'Per y el pequeño Mads' (Muestra)

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Per y el pequeño Mads Ole Lund Kirkegaard Este li se lo rega a ☐ laron ó ☐ lo gan pró m ☐ lo co gó n a ☐ lo m ntró o c ☐ lo en

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Capítulo 1 En el que conocemos un cañón que no hace ruido

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ra a mediados de la época de la cosecha, y casi todos los habitantes de Vinneby andaban por los campos, bajo un sol amarillo y polvoriento, ayudando a cosechar. Aquellos atareados campesinos de Vinneby se esforzaban tanto que tenían grandes manchas de sudor en sus camisetas. Pero Vinneby no se había quedado completamente desierto. El tendero se había quedado en su tienda para vender cerveza y aguardiente a todos los que trabajaban en la cosecha, mientras que el pepino amargo del pintor estaba subido a su escalera, encalando la casa del viejo Mikkel Paelg. Aquel día también había dos niños en Vinneby. Estaban comiéndose un montón de jugosas ciruelas maduras y de peras verdes, porque no había nadie que los vigilase. Y cuando finalmente quedaron hartos, decidieron fabricar un cañón. –¿Cómo pueden fabricar un cañón unos niños? –preguntó el pequeño Mads.

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–Es muy fácil –dijo Per–. Lo haremos con un barril viejo. –¡Ah, claro! –dijo el pequeño Mads, y siguió a Per, hasta la parte de atrás del cobertizo de Mikkel Paelg, donde el pintor no podía ver lo que hacían. –Primero cogemos este barril –dijo Per, sacando un viejo barril de mantequilla de entre un montón de trastos. El pequeño Mads asintió con la cabeza. –Y ahora –dijo Per– ponemos esta tabla encima del cañón. El pequeño Mads volvió a asentir. –Y ya está listo –dijo Per. –¿Qué? –exclamó el pequeño Mads–. ¿Ya está listo? –Sí –dijo Per–. Ahora ve a buscar un melón al huerto de Mikkel Paelg, mientras yo me subo al tejado del cobertizo. Date prisa, pequeño Mads. Y el pequeño Mads se dio toda la prisa que pudo, aunque no entendía nada de nada. Cuando regresó al cabo de un rato con un pequeño melón verde, Per ya estaba en el tejado del cobertizo. –¿Ahora qué hago? –preguntó el pequeño Mads. –Pon el melón en un extremo de la tabla –dijo Per–. Vas a ver algo bueno. El pequeño Mads hizo lo que decía Per y luego se escondió detrás de un arbusto. Una vez allí se tapó los oídos, porque

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había oído que los cañones al dispararse producían una tremenda explosión. Pero este cañón no produjo ninguna explosión. Solamente hizo “tump” cuando Per saltó sobre el otro extremo de la tabla, y el pequeño Mads vio cómo el melón salía disparado por el aire y desaparecía detrás del tejado del cobertizo. –¡Ah! –exclamó–. Ya lo entiendo. ¡Es un cañón que no hace ruido! En ese mismo momento los niños oyeron un agudo grito proveniente del patio de Mikkel Paelg.

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–¡Escucha! –dijo Per–. Le hemos dado a algo. Los niños rodearon sigilosos el cobertizo y miraron hacia el patio. Allí estaba el pintor. Estaba tendido al lado de su escalera, completamente cubierto de cal. La cal le salía de la boca haciendo burbujas mientras gritaba y maldecía. –Sí –susurró el pequeño Mads–. Le hemos dado a algo. Es un cañón muy bueno, aunque no haga ruido. –Oye, Mads –dijo Per–. ¿No crees que deberíamos escondernos un poco? –Sí, podríamos hacerlo –dijo el pequeño Mads–. Estos pintores pueden ser peligrosos cuando se enfadan. Y los dos artilleros se subieron a un gran ciruelo, a esperar que el pintor se calmase.

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Capítulo 2 En el que sabemos más del cañón que no hace ruido

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uando finalmente el pintor se calmó, Per y el pequeño Mads se bajaron del ciruelo y volvieron junto a su cañón. –Oye… Per –dijo el pequeño Mads–. ¿Lo probamos otra vez? –Sí, ¿por qué no? –dijo Per–. Podemos moverlo un poco, para no volver a darle al pintor. –Pero esta vez voy a buscar un melón bien grande –dijo Mads, y desapareció en el huerto de Mikkel Paelg. Eligió el melón más grande que encontró, y era realmente grande, casi tan grande como el propio Mads. –¿Estás listo? –gritó Per, que se había subido al tejado del cobertizo. –Casi –dijo el pequeño Mads, mientras se esforzaba y se peleaba con el enorme melón para que se sostuviese en la tabla. –¡Voy a saltar! –gritó Per. –No, espera un poco –dijo el pequeño Mads–. Tengo que bajar de la tabla, hombre.

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Pero el pequeño Mads no tuvo tiempo de bajar de la tabla. Per aterrizó en el otro extremo de la tabla con un tremendo “¡tump!” sordo, y mientras el melón se quedaba tranquilamente tumbado en la hierba, el pequeño Mads desapareció por el aire. –¡Vaya! –dijo Per mirando a todas partes–. ¿A dónde habrá ido a parar? Rodeó corriendo el cobertizo de Mikkel Paelg, con el corazón a punto de salírsele por la boca, porque un renacuajo como Mads podía hacerse mucho daño si caía en el camino. Pero el pequeño Mads no se había hecho ningún daño, porque por el camino venía Mikkel Paelg en persona con un enorme carro de paja, y en la parte de arriba estaba Mads, riendo como un loco. –¡Hurra! –gritó–. ¡Vaya salto! Mikkel Paelg paró el carro, sorprendido, y saltó al camino. –¿Qué? –gritó, mirando al pequeño Mads con los ojos abiertos como platos–. ¿De dónde has salido? –Del aire –dijo Mads señalando al cielo. –¿Cómo? –gritó Mikkel Paelg atusándose el bigote–. Parece cosa de brujería. El pintor, que había oído todo aquel ruido, llegó corriendo con su escalera bajo el brazo.

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–¡Ah! –exclamó y sonrió malignamente al ver al pequeño Mads–. Aquí tenemos a uno de esos gamberros que pueblan Vinneby. Y apoyó su escalera en la carga de paja para ir a por Mads. “Oh”, pensó Per. “Tengo que hacer algo, o de lo contrario Mads se va a llevar una tunda.”

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Entonces Per echó a correr por el camino mientras gritaba con toda la fuerza de sus pulmones: –¡Cuidado! ¡El toro se ha soltado! El pintor saltó ocho tramos de la escalera y él y Mikkel Paelg se lanzaron a la paja como ratones. Y el pequeño Mads desapareció. Pero aquel día no volvieron a usar el cañón. En vez de eso decidieron hacer un zoológico.

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