIPARON Valeria Pariso. (Buenos Aires, 1970). En 1993 egresa con el título de abogada de la Universidad de Buenos Aires. Es poeta y escritora, publicó antología con varios autores, tiene el blog http://tantotequeria.blogspot. com.ar/ Carol D. Vega. Poeta y escritora de profesión diseñadora gráfica, nacida a fines de los ochentas en Santiago, actualmente viviendo en La Serena. Ha publicado dos trabajos poéticos, “Extremista” (Cinosargo, 2010) y “Entre Cerdos Y Mar” (Editorial virtual Jirafa Muda, 2011). Cvega.letras@ gmail.com Álvaro Guerrero Gabella. Chileno, resido en Santiago de Chile. Publicado en revistas Ariadna Resonancias Blog de Andrés Morales, Remolinos. Segundo en el concurso de poesía del colectivo Cultura a la vena y mención honrosa en el concurso de poesía García Madero de la Editorial Hebra. Paulo Neo. Músico, escritor y poeta argentino, nacido el 4 noviembre de 1980, en la ciudad de Río Gallegos, provincia de Santa Cruz. En Agosto del 2010 publica “De la Muerte y sus entrañas”. Actualmente, prepara su lanzamiento a nivel nacional con la salida de su obra “Café de Siglos”. Juan Eduardo Diaz. (San Bernardo, Chile, 1976). Creador de los siguientes libros poéticos: Sombras de Valparaíso (Ediciones del Andén), Ángeles ebrios (Editorial La Cáfila), del diario de Teresa y Sylvia (Editorial La Cáfila), Carta de Ajuste: Antología de poetas inéditos en Valparaíso (Ediciones Cataclismo), Claveles (Ediciones Caronte), Morada de Hechiceros (Ediciones Caronte). Actualmente prepara Álbum Familiar, texto a publicar este año. Cote Martínez. Fugitiva estudiante de filosofía, escritora amateur, críticas y aportes a caleidoscopian@gmail.com Lucía Ibarra. Nació en Santiago del Estero, Argentina. Tiene 25 años. Estudia sociología en Buenos Aires. Su blog es www.papelesmojados. blogspot.com. Estudió teatro y actualmente estudia danza contemporánea.

Luis Vega Molina (Lota, 1981). Profesor de Español. Alumno tesista del Magíster en Literaturas Hispánicas (UdeC), becario CONICYT del programa de Magíster en Educación (Udec 2012-2014). Trabaja en la UTP del Liceo Bicentenario de Coronel. Creador del libro inédito “Parajes de(r) ruidos” (2005). Actualmente, trabaja en un conjunto poético intitulado “Alárido”. Joyan Cordero Saavedra. Joven Director, Dramaturgo y actor teatral. Posee estudios de artes y humanidades en Madrid España. También es titulado de actuación teatral y diversos talleres y seminarios de especialización en Dramaturgia. Ha sido ayudante de Benjamín Galemiri. Su Opera Prima the lostchildren ha Sido Exhibida en teatro del puente, teatro facetas y espacio filomena. Ricardo Liberona. Tengo 15. Iquiqueño. Haces dos años en el mundo de la poesía. Talleres Literarios. Profundo admirador y lector de Stella Díaz Varín, María Luisa Bombal, Proust, Lord Byron, Virginia Woolf, P.B. Shelley, etc. Cecilia Ananías. Estudiante de Periodismo, exiliada de Arauco, mesera de un bar rockero, aprendiz de danza árabe, editora de Letra Muerta, escritora cuando hay tiempo. David Yávar Reyes. (1987, Sagitario). Laura Romani. Vivo en Córdoba capital y tengo 27 años. Actualmente estoy dedicada a mi tesis de Licenciatura en Letras Modernas pero paralelamente trabajo en el Departamento de Cine y Tv. de la UNC, ya que soy Técnica en Medios Audiovisuales. Escribo desde siempre, sobre todo cuentos cortos. Camila Almendra. Estudiante de Pedagogía en Lenguaje y Comunicación en la Universidad Austral de Chile con certificación de Dirección de Teatro Escolar. Actriz, actualmente de la Compañía de Teatro Pequeña Isla bajo la dirección de Margarita Poseck. Ha participado de distintos cursos y talleres en el ambito literario y teatral. Realizó un taller de escritura creativa


Patricio Contreras. (Santiago, 1989) Licenciado en Literatura de la Universidad Diego Portales, actualmente cursando Pedagogía en Lengua Castellana y Comunicación en el mismo establecimiento. Ha participado en los talleres literarios de Balmaceda 1215, teniendo como profesores a José Ángel Cuevas y Pablo Paredes. Se encuentra trabajando en un poemario que pronto espera ver la luz. Correo: pacn89@hotmail.com Bunker Guerrero (Pedro Guerrero Acuña, Antofagasta, 1988). Poeta, narrador, y estudiante de Licenciatura en Literatura. Ha publicado los poemarios: “Evocación Geográfica” 2008 por editorial G, “Sesión Maldita” 2010 por Pentagrama Ediciones, y a finales de abril de 2012 publicará: “El momento no es bueno”. Fernando Vargas Valencia. Poeta nacido en Bogotá, Colombia (1984). Abogado especialista en Derechos Humanos de la U. Externado de Colombia. Candidato a Máster en Sociología Aplicada de la U. Autónoma de Barcelona. Estudios en Música y Literatura. Ha publicado cinco libros de poesía y uno de ensayo. Pablo Martín Llanos. De Córdoba Capital, estudiante tesista de la Licenciatura en Letras Clásicas en la Universidad Nacional de Córdoba. Mi tema principal de investigación es la literatura griega del período alejandrino, en especial la obra épica Argonáuticas de Apolonio de Rodas (siglo III a.C.). Franco Saravia. (Valparaíso) Actualmente reside en San Pedro de la Paz, Concepción. Cursa quinto año de Periodismo en la Universidad Católica de la Santísima Concepción. Participa en el taller de literatura impartido en el Centro Cultural “Fernando González-Urízar”. Fue parte de los ciclos: Poesía Joven “Recuerdos del Futuro” y Poesía “Tradición en Trayecto”, entre otros, desarrollados en la Casa de Estudios de la UCSC.

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Agostina Chiavassa-Arias. (Córdoba, Argentina, 1987). Estudiante de la carrera ‘Letras Clásicas’, perteneciente a la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Actualmente Tesista, traductora del autor latino Claudio Claudiano, ejerce además la docencia de Nivel Medio, a cargo de la cátedra de Literatura V. Gabriella Cancerallo. (Argentina, 1978). Comunicadora Social y Guionista (UNLaM – ENERC). Escribe habitualmente en su blog noentiendonada, al cual pertenecen estos relatos. Varios de los cuentos cortos publicados en el blog fueron a su vez publicados en revista Oblogo. Es miembro activo y cofundadora del movimiento de cultura colectiva Psicofango.

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en la cárcel de jóvenes. Amante de su ciudad Valdivia, pequeña y lluviosa, feminista, gusta cantar del soul y boleros. Enamorada de la vida...blog: camilalmendra.blogspot.com


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