Otto es un rinoceronte Ole Lund Kirkegaard Este li se lo rega a ☐ laron ó ☐ lo gan pró m ☐ lo co gó n a ☐ lo m ntró o c ☐ lo en
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Capítulo 1
E
l niño se llamaba Topper, y desde luego no era muy guapo. Su pelo era de color marrón rojizo, como el hierro oxidado, y tan grueso y duro que su madre tenía que peinárselo con un rastrillo cuando quería que estuviese un poco más presentable. Tenía pecas en la cara, y uno de sus dientes se le asomaba por la boca. Topper vivía en una casa roja frente al puerto. La casa roja era grande y antigua, y estaba llena de escaleras crujientes y puertas torcidas. En invierno vivían ratones en el sótano, y en verano vivían cuervos en la chimenea. El resto del año, la casa estaba llena de gente, de niños y de gatitos a rayas. A Topper le gustaba mucho aquella casa grande y roja, y cuando llegaba de la escuela siempre le decía: –¡Hola, casa! Qué buen tiempo hace, ¿eh?
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Y le parecía que la casa se ponía bastante contenta, tanto como puede ponerse una casa sin que se le agrieten las paredes. En el último piso, justo debajo del tejado, vivía el señor Holm, el portero. El señor Holm cuidaba de aquella gran casa y se aseguraba de que la gente lo pasase bien y estuviese contenta. Fumaba en una pipa pequeña y curvada, y sabía extrañas historias de fantasmas, de brujas y de caníbales que harían escalofriarse a cualquiera. El señor Holm era un hombre bajito, regordete y tenía el bigote blanco. No era caníbal, sino que comía cosas sencillas, como filetes, arenques fritos, cacahuetes y a veces flan de chocolate. Le llamaba a su pequeña pipa “calientanariz”, y sólo se la sacaba de la boca para comer y para contar historias de miedo. –Seguro que de noche duerme con ella –le dijo Topper a Viggo. Viggo era el amigo de Topper. –No –dijo Viggo–. Mi padre dice que no se puede dormir con la pipa, porque se caería todo el tabaco por la cama. Mi padre es muy inteligente y lo sabe todo.
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–Bueno –dijo Topper–. Puede ser. Pero en el fondo pensaba que el señor Holm sin duda sabía más, y Topper decidió que le preguntaría lo de la pipa sin que se enterasen Viggo ni su padre inteligente. El padre inteligente de Viggo era el señor León. Tenía un café en el bajo de la casa roja. Se llamaba CAFÉ EL BACALAO AZUL, y todas las noches estaba lleno de pescadores y marineros que iban a comer carne guisada, a mascar tabaco y a beber aguardiente. Topper vivía en el piso del medio de la casa roja. Vivía allí con su madre, que era pescadera y vendía pescado en un puesto, al otro lado del puerto. Cuando la madre de Topper cantaba, las ventanas temblaban y los peces retorcían la cola asustados. El padre de Topper era marinero. Navegaba en alta mar y sólo venía a casa una vez al año. En la escuela, Topper les contaba a veces a la maestra y a los otros niños cosas de su padre. –Mi padre –decía Topper– es un auténtico marinero. Navega en alta mar y tiene una dentadura postiza. –¿Qué es una dentadura postiza? –preguntaron los otros niños.
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–Bueno –dijo la maestra, ajustándose las gafas–. La dentadura es postiza cuando uno puede se quitar y poner los dientes de la boca. –¡Ooh! –dijeron los otros niños–. ¿Tu padre se puede quitar los dientes de la boca, Topper? –Exactamente –dijo Topper muy orgulloso–. Una vez que había tormenta en el mar, se quitó la dentadura postiza
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para echarle un vistazo y se le cayó entre la olas. Hizo PLOP, y la dentadura desapareció. –¡Ostras! –dijeron los otros niños–. ¿Hizo PLOP? –Sí –dijo Topper–. Hizo un auténtico PLOP, y se quedó sin dientes. Durante mucho tiempo, mi padre tuvo que conformarse con comer sólo gachas de sémola y papillas. Los otros niños se quedaron mirándolo. –Puagg –dijeron algunos–. Eso no debió de ser muy agradable para tu padre. –No –dijo Topper–. Fue un momento terrible para él. Acabó cogiendo la fiebre del oro, por el disgusto. –¡Dios mío! –dijo la maestra–. ¿Cogió la fiebre del oro? –La cogió, sí –dijo Topper–. Y bien gorda. Pero ahora ya está bien. En vez de fiebre del oro tiene una novia en cada puerto. A la maestra casi se le cayeron las gafas. –Bueno –dijo–. Ahora vamos a escribir. Ya oiremos más cosas sobre el padre de Topper otro día. Los niños se inclinaron sobre sus cuadernos y se pusieron a escribir lo mejor que podían. Pero pensaban mucho en el padre de Topper y en sus extraños dientes que se podían quitar de la boca. Y esperaban poder verlo bien cuando volviese a casa desde alta mar.
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En la casa roja también vivía una anciana. Se llamaba señora Flora, y usaba una larga trompetilla amarilla, porque oía terriblemente mal. Su balcón estaba lleno de enormes macetas con hermosas flores y pequeñas jaulas con bonitos pájaros verdes. –Las flores son lo más bonito que existe –le dijo al señor Holm cuando bajaba por la escalera para barrer un poco la calle. –Sí, muy cierto –dijo el señor Holm, fumando en su pipa–. No hay nada mejor que las flores. Quizá sólo una taza de café. –¿Cómo dice? –preguntó la señora Flora, apuntando su trompetilla amarilla hacia el señor Holm. –CAFÉ –gritó el señor Holm. –¡Oh, sí! El café también está muy bueno –dijo la señora Flora–. ¿Le apetece una taza de café, señor Holm? El señor Holm asintió. –Sí, gracias –dijo–. Pero no querría abusar demasiado. –¿Demasiado? –dijo la señora Flora, y le sonrió–. No, no le daré demasiado. Sólo lo que a usted le apetezca. Así hablaban el señor Holm y la señora Flora, de vez en cuando, de flores y de café, y en el fondo al señor Holm le gustaba mucho. Casi todos los días se sentaban él y la señora Flora en el balcón, entre las flores grandes y hermosas y los pájaros pequeños y bonitos, y se sentían felices tomando café caliente.
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–Un hombre tan guapo como usted, señor Holm –dijo la señora Flora–, un hombre tan guapo como usted debería buscarse una mujercita. –Sí –dijo el señor Holm–. Nosotros dos no estaríamos mal casados. –¿CADUCADO? –exclamó la señora Flora, y olfateó la cafetera–. ¿Cree usted que el café está caducado? No, no puede ser, mi querido portero. Es auténtico café de Java. –Humm –dijo el señor Holm, un poco avergonzado–. Sí, salud, señora Flora. Pero pensaba para sí: “Un día le escribiré una carta, y en ella le diré: CÁSESE CONMIGO, DULCÍSIMA SEÑORA FLORA. Una carta así sin duda la entenderá esta dulce y tontorrona vieja.” Así era la vida en la gran casa de color rojo que había frente al puerto, y así era la gente que vivía en ella. Y ahora es hora de que sepamos algo muy extraño que sucedió allí.
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