La incapacidad de leer nuestro presente y la formación de largo alcance del arquitecto.

La incapacidad de leer nuestro presente y la formación de largo alcance del arquitecto. Un problema de transición de la posmodernidad a lo que sigue.

Sixtos López Gerardo, Holguín Salas Ramón Antonio, Murillo García Alejandra

El enemigo dice Es el país el que tiene la culpa Como si los países fueran hombres.

Nubes malditas revolotean en torno a volcanes malditos, embarcaciones malditas emprenden expediciones malditas, árboles malditos se deshacen en pájaros malditos: todo contaminado de ante mano.

Nicanor Parra

Hoy en día, para nadie resulta extraño reconocer que se han venido haciendo una serie de cuestionamientos en torno a los factores que afectan a la efectividad de la enseñanza. Fruto de dichos diálogos, se ha puesto de manifiesto un listado de componentes que intervienen en la adquisición de conocimientos; dicho registro incluye, por mencionar algunosi, a las instituciones educativas, a las autoridades en materia de educación, a los diseños curriculares, a los espacios educativos, a los medios geográficos, a los entornos sociales y tecnológicos, a las posibilidades de asistencia y ausentismo de los estudiantes, a los apoyos financieros a instituciones y estudiantes y, finalmente, a los académicos y su presencia institucional.

Pero de este entreverado de causas ¿cuál es la que mayor incidencia tiene en la formación del arquitecto? ¿A cuál se pude responsabilizar de los rezagos o de los aciertos en la labor del diseñador arquitectónico? La respuesta, cuando se habla de enseñanza de arquitectura, se apetece en acento de deducción lógica: los son todas, en menor o mayor medida todas tienen efecto en la preparación del futuro practicante de arquitectura. Emanados de esta respuesta, han surgido planes y programas con líneas estratégicas de enseñanza que abordan, a un tiempo, algunos de los factores arriba citados.

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Dichos programas académicos, suelen tener pinceladas innovadoras que se dirigen a establecer una formación del arquitecto con facultades o competencias más acordes a las necesidades de producción que tienen su reflejo en lo edificado y en lo habitable; buscando con ello, dar respuesta a las realidades sociales y económicas de una región en específico.

Para corroborar esta tendencia, es suficiente ver lo indicado en el primer punto del perfil del arquitecto según la Unión Internacional de Arquitectos (UIA): “[el arquitecto deberá tener] capacidad de crear diseños arquitectónicos que satisfagan las necesidades estéticas y técnicas, y que tiendan a ser sustentables desde el punto de vista ambiental”.

No obstante, el abordar a la enseñanza de la arquitectura desde esta perspectiva introduce un sesgo importante pues, para los autores del presente, el problema no radica en su totalidad en los factores antes mencionados sino, en gran medida, reside en el marco conceptual del conocimiento en donde éstos se desenvuelven. Retomando este último aspecto, durante la práctica docente, se han detectado dos rasgos que afectan el desarrollo actual de la enseñanza de arquitectura y que se han dejado de lado al momento de realizar los diseños curriculares. El primero de estos aspectos, pertenece al momento histórico en el que se vive, mismo que se define en este trabajo como la incapacidad de lectura del presente. El segundo, hace referencia a una característica de la formación del arquitecto y que tiene que ver con el desarrollo del perfil del mismo; a éste se le define como la formación a largo alcance.

Es en este punto, donde se desea explorar el concepto de incapacidad de lectura del presente. Para ello, es necesario reconocer que el ethos post-moderno ha conducido a los responsables de la exposición del conocimiento arquitectónico -ya sean instituciones, autoridades o académicos- a concebir de manera irrevocable el destino del practicante de arquitectura: ser no más que un solucionador de problemas sociales relacionados con el espacio habitable.

Dicha cuestión, genera una nube densa en torno a las posibles reflexiones de los caminos que han de tomarse para hacer efectiva su formación, dando como resultado líneas de

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visión que traducen a la arquitectura como sinónimo de edificación. Lo anterior se debe a que en los tiempos postmodernos, los lineamientos para el otorgamiento de valor siguen siendo las mismas que para las realidades de la modernidad, que según lo propuesto por Echeverría (1998): El mundo […] es el de la modernidad, el de la confianza en una cultura que enseña a vivir el progreso como una anulación del tiempo, a fundar el territorio en una eliminación de espacio, a emplear la técnica como una aniquilación del azar; que pone la naturaleza-para-el-hombre en calidad de sustituto de lo Otro, lo extra-humano: que practica la afirmación como destrucción de lo negado. (p.14) De tal manera que la concepción de arquitectura, que se ha tomado a partir de la postmodernidad, es aquella que se encuentra identificada como medio de creación y generación de objetos negociables y, por consiguiente, las estrategias educativas que se articulen bajo este concepto, constriñen al futuro arquitecto a ser, como ya se dijo, un solucionador de producción. De ahí que muchos de los programas de licenciatura en arquitectura, concentran sus esfuerzos en incrementar el manejo de la técnica constructiva desencadenando, a conciencia o sin ella, la eliminación de lo extra-humano que representa el azar del diseño.

En resumen, la incapacidad de lectura del presente hace referencia a que los actores que han venido formulando los planes de enseñanza de arquitectura, tienen su mirada puesta en un concepto de la misma generada en un ayer disfrazado de presente y cuya definición es en todo acertada e inamovible, ya que generar objetos arquitectónicos desde esta perspectiva cuenta con el valor de uso ideal. Esto se puede atribuir a que dichos figuras protagonistas bien pueden ser identificados como seres humanos modernos1. Considerados éstos como “[…] creatura[s] de la sociedad universalizada abstractamente por el mercado, se percibe[n] condenado[s] a la lejanía, extrañeza o ajenidad respecto de aquél escenario concreto en el que un valor de uso deviene lo que es” (Echeverría 1988, p.157). Finalmente, cabe aclarar, que dicha incapacidad de lectura no es un acto voluntario sino, como se dijo, una imposición de ethos post-moderno.

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Cuando se introduce el concepto de ser Humano Moderno, se toma como aquel formado en una realidad mercantil y que sustituyó al de la realidad comunitaria.

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Ahora bien, para abordar lo referido como la formación a largo alcance del arquitecto, se hace necesario reconocer que al hablar de edificación no siempre se está haciendo alusión a la arquitectura. Dicho afirmación, lleva a entender que la enseñanza impartida a quien práctica esta última, no debe estar condenada a solo estar constituida por conocimientos de cuestiones técnicas, funcionales o administrativas de oficios, espacios y materiales de construcción sino que conlleva una formación en donde la experiencia, la subjetividad y, hasta, la percepción caprichosa debe desarrollarse de tal manera que alcance el perfeccionamiento de la capacidad creadora individual que, una vez conseguida, adquiere el nombre de personalidad arquitectónica.

A sabiendas de que este último aspecto pudiera generar discrepancias, es prudente subrayar que el arquitecto en formación, que se está en la búsqueda de que sus creaciones cumplan con la identificación corporal, que según Pallasmaa (2014) contemplaría la generación de una experiencia sensorial que ”[…] se basa en el lenguaje tectónico de la construcción y en la integridad del acto de construir para los sentidos[…], ya que el estar en contacto con cualquier obra arquitectónica [se debe tener] una experiencia de interacción corporal completa”(p. 76); se encuentra en un abismo temporal, puesto que le es insuficiente el tiempo institucional, y si lo tiene solo es de manera teórica, lo que lo orilla a que el grueso de este proceso se inicie una vez obtenido el título de pregrado.

Entonces, sería acertado decir que un arquitecto con un porcentaje medio de acierto en su obra es aquél que cuenta con una edad de entre 45 a 50 años, tiempo de vida en el que desarrolló su identidad arquitectónica. Dejándolo, entonces, con una formación de largo alcance.

Frente a estas dos realidades en donde, por un lado, el concepto de arquitectura se encuentra en la modernidad reconociendo que no es suficiente para generar estrategias educativas efectivas; y, por el otro, en el cual se entiende que la formación completa del arquitecto lo lleva a vivir más de la mitad de su vida desarrollándola; entonces se está ante la presencia ante un problema de continuidad, en donde la enseñanza de la arquitectura

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busca transitar de la posmodernidad a lo que sigue de la mejor manera posible. Es por ello, que se vuelve tema de academias el proponer hipótesis que en su conjunto formen un “balcón” desde el cual se anuncien los ethos que están por llegar.

A partir de lo expuesto y, sobre todo, de la necesidad de andamiar el balcón de hipótesis este trabajo pone su fundamento en la redefinición de arquitectura. Para ello, es necesario preguntarse cuál sería la definición que se le ha venido dando a ésta última; mediante un proceso de búsqueda simple se encontró que más de una veintena de autores la consideran más un arte que una técnica, lo que remite a que la arquitectura ha sido considerada como parte de las Bellas Artes durante un periodo de tiempo lo bastante amplio como para seguirla considerando como tal. Dicha notación la envía al campo del arte más que al de las ciencias o disciplinas técnicas.

Ahora bien, para entender a la arquitectura como arte, es necesario definir arte, para lo cual se retoma lo escrito por Luis Cámitzer Me gusta pensar que cuando se inventó el arte como la cosa que hoy aceptamos que es, no fue como un medio de producción sino como una forma de expandir el conocimiento.

Me imagino que sucedió por accidente, que alguien formalizó una experiencia fenomenal que no encajaba en ninguna otra categoría conocida, y que eligieron la palabra “arte” para darle un nombre. (Camitzer, 2012): Partiendo de esto, es posible establecer que arquitectura es una experiencia relacionada con la creación y la edificación y que tiene como último fin el expandir el conocimiento.

Entonces, si se entiende a la arquitectura de esta manera, la función del arquitecto cambia de ser un solucionador de problemas a ser un creador de problemas arquitectónicos, por medio de los cuales busca expandir el conocimiento referente a la habitabilidad por medio de la aplicación de técnicas diversas. Es decir, el papel de la enseñanza de la arquitectura se debe basar en propiciar en el estudiante competencias para la creación de problemas de conocimiento.

Cabe destacar, que desde el momento en que un grupo de profesores adoptaron esta definición de arquitecto, se desencadenó una reflexión que ayudó a comprender que durante 5

algunos años, el grupo docente se ha esforzado por dar respuesta a preguntas que le grupo discente jamás se ha hecho, creando en éstos una sensación de apatía, aburrimiento y desprendimiento del saber arquitectónico. Y fue a partir de este encuentro con la realidad, ya no post-modenista, que se comenzaron en trabajar líneas estratégicas para tratar de acrecentar el horizonte a vislumbrar a partir de este “balcón” que le hemos llamado de lo que sigue.

Dichas líneas estratégicas, han centrado sus esfuerzos en generar sesiones presenciales en las cuales se plantean principios endógenos y exógenos que debe cumplir un determinado diseño, con la consigna de acrecentar la experimentación, ya sea de materiales, formas, sistemas constructivos y comportamientos estructurales. Como resultado de estas experimentaciones, durante las sesiones de teoría, las cuales en este trabajo se prefiere llamarlas ponencias, se han acrecentado el número de preguntas que buscan respuesta, dejando en el futuro arquitecto la chispa de luz en los ojos para continuar experimentando, a escala o de manera simulada, con otros elementos pertenecientes al área de edificación.

Así pues, se ha logrado que los ejercicios de creación propuestos, vayan más allá de una simple práctica de imaginación sino que realmente se ha logrado establecer algunos ejercicios que buscan romper con la codependencia entre alumno y profesor, con la esperanza que darle independencia lo antes posible al futuro arquitecto. Por fortuna, este proceso de experimentación ha sido llevado de la mano de la experiencia del laboratorio de materiales, en donde el estudiante no solo tiene contacto con el conocimiento empírico, si no también respaldado con resultado de condicionantes controladas en cuanto las características de materiales y la configuración constructiva.

A manera de conclusión, y ante el temor de emborronar párrafos, se puede decir que el valor innovador y motivacional del presente trabajo, radica en destacar la renovación del corpus reflexivo sobre las realidades posmodernas de la educación mediante la exploración de conceptos disciplinarios alternativos, así como el de brindarle un mayor beneficio de aprendizaje a técnicas de experimentación en laboratorios, en espacios de los campus e,

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inclusive, en el aula de clase.

i Robles, Vásquez. Héctor. (2010). El sistema de indicadores del Instituto Nacional para la

Evaluación de la Educación de México. Tlaquepaque jul./dic. 2010: Sinéctica no.35 . [http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-109X2010000200003].

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