Revista historia critica no 51

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N° 51

Septiembre – diciembre 2013

Revista del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes Bogotá, Colombia


Nº 51, septiembre – diciembre de 2013 Revista del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia Dirección y teléfono: Cra. 1 N°18 A – 10, Of. G-421, Bogotá, Colombia, tel-fax: +57 (1) 332.45.06 Correo electrónico: hcritica@uniandes.edu.co - Sitio web: http://historiacritica.uniandes.edu.co Rector de la Universidad de los Andes Pablo Navas Sanz de Santamaría Decano de la Facultad de Ciencias Sociales Hugo Fazio Vengoa Directora del Departamento de Historia Decsi Arévalo Ricardo Arias Trujillo, Dr, Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia, jarias@uniandes.edu.co María Cristina Pérez, MA, Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia, hcritica@uniandes.edu.co Daniel Esteban Bedoya Betancur, Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia, de.bedoya10@uniandes.edu.co

Director Editora Asistente editorial

Adriana María Alzate Echeverri, Dra, Universidad del Rosario, Bogotá, Colombia, adriana.alzate@urosario.edu.co Aline Helg, Dra, Université de Genève, Ginebra, Suiza, Aline.Helg@unige.ch Michael J. LaRosa, PhD, Rhodes College, Memphis, Estados Unidos, LAROSA@rhodes.edu Karl Offen, PhD, University of Oklahoma, Norman, Estados Unidos, koffen@ou.edu Max S. Hering Torres, Dr phil, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia, msheringt@unal.edu.co Javier Guerrero Barón, Dr, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Tunja, Colombia, javier.guerrero@utpc.edu.co Comité editorial

Comité científico

Guillermo Bustos, PhD (Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, Ecuador), Manolo Garcia Florentino, Dr (Universidade Federal do Rio de Janeiro, Río de Janeiro, Brasil), Martín Kalulambi, PhD (University of Ottawa, Ottawa, Canadá), Giovanni Levi (Universita’di Ca’Foscari, Venecia, Italia), María Emma Mannarelli, PhD (Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú), Anthony McFarlane, PhD (University of Warwick, Coventry, Reino Unido), David Robinson, PhD (Syracuse University, Syracuse, Estados Unidos), Mary Roldán, PhD (Hunter College of the City University of New York, Nueva York, Estados Unidos), Hilda Sabato, PhD (Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina), Gonzalo Sánchez, Dr (Centro de Memoria Histórica, Bogotá, Colombia), Clément Thibaud, Dr (Université de Nantes, Nantes, Francia), Alfredo Riquelme Segovia, Dr (Pontificia Universidad Católica de Chile, Chile).

Editora Facultad Ciencias Sociales

Martha Lux, Dra, Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia, publicacionesfaciso@uniandes.edu.co

Equipo informático

Claudia Yaneth Vega, Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia, cvega@uniandes.edu.co

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Felipe Estrada, felipe.estrada.prada@gmail.com Roanita Dalpiaz, ro_popa@hotmail.com

Corrección de estilo Diseño y diagramación

Guillermo Díez, gudieztecher@yahoo.com Leidy Sánchez, leidy731@yahoo.es

Impresión Panamericana Formas e Impresos S. A. Distribución Siglo del Hombre Editores Suscripciones http://libreria.uniandes.edu.co/ Páginas del número pp. 284 Formato 19 x 24.5 cm Tiraje 500 ejemplares Periodicidad Cuatrimestral ISSN 0121-1617. Min. Gobierno 2107 de 1987 * Las ideas aquí expuestas son responsabilidad exclusiva de los autores. * El material de esta revista puede ser reproducido sin autorización para uso personal o en el aula de clase, siempre y cuando se mencione la fuente. Para reproducciones con cualquier otro fin es necesario solicitar primero autorización del Comité Editorial de la revista. Precio: $ 30.000 (Colombia)


La revista hace parte de los siguientes catálogos, bases bibliográficas, índices y sistemas de indexación: Publindex - Índice Nacional de Publicaciones Seriadas Científicas y Tecnológicas Colombianas, (Colciencias, Colombia), desde 1998. Actualmente en categoría A1. Sociological Abstracts y Worldwide Political Science Abstracts (CSA-ProQuest, Estados Unidos), desde 2000. Ulrich’s Periodicals Directory (CSA-ProQuest, Estados Unidos), desde 2001. PRISMA - Publicaciones y Revistas Sociales y Humanísticas (CSA-ProQuest, Gran Bretaña), desde 2001. Historical Abstracts y America: History &Life (EBSCO Information Services, antes ABC-CLIO, Estados Unidos), desde 2001. HAPI - Hispanic American Periodical Index (UCLA, Estados Unidos), desde 2002. OCENET (Editorial Oceano, España), desde 2003. LATINDEX - Sistema Regional de Información en Línea para Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal (México), desde 2005. Fuente Académica, Current Abstracts, EP Smartlink Fulltext, TOC Premier, Academica Search Complete, SocINDEX (EBSCO Information Services, Estados Unidos), desde 2005. RedALyC - Red de Revistas Científicas de América Latina y El Caribe, España y Portugal (UAEM, México), desde 2007. DOAJ - Directory of Open Access Journal (Lund University Libraries, Suecia), desde 2007. Informe académico y Académica onefile (Thompson Gale, Estados Unidos), desde 2007. CLASE - Citas latinoamericanas en Ciencias Sociales y Humanidades (UNAM, México), desde 2007. DIALNET - Difusión de Alertas en la Red (Universidad de La Rioja, España), desde 2007. CIBERA - Biblioteca Virtual Iberoamericana/España/Portugal (German Institute of Global and Area Studies, Alemania), desde 2007. SciELO - Scientific Electronic Library Online (Colombia), desde 2007. CREDI - Centro de Recursos Documentales e Informáticos (Organización de Estados Iberoamericanos, España), desde 2008. HLAS - Handbook of Latin American Studies (Library of Congress, Estados Unidos), desde 2008. LAPTOC - Latin American Periodicals Tables of Contents (University of Pittsburgh, Estados Unidos), desde 2008. Social Sciences Citation Index - Social Scisearch - Arts and Humanities Citation Index - Journal Citation Reports/ Social Sciences Edition (ISI, Thomson Reuters, antes Thomson Scientific, Estados Unidos), desde 2008. SCOPUS - Database of abstracts and citations for scholarly journal articles (Elsevier, Países Bajos), desde 2008. LatAm -Estudios Latinamericanos (International Information Services, Estados Unidos), desde el 2009.

Portales Web: http://www.lablaa.org/listado_revistas.htm (Biblioteca Luis Angel Arango, Colombia), desde 2001. http://www.cervantesvirtual.com/portales/ (Quórum Portal de Revistas, Universidad de Alcalá, España), desde 2007. http://sala.clacso.org.ar/biblioteca/Members/lenlaces (Red de Bibliotecas Virtuales de CLACSO, Argentina), desde 2007. http://www.historiadoresonline.com (Historiadores OnLine - HOL, Argentina), desde 2007.


Los árbitros de este número de la revista fueron: Guillermo Banzato (Universidad Nacional de la Plata, Argentina) Graciela Blanco (Universidad Nacional del Comahue/conicet, Argentina) Ernesto Bohoslavsky (Universidad Nacional de General Sarmiento, Argentina) Christian Brannstrom (Texas A&M University, Estados Unidos) Marcelo Bucheli (University of Illinois, Estados Unidos) Laura Caso Barrera (Colegio de Postgraduados, México) Elcy Corrales Roa (Pontificia Universidad Javeriana, Colombia) Silvana Fernandes Lopes (Universidade Estadual Paulista, Brasil) Juan Carlos Garavaglia (ehess, Francia) Noemí Goldman (Universidad de Buenos Aires/conicet, Argentina) Francisco Javier González Errázuriz (Universidad de los Andes, Chile) Talía Violeta Gutiérrez (Universidad Nacional de Quilmes, Argentina) Scott William Hoefle (Universidade Federal do Rio de Janeiro, Brasil) Vitale Joanoni Neto (Universidade Federal de Mato Grosso, Brasil) Fernando Jumar (Universidad Nacional de La Plata/conicet, Argentina) Maria-Aparecida Lopes (El Colegio de México, México) Angélica Lovatto (Universidade Estadual Paulista, Brasil) Oscar Ernesto Mari (Universidad Nacional del Nordeste, Argentina) Armando Martínez Garnica (Universidad Industrial de Santander, Colombia) Graciela Mateo (Universidad Nacional de Quilmes, Argentina) Martín Monsalve Zanatti (Universidad del Pacífico, Perú) José Carlos de Oliveira Casulo (Universidade do Minho, Portugal) Luis E. Prado Arellano (Universidad del Cauca, Colombia) Estela del Carmen Premat (Universidad Nacional de Cuyo, Argentina) Enriqueta Quiroz Muñoz (Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, México) Renzo Ramírez Bacca (Universidad Nacional de Colombia, Colombia) Ana María Rivera Medina (Universidad Nacional de Educación a Distancia, España) Claudio Robles Ortiz (Universidad Católica de Chile, Chile) James E. Sanders (Utah State University, Estados Unidos) Daniel Sandoval Cervantes (Universidad Nacional Autónoma de México, México) Ivonne Suárez Pinzón (Universidad Industrial de Santander, Colombia) Luis Alberto Tognetti (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina) Vanderlei Vazelesk Ribeiro (Universidade Federal Rural do Rio de Janeiro, Brasil) Adrián Zarrilli (Universidad Nacional de Quilmes/conicet, Argentina)


Tabla de contenido Carta a los lectores

8-9

Artículos Dossier: Nuevas historias agrarias de América Latina Shawn Van Ausdal, Universidad de los Andes, Colombia

13-19

Presentación del dossier “Nuevas historias agrarias de América Latina”

Porfirio Neri Guarneros, ciesas, México

21-44

Sociedades agrícolas en resistencia. Los pueblos de San Miguel, Santa Cruz y San Pedro, 1878-1883

Cecilia A. Fandos, Universidad Nacional de Jujuy, Argentina

45-70

Privatización de la propiedad, riqueza y desigualdad en las “tierras altas” de Jujuy (Argentina), 1870-1910

Robert W. Wilcox, Northern Kentucky University, Estados Unidos

71-96

La ganadería y el acceso al mercado en una región lejana: Mato Grosso, Brasil, c. 1900 a 1940

Marisa Moroni, Universidad Nacional de La Pampa, Argentina

97-119

Abigeato, control estatal y relaciones de poder en el Territorio Nacional de La Pampa en las primeras décadas del siglo xx

Márcia Maria Menendes Motta, Universidade Federal Fluminense, Brasil

121-144

Los clásicos en la historia rural en Brasil: el feudalismo y el latifundio en las interpretaciones de la izquierda (1940/1964)

Silvia B. Lázzaro, Universidad Nacional de La Plata, Argentina

145-168

Acuerdos y confrontaciones: la política agraria peronista en el marco del Pacto Social

Espacio estudiantil Juan Pablo Ardila Falla, Universidad de los Andes, Colombia

171-195

Reflexiones sobre el imperialismo norteamericano: la política agraria colombiana y la influencia estadounidense en la década de 1930

Tema abierto Juan Santiago Correa R., Colegio de Estudios Superiores de Administración, Colombia

199-222

Modelos de contratación férrea en Colombia: el Ferrocarril del Cauca en el siglo xix

Claudio Llanos Reyes, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile

223-246

Seguridad social, empleo y propiedad privada en William Beveridge

Reseñas Bibiana Andrea Preciado, Universidad Cooperativa de Colombia, Colombia

249-252

Pérez Morales, Edgardo. La obra de Dios y el trabajo del hombre. Percepción y transformación de la naturaleza en el virreinato del Nuevo Reino de Granada. Medellín: Universidad Nacional de Colombia, 2009.

Carlos Rojas Cocoma, Universidad de los Andes, Colombia

252-254

Herrera Buitrago, María Mercedes. Emergencia del arte conceptual en Colombia (1968-1982). Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2011.

Santiago Cabrera Hanna, Universidad Andina Simón Bolívar, Ecuador

255-258

Moreno Egas, Jorge. Del púlpito al Congreso. El clero en la revolución quiteña. Quito: Instituto Metropolitano de Patrimonio de Quito, 2012.

Notilibros Índices cronológico/ alfabético de autores/ temático Acerca de la revista Normas para los autores Políticas éticas

259-261 262-265 266 267-269 270-271


Table of Contents Letter to readers

8-9

Articles Thematic Section: New Agrarian Histories of Latin America Shawn Van Ausdal, Universidad de los Andes, Colombia

13-19

Presentation of the Dossier “New Agrarian Histories of Latin America”

Porfirio Neri Guarneros, ciesas, Mexico

21-44

Resisting Agricultural Societies. The Towns of San Miguel, Santa Cruz, and San Pedro, 1878-1883

Cecilia A. Fandos, Universidad Nacional de Jujuy, Argentina

45-70

Privatization of Property, Wealth, and Inequality in the Jujuy “highlands” (Argentina), 1870-1910

Robert W. Wilcox, Northern Kentucky University, United States

71-96

Ranching and Market Access in the Backlands: Mato Grosso, Brazil, ca. 1900-1940s

Marisa Moroni, Universidad Nacional de La Pampa, Argentina

97-119

Cattle Raiding, State Control, and Power Relations in the National Territory of La Pampa During the First Decades of the 20th Century

Márcia Maria Menendes Motta, Universidade Federal Fluminense, Brazil

121-144

Classic Works of Brazil’s New Rural History: Feudalism and the Latifundio in the Interpretations of the Left (1940/1964)

Silvia B. Lázzaro, Universidad Nacional de La Plata, Argentina Agreements and Confrontations: Peronist Agrarian Policies in Light of the Social Pact

145-168

Student Space Juan Pablo Ardila Falla, Universidad de los Andes, Colombia

171-195

Reflections on North American Imperialism: Colombian Agricultural Policy and United States Influence in the 1930s

Open Forum Juan Santiago Correa R., Colegio de Estudios Superiores de Administración, Colombia

199-222

Railroad Contract Models in Colombia: the Cauca Railroad in the 19th Century

Claudio Llanos Reyes, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile Social Security, Employment, and Private Property in William Beveridge

223-246

Book Reviews Bibiana Andrea Preciado, Universidad Cooperativa de Colombia, Colombia

249-252

Pérez Morales, Edgardo. La obra de Dios y el trabajo del hombre. Percepción y transformación de la naturaleza en el virreinato del Nuevo Reino de Granada. Medellín: Universidad Nacional de Colombia, 2009.

Carlos Rojas Cocoma, Universidad de los Andes, Colombia

252-254

Herrera Buitrago, María Mercedes. Emergencia del arte conceptual en Colombia (1968-1982). Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2011.

Santiago Cabrera Hanna, Universidad Andina Simón Bolívar, Ecuador Moreno Egas, Jorge. Del púlpito al Congreso. El clero en la revolución quiteña. Quito: Instituto Metropolitano de Patrimonio de Quito, 2012.

Book Notes Chronological Index/ Alphabetical of Authors/ Thematic About the Journal Submission Guidelines Ethical Policies

255-258

259-261 262-265 266 267-269 270-271


Lista de conteúdos Carta aos leitores

8-9

Artigos Dossiê: Novas histórias agrárias da América Latina Shawn Van Ausdal, Universidad de los Andes, Colômbia

13-19

Apresentação do dossiê “Novas histórias agrárias da América Latina”

Porfirio Neri Guarneros, ciesas, México

21-44

Sociedades agrícolas em resistência. Os povoados de San Miguel, Santa Cruz e San Pedro, 1878-1883

Cecilia A. Fandos, Universidad Nacional de Jujuy, Argentina

45-70

Privatização da propriedade, riqueza e desigualdade nas “terras altas” de Jujuy (Argentina), 1870-1910

Robert W. Wilcox, Northern Kentucky University, Estados Unidos

71-96

A criação de gado e o acesso ao mercado em uma região longínqua: Mato Grosso, Brasil, c. 1900 a 1940

Marisa Moroni, Universidad Nacional de La Pampa, Argentina

97-119

Furto de gado, controle estatal e relações de poder no Território Nacional de La Pampa nas primeiras décadas do século xx

Márcia Maria Menendes Motta, Universidade Federal Fluminense, Brasil.

121-144

Os clássicos na história rural no Brasil: o feudalismo e o latifúndio nas interpretações da esquerda (1940/1964)

Silvia B. Lázzaro, Universidad Nacional de La Plata, Argentina

145-168

Acordos e confrontos: a política agrária peronista no marco do Pacto Social

Espaço estudantil Juan Pablo Ardila Falla, Universidad de los Andes, Colômbia Reflexões sobre o imperialismo norte-americano: a política agrária colombiana e a influência estado-unidense na década de 1930

171-195

Tema aberto Juan Santiago Correa R., Colegio de Estudios Superiores de Administración, Colômbia

199-222

Modelos de contratação férrea na Colômbia: a Ferrovia do Cauca no século xix

Claudio Llanos Reyes, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile

223-246

Segurança social, emprego e propriedade privada em William Beveridge

Resenhas Bibiana Andrea Preciado, Universidad Cooperativa de Colombia, Colômbia

249-252

Pérez Morales, Edgardo. La obra de Dios y el trabajo del hombre. Percepción y transformación de la naturaleza en el virreinato del Nuevo Reino de Granada. Medellín: Universidad Nacional de Colombia, 2009.

Carlos Rojas Cocoma, Universidad de los Andes, Colômbia

252-254

Herrera Buitrago, María Mercedes. Emergencia del arte conceptual en Colombia (1968-1982). Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2011.

Santiago Cabrera Hanna, Universidad Andina Simón Bolívar, Equador

255-258

Moreno Egas, Jorge. Del púlpito al Congreso. El clero en la revolución quiteña. Quito: Instituto Metropolitano de Patrimonio de Quito, 2012.

Notilivros Índices cronológico/ alfabético de autores/ temático Sobre esta Revista Normas para os autores Políticas éticas

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Carta a los lectores

Carta a los lectores La revista Historia Crítica presenta un nuevo dossier, que cuenta con una amplia participación de historiadores e investigadores de diferentes áreas de las ciencias sociales de América Latina. Los artículos publicados, una pequeña muestra de la gran cantidad de trabajos recibidos, revelan la preocupación por las políticas agrarias, la participación de grupos indígenas, los delitos del abigeato, las redes de poder, la importancia de la ganadería, los problemas por la tierra, la participación del Estado, las sociedades agrícolas, la privatización de la propiedad y la distribución de bienes, durante los siglos xix y xx en Brasil, Argentina, México y Colombia. El dossier “Nuevas historias agrarias de América Latina” retoma el interés por el tema agrario, que había ocupado en años anteriores la historiografía en estos países, en la actualidad con múltiples fuentes, diversas disciplinas, otros objetos de estudio, renovados enfoques teóricos y nuevas metodologías de análisis. La coordinación estuvo a cargo de Shawn Van Ausdal, doctor en Geografía de la Universidad de California (Estados Unidos) y profesor asistente del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes (Colombia), a quien agradecemos su colaboración como editor invitado y los aportes proporcionados a cada uno de los artículos. Como se trata en su presentación, este número recoge, más que discusiones sobre la dicotomía entre el campo y la ciudad, entre lo rural o lo urbano, entre el latifundio y el minifundio, la complejidad de aquellos estudios que tratan de indagar sobre la historia agraria latinoamericana. En esta publicación cabe destacar las investigaciones de Márcia Maria Menendes Motta y Robert W. Wilcox, los primeros artículos publicados en inglés en nuestra revista. El propósito de esta nueva apuesta, que ya se hizo visible con la publicación de trabajos en portugués, es crear un público de lectores aún más amplio, proporcionar un espacio para la discusión y extender las redes de sociabilidad a otros campos académicos. Aparte de los artículos del dossier, y del tema estudiantil, que indaga sobre las políticas agrarias y la intervención norteamericana en Colombia, se publican dos trabajos de tema abierto. “Seguridad social, empleo y propiedad privada en William Beveridge”, en el que Claudio Llanos Reyes analiza las nociones que permitieron la construcción del Estado de bienestar británico en la posguerra, planteadas por el pensador William Beveridge en la década de

Historia Critica No. 51, Bogotá, septiembre - diciembre 2013, 284 pp. issn 0121-1617 pp 8-9


Carta a los lectores

1940. La construcción de un sistema de seguridad social, la idea de propiedad privada y la sociedad libre son algunos de los temas que desarrolla el autor, con el propósito de mostrar la activa participación del Estado dentro de la economía. En “Modelos de contratación férrea en Colombia: el Ferrocarril del Cauca en el siglo xix”, Juan Santiago Correa R. se ocupa del proceso de contratación, organización y construcción del Ferrocarril del Cauca entre 1872 y 1902, mostrando las dificultades entre los contratistas, el Gobierno nacional y regional. Correa destaca la participación de empresarios nacionales y extranjeros como David R. Smith y Frank B. Modica, Benjamin Smith y Francisco Javier Cisneros, el conde de Goussencourt y James L. Cherry, Víctor Borrero e Ignacio Muñoz, algunos de los cuales también se vincularon a la construcción de líneas férreas en otras regiones de Colombia. Por último, nos complace comunicar a nuestros lectores que ya pueden consultar en la página web de la revista la separata titulada Conmemoración 50 números, en la que podrán encontrar los índices cronológicos, alfabéticos de autores y temáticos de los 50 números publicados desde 1989 hasta la actualidad.

Hist. Crit. No. 51, Bogotá, septiembre-diciembre 2013, 284 pp. issn 0121-1617 pp 8-9

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Presentación del dossier “Nuevas historias agrarias de América Latina” Shawn Van Ausdal

Profesor asistente del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes (Colombia). Historiador, magíster y doctor en Geografía de la Universidad de California (Estados Unidos). Miembro del grupo de investigación Historia, Ambiente y Política (Categoría A en Colciencias). Es autor de: “Productivity Gains and the Limits of Tropical Ranching in Colombia, 1850-1950”, Agricultural History 86: 3 (2012): 1-32, y “Labores ganaderas en el Caribe colombiano, 1850-1950”, en Historia social del Caribe colombiano, eds. José Polo Acuña y Sergio Paolo Solano (Medellín: La Carreta Editores/Universidad de Cartagena, 2011), 121-161. sk.van20@uniandes.edu.co

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit51.2013.01

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a historia agraria latinoamericana ha vuelto a tomar fuerza en años recientes tras pasar varias décadas en la sombra. El afán por comprender las raíces de los problemas agrarios se había desvanecido, junto con los sueños de un cambio revolucionario; pero en la actualidad el interés por el campo ha vuelto a crecer. Desde múltiples disciplinas y variadas latitudes se han producido grandes esfuerzos, ricos en términos empíricos y teóricos, para repensar la historia del campo latinoamericano. El propósito de este dossier es sondear esta evolución al juntar varios exponentes de lo que se podría llamar, tal vez exagerando un poco, las “nuevas historias agrarias”. Hace veinte años, William Roseberry presentó de manera magistral una visión panorámica de los estudios agrarios latinoamericanos desde mediados del siglo xx1. La historia agraria se había beneficiado de la Revolución Cubana: la sensación de urgencia que desató ayudó a enfocar la atención de los investigadores sobre el campo y su pasado. Un extraño grupo de aliados —“librecambistas, pastores católicos, revolucionarios marxistas, académicos universitarios, técnicos de desarrollo, expertos de las Naciones Unidas, críticos extranjeros visitantes”— señalaron todos los “sistemas tradicionales de la tenencia de la tierra” como la fuente de muchos de los problemas que se estaban enfrentando en

1

William Roseberry, “Beyond the Agrarian Question in Latin America”, en Confronting Historical Paradigms, eds. Frederick Cooper et al. (Madison: The University of Wisconsin Press, 1993), 318-368.

Hist. Crit. No. 51, Bogotá, septiembre-diciembre 2013, 284 pp. issn 0121-1617 pp 13-19


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Presentación del dossier “Nuevas historias agrarias de América Latina”

América Latina2. Con raíces en el período colonial que se extendieron durante el siglo xix, el complejo latifundio-minifundio perpetuó la injusticia social, dificultó el desarrollo y generó descontento político. Dado que muchos consideraban que el futuro de América Latina dependía de la posibilidad de liberarse de su pasado rural, la historia agraria era central en el debate político. No obstante, gran parte de la atención inicial sobre el campo y su pasado se dio a escala nacional y asociada a la justificación de políticas preestablecidas. La importancia del escenario político nacional, así como el deseo de reescribir las historias nacionales al resaltar las estructuras económicas, en vez de las figuras heroicas, determinaron en gran medida el nuevo ámbito narrativo. Dado que los problemas fueron claros desde el inicio, los datos empíricos solían confirmar la necesidad de cambio radical, en vez de servir como punto de partida para un análisis más de fondo. Al confiar en categorías sociales transhistóricas y estereotipos que actuaban de manera predecible, solían construir estos relatos de arriba para abajo. Y con frecuencia se buscaba resaltar las tendencias generalizables, en vez de recrear y aprender de la especificidad de casos particulares. Así, a pesar de la centralidad política de la historia agraria, muchos de los relatos de esta época eran “vacíos desde el punto de vista histórico y sociológico”3. Sobre este trasfondo, en las décadas de los setenta y ochenta, una nueva generación de estudiosos empezó a prestar más atención a los detalles del cambio histórico y a las relaciones sociales en el campo. Delimitaron el alcance de sus investigaciones a regiones y períodos bien definidos, lo que incentivó la comparación de datos empíricos con conceptos teóricos. Los resultados de estas investigaciones empezaron a mostrar mayor diversidad regional de lo que se había sospechado antes. Además, el trabajo de archivo cuidadoso ayudó a explicar la complejidad social a escalas más pequeñas y finas en distintos contextos. Por una parte, se expuso que las tensiones generadas por la diferenciación social dentro de comunidades, y los aspectos étnicos, políticos, religiosos, de clase y de identidad individual, no eran fáciles de dilucidar. Por otra parte, se empezó a calificar, bajo ciertas condiciones, el poder supuesto de las terratenientes, a extender mayor agencia a los campesinos y a resaltar múltiples fracturas e intereses que se originaban dentro del Estado. Lo irónico es que, para el momento en que los estudiosos comenzaron a investigar más a fondo y a plantear nuevas preguntas, significativos cambios sociales en América

2

Solon Barraclough, Agrarian Structure in Seven Latin American Countries (Lexington: Lexington Books, 1973), xxiv. Traducción del autor.

3

William Roseberry, Beyond the Agrarian Question, 328.

Historia Critica No. 51, Bogotá, septiembre - diciembre 2013, 284 pp. issn 0121-1617 pp 13-19


Shawn Van Ausdal

Latina y en otras latitudes quitaron impulso a la disciplina. Por ello, con la crisis de la deuda y el surgimiento del neoliberalismo, la revolución y la reforma agraria fueron desterradas. El sector agrario podía tener un papel en el nuevo orden, siempre y cuando fuera competitivo o generara divisas, lo que muchas veces implicó una reestructuración profunda. Sin embargo, el campo dejó de ser importante en los estudios históricos, por cuanto otros temas como la urbanización y la informalidad, la identidad y la política cultural, la industria de exportación y la globalización, los nuevos movimientos sociales y la democratización, se volvieron los grandes protagonistas de las investigaciones históricas. Por tanto, los estudios rurales perdieron su papel central en las narrativas sobre el desarrollo nacional. Sin embargo, el campo no desapareció, y en años recientes ha recibido mayor atención. Contrario a los pronósticos recurrentes sobre la desaparición del campesinado o la creciente irrelevancia de la economía agrícola, ambos persisten. La población rural ha permanecido relativamente estable, pese al crecimiento explosivo de las ciudades. La variedad y el alcance de los movimientos sociales rurales ponen en evidencia el continuo protagonismo del campesinado y su relevancia política4. Mientras que regiones y actores han ganado importancia con la reestructuración del campo y la globalización, los viejos problemas de la pobreza y el acceso a la tierra se han entrelazado con temas actuales como la inmigración y la pluriactividad de los hogares campesinos5. Con este panorama, no queda duda de que la reconfiguración neoliberal del campo latinoamericano es una de las fuentes del renovado interés en el campo y en su historia. Ahora bien, el renovado interés en la historia agraria va más allá que el pasado reciente de temas contemporáneos. Retomando el énfasis de Barrington Moore sobre las raíces rurales del mundo moderno, se puede destacar una creciente conciencia de la necesidad de entender en términos generales el desarrollo histórico del campo latinoamericano6. Otra fuente de vitalidad de la disciplina ha sido la acumulación gradual de ricos y sofisticados estudios de caso. Algunos de estos trabajos han explorado temas tradicionales —como el desarrollo agrario, el carácter del poder de los terratenientes, la movilización rural y las características de la producción agrícola—, pero empleando nuevas fuentes primarias

4

Marc Edelman, Peasants Against Globalization: Rural Social Movements in Costa Rica (Stanford: Stanford University Press, 1999).

5

Susana Hecht, Susan Kandel y Abelardo Morales, Migración, medios de vida rurales y manejo de recursos naturales (El Salvador: idrc/Fundación Ford/Fundación prisma, 2012); Daniel Jaffee, Brewing Justice: Fair Trade Coffee, Sustainability, and Survival (Berkeley: University of California Press, 2007).

6

Barrington Moore, Social Origins of Dictatorship and Democracy (Boston: Beacon Press, 1966).

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Presentación del dossier “Nuevas historias agrarias de América Latina”

y repensando las narrativas habituales7. Otros trabajos, en cambio, han enriquecido la historia agraria al plantear nuevas preguntas. De manera especial, los estudiosos interesados en asuntos ambientales han vinculado las transformaciones del paisaje con cambios agrarios y han resaltado las luchas por controlar una variedad de recursos naturales diferentes a la tierra8. Igualmente, los enfoques sobre la comida han ayudado a develar tensiones culturales alrededor del consumo, así como a contextualizar las inseguridades nutricionales y aterrizar las relaciones globales9. Al prestar atención a las instituciones y los negocios rurales, enfatizar cuestiones de género y de identidad y explorar temas de formación del Estado y de la producción del conocimiento científico, entre otros, se ha contribuido a la diversidad y vitalidad de la disciplina10. Estos avances, junto con la renovada preocupación por el campo, están ayudando a revivir el estudio del pasado rural de América Latina. Los artículos de este dossier, que analizan diferentes momentos entre las décadas de 1870 y 1970 en Argentina, Brasil, Colombia y México, se pueden enmarcar dentro de este campo de renovación historiográfica, y tratan cuatros grandes ejes temáticos: la privatización de la tierra, la política agraria, la ganadería y la historiografía.

7

Ver, por ejemplo: Samuel Amaral, The Rise of Capitalism on the Pampas (Cambridge: Cambridge University Press, 2002); Claudio Robles Ortiz, Hacendados progresistas y modernización agraria en Chile central (1850-1880) (Osorno: Universidad de Los Lagos, 2007); Antonio Bellisario, “The Chilean Agrarian Transformation: Agrarian Reform and Capitalist ‘Partial’ Counter-Agrarian Reform, 1964-1980. Part 1: Reformism, Socialism and Free-Market Neoliberalism”, Journal of Agrarian Change 7: 1 (2007): 1-34; Aaron Bobrow-Strain, Intimate Enemies: Landowners, Power, and Violence in Chiapas (Durham: Duke University Press, 2007); Christopher Boyer, Becoming Campesinos: Politics, Identity, and Agrarian Struggle in Postrevolutionary Michoacán, 1920-1935 (Stanford: Stanford University Press, 2003); Gloria Isabel Ocampo, La instauración de la ganadería en el valle del Sinú: la hacienda Marta Magdalena, 18811956 (Medellín: Universidad de Antioquia/icanh, 2007).

8 Reinaldo Funes Monzote, De bosque a sabana. Azúcar, deforestación y medio ambiente en Cuba, 1492-1926 (México: Siglo xxi, 2004); Stefania Gallini, Una historia ambiental del café en Guatemala. La Costa Cuca entre 1830 y 1902 (Guatemala: avancso, 2009). 9 Enrique Ochoa, Feeding Mexico. The Political Uses of Food since 1910 (Wilmington: Scholarly Resources, 2000); Steven Topik, Carlos Marichal y Zephyr Frank, eds., From Silver to Cocaine: Latin American Commodity Chains and the Building of the World Economy, 1500-2000 (Cambridge: Cambridge University Press, 2006). 10 Un buen ejemplo de ello: Lee J. Alston, Shannan Mattiace y Tomas Nonnenmacher, “Coercion, Culture, and Contracts: Labor and Debt on Henequen Haciendas in Yucatán, Mexico, 1870-1915”, The Journal of Economic History 69: 1 (2009): 104-137; Marcelo Bucheli, Bananas and Business: The United Fruit Company in Colombia, 1899-2000 (Nueva York: New York University Press, 2005); Elizabeth Dore, Myths of Modernity: Peonage and Patriarchy in Nicaragua (Durham: Duke University Press, 2006); Heather McCrea, “Pest to Vector: Disease, Public Health and the Challenges of State-Building in Yucatán, Mexico, 1833-1922”, en Centering Animals in Latin American History, eds. Martha Few y Zeb Tortorici (Durham: Duke University Press, 2013), 149-179; Stuart McCook, States of Nature: Science, Agriculture, and Environment in the Spanish Caribbean, 1760-1940 (Austin: University of Texas Press, 2002).

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Shawn Van Ausdal

En una relación sugestiva entre los estudios sociales de la ley y la historia agraria, Porfirio Neri Guarneros examina la manera en que varias comunidades indígenas del estado de México respondieron a la prohibición estatal de la propiedad corporativa cuando se formaban sociedades agrarias. En el momento en que los funcionarios del estado se negaron a reconocer estas sociedades como entidades legalmente constituidas, las comunidades indígenas lograron aprovechar las ambigüedades de la estructura jurídica apoyándose en los juicios de amparo en un ámbito federal. Asimismo, basándose en una metodología fundamentalmente cuantitativa, Cecilia A. Fandos explora las variadas trayectorias de la privatización de la tierra en la provincia de Jujuy, en el noroccidente de Argentina. Mientras que el Estado vendía las tierras baldías al mejor postor en la región de la Puna, en la Quebrada de Humahuaca se reconocían los derechos de uso de muchos residentes locales. Sin embargo, mediante un análisis cuidadoso de encuestas catastrales, Fandos demuestra que entre 1872 y 1910 el coeficiente Gini mejoró en la Puna y empeoró en la Quebrada de Humahuaca. En el espacio estudiantil, Juan Pablo Ardila utiliza las correspondencias diplomáticas de Estados Unidos, para entender de manera más cercana algunas de las limitaciones de la influencia imperialista en Colombia durante la década de los treinta. Mientras que la lectura cuidadosa de Silvia B. Lázarro de la política agraria peronista durante los inicios de la década de los setenta resalta su esfuerzo fracasado por revolucionar el campo de manera pacífica. En este artículo se muestran los propósitos del Estado para aumentar la productividad agrícola intentado disminuir el conflicto de clases (al abordar el tema de la justicia social), que finalmente tuvo que enfrentarse con la resistencia de la burguesía agraria después de la muerte del presidente Perón. El artículo de Marisa Moroni, en cambio, combina el tema clásico del bandolerismo rural con un interés particular en la ganadería. Esta autora, empleando archivos judiciales, entre otros, se introduce en el tema del abigeato para trazar el proceso lento de la formación del Estado en un área de poblamiento reciente a finales del siglo xix y principios del siglo xx. Por su parte, Robert W. Wilcox analiza de manera más profunda las características de la producción ganadera en Mato Grosso (Brasil). Con las herramientas metodológicas facilitadas por las cadenas de mercancías —más conocidas como commodity chains—, resalta los obstáculos que enfrentaron los ganaderos para mover sus animales hacia mercados distantes. Wilcox también explica cómo la ganadería extensiva era una respuesta lógica a los altos costos y las ineficiencias del transporte por ríos, ferrocarriles y caminos, así como a la falta de asistencia estatal y la competencia de otras regiones. Por último, Márcia Maria Menendes Motta reexamina los trabajos de Nelson Werneck Sodré y Alberto Passos Guimarães, quienes en las décadas de los años cuarenta y cincuenta fueron los principales exponentes de la tesis según la cual el campo brasileño se caracterizaba

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Presentación del dossier “Nuevas historias agrarias de América Latina”

por relaciones feudales. Mediante una lectura cuidadosa, Menendes Motta demuestra que estos análisis fueron más abiertos y matizados de lo que generalmente se cree, a pesar de que quedaron atrapados dentro de un marco teórico impulsado en gran parte por las preocupaciones políticas de su tiempo. Con este breve resumen, algunos puntos temáticos comunes pueden evidenciarse: el difícil proceso de formación del Estado y la cuestión de su autonomía relativa; el impacto y la resistencia a privatizar la tierra o dotarla de una función social; la ley como un escenario de lucha social; las dificultades económicas y políticas para promover la producción rural; y el papel del sector agrario en el desarrollo nacional. Seguramente, para el lector algunos de estos temas le resultarán familiares, y otros, más novedosos dentro de este campo disciplinar. Por lo tanto, este dossier tiene como principal propósito llamar la atención sobre esta variedad e impulsar aún más la renovada vitalidad de la historia agraria de América Latina.

Bibliografía Alston, Lee J., Shannan Mattiace y Tomas Nonnenmacher. “Coercion, Culture, and Contracts: Labor and Debt on Henequen Haciendas in Yucatán, Mexico, 1870-1915”. The Journal of Economic History 69: 1 (2009): 104-137. Amaral, Samuel. The Rise of Capitalism on the Pampas. Cambridge: Cambridge University Press, 2002. Barraclough, Solon. Agrarian Structure in Seven Latin American Countries. Lexington: Lexington Books, 1973. Bellisario, Antonio. “The Chilean Agrarian Transformation: Agrarian Reform and Capitalist ‘Partial’ CounterAgrarian Reform, 1964-1980. Part 1: Reformism, Socialism and Free-Market Neoliberalism”. Journal of Agrarian Change 7: 1 (2007): 1-34. Bobrow-Strain, Aaron. Intimate Enemies: Landowners, Power, and Violence in Chiapas. Durham: Duke University Press, 2007. Boyer, Christopher. Becoming Campesinos: Politics, Identity, and Agrarian Struggle in Postrevolutionary Michoacán, 1920-1935. Stanford: Stanford University Press, 2003. Bucheli, Marcelo. Bananas and Business: The United Fruit Company in Colombia, 1899-2000. Nueva York: New York University Press, 2005. Dore, Elizabeth. Myths of Modernity: Peonage and Patriarchy in Nicaragua. Durham: Duke University Press, 2006. Edelman, Marc. Peasants Against Globalization: Rural Social Movements in Costa Rica. Stanford: Stanford University Press, 1999. Funes Monzote, Reinaldo. De bosque a sabana. Azúcar, deforestación y medio ambiente en Cuba, 1492-1926. México: Siglo

xxi,

2004.

Gallini, Stefania. Una historia ambiental del café en Guatemala. La Costa Cuca entre 1830 y 1902. Guatemala: avancso,

2009.

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Shawn Van Ausdal

Hecht, Susana, Susan Kandel y Abelardo Morales. Migración, medios de vida rurales y manejo de recursos naturales. El Salvador: idrc/Fundación Ford/Fundación prisma, 2012. Jaffee, Daniel. Brewing Justice: Fair Trade Coffee, Sustainability, and Survival. Berkeley: University of California Press, 2007. McCook, Stuart. States of Nature: Science, Agriculture, and Environment in the Spanish Caribbean, 1760-1940. Austin: University of Texas Press, 2002. McCrea, Heather. “Pest to Vector: Disease, Public Health and the Challenges of State-Building in Yucatán, Mexico, 1833-1922”. En Centering Animals in Latin American History, editado por Martha Few y Zeb Tortorici. Durham: Duke University Press, 2013, 149-179. Moore, Barrington. Social Origins of Dictatorship and Democracy. Boston: Beacon Press, 1966. Ocampo, Gloria Isabel. La instauración de la ganadería en el valle del Sinú: la hacienda Marta Magdalena, 1881-1956. Medellín: Universidad de Antioquia/icanh, 2007. Ochoa, Enrique. Feeding Mexico. The Political Uses of Food since 1910. Wilmington: Scholarly Resources, 2000. Robles Ortiz, Claudio. Hacendados progresistas y modernización agraria en Chile central (1850-1880). Osorno: Universidad de Los Lagos, 2007. Roseberry, William. “Beyond the Agrarian Question in Latin America”. En Confronting Historical Paradigms, editado por Frederick Cooper, Florencia E. Mallon, Steve J. Stern, Allen F. Isaacman y William Roseberry. Madison: The University of Wisconsin Press, 1993, 318-368. Topik, Steven, Carlos Marichal y Zephyr Frank, editores. From Silver to Cocaine: Latin American Commodity Chains and the Building of the World Economy, 1500-2000. Cambridge: Cambridge University Press, 2006.

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Sociedades agrícolas en resistencia. Los pueblos de San Miguel, Santa Cruz y San Pedro, 1878-1883 Ï

Porfirio Neri Guarneros

Doctorando en Historia del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (ciesas), Unidad Peninsular (México). Licenciado en Historia por la Universidad Autónoma del Estado de México (México) y Maestro en Estudios Históricos por la misma institución. Algunas de sus publicaciones recientes son: “Un experimento agrario. La colonia modelo de Tlapizalco, Estado de México (1886-1890)”, en Negociaciones, acuerdos y conflictos en México, siglos xix y xx. Agua y tierra, coords. Aquiles Omar Ávila Quijas et al. (Michoacán: El Colegio de Michoacán/ciesas/Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2009), 115-141, y “La guerra de independencia: la resistencia insurgente”, La Colmena 67-68 (2010): 9-15. ce_nery@yahoo.com.mx

Artículo recibido: 29 de noviembre de 2012 Aprobado: 26 de abril de 2013 Modificado: 27 de mayo de 2013

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit51.2013.02

Ï Este artículo tiene su origen en la tesis con la cual se obtuvo el título de Licenciado en Historia en la Universidad Autónoma del Estado de México, titulada “El amparo y los pueblos en el estado de México 1875-1883. Una interpretación de los derechos de propiedad comunal”. La tesis se realizó con el apoyo de una beca brindada por el conacyt.

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Sociedades agrícolas en resistencia. Los pueblos de San Miguel, Santa Cruz y San Pedro, 1878-1883

Sociedades agrícolas en resistencia. Los pueblos de San Miguel, Santa Cruz y San Pedro, 1878-1883 Resumen: Las sociedades agrícolas en el estado de México implicaron una forma de resistencia legal, empleada por las comunidades indígenas ante las políticas liberales de individualización de la propiedad comunal, principalmente de la ley federal sobre desamortización del 25 de junio de 1856. En este contexto, algunos vecinos de los pueblos de Santa Cruz y San Miguel integraron una sociedad agrícola, como también ocurrió en el poblado de San Pedro, para conservar el disfrute colectivo de sus bienes comunales y adquirir cierta capacidad jurídica. Esta condición, por tanto, les permitió a los indígenas presentar juicios de amparo para defender derechos “privados”. Palabras clave: comunidades indígenas, 1878-1883, derecho a la propiedad, administración de justicia, resistencia.

Resisting Agricultural Societies. The Towns of San Miguel, Santa Cruz, and San Pedro, 1878-1883 Abstract: Agricultural societies in the state of Mexico involved a form of legal resistance used by indigenous communities in the face of liberal individualization policies of communal property, particularly the federal seizure law of June 25, 1956. In this context, some residents of the towns of Santa Cruz and San Miguel created an agricultural association, as did residents from the town of San Pedro, to retain the collective use of their communal goods and acquire some legal capacity. This condition thus allowed indigenous peoples to present writs of amparo to defend “private” rights. Keywords: indigenous communities, 1878-1883, right of property, administration of justice, resistance.

Sociedades agrícolas em resistência. Os povoados de San Miguel, Santa Cruz e San Pedro, 1878-1883 Resumo: As sociedades agrícolas no estado do México provocaram uma forma de resistência legal, empregada pelas comunidades indígenas ante as políticas liberais de individualização da propriedade comunal, principalmente da lei federal sobre desamortização de 25 de junho de 1856. Neste contexto, alguns vizinhos dos povoados de Santa Cruz e San Miguel integraram uma sociedade agrícola, como também ocorreu no povoado de San Pedro, para conservar o usufruto coletivo de seus bens comunais e adquirir certa capacidade jurídica. Essa condição, portanto, permitiu aos indígenas apresentar juízos de amparo para defender direitos “privados”. Palavras-chave: comunidades indígenas, 1878-1883, direito à propriedade, administração de justiça, resistência.

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Porfirio Neri Guarneros

Sociedades agrícolas en resistencia. Los pueblos de San Miguel, Santa Cruz y San Pedro, 1878-1883

Introducción

E

n México, con el triunfo de la Revolución de Ayala, en 1855, llegaron al poder hombres de tendencia liberal como Ignacio Comonfort, Benito Juárez, Ponciano Arriaga, Miguel Lerdo de Tejada, Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, entre otros. Los liberales buscaban configurar un país formado por individuos, ciudadanos y propiedad privada enmarcados dentro de una nueva vida jurídica, proponiendo disolver las antiguas corporaciones y sus fueros, anulando diferencias y privilegios estamentales. En este sentido, el Congreso aprobó la ley federal sobre desamortización del 25 de junio de 1856, que determinó la desamortización de tierras y bienes de las corporaciones civiles y religiosas, al considerar que era el mayor obstáculo para la prosperidad y el engrandecimiento de la nación1. Con esta ley se pretendía transformar además la propiedad comunal de los pueblos indígenas, impulsar la formación de propietarios individuales e incentivar la libre circulación de las tierras, y con ello, obtener mayores recursos económicos. Miguel Lerdo de Tejada, secretario de Hacienda, fue el encargado de elaborar y presentar la ley de desamortización, la cual fue ampliada en la Constitución federal del 5 de febrero de 1857. El artículo 27 constitucional determinó, por ejemplo, que las corporaciones quedaban inhabilitadas de ejercer la capacidad legal “para adquirir en propiedad o administrar por sí bienes raíces, con la única excepción de los edificios destinados inmediata y directamente al servicio u objeto de la institución”2. Por tanto, la legislación liberal, más que favorecer la justicia y la igualdad entre los ciudadanos, al parecer representó injusticia y opresión hacia las clases dominadas3, ya que la desamortización

1

Luis Alberto Arrioja Díaz Viruell y Carlos Sánchez Silva, “La ley de desamortización de 25 de junio de 1856 y las corporaciones civiles: origen, alcances y limitaciones”, en Desamortización y laicismo. La encrucijada de la reforma, coord. Jaime Olverda (Jalisco: El Colegio de Jalisco, 2010), 91-92.

2

Daniela Marino, “La modernidad a juicio: pleitos por las tierras y la identidad comunal en el Estado de México (municipalidad de Huixquilucan, 1856-1911)”, en Culturas de pobreza y resistencia. Estudios de marginados, proscritos y descontentos. México 1804-1910, coord. Romana Falcón (México: El Colegio de México/Universidad Autónoma de Querétaro, 2005), 243.

3

Jesús Antonio de la Torre, El derecho como arma de liberación en América Latina. Sociología jurídica y uso alternativo del derecho (México: cenejus/ Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, 2006), 45 y 48.

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de la tierra implicaba favorecer la hacienda pública y los grandes propietarios, en detrimento de la propiedad comunal y los pequeños propietarios. Los pueblos indígenas hasta entonces se habían regido bajo sus propias costumbres, pero el Estado, en su afán por afirmarse, luchó en contra de las prácticas comunitarias y jurídicas de los pueblos e impuso su nuevo sistema jurídico4. En el estado de México, al igual que en los demás estados de la República Mexicana, los pueblos indígenas vieron amenazados su vida comunal y sus derechos de propiedad, puesto que, al carecer de personalidad jurídica, no podían defender sus derechos en los tribunales. Ante esta situación, los pueblos emplearon diferentes formas de resistencia para defender sus derechos de propiedad y conservar el disfrute colectivo de sus tierras, montes y aguas. De manera particular, los indígenas formaron sociedades agrícolas para recuperar los derechos perdidos y poder defender sus tierras comunales, actuando dentro del nuevo marco legal, que defendía firmemente la propiedad privada como medio de explotación. En el presente artículo se estudiará la formación de las sociedades agrícolas como un modo de resistencia pasiva de los pueblos indígenas, para contrarrestar los efectos negativos de la legislación liberal anticorporativa. A través de las sociedades, estos grupos buscaron solucionar sus conflictos por tierra y evitar las exigencias de la legislación estatal para promover juicios en los tribunales estatales. Al mismo tiempo que se reflexionará en la manera en que los indígenas promovieron juicios de amparo ante la justicia federal por la violación de garantías por parte de las autoridades estatales, lo que desató una controversia jurídica entre la legislación estatal y federal. Por tanto, el análisis de estos aspectos permitirá comprender la apropiación de las sociedades agrícolas por parte de los pueblos indígenas como un mecanismo para defender y conservar el disfrute colectivo de sus bienes comunales. Además, permitirá entender cómo se aplicó la justicia en materia de derechos territoriales en estos pueblos, así como discernir sobre el papel desempeñado por las autoridades estatales —Jueces de Letras y Conciliadores— y federales —Jueces de Distrito y Magistrados de la Suprema Corte de Justicia—.

1. Propiedad comunal y sociedades agrícolas Las sociedades agrícolas estudiadas surgen dentro de los antiguos pueblos indígenas. Éstos constituían una entidad corporativa con gobernantes indígenas y una dotación de tierras comunales suficiente para el sustento de los habitantes, debido a que su régimen

4

Jesús Antonio de la Torre, El derecho como arma, 116.

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de propiedad era particularmente comunal; es decir, no era enajenable, pertenecía al pueblo en su conjunto, y contaba con capacidad jurídica para litigar por sus bienes. Esos bienes, como ya se mencionó, eran sus tierras, montes y aguas, que servían para sufragar las necesidades de todo el pueblo5. En la documentación consultada sobre las propiedades de los pueblos indígenas decimonónicos no siempre se precisa con claridad y consistencia la definición de los tipos de bienes con que contaban. Comúnmente, se consideraba que los pueblos tenían un fundo legal, tierras de repartimiento, ejidos y “propios”. El fundo legal era el área central del pueblo, que originalmente abarcaba 500 o 600 varas, medidas hacia cada uno de los cuatro puntos cardinales desde la iglesia o la plaza principal del pueblo. Las tierras de repartimiento o de común repartimiento eran parcelas familiares de uso individual, mientras que los ejidos eran terrenos comunales de distintas calidades —pastos, montes y aguas de los que todos podían disponer—. Por último, los propios eran terrenos reservados para que los pueblos obtuvieran ingresos que les permitieran solventar los gastos comunales por medio de la renta a gente de la propia comunidad o de fuera de ella. Los ingresos obtenidos de estos últimos entraban a las cajas de comunidad y constituían el efectivo de los bienes6. Desde 1824 diversos estados de la República Mexicana buscaron privatizar las tierras comunales, pero estas propuestas en contados casos tuvieron efecto. En el estado de México, por ejemplo, en 1824 los diputados discutieron en el Congreso el destino de los propios y arbitrios de los pueblos, y se planteó la posibilidad de dividir las tierras comunales de los pueblos para entregarlas en propiedad privada a los indígenas7. Por último, determinó que los bienes de comunidad deberían formar parte del ramo de propios del Ayuntamiento, porque repartir las tierras de los pueblos entre los vecinos a título particular era una medida inviable, debido a que no se contaba con los recursos necesarios para hacer productiva la propiedad. Si bien los pueblos indígenas continuaron siendo los propietarios de sus bienes, a partir de esta disposición el Ayuntamiento fue el encargado de administrarlos8. Sin embargo, hubo que esperar hasta mediados de siglo xix para

5

Gloria Camacho Pichardo, “Desamortización y reforma agraria. Los pueblos del sur del valle de Toluca, 18561930” (Tesis de Doctorado en Historia, El Colegio de México, 2006), 90.

6

Gloria Camacho Pichardo, “Desamortización y reforma agraria”, 90-91.

7

Actas del Congreso Constituyente del Estado Libre de México, t. ii (México: Imprenta de Martín Rivera, 1824), 365-366, 390-391.

8

“Decreto núm. 36 del 9 de febrero de 1825. Organización de ayuntamientos del Estado”, en Colección de decretos y órdenes del congreso constituyente del estado libre y soberano de México, t. i (Toluca: Imprenta de J. Quijano, 1848), 52-53.

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privatizar las tierras comunales, mediante la promulgación de la ley del 25 de junio de 18569. Ante esta medida liberal, los indígenas buscaron diversas maneras alternativas de defender sus derechos de propiedad, siendo una de ellas la formación de sociedades agrícolas por parte de los vecinos de los pueblos10. En este punto es necesario aclarar que la formación de sociedades en torno a la tierra no se da a partir de las disposiciones implementadas por esta legislación federal. Antonio Escobar Ohmstede argumenta que este tipo de sociedades tiene su aparición en el siglo x en Francia, donde existían contratos de “condominio”, que se realizaban cuando un noble dueño de un espacio despoblado se asociaba con otro para crear nuevas aldeas. Las ganancias producidas durante el contrato y el producto de los impuestos comunes se repartían en partes iguales. Este autor manifiesta que es posible que esta forma de poblamiento y conservación del espacio se haya generalizado en Europa, de donde posiblemente pasó a las colonias españolas con algunas variantes, pero su esencia se conservó hasta el siglo xix. En México, durante la segunda mitad del siglo decimonónico, el condueñazgo adquirió el carácter de sociedad, ya que se registró legalmente como tal11. El condueñazgo era “una propiedad que pertenecía a varios dueños, quienes no cercaban sus lotes de tierra, sino que los mantenían como parte de la unidad territorial, reconociendo cada uno de ellos la tierra que le pertenecía, compartiendo los gastos que se generaban por litigios con otras propiedades o por el pago de impuestos”12. Las sociedades agrarias, por el contrario, contaban con un acta ante notario o juez de primera instancia, en la que se especificaban las obligaciones de cada socio13. Los terrenos de estas sociedades estaban bajo la tenencia

9 Antonio Escobar Ohmstede, “Ayuntamientos y ciudadanía, formas de administración de poblaciones”, en Ayuntamientos y liberalismo gaditano en México, eds. Juan Ortiz Escamilla y José Antonio Serrano (Zamora: El Colegio de Michoacán/Universidad Veracruzana, 2007), 158-159. 10 Jesús Antonio de la Torre estudia la unión de ejidos en Huayacocotla. En este municipio los campesinos se unieron para defender sus derechos, formando una Unidad de Producción para explotar y procesar la madera de sus ejidos. Con ello se logró dar una forma jurídica a la unión de ejidos, y poder defenderlos. Ver: El derecho como arma, 146-147 y 183-184. 11 Antonio Escobar Ohmstede, “Los condueñazgos indígenas en las Huastecas hidalguense y veracruzana: ¿defensa del espacio comunal?”, en Indio, nación y comunidad en el México del siglo xix, coords. Antonio Escobar Ohmstede y Patricia Lagos Preisser (México: ciesas, 1993), 179. 12 Antonio Escobar Ohmstede y Ana María Gutiérrez Rivas, “El liberalismo y los pueblos indígenas en las Huastecas, 1856-1885”, en Los pueblos indios en los tiempos de Benito Juárez, coord. Antonio Escobar Ohmstede (México: uam/uabjo, 2007), 256. 13 En algunos casos los condueñazgos se pueden tomar como una sociedad civil, y no como una simple asociación, pues hubo ocasiones en que el condueñazgo se registró legalmente como tal. Antonio Escobar Ohmstede y Frans J. Schryer, “Las sociedades agrarias en el norte de Hidalgo, 1856-1900”, Mexican Studies/ Estudios Mexicanos 8: 1 (1992): 10.

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Porfirio Neri Guarneros

individual y comunal: la primera era utilizada por los socios de forma particular para fincar, sembrar y pastar ganado, mientras que la segunda se trataba de terrenos de uso común como montes y aguas14. Escobar Ohmstede afirma además que la formación de condueñazgos y sociedades agrarias en las Huastecas hidalguense y veracruzana permitió la defensa del espacio comunal por parte de los pueblos indios, y que uno de los principales papeles de los condueñazgos fue eliminar la injerencia del gobierno municipal en la administración del espacio territorial15. Edgar Mendoza García, por otro lado, para el caso de los pueblos chocholtecos de Oaxaca, establece que al verse amenazadas las cofradías de los barrios por las políticas de privatización sobre el reparto y remate de las tierras comunales, los integrantes de los barrios constituyeron sociedades agrícolas para evitar perder sus propiedades y seguir actuando dentro del marco de la ley. El propósito de los socios era ayudarse en sus mutuas necesidades, así como dar su contribución para sufragar los gastos del ayuntamiento del pueblo con motivo de alguna mejora que se emprendiera en beneficio de la población16. Para el caso del estado de México, algunos historiadores han mencionado la existencia de sociedades agrícolas; por ejemplo, Carmen Salinas y Norberto López concuerdan en que estas agrupaciones les permitieron a los indígenas defender y conservar sus bienes comunales17. Gloria Camacho, por su parte, aborda la existencia de las sociedades agrícolas como una estrategia para conservar las tierras comunales y controlar el acceso a los derechos de propiedad, frente a la aplicación de la ley de desamortización. La autora hace evidente que los indígenas, al constituirse en sociedad agrícola, pudieron tener acceso a medios legales como el amparo para defender el acceso a sus bienes comunales18. A este planteamiento hay que agregar que dicha ley también fue utilizada por las sociedades para reclamar sus bienes comunales.

14 Antonio Escobar Ohmstede, “¿Cómo se encontraba la tierra en el siglo xix huasteco?”, en La desamortización civil de México y España (1750-1920), eds. Margarita Menegus y Mario Cerruti (México: Senado de la República/ Universidad Autónoma de Nuevo León/unam, 2001), 107. 15 Antonio Escobar Ohmstede, “Los condueñazgos indígenas”, 171-188. 16 Edgar Mendoza García, “Poder político y económico de los pueblos chocholtecos de Oaxaca: municipios, cofradías y tierras comunales 1825-1890” (Tesis de Doctorado en Historia, El Colegio de México, 2005), 238. 17 Carmen Salinas Sandoval, Política y sociedad en los municipios del Estado de México (1825-1880) (Zinacantepec: El Colegio Mexiquense, 1996); Norberto López Ponce, “Los pueblos y la lucha por la tierra”, en Historia general del Estado de México, t. 5, coords. María Teresa Jarquín Ortega y Manuel Miño Grijalva (Zinacantepec: El Colegio Mexiquense/Gobierno del Estado de México, 1998), 411-438. 18 Gloria Camacho Pichardo, “Las sociedades agrícolas en los pueblos del sur del valle de Toluca y la desamortización (1856-1900)”, en La vida, el trabajo y la propiedad en el Estado de México, coords. César de Jesús Molina Suárez y René García Castro (México: Suprema Corte de Justicia de la Nación, 2007), 249-293.

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Las sociedades agrícolas estaban comprendidas dentro de las sociedades civiles19, porque los integrantes o socios establecían una escritura de sociedad ante notario público en la que se constituían el funcionamiento y objetivo de la misma. En representación de la sociedad se instituía una junta menor, integrada por un presidente, un secretario y un tesorero, que se creaba con un fin productivo de explotación para consumo propio. Los terrenos de la sociedad eran de propiedad comunal, como se ha descrito, tierras de común repartimiento y ejidos: unas utilizadas por los socios de forma individual para sembrar, y las otras eran explotadas por todos los socios en comunidad20. Aunque no se estudian en este artículo, conviene aclarar que también hubo sociedades agrícolas con tierras privadas en donde cada socio contaba con título individual de su fracción de tierra21. Resulta importante resaltar que, a diferencia de los condueñazgos, las sociedades agrícolas se constituyeron o crearon después de la legislación liberal de mediados del siglo xix, puesto que uno de los objetivos principales era el reconocimiento legal como persona moral, para tener derecho a que se les administrara justicia en los tribunales22. Con la legislación liberal, los pueblos indígenas tuvieron que someterse a un poder exterior a ellos23 para la administración de sus bienes comunales, lo cual provocó que la vida comunitaria de los pueblos se diluyera.

2. La justicia en los tribunales estatales En el estado de México, desde la segunda mitad del siglo xix existían conflictos entre los pueblos, así como entre éstos y los hacendados. La delimitación de las propiedades generaba fuertes enfrentamientos, muchos de ellos de origen colonial; algunos pleitos eran resueltos mediante acuerdos entre las partes involucradas; en otros intervenían las autoridades municipales o el jefe político, y en otro tanto había enfrentamientos armados. Con la aplicación de la ley federal del 25 de junio de 1825 se pretendía, entre otros aspectos, solucionar los conflictos por tierras, lo que no resultaba una tarea tan sencilla para las autoridades, por el complejo proceso de desamortización: falta de catastro, desconocimiento

19 Una sociedad civil era una asociación libre entre individuos, con el objeto de proteger sus propiedades. Jesús Antonio de la Torre, El derecho como arma, 76. 20 Porfirio Neri Guarneros, “Las sociedades agrícolas en el Estado de México durante el Porfiriato: transformación de la propiedad de los pueblos indígenas” (Tesis de Maestría en Historia, Universidad Autónoma del Estado de México, 2011), 10. 21 Porfirio Neri, “Las sociedades agrícolas en el estado de México”, 77-86. 22 Porfirio Neri, “Las sociedades agrícolas en el estado de México”, 10. 23 Jesús Antonio de la Torre, El derecho como arma, 71.

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de cómo aplicar la ley, incertidumbre sobre la tenencia de la tierra indígena, rechazo de los pueblos a la ley, por disputa de tierras, entre otros motivos24. Ante estas circunstancias, fueron varios los pueblos que iniciaron movimientos armados en contra de la legislación liberal, que tardaron en ser controlados por las autoridades estatales25. En tal sentido, resulta notoria la resistencia mostrada por algunos movimientos como los presenciados en los pueblos de Chalco y Texcoco en 1868, en donde algunos habitantes se unieron a Julio López Chávez26 en una fuerte lucha contra hacendados y gobierno27. Para pacificar los alzamientos armados, las autoridades establecieron una tregua con los pueblos indígenas, que pretendía seguirlos reconociendo como corporaciones. Ciertamente, la justicia estatal aceptó la capacidad jurídica de los pueblos para adquirir y administrar bienes comunales, de acuerdo con el decreto del 21 de abril de 1868. Esta ley estableció en su artículo 15, fracción número xxvii, que el jefe político tenía la facultad de conceder o negar licencia para litigar en los ayuntamientos, municipios o pueblos28. El 17 de octubre de 1878 la ley fue modificada, presentándose de la siguiente forma: la licencia para que pudieran litigar los ayuntamientos, municipios o pueblos debía ser otorgada por el Ejecutivo del estado, con audiencia de su consejo, previo expediente instructivo que sobre la conveniencia e inconveniencia del litigio formaren los Jefes Políticos29. De esta forma, los pueblos en los tribunales estatales se podían presentar como corporación, gracias a que la legislación estatal avaló la existencia de empresas colectivas que tenían como objeto único mantener la tenencia de la tierra corporativa, aquel obstáculo contra el que los liberales lucharon y que intentaron suprimir.

24 Carmen Salinas Sandoval, “Desamortización en Acambay, Estado de México. Proceso articulador de conflictos por la tierra 1886-1890”, en Negociaciones, acuerdos y conflictos en México, siglos xix y xx. Agua y tierra, coords. Aquiles Omar Ávila Quijas et al. (Michoacán: El Colegio de Michoacán/ciesas/Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2009), 144. 25 Manuel Ferrer Muñoz y María Bono López, Pueblos indígenas y Estado nacional en México en el siglo unam, 1998), 462-463.

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26 Julio López Chávez fue coronel del ejército liberal mexicano, participó en la guerra de intervención francesa y contra el imperio de Maximiliano. Después de estos conflictos López se adhirió a las causas sociales de los problemas agrarios movilizando los pueblos indígenas de la región de Chalco, en el estado de México. Norberto López, “Los pueblos y la lucha por la tierra”, 411-438. 27 Carmen Salinas Sandoval, “El espacio y los hombres, las ciudades y los pueblos”, en Historia general del Estado de México, t. 5, 27-54. 28 “Decreto No. 26 del 21 de abril de 1868: Ley orgánica para el gobierno y administración interior de los distritos políticos del estado”, en Colección de decretos y órdenes del congreso constituyente del estado libre y soberano de México, t. vi (Toluca: Imprenta de Pedro Martínez, 1868), 177-194. 29 “Decreto Núm. 104 de Juan N. Mirafuentes, gobernador constitucional del Estado libre y soberano de México”, 17 de octubre de 1878, en Colección de decretos y órdenes del congreso constituyente del estado libre y soberano de México, t. xiv (Toluca: Imprenta de Pedro Martínez, 1868), 156-158.

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Otros pueblos mostraron una resistencia pacífica en contra de esta ley, valiéndose incluso de ella para solucionar sus conflictos por tierras, y haciendo uso de la legislación liberal para presentarse como individuos asociados ante los tribunales estatales a reclamar derechos de propiedad. Justamente, distintos pueblos del estado de México promovieron juicios de apeo y deslinde para solucionar sus problemas por límites de tierras. Algunos pueblos promovían este tipo de juicios con el carácter de corporación, y otros, mediante la formación de sociedades agrícolas, pero la falta de claridad sobre la capacidad jurídica de los pueblos indígenas, y los diversos mecanismos para el procedimiento desamortizador, dieron lugar a un proceso de privatización aún más complejo. Los pueblos indígenas vieron en la formación de sociedades agrícolas una oportunidad para reclamar ante las autoridades locales los terrenos disputados; así lo hicieron los pueblos de Santa Cruz Tepexpan, San Miguel Yustepec y San Pedro Totoltepec. Las sociedades agrícolas estudiadas pidieron el apeo y deslinde de sus tierras para posteriormente poder dividir y adjudicar los terrenos entre los integrantes, conforme a la ley de desamortización. Por ejemplo, en septiembre de 1878 José Miguel Clemente, José Lino Cipriano, Antonio Felipe y José Florentino —representantes jurídicos de la sociedad agrícola conformada por varios vecinos de los pueblos de Santa Cruz Tepexpan y San Miguel Yustepec, pertenecientes al distrito de Ixtlahuaca, estado de México— se presentaron ante el juez conciliador 1º de Ixtlahuaca, sustituto del juez de letras, solicitando un apeo y deslinde de sus tierras comunales para hacer el repartimiento conveniente, en vista de que los colindantes abarcaban tierras por no estar adjudicadas ni estar representadas por el municipio30. Los representantes jurídicos de estos pueblos pidieron al juez 1º conciliador de Ixtlahuaca la aprobación de la ley, por lo que se aplazó el traslado de la petición a los colindantes. No obstante, el apogeo y deslinde no se realizaron porque Ángel Colima, el principal afectado en este caso, solicitó que se declarara que los promoventes no tenían personalidad jurídica porque no formaban una sociedad sino una comunidad. En vista de lo ocurrido, el juez desconoció la personalidad de los representantes de la sociedad, porque no contaban con la licencia para litigar que marcaba el decreto estatal del 17 de octubre de 187831. En este punto es interesante destacar la capacidad argumentativa del abogado de Ángel Colima para convencer al juez y producir una decisión favorable para su apoderado. Esta práctica tenía al parecer más que ver con la retórica que con la lógica de las leyes —como

30 “Amparo promovido por José Miguel Clemente y José Lino Cipriano por sí y en representación de varios vecinos de Santa Cruz Tepexpan y San Miguel Yustepec contra el juez 1º conciliador de Ixtlahuaca”, 1881, en Archivo Histórico de la Casa de Cultura Jurídica de Toluca (ahccjt), Sección 1er Juzgado de Distrito de Toluca (1jdt), Fondo Estado de México (em), Serie Amparo (a), Subserie Principal (Pn), exp. 8. 31 “Decreto Núm. 104 de Juan N. Mirafuentes”, 17 octubre de 1878, 156-158.

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bien apunta Oscar Correas—, pues en realidad la decisión tomada por el juez estaba medida por la argumentación del abogado, quien se basaba en el decreto estatal, y no en la ley por sí misma32. En este mismo sentido, los argumentos de los representantes de la sociedad agrícola no terminaron por convencer al juez, a pesar de haber sugerido que el decreto era anticonstitucional, debido a que las corporaciones dejaron de existir a partir de la ley del 25 de junio de 1856. El juez escuchaba los argumentos e interpretaba los textos (leyes), con base en lo cual daba su sentencia (norma) y creaba derecho. Autores como Oscar Correas manifiestan que las normas son el resultado de la interpretación de los textos legales, y no la aplicación de una ley a un caso determinado, ya que una ley puede ser interpretada de distintas formas33. En el segundo caso presentado también se hacen evidentes el conflicto por la tierra entre colindantes y las exigencias de los jueces estatales para actuar en los juicios. El 2 de septiembre de 1882, vecinos de San Pedro Totoltepec y del barrio de La Concepción, ante el notario público Manuel Otal y Piña, formaron una sociedad agrícola con el objeto de adquirir y poner en explotación los terrenos que se conocían con el nombre de “común repartimiento”, que, conforme a la ley del 25 de julio de 1856 y demás leyes, les debían ser adjudicados34. Como bien afirma Gloria Camacho Pichardo, estas sociedades buscaron conservar el uso comunal bajo el supuesto de que se dividían las tierras entre los integrantes de la sociedad agrícola35. Ahora bien, Francisco Bibiano, socio y apoderado jurídico de la sociedad agrícola, promovió el 15 de septiembre de 1882 ante el juez de letras de Toluca apeo y deslinde contra la hacienda de Canaleja, para poder dividir entre los vecinos los terrenos comunales que el pueblo adquirió por mercedes. El representante advirtió que no necesitaba de la licencia que marcaba el decreto estatal del 17 de octubre de 187836, ya que éste hacía referencia a las comunidades que debían litigar en su calidad de personas jurídicas, mientras que él y sus representados se presentaban en calidad de personas particulares que, si bien asociadas, pretendían reivindicar la propiedad que les pertenecía. El juez no dio lugar a esta solicitud porque los terrenos no podían pertenecer a la sociedad agrícola, es decir, no fueron adjudicados a cada uno de los socios. Así las cosas, los terrenos le corresponderían efectivamente al pueblo de San Pedro Totoltepec, por lo que el juez exigía la licencia respectiva al representante. A diferencia del anterior caso, en este juicio se observa que la autoridad estatal —el juez de

32 Oscar Correas, Metodología Jurídica i: una introducción filosófica (México: Fontamara, 2007), 211 y 213. 33 Oscar Correas, Metodología Jurídica ii: los saberes y las prácticas de los abogados (México: Fontamara, 2006), 208, 212 y 296. 34 “Amparo promovido por Francisco Bibiano por sí y en representación de varios vecinos de San Pedro Totoltepec y barrio de la Concepción contra el juez 1º de letras de Toluca”, 1882, en ahccjt, 1jdt, em, a, Pn, exp. 56, f.18. 35 Gloria Camacho Pichardo, “Las sociedades agrícolas en los pueblos del sur”, 263. 36 “Decreto Núm. 104 de Juan N. Mirafuentes”, 17 de octubre de 1878, 156-158.

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letras de Toluca— desde un principio negó la existencia de esta sociedad, por lo que exigió al representante jurídico de los vecinos la licencia para litigar. Los representantes argumentaron que no se estaban conformando realmente corporaciones entre los grupos indígenas, al considerar que sólo se trataba de un conjunto de individuos reunidos para conformar una sociedad agrícola con base en el artículo 9 de la Constitución federal. Al mismo tiempo que objetaban que sus tierras habían dejado de ser administradas por los ayuntamientos y que, por lo tanto, eran hombres libres para presentarse ante los tribunales a exigir sus derechos sin necesidad de una licencia. Estos argumentos, sin embargo, no bastaron para convencer al juez, y mucho menos para que éste decidiera a su favor. Con todo, la formación de sociedades agrícolas representó una posibilidad de terminar con los conflictos sobre tierras que los pueblos mantenían con sus colindantes, sin tener que depender de la representación del síndico municipal o la licencia expedida para litigar. De manera particular, las sociedades agrícolas, bajo el supuesto de querer dividir sus terrenos comunales, promovieron juicios de apeo y deslinde para tener plena propiedad de la fracción de tierra que le tocaría a cada uno de los integrantes, lo que no implicaba el esclarecimiento de los derechos comunitarios. A pesar de plantearse la división y adjudicación de tierras comunales, los estatutos de la sociedad creada muestran que seguían conservándose prácticas comunitarias, como la ayuda mutua, la construcción de obras para uso público, la prohibición de vender su fracción de tierra a individuos extraños al pueblo, o el que los títulos de propiedad privada los conservara una sola persona. Las sociedades agrícolas constituían justamente una forma alternativa de derecho o “el derecho que nace del pueblo”, que consistía en la juridicidad producida dentro de los grupos sociales, en este caso las sociedades agrícolas, como los usos y costumbres o el derecho que se daban a sí mismos los individuos para organizar la tenencia de la tierra37. Por tal razón, el hecho de que los jueces estatales hayan declarado que las sociedades no tenían personalidad jurídica no significa que el conflicto por los límites de tierra se hubiera solucionado. La decisión en un juicio no implicaba resolver un conflicto, en muchos casos porque éste continuaba por largo tiempo38. Las sociedades agrícolas de Santa Cruz y San Miguel y la de San Pedro Totoltepec, al encontrar obstáculos en los tribunales estatales para llevar a cabo el apeo y deslinde de sus tierras comunales, decidieron promover amparo en la instancia federal, argumentando la violación de garantías individuales que les concedía la Constitución federal de 185739. Los juicios

37 Jesús Antonio de la Torre, El derecho como arma, 161-183. 38 Oscar Correas, Metodología Jurídica ii, 211. 39 Conviene aclarar que cuando se habla de los “vecinos de los pueblos” se hace referencia a una agrupación de vecinos que con el carácter de individuos particulares, y no con el de corporación, se presentaron a solicitar amparo.

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de amparo hacen evidente la controversia federal-estatal entre el estado de México y la federación, respecto a la personalidad jurídica de los pueblos y el proceso desamortizador40. La personalidad jurídica de los pueblos indígenas fue muy discutida durante algunos años (1869-1882), ya que durante este período diversos pueblos promovieron juicios de amparo, lo cual puso en jaque a la justicia federal, que no sabía si se les debía administrar justicia. El poder federal no estaba de acuerdo en que la legislación estatal permitiera litigar en juicio a los pueblos indígenas pero, dada la soberanía de los estados 41, admitió que en el estado de México los pueblos entablaran juicios de apeo y deslinde. Pero al presentarse dichas organizaciones ante la justicia federal, los jueces cuestionaron la capacidad jurídica de las mismas, porque sus tierras no eran individuales, sino comunitarias. Así, pues, al acudir los vecinos de los pueblos al recurso de amparo se hizo evidente la controversia entre las leyes locales y federales. En este sentido, el amparo promovido por las sociedades agrícolas se caracterizó por definir derechos corporativos, en donde los representantes de los pueblos y los jueces interpretaron leyes en textos identificados como jurídicos, de cuya lectura reconocieron normas 42 e interpretaron costumbres de los pueblos. Dentro de este período de incertidumbre por parte de los jueces federales sobre si se debía permitir que este tipo de sociedades promovieran juicios de amparo —sin títulos de propiedad individual—, se enmarcan los dos casos estudiados. Asimismo, con lo expuesto se está en condiciones de comprender ahora la forma en que actuó la justicia federal al conocer los juicios de amparo promovidos por las sociedades agrícolas del estado de México, donde se seguía reconociendo la personalidad jurídica de las corporaciones.

3. Las sociedades agrícolas y el amparo Las condiciones legales para litigar por parte de la legislación estatal fueron las que llevaron a iniciar los juicios de amparo. Los vecinos de los pueblos indígenas tuvieron que solicitar amparo ante el juez de distrito, pues consideraban que al exigírseles la licencia para litigar se transgredían garantías que les concedía la Constitución federal de 1857, como la de libre asociación (artículo 9), petición (artículo 8) y administración de justicia (artículo 17).

40 Porfirio Neri Guarneros, “El amparo y los pueblos en el Estado de México, 1875-1883. Una interpretación de los derechos de propiedad comunal” (Tesis de Licenciatura en Historia, Universidad Autónoma del Estado de México, 2008), 42-45. 41 José Barragán, Proceso de discusión de la ley de amparo de 1869 (México: unam, 1987), 156. 42 Oscar Correas, Metodología Jurídica ii, 216.

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El objetivo del amparo era claro, y consistía en proteger las garantías individuales de las personas contra actos de las autoridades que las infringían. En otras palabras, estos juicios confrontaban un acto de alguna autoridad política y lo invalidaban si era contrario al espíritu de la Constitución federal de 1857, en beneficio del particular agraviado que lo solicitaba. Los juicios de amparo eran, asimismo, resueltos por los tribunales federales (Juzgados de Distrito y Suprema Corte de Justicia) y se procuraban a petición de la parte agraviada43. La sentencia únicamente beneficiaba a individuos particulares, limitándose a protegerlos y ampararlos en el caso específico sobre que versaba el proceso, sin hacer ninguna declaración general respecto de la ley o el acto que motivaba el amparo44. A este tenor, si se analiza la aplicación de la justicia en torno a los bienes desamortizables, se observa que no siempre resultaba algo tan sencillo. Ahora bien, el juicio de amparo promovido por las sociedades agrícolas no se puede considerar como una nueva instancia del juicio de apeo y deslinde, sino como un juicio nuevo en el que sólo se debía decidir si hubo o no violación de garantías45. Para entender la diferencia entre ambos juicios, es pertinente abordar los juicios de amparo promovidos por las sociedades agrícolas. Por ejemplo, debido al desconocimiento que el Conciliador estatal hizo de la personalidad jurídica de los representantes de la sociedad agrícola de Santa Cruz y San Miguel, los indígenas promovieron amparo el 26 de marzo de 1881 ante el Juzgado de Distrito en el estado de México. Al solicitar el juicio, los que presentaron juicio de amparo apoyaron su argumentación jurídica objetando que los bienes de la comunidad habían pasado de derecho con perfecta acción a cada uno de los integrantes de las mismas poblaciones, por medio de la circular federal del 9 de octubre de 1856 46 y del reglamento del 20 de abril de 1878 47. Manifestaron, asimismo, que el decreto en el que se basó el juez conciliador para desconocer la personalidad jurídica de los representantes de ambos pueblos pugnaba

43 Porfirio Neri, “El amparo y los pueblos en el Estado de México”, 39. 44 José Luis Soberanes, El poder judicial federal en el siglo xix (México: unam, 1992), 134-135. 45 José Luis Soberanes, El poder judicial, 141. 46 “Comunicación del 9 de octubre de 1856 de Lerdo de Tejada, ministro de hacienda”, en Legislación Mexicana ó Colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la República, t. viii, coords. Manuel Dublán y José María Lozano (México: Imprenta de comercio de Dublán y Chávez, 1877), 264-265. 47 Ver: “Circular del 20 de abril de 1878 de la Secretaría de Hacienda y Reglamento para la adjudicación de terrenos de comunidad”, en Legislación Mexicana ó Colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la República, t. xiii, coords. por Manuel Dublán y José María Lozano (México: Imprenta y Litografía de Eduardo Dublán y Compañía, 1886), 502-503.

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abiertamente con el artículo 14 de la Constitución federal de 1857; además, ambos pueblos, al formar la sociedad agricultora, se ajustaron a las garantías de los artículos 2 y 9 de la Constitución federal de 1857. De igual forma, los representantes argumentaron que al confundirlos con el antiguo municipio, a pesar de que eran parcioneros y propietarios de algunos terrenos, se menospreció el precepto del artículo 27 en su último inciso. El juez de distrito pidió un informe al juez conciliador, y éste basó su argumentación indicando que la sociedad agrícola de Santa Cruz Tepexpan y San Miguel Yustepec no podía ser tal, porque los indígenas, al solicitar el apeo y deslinde de los terrenos, lo hicieron con los títulos de los pueblos. Por lo tanto, no eran individuos particulares asociados, sino una corporación; por ello, necesitaban licencia para litigar, como lo marcaba el decreto del 17 de octubre de 187848. Además, los indígenas reclamaban derechos que en realidad pertenecían a los municipios49. El promotor fiscal50 manifestó al conocer este caso que era claro que los vecinos de Tepexpan y Yustepec no formaban ninguna corporación política, sino que se trataba de varios individuos constituidos legalmente en una sociedad agrícola, por lo que el juez conciliador —al desconocer la personalidad jurídica de José Miguel Clemente y José Lucio Cipriano, por falta de la licencia para litigar que exigía el decreto estatal del 17 de octubre de 1878— infringió en la persona de los promotores del amparo el artículo 17 de la Constitución federal. El juez de distrito, Germán Navarro, en su sentencia del 13 de junio de 1881, concedió el respectivo amparo teniendo en cuenta que los promovedores se presentaron como individuos particulares, constituidos legalmente en una sociedad agrícola, y no como una corporación política. Se agregó que el carácter con el que se presentaron los representantes a solicitar el apeo y deslinde de las tierras no podría variar por el título a través del cual se fundó la demanda, es decir, si un individuo exige lo que no es suyo no significa que carezca de personalidad jurídica. El no admitirlos en juicio, y el negarles el derecho a reclamar lo que sus representantes consideraban conveniente, resultaban una contravención a las garantías establecidas en los artículos 8 y 17. Por un lado, porque se desconoció el derecho de petición que la sociedad agrícola tenía, y, por el otro, porque al haberse exigido el permiso del gobierno del estado para que la sociedad pudiera litigar, se dificultaba

48 “Decreto Núm. 104 de Juan N. Mirafuentes”, 17 octubre de 1878, 156-158. 49 “Amparo promovido por José Miguel Clemente”, f.13. 50 El promotor fiscal, actualmente reconocido como Ministerio Público, era el representante social que vigilaba el correcto desarrollo del juicio, y que podía intervenir cuando consideraba que podía afectarse el interés público; en otras palabras, era el representante de la sociedad. Arturo González Cosío, El juicio de amparo (México: Porrúa, 1990), 74-88.

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la administración de justicia. Con base en estos argumentos, el 1º de noviembre de 1881 la Suprema Corte de Justicia confirmó la sentencia del juez de distrito. Los testimonios de los representantes de la sociedad agrícola y los del juez dejan ver que los textos legales pueden tener diferentes interpretaciones. En este sentido, para salir beneficiado en un juicio no era importante lo que establecía la ley, sino la forma en que ésta se interpretaba51. Lo que explica el hecho de que los representantes jurídicos de la sociedad agrícola lograron convencer mediante argumentos al juez para que se les amparara, con lo cual la justicia estatal estaba obligada a administrarles justicia. Pero también se observa cómo un pueblo indígena logró litigar al erigirse en sociedad agrícola. Una vez que se les otorgaba el amparo, el pueblo de Santa Cruz y San Miguel debía continuar el juicio en la instancia estatal donde no se les había administrado justicia, por constituir una corporación, a pesar de que el juez federal determinó que no lo eran. Desafortunadamente, no se tienen noticias del juicio en la esfera estatal, pero, dada la sentencia del juez federal, es muy probable que a los vecinos de ambos pueblos se les hayan concedido el apeo y deslinde. Como se puede observar, la aplicación de justicia en la esfera estatal era distinta a la que se aplicaba en el ámbito federal: en la primera no se reconoció a la sociedad agrícola, mientras que en la segunda sí. Si bien el juez de distrito y la Suprema Corte de Justicia otorgaron el amparo, el que este tipo de agrupaciones lo promoviera representaba un problema para la justicia federal. En el fondo, las autoridades sabían que lo que reclamaban los pueblos no eran derechos individuales sino comunitarios, al constatar que los terrenos no habían sido repartidos conforme a la ley de desamortización. Por un lado, el desconocimiento legal impidió que a la sociedad agrícola se le negara el amparo, y por otro lado, la argumentación jurídica de los representantes jurídicos de los pueblos resultó convincente a los jueces, logrando con ello resultados favorables en el juicio de amparo. Por otra parte, los juicios de amparo —como el de la sociedad agrícola de Santa Cruz y San Miguel, similar al de otros estados de la República— crearon un ambiente de debate en torno a la personalidad jurídica de este tipo de asociaciones. Los jueces, promotores fiscales y magistrados tuvieron que analizar los casos con base en lo dispuesto en la legislación estatal y lo señalado en la legislación federal, y no sólo se restringieron a analizar si había o no violación de garantías. En los primeros años existieron diversos criterios emitidos por los jueces y ministros de la Suprema Corte de Justicia respecto a la propiedad corporativa de los pueblos y su capacidad para litigar, pero la postura de Ignacio Luis Vallarta sobre este tópico permitió finalizar esta polémica52.

51 Oscar Correas, Metodología Jurídica ii, 259. 52 Porfirio Neri, “El amparo y los pueblos en el Estado de México”, 135-137.

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Ignacio Luis Vallarta, siendo presidente de la Suprema Corte de Justicia, aludió en sus votos de 1882 a que los vecinos de los pueblos podían solicitar sus derechos territoriales, pero no colectivamente; al hacerlo de este modo se aceptaba la supervivencia de las “comunidades indígenas”, las cuales jurídicamente se daban por muertas53. Asimismo, manifestó que los indígenas no perdieron sus propiedades por las leyes de la Reforma, a pesar de que sus tierras comunales debían ser divididas entre los indígenas, y no seguirlas conservando amortizadas mediante la formación de sociedades, tales como la “sociedad de agricultores y ganaderos”54. Los votos de Vallarta hacen evidente el interés del estado por controlar y ejercer el poder sobre los ciudadanos, más aún cuando los votos serán tenidos en cuenta en los argumentos de los jueces para negar el amparo. De esta forma, el Derecho se constituyó en un instrumento de dominación y un mecanismo de control social55. Después de los votos de Vallarta, el panorama para las sociedades agrícolas y demás agrupaciones de vecinos que acudieron a la justicia federal fue muy distinto. En 1882, la sociedad agrícola integrada por varios indígenas de San Pedro Totoltepec y barrio de La Concepción promovió amparo a través de su representante jurídico, pero en 1893 les fue negado. Francisco Bibiano, socio y representante jurídico de la sociedad agrícola formada por los vecinos del pueblo de San Pedro Totoltepec y barrio de La Concepción, promovió juicio de amparo contra el juez 1º de letras de la ciudad de Toluca. Este funcionario, basándose en el decreto del 17 de octubre de 1878, el cual pugnaba con la Constitución federal de 1857, desconoció su personalidad al promover el juicio de apeo y deslinde contra la hacienda de Canaleja. Bibiano consideró violada tanto en su persona como en la de sus representados la garantía estipulada en el artículo 9 de la propia Constitución federal, al coartarse el derecho a asociarse y transgredirse el artículo 16, que sugería la incompetencia de las autoridades para desconocer su personalidad jurídica. Bibiano arguyó que los miembros de la sociedad que representaba no habían podido dividirse los terrenos —que el común del pueblo adquirió por mercedes—, por la confusión de límites que existían entre el pueblo y la hacienda de Canaleja. Asimismo, consideró que, si bien era cierto que el artículo 27 del pacto federal inhabilitó a los municipios para adquirir y administrar bienes raíces, también lo hicieron la ley del 25 de junio de 1856 y la circular del 9

53 Ignacio Luis Vallarta, “Votos sobre la personalidad de las comunidades indígenas y en el que se desecha su legitimación para actuar en juicios”, en La Suprema Corte de Justicia a principios del porfirismo (1877-1882), ed. Lucio Cabrera Acevedo (México: Suprema Corte de Justicia de la Nación, 1990), 584. 54 Ignacio Luis Vallarta, “Votos sobre la personalidad”, 566. 55 Oscar Correas, Metodología Jurídica i, 239; y Metodología Jurídica ii, 233; Jesús Antonio de la Torre, El derecho como arma, 114.

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de octubre del propio año. En esta normatividad era claro que los bienes pertenecientes a la comunidad de indígenas no entraron al dominio de la nación ni mucho menos quedaron sin dueño, con el propósito de que pudieran adquirirlos los hacendados argumentando su propiedad y posesión, con la información testimonial, puesto que la única prueba para la propiedad y posesión de los terrenos era el título que expedía el jefe político. El juez 1º de letras de la ciudad de Toluca mencionó que no desconocía la personalidad, sino que sólo se había limitado a concluir que los terrenos en cuestión eran del pueblo de San Pedro Totoltepec, y no de una sociedad particular; en tal virtud, el apoderado necesitaba contar con la licencia que estipulaba el decreto del 17 de octubre de 1878. El propio juez consideraba que la agrupación de los vecinos del pueblo y del barrio no tenía el carácter de sociedad agrícola, puesto que los terrenos en cuestión correspondían al pueblo de San Pedro Totoltepec, que los adquirió por mercedes y que estaban aún por indiviso, como el propio Francisco Bibiano lo mencionó. La autoridad responsable consideró que los vecinos del pueblo de San Pedro no podían declararse dueños de los terrenos comunales sólo con erigirse en sociedad particular. Además, planteó que en ningún momento se había quebrantado el artículo 9, puesto que, al haber declarado que la sociedad no subsistía conforme a la ley, no se estaba impidiendo que se conformara de acuerdo con la regla, y mucho menos se había transgredido la norma 16, porque “no molesto a nadie en su persona, familia, domicilio o posesiones”. En este caso se puede advertir que el juez de letras, a diferencia del conciliador de Ixtlahuaca, da una mejor argumentación jurídica de por qué la sociedad agrícola no podía constituirse como tal56. A pesar de esto, el 18 de diciembre de 1882 el juez de distrito, Vicente Rodríguez Miramón, concedió en su sentencia el amparo a Francisco Bibiano, representante de la sociedad agrícola formada por los vecinos de San Pedro Totoltepec y barrio de La Concepción, contra el auto del juez 1º de letras de Toluca que le negó la personalidad para solicitar que se practicaran un apeo y deslinde. El juez consideró, por un lado, que dicho representante se presentó con el carácter de apoderado de individuos particulares, y no con el de representante de un pueblo en calidad de corporación. Por otro lado, de acuerdo con el artículo 9 de la Constitución federal de 1857, los vecinos de San Pedro ejercieron un derecho perfecto para construir una sociedad agrícola. Los hechos anteriores, y el de habérsele negado a Bibiano el derecho de pedir lo que juzgó conveniente a sus poderdantes, violaron en las persona de éstos y aquél las

56 El promotor fiscal, al conocer de la causa, indicó que la Suprema Corte concedió el amparo en distintas ejecutorias, porque el decreto estatal de 1878, invocado por el juez 1º de letras, no podía estar por encima del artículo 9 de la Constitución federal, ni podía ser competente dicho juez para violarlo. El promotor fue del parecer que se concediera el amparo.

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garantías consignadas en los artículos 8 y 17 de la Constitución federal: en el primero, porque en el acto reclamado se desconoció el derecho de petición, y en el segundo, porque al exigirse como indispensable la licencia, se pusieron trabas a la administración de justicia. El 16 de agosto de 1883, la Suprema Corte de Justicia de la Nación revocó la sentencia del juez de distrito y declaró que la justicia de la Unión no amparaba ni protegía a Francisco Bibiano y socios contra los actos que reclamaban, ya que la sociedad no se formó de acuerdo con la ley. Los magistrados consideraron que no podía reconocerse en la sociedad el derecho de repartirse terrenos que debían repartirse entre todos los vecinos del pueblo con intervención de la autoridad política, que era la que debía expedir los títulos a cada uno de los agraciados. Tampoco podía aceptarse que con infracción de la ley del 25 de junio de 1856 y circulares relativas, cierto número de individuos se declararan dueños de los montes, ejidos y aguas e impusieran gravámenes a los que solicitaban ser considerados en el reparto; puesto que una sociedad formada por estas condiciones no podía declararse dueña de los terrenos que quisiera ni transferir a persona alguna la representación que ella no tenía57. Si bien en el caso anterior la justicia federal concedió el amparo, a pesar de que sabía que se estaba en contra de los preceptos liberales, en éste se puede suponer que los magistrados de la Suprema Corte de Justicia encontraron los argumentos legales para no aceptar en juicio de amparo a los vecinos de los pueblos que colectivamente se presentaran a solicitarlo. Sin duda, aquí tuvieron gran influencia los votos pronunciados por Ignacio Luis Vallarta en 1882 sobre la personalidad de las comunidades indígenas para actuar en juicio. Este personaje, como se señaló antes, determinó que era incuestionable que las comunidades dejaran de vivir jurídicamente, y que a aquellas comunidades que dejaron de existir no podían presentarse colectivamente a litigar en juicio58. Así, por tanto, y después de que Vallarta pronunciara sus votos en 1882, algunos pueblos indígenas que no tenían adjudicadas sus tierras intentaron promover amparo, pero al interponerlo, el juez concluyó que no cabía el recurso de amparo. Con todo, los pueblos indígenas siguieron formando sociedades agrícolas; por último, ésta fue una medida legal que les permitió defender sus bienes comunales en la esfera estatal y conservar el disfrute colectivo de los mismos. No obstante, si querían solicitar derechos territoriales en los tribunales federales, los socios debían contar con título individual de la fracción de tierra que les correspondía; de otra forma, no procedía el recurso de amparo.

57 Una vez más, se observa que cuando se trata de la aplicación del derecho, no existe una norma, ya que ésta se daba cuando la Suprema Corte de Justicia firmaba la sentencia que ponía como obligatoria cierta conducta sobre algún individuo; en este caso, la de no poder promover apeo y deslinde. En este sentido, se puede decir que los jueces en el ámbito federal, al igual que en el estatal, creaban derecho. Oscar Correas, Metodología Jurídica ii, 284-285. 58 Lucio Cabrera Acevedo, ed., La Suprema Corte, 575.

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Conclusiones A lo largo de este artículo se ha mostrado que la ley de desamortización de 1856 les quitó la personalidad jurídica a los pueblos indígenas, lo que provocó que sus tierras quedaran a merced de ser usurpadas por sus colindantes. Por tal motivo, los pueblos buscaron conservar y defender sus tierras formando sociedades agrícolas, para promover juicios ante los tribunales estatales y federales. De ahí que algunos pueblos en el estado de México hayan promovido juicios de apeo y deslinde bajo la figura de sociedades, generando un conflicto respecto a la personalidad y representación jurídicas de los pueblos para actuar en juicio. Más aún cuando el reconocimiento de la personalidad jurídica por parte de la legislación del estado de México hizo difícil la aplicación de justicia en los tribunales estatales y federales respecto de los bienes de desamortización de los pueblos. De esto modo, los casos analizados muestran que la justicia estatal no reconoció como sociedad agrícola la formada por los vecinos de Santa Cruz y San Miguel Tepexpan, y tampoco, la integrada por los vecinos de San Pedro Totoltepec, por los argumentos de la parte contraria. Los jueces, siguiendo algunos testimonios, decretaron que las sociedades no estaban constituidas de acuerdo con la ley, puesto que, al no estar divididas las tierras, se consideraban pertenecientes al pueblo, y no a individuos particulares; por lo tanto, formaban una corporación civil y debían tener licencia para litigar. Se puede suponer que la administración de justicia se hubiera tornado menos compleja, si se hubiese tratado de algún otro tipo de colectividad, y no de los que defendían derechos territoriales, por cuanto lo que buscaba el gobierno liberal era eliminar las colectividades que disfrutaban de la tierra en común. El que la sociedades agrícolas hayan promovido amparo puso en problemas a la justicia federal. Aunque al promover estos juicios los vecinos de los pueblos reclamaban derechos particulares, lo que pretendían, de fondo, era mantener los derechos comunales. Pero, dado que los pueblos supieron moldear las leyes y fundar los juicios de amparo en los artículos 8 y 9 de la Constitución federal, los tribunales federales tuvieron que conocer de este tipo de casos, ocasionando que la justicia discutiera ampliamente si los que iniciaron los juicios formaban una comunidad o eran individuos particulares. Hay que tener en cuenta que, al estar inmersos en un proceso de cambio en el modo de impartir justicia, de manera especial respecto a los derechos de propiedad, había diversas lagunas legales, lo que originó que las autoridades tomaran resoluciones conforme a su criterio, y no conforme a lo prescrito por una ley. Así, los jueces, ante este nuevo panorama jurídico que se presentaba poco claro ante sus ojos, no aplicaron la ley, por varias razones: por una parte, era claro que no existía una

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norma en la cual ampararse, y, por la otra, porque existía una gran confusión sobre cómo debía ser aplicada, lo que llevó a las autoridades a interpretar la ley conforme a la manera en que se presentaran los casos. En este punto, el papel de los jueces fue de gran importancia, al ser las autoridades encargadas de resolver los juicios. Cabría concluir, con base en los casos presentados, que los jueces, lejos de aplicar el Derecho, eligieron o seleccionaron las pruebas que, en su opinión, sustentaban los hechos y desecharon el resto, o bien, eligieron las normas que tenían relación con los hechos que consideraban probados. Los jueces también interpretaban las leyes, es decir, cada sentencia constituía una nueva norma, y, lejos de limitarse a aplicar el Derecho, los jueces lo creaban. Precisamente, los magistrados, ante estas circunstancias jurídicas que iban acotando sus criterios de interpretación, generaron un espacio donde no resultó fácil aplicar la ley en torno a los bienes desamortizables. Por otro lado, los pueblos no se presentaron con el carácter de comunidad, porque su objetivo era desligarse de la administración municipal; si el pueblo se presentaba como corporación, tenía que ser representado por el síndico municipal, que, en lugar de velar por los intereses de los vecinos, veía por los del municipio. Es claro que los vecinos de los pueblos supieron aprovechar las ventajas de la legislación estatal y federal para resistir la aplicación de las leyes liberales y continuar subsistiendo como comunidades, aunque no de la misma forma. Los pueblos buscaban privatizar sus tierras, porque la propiedad privada les daba mayor seguridad en la tenencia de la tierra, frente a los demás pueblos, hacendados y autoridades. Finalmente, las sociedades se vieron favorecidas mientras se los permitió la confusión sobre la capacidad y representación de las corporaciones para actuar en litigio, es decir, hasta que Ignacio Luis Vallarta estableció que las asociaciones que no tenían adjudicadas sus tierras no contaban con capacidad y representación jurídicas.

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Cecilia A. Fandos

Docente de la Universidad Nacional de Jujuy (Argentina) e Investigadora Adjunta del conicet (en la Unidad Ejecutora en Red ishir/ unhir). Licenciada y doctora en Historia por la Universidad Nacional de Tucumán (Argentina). Entre las publicaciones relacionadas con su principal especialidad, la historia económica y agraria de la región Norte de Argentina, centradas en problemáticas regionales, se destacan, en coautoría con Fanny Delgado y Salomé Boto, “Mundo urbano y agrario. Los Valles Centrales”, en Jujuy en la Historia. De la Colonia al siglo xx, dirs. Ana Teruel y Marcelo Lagos (Jujuy: EdiUnju, 2006), 403-433, y con María Paula Parolo, “La distribución de la riqueza inmobiliaria en el Norte argentino. Tucumán y Jujuy, 1860-1870”, en El mapa de la desigualdad en la Argentina del siglo xix, comp. Jorge Gelman (Rosario: Prohistoria, 2011), 333-370. cecifandos@gmail.com

Artículo recibido: 30 de noviembre de 2012 Aprobado: 26 de abril de 2013 Modificado: 8 de mayo de 2013

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit51.2013.03

Ï Este artículo ha sido realizado con el financiamiento del proyecto pip conicet (Argentina, 2011-2014) “Crecimiento económico, desequilibrios regionales y desigualdades sociales en la Argentina del siglo xix”. Agradezco las observaciones y sugerencias de los evaluadores, del equipo editorial de la revista y del coordinador del dossier. También, a María Paula Parolo por su colaboración en la revisión metodológica de este artículo.

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Privatización de la propiedad, riqueza y desigualdad en las “tierras altas” de Jujuy (Argentina), 1870-1910 Resumen: Este artículo tiene como principal propósito medir y explicar las variaciones en los niveles de distribución de la riqueza inmobiliaria rural de las regiones de la Puna y la Quebrada de Humahuaca en la provincia de Jujuy, entre las décadas de 1870 y 1910. Se parte de un único indicador de riqueza: la propiedad privada de la tierra, para determinar precisamente la oleada privatizadora, un proceso en el que se buscó erigir ese derecho en hegemónico, legal y legítimo. Lo que implicó contrarrestar otros derechos de propiedad en ejercicio y provocar por distintos mecanismos un nuevo reparto de esa riqueza. Palabras clave: Provincia de Jujuy, 1870-1910, desigualdad, propiedad privada, riqueza.

Privatization of Property, Wealth, and Inequality in the Jujuy “highlands” (Argentina), 1870-1910 Abstract: The main purpose of this article is to measure and explain the variations in the rural real estate wealth distribution levels in the regions of Puna and la Quebrada de Humahuaca, in the province of Jujuy, between the 1870s and the 1910s. We begin with a single indicator of wealth, private property of land, to precisely identify the privatization wave, a process that sought to make private property and hegemonic, legal, and legitimate right. This implied counteracting other property rights in practice and encouraging, through various mechanisms, a new distribution of wealth. Keywords: Jujuy Province, 1870-1910, inequality, private property, wealth.

Privatização da propriedade, riqueza e desigualdade nas “terras altas” de Jujuy (Argentina), 1870-1910 Resumo: Este artigo tem como principal propósito medir e explicar as variações nos níveis de distribuição da riqueza imobiliária rural das regiões da Puna e da Quebrada de Humahuaca, na província de Jujuy, entre as décadas de 1870 e 1910. Parte-se de um único indicador de riqueza (a propriedade privada da terra) para determinar precisamente a onda privatizadora, um processo no qual se buscou erigir esse direito em hegemônico, legal e legítimo. Isso implicou contra-arrestar outros direitos de propriedade em exercício e provocar, por diferentes mecanismos, uma nova distribuição dessa riqueza. Palavras-chave: Província de Jujuy, 1870-1910, desigualdade, propriedade privada, riqueza.

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Privatización de la propiedad, riqueza y desigualdad en las “tierras altas” de Jujuy (Argentina), 1870-1910

Introducción

L

as llamadas “tierras altas jujeñas”, conformadas por las regiones de Puna y Quebrada de Humahuaca de la provincia de Jujuy (Argentina), constituyen hoy espacios sociales con situaciones de extrema desigualdad y pobreza, una condición que tiene larga data. Entre los factores explicativos de la reproducción de condiciones de vida desfavorables ocupa un lugar central la precariedad en las formas de tenencia y propiedad de la tierra de las poblaciones locales, fundadas en el siglo xix tras los procesos de desamortización de la propiedad comunal indígena y su posterior mercantilización y privatización1. De ahí que este artículo busque medir y explicar las variaciones en los niveles de distribución de la riqueza inmobiliaria rural de la Puna y la Quebrada, entre las décadas de 1870 y 1910, a la luz del proceso de privatización de la tierra usufructuada por la población indígena. Con este objetivo, se han empleado las investigaciones de varios autores que focalizan en distintas aristas la cuestión agraria y social de la región de la Puna: el proceso de desintegración de la comunidad indígena y su paso a un campesinado arrendatario2, la evolución de las estructuras agrarias3, las asimetrías provocadas, los movimientos de resistencia campesinos4 y su evolución demográfica5. Pero en menor medida, los trabajos que reflexionan sobre los

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Ana Teruel y Cecilia Fandos, “Procesos de privatización y desarticulación de tierras indígenas en el norte de Argentina en el siglo xix”, Revista Complutense de Historia de América 35 (2009): 233-255.

2 Guillermo Madrazo, Hacienda y encomienda en los Andes. La Puna de Jujuy bajo el marquesado de Tojo, siglos (Buenos Aires: Fondo Editorial, 1982). 3

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4 Gustavo Paz, “Tierra y resistencia campesina en el Noroeste Argentino. La Puna de Jujuy, 1875-1910”, en Andes. Antropología e Historia 6 (1994): 209-234. 5

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procesos socioeconómicos a más largo plazo de la Quebrada de Humahuaca, que apenas han comenzando a develar facetas claves, principalmente de su evolución agraria decimonónica6. Así, pues, se parte de un único y forzoso indicador de riqueza: la propiedad privada de la tierra. Se reconoce que este bien no es excluyente del concepto de riqueza7, que no incluye otros derechos de propiedad, ni tampoco puede aproximar al investigador a medidas sostenidas de desigualdad como las provenientes de estudios basados en la distribución del ingreso. No obstante, y pese a que la distribución de la propiedad de la tierra puede resultar un vago e incompleto indicativo de la desigualdad económica (que está fundado en muchas otras variables), el proceso histórico que se analizará atraviesa precisamente la oleada privatizadora en los bienes raíces, que buscó erigir ese derecho de propiedad —la propiedad privada— en hegemónico, legal y legítimo. Lo que implicó contrarrestar, como mostrará este artículo, otros derechos en ejercicio y provocar por distintos mecanismos un nuevo reparto de esa riqueza. En efecto, la avanzada privatizadora de la propiedad en “las tierras altas” jujeñas durante el siglo xix resultó un cambio institucional de primer orden, que provocó necesariamente diferenciaciones sociales derivadas del control de este recurso entre quienes lograron acumular, preservar predios parcelarios y quedar excluidos del mismo. Aunque la inquietud por develar los procesos de desigualdad económica, que tienen larga data, excede el análisis de las asimetrías procedentes del ámbito rural, es claro que un pilar indiscutible en la formación histórica en América Latina es la forma en que se distribuyó la propiedad de la tierra. Sin duda, el primer reparto colonial produjo las primeras diferenciaciones. Luego, el siglo xix resultó clave por la disparidad que sumó el reconocimiento del régimen de propiedad privada. Repensar el tema de las estructuras agrarias en el encuadre de

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Los primeros trabajos sobre la Quebrada de Humahuaca en el siglo xix datan de la década de 1990. El de Guillermo Madrazo enfoca el desarrollo y las consecuencias de la enfiteusis en esta región como parte de un capítulo general del destino de las tierras comunales en los Andes Centrales durante el siglo xix, “El proceso enfitéutico y las tierras de indios en la Quebrada de Humahuaca (Provincia de Jujuy, República Argentina). Período Nacional”, Revista Andes 1 (1990): 89-114. Desde una mirada jurídica, Carlos Díaz Rementería analiza la enfiteusis, “Supervivencia y disolución de la comunidad de bienes indígenas en la Argentina del siglo xix”, Revista Historia del Derecho “R. Levene” 30 (1995): 11-39. David Bushnell trata el tema de las distintas políticas aplicadas sobre la población indígena en “La política indígena en Jujuy en la época de Rosas”, Revista Historia del Derecho 25 (1997): 59-84. En 2011, otras investigaciones han sumado al conocimiento de esa realidad a partir de una revisión del sistema de enfiteusis en sus orígenes y supervivencia hasta finales del siglo xix, y de otras formas de tenencia de la tierra: Cecilia Fandos y Ana Teruel, “¿Cómo quitarles esas tierras en un día después de 200 años de posesión? Enfiteusis, legislación y práctica en la Quebrada de Humahuaca, Argentina”, Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines 41: 2 (2012): 209-239.

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Riqueza y/o patrimonio: conjunto de bienes tangibles e intangibles pertenecientes a una persona física o jurídica susceptible de valoración económica. Véase: Andrés Suárez Suárez, “Economía y finanzas. De la teoría de los mercados a la teoría de la empresa”, en ¿Qué es la economía?, ed. Ramón Febrero (Madrid: Pirámide Ediciones, 1997), 555-556.

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las teorías de desigualdad económica implica por lo menos dos desafíos metodológicos: uno, la construcción de indicadores para medirla y, dos, explicar el fenómeno de la desigualdad. La Historia Económica, en la medida que sortea la carencia de datos imprescindibles para efectuar estos estudios, principalmente de las etapas preestadísticas, suma sus contribuciones basadas en un fuerte empirismo y en la reconstrucción de contextos históricos específicos. Por ello, los datos empleados para ilustrar este proceso son principalmente los inventarios post mórtem, por un lado, y las listas nominativas para el cobro de impuestos que grababan la propiedad, como las contribuciones directas, por el otro. En ambos casos se trabaja con valuaciones de los bienes (inmuebles o muebles), que se traduce en repartición de la riqueza al efectuar las lecturas de las estructuras agrarias resultantes. Estos indicadores suelen procesarse y tratarse luego con métodos cuantitativos clásicos de los estudios de desigualdad económica como el índice de Gini. Este mismo constituye una medida de la concentración del ingreso y/o la riqueza entre los individuos de un territorio, que adopta los valores de 0 a 1; el primer valor indica la plena igualdad, y el segundo el punto más extremo de desigualdad, en donde sólo un individuo tiene toda la riqueza8. El empleo de esta metodología cuantitativa parte del convencimiento —no sin reparos— de su potencial para la comparación histórica9. En efecto, una cuantificación tan rigurosa de los niveles de reparto de la propiedad potencia precisamente el estudio de la distribución de la riqueza como una noción capaz de viajar, en tiempo y espacio, para permitir la formulación de proposiciones empíricas explicativas10. En este punto es importante tener en cuenta que la Argentina decimonónica reunió caminos muy variados de circulación, mercantilización y distribución de la tierra: según se tratase de áreas de antiguo poblamiento o de fronteras, obrasen los reacomodamiento productivos a la integración de los mercados, se contara o no con tierra pública, se avanzara en la institucionalización de la propiedad privada y actuara la presión demográfica. En cuanto se fueron

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Además del coeficiente o índice de Gini, los otros indicadores de desigualdad escogidos en este estudio son la distribución por fractiles y sus diversas relaciones (como la llamada 20/20). Su elección deriva de la participación en un conjunto más amplio de estudios del tipo, proveniente de un grupo de investigación dispuesto a relevar los niveles de desigualdad regional y entre personas y grupos sociales de la Argentina del siglo xix. Esta indagación general atraviesa la problemática de las relaciones de concurrencia o divergencia entre crecimiento y desigualdad.

9

Jorge Gelman y Daniel Santilli, Historia del capitalismo agrario pampeano. Tomo 3. De Rivadavia a Rosas. Desigualdad y crecimiento económico (Buenos Aires: Universidad de Belgrano/Siglo xxi, 2006); Jorge Gelman, coord., El mapa de la desigualdad en la Argentina del siglo xix (Rosario: Prohistoria, 2011).

10 César Colino, “El método comparativo”, en Diccionario crítico de Ciencias Sociales, dir. Román Reyes (Madrid y México: Plaza y Valdés, 2009), edición digital.

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unificando los indicadores económicos, los distintos factores incidentes cobraron nuevos relieves para discutir la correlación entre crecimiento económico y desigualdad, y explicar los niveles de inequidad en el reparto de esa riqueza. En tal sentido, se expondrán dos listados nominativos levantados para el cobro de la contribución territorial, únicamente de los bienes raíces, para la totalidad de los departamentos jujeños de la región de la Puna y la Quebrada de Humahuaca. Éstos proporcionan datos sobre los propietarios y la valuación de sus bienes inmuebles —casa, sitios, estancias, terrenos, fincas—11. Cabe aclarar que entre los criterios fiscales para asignar el valor de las propiedades se tenían en cuenta la extensión de los predios, las mejoras (construcciones e infraestructuras) y el tipo de terreno (para ganadería, agricultura, con riego, sin riego). Por tanto, el principal objetivo de este artículo es subrayar las variaciones reflejadas en la estructura de la propiedad proveniente de la imagen brindada por los catastros territoriales de 1872 y de 1909-10. Estos años constituyen momentos que de alguna manera enmarcan el primer ciclo de avalancha privatizadora de la propiedad en la región.

1. Las “tierras altas” jujeñas: definiciones ambientales y socioeconómicas La provincia de Jujuy, situada en la frontera noroeste de Argentina, presenta una pluralidad de ambientes. Por ejemplo, sobre el extremo cordillerano se ubican las llamadas “tierras altas”, que se componen de mesetas de altura —entre 3000 y 4000 msnm— y valles de altura —entre los 600 y los 3700 msnm—. Sus condiciones ambientales provocan fuertes restricciones al asentamiento humano y determinan el desarrollo de las actividades agropecuarias. La Puna es una de las áreas que integran esta región, que incluye los departamentos de Yavi, Santa Catalina, Rinconada y Susques (este último, en la etapa analizada, y hasta 1943, era un territorio nacional), como se observa en el mapa 1. Con clima frío y seco, suelos pobres y arenosos, la vegetación de estepa denota la imagen de un desierto. Otra de las áreas integrante de las tierras altas es la Quebrada de Humahuaca, con los departamentos de Humahuaca, Tilcara y Tumbaya. Se trata de un complejo de varios valles fluviales, comunicados por quebradas, que corren en torno a un eje central, el valle de Río Grande, con una longitud norte-sur de 120 km12.

11 En este análisis sólo se han contemplado las propiedades clasificadas expresamente en estos padrones como rurales. 12 Carlos Reboratti, La Quebrada. Geografía, historia y ecología en la Quebrada de Humahuaca (Buenos Aires: La Colmena, 2003), 80-84.

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Mapa 1. División departamental y por regiones ambientales de la provincia de Jujuy

Fuente: Ana Teruel, Problemas nacionales en escalas locales. Instituciones, actores y prácticas de la modernidad en Jujuy (Rosario: Prohistoria, 2010), 342.

Tanto la Puna como la Quebrada perdieron a lo largo del siglo xix y los comienzos del xx su dinamismo demográfico y económico, que otrora gozaron de su estratégico rol en el espacio económico peruano. Desde el siglo xvii se fue conformando un mercado interno en torno al polo minero del Potosí, que ordenó un vasto espacio regional especializado productivamente. La jurisdicción de Jujuy tenía la ventaja de ser la ciudad más cercana de todo el Tucumán al Alto Perú, constituía el fin del camino carretero en la dirección procedente de

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“las provincias de abajo” y se especializó en la crianza de ganado vacuno y la invernada de mulas provenientes de la región pampeana. Intervinieron en este circuito hacendados de la jurisdicción, campesinos criollos, mestizos e indígenas. Las tierras altas de Jujuy se encontraban en la intermediación de las rutas en el eje Alto Perú-Buenos Aires, lo que favorecía también el funcionamiento de servicios ligados al abastecimiento y la arriería13. La revolución por la Independencia supuso un duro golpe, principalmente por el resquebrajamiento del espacio peruano, la guerra y sus confiscaciones, ocupaciones militares y la recluta. A ello se sumaron una rústica fiscalidad republicana y un nuevo límite fronterizo que afectaron las relaciones mercantiles con el Alto Perú. Asimismo, la atlantización creciente de la economía exportadora argentina y el despliegue de un mercado interno volcado y orientado principalmente hacia su litoral durante el siglo xix dejaron muy poco margen de participación competitiva a la tierras altas de Jujuy, que apenas desarrollaron a través de la minería alguna forma de expansión capitalista (potenciada desde 1930), perdurando el perfil de economía pastoril y agrícola de subsistencia, combinada con algunos cultivos comerciales. Según las clásicas interpretaciones sobre la expansión del capitalismo en la provincia de Jujuy, estas zonas pasaron a ocupar el papel de reproductoras de mano de obra, a bajo costo, mediante el ejercicio de la coacción y el imperio de los derechos de propiedad privada en los ingenios azucareros y los complejos mineros14. Durante el siglo xix pueden reconocerse dos fenómenos centrales en el comportamiento demográfico de la Puna: el “estancamiento” y la feminización de la población por muerte y migración masculina, como consecuencia de la combinación de las guerras, las sequias y las epidemias15. Como puede advertirse en el cuadro 1, esta región mantuvo ritmos demográficos decrecientes o de muy leves incrementos. En realidad, la recuperación obrada hacia 1914 tuvo acotados epicentros como consecuencia de algunos fenómenos aislados de urbanización. La pauta demográfica de la Quebrada de Humahuaca expresa una propensión positiva pero igualmente decreciente; aquí las tasas de crecimiento urbano fueron mayores que las rurales. En relación con la provincia de Jujuy, ambas regiones —las de las “tierras altas”— tuvieron una evolución paulatinamente desfavorable: de constituir el 48% de su total en 1869, pasaron a representar apenas el 29% en 1914. Esa pérdida de dinamismo habla en clave demográfica de los cambios que experimentaban la economía y la sociedad provincial.

13 Gabriela Sica y Mónica Ulloa, “Jujuy en la Colonia. De la fundación de la ciudad a la crisis del orden colonial”, en Jujuy en la Historia. De la Colonia al siglo xx, dirs. Ana Teruel y Marcelo Lagos (Jujuy: EdiUnju, 2006), 55-58 y 74-81. 14 Ian Rutledge, Cambio agrario e integración. El desarrollo del capitalismo en Jujuy. 1550-1960 (Tucumán: ecira/cicso, 1987), 209. 15 Raquel Gil Montero, “Población, medio ambiente y economía”, 192-196.

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Cuadro 1. La Puna y la Quebrada de Humahuaca. Crecimiento de la población (%)

Región

1869 (valor absoluto)

1895 (valor absoluto)

1914 (valor absoluto)

1869-1895 (% crecimiento)

1895-1914 (% crecimiento)

Puna

12335

11350

12593

-8,6

2

Quebrada de Humahuaca

7390

9070

9947

18,5

8,8

Fuente: elaboración propia sobre la base de: Primer Censo de la República Argentina, 1869 (Buenos Aires: Imprenta el Porvenir, 1872), 578-579; Segundo Censo de la República Argentina, 1895, t. ii (Buenos Aires: Talleres Tipográficos de la Penitenciaría Nacional, 1898), 603; Tercer Censo de la República Argentina, 1914, t. ii (Buenos Aires: Taller Gráfico de L. Rosso y Cía., 1916), 95-96.

La Puna siguió apegada a la práctica de ganadería de autoconsumo combinada con un sistema de intercambio de algunos excedentes, por medio de trueque o venta. Esta actividad ganadera se hacía en espacios discontinuos que obligaban a la trashumancia estacional; también constituía el medio de pago de la gruesa población arrendataria, ya que el canon de arriendo se fijaba por el tamaño de la cría. La Quebrada de Humahuaca, en cambio, presentó una economía más diversificada que combinaba la agricultura con sistemas de riego y la ganadería, los cuales se complementaban con procesos textiles y artesanales. Si bien la actividad económica respondía antes que todo al impulso de la autosubsistencia familiar, se lograban algunos excedentes, reactivados en esta etapa por la demanda de alimentos en los núcleos de construcción del ferrocarril y el despliegue minero. Además, toda la región tenía una alta participación en un cultivo eminentemente comercial: la alfalfa. En síntesis, se ha transitado por una etapa que constituye el epílogo del modelo que ligaba estas regiones al mercado interno altoperuano de origen colonial, signada por el estancamiento demográfico y un modesto crecimiento, coyuntural y fluctuante, en las principales actividades económicas de las tierras altas jujeñas.

1.1. Tierra al mejor postor vs. tierra para el campesino poblador En este artículo se ha insistido en que desde mediados del siglo xix hubo un proceso de mercantilización y privatización de la propiedad que generó un nuevo reparto de la tierra. En gran medida, esa evolución fue emprendida en las “tierras altas” de Jujuy y afectó los

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derechos comunales ejercidos por pueblos indígenas desde la época colonial, pero con derroteros propios en la Quebrada y la Puna. Desde la propia conquista de la Puna, la situación de los indígenas fue más precaria, debido al poco reconocimiento de los derechos de propiedad y la mayor magnitud de entregas en mercedes reales a los españoles16. Sólo la población “originaria”, constituida por el pueblo de encomienda de Casabindo y Cochinoca, ejercía esos derechos. En la Quebrada de Humahuaca, aunque se otorgaron mercedes reales dibujando áreas privatizadas desde la Colonia, fue mayor y perdurable el reconocimiento de las tierras de comunidad indígena. Así, los pueblos de indios de San Antonio de Humahuaca, San Francisco de Tilcara, San Francisco de Paula de Uquía y Santa Rosa de Purmamarca mantuvieron su dominio sobre extensos fundos agrícolas y de pastura, igualmente recibidos por merced real, hasta 183917. Al iniciarse la etapa republicana, la situación en la Puna no tuvo variantes hasta la década de 1870, cuando los antiguos indios de la encomienda de Casabindo y Cochinoca, por entonces en condición de arrendatarios, querellaron por la fuerza y la vía legal el reconocimiento de sus derechos, cuestionando la legalidad de quienes detentaban entonces la propiedad: la familia Campero, heredera de los antiguos encomenderos y propietarios de mercedes reales aledañas. El primer desenlace fue la conversión de estas tierras en propiedad pública, acontecimientos desencadenados en la Puna que marcaron un punto de inflexión18. La rebelión campesina de 1872, por ejemplo, obligó de algún modo al estado provincial a orientar su mirada sobre la cuestión indígena de las tierras altas y sobre los derechos de propiedad que debía diseñar. Por su parte, en la Quebrada de Humahuaca el paso jurídico de tierra comunal a tierra fiscal data de la década de 1830, cuando una ley provincial adoptó la medida. En poder del Estado, estas tierras fueron redistribuidas, en gran medida entre los antiguos comuneros, en arriendo y/o en enfiteusis, según se tratase de las estancias y/o los terrenos de pan llevar, respectivamente. La enfiteusis puede definirse como el “derecho de

16 María Ester Albeck y Silvia Palomeque, “Ocupación española de las tierras indígenas de la puna y ‘raya del Tucumán’ durante el temprano período colonial”, Memoria Americana 17: 2 (2009): 173-212. 17 Gabriela Sica, “Los pueblos de indios y sus tierras comunales en la Quebrada de Humahuaca. Una historia en larga duración. Siglos xvii-xviii”, en xxi Jornadas de Historia Económica. Buenos Aires, Asociación Argentina de Historia Económica, 2008, 11-15. 18 Diferentes aristas de la coyuntura de conflictividad en la Puna de la década de 1870 son tratadas especialmente por Gustavo Paz, “Resistencia y rebelión campesina en la puna de Jujuy, 1850-1875”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” 3: 4 (1991): 43-68; Gustavo Paz, “Tierra y resistencia campesina”, 209-234.

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usufructuar a perpetuidad o por largo tiempo un inmueble (dominio útil) preferentemente rural mediante el pago de un canon al titular de la nuda propiedad (derecho directo) como reconocimiento de su señorío”19. En este caso, la propiedad plena la detentaba el Estado provincial, y en la cesión del dominio útil tuvieron preferencia los indígenas originarios sobre terrenos baldíos o que ya estuvieran en posesión. La privatización de estas tierras comenzó antes que en la Puna; desde 1860, una ley ordenó la venta del dominio directo por redención del canon y como un acto espontáneo del enfiteuta. Las tierras de estancias fiscales arrendadas también fueron alcanzadas por esta ley de venta, a través del remate público y con prioridad a los “actuales” ocupantes20. Más adelante, la década de 1890 marcó una etapa de activa política sobre la tierra pública tanto en la Quebrada como en la Puna, elaborándose y poniéndose en práctica un amplio paquete legislativo que buscaba rematar la propiedad fiscal, el “perfeccionamiento” de los títulos y la privatización de la propiedad. Recién entonces comenzaron los procesos de mercantilización en la Puna mediante la enajenación de las tierras que habían sido declaradas fiscales dos décadas atrás, reglamentados por una ley de 1891 y otra de 189321. En la Quebrada de Humahuaca sucesivas leyes, de 1896, 1897, 1898, enmarcaron un proceso múltiple que implicó la redención definitiva de tenencias enfitéuticas, la venta directa a ocupantes de hecho — posesión sin ningún derecho reconocido—, la venta en pública subasta de terrenos baldíos y la cesión gratuita de tierra para emprendimientos productivos22. El cuadro 2 muestra como primer dato notorio el crecimiento en el número de propietarios, que con un 91% de incremento en la Puna preanuncia casi un revolución en cuanto a la redistribución del factor tierra. Dentro del conjunto de factores explicativos de esa evolución, en ambos casos esa movilización se dio a través de las tierras del Estado puestas en venta. En la Quebrada de Humahuaca el crecimiento no fue tan espectacular como en Puna pero evidencia una tendencia a la valorización del capital inmobiliario, con incrementos superiores al 80%, pese a que en líneas generales éste fue siempre menor. Sin duda, son notorios la fortuna y el patrimonio mayores implicados entre los grandes propietarios de la Puna en relación con los de la Quebrada.

19 Abelardo Levaggi, La enfiteusis en la Argentina (siglos xvii-xx). Estudio histórico-jurídico (Buenos Aires: Universidad del Salvador, 2012), 17-18. 20 Eugenio Tello, Registro Oficial. Compilación de Leyes y decretos de la provincia de Jujuy. Desde 1853 hasta el de 1884, t. ii (Jujuy: Tip. Libertad de José Petruzzelli, 1885), 249. 21 Gustavo Paz, “Tierra y resistencia”, 225. 22 Cecilia Fandos y Ana Teruel, “¿Cómo quitarles esas tierras?”, 229-233.

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Cuadro 2. Crecimiento de los propietarios y del capital inmobiliario en la Puna y la Quebrada de Humahuaca, 1872, 1909, 1910 Puna Años Propietarios Capital total

1872

1910

30 307.044

349 1.480.477

Quebrada de Humahuaca % crecimiento anual 1872-1910 91 79

1872

1909

344 152.298

657 997.270

% crecimiento anual 1872-90 48 85

Fuente: elaboración propia sobre la base de “Catastro levantado entre 1872, 1878 y 1883 en la provincia de Jujuy”, en Archivo Histórico de Jujuy (ahj), Jujuy-Argentina, Fondo Catastros territoriales, departamentos de Tumbaya, Humahuaca, Tilcara, Yavi, Santa Catalina, Cochinoca y Rinconada, ff.54-63 y 66-84; “Catastro de la Contribución Territorial, Jujuy, 1904-1909”, en ahj, Catastros territoriales, departamentos de Tumbaya, Humahuaca, Tilcara, ff.1-58, y “Catastros de Contribución Territorial”, Jujuy, 1910- 1914, en ahj, Catastros territoriales, departamentos de Yavi, Santa Catalina, Cochinoca y Rinconada, ff.70-10123.

El diseño político de traspaso de la tierra pública (originalmente, tierra indígena controlada de manera comunal durante la etapa colonial) en la Puna fue regulado por el mercado, ya que, entre las posibilidades que se barajaron, se optó por la venta en licitación al mejor postor, en vez de la adjudicación a ocupantes y/o la perdurabilidad de la propiedad estatal cedida en arriendo. Este proceso limitó notoriamente las posibilidades de acceso de los pobladores campesinos y promovió una privatización, a la postre, reproductora de la hacienda de arrendatarios, con algunos nuevos actores propietarios. Una prueba elocuente se puede observar en el crecimiento del número de propietarios, que apenas se modificó en relación con el total de la población (de un 0,2% de población propietaria, según el total de población del censo de 1869, a un 3%, según el número de habitantes de 1914). Asimismo, la enfiteusis constituyó muy pronto un tipo de derecho de propiedad en la Quebrada de Humahuaca —sin parangón en la Puna—, al reservar el dominio directo al Estado y ceder el útil principalmente al campesinado indígena de la región, que tuvo por lo menos cinco décadas de existencia, dejando sus huellas en la estructura agraria de la zona. De este modo, entre la vía de la enajenación plena o la preservación como tierra pública dada en arriendo, la enfiteusis resultó una figura intermedia adoptada tras los procesos de expropiación de la tierra comunal. Esto permitió a un grupo de indígenas mantener al menos ese control, que incluía también la posibilidad de hipotecarla, transmitirla por herencia e incluso vender el dominio útil. Como se aplicó en los fondos de los valles,

23 Los valores monetarios están expresados en pesos moneda nacional. Para unificarlos, se han convertido las cifras indicadas en el Catastro de 1872, que se consignan en pesos bolivianos, según el valor oficial más cercano al mismo (1882), al tipo de cambio de 0,72 centavos moneda nacional por cada peso boliviano.

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en la chacras cercanas a los pueblos, y se distribuyó en superficies por lo general no superiores a las dos hectáreas, perfiló un área predominantemente agrícola y de pequeñas explotaciones. Sin embargo, aunque la mayoría de las tenencias quedaron en manos de sus moradores naturales, las mejores tierras de enfiteusis, a su vez, fueron captadas por funcionarios y jefes militares foráneos al lugar24. Luego, las leyes de “perfeccionamiento” de la propiedad de la década de 1890, a diferencia de las de venta de la misma época en la Puna, procuraron favorecer a los moradores de siempre, entre enfiteutas y ocupantes de hecho. Ciertamente, se establecía un conjunto de procedimientos para otorgar escritura de propiedad privada, plena y absoluta, a todo vestigio de tenencia enfitéutica y de las anteriores estancias del Estado rematadas desde 1860, también de venta a los ocupantes de hecho y de subasta de las tierras aún baldías. Un marco jurídico que se formuló en exclusividad para la tierra fiscal de la Quebrada y persiguió aminorar las cargas en la tramitación de los títulos, disponiendo del aparato público de funcionarios (comisarios, recaudadores, fiscales) a este servicio. Así, la cantidad de propietarios en la Quebrada a comienzos del siglo xx triplicaba la cantidad de los de la Puna, y, en proporción al total de su población, significaban el 4,6% hacia la década de 1870 y el 7% en la década de 1910. Por tanto, durante la Colonia hubo un menor control de tierra entre los pobladores indígenas de la Puna, generalizándose muy pronto el arriendo privado como forma de tenencia predominante. En el siglo xix las tierras comunales de la Quebrada fueron más prematuramente traspasadas al dominio público, en un proceso que, sin embargo, permitió a sus antiguos ocupantes preservar el control en forma de enfiteusis o arriendo fiscal. Por último, en la Puna la privatización de estas tierras fue completamente regida por el mercado, y en la Quebrada, al menos, se buscó proteger los derechos que ya ejercían sus innatos pobladores. En este punto cabría preguntarse: ¿la propuesta de la tierra cedida a un mejor postor que tuvo como escenario la Puna generó mayor desigualdad? ¿La de asegurarla al campesino poblador en la Quebrada de Humahuaca obró a favor de una mayor equidad? ¿Qué lecturas se derivan de estas divergencias de políticas de tierra en cuanto a la distribución de la riqueza? Sobre esas especulaciones se avanzará en el siguiente apartado.

2. Distribución de la riqueza inmobiliaria en la Puna y la Quebrada Para analizar la distribución de la riqueza fundiaria con base en el coeficiente de Gini, conviene hacerlo en dos planos. En primer lugar, considerando únicamente el universo de los propietarios, es decir, todos aquellos sujetos que figuran en los padrones de contribuyentes

24 Cecilia Fandos y Ana Teruel, “¿Cómo quitarles esas tierras?”, 224.

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afectados por el pago de la contribución territorial. En los datos proporcionados en el cuadro 3, es claro un mejoramiento de la redistribución de la riqueza en la Puna, medida por un Gini de 0,8169 para la década de 1870, y que se reduce a 0,7850 para 1910. Luego, por la relación establecida entre propietarios del 20% más rico y el 20% más pobre, se observa que, si bien los primeros controlaban una amplia porción de la riqueza territorial —casi 150 veces más que la del 20% más pobre—, su suerte desmejora en 1910. Midiendo ahora la relación de riqueza inmobiliaria en el conjunto de la población, se tiene como unidad básica la totalidad de las casas censadas en registros de población cercanos a los padrones de contribuyentes. Para establecer este correlato con el catastro de 1872 se han retomado los datos brindados en el censo de 1869. Al efectuar el mismo procedimiento en el estudio del catastro de 1910, se optó por contrastar los datos con el Censo de población de 1895, puesto que el censo de 1914 (más idóneo por la proximidad temporal) no desagrega el dato de casas censadas. Justamente, en la Puna, y siguiendo los valores del Gini/uc del cuadro 3, con un decrecimiento favorable del 3% de ese coeficiente entre 1872 y 1910 sobre las unidades censales contempladas, queda igualmente demostrado que las asimetrías derivadas del dominio territorial en esta sociedad puneña mantuvieron en esencia su curso. La redistribución operada no alcanzó a la generalidad de esta población ni a los estratos inferiores de la jerarquía social. Cuadro 3. Distribución de la riqueza inmobiliaria (Gini), Puna y Quebrada, 1872, 1909, 1910 Región Año Población uc /casas Gini/propietarios Gini/uc Relación 20/20

Quebrada 1872 7360 1340 0,6800 0,9117 70,6/0,70

1909 9070 1889 0,6843 0,8922 73,9/1,84

Puna 1872 12335 2369 0,8169 0,9977 90,8/0,69

1910 11350 2410 0,7850 0,9689 82,6/0,70

Fuente: “Catastro levantado entre 1872, 1878 y 1883 en la provincia de Jujuy”, ff.54-63 y 66-84; “Catastro de la Contribución Territorial, Jujuy, 1904-1909”, ff.1-58; “Catastros de Contribución Territorial, Jujuy, 19101914”, ff.70-101; Primer Censo, 590-591; Segundo Censo de la República Argentina, 1895, t. iii (Buenos Aires: Talleres Tipográficos de la Penitenciaría Nacional, 1898), 1925.

25 Las propiedades consideradas en ambos catastros corresponden únicamente a las del área rural. En el Catastro de 1872, las tierras de Casabindo y Cochinoca figuran ya como tierras fiscales y están incluidas en el departamento de Yavi, mientras que en el de 1910 fueron registradas en el departamento de Cochinoca.

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Por su parte, siguiendo la información proporcionada en el cuadro 3, la distribución de la riqueza fundiaria en la Quebrada de Humahuaca fue, en términos absolutos, más equitativa que en la Puna, pero mostró una evolución más desfavorable en los tramos comparados: el Gini sobre propietarios empeoró, el Gini sobre uc mejoró en menor medida que en la Puna (-2,1% y -3%, respectivamente, entre 1872 y 1910). La distancia entre ricos y pobres en cuanto a la propiedad disminuyó notablemente en la Quebrada: la relación 20/20 pasó de 100 a 40 en los puntos temporales contrapuestos. Los contrastes son menos significativos al considerar la evolución del coeficiente de Gini en proporción al universo de la población entre ambas regiones. La Quebrada de Humahuaca ofrece un panorama social también dominado por una alta proporción de familias sin acceso a la propiedad privada directa (Gini 1872/uc 0,9117 y Gini 1910/uc 0,8922), incluso con un trayecto en la etapa analizada muy ínfimo, pero menos propicio que en la Puna. Para evaluar el recorrido diacrónico 1870-1910 de los sectores propietarios se empleó la distribución por deciles que muestran los gráficos 1 a 426. Los gráficos 1 y 2 comparan los dos momentos, 1872 y 1910, en la Puna. La observación de las distintas escalas de propietarios por deciles muestra que el extremo más pobre (partes superiores de la gráfica) se mantuvo sin grandes variantes en ambas representaciones. Esto contrasta con el crecimiento de los sectores intermedios, producto de una clara disminución en la capacidad de acumulación de los principales terratenientes de 1872, en relación con los de 1910. Asimismo, la cuota absorbida por el 30% de los contribuyentes más ricos de la primera etapa (94,27%) comenzó a equipararse al involucrar al 40% de los mismos en 1910 (93,56%). Pero la mayor transformación aconteció en el 10% más acaudalado, que, como se refleja en el contraste de los dos gráficos, redujo su participación de un 80% del valor inmobiliario de la Puna a un 70%, de una etapa a la otra. El excelso control de la tierra por menos del 0,1% de los propietarios, que dominaba alrededor del 50% del valor de esta riqueza en 1872, disminuyó ese dominio a un 12% en 1910. De manera que hubo una redistribución de la riqueza que afectó a muy pocos propietarios de la década de 1870, que, pese a permitir la adición de otros en la cúspide de los terratenientes, no dejó de adoptar un perfil igualmente concentrado. Conviene anticipar que el grueso de la mutación se produjo en los departamentos de Santa Catalina y Cochinoca, en el proceso seguido sobre el patrimonio fundiario de una sola familia: los Campero.

26 Estas gráficas representan distintas posiciones de cada parte de propietarios, según la porción de capital que cada una detentaba. El primer, segundo y tercer escalón inferior, de coloraciones más claras, representan al 10% de propietarios más ricos, fraccionados en tres posiciones: 0,1%, 0,9% y 10%; y de allí, sucesivamente, cada 10%, hasta llegar al extremo superior, de colores más oscuros, que corresponden a los estratos menos ricos y su cuota parte de participación en la cuantía de riqueza inmobiliaria.

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Gráfico 1. La Puna, 1872. Acumulación de cuotas, por decil 100% 90% 80% 70% 60% 50% 40% 30% 20% 10% 0%

10

1,64 3,52

10

9,85

10 10

3,4

10 10 10 10

46,9

10 9 0,1

Contribuyentes

Capitales

Gráfico 2. La Puna, 1910. Acumulación de cuotas, por decil 100% 90% 80% 70% 60% 50% 40% 30% 20% 10% 0%

10

2,42 4,05

10

6,48

10

12,01

10 10

41,86

10 10 10

17,23

10 9 0,0

Contribuyentes

11,48

Capitales

Fuente: elaboración propia sobre la base de “Catastro levantado entre 1872, 1878 y 1883 en la provincia de Jujuy”, ff.66-84; “Catastro de la Contribución Territorial, Jujuy, 1904-1909”, ff.70-101.

Los datos de la Quebrada de Humahuaca se representan en los gráficos 3 y 4, donde se observa que, a diferencia de la Puna, el 10% de los más ricos afianzaron su patrimonio, elevándose la cuota que controlaban del conjunto de esta riqueza de un 54,81% a un 60,54% entre 1870 y 1910, incluso superando ese registro equivalente en la Puna, al final de la etapa (debe recordarse que fue de un 70% en esta región). En este contexto hubo un enriquecimiento considerable de la fracción del 0,1% más rico (su porción de riqueza aumentó casi tres veces entre 1872-1910, de 4,73% a 11,03%, respectivamente). Pero esa evolución del sector no modificó en forma abrupta el Gini en

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la Quebrada en los dos períodos comparados. En realidad, lo que se advierte en las gráficas de distribución de la riqueza por deciles, es que perdieron terreno los propietarios intermedios (que son los que medraron en la Puna) y, sobre todo, emergió una porción de los propietarios menos ricos. Así, el 20% menos rico de los departamentos quebradeños pasó de contener el 0,70% de la riqueza fundiaria en la década de 1870 al 1,84% en la de 1910, mientras que en la Puna esa fracción retuvo apenas un 0,69% y un 0,70%, respectivamente. Gráfico 3. Quebrada, 1872. Acumulación de cuotas de cd, por decil 100% 90% 80% 70% 60% 50% 40% 30% 20% 10% 0%

10

1,99 3,88 5,29

10

7,24

10

9,44

10

15,79

10 10 10

38,37

10 10

11,71

9 0,9

4,73

Contribuyentes

Capitales

Gráfico 4. Quebrada, 1909. Acumulación de cuotas de cd, por decil 100% 90% 80% 70% 60% 50% 40% 30% 20% 10% 0%

10 10 10 10

2,5 1,82 3,18

4,16 5,37 7,34 13,4

10 10

34,33

10 10 10 9 0,9

Contribuyentes

15,18 11,03

Capitales

Fuente: elaboración propia sobre la base de “Catastro levantado entre 1872, 1878 y 1883 en la provincia de Jujuy”, ff.54-63 y 66-84; “Catastro de la Contribución Territorial, Jujuy, 1904- 1909”, ff.1-58; “Catastros de Contribución Territorial, Jujuy, 1910-1914”, ff.70-101.

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Por otro lado, en la Puna el nudo geográfico que marcó la tendencia fue el departamento de Cochinoca, donde, mediante la expropiación, se mutiló una gran parte del patrimonio inmobiliario que aún controlaba la familia Campero y se inauguró desde 1890 la trasferencia a manos privadas. Tras esta transformación, Cochinoca (en 1872 los Camperos eran los únicos propietarios) presentaba hacia 1910 el Gini más extremo entre los propietarios y la relación 20/20 más distante (121 veces) de toda la región de la Puna, según se consigna en el cuadro 4. Cuadro 4. Distribución de la riqueza inmobiliaria por departamentos en la Puna, 1872-1910 Dptos. Santa Catalina Año 1872 1910 Gini/con 0,6267 0,6182 propietarios Gini/uc 0,9927 0,9722 Relación 83,2 /1,28 68,4/2,79 20/20

Rinconada 1872 1910

Yavi 1872

1910

Cochinoca 1872 1910

3 prop.

0,6266

0,8369

0,7815

1 prop.

0,8099

3 prop.

0,9878

0,9963

0,9623

1 prop.

0,9535

3 prop. 78,8/6,99 94,3/1,12 81,9/0,80

1 prop. 86,5/0,71

Fuente: elaboración propia sobre la base de “Catastros de Contribución Territorial, Jujuy, 1910-1914”, ff.70-101.

Ana Teruel indica, a través del análisis de la estructura agraria trazada por los mismos catastros retomados entre 1872 y 1910, que en este departamento hubo una primera etapa de acceso a lotes o fracciones de fincas por parte de los campesinos lugareños, que luego serán propiedad de los porteños y europeos que invirtieron en fincas y rodeos con fines especulativos o incentivados por la actividad minera27. Sin duda, en estos espacios el libre mercado favoreció a unos cuantos. Esa misma introducción de expectativas, especulación y mercantilización de la propiedad puede explicar que los bienes inmuebles en esta zona hayan configurado el 21% del valor total de los mismos en toda la región hacia 1910. Además de las fincas y rodeos, la tierra se repartió en potreros, que significaban el 70% de las propiedades del departamento, pero a menores valuaciones (involucrando apenas un 9% del total)28. Éstos hacían parte de los rodeos lindantes del pueblo Abra Pampa, que también se entregaron a libre oferta, para brindar seguridad a la propiedad privada29.

27 Ana Teruel, “Estructuras agrarias”, s/p. 28 Ana Teruel, “Estructuras agrarias”, s/p. 29 “Reparto tierras Abra Pampa”, San Salvador de Jujuy, 1907, en Archivo Histórico de la Legislatura de Jujuy (ahlj), Jujuy-Argentina, Fondo Caja documentos, No. 64, s/f. En el catastro de 1910 son 58 contribuyentes de lotes y de potreros en Abra Pampa, por un valor de 90.257 pesos, es decir, 6% de la riqueza total de la Puna.

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Para el departamento de Santa Catalina, Teruel anuncia el resultado más favorable para el campesinado local, donde operó un interesante proceso de traspaso de algunos latifundios a asociaciones de arrendatarios a través de la figura de copropiedad. No obstante, en algunos casos esta forma derivó en asimetrías internas, al punto de reproducirse la hacienda de arrendatarios entre los que fueran accionistas30. Los valores calculados para evaluar la distribución de la riqueza en este departamento son claramente indicativos de ese proceso advertido por la autora. Se observa que Santa Catalina mejora el Gini del universo de propietarios de 0,6267 a 0,61266 entre 1872 y 1910, como también sobre las unidades censales (0,9927-0,9722). Ese trayecto mínimo, pero más favorable a la equidad, se traduce en la relación 20/20 con una distancia entre extremos más ricos y pobres de 81,9 en 1872, que se acortó en 1910 a 24,5. En las etapas comparadas el índice de Gini se mantuvo casi idéntico, lo que es atribuible muy probablemente a que la copropiedad es una figura que se diluye en las fuentes trabajadas, ya que era común que sólo se catastrara a un titular de la misma. Por último, siguiendo a Teruel, en Yavi se mantuvo intacto el principal latifundio de la Puna, la hacienda primaria de la familia Campero (que continuaba siendo la propiedad mejor valorada de toda la Puna, en 1910, en 170.000 pesos), y algunos rodeos menores fueron traspasados a sus ocupantes31. En este poblado, en realidad, el principal movimiento inmobiliario se gestó en torno al flamante pueblo de La Quiaca, debido a que 75 de las 93 propiedades registradas en el catastro de 1910 eran lotes y rastrojos en este paraje, aunque con grandes asimetrías en sus valores: sólo ocho de ellas implicaban el 43% del valor total de las mismas. En cuanto a los actores, también hay una notoria presencia de extranjeros, vinculados a los distintos servicios que promovió la sede de la estación del ferrocarril. En la formación de este pueblo, el traspaso de rastrojos para alfalfa y campos de pastoreo no tuvo otra regla que la del mercado. Desde el inicio, la política adoptada para los predios rurales de La Quiaca fue la venta por remate público32. La cara opuesta de la alta concentración de la propiedad en la Puna era la generalización del arriendo como principal forma de acceso a la tierra para el grueso de la población. En 1914 se puede estimar una proporción de 8,5 propietarios por cada 1000 habitantes; el panorama más extremo se presentaba en Yavi, donde sólo el 5,2% de sus habitantes eran propietarios, ofreciendo Santa Catalina una mayor distribución, con un 15% de su población en

30 Ana Teruel, “Estructuras agrarias”, s/p. 31 Ana Teruel, “Estructuras agrarias”, s/p. 32 “Decreto fundación de La Quiaca”, San Salvador de Jujuy, 14 de agosto de 1908, en ahj, Fondo Registro oficial, t.16, f.70.

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calidad de propietaria33. El arrendamiento constituía así la base del sistema productivo en la zona, tanto en los predios fiscales como en los privados. Si a ello se le suma el hecho de que se trataba de unidades arrendadas de mínima subsistencia, se puede suponer la precariedad de la situación de los campesinos de la Puna. Las variaciones departamentales de la riqueza inmobiliaria y su distribución en la Quebrada de Humahuaca obedecen a factores diferentes que en la Puna, derivadas principalmente de la frecuencia con que se presentan las formas de propiedad coexistentes. En efecto, aquí se delineó una estructura agraria más compleja, en la que se pudieron reconocer al menos tres maneras de ejercer derechos de propiedad: haciendas, estancias y terrenos enfitéuticos. Las haciendas eran de propiedad privada, conformadas por mercedes reales de origen colonial en una merced real. Se trata de once haciendas que implicaban el 23,5% de la riqueza inmobiliaria en la Quebrada en 1909, como se deduce de los datos proporcionados en el gráfico 5. Estas propiedades fueron las principales áreas generadoras de la desigualdad en la Quebrada de Humahuaca. Gráfico 5. Distribución de la riqueza inmobiliaria por departamentos en la Quebrada de Humahuaca, 1872-1910 500000 450000

56685

400000 350000 300000

228031

250000 200000 150000 100000 500000 0

91660 76954 68000

68850

75100

44350

Haciendas

Estancias Humahuaca

Tilcara

191375

12200 44455 39610

Enfiteusis

Sin ubicar

Tumbaya

Fuente: elaboración propia sobre la base de “Catastro de la Contribución Territorial, Jujuy, 1904-1909”, ff.1-58. “Escrituración y perfeccionamiento de la propiedad”, en ahj, Fondo Cajas de expedientes, No. 1-122, años 1896 a 1922.

33 El total de propietarios raíces consignados en este censo para la región de la Puna es de 1078 individuos, con la siguiente distribución por departamentos: 219 en Yavi, 390 en Cochinoca, 92 en Rinconada y 377 en Santa Catalina, Tercer Censo de la República Argentina, 1914, t. iv (Buenos Aires, Taller Gráfico de L. Rosso y Cía., 1917), 55-56.

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Las otras dos formas consignadas en este gráfico se desarrollaron sobre la tierra declarada pública desde 1839. Como ya se describió, la enfiteusis fue un de ellas; la otra fueron las estancias del Estado, primero arrendadas y luego rematadas. Estas últimas significaban una valuación de 190.154 pesos en 1909, es decir, el 19% de toda la riqueza fundiaria de la Quebrada de Humahuaca. Algunas de ellas eran dominios en copropiedad, y, de manera similar a lo señalado para el caso de la Puna, el indicador de desigualdad trabajado podría ser menor si se pudiera contar con los datos de todos sus propietarios. Por otro lado, la enfiteusis, que implicaba el 48% de la riqueza inmobiliaria de la Quebrada, tuvo su máxima expresión en el departamento de Tilcara, lo que también se tradujo en la configuración de un espacio social con menores asimetrías derivadas del dominio del recurso tierra en el conjunto de la Quebrada de Humahuaca, si se atiende a los cálculos proporcionados por los coeficientes de Gini calculados en el cuadro 5. Fue allí también donde se triplicó el número de propietarios contribuyentes entre 1872 y 1909, quizás como consecuencia del “perfeccionamiento de la propiedad” (que regularizó a enfiteutas, registró a ocupantes, traspasó tierra a solicitantes). Sin embargo, hacia el interior del grupo propietario (según la evolución seguida en el Gini sobre propietarios entre la década del setenta y los comienzos del siglo xx, así como en el de las relaciones porcentuales del 20% más rico y el 20% más pobre) hubo un claro fortalecimiento en la cúspide de este sector. El ensanchamiento de los más ricos fue a costa del achicamiento de los más pobres. Cuadro 5. Distribución de la riqueza inmobiliaria por departamentos en la Quebrada de Humahuaca, 1872-1910

Años Gini/propietarios Gini/uc Relación 20/20

Humahuaca 1872 1910 0,7442 0,6843 0,9112 0,9149 77,6/0,79 73,7/1,79

Tilcara 1872 1910 0,4833 0,6350 0,8918 0,8145 56,2/5,55 69,1/2,59

Tumbaya 1872 1910 0,4662 0,7620 0,9198 0,9239 56/8,18 82,5/1,1

Fuente: elaboración propia sobre la base de “Catastro levantado entre 1872, 1878 y 1883 en la provincia de Jujuy”, ff.54-63; “Catastro de la Contribución Territorial, Jujuy, 1904-1909”, ff.1-58.

El departamento de Humahuaca también muestra el imperio de la enfiteusis. Los recorridos son distintos a Tilcara, ya que en Humahuaca se acrecentó levemente la desigualdad derivada de la propiedad en el conjunto de la población (Gini/uc) y se niveló y redistribuyó favorablemente entre los propietarios, entre 1872 y 1909 (Gini/propietarios), aunque ambos continuaron siendo más extremos que en Tilcara. Por la relación 20/20, las brechas entre

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ricos y pobres se acortaron, pues la riqueza de ese porcentaje más opulento contenía 98 veces a los menos ricos en 1872, mientras que en 1904 esa distancia era de 41 veces. Tumbaya representa la evolución más compleja y menos avanzada; la hacienda y la estancia definieron su perfil, con escasa participación de la enfiteusis. En este lugar hubo una fuerte acumulación de la riqueza inmobiliaria, por capitalización de las haciendas y por acceso concentrado de algunas familias a las tierras fiscales a partir de la década de 1870. Aquí resulta claro que ambos fenómenos, valorización de la propiedad y acaparamiento, redundaron en una creciente desigualdad ensanchando las barreras entre propietarios más ricos y pobres (como se ve en la evolución del Gini/propietarios, y mucho más, en la pérdida de participación de la riqueza inmueble del 20% más pobre entre 1872 y 1909) e incrementando las brechas entre propietarios y no propietarios (según los valores más extremos del Gini/uc que presenta este departamento en ambos períodos comparados). Resta indicar que el 10% de los propietarios más ricos prácticamente duplicaron la parte de la riqueza inmobiliaria por ellos controlada entre 1872 y 1909: del 39% pasaron a 70% de la misma. Mientras que en 1914 es posible calcular que un 17,9% de la población de la Quebrada de Humahuaca eran propietarios, presentando Humahuaca la mejor situación (21% de su población era propietaria), y Tumbaya, la menor distribución inmobiliaria (con un 9% de propietarios sobre el total de su población)34.

Epílogo Entre las décadas de 1870 y 1910, temporalidad escogida para analizar la evolución en la distribución de la riqueza en la Puna y Quebrada de Humahuaca, una conjunción de políticas de tierras implementadas persiguió el afianzamiento de la propiedad privada y puso en movimiento amplias superficies territoriales a través del mercado y/o del perfeccionamiento de la propiedad. El primer indicio de la magnitud de esos cambios es el número de propietarios, que crecieron a un ritmo acelerado en la Puna (91%) y más modestamente en la Quebrada (47%), en contextos demográficos estancados. En concordancia con ese número, en la Puna se vio que el recorrido fue la fiscalización de algunas haciendas, y luego, la mercantilización de tierra pública, que recortó considerablemente patrimonios al extremo concentrados. La principal derivación fue una mejora en los niveles de distribución de la riqueza entre 1870 y

34 El total de propietarios raíces consignados en este censo para la región de la Quebrada es 1636 individuos, con la siguiente distribución por departamentos: 899 en Humahuaca; 481 en Tilcara y 256 en Tumbaya. Tercer Censo de la República Argentina, 1914, t. iv (Buenos Aires, Taller Gráfico de L. Rosso y Cía., 1917), 55-56.

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1910, según lo indican los distintos coeficientes de Gini calculados, así como el achicamiento de las distancias entre los propietarios más ricos y los más pobres. ¿Fue suficiente esa evolución para traducirse en una mejora social, en una sociedad menos desigual en cuanto a la distribución de la riqueza inmobiliaria? De ninguna manera. Los pocos matices advertidos en el análisis se neutralizan al combinarse distintas variables. Así, el parcelamiento de algunos latifundios y su oferta en el mercado afectaron a una ínfima fracción de la cúspide terrateniente. Pero a la vez, sobre el extremo opuesto, el de los propietarios más pobres, no hubo mayores beneficios en ese reparto, y, por último, las ventajas fueron captadas por un nuevo grupo igualmente concentrado y reproductor de la hacienda de arrendatarios. Como complemento, mirando a la sociedad puneña en conjunto, una amplia mayoría de la población no tuvo acceso a la propiedad, lo que sólo fue posible mediante el arrendamiento, que avivó la precariedad del campesinado. Esta lectura parece agudizarse más si se tiene en cuenta que era factible y posible, mediando la acción política, diseñar un reparto de la propiedad más equitativo, que quedó fraguado cuando se optó por la oferta de las tierras en el mercado al mejor postor, salvo las pocas excepciones comentadas del departamento de Santa Catalina, con la figura de la copropiedad. El modelo fue la especulación, y la tónica, una valorización ficticia de la propiedad que no tuvo motivación en fenómenos de recambio y reconversión de producción, ni capitalización productiva, salvo por unos ensayos mineros erráticos aún en esta época. La magnitud de las transformaciones en materia de derechos de propiedad no tuvo correlatos en la producción; la región de la Puna continuó su perfil pastoril ovino de autosuficiencia y de unos terratenientes apegados al beneficio de la renta proporcionada por sus arrendatarios. Los cambios obrados en la propiedad tuvieron manifestaciones más variadas en la Quebrada. Por un lado, a la expropiación de la tierra indígena la siguieron la estatización, la cesión en enfiteusis, el arrendamiento y la ocupación de hecho. Cuando primó la necesidad de afianzar la propiedad privada, el Estado buscó, al menos en el discurso, la entrega de tierras al campesino poblador, activando un mercado regulado en la prosecución de ese fin, por la redención del canon enfitéutico, las ventas de estancias en copropiedad y los procesos de perfeccionamiento de la propiedad. Por otro lado, se mantuvo la figura de grandes haciendas privadas, constituidas por las mercedes coloniales, que sólo mutaron en el recambio de sus propietarios. ¿El resultado fue más equitativo que en la Puna? Si bien los guarismos son en conjunto más favorables en la Quebrada, al juzgar por la naturaleza manifiesta de las leyes diseñadas por la política de tierras para esta región, al servicio y resguardo de la población originaria, en este análisis no fue posible confirmar una mayor mejora social, medida por la distribución de la riqueza inmobiliaria. El dato estadístico no condice con el espíritu

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reflejado en la legislación del tema en la región, referenciada en las leyes de venta de 1860 y de “perfeccionamiento” de la década de 1890. Es decir, resulta indudable que la estructura social fundada en torno a la enfiteusis, y su más de medio siglo de existencia, derivó en menores asimetrías. Pero eso se dio, en parte, dentro del grupo propietario, no así en el conjunto de la población, como lo expresa un Gini sobre Unidades Censales igualmente alto. Por otra parte, si bien en la evolución pudo vislumbrarse la mejoría de un extracto de los propietarios más pobres, también es real que hubo un mayor enriquecimiento en la fracción más rica. Este proceso central se interpreta en función de la fuerte valorización acontecida en los capitales acumulados por un grupo reducido de propietarios, también dueños de tierras antes fiscales, pero con las mejores condiciones ecológicas y con el valor agregado de las mejoras, dadas las escalas de producción agropecuaria que tenían respecto al conjunto de la región. Sin duda, los cambios en los derechos de propiedad en la Quebrada de Humahuaca fortalecieron a los más ricos y paralelamente consolidaron un grupo de pequeños propietarios, configurando esa imagen reconocida de coexistencia del latifundio y el minifundio. Pero se trató de otro latifundio, diferente al de la Puna, no sólo por ser propiedades de tamaño más pequeño y discontinuas, sino también porque a la renta de arrendadores de un grupo de los terratenientes quebradeños le añadió los beneficios de la producción, participando en cultivos comerciales —como la alfalfa—, con ciertos réditos a la escala por ellos emprendida. En definitiva, en la Quebrada, al igual que en la Puna, también quedó plasmada una alta centralización de la riqueza inmobiliaria tras los procesos y políticas perfilados en torno a los derechos de propiedad. Pero derivó en una mixtura más variada en el reverso de esas grandes acumulaciones, que incluía arrendatarios con similares condiciones que los de la Puna, y también minifundistas y ocupantes de hecho.

Bibliografía Fuentes primarias Archivos: Archivo Histórico de Jujuy (ahj), Jujuy-Argentina. Fondos: Catastro territoriales, Caja de expedientes y Registro oficial. Archivo Histórico de la Legislatura de Jujuy (ahlj), Jujuy-Argentina. Fondo: Caja documentos.

Documentación primaria impresa: Primer Censo de la República Argentina, 1869. Buenos Aires: Imprenta el Porvenir, 1872.

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Privatización de la propiedad, riqueza y desigualdad en las “tierras altas” de Jujuy (Argentina), 1870-1910

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Ranching and Market Access in the Backlands: Mato Grosso, Brazil, ca. 1900-1940s Ï

Robert W. Wilcox

Profesor asociado de Historia en el Departamento de Historia y Geografía de la Northern Kentucky University (Estados Unidos). Doctor en Historia de la New York University (Estados Unidos). Entre sus publicaciones recientes se destacan: “The Ethnocentric Steer: Perceptions and Obsessions in the Introduction of European Livestock Science into Brazilian Tropical Cattle Ranching, c.1880-1950”, Albuquerque: Revista de Historia 1: 2 (2009): 9-43, y “Confronting Region and Environment in Mato Grosso: Variation and Ambiguity of Cattle Ranching, 1870-c. 1970”, Debates e Tendencias 9: 1 (2009): 109-133. wilcox@nku.edu

Artículo recibido: 28 de noviembre de 2012 Aprobado: 22 de abril de 2013 Modificado: 6 de junio de 2013

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit51.2013.04

Ï This article is part of ongoing research into the economic and environmental role of cattle ranching in the history of central Brazil, specifically Mato Grosso. My thanks to the Department of History and Geography at Northern Kentucky University for financial and other support.

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Ranching and Market Access in the Backlands: Mato Grosso, Brazil, ca. 1900-1940s

La ganadería y el acceso al mercado en una región lejana, Mato Grosso, Brasil, c. 1900 a 1940 Resumen: Por décadas historiadores economicos de América Latina han estudiado las materias primas, para explicar el carácter de las conexiones comerciales internacionales de la región, pero muy pocas han reflexionado sobre la ganadería. En este artículo se propone que esta falta de interés se encuentra relacionado con las características propias de las regiones ganaderas. Por ejemplo, examinando el estado brasileño de Mato Grosso, se observa que las dificultades para ingresar en el mercado están relacionadas directamente con la combinación de prioridades contradictórias, ineficiencias, e ideas preconcebidas. Se concluye que esta falta de dinamismo oculta las transformaciones que impactaron de manera significativa otras regiones ganaderas, que merecen más atención en un momento en el que los efectos de la ganadería tropical capta la atención pública. Palabras claves: Mato Grosso, 1900-1940, ganadería, transportación, razas de ganado, zebu.

Ranching and Market Access in the Backlands: Mato Grosso, Brazil, ca. 1900-1940s Abstract: For decades, economic historians of Latin America have studied the raw material to explain the nature of international commercial connections in the region. However, very few have focused on stockbreeding. The authors propose that this lack of interest is related to the characteristics of stockbreeding regions. For example, by examining the Brazilian state of Mato Grosso, one can observe that the difficulties to enter the market are directly related to a combination of contradictory priorities, inefficiencies, and preconceived ideas. The authors conclude that this lack of dynamism hides transformations that significantly impacted other stockbreeding regions, which deserve more attention at a time when the effects of tropical stockbreeding are capturing the public’s attention. Keywords: Mato Grosso, 1900-1940, stockbreeding, transportation, cattle breeds, zebu.

A criação de gado e o acesso ao mercado em uma região longínqua: Mato Grosso, Brasil, c. 1900 a 1940 Resumo: Por décadas, historiadores econômicos da América Latina vêm estudando as matérias-primas para explicar o caráter das conexões comerciais internacionais da região, mas poucos refletem sobre a criação de gado. Uma hipótese para essa falta de interesse se encontra relacionada com as características próprias das regiões pecuaristas. Por exemplo, ao examinar o estado brasileiro do Mato Grosso, observa-se que as dificuldades para entrar no mercado estão relacionadas diretamente com a combinação de prioridades contraditórias, ineficiências e ideias preconcebidas. Conclui-se que essa falta de dinamismo oculta as transformações que impactaram de maneira significativa outras regiões pecuaristas, que merecem mais atenção em um momento no qual os efeitos da pecuária tropical capta a atenção pública. Palavras-chave: Mato Grosso, 1900-1940, criação de gado, transportação, raças de gado, zebu.

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Robert W. Wilcox

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Introduction

M

uch of the economic history of Latin America has revolved around the role of commodities in the region’s development. For example, a recent volume edited by Steven Topik and others investigates several export goods across Latin America utilizing the concept of “commodity chains.” For the editors, this approach is valuable because it goes beyond simple production to “[...] clarify how the development of export commodities [...] was driven by a complex set of social and economic factors that were both local and international.”1 They also emphasize that “[...] there is not one world market; there are myriad and often segmented markets, and indeed, the same commodity may have numerous chains depending on its end use or destination.”2 The Topik volume contributes a valuable perspective for understanding Latin American commodities over the past five hundred years, most particularly the complex character of the export trade, but it does not address livestock and meat, particularly beef, a lacuna readily admitted by the editors.3 In fact, with some exceptions, cattle and beef have not attracted the same scrutiny as other commodities, and yet exhibit similar characteristics. There are various reasons for this oversight, but my sense is that to some extent it may have to do with ranching itself, particularly its remote character and often delayed ability to access developed, globally-centered markets. Scholars, therefore, have tended to bypass such regions as more conspicuous sectors attracted their attention. There is a danger in this of missing inputs that have had significant influence in the development of future dynamic cattle economies. This is the case of one “segmented” ranching market in the Brazilian state of Mato Grosso, which was slow to appear on the national and international stage, but whose history reveals not just obstacles to development but also specific measures taken to overcome barriers that ultimately established a precedent for tropical ranching, most noticeable today in the Amazon Basin.

1

Steven Topik et al., eds., From Silver to Cocaine: Latin American Commodity Chains and the Building of the World Economy, 1500-2000 (Durham: Duke University Press, 2006), 360.

2

Steven Topik et al., eds., From Silver to Cocaine, 14.

3

Steven Topik et al., eds., From Silver to Cocaine, 5 and 18 [See reference mark no. 15].

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Map 1. Cattle Moments and Vegetation in Mato Grosso do Sul, Brasil

Fuente: Robert W. Wilcox, “Zebu’s Elbows: Cattle Breeding and the Environment in Central Brazil, 1890-1960”, in Territories, Commodities and Knowledges: Latin American Environmental Histories in the Nineteenth and Twentieth Centuries, ed. Christian Brannstrom (London: Institute for the Study of the Americas, 2004), 219.

1. The Mato Grosso Cattle Economy and Conflicting Priorities In recent decades the cattle economies of the Brazilian states of Mato Grosso do Sul and Mato Grosso have become important players in the nation’s economy, together hosting over 50 million head, the largest cattle herds in the country, while significantly

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contributing to Brazil’s dynamic beef export trade,4 although this was not always the case. Despite having been a cattle region since the mid-nineteenth century, until the 1950s1960s Mato Grosso was considered distant and backward, and exports were limited.5 Typically, this lack of development was blamed on ranchers and their alleged apathy in expanding production, but there were in fact a series of complex factors that limited market integration and delayed the insertion of Mato Grosso into the export trade, most of which were beyond the control of ranchers. Cattle raising was a part of the Brazilian economy from colonial times, but most production was concentrated in the southern state of Rio Grande do Sul or in the Northeast. Central Brazil contributed to national consumption, but this was relatively minimal and did not include export.6 As in neighboring regions, ranching in Mato Grosso was openrange, a form that bordered on “subsistence,” since in many cases this meant uncertain land tenure and uncontrolled, indeterminate numbers of cattle of unreliable quality. Success depended on several interrelated factors, but the obstacles were considerable, most especially the contradictions and inertia of national and state governments, inefficient transportation structures, limitations of geography, and preconceptions about animal husbandry. Until the 1940s, these pieces only rarely coalesced to produce appreciable development, although the sector exhibited characteristics of adaptation that would have profound impact on future ranching regions in Brazil. Before 1900 Mato Grosso experienced modest growth and gradual interest from the outside. By far the least populated region of the country, the state’s population doubled between 1890 and 1910, from 92,800 to an estimated 185,800 persons by 1910. Official state income doubled from US$125,000 to over $272,000, although expenses almost always exceeded income, leaving little leeway for government planning. The role of ranching was small, but attracted by broad expanses of grass in both the annually-flooded Pantanal

4

Insituto Brasileiro de Geografia e Estatística (ibge), “Tabela 3- Efetivo dos rebanhos de grande porte em 31.12, segundo as Grandes Regiões e as Unidades da Federação-2011”, Produção da Pecuária Municipal 39 (2011): 30, accessed May 2013, <ftp://ftp.ibge.gov.br/Producao_Pecuaria/Producao_da_Pecuaria_Municipal/2011/tabelas_pdf/tab03.pdf>; “Exportações Brasileiras de Carne Bovina”, Associação Brasileira das Indústrias Exportadoras de Carne (abiec), <http://www.abiec.com.br/download/Relatorioexportacao2012_ jan_out.pdf>, 2-5.

5

Until 1979, Mato Grosso was one state. In that year, the state was divided into two, with the south forming the state of Mato Grosso do Sul, while the north retained the original name. Unless otherwise indicated, the discussion here refers primarily to the south.

6

A close comparison from a slightly earlier period is the example of the neighboring state of Goiás. See David McCreery, Frontier Goiás, 1822-1889 (Stanford: Stanford University Press, 2006), 130-154.

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and the semi-arid savanna (cerrado), ranching settlement expanded. The cattle population flourished, growing from an estimated 800,000 in 1887 to 2.5 million in 1912, the fourth largest herd in the nation.7 While there was some activity in jerky (charque) and beef-bouillon production ever since the 1880s, World War I generated an urgent demand for meat that benefitted the entire Brazilian cattle sector, including Mato Grosso. National frozen- and chilled-beef exports increased dramatically, from a negligible 1.5 tonnes in 1914 to over 65,000 tonnes by 1917. In the same period, exports of canned meats climbed from fewer than 230 tonnes in 1913 to 6,500 tonnes, and jerky exports from 20 tonnes to 8,700 tonnes. The war was responsible for the creation of the Brazilian frozen-beef industry, centered in São Paulo, which had previously not been able to compete with Argentine and Uruguayan domination of the world market, causing Brazilian processors to rely on jerky production. While there was an abrupt slowdown of frozen-beef production immediately after the war, by 1919 the industry was firmly established and would become a significant economic sector over the following decades.8 A marginal supplier of beef to the São Paulo market before the war, southern Mato Grosso was soon drawn into the wartime national economy, exporting increasing amounts of live cattle to the beef slaughterhouses (frigoríficos), while pastures, cattle slaughter and much-needed infrastructure began to receive attention. The state saw significant opportunities for its cattle products, specifically live animals to feed the frigoríficos and new jerky factories (charqueadas) in Mato Grosso itself. Jerky was sent to markets in the Brazilian Northeast and Cuba. By 1915, the Osasco slaughterhouse in São Paulo alone processed over 36,000 animals from Mato Grosso, most of which went to the export market. If the totals of slaughter for hides and jerky are included, in 1919 Mato Grosso contributed 265,000 head of cattle, which represented roughly 10 percent of the state herd.9

7

ibge, Repertório Estatística do Brasil. Quadros Retrospectivos N.° 1 (Separata do Anuário Estatístico do Brasil– Ano v– 1939/1940), vol. 1 (Rio de Janeiro: ibge, 1986), 14, 120 and 124; ibge, Anuário estatístico do Brasil, 19081912 (Rio de Janeiro: Typ. Nacional, 1912), 251; “Industria pastoril”, in Relatório do vice-presidente Dr. José Joaquim Ramos Ferreira devia apresentar à Assembléia Legislativa Províncial de Matto Grosso, 2° legislatura de Setembro de 1887 (Cuiabá: n/p., 1887), n/p.; Ministerio da Agricultura, Industria e Commercio, Synopse do censo pecuário da república pelo processo indirecto das avaliações em 1912-1913 (resultados provisórios) (Rio de Janeiro: Typ. do Ministério da Agricultura, Indústria e Commercio, 1914), 36 and 62.

8

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9

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The immediate post-war period was one of crisis for Brazilian ranchers, particularly in Mato Grosso. Prices plummeted across the country, prompting ranchers to sell their cows in order to pay off debts contracted during the wartime boom. Desperate pleas were made for tax and transportation relief from the government. By this time the state government was well aware of the importance of the cattle sector to Mato Grosso’s economy, yet it was slow to address the many fiscal obstacles to production. Some taxes were reduced or revoked, and fines on late payment cancelled, but when a commission of federal deputies from cattle-producing states sought solutions to the national cattle-ranching crisis, they came up against a series of federal impediments as reported by the Mato Grosso president: a) a high salt-import tax, since the jerky industry nationwide used imported rather than Brazilian salt; b) excessive freight charges for both salt and beef, which included a federal transportation tax; and c) São Paulo state taxes on frigorífico production and fattening pastures.10 Although response was slow, in mid-1924 the inflated cost of meat in Rio de Janeiro and São Paulo prodded the federal government into declaring tax and internal tariff relief on certain meat products, particularly jerked and dried beef, and encouraging salt production in Brazil. The measures had a temporary salutary effect on the cattle industry and on the cost of living for poor urban residents, who were the main consumers.11 Nonetheless, such relief was inadequate to stimulate the Mato Grosso cattle industry since there were several other obstacles that state and federal authorities consistently failed to address adequately, above all, transportation.

2. Transportation: Shipping by Boat and Rail Until the First World War, Mato Grosso depended upon shipping on the Paraguay River and unreliable cattle trails to connect with the outside world. Corumbá was the state’s economic and cultural link to the wider world, and all cattle products from the Pantanal were shipped through that town and down the Paraguay River to Montevideo, where they were trans-shipped to other destinations, primarily in Brazil. Goods were carried by Lloyd Brasileiro, founded in 1890, but the company endured financial problems almost from its inception, and passed back and forth from public to private hands until it was eventually taken

10 Mensagem dirigido à Assembléa Legislativa, 13 de maio de 1922, pelo Coronel Pedro Celestino Corrêa da Costa, Presidente do Estado (Cuiabá: Typ. Official, 1922), 38-41. 11 Paulo de Moraes Barros, “A crise da pecuaria”, Revista da Sociedade Rural Brasileira 24 (1922): 326-327; R. R. Bradford [US. Consul in Rio de Janeiro], “Government Efforts to Reduce Cost of Living”, Rio de Janeiro, February 12, 1925, in usna, rg 166, entry 5, box 65, n/p.

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over by the government in 1913. These problems harmed local economies that relied on the service and were often considered of only secondary importance by the directors in Rio de Janeiro. Government financial support was sporadic, sailings irregular and often delayed, freight charges onerous, and goods often damaged or stolen.12 Argentine or Paraguayan companies were alternatives, but since their priorities were not in Mato Grosso, they charged prohibitive freight rates to Carumbá. In 1912 it cost US$4.10 to transport a tonne of freight from Montevideo to Europe or North America, a journey lasting three weeks to a month, while the rate for the two-week upriver trip from Montevideo to Corumbá was nearly double that amount. In 1907, charges for the export of a tonne of beef jerky from Miranda to Rio de Janeiro was over US$40. Freight rates for imported items were generally cheaper than for exports, and while they changed little over the years, they did eventually increase in 1928 when the Argentine giant Mihanovich charged an exorbitant $38.60 per tonne or 1.2 cubic meters (40 cubic feet) between Buenos Aires and Corumbá.13 Despite these obstacles, between 1906 and 1912 the number of ships entering Corumbá increased from 48 to 128 and vessel tonnage grew accordingly. Export records show that the increased volume of freight consisted almost exclusively of cattle products, particularly beef jerky. Exports of jerky from Corumbá jumped from 52,000 kilos in 1905 to 1.6 million kilos by 1912, while between 1919 and 1925, stimulated by the demand of World War i, exports from charqueadas along the lower Paraguay River doubled from 800,000 to 1.5 million kilos.14

12 S. Cardoso Ayala and Feliciano Simon, Album Graphico do Estado de Matto-Grosso (Corumbá/Hamburg: n/p., 1914), 67-68; A. M. Gothchalk [US. Consul General in Rio de Janeiro], “Historical Sketch of the Lloyd Brazileiro Steamship Line”, Rio de Janeiro, May 11, 1917, in usna, rg 32: Records of the US. Shipping Board, Subclassified General Files, ea. 1916-1936, file 153; “Letters from Lloyd Brazileiro to the Minister of the Treasury”, Rio de Janeiro, 28 January, 1893; 13 February, 1894; 9 August, 1895; and 30 April, 1896, in Arquivo Nacional do Rio de Janeiro (anrj), Rio de Janeiro-Brazil, Section Companhia Lloyd Brazileiro- diversos, 1893-1897, if¹ n. 159 13 “Report by José Alvarez Sánchez Surga, 1˚ Vice-Intendente of Nioac to the Mato Grosso Secretario de Estado dos negocios do Interior”, Nioac, 19 January, 1912, in Arquivo Publico do Estado de Mato Grosso (apmt), Cuiabá-Brazil, Documentos avulsos, data 1912-A; Virgílio Alves Corrêa, “Aos Fazendeiros”, Revista da Sociedade Matto-Grossense de Agricultura 1 (1907): 28; Miguel Arrojado Ribeiro Lisboa, Oeste de S. Paulo, Sul de Mato-Grosso. Geologia, Indústria Mineral, Clima, Vegetação, Solo Agrícola, Indústria Pastoril (Rio de Janeiro: Typografia do “Jornal do Commercio”, 1909), 157-158; J. T. Nabuco de Gouvêa, “A Navegação Brasileira no Paraguay” [Report from the Brazilian Minister in Paraguay to the Brazilian Minister of Foreign Relations], Asunción, October, 1928, in apmt, Documentos avulsos, lata 1928-C. Note: “lata” (“can” in Portuguese) is the term used by the apmt for some of its holdings. 14 S. Cardoso Ayala and Feliciano Simon, Album Graphico, 124-125; “Meza de Rendas de Corumbá, Registros de exportação, 1915, 1920, 1926”, in apmt, Coletorias avulsas; “Collectoria da Villa de Porto Murtinho, Impostos de exportação, 1919”, in apmt, Coletorias avulsas; “Collectoria Estadoal do Porto Murtinho, Registro de exportações, 1925”, in apmt, Coletorias avulsas.

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The fundamental problem of shipping was not resolved by this apparent success. Lloyd had significant management issues that led to suspension of service between Montevideo and Corumbá in 1914. It then proceeded to rent out its boats to a local import-export firm with priorities in Argentina and Paraguay, but not in Mato Grosso. As a result, Mato Grosso ports “waited months with no news of national ships.” In March 1923, there were over 800 tonnes of beef jerky warehoused in Corumbá awaiting shipment to Montevideo.15 Lloyd returned to the region in the early 1920s, but it took time for conditions to improve. A newspaper article in 1924 observed that while Mihanovich covered the round-trip Montevideo-Corumbá run in 25 days, it took Lloyd up to three months to do so. In addition, the Lloyd boats could only carry 750 to 800 tonnes of cargo per voyage while those of Mihanovich had a capacity of 5,500 to 8,000 tonnes. By 1930 it appears that service provided by the Brazilian carrier had improved since three new ships had been added and total annual shipping in tonnage entering Corumbá from foreign ports almost tripled between 1928 and 1931. Furthermore, the state established regular service between Porto Esperança on the Paraguay River and Corumbá to link up with the recently-built railroad, and Corumbá briefly recovered its position as a commercial entrepôt for Mato Grosso.16 Nevertheless, the price inequities and endemic service delays of fluvial transport indicate Mato Grosso’s geographic vulnerability in connecting to commodity markets, and explain why the state looked forward to the arrival of the railway as the solution to its isolation. Shipping by river had proved inadequate to satisfy the region’s needs and between 1930 and the 1950s the service gradually declined. The railroad, however, which had promised a long-awaited solution to the shipping problem, also fell short of satisfying Mato Grosso’s needs. As river transport proved both uncertain and inadequate, the state government expressed a need for easier and more cost-efficient transportation routes for markets to the east. Cattle trails that had been in use since the 1850s were long and the trip was arduous; there was little water en route, and animals arrived at their markets in Minas and São Paulo so thin that they required several months of fattening before slaughter. In addition to this, there was the Paraná River, which was a major obstacle to expanding cattle transport out of the state until a bridge

15 “Exposição de motivos da Associação comercial aos representantes de Mato Grosso no Congresso Nacional. Corumbá, 10 de maio de 1923”, in apmt, Coletorias avulsas, lata 1923, cited in Lúcia Salsa Corrêa, “Corumbá: um núcleo comercial na fronteira de Mato Grosso (1870-1920)” (m.a. thesis, Universidade de São Paulo, 1980), 135-140, annexo 1 and 3; Antonio Carlos Simoens da Silva, Cartas Mattogrossenses (Rio de Janeiro: n/p., 1927), 28-29; “Notas”, A Cidade, Corumbá, 27 March, 1923, 1. 16 “Noticias de Porto Murtinho - O Lloyd e o Commercio”, A Noticia, Tres Lagoas, 17 April, 1924, 2; J. T. Nabuco de Gouvêa, “A Navegação Brasileira no Paraguay”, in apmt, Coletorias avulsas; Informações gerais do municipio de Corumbá (Corumbá: n/p., 1932), 17-19; Virgílio Corrêa Filho, Pedro Celestino (Rio de Janeiro: Z. Valverde, 1945), 242.

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or at least barges were available to facilitate a crossing. Private entrepreneurs did invest in such infrastructure, but trails were expensive and unreliable since the state refused to award tax concessions or introduce other measures to facilitate operations, so they eventually resorted to betting on the success of a railroad link to São Paulo. The railroad was finally completed in 1914, but the conditions surrounding its operation precluded the export of cattle by rail, thus forcing ranchers to rely on trails well into the 1940s.17 The concept of a railway across Mato Grosso had been envisioned ever since the midnineteenth century. Pressure to establish links between the Brazilian coast and Cuiabá began to mount after the end of the Paraguayan War (1864-1870), in the wake of Rio’s temporary “rediscovery” of its interior province. Despite numerous projects proposed and concessions awarded, nothing concrete was undertaken until 1903. Geopolitical rather than economic concerns convinced the federal government that a railroad linking its remote territories to the coast was essential. A line was proposed from São Paulo to Cuiabá in 1905, but promises made to Bolivia after that nation’s loss of Acre to Brazil, and the strategic concept of a transcontinental railway linking the Atlantic and Pacific Oceans, caused it to be redirected to Corumbá in 1907. Fernando de Azevedo later described it as Brazil’s “first political highway.”18 The railway was completed in 1914 and, after some dispute between the federal government and the original concessionaries, Rio took over the full operation in 1917. The entire route became known as the Estrada de Ferro Noroeste do Brasil (efnob), more commonly referred to as the “Noroeste,” and extended over a total of 1,273 kilometers, 837 of them across Mato Grosso.19 Expectations were high among Matogrossenses as the railroad neared completion. Cattle ranchers envisioned raising and fattening animals at home for direct export to the São Paulo slaughterhouses; a journey of 36 hours by rail would replace one of three months on the trail. Ranchers also hoped to gain more influence over a market that still remained in the hands of the cattle buyers and the slaughterhouses with their winter pastures. In addition, greater access to the region would reduce import costs and attract settlers. Both human and financial capital were seen as natural extensions of efficient transportation and were expected to contribute to

17 Dióres Santos Abreu, “Communicações entre o sul de Mato Grosso de o sudoeste de São Paulo. O comércio de gado”, Revista de História 53 (1976): 191-214. 18 Demosthenes Martins, História de Mato Gross: os fatos, os governos, a economia (São Paulo: n/p., 1977), 167-170; Fernando de Azevedo, Um Trem Corre para o Oeste. Estudo sobre o Noroeste e seu papel no sistema de viação nacional (São Paulo: Livraria Martins, 1950), 108-111, and 144. 19 Fernando de Azevedo, Um Trem Corre, 108-111, and 249-250; Paulo Roberto Cimó Queiroz, Uma ferrovia entre dois mundos: a E.F. Noroeste do Brasil na primeira metade do século 20 (Bauru: edusc, 2004), 111-187.

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freeing the state from trade controlled by a small number of economic agents in São Paulo and the Río de la Plata. It was hoped that Mato Grosso could now determine its own destiny.20 While the inauguration of service in Mato Grosso in 1914 was timely, the railway to the Paraguay River at Porto Esperança was not completed until 1917 due to the difficulties of building across part of the Pantanal. Regular service was unsafe, especially during the rainy season, and there were two other major physical obstacles to securing regular service between São Paulo and Corumbá, i.e. the Paraná and Paraguay Rivers. Until a bridge was completed linking Mato Grosso with São Paulo in 1928, rail cars had to be rafted across the Paraná, while service from Porto Esperança to Corumbá was continued by small river- steamboats until another bridge was finally completed across the Paraguay River in 1947 and service extended to Corumbá in 1953. The railroad had been a source of considerable frustration among Mato Grosso residents until then.21 Although the positive impact of the railroad was slower in coming than expected, by 1920 it had opened up the state to development possibilities that had been unimaginable before. The influx of people, many of them land speculators and adventurers, but some settlers as well, first transformed the areas along the railway line and eventually all of southern Mato Grosso. Dusty, torpid villages expanded overnight, towns were created out of the wilderness, and modern facilities and ideas flowed into the state. From only 5,000 inhabitants in 1912, the municipality of Campo Grande catapulted to over 21,000 by 1920, while the town itself increased from 1,200 to 6,000 inhabitants. By 1940, the municipality had a total of 50,000 inhabitants, at least half of them residing in the town. Over all of southern Mato Grosso the population almost doubled from 74,000 in 1912 to 130,000 in 1920, and by 1940 this figure had increased to 239,000. Along with population growth came regular postal service and telegraph communications, luxuries that Campo Grande and other towns had only dreamed of before.22

20 Paulo Roberto Cimó Queiroz, Uma ferrovia, 321-328. 21 C. R. Cameron, “Through Matto Grosso”, Bulletin of the Pan American Union 66 (1932): 158-160; Fernando de Azevedo, Um Trem Corre, 108-111, and 249-250. 22 “População”, in Anuário estatístico do Brasil, 1908-1912, vol. i (Rio de Janeiro: Typ. da Estatística, 1913), 327-328; Prefeitura Municipal de Campo Grande, Relatório 1943 (Rio de Janeiro: Imprensa Nacional, 1944), 38; Ministério da Agricultura, Commercio e Obras Públicas, Recenseamento realizado em 1 de Setembro de 1920, vol. 4, parte 1 “População” (Rio de Janeiro: Typ. da Estatística, 1926), 408; ibge, Recenseamento Geral do Brasil (1º de Setembro de 1940), Série Regional, Parte xxii - Mato Grosso, Censo Demográfico, Censos Econômicos (Rio de Janeiro: Serviço Gráfico do ibge, 1952), 51; S. Cardoso Ayala and Feliciano Simon, Album Graphico, 410; Ministério da Agricultura, Indústria e Commercio, Estudo dos fatores da Producção nos Municípios Brasileiros e condições economicas de cada um: Estado de Matto Grosso, Município de Campo Grande (Rio de Janeiro: Imprensa Nacional, 1929), 39.

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Economic activity expanded proportionately. Exports of live cattle and cattle products increased and, although there was a slowdown immediately after the war, by the mid-1920s the south unquestionably drove the state economy. Part of this dynamism was the result of foreign investment that had been attracted to the region with the completion of the railway. American entrepreneur Percival Farquhar’s Brazil Land, Cattle and Products Company created a series of integrated ranches in Mato Grosso, Paraná and São Paulo even before the line was fully operational, and other foreign investors entered during and after the wartime boom, founding ranches and charqueadas near the rail line. These companies helped to raise land values and stimulate greater interest in ranching. The railroad permitted an inflow of items such as salt, wire, grass seeds, breeder bulls and machinery, and it also facilitated travel for cattle buyers, thus transforming the marketing of cattle, at least as far as access to ranches was concerned. The number of charqueadas that sprang up in the towns along the railroad was impressive — a total of twelve out of the twenty-five that existed in 1925 were located on or near the rail line, an impressive increase, since there had been only one in 1914.23 Nevertheless, the expectations raised by the arrival of the railroad were overly ambitious. Mato Grosso, although connected to the São Paulo meat-processing industry, was not a priority in the global plans of the Brazilian government, nor was the operation of the federally-owned Noroeste. Even during the export boom of the First World War, the volume of cattle and cattle products shipped out of the state by rail did not meet expectations. As early as 1916 the state president had complained about service on the railroad. He was especially concerned about freight rates, arguing that unless they were reduced, Mato Grosso production would have no future. He pointed out that the rates were triple those charged for transporting similar products over the same distance in Rio Grande do Sul. While cargo volume was much greater in Rio Grande do Sul than in Mato Grosso, such rate differentials were nonetheless excessive. This inhibited the expansion of hide production in Mato Grosso and forced producers who were already in business to rely on river transport, the very dependency they had hoped to escape.24 The freight-rate issue became a constant problem over subsequent years. Beef jerky production increased considerably in the years after World War i as cattle prices dropped and the stock of animals grew. Additionally, although several plants were set up along the

23 Roger L. Heacock [US. vice-consul in São Paulo], “Foreign Holdings in Mato Grosso”, São Paulo, 23 January, 1941, in usna, rg 166, entry 5, box 20, No. 478; Antonio Carlos Simoens da Silva, Cartas Matogrossenses, 18; Virgílio Corrêa Filho, A propósito, 52-54; S. Cardoso Ayala and Feliciano Simon, Album Graphico, 292-294. 24 Mensagem dirigido pelo Dr. Caetano Manoel de Faria e Albuquerque, Presidente de Matto Grosso, à Assembléa Legislativa, 15 de maio de 1916 (Cuiabá: Typ. Official, 1916), 35 and 41.

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railroad, they tended to produce tiny quantities compared to their fluvial rivals, and in some cases were forced to export their products via the Paraguay River anyway. The rates charged by the efnob were as high as $70 a tonne during the 1920s, 80 percent higher than those of the exorbitantly expensive Mihanovich fluvial service. None of this changed, despite frequent calls for cheaper freight rates and lower taxes, until 1928 when the federal government, in response to product-switching at the port of Montevideo, levied an import tax on any Brazilian jerky destined for the Brazilian market that was trans-shipped through other nations.25 Consequently, the Mato Grosso industry could not afford transshipment at Montevideo and producers therefore requested that rail freight rates be reduced by 50 percent and that the government establish a direct port-to-port fluvial service. In response, the Ministry of Transport, which was in charge of the efnob, agreed to reduce rates for charqueadas that filled the rail cars with at least 20 tonnes of jerky, but it only guaranteed transport to Bauru in central São Paulo, with re-dispatch to market from there. This revealed the other major stumbling block in Noroeste service - rolling stock. One respondent pointed out that, aside from there being a chronic shortage of rail cars to begin with, the cars provided were inadequate to satisfy the ministry’s 20-tonne minimum cargo requirement since their maximum capacity was only 16 to 18 tonnes. In addition, transferring freight in Bauru would have threatened cargos since the railroad lacked sufficient warehousing space. Any delay in transport (and they were more than likely to occur, considering the efnob’s concentration on the transport of coffee in the state of São Paulo) would have left the jerky exposed to the elements, thereby increasing the risk of spoilage. Indirect dispatch would also have dried up credit, since banks were unwilling to finance goods in transit. Intensive lobbying by Mato Grosso federal deputies in Rio eventually won the government over and a 50 percent reduction was awarded on any full cars and shipment was to be dispatched directly to the destination point. This decision probably saved the industry in Mato Grosso, as export figures reveal steady activity from 1929 into the mid-1930s.26 Ranchers were faced with problems similar to those of the charqueadas in the export of live cattle. While rates for cattle drives and those charged by the railroad were comparable (between $4.50 and $5 per head) by the mid-1930s, the problem lay largely in the

25 Arlindo de Andrade, Erros da federação (São Paulo: n/p., 1934), 89; Virgílio Corrêa Filho, A propósito, 52-54; Mensagem dirigido à Assembléa Legislativa, 75-76. 26 Relatório do Município de Aquidauana, 1928 (São Paulo: n/p., 1929), 55-58; “Report by Jorge Bodstein Filho, president of the Aquidauana Municipal Council, to the President of Mato Grosso”, Aquidauana, 14 February, 1929, in apmt, Documentos avulsos, lata 1929-F; Paulo Roberto Cimó Queiroz, Uma ferrovia, 411-418.

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company’s inadequate provision of rolling stock. When available, most cars could accommodate at most 18 to 20 head of live cattle, which was not cost-effective for the railroad. Furthermore, service was infuriatingly slow. In 1924, the journey from Campo Grande to Rio took a total of 52 hours, given ideal connections and barring delays, which were in fact quite common. The trip took 26 hours longer between Corumbá and Campo Grande, including 12 hours by boat between Corumbá and the rail head at Porto Esperança. To make matters worse, there were no facilities along the route for feeding cattle or even for providing them with water. Thus, cattle transported from Campo Grande to the São Paulo stockyards were forced to endure a minimum of 40 hours without food or water. Yet these were under ideal conditions since most cattle were forced to suffer up to 7 or 8 days in the cattle cars, receiving little if any attention. It takes no imagination to visualize the deplorable state of the animals at the end of their journey. In purely economic terms, this required a period of recuperation which, considering the costs, was simply prohibitive for rancher and frigorífico alike.27 But the main problem was that there were simply not enough cars for transporting live cattle. From the viewpoint of Noroeste management, it was basic financial logic to favor the São Paulo sector over that of Mato Grosso. By transporting coffee, the railroad operated at a profit in São Paulo, while it ran a constant deficit in its Mato Grosso sector, where only low-value cattle products were available for transport. While most Matogrossenses complained about freight rates, the company in turn lamented that if it were to make its operation profitable in the state, it would have to raise rates so high that no one would be able to pay for them. The railroad certainly had some serious budgetary problems throughout its existence, aggravated between 1930 and the mid-1940s when the proportion of coffee cargos declined as the export market shrank during the worldwide depression, and exhausted coffee lands in São Paulo were converted to ranching. Meanwhile, the problem of insufficient cars continued, as seen. In May 1934, when ranchers in certain areas of Mato Grosso complained they had been waiting over a month for transportation. Many had turned to the drives since they were operating on short-term credit and could not afford delay. Some improvements were reported near the end of the year, but there were too

27 Arlindo de Andrade, Erros, 72-73; Paulo Roberto Cimó Queiroz, Uma ferrovia, 399-411; Ministério da Agricultura, Indústria e Commercio, Estudo dos Factores da Producção nos Municípios Brasileiros e Condições economicas de cada um. Estado de MattoGrosso, Município de Corumbá (Rio de Janeiro: Ministério da Agricultura, 1924), 17; John Hubner ii [US. Vice-Consul in São Paulo], “Rumored Plan for the Encouragement of Immigration of Cattle Raisers into the State of Matto Grosso”, São Paulo, 9 August, 1938, in usna, Reports of the US. Consuls in Brazil, 1910-29, microfilm m-519, roll 27, No. 832.52 am3/22.

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few and they were not continued. By the 1940s, rail service once again had deteriorated in Mato Grosso, although the Getúlio Vargas dictatorship (1930-1945) belatedly began to invest in transportation and settlement in the region during World War ii.28 In the end, the railroad failed to bring the rapid development eagerly anticipated by Matogrossenses. Even when the government took over operations, it did little to stimulate exports, serving more to introduce people and goods into the state than the opposite. Producers were forced to be innovative in seeking solutions, but inadequate or non-existent transportation meant that “improvements” were delayed in the Mato Grosso cattle industry. Once again, the limited opportunity offered by rail transport illustrates the segmented character of Mato Grosso ranching. This went beyond river and rail, as outside assessments of the inadequacy of ranching to meet the challenges of a modern market focused on the form of ranching, the lack of “rational” husbandry, and the inadequacy of the cattle breeds raised in the state.

3. “Rational” Ranching, Improvements, and Cattle Breeding Over much of the period under study, ranching in the region received a good deal of criticism for its underdevelopment. In 1907, Virgílio Alves Corrêa listed the reasons why ranching could not progress in the state. In addition to high import taxes and freight rates and poor transportation service, he outlined the “ease” with which ranching could be undertaken, and criticized the government’s failure to recognize the importance of the industry to the region and to its own income, despite its reliance on taxes from cattle production. But he did not spare the form of ranching from his criticism, and especially condemned the practice of communal cattle raising and the burning of fields, which exhausted pastures and added to care costs and losses of animals due to lack of oversight. Corrêa urged the federal government to support local ranching through subsidies, tax exemptions and free technical training.29 The concern was primarily one of open-range ranching. Until land took on a value as something other than a medium for animals to go forth into and multiply upon, cattle raising relied on nature for its survival. There was a certain logic in this, for if climate is sufficiently benign, as it was in most of Mato Grosso, cattle could survive on their own with few if any

28 Fernando de Azevedo, Um Trem Corre, 182-185, and 191-196; Paulo Roberto Cimó Queiroz, Uma ferrovia, 347358, and 395-411; Carlos Araujo, “A exportação dos bovinos”, Jornal do Commercio 14 (1934): 1 and 4; “A regularisação do trafego da E.F. Noroeste”, Jornal do Commercio 14 (1934): 1 and 4; Evolução histórica sul Mato Grosso (São Paulo: Organização Simões, n/d.) 133. 29 Virgílio Alves Corrêa, “Aos Fazendeiros”, 13-20, and 28-31.

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inputs from ranchers. There was little competition from wild herbivores, predators were a nuisance but not a major threat, and there was plenty of forage and even natural salt in some regions to sustain significant numbers of animals. Naturally, the quality of cattle for meat production was often inferior compared to that of more developed livestock economies like Argentina or Rio Grande do Sul, for the flesh of a semi-feral animal is inevitably lean and tough, and the quantity and quality of meat and hides produced by such cattle generated only limited income. This was a business of subsistence ranching, despite the vast expanses of territory claimed by some ranchers, and unless the expensive inputs necessary for improvements were compensated for by higher cattle prices, little attempt could be expected to be made to improve the situation. Here, the isolation of Mato Grosso was decisive, for the cost of raising an animal any other way could not be recovered in its sale. Poor transportation, scarce rural credit, high taxes and competition from other ranching areas of Brazil combined to prevent Mato Grosso ranchers from modernizing their operations, even if they possessed the will and knowledge necessary for a modest beginning. Under these circumstances, open-range ranching was not due to a simple “backward” view of the world, but rather the only available response to environmental and economic conditions that limited the ranchers’ scope of action.30 As noted, official action to rectify these conditions was seldom forthcoming, although solutions were consistently proposed. World War i was the greatest stimulus, even though the process had begun a few years before the war. In 1912, President Costa Marques suggested control of the sale of breeder-age cows and heifers, subdivision of large ranches, introduction of fencing on a wider scale, improvement of transportation facilities, and development of an effective medicine to combat peste de cadeiras (surra) in horses, a disease that was common in the Pantanal. He suggested that the state offer assistance in finding a cure and authorized establishing an experimental ranch to improve cattle breeds. These suggestions, though not particularly new, now fell on more responsive ears thanks to the wartime demand for cattle products, and some measures were eventually taken to support the sector.31 World War i motivated the state to support the creation of a live cattle market (feira de gado) in 1919 at Três Lagoas on the Paraná River. This measure was intended to encourage the application of modern ranching methods as practiced in Argentina and the United States, and

30 Mensagem dirigido pelo Dr. Caetano Manoel de Faria e Albuquerque, Presidente de Matto Grosso, Assembléa Legislativa, 15 de maio de 1916 (Cuiabá: Typ. Official, 1916), 15-18 and 89-97; A Feira de Gado de Tres Lagoas, Creação e installação (São Paulo: n/p., 1922), 70. 31 Mensagem pelo Dr. Joaquim A. da Costa Marques, Presidente do Estado à Assembléa Legislativa, 13 de maio de 1913 (Cuiabá: Typ. Official, 1913), 33-34; S. Cardoso Ayala and Feliciano Simon, Album Graphico, 290-292.

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to aid in the marketing of Mato Grosso cattle to the São Paulo slaughterhouses. As it turned out, however, the operation was both insufficient and poorly maintained.32 The experience of the Feira de Gado reflects the government’s contradictions with respect to promoting cattle production. The feira had operated since 1920 under private concession, but by 1925 it had contributed little to stimulate either local business or the Mato Grosso cattle industry in general. Letters written to the Três Lagoas weekly A Noticia in mid-1925 explained that the best efforts of the directors had achieved nothing because the state government offered the feira little support. Bridges along the cattle trails linking the cattle center of Campo Grande with Três Lagoas had still not been built, the feira offered neither pesticide baths nor developed pastures, there was no zootechnical station, and there was not enough water or electricity. They also mentioned that the demand for cattle was greater than supply at the time, hence animals were purchased in the traditional way, on the ranches themselves, bypassing the feira altogether and undermining the promise of competition and higher prices that the feira represented. The president’s address of the following year bowed to the critics and admitted that as long as bridges between Três Lagoas and Campo Grande were not completed, and due to the traditional type of cattle raising practiced in the state, the feira was simply irrelevant. He might also have added high taxes charged by the feira, while a serious obstacle to greater expansion, accessible credit, required the intervention of the state in the marketplace, a measure that was extremely slow in coming.33 There was some hope, however, as reported in another Três Lagoas newspaper. At the start of 1927, a veterinary post was opened to ranchers. It was under the direction of the federal Ministry of Agriculture and offered information, vaccines and other medicines. This was apparently part of a rudimentary program undertaken by the federal government, one for which rancher organizations and the state government had lobbied for years. It appears to have stood alone until an agricultural station for the study of pastures and local conditions was set up in the Pantanal after World War ii. However, in 1918 the federal government also proposed to set up a fazenda modelo (model ranch) in Campo Grande, on land provided by the state. In his 1925 report, state President Mario Corrêa

32 Feira de Gado de Tres Lagoas, Creação e installação, 7-10, and 23. 33 Bruno Garcia, “A Cia. Feira de Gado, tem nos beneficiado? Não”, A Noticia, Tres Lagoas, 6 August, 1925, 1; A. G., “Com a Feira”, A Noticia, 13 August, 1925, 6; Mensagem dirigido à Assembléa Legislativa em 13 de maio de 1926 pelo Dr. Mario Corrêa da Costa, Presidente do Estado de Mato Grosso (Cuiabá: Typ. Official, 1926), 98-100; Carlos Gomes Borralha, “Relatorio da Secretaria da Agricultura, Industria, Commercio, Viação e Obras Publicas, referente ao exercicio de 1921”, in apmt, Documentos avulsos, lata 1921-C.

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da Costa that the model ranch at Campo Grande was not yet functioning, even though the state had bought the land and donated it to the Ministry of Agriculture, and a director had been appointed in 1924. The ranch was still idle in 1929.34 With the Getúlio Vargas dictatorship, however, Rio paid more attention to establishing Brazil’s hold on its remote regions than had previous governments and by 1936 the ranch was in operation, introducing exotic grasses and engaging in breeding experiments under the direction of the Ministry of Agriculture. Although extremely limited in its scope until the cattle economy began to expand in the 1960s, the site became part of the national center for the study of beef cattle in 1977, under the auspices of the federal Empresa Brasileira de Pesquisa Agropecuária (embrapa).35 The original breeds of cattle in Mato Grosso were muscular, heavy-boned animals with short legs, long curved horns, and powerful front quarters, similar to the famous Longhorn cattle that roamed the North American range. Over time, a series of regional breeds with specific adaptations developed as products of natural selection. The most noticeable development was the enlargement of horns, a necessary feature in an open-range ranching system for defense against predators, as well as wider hooves, thicker hides and stronger constitutions. Observers noted the slow maturation, light weight, and allegedly weak hindquarters as the principal results of the so-called “degeneration” of Zebu, while their meat was also considered tough and sinewy. Furthermore, the cattle had become semi-feral: they shied away from humans and readily put up a fight at roundup time, thereby displaying a temperament that was hardly ideal for raising cattle on a commercial scale.36 Such obstacles indicate the relative underdevelopment of the local ranching industry in producing cattle to supply a broader market outside of the state. There were regular calls for improvement of breeds over the decades, particularly in terms of importing

34 “Posto de Assistencia Veterinaria”, Gazeta de Commercio 7, Tres Lagoas, 16 January, 1927, 1; Mensagem dirigido pelo Dr. Caetano Manoel de Faria e Albuquerque, Presidente de Matto Grosso, Assembléa Legislativa, 15 de maio de 1916 (Cuiabá: Typ. Official, 1916); Mensagem à Assembléa Legislativa, 13 de maio de 1927, por Mario Corrêa, Presidente do Estado de Mato Grosso (Cuiabá: Typ. Official, 1927), 155; “Letter from the director of the Fazenda Modelo de Criação, A. Teixeira Vianna, to the president of Mato Grosso”, Campo Grande, 2 August, 1925, in apmt, Documentos avulsos, lata 1925-B; Mensagem apresentado à Assembléa Legislativa pelo Presidente de Mato Grosso, Dr. Annibal Toledo, 13 de maio de 1930 (Cuiabá: Typ. Official, 1930), 18-24. 35 Arlindo de Andrade, Erros, 77; Dolor F. Andrade, Mato Grosso e a sua pecuaria (São Paulo: Universidade de São Paulo, 1936), 8; “Histórico”, Embrapa. Gado de Corte, <http://www.cnpgc.embrapa.br/index.php?pagina=unidade/ historicounidade.htm>. 36 S. Cardoso Ayala and Feliciano Simon, Album Graphico, 288-289; Eduardo Cotrim, A Fazenda Moderna: Guia do Criador de Gado Bovino no Brasil (Brussels: Typ. V. Verteneuil et L. Desmet, 1913), 135-145; Miguel Arrojado Ribeiro Lisboa, Oeste de S. Paulo, 136-137; Otavio Domingues and Jorge de Abreu, Viagem de estudos, 17.

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European stock, again taking the phenomenal success of Argentina and Rio Grande do Sul as models worthy of emulation. Government officials, ranchers, veterinarians, even presidents of the state, all suggested the introduction of Northern European breeds to improve local stock. There was a clear belief that the Mato Grosso ranching industry required larger, more productive animals if it was to provide greater wealth for ranchers and the state, but there was less understanding of the character of tropical ranching and the suitability of breeds to the region.37 The first major effort to import purebred European animals into Mato Grosso was undertaken by Brazil Land, which introduced a thousand purebred Durham and Shorthorn cattle from Texas just before World War i. This experiment was copied by a few ranchers in the region, particularly other foreign interests, but soon proved to be an abysmal failure. The breeds were hardly acclimatized to the Mato Grosso environment, unaccustomed as they were to the local forage, and they suffered from the intense sun and humidity, insect plagues as well as from the unfamiliar forage, finally succumbing to unusually harsh winters in 1917 and 1918. Considering their relatively delicate constitution, the animals may not have received the care they required, but the experience convinced Brazil Land of the need to raise more rustic breeds, and other ranchers of the inadvisability of importing any more European animals. The railroad’s inability to provide regular transport for livestock also contributed to this decision. The solution chosen by Brazil Land, and already begun by a number of ranchers in the state, was to introduce Zebu (Bos indicus) and Zebu crosses. This exotic Indian breed was given the stimulus needed to consolidate its penetration of Mato Grosso, creating a cattle ranching revolution in the process.38

4. The Zebu Revolution Between 1893 and 1914 over 2,000 breeder Zebu were imported into Brazil from India, one-half of them destined directly for the Triângulo Mineiro of western Minas Gerais state bordering on Mato Grosso. The Triângulo soon became the focus of Zebu raising in Brazil,

37 Miguel Arrojado Ribeiro Lisboa, Oeste de S. Paulo, 140; J. Carlos Travassos, Industria pastoril: conferencia realisada na Sociedade Nacional de Agricultura (Rio de Janeiro: Sociedade Nacional de Agricultura, 1898), 35-36; Fernand Ruffier, Dos meios de melhorar as raças nacionaes. Primeira Conferencia Nacional de Pecuária (Rio de Janeiro: n/p., 1917), 58-59 and 65-66. For a revealing discussion of the experience in Rio Grande do Sul just a few years previously, see Stephen Bell, Campanha Gaúcha: A Brazilian Ranching System, 1850-1920 (Stanford: Stanford University Press, 1998), 99-117. 38 Virgílio Corrêa Filho, A proposito, 48-50; Paulo de Moraes Barros, O sul de Matto Grosso e a pecuaria (São Paulo: Sociedade Rural Brasileira, 1922), 12 and 17-21.

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and not even World War i discouraged importers. Between 1914 and 1921, when extensive imports ended, over 3,300 Zebu had been brought into the country.39 Considering the proximity of Mato Grosso to the Triângulo, it is no surprise that Zebu soon made their way into that state. Occasional introduction of the breed into Mato Grosso began soon after 1895. Several ranchers, particularly in the Campo Grande area, bought Zebu in Minas for resale in Mato Grosso or for their own ranches. Paulo Coelho Machado reported that his grandfather, Antônio Rodrigues Coelho, drove a herd of local cattle to Uberaba for sale in 1906, but due to a national economic recession could not sell the animals and was forced to trade his herd for 400 Zebu. He brought them back to his ranch near Nioac, keeping one-half for himself and selling the rest. Coelho later declared that this was the best investment he had ever made, since the quality of his stock improved significantly when the Zebu were crossed with “degenerated” local cattle. They were also admired for their adaptability to harsh environmental conditions like the regular flooding of the Pantanal or the periodic droughts of the cerrado, as well as their endurance on the long drives to fattening pastures in São Paulo.40 Nevertheless, ranchers in Mato Grosso did not always acquire Zebu as a matter of choice. Until the boom brought about by the First World War, the most important route for the export of Mato Grosso cattle was through Minas, also the major source for breeder animals. As a result, drovers from Minas often arrived in Mato Grosso for the annual cattle-drives trailing small herds of breeder Zebu as partial or full payment. In many cases, ranchers in Mato Grosso had little option but to accept Zebu blood into their herds since other breeds were almost impossible to find, or at the very least prohibitively expensive. Nonetheless, breeder Zebu were not exactly cheap. Around the turn of the century a purebred bull in Mato Grosso could fetch as much as US$1,000 to $1,200, while a cross brought $400 to $600. These were exorbitant prices for the day, but as more animals became available, prices declined.41 Still, few Mato Grosso ranchers could afford purebred cattle, or even the periodic purchase of crossed animals. The result was a gradual decline in animal precocity, average weight, and resistance to the open-range ranching conditions under which they lived. As early as 1907

39 Maria Antonia Borges Lopes and Eliane M. Marquez Rezende, abcz, 50 Anos de História e Estorias (Uberaba: Associação Brasileira de Criadores de Zebú, 1984), 31; Alberto Alves Santiago, O zebu na Índia, no Brasil e no mundo (Campinas: Instituto Campineiro de Ensino Agrícola, 1985), 119-134, 143 and 168-171. 40 Dolor F. Andrade, Mato Grosso, 6; Rodolpho Endlich, “A criação do gado vaccum nas partes interiores da America do Sul”, Boletim da Agricultura 3: 12 (1902): 745; Paulo Coelho Machado, A Rua Velha; Pelas ruas de Campo Grande, vol. i (Campo Grande: Tribunal de Justiça de Mato Grosso do Sul, 1990), 93-95. 41 Miguel Arrojado Ribeiro Lisboa, Oeste de S. Paulo, 152-153; Paulo Coelho Machado, A Rua Velha, 93.

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Lisboa noticed that after four or five generations the Zebu’s initial hardiness had disappeared, and the cattle had degenerated in all respects, especially in terms of body weight. They were still considered ideal as traction animals and for their ability to tolerate the long drives, but they were no longer producing as they had done in the past.42 Selective breeding and care were the crux of the matter. In itself, the Zebu was not prone to inevitable “degeneracy” as many of its detractors claimed, but inadequate attention did lead to a decline in quality over several generations. Fernand Ruffier and others have argued that the best way to improve cattle quality in Brazil (as always, compared to the phenomenal success of Argentina) was to create conditions under which the animals could prosper, including better pastures, closer attention by ranchers, and the establishment of zoo-technical education facilities. Allegedly, this was not understood by Brazilian ranchers, who believed that by simply injecting some Zebu blood into their herds, they could produce some miraculous breed that would require no further care. While this attitude did in fact exist, the ranchers’ reluctance to practice such crossbreeding, particularly in regions like Mato Grosso, was more a matter of the expense involved. The financial reward for such care was either limited or non-existent and, therefore, the richest ranchers could afford the investment.43 Another issue was the quality of Zebu meat. Zebu detractors argued that the breed had less fat than European cattle and was thus unpalatable to the European consumer, compared to beef exported by Argentina. This argument was used by the London Board of Trade in 1918 when it banned the import of beef from Brazil. It is true that Zebu carry their flesh quite differently from other varieties of beef cattle, since animals of European origin usually have a thicker layer of subcutaneous fat to protect them against the cold, while Zebu generally show less marbling. This makes Zebu meat not only leaner, but also drier and potentially tougher when cooked. In today’s world of health consciousness this might be considered a benefit, but it was a definite disadvantage at that time, particularly since Brazilian beef was in competition with the prized beef produced in Argentina. Fresh beef was seldom consumed in Brazil, except by the wealthiest, and even that group preferred lean cuts, so Zebu meat found a ready market among them. Nevertheless, since the future of the industry depended on exports, especially to Britain, the ban imposed by London caused consternation.44

42 Miguel Arrojado Ribeiro Lisboa, Oeste de S. Paulo, 139. 43 Fernand Ruffier, Dos meios, 39-42, 58-59, 65-66 and 72-78; Antonio da Silva Neves, Primeira conferencia nacional de pecuária; origem provável das diversas raças que povoam o territorio patrio, alimentação racional, hygiene animal (São Paulo: n/p., 1918), 58-59 and 63-68. 44 Fernand Ruffier, Guerra ao Zebú, um pouco de agua fria... (Castro: n/p., 1919), 7-10; Octávio Domingues, O Zebu, sua reprodução e multiplicação dirigida (São Paulo: Nobel, 1971), 40 and 43.

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The resulting furor saw some extremists calling for an end to the import of Zebu breeder- stock and the slaughter of all Zebu, so as to concentrate exclusively on the raising of European, and above all, English breeds. Ruffier responded by making a few salient points. He explained that the English had rejected Brazilian meat based on its poor quality which, despite the rhetoric of the London decree, had nothing to do with its Zebu origin. The Frenchman blamed poor preparation by the frigoríficos. Affected by the feverish demand for meat brought about by the war, scrawny animals were often slaughtered immediately upon their arrival from grueling three-month drives, followed by an excessively rapid freezing process that damaged the meat. As a result, the meat sent to England suffered from freezer burn, and was therefore tough and discolored. He concluded that such a poor product was the consequence of slaughterhouse haste, and pointed out that, along with the ban the Board of Trade had also openly recommended that Brazil import purebred English bulls to rejuvenate its herds. For Ruffier, this was an obvious British attempt to promote the interests of British breeders. It would not be the first time that London had used a seemingly minor issue to manipulate the market in for its own benefit.45 Despite such attacks, Zebu came to dominate as the major breed in central Brazil, largely due to its ability to thrive in varied tropical conditions and because it could easily withstand long and arduous cattle drives. In fact, for some observers Zebu revolutionized tropical ranching as they became the main breed in Mato Grosso by the 1930s. By 1940 the state reportedly had a higher proportion of Zebu in its herd than any other region of Brazil. Most of the Zebu were not purebred, however, since they were products of both deliberate and uncontrolled crosses with local animals. This only began to change in the 1950s when purebred animals were introduced, thus creating the conditions for Mato Grosso to become one of the country’s major cattle-raising regions in later decades. Indeed, for many the eventual success of Zebu in Mato Grosso revolutionized tropical ranching across both the country and the continent, since Zebu are now the predominant breed in Brazil. This helped to open up the sector to initiatives that eventually overcame many of the obstacles outlined in this essay, including more dedicated government programs, the introduction of exotic grasses, and the development of more efficient transportation structures, and provided lessons that would be applied well beyond Mato Grosso itself.46

45 Fernand Ruffier, Guerra ao Zebú, 18-28. 46 Virgílio Corrêa Filho, A propósito, 44-46; “A creação em Matto Grosso”, Brasil Agrícola 1 (1916): 362-363; Gervásio Leite, O gado na economia matogrossense (Cuiabá: Escolas Profissionais Salesianos, 1942), 9-11; Antonio Carlos de Oliveira, Economia pecuária do Brasil Central: Bovinos (São Paulo: Departamento Estadual de Estatística de São Paulo, 1941), 184-185.

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Conclusion Ultimately, the conditions for successful cattle raising in Mato Grosso were promising but limited by a combination of remoteness from the rest of the country and its consumer markets, demanding geographical environments, limited fiscal attention to the region, weak transportation structures, and preconceptions regarding the quality of animal husbandry in the minds of observers and experts alike. Commodity chains in a region like Mato Grosso suffered from many broken links and rusty connections, obstacles that led to the slow and uneven development of ranching up until the late twentieth century. The dynamism seen in other economic sectors of Brazil over the same time period overshadowed the experience of Mato Grosso ranching and led to a general lack of appreciation of its significance. As impediments were overcome, beginning in the late twentieth century, what has been overlooked is the fact that the earlier struggles of the state’s cattle sector provided valuable lessons that were eventually instrumental in expanding economic opportunities, not only in Mato Grosso but in other regions as well, most particularly the Amazon, and with decidedly mixed results. Given today’s controversies surrounding the widespread social and environmental impacts of tropical ranching, this experience of Mato Grosso deserves greater attention.

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Marisa Moroni

Profesora de Historia Argentina Contemporánea en la Universidad Nacional de La Pampa (Argentina). Doctora en Historia de la Universidad de Sevilla (España) e Investigadora Asistente del conicet en el Instituto de Estudios Sociohistóricos de la unlpam (Argentina). Ha desarrollado estudios de formación y especialización en historia de la justicia en la Escuela de Estudios Hispanoamericanos csic (España). Una de las principales líneas de investigación de la autora se vincula con los procesos de institucionalización de la justicia dentro de Argentina, de la cual se destacan los siguientes artículos: “Práctica judicial, discursos y representaciones letradas en el Territorio Nacional de La Pampa, primera mitad de siglo xix”, en El delito y el orden en perspectiva histórica. Nuevos aportes a la historia de la justicia penal y las instituciones de seguridad en Argentina, comps. Ricardo D. Salvatore y Osvaldo Barreneche (Rosario: Prohistoria, 2013), 47-60; “Orden social, delito y castigo en el Territorio Nacional de La Pampa, 1920-1930”, en Los estados del Estado. Instituciones y agentes estatales en la Patagonia 1880-1940, coords. Fernando Casullo, Lisandro Gallucci y Joaquín Perren (Rosario: Prohistoria, 2013), 43-62. marisa_moroni@yahoo.com.ar

Artículo recibido: 19 de noviembre de 2012 Aprobado: 16 de abril de 2013 Modificado: 22 de mayo de 2013

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit51.2013.05

Ï Este artículo es resultado de las actividades desarrolladas por la autora como Investigadora Asistente del conicet y del proyecto “Modernidades en los márgenes. Sociedad y cultura en La Pampa (1882-1991)”, picto-2011-0208, financiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica de Argentina-unlpam.

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Abigeato, control estatal y relaciones de poder en el Territorio Nacional de La Pampa en las primeras décadas del siglo xx Resumen: En este artículo se examinan las características del abigeato en La Pampa en las primeras décadas del siglo xx. El objetivo principal de esta investigación es reconocer la difusión de valores sociales sobre el robo de ganado en el ámbito de la justicia y la prensa. Se analizan los mecanismos estatales para su control y los actores sociales involucrados en el robo, la comercialización y el transporte de ganado, para complejizar las interpretaciones que asocian este delito únicamente a los sectores subordinados de la sociedad pampeana. Palabras clave: La Pampa, siglo xx, administración de justicia, delincuencia, robo de ganado, Estado.

Cattle Raiding, State Control, and Power Relations in the National Territory of La Pampa During the First Decades of the 20th Century Abstract: This article examines the characteristics of cattle raiding in La Pampa during the first decades of the 20th century. The main objective of this research was to recognize the spread of social values regarding cattle theft in the fields of justice and press. We analyze the mechanisms of the state to control cattle theft and the social actors involved in stealing, commercializing, and transporting cattle, to make more complex the interpretations that only associate this crime to subordinate sectors of the society of La Pampa Keywords: La Pampa, 20th century, administration of justice, delinquency, cattle theft, State.

Furto de gado, controle estatal e relações de poder no Território Nacional de La Pampa nas primeiras décadas do século xx Resumo: Neste artigo, examinam-se as características do furto de gado em La Pampa nas primeiras décadas do século xx. O objetivo principal desta pesquisa é reconhecer a difusão de valores sociais sobre o furto de gado no âmbito da justiça e da imprensa. Analisam-se os mecanismos estatais para seu controle e os atores sociais envolvidos no furto, na comercialização e no transporte de gado, para problematizar as interpretações que associam esse delito unicamente aos setores subordinados da sociedade pampiana Palavras-chave: La Pampa, século xx, administração de justiça, delinquência, furto de gado, Estado.

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Introducción

L

as campañas militares de 1879 y 1885 cerraron el proceso de incorporación de las tierras de las sociedades indígenas al Estado argentino1. La ley 1532 de Organización de los Territorios Nacionales determinaba el marco político e institucional de las regiones apropiadas violentamente por el Ejército y fijaba los límites administrativos de estos espacios2. Mientras esto sucedía, en el Territorio Nacional de La Pampa, la llegada de migrantes de provincias limítrofes y, en un porcentaje menor, de extranjeros de nacionalidad española e italiana definió la composición poblacional de la nueva sociedad3. Entre 1887 y 1895, la tasa de crecimiento de la población alcanzó un aumento del 10,1% anual, con predominio de la población rural sobre la urbana y una mayor presencia masculina en todo el Territorio4. En esta primera etapa, la ganadería constituyó la principal actividad productiva, según los datos censales de 1914; la cría del bovino fue dominante, y ello se reflejó en el aumento

1

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2

La ley 1532 fue sancionada el 10 de octubre de 1884; establecía la creación de nueve gobernaciones: La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz, Tierra del Fuego, Misiones, Formosa y Chaco. El Ejecutivo nacional, con acuerdo del Senado, nombraba un gobernador para cada unidad administrativa por un período de tres años y contemplaba la posibilidad de reelección. A poco de entrar en vigencia, la ley 1532 fue cuestionada, especialmente, en los aspectos vinculados a la organización del poder judicial y la relación con el Ejecutivo. Jorge Etchenique, Pampa Central. Movimientos Provincialistas y Sociedad Global. Primera y Segunda Parte (1884-1924 y 1925-1952) (Santa Rosa: Subsecretaría de Cultura, 2001-2003); “Ley Nº 1532 de organización de los Territorios Nacionales, 16 de octubre de 1884. Congreso Nacional”, en Anales de Legislación Argentina. Complemento años 1881-1888 (Buenos Aires: La Ley, 1954), 141-145.

3

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4

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de la proporción de animales por hectárea5. La explotación del vacuno y el lanar acompañó el proceso de valorización de las tierras6; por tanto, la atención de las autoridades territoriales se focalizó en la regulación de la propiedad, la comercialización y el transporte del ganado. Este nuevo auge llevó a la adopción de un conjunto de instrumentos normativos, como los reglamentos provisorios de 1886 y 1890, el Código Rural de la provincia de Buenos Aires, el Código de Procedimientos de la Capital Federal, el Código Rural para los Territorios Nacionales de 1894 y el Código de Policía de los Territorios7, que intentaron reprimir el creciente robo de ganado. En este camino se experimentaron propuestas y proyectos diversos de creación de cuerpos especiales de control para las zonas rurales como la Policía Fronteriza y la Gendarmería de Línea8. En definitiva, siguiendo la orientación analítica de los estudios sobre el abigeato realizados para la campaña bonaerense, se trataba de armonizar el despliegue de políticas estatales para imponer la inviolabilidad de la propiedad privada con el desarrollo de relaciones de tipo capitalista9. No obstante, a comienzos de siglo xx el hurto de ganado continuó siendo uno de los delitos que más páginas ocupó en las noticias policiales de La Pampa, así como en las Memorias de Gobierno de los agentes encargados de conducir el proceso de institucionalización. Por lo que una de las primeras medidas del Ejecutivo fue decretar la obligatoriedad del Registro de Marcas en todo el Territorio con anterioridad a la sanción del Código Rural de los Territorios Nacionales de 1894.

5

Un acercamiento específico a los ciclos productivos a partir de la información censal y estadísticas de producción, en: Andrea Lluch, “La economía desde la ocupación capitalista a la crisis del ’30 y los años posteriores”, en Historia de La Pampa, 129-161.

6

Los estudios regionales indican que el aumento de la demanda de tierras, las mejoras introducidas en las propiedades rurales, en el plantel ganadero, así como el crecimiento demográfico y la puesta en producción de los campos, contribuyeron a una acelerada valorización de las tierras. Miguel Guérin, “La población pampeana (1887-1920)”, Revista de la Universidad Nacional de La Pampa 1 (1980): 51-66; Andrea Lluch y Selva Olmos, “Producción y redes de comercialización de lanas en La Pampa”, en Tierra adentro... Instituciones económicas y sociales en los territorios nacionales (1884-1951), eds. Andrea Lluch y Marisa Moroni (Rosario: Prohistoria, 2010), 19-43.

7

Los aspectos que regía el Código de Policía de los Territorios Nacionales, en: Oscar Ernesto Mari, “Milicias, delito y control estatal en el Chaco (1884-1940)”, Mundo Agrario 6: 11 (2005): 1-31; Pablo Navas, “La compleja dimensión del control social en los Territorios Nacionales. El caso de la policía de Santa Cruz (1884-1936)”, en Actas 3as Jornadas de Historia de la Patagonia. San Carlos de Bariloche, Universidad Nacional del Comahue, 2008.

8

Un estudio de las Policías Fronterizas en los territorios patagónicos, en: Pilar Pérez, “Las policías fronterizas: mecanismos de control y espacialización en los territorios nacionales del sur a principios del siglo xx”, en Actas xii Jornadas Interescuelas de Historia. San Carlos de Bariloche, Universidad Nacional del Comahue, 2009, y Graciela Suárez, “La Policía en la Región Andina Rionegrina 1880-1920”, Pilquen 5 (2003): 1-22.

9

Véase: Melina Yangilevich, Estado y criminalidad en la frontera sur de Buenos Aires (1850-1880) (Rosario: Prohistoria, 2012); Ricardo Salvatore, Subalternos, derechos y justicia penal. Ensayos de historia social y cultural argentina 1829-1940 (Buenos Aires: Gedisa, 2010).

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Entre las denuncias realizadas se identifican el desposte para consumo personal, el arreo de pequeños rodeos para la venta en frigoríficos o carnicerías, la circulación de reses sin guía de transporte ni marca, la venta de cueros y el cerdiado10, en el caso de hurto de caballos. Algunos estudios señalan que en la Campaña Bonaerense, los responsables “fueron por lo común, gente con poco arraigo en la comunidad local”11. En el caso examinado, en cambio, se observó, especialmente, la participación de diversos intereses y sectores sociales que conjugaban prácticas, relaciones y experiencias, para eludir las normas coercitivas que ensayaban los agentes de control en el variopinto paisaje pampeano. Los transgresores no sólo fueron trabajadores estacionales o “desconocidos”, también se identificaron fuertes vínculos con funcionarios policiales y judiciales, martilleros y consignatarios de hacienda que conocían los circuitos de comercialización en las provincias limítrofes de Córdoba, San Luis, Mendoza y Buenos Aires. Esta problemática se conoce a través de una serie de investigaciones realizadas en diferentes regiones de América Latina, que han reflexionado sobre las modalidades delictivas, la procedencia y el perfil de los abigeos, así como la compleja relación entre los intereses de los propietarios y del Estado12. En Argentina, de manera particular, los estudios dedican su atención a los procesos judiciales vinculados con el robo de ganado en la provincia de Buenos Aires durante la primera mitad del siglo xix e identifican la participación de indígenas y de “paisanos pobres” en los ilícitos13, al igual que la connivencia entre productores, hacendados y pulperos para maximizar las ganancias del comercio legal14, mientras que los estudios que incluyen la temática del cuatrerismo en los

10 En los expedientes analizados referidos a causas iniciadas por hurto de equinos era habitual la convocatoria a los propietarios de comercios de ramos generales para informar si los acusados vendían allí las cerdas de los caballos. 11 Véase: Ricardo Salvatore, Subalternos, derechos, 73. 12 Carlos Aguirre y Charles Walker, Bandoleros, abigeos y montoneros. Criminalidad y violencia en el Perú, siglos xviii-xx (Lima: Pasado y Presente/Instituto de Apoyo Agrario, 1990); Paul Vanderwood, “Los bandidos de Manuel Payno”, Historia Mexicana 44: 1 (1994): 107-139; María Aparecida de S. Lópes, “Los patrones de la criminalidad en el estado de Chihuahua. El caso del abigeato en las últimas décadas del siglo xix”, Historia Mexicana 50: 3 (2001): 513-533; Mauricio Rojas, “Aspectos económicos relacionados con el delito de abigeato en la provincia de Concepción, 1820-1850”, Cuadernos de Historia 26 (2007): 33-56. 13 Raúl Mandrini, “¿Solo de caza y robo vivían los indios? Los cacicatos pampeanos del siglo xix”, Siglo xix Revista de Historia 15 (1994): 5-24; Raúl Fradkin, “Según la costumbre del pays: costumbre y arriendo en Buenos Aires durante el siglo xviii”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” 11 (1995): 39-64. 14 Raúl Fradkin, “Bandolerismo y politización de la población rural de Buenos Aires tras la crisis de la independencia”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos 5 (2005): s/p., consultado el 10 de mayo de 2013, <http:// nuevomundo.revues.org/309>; Melina Yangilevich, “Abigeato y administración de justicia en la campaña bonaerense durante la segunda mitad siglo xix”, Anuario del Instituto de Historia Argentina 8 (2008): 123-150. Al mismo tiempo, algunos autores sugieren que la criminalidad rural reflejaba un conflicto de clases. Ver: Richard Slatta, “Rural Criminality and Social Conflict in Nineteenth-Century Buenos Aires Province”, Hispanic American Historical Review 60: 3 (1980): 450-472.

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Territorios Nacionales focalizan su atención en la clasificación e identificación de los bandoleros, y el escaso poder de la Policía para enfrentar este tipo de delito15. En el caso de La Pampa, por otro lado, las investigaciones relacionadas con la producción ganadera dedican su atención a definir la estructura económica, los ciclos productivos, la asignación de recursos y los circuitos comerciales controlados16. Sin embargo, es marginal el conocimiento sobre las prácticas vinculadas al delito de abigeato y a la comercialización ilegal de ganado, en un espacio donde la producción del vacuno constituyó uno de los motores de la economía territorial. Este trabajo constituye así una exploración inicial que intenta conjugar el desarrollo de la ganadería extensiva, atendiendo específicamente a la relación entre normas, representaciones y prácticas consideradas “fuera de la ley”. Para ello, se exploraron los procesos judiciales pertenecientes al Juzgado Letrado Nacional del Crimen de La Pampa (1886-1901 y 1910-1920) y los aspectos reglamentarios y normativos elaborados por la Gobernación (decretos y memorias del Ejecutivo pampeano). La información fue completada con los registros periodísticos de los diarios La Capital y La Autonomía, que circularon en el Territorio de La Pampa durante las dos primeras décadas del siglo xx. En este artículo se avanzó en el estudio de algunas de las particularidades que asumió el delito de abigeato en La Pampa en las primeras décadas del siglo xx, las cuales son expuestas a través de dos apartados fundamentalmente. En el primero se analizarán los instructivos policiales y judiciales de origen local y los instrumentos de control estatal nacional. En el segundo se reconocerán las diferentes formas de manifestación de una actividad ilícita que confería beneficios económicos a diversos sectores, si se atiende al relato que suscribía la prensa pampeana.

15 Oscar Ernesto Mari, “Inseguridad y bandidaje en el Territorio Nacional del Chaco (1917-1940)”, Cuadernos de Geohistoria Regional 30 (1994): 1-171; Gabriel Rafart, “Crimen y castigo en el Territorio Nacional del Neuquén, 1884-1920”, Estudios Sociales 6 (1994): 73-84; Susana Debattista, Carla Bertello y Gabriel Rafart, “El bandolerismo rural en la última frontera: Neuquén 1890-1920”, Estudios Sociales viii: 14 (1998): 129-147; María Elba Argeri, De guerreros a delincuentes. La desarticulación de las jefaturas indígenas y el poder judicial. Norpatagonia, 1880-1930 (Madrid: csic/Colección Tierra Nueva/Cielo Nuevo, 2005); Melisa Fernández Marrón, “De malandrines y cuatreros influyentes. Policía y redes de poder en el mundo rural pampeano”, en Historia social y política del delito en la Patagonia, ed. Gabriel Rafart (Neuquén: Educo, 2010), 327-350; Gabriel Rafart, “Violência rural e bandoleirismo na Patagônia”, Topoi 12: 22 (2011): 118-136. 16 Sergio Maluendres, “De condicionantes y posibilidades: los agricultores del sureste productivo del Territorio Nacional de La Pampa”, en Huellas en la tierra. Indios, agricultores y hacendados en la pampa bonaerense, coords. Raúl Mandrini y Andrea Reguera (Tandil: iehs, 1993), 289-323; Sergio Maluendres, “El proceso de conformación de la frontera productiva en La Pampa”, en Arando en el desierto, eds. Ana María Lassalle y Andrea Lluch (Santa Rosa: Universidad Nacional de La Pampa, 2001), 23-34; Andrea Lluch, “Las manos del mercado. Hacia una identificación de los intermediarios comerciales del cercano oeste (1895-1914)”, en Al oeste del paraíso. La transformación del espacio natural, económico y social en la Pampa Central (siglos xix-xx), eds. María Silvia Di Liscia, Ana María Lassalle y Andrea Lluch (Buenos Aires: Miño y Dávila, 2008), 15-40; Andrea Lluch y Selva Olmos, “Producción y redes”, 19-43; una excepción es el trabajo de Melisa Fernández Marrón, “De malandrines y cuatreros”, 327-350.

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1. Nuevas definiciones legales e instrumentos normativos de control La institucionalización de la justicia pampeana enfrentó las dificultades propias de la puesta en producción y el repoblamiento en una sociedad nueva, por lo que la consolidación de la propiedad privada y la adaptación a un marco normativo específico fueron el centro de las tensiones en las primeras décadas del siglo xx17. El estudio cuantitativo de María Angélica Diez, por ejemplo, invoca la problemática que conllevó el reconocimiento de la propiedad privada, y su correlato fue un elevado índice de los delitos que involucraban robos y hurtos18. En estas circunstancias, los sectores vinculados con la producción ganadera se posicionaban como los legítimos beneficiarios de la explotación e incorporación de sus productos al mercado. Estos sectores depositaban sus expectativas de progreso en el establecimiento del orden a instancia de los jueces letrados designados por el Ejecutivo nacional; terratenientes, ganaderos y comerciantes recibían expectantes a los magistrados con grandilocuentes salutaciones en la prensa pampeana. Así, en ocasión del arribo del primer titular del juzgado de Primera Instancia se publicaba un extenso editorial, que afirmaba la necesidad de garantizar la seguridad de los bienes y la vida de las personas que habitaban estas apartadas regiones. Estos sectores se autoproclamaban artífices de la transformación económica y social del Territorio; por tanto, al final de la nota periodística señalaban que “el legítimo anhelo como el de todo pueblo civilizado era asegurar una buena administración de justicia, condición sine qua non de la armonía social”19. La mediación de los sectores propietarios se incorporaba al proceso de institucionalización en una sociedad en formación. En 1911, el directorio de la Sociedad Rural de La Pampa, con sede en Buenos Aires, envió al Congreso Nacional un petitorio, donde “se hacía eco de las necesidades del Territorio” y solicitaba la creación de un nuevo Juzgado para alivianar el peso que soportaba la justicia criminal20. Los jueces letrados que llegaban al Territorio reconocían que las características de la geografía y la extensión del espacio rural configuraban “una

17 Un estudio sobre las diversas concepciones jurídicas en Argentina sobre derechos de propiedad, la familia y la herencia en la segunda mitad del siglo xix y el xx, en: Blanca Zeberio, “Los hombres y las cosas. Cambios y continuidades en los derechos de propiedad (Argentina, siglo xix)”, Quinto Sol 9-10 (2005-2006): 151-183. 18 La investigación de Angélica Diez indica que durante 1885-1922, los delitos contra la propiedad particular representaban un 46%, en especial en la última etapa de este período, que coincidió con la valorización de la tierra y la explotación de los recursos, seguidos por los cometidos contra las personas (40%), los delitos políticos, y a empleados públicos (7%), y finalmente, los agrupados bajo la categoría varios (7%). María Angélica Diez, “Las fuentes judiciales en los estudios socio-históricos: problemas, enfoques y métodos desde la experiencia en historia regional”, en Actas de las Jornadas La fuente judicial en la construcción de la memoria. Mar del Plata, Universidad Nacional de Mar del Plata, 1999, 317-345. 19 La Capital, Santa Rosa, 14 de diciembre, 1901, 1. 20 La Capital, Santa Rosa, 26 de agosto, 1911, 2.

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amenaza de constante y recargado movimiento criminal”. El escenario se completaba con un malogrado soporte institucional, que expresaba que la insuficiente presencia de servicio policial en los departamentos en los que se dividía el Territorio propiciaba que los “criminales de las Provincias de Mendoza, San Luis, Córdoba y Buenos Ayres que son sus linderos, encuentren un abrigo seguro a las persecuciones de la autoridad y un vasto teatro a sus hábitos aviesos”21. Como se detalla en el mapa 1, los nueve departamentos iniciales en los que se organizó el Territorio coincidían con las secciones catastrales del este de La Pampa. Mapa 1. Primera división departamental del Territorio Nacional de La Pampa, 1888

Fuente: elaborado por el profesor Oscar Folmer, “División Departamental de 1888”, provincia de La Pampa, en Dirección General de Catastro, Ministerio de Hacienda y Finanzas, Gobernación de la Pampa.

21 “Informe del Juzgado Letrado de la Gobernación de la Pampa Central. Ministerio de j.c.e.i.p. Justicia y Culto”, General Acha, 20 de febrero de 1889, en Archivo Histórico Provincial “Prof. Fernando Aráoz” (ahp), Santa Rosa-Argentina, Sección F N° 114, Fondo Gobierno, caja 4.

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Por otro lado, la ley orgánica de los Territorios Nacionales facultaba a los gobernantes para sancionar reglamentos, ordenanzas y planificar la distribución de agentes de Policía en los diferentes departamentos del Territorio. El primer antecedente de adopción de un reglamento para organizar la gestión del Juez de Paz y de sus auxiliares se remonta a 1886, a instancias del titular del Juzgado de la localidad de General Acha. En el término de unos pocos días, el gobernador ordenaba la distribución del Reglamento del Juzgado de Paz de la Capital a todas las dependencias del Territorio y autorizaba su circulación más allá de los límites del Juzgado para el que había sido redactado. El instructivo contenía diez artículos, en los que predominaban indicaciones referidas al destino de los fondos económicos provenientes de la expedición de certificados y guías de ganado, al tiempo que establecía algunas características de la rendición de cuentas por parte del juez y estipulaba la pena de cinco pesos por cada animal sustraído, “sin perjuicio a la causa criminal a que hubiere dado lugar si en caso fuera ajeno el animal”22. En el mismo año, 1886, también la “urgente necesidad de establecer un régimen regular y conveniente para el servicio de la policía de la Capital, como para la instrucción y deberes de su personal” motivaba la aprobación de un Reglamento de Policía Urbana y Rural23. Este nuevo instructivo forjaba las bases de lo que sería una constante en la política territorial: el control de la vagancia y disciplinamiento de la población24. A diferencia del primer reglamento, en este caso se penalizaba de manera particular el desposte para el consumo o el abasto público y se advertía que “aplicaría la pena que correspondiese por derecho criminal bajo el rótulo de delincuente de abigeato”. En ambos reglamentos se retomaban cuestiones vinculadas con la jerarquía, competencia y distribución de los funcionarios que podían librar guías y realizar el control de marcas en ausencia del Juez de Paz. El nombramiento de alcaldes de Policía procuraba responder al creciente movimiento económico que generaban las transacciones vinculadas al comercio de ganado25. Este funcionario reemplazaba a este juez en caso de ausencia, y se encargaba del archivo de marcas y señales, de la expedición de guías, permisos y otras funciones que acreditaban la procedencia y titularidad de los animales26. Sin embargo, el desconocimiento en los

22 “Reglamento de Policía Urbana y Rural”, General Acha, 1886, en ahp, Gobierno, caja 1, art. 61-67. 23 “Reglamento de Policía Urbana y Rural”, General Acha, 10 de diciembre de 1887, en ahp, Gobierno, caja 2: 1892-1893. 24 El tratamiento legal de la vagancia que establecía el Código Rural de Buenos Aires fue utilizado hasta finales del siglo xix en los Territorios Nacionales, cuando se aprueba un código específico para estos espacios. Un estudio sobre el tratamiento y control de la mano de obra en el Código Rural de Buenos Aires, en: Luciano Barandiarán, “La figura de la vagancia en el Código Rural de Buenos Aires (1856-1870)”, Quinto Sol 15 (2011): 123-143. 25 “Reglamento de Policía Urbana y Rural”, General Acha, 5 de febrero de 1892, en ahp, Gobierno, leg. E1B1, caja 6. 26 ahp, Gobierno, leg. E1B1, caja 5: 1890-1891.

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procedimientos que rodeaban la expedición de las guías de transporte de ganado constituía una fuente constante de reclamos entre los propietarios que denunciaban el cobro arbitrario en la tramitación de las guías. Esta situación obligaba al gobernador a reconocer que “algunos Jueces de Paz cobraban derechos de guías para los que no estaban autorizados”27. Esta confusa reunión de reglamentaciones para la elaboración de guías de ganado dificultaba el trato cotidiano de quienes llegaban a las dependencias municipales a legitimar la propiedad del animal con los funcionarios que tramitaban las certificaciones. Los propios agentes judiciales, en algunos casos, recurrían al gobernador para dirimir los conflictos originados en el destino de los recursos obtenidos por la confección de guías. En 1890, el secretario del Juzgado de la Capital recurrió al gobernador para reclamar que el titular de la institución demoraba el pago del reembolso de los boletos de señal de $1 por trámite y que, según la usanza, “eran partibles a medias”. Además, informaba que el jefe de Policía conocía esta práctica y denunciaba al juez que “al arreglar cuentas […] me pidió le dejase los beneficios de los boletos […] motivando que tenía muchos gastos de familia”28. A pesar de la cotidianeidad de una práctica ilegal como fue el cobro para la tramitación de guías y marcas, no impidió que el funcionario acudiera a la justicia para continuar con el reparto de utilidades de las diligencias para legalizar la propiedad del ganado. Un punto disruptivo en la consolidación de este orden fue el proceso de instalación de la fuerza policial. La limitada presencia en los departamentos que conformaban el Territorio y una conflictiva relación con los agentes de justicia a los que debían auxiliar multiplicaban los reclamos de intervención estatal en las zonas rurales. A modo de ejemplo, se menciona la nota de un Juez de Paz que exponía una serie de irregularidades en la actuación policial y la desidia del personal confiado a proteger los ganaderos: “este departamento desde que se pobló el Territorio, jamás estuvo tan abandonado por la policía como lo está: la policía recorre solamente donde va el tren que les brinda viajes cómodos y sin molestias. Aseguran personas respetables que si este estado de las cosas se prolongan se verán obligados cualquier día a defender ellos mismos sus intereses amenazados por la cantidad de vagos que pululan […] con solo recorrer los libros de entradas de presos a la policía y ahí se apercibirá que desde que está el actual comisario no ha entrado uno sólo por abigeato y no es porque no lo hay a granel, el anterior comisario R. en poco tiempo remitió varios por ese delito, pero recorría y hacía empeño por descubrirlo”29.

27 ahp, Gobierno, leg. E1B2, caja 9: 1898-1899. 28 ahp, Fondo Juzgado de Paz, caja Juzgado de Paz, carpeta 1888. 29 ahp, Juzgado de Paz, caja Juzgado de Paz, carpeta 1893.

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Los improvisados reglamentos se inspiraban en la codificación que regía en las provincias limítrofes, como el Código Rural de la provincia de Buenos Aires30; en manuales de procedimientos, como el de la provincia de Córdoba, y en las referencias del Código Civil. Este último código fue el único de carácter nacional elaborado precedentemente, pues la etapa de codificación argentina fue a la par de la creación de los Territorios Nacionales31. La utilización de modelos normativos provinciales se confirmaba en las notas de los funcionarios judiciales, que solicitaban instrucciones para conducir su labor diaria en el Juzgado. Por ejemplo, el Juez de Paz de la localidad de General Acha consultaba acerca de la posibilidad de “archivar las marcas como lo hacen en Buenos Aires y Córdoba”. En la misma nota explicaba al juez letrado que desconocía la existencia de una Ley de Marcas y reclamaba un instructivo, “pues los vecinos me asedian con preguntas que no puedo contestar por ignorar lo que dispone al respecto la ley de marcas”32. Los diferentes sectores que se autoproclamaban afectados, fueran estos propietarios o funcionarios encargados de penalizar el desorden, engrosaban los procedimientos de control con múltiples normas destinadas a delimitar la propiedad privada. La continuada práctica de enmendar sobre la marcha ilustra entonces sobre el limitado alcance de estos instrumentos provisorios de control en una sociedad inmersa en un proceso general de consolidación del Estado. En tal sentido, en los primeros años del proceso de institucionalización, la presión de los productores rurales y la necesidad de incorporar reglas de juego para el mercado de trabajo se conjugaron para la elaboración de un compendio de normas destinadas a proteger el desarrollo de las actividades productivas. En este propósito fueron fundamentales los gobernadores, quienes procuraban ordenar el panorama legal y disipar las contradicciones de los procedimientos legales para garantizar la propiedad privada. En 1887, por ejemplo, el gobernador interino de La Pampa envió una nota al Congreso Nacional en la que aconsejaba la adopción “[…] de la legislación rural de la provincia de Buenos Aires, en cuanto sea conciliable con las leyes nacionales y el régimen de dichos

30 Las referencias específicas sobre este Código, en: Samuel Amaral, The Rise of Capitalism on the Pampas. The Estancias of Buenos Aires, 1785-1870 (Nueva York: Cambridge University Press, 1998). 31 En el mes de noviembre de 1885, los responsables del Ministro del Interior enviaron a la gobernación pampeana dos copias del Código Civil, que se utilizarían como guía para la redacción de los reglamentos locales, una copia de la Constitución Nacional y “algunas leyes nacionales en vigencia”, aunque no se especificaban más datos sobre la naturaleza de las mismas. “Nota Ministerio del Interior”, General Acha, 21 de noviembre de 1885, en ahp, Gobierno, caja 1: 1872-1886. Como se ha adelantado, el código específico para los Territorios Nacionales irrumpe en 1894. 32 ahp, Juzgado de Paz, caja Juzgado de Paz, carpeta 1886, exp. 43P.

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territorios y mientras no se dicte un Código Rural Nacional”33, mientras que en 1889 señaló la necesidad de la adopción del Código de Procedimientos en lo Criminal para los Territorios y la Capital de la República, para “[…] la mayor seguridad y garantía de los intereses rurales, al mejor desarrollo de la agricultura y de la ganadería principales industrias del Territorio”34. Finalmente, en 1894, el Estado nacional implementó la aplicación del Código Rural de Territorios Nacionales como un principio de solución destinado a unificar el confuso contexto normativo. A diferencia de las reglamentaciones anteriores, este código se concentraba en tasar el valor de las multas y abordaba la obligatoriedad del certificado para el traslado de ganado, las atribuciones y condiciones para expedir guía, el principio de gratuidad del trámite de certificación del registro de marca y la autorización a los municipios para valorar el cobro de un impuesto de guía 35. No obstante, esta legislación no terminaba con las disputas que llegaban a la justicia para dirimir el cumplimiento de la normativa, ya que las denuncias referidas a la arbitrariedad de los funcionarios judiciales que exigían el pago del trámite continuaban más allá de la aplicación del código. La distribución del Código Rural de Territorios Nacionales permitió encauzar lentamente las prácticas vinculadas a la delimitación y respecto de la propiedad privada, aunque en la década del veinte el gobernador pampeano evidenciaba la continuidad de dificultades a la hora de la interpretación de la normativa por parte de los funcionarios judiciales. En este caso, el gobernador intervenía en el ordenamiento legal y decretaba que los propietarios de ganado dispuestos a adquirir la propiedad de nuevos rodeos deberían “[…] comprobar con referencia de escritura o autorización su habilidad para requerirla y certificación de firma”, además de exponer: “[…] se ha observado que en la tramitación de transferencias de marcas los jueces de paz incurren, al levantar el acta respectiva, en deficiencias graves que entorpecen el trámite. Así por ejemplo: una razón social comparece al Juzgado para transferir un título a un tercero y generalmente ocurre que ese tercero es miembro de la razón social y que el mismo sale transfiriéndose a su favor el título de la sociedad”36.

33 La nota del gobernador interino de la Pampa al Congreso Nacional se encuentra citada por María Martín, “El Código Rural de los Territorios Nacionales (1894)”, Revista de Historia del Derecho 8 (1980): 166-167. 34 ahp, Gobierno, leg. E1B1, caja 5: 1890-1891. 35 Código Rural de los Territorios Nacionales (Buenos Aires: Lajouane, 1957), 12-25. 36 ahp, Gobierno, caja 12, circular 4.

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Por tanto, los reglamentos que circulaban en el Territorio develaban la inconsistencia del proyecto de ocupación y puesta en producción de extensas regiones del interior argentino. Más aún cuando en la etapa previa a la codificación, los reglamentos de justicia y policía fueron redactados por agentes legos y por los propietarios que veían afectados sus intereses y relaciones de producción e intercambio. El movimiento económico determinó que la práctica de complementar el ordenamiento que establecía el Código Rural de Territorios se extendiera en el tiempo, y en una etapa posterior, el interés de las autoridades territoriales se desplazaría hacia el control de la población itinerante, en lugar de inhibir la apropiación ilegal del ganado y sus productos.

2. El entramado de complicidades y la representación social del delito Asimismo, el robo de ganado bovino y lanar encabezó las causas judiciales por abigeato tramitadas en el Juzgado Letrado Nacional del Crimen, en la primera mitad del siglo xx. El equino ocupaba un tercer lugar en número de ejemplares sustraídos, aunque el robo de estos animales poseía un valor agregado, debido a su utilización en las faenas rurales y en el traslado de mercancías y personas. Las artimañas utilizadas para apropiarse del ganado requerían una logística e infraestructura que involucraban la complicidad de las autoridades que expedían las certificaciones para acreditar la propiedad del animal y posibilitaban su transporte o comercialización. Los hechos caratulados como “desposte de animales”, donde los autores dejaban parte de la res o “desperdicios” en el lugar del hecho, evidenciaban la concurrencia de un reducido número de personas, entre las que se encontraban menores y mujeres, cuyo accionar no resultaba desconocido por los ganaderos de la región. En el análisis de esta problemática se adoptó la clasificación realizada por María Aparecida de S. Lópes para el caso mexicano; la autora identifica al abigeato como una actividad ilícita, con dos modalidades: una “organizada y planificada colectivamente y la otra sujeta a incidencias cotidianas”37. En ambos casos emergían la dificultad para afirmar el reconocimiento de la propiedad privada y la ambigüedad en los procedimientos institucionales para tramitar guías y marcas. Siguiendo estos planteamientos, en los casos identificados como robo de ganado para la subsistencia, las justificaciones de los acusados apuntaban al desconocimiento de la titularidad del animal, “por encontrarlos pastando en campo abierto” o en lotes con alambradas en malas condiciones, aunque no se desconoce que estos argumentos funcionaban en algunos casos como excusa para librarse del

37 María Aparecida de S. Lópes, “Los patrones de la criminalidad”, 513-533.

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castigo. Además, las denuncias policiales sobre el hallazgo de animales sacrificados para el consumo no siempre terminaban en las dependencias del Juzgado letrado. Las diligencias para reparación del delito también requerían la documentación que confirmaba la titularidad del ganado sustraído, al no bastar únicamente con la palabra del propietario que comunicaba el delito. No obstante, la actuación se truncaba en el momento de analizar las pruebas, ya que no existía certeza sobre la identidad de los responsables del ilícito al ser la noche el escenario elegido y el escaso botín favorecer una rápida huida. En una de las denuncias, el damnificado Isidro R., un hacendado del sur pampeano, reconocía la cotidianeidad de las carneadas en su campo, especialmente en época de cosecha, cuando los trabajadores estacionales se desplazaban con su familia. El propietario señalaba que “hace un tiempo a esta parte viene siendo víctima de hurtos y carneadas […] encuentro residuos de animales lanares”, e identificaba como autores del hurto a dos personas, una de ellas menor de edad. Luego de las primeras actuaciones de la Policía, la denuncia interpuesta era desestimada y se comunicaba al Juez Letrado la imposibilidad del ganadero de justificar la propiedad del animal; por tanto, “no se concreta la denuncia de sustracciones reales, sino de presuntivas y dudosas sin que se pruebe la propiedad y la preexistencia de la cosa que se dice hurtada”38. En este caso, el propietario del animal, que además integraba el Concejo Municipal del poblado, eludía las disposiciones del Código Rural de Territorios Nacionales, que exigía marcar los animales. Esta práctica ilícita inhibía la tramitación de la denuncia y, en su lugar, abonaba la continuidad de un delito que difícilmente encontraba reparación por la vía judicial. El cuatrerismo que denunciaban hacendados como Isidro R. poco se relacionaba con el robo para el consumo; por el contrario, respondía a situaciones que traslucían el beneficio económico que reportaba el contrabando de ganado. La prensa refería que la preocupación de los ganaderos pampeanos no estaba en los robos cometidos por “individuos hambrientos que carnean una oveja o una vaquillona para matar el hambre”39; al contrario, el foco del debate estaba en la presencia de grupos organizados con una amplia red de relaciones que facilitaban el ilícito, y una clientela que trascendía las fronteras territorianas. En las páginas de los diarios oscilaban noticias entre titulares catastróficos que anunciaban el fin de la propiedad privada, o, en cambio, la racionalización del delito de abigeato se asociaba a los efectos no deseados del avance del capitalismo en la región. Al respecto, en las sucesivas notas publicadas en La Autonomía a comienzos del siglo xx se presagiaba: “No estará distante el día que se opere en la propiedad una completa

38 ahp, Fondo Juzgado de Letras, caja Juzgado Letrado Nacional Penal, exp. Letra R, Nº 249 [1926]. 39 La Autonomía, Santa Rosa, 16 de abril, 1918, 1.

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y absoluta transferencia, que las haciendas pasarán de manos de sus legítimos dueños al poder de los bandidos y cuatreros”40. Al mismo tiempo, los editores comprometidos con las demandas de autonomía política responsabilizaban al proyecto estatal de gestión por la inconveniente atención que recibían de “[…] los poderes públicos y los padres de la patria que tienen a las colonias federales desatendidas completamente […] Nuestras vidas y haciendas, las de todos los que habitamos esta pobre Pampa, tenemos que cuidarlas nosotros mismos”41. En contrapartida, el diario La Capital, que representaba los intereses políticos del Territorio, desestimaba las denuncias que realizaba La Autonomía sobre un aumento del abigeato en La Pampa. La repercusión que tenían estas noticias fuera del ámbito local generaba la preocupación de los editorialistas, que publicaban: “los delitos de abigeato de alguna importancia son en reducido número el año que ha terminado, habiéndose restituido a sus dueños todos los animales robados […] todos los demás robos de hacienda no son sino casos aislados de uno o dos animales”42. Se trataba de desarticular las referencias que opacaban la transformación económica que atravesaba la región y evitar una representación del Territorio “invadido por una turba de personas delincuentes que cometen sustracciones de haciendas”. El relato del diario vinculado al poder local validaba la socialización policial y legitimaba su efectividad con datos cuantitativos sobre la restitución de las cabezas de ganado que proporcionaba la propia institución. La tibia posición frente al delito de abigeato generaba el repudio de los sectores afectados, en cuanto la respuesta adoptaba la forma de cartas de lectores y petitorios de solicitadas que firmaban “caracterizados comerciantes” molestos por la actitud de los propietarios de La Capital. En una de las cartas se advierte la representación social que propietarios y comerciantes realizaban sobre el cuatrero, el ambiente que frecuentaban y los actores que patrocinaban el delito: “[…] en el monte conocido por de Spongia hay en él más de 50 individuos que no hacen o tienen otra ocupación que el del robo […] allí van a guarecerse los que roban a todos los vecinos de esos contornos. Es triste y doloroso ver en esas tolderías un sinnúmero de muchachas y muchachos que se inician en el robo viendo a sus padres hacerlo con el agravante que son analfabetos y que en el mañana serán otros tantos cuatreros con el correspondiente aumento de la procreación que hacen entre ellos”43.

40 La Autonomía, Santa Rosa, 6 de mayo, 1921, 2. 41 La Autonomía, Santa Rosa, 14 de octubre, 1920, 1. 42 La Capital, Santa Rosa, 5 de octubre, 1921, 1. 43 La Autonomía, Santa Rosa, 12 de enero, 1921, 1.

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En los expedientes judiciales referidos al delito de abigeato se reconocen la organización y distribución de tareas dentro del grupo de imputados para obtener réditos económicos. Para ello, resultaba necesario contar con la complicidad de las autoridades policiales y judiciales encargadas de controlar este delito. El engranaje delictivo requería la participación de baqueanos conocedores de los lugares donde se podía ingresar sin resistencia y de la gente que habitaba el espacio rural. Estos personajes no eran ajenos al proceso productivo y poseían vínculos con las figuras políticas del pueblo, quienes podían validar una práctica que nacía ilegal y se transformaba con el tiempo en una trasparente operación comercial. En 1911, en las inmediaciones de Eduardo Castex, un pequeño poblado del este pampeano, el Juez de Paz remató un lote de hacienda en una subasta pública. Para ello contaba con la participación de un martillero que conformaba un importante engranaje para asegurar la legitimidad del acto de compra-venta. El circuito se cerraba con la persona que adquiría los animales, en este caso, un oficial de Policía que luego vendía los frutos del ilícito a otro hacendado de la región. La totalidad de los actores cooperaban en la puesta en escena de una transacción comercial que pretendía transformar un delito en un negocio rentable, en donde los animales subastados provenían de un robo realizado en un departamento distinto al lugar donde se efectuaba el remate. Asimismo, la connivencia del Juez de Paz, oficiales de Policía, un martillero y el hacendado, que era el destinatario final del lote, facilitaba la apropiación del ganado y la legitimación de su propiedad. En una nota que el jefe de Policía del Territorio, Domingo Palasciano, dirigió al Juez del Crimen manifestaba la presencia de “la comisión de un delito bajo una faz bien distinta de lo vulgar pues demuestra palmariamente, un nuevo género de delincuencia cometido por ex funcionarios en el orden policial y judicial”. La jerarquía policial del Territorio desgranaba el circuito geográfico de la operación, la complicidad de los agentes que participaban y la modalidad para percibir los recursos de un acto de origen ilegal: “la policía se encarga de arrear animales ajenos haciéndolos pacer en distintos parajes y con la intervención maliciosa del Juzgado de Paz se formulan expedientes simulados figurando que los chacareros los entregan como animales invasores así simulan remates y hacen aparecer como compradores a distintas personas”. El funcionario policial reconocía la gravedad de los sucesos criminales que acontecían en su jurisdicción, donde “[…] la investigación viene a poner de relieve que el foco del cuatrerismo [...] era auspiciado y explotado vergonzosamente por las mismas autoridades”44.

44 ahp, Fondo Justicia letrada, Juzgado Letrado Nacional de Crimen de la Pampa, caja 1, leg. 92.

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De igual forma, la participación colectiva y coordinada en la comisión del abigeato durante las primeras décadas del siglo xx involucraba la confección de certificados de marcas adulterados que sólo estaban al alcance de los funcionarios municipales. En 1910, un hacendado de General Pico denunció a su administrador como responsable del robo de 93 novillos de su propiedad. El acusado, unos meses antes, había concretado una operación comercial con el frigorífico “La Blanquita” de Avellaneda, en la provincia de Buenos Aires. Para conseguir su objetivo, el capataz alegaba que “importantes funcionarios municipales” de la localidad bonaerense de Trenque Lauquen le facilitaban guías de campaña a cambio de una retribución monetaria. Durante el procedimiento judicial, la comisión de investigaciones de La Pampa se trasladó al establecimiento frigorífico en Buenos Aires para la verificación los cueros, puesto que los animales ya habían sido faenados. De esta forma, la delegación pampeana procuraba corroborar la propiedad de la marca denunciada; según indicaba el proceso judicial, en el momento de la detención, el responsable del robo estaba en la Estación Once en Capital Federal y atesoraba la suma completa de dinero que el administrador del frigorífico había abonado45. Este caso demuestra que, con frecuencia, la connivencia de los funcionarios de la administración pública facilitaba la comercialización de los animales y el traslado a zonas limítrofes, donde los autores procuraban perder el rastro del delito. El delito de abigeato se asentaba entonces sobre el interés político y económico de los sectores que detentaban el poder local, una realidad que la sociedad pampeana reconocía y denunciaba. En otros casos, los afectados revelaban un sistema informal de contratación para la comisión del delito; así ocurrió con los vecinos de Macachín que exponían públicamente a los “responsables últimos” de la situación de inseguridad que vivían los ganaderos de la región: “[…] la gavilla no está compuesta solo de sujetos irresponsables, paisanos malos, alzados que se dan a la aventura. Tiene una organización más amplia más peligrosa. Los autores materiales, los bandidos de leyenda no son sino simples elementos, algo así como peones contratados por los jefes de la banda […] Ocupan esos jefes situaciones más visibles, hasta encumbradas podría decirse dentro del escenario político del pueblo. Y sólo así se explica el singular fenómeno de la repetición de la delincuencia, con la complicidad de quienes debían controlar el cuatrero”46.

La falsificación de documentos se articulaba con el traslado a provincias limítrofes, donde se realizaban la mayor parte de las ventas, especialmente, en la provincia de Buenos

45 ahp, Justicia letrada, Juzgado Letrado Nacional de Crimen de la Pampa, caja 1, exp. 593. 46 La Autonomía, Santa Rosa, 29 de noviembre, 1927.

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Aires. Entretanto, los cuatreros pampeanos encontraban refugio fuera del Territorio, donde la pesquisa debía contar con la participación coordinada de los cuerpos de Policía y de los funcionarios judiciales de las diferentes provincias, en este caso de manera particular, Mendoza, San Luis, Buenos Aires y Córdoba. La situación requería una acción conjunta de la Policía y la justicia, lo que entorpecía la resolución de los casos que trascendían la frontera pampeana. A modo de ejemplo, se citan las declaraciones de la prensa sobre la labor policial en las provincias vecinas: “Diversas comisiones que se había instalado en el sur de San Luis, capturaron importantes gavillas de ladrones y secuestraron una considerable cantidad de animales robados. Y mientras estas comisiones accionaban por el límite norte de La Pampa, seguíanse repitiendo los hechos denunciados en los pueblos faltos de suficiente fuerza policial […] La gobernación del territorio ha impartido órdenes severas para aprehender a los cuatreros y realizar una batida general en todos los departamentos […] la detención realizose en Fortuna, San Luis […] su captura resultaba un tanto difícil por cuanto se internaban enseguida de cometer sus fechorías en las provincias limítrofes […] robaron a los señores Pradere Hnos. una partida de hacienda que enajenaron en Colonia Alvear, Mendoza, valiéndose de guía y documentos falsos”47.

El contexto geográfico, como se planteó anteriormente, propiciaba la incursión de cuatreros foráneos que buscaban en la debilidad de la organización policial pampeana un refugio o una posibilidad para ampliar sus circuitos delictivos. En el norte se concentraba la mayor cantidad de denuncias, coincidiendo con la región ganadera más fuerte del Territorio y con la lejanía de la capital, donde se encontraban los juzgados letrados y donde funcionaba el centro de poder político-administrativo. La prensa indicaba, por ejemplo, “[…] en el norte del territorio se desarrolla en forma alarmante el cuatrerismo, haciendo víctimas a los laboriosos hacendados de aquella zona. No es de hoy el hecho, pues desde hace mucho tiempo los cuatreros de las provincias perseguidos tenaz y constantemente por la policía buscan en La Pampa, un campo propicio para sus fechorías”48. Por tanto, una de las soluciones a las incursiones en las fronteras fue la creación de un escuadrón volante de seguridad para controlar el ingreso y salida de personas y ganado, con lo que se pretendía movilizar mayor cantidad de personal policial por los distintos departamentos

47 La Autonomía, Santa Rosa, 5 de noviembre, 1921. 48 La Autonomía, Santa Rosa, 6 de octubre, 1920.

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del Territorio49. A diferencia de los reglamentos que, en una primera etapa, se modificaban al ritmo de las denuncias de los ganaderos, el personal policial destinado al control del abigeato no sufriría cambios significativos. A pesar del insuficiente auxilio presupuestario del Estado nacional, las autoridades pampeanas ensayaban soluciones para mitigar las debilidades materiales y humanas de la institución policial. Ahora bien, los procesos judiciales indican que ciertas prácticas ilegales se asociaban a la costumbre, por lo que los propios inculpados manifestaban desconocer que se trataba de un delito, al considerarlas como parte de las actividades económicas y comerciales en el Territorio. Un ejemplo de ello fue el abastecimiento que realizaban las carnicerías con animales que no poseían marcas o de los que desconocían su procedencia. En ocasión de la instrucción judicial a un comerciante del pueblo de Intendente Alvear, señalaba que “había adquirido de buena fe” una cantidad de carne con la que regularmente abastecía la localidad y los pueblos próximos50. El relato del carnicero lo posicionaba muy lejos de los “sujetos peligrosos” que anunciaban las crónicas policiales y periodísticas para referirse a los cuatreros que asolaban el Territorio. La calidad moral del comerciante fue el centro del alegato del defensor de pobres, que, rápidamente, orientaba su discurso a la ineficiencia de la actuación policial. De esta manera, y mientras avanzaba el siglo xx, se asiste a una mayor intervención estatal orientada a garantizar los derechos de los propietarios pampeanos y al paulatino abandono de las iniciativas de propietarios y funcionarios territoriales, para dar paso a mecanismos coordinados de control nacional. De modo particular, la implementación de una codificación específica para regular el intercambio y la producción en el ámbito rural, la creación de juzgados letrados en los departamentos administrativos de mayor densidad demográfica y la profesionalización del cuerpo policial contribuyeron a la disminución de las denuncias sobre abigeato en la prensa.

Conclusiones A fines del siglo xix, y en las dos primeras décadas del siglo xx, se registra un caudal de denuncias por abigeato en la prensa pampeana que superaba otro tipo de delitos, en un período en el que los funcionarios de La Pampa actuaban bajo las indefiniciones de la normativa estatal en materia de regulación del comercio y circulación de ganados. Ante esta

49 El estudio de Fernández Marrón indica que desde 1905 hasta 1924, el número de gendarmes se mantuvo estable en 320 hombres; éstos debían ocuparse de la zona urbana y rural. Melisa Fernández Marrón, “De malandrines y cuatreros”, 327-350. 50 ahp, Justicia letrada, Juzgado Letrado Nacional de Crimen de la Pampa, caja 1, exp. Letra S, Nº 377 [1926].

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situación, una de las primeras medidas de los gobernadores, secundados por los propietarios, fue adelantarse a la intervención del poder central y establecer un corpus de reglamentaciones provisorias sujetas a modificaciones periódicas, según los casos particulares que se presentaban. Sin embargo, los agentes encargados de aplicar las normas coercitivas de los reglamentos y resoluciones gubernamentales se topaban con inconvenientes relacionados con la falta de personal, infraestructura y logística administrativa. De ahí que en este artículo se examinaran las estrategias y posibilidades de acción de diversos sectores sociales tendientes a minimizar el desasosiego que provocaba la inconsistencia del sistema de vigilancia y control estatal. Más aún cuando el contexto político que caracterizó el proceso de institucionalización en La Pampa develó la fragilidad de las capacidades normalizadoras y punitivas del Estado, mientras que en su lugar proliferaron improvisadas respuestas para procesar las ilegalidades que amenazaban el pretendido progreso en un espacio de nuevo poblamiento. Asimismo, mediante el análisis de las fuentes judiciales y periodísticas se ha considerado el delito de abigeato desde las motivaciones de los implicados, advirtiendo que los sujetos que delinquían no fueron únicamente personajes “desconocidos” para el paisaje pampeano. Por el contrario, existía una modalidad delictiva organizada y planificada colectivamente que requería la connivencia de diferentes sectores políticos y económicos. Al mismo tiempo que el desconocimiento de la normativa local y/o nacional propiciaba que los animales sin marca o señal fueran apropiados y comercializados para el abastecimiento de almacenes o carnicerías, sin que sus autores juzgaran esta acción como un ilícito. Por otro lado, se observó que la representación social del cuatrero que reproducía la prensa no se correspondía linealmente con los actores sociales involucrados, por cuanto la crónica periodística no registraba la participación de comerciantes, consignatarios, hacendados, jueces de paz y policías en las diferentes etapas de la instrucción judicial. Por esta razón, una aproximación a la conexión de redes de intermediarios que facilitaban el traslado y comercio de animales permitió reconocer la trama existente detrás de las acusaciones periodísticas, inclinadas a culpabilizar a los sectores populares por la proliferación de este delito. Más allá de la orientación política de los diarios, tanto La Capital como La Autonomía anunciaban en sus páginas las dificultades, tensiones y complicidades en un delito que afectaba al desarrollo productivo pampeano. Es posible reconocer que la cobertura periodística del abigeato se transformaba en una tribuna que interpelaba el proyecto estatal de gobernabilidad para los Territorios Nacionales. Así, pues, un tema como el robo de ganado congregaba la atención de la prensa, que describía el repertorio de ilícitos en una sociedad subordinada a la imperturbable mirada estatal y que no acertaba a la hora de implementar un proyecto institucional acorde a las características de los Territorios Nacionales.

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Classic Works of Brazil’s New Rural History: Feudalism and the Latifundio in the Interpretations of the Left (1940/1964)Ï

Márcia Maria Menendes Motta

Profesora asociada del Departamento de Historia de la Universidade Federal Fluminense (Brasil) y Doctora en Historia por la Universidade Estadual de Campinas (Brasil). Realizó estudios de Pos-doctorado en la Universidade Estadual de São Paulo (Brasil). Es coordinadora del Núcleo de História Rural y de la Rede Propietas de la Universidade Federal Fluminense. Autora del libro O Direito à Terra no Brasil. A gestação do conflito (1795-1824) (São Paulo: Alameda, 2011) y organizadora del Dicionário da Terra (Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 2010). Recientemente ha publicado el artículo: “Justice and Violence in the Lands of the Assecas (Rio de Janeiro, 1729-1745)”, Historia Agraria 58 (2012): 13-37. menendesmotta@ig.com.br

Artículo recibido: 6 de noviembre de 2012 Aprobado: 18 de abril de 2013 Modificado: 6 de mayo de 2013

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit51.2013.06

Ï This article is one of the results of research developed on rural history and historiography in Brazil. The research on which this article is based has benefitted from the Cientista do Nosso Estado, program with the support of faperj and cnpq.

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Classic Works of Brazil’s New Rural History: Feudalism and the Latifundio in the Interpretations of the Left (1940/1964)

Los clásicos en la historia rural en Brasil: el feudalismo y el latifundio en las interpretaciones de la izquierda (1940/1964) Resumen: En este artículo se examinan las obras de dos destacados autores brasileños, que se consideraron como los principales exponentes de la presencia del sistema feudal en el campo brasileño durante la primera mitad del siglo xx. Con base en el análisis de los escritos de Nelson Werneck Sodré y Alberto Passos Guimarães, el objetivo de este trabajo es identificar los principales argumentos de estos autores en su relación con el contexto histórico en el que fueron producidas sus obras. Lo que permitiera discutir los aspectos desarrollados sobre el campesino y las élites terratenientes, algunas de sus diferencias, sus vínculos con la sociedad contemporánea, y las lecturas del pasado que legitimaron o parecían legitimar la producción de sus escritos históricos. Palabras clave: Brasil, 1940-1964, historiografía, clase campesina, estructura agraria, reforma de la tierra.

Classic Works of Brazil’s New Rural History: Feudalism and the Latifundio in the Interpretations of the Left (1940/1964) Abstract: This article examines the works of two prominent Brazilian writers considered to be the leading exponents of the presence of a feudal system in rural Brazil during the first half of the 20th century. Based on an analysis of the writings of Nelson Werneck Sodré and Alberto Pasos Guimarães, the objective of this work is to identify Sodré and Guimarães main arguments with relation to the historical context in which their works were produced, based on an analysis of their writings. This leads to a discussion around the topics explored by these authors regarding the farmer and the landholding elites, the differences between them, their links to contemporary society, and the readings of the past that legitimated or seemed to legitimate the production of their historic writings. Keywords: Brazil, 1940-1964, historiography, peasants, agrarian structure, land reform.

Os clássicos na história rural no Brasil: o feudalismo e o latifúndio nas interpretações da esquerda (1940/1964) Resumo: Neste artigo, examinam-se as obras de dois destacados autores brasileiros que se consideraram como os principais expoentes da presença do sistema feudal no campo brasileiro durante a primeira metade do século xx. Com base na análise dos textos de Nelson Werneck Sodré e Alberto Passos Guimarães, o objetivo deste trabalho é identificar os principais argumentos desses autores em sua relação com o contexto histórico no qual foram produzidas suas obras. Isso permite discutir os aspectos desenvolvidos sobre o camponês e as elites latifundiárias, algumas de suas diferenças, seus vínculos com a sociedade contemporânea e as leituras do passado que legitimaram ou pareciam legitimar a produção de seus textos históricos. Palavras-chave: Brasil, 1940-1964, historiografia, classe camponesa, estrutura agrária, reforma da terra.

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Classic Works of Brazil’s New Rural History: Feudalism and the Latifundio in the Interpretations of the Left (1940/1964)

Introduction

T

his text re-examines the main works of two Brazilian authors who are considered to be the principal exponents in the interpretation of the existence of traces of feudalism in the Brazilian countryside during the first half of th the 20 century. Based on the analysis of the books written by Nelson Werneck Sodré and Alberto Passos Guimarães, the aim of this work is to identify the authors’ main arguments in their relation to the historic context in which they wrote. In our opinion, these books were not merely theoretical works that supported the argument of a retrograde Brazil; it would also be simplistic to state that these texts were simply out of place, having been written during a time in which Brazilian industrialization and its participation in the international market were already very obvious. An understanding of the background of these authors and their main arguments helps us reflect on their reading of a feudal Brazil, which consolidated the notion of backwardness and of a country without a peasantry. Through an analysis of the books by the aforementioned authors, it is possible to discuss the problems arising from importing their theoretical framework, the rationale behind their main arguments, and the people with whom they dialogued. It also allows us to analyze their arguments about peasants and latifundio owners, the differences between them and their links with their contemporary society, as well as the readings of the past which supported or seemed to support the writing of both these historic books. Moving away from the traditional interpretation of this “feudal current,” I discuss the different perspectives on Brazil’s rural past within this current in order to re-emphasize the striking originality of Alberto Passos Guimarães’ arguments. In other words, the rejection of his interpretation regarding the existence of traces of feudalism in Brazil also dismissed his arguments about the strength and the struggles of the peasantry. Far from being an obstacle to the expansion of capitalism, the large estates were inserted into this very same economic system using the hypothetical gain of the country’s dependency.

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1. Colonial Expansion, the Latifundio and Feudalism in Brazil: Sodré’s Interpretation Born into a military family in Rio de Janeiro in 1911, Marxist intellectual Nelson Werneck Sodré wrote dozens of books and is acknowledged by many to have been an exemplary human being, a democrat, and a combative essayist.1 For others, Sodré was also an example of the so-called military left in Brazil.2 Identified in the historiography as the champion of the idea that Brazil retained traces of feudalism rooted in its colonial past, his work is “emblematic of a time and of a political position.”3 He was an avid reader with a deep knowledge of Brazilian literature and history. Over time he came to be considered an example of a misled intellectual. The author of the most important work that explored the notion of a feudal Brazil, he was forgotten for decades, only to be rediscovered in the past few years through numerous publications about his life and work. His books invite us to think about the relationship between political theory and practice, between history and engagement.4 Some authors have suggested that Werneck Sodré’s use of the mode of production concept to interpret the history of Brazil neither oversimplified the past nor denied the specificity of the country’s colonial character. In fact, much of his work is based on close readings of non-Marxist authors with whom he dialogues to try to find an explanation for the backwardness of Brazil. Werneck Sodré was also multi-faceted. The magnitude of his work, which also includes studies on literature and the history of the press, cannot be compressed into a single monolithic vision of his intellectual trajectory. But if the respect shown towards Sodré’s work is a sine qua non for re-thinking his place in Brazilian historiography, the aim of this article is to focus on what is probably his most important book: Formação Histórica do Brasil.5 This book, written between 1956 and 1961, grew out of discussions held at the Instituto Superior de Estudos Brasileiros (Brazilian Institute of Higher Studies) or iseb.

1

See statements about the author in: Fátima Cabral and Paulo Cunha, orgs., Nelson Werneck Sodré entre o sabre e a pena (São Paulo: unesp, 2006).

2

Paulo Ribeiro Cunha, “Nelson Werneck Sodré, os militares e a questão democrática: algumas questões e uma problemática”, in Nelson Werneck Sodré, 85-102.

3

Jorge Luis da Silva Grespan, “Nelson Werneck Sodré, intelectual engajado”, in Nacionalismo e Reformismo Radical, org. Jorge Ferreira and Daniel Aarão Reis (Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 2007), 197.

4

Amongst the works exclusively dedicated to analyses about the author, see: Marcos Silva, org., Nelson Werneck Sodré na historiografia brasileira (São Paulo: edusc/fapesp, 2001), and Fátima Cabral and Paulo Cunha, orgs., Nelson Werneck Sodré.

5

Actually, the book Formação Histórica do Brasil is a rewriting of his former work, A Formação da Sociedade Brasileira, from 1944: Jorge Luis da Silva Grespan, “Nelson Werneck Sodré, intelectual”, 203.

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The iseb, founded on July 14th, 1955, sought to lay the foundation for a new Brazilian way of thinking. The goal was to promote an ideology through which the nation could become aware of its own development. While the institute provided advice in the formulation of the economic policy behind Juscelino Kubitscheck’s ‘Plano de Metas,’6 it was also a vibrant intellectual center —publishing books, hosting debates and offering courses for various social groups— including employees, entrepreneurs, union workers and members of congress, etc. According to Toledo, the “iseb was also the cultural institution that best symbolized or realized the notion (and the practice) of the engagement of intellectuals in the political and social life of the country.”7 As a co-participant in that project, Sodré also shared the belief that the structural foundation of Brazil’s underdevelopment was characterized by a decadent and retrograde ideology. As the product of colonialism, the nation suffered from ongoing underdevelopment, which did not differ qualitatively from the situation prior to the country’s independence. Brazil’s workforce was thus subject to a double alienation: “1) due to the fact that the phenomenon of alienation is typical of capitalism; 2) because it lives in a backward country, which is dependent on other nations and exploited internationally.”8 However, contrary to his peers, Sodré preferred to use the concept of transplantation when referring to the persistence of the country’s cultural backwardness and the retrograde role of the elite. However, it is important to understand the differences in Sodré’s thinking within the iseb. First, according to Toledo, there was an apparent lack of mutual recognition: Sodré’s colleagues at the iseb seldom quoted him, nor did he cite any of them.9 Influenced by Marxism, he understood ideology to be a form of false consciousness and domination that rested on the alienation of individuals. For this reason, he held that the rural poor could not have an autonomous destiny since they were alienated by capitalism. Sodré thus had trouble relating philosophically to the perspectives of his iseb colleagues who “endeavor[ed] to construct inadvance an ideology,” which they understood in an apparently neutral sense connected to the idea of a transformation and dear to the Enlightenment.

6

I follow closely the work of Caio Toledo, iseb: Fábrica de Ideologia (São Paulo, Ática, 1982). Juscelino Kubitscheck was the president of Brazil from 1956 to 1961. His economic policy, known as the Plano de Metas (Plan of Goals), aimed to diversify the Brazilian economy by promoting foreign investment.

7 Caio Toledo, “50 anos de Fundação do iseb”, Espaço Acadêmico 50 (2005): s/p., accessed August 11, 2010, <http://www.espacoacademico.com.br/050/50ctoledo.htm>. 8

Caio Toledo, iseb: Fábrica, 73.

9

To reach this conclusion I analysed all the notes present in the book Formação Histórica do Brasil, which, as is known, was written during the period in which Sodré actively participated in the discussions at the iseb.

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Sodré —like his iseb colleagues— also defended a national project to overcome backwardness. This underscores his belief that nationalism, not ideology, offered a solution to the country’s problems.10 It is possible that the apparent contradiction between the notion of ideology as alienation and the belief in a nationalistic project was due to the fact that Sodré was also a career general and a participant in the project to transform and renew Brazilian society that the army supported.11 In Formação Histórica do Brasil, Sodré tried to identify the elements that would explain the country’s underdevelopment but, contrary to his iseb colleagues, he did so by incorporating the Stalinist view of historical evolution. At first glance, and despite his stage-by-stage view of history, Sodré shows himself to be familiar with the discussions about European feudalism, such as the work of the then famous historian Henri Pirenne, as well as texts that explored the specificity of the Portuguese variant. He disagreed with the controversial notion, sustained earlier by the historian Herculano and supported at that time by Sérgio Bagú e Azevedo Amaral, that feudalism had not developed in Portugal. Unsurprisingly, his views on the subject were inspired by Marx, but he also relies on the German geographer, Leo Waibel. For Sodré, Brazil’s formation rested on two contradictions: internally, the opposition between masters and slaves; and externally, the relationship between the metropolis and the colony. The dialectical articulation between these two contradictions shaped Brazil and explained the maintenance of its backward, feudalistic type of relations. His understanding of Portuguese colonization comes mainly from the works of Sérgio Bagú, Celso Furtado, Roberto Simonsen and Caio Prado, Junior. It is not surprising that Sodré relied on the arguments of Sergio Bagú, who is considered to be one of Latin America’s foremost Marxist thinkers and a pioneer of what would later be known as the dependency theory. Because Bagú analyzed the subordinate relationship between the colonial economy and the international capitalist system, his books had a crucial impact on the development of the social sciences in Latin America. Celso Furtado, who sought to historicize cepal’s economic theories, “showing how the relationship was established between colonies and the metropolis, developed and under-developed countries, and center and periphery,” also had an important influence on Sodré’s studies.12

10 Caio Toledo, iseb: Fábrica, 103. 11 Edmundo Campos Coelho, Em busca da identidade. O exército e a política na sociedade brasileira (Rio de Janeiro: Forense, 1976). 12 Bernardo Ricupero, “Celso Furtado e o pensamento social brasileiro”, ArtNet. Grmasci e o Brasil, <http://www. artnet.com.br/gramsci/arquiv260.htm>.

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Despite the influence of such authors, Sodré defended the idea of feudalism in Brazil, an idea that was explicitly rejected by Celso Furtado, for example, who argues that Brazil was subject to the slave mode of production during the colonial period.13 For Sodré, from the very beginnings of colonization, there had been a “a perfect articulation between the Portuguese Crown, the dominant class of the feudal lords from the metropolis and the senhores de engenho (sugar mill owners), the dominant class in the slave-labor colony.”14 In that tripartite division, the structure of the sugar-producing colony rested on the initial lack of value of the land, on the regime’s commercial monopoly, and on the colonial situation. The expansion of livestock, which occupied new lands in the interior, stimulated exchange between the economies of the pastoral and the mining areas. According to Sodré, the Sertão was thus like a “reinforcement and complement to the agricultural and mining areas, and an escape valve for the agricultural area that had already been appropriated.”15 But if the Sertão was the place where a campesinato (peasantry) might have developed, free from the domination of large landowners, it actually became the site where the absence of government, [and] the morose rhythm in which things took place there, led to the configuration of a peculiar scenario in which […] land disputes were solved through violence, family issues led to long-lasting feuds, and [the development of] endemic banditry tinged, in some cases, with fanaticism.16

Feudalism in the Sertão, therefore, developed alongside the rise of slavery elsewhere. In other regions, the decline of gold production created conditions that made it possible to begin to overcome the colonial situation. The progressive loosening of ties that took place between the dominant classes of the colony and metropolis were encouraged by the expansion of capitalism in England and the end of the commercial monopoly. But even if it was possible to overcome the backwardness that delayed the circulation of goods, conditions were not yet ripe to put an end to slave labor, which still represented one of the “fundamental pieces of the Brazilian production structure.”17 However, by not changing the form of land appropriation, the decline of slave production and the abolition of slavery at the end of the 19th century may have widened feudal

13 In spite of quoting Caio Prado at many points, he prefers to argue that the aforementioned author was not concerned about characterizing the regime, but defended the idea that there had been, “real estate property in the beginning of life in Brazil.” Nelson Werneck Sodré, Formação Histórica do Brasil (Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 1979), 81. 14 Nelson Werneck Sodré, Formação Histórica, 86. 15 Nelson Werneck Sodré, Formação Histórica, 124. 16 Nelson Werneck Sodré, Formação Histórica, 125. 17 Nelson Werneck Sodré, Formação Histórica, 173.

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domination in the countryside. In this sense, “the transition of large ex-slave-labor areas into a regime characterized by servitude or semi-servitude [was made] possible in Brazil due to the availability of land.”18 We must bear in mind that Sodré did not invent the idea that feudalism existed outside of Europe. During the famous debate of the 1940s over the transition to capitalism in England, Marxist historians, such as Dobb and Sweezy, “openly stated that European feudalism was a specific case of a wider phenomenon, and historian Takahashi joined them by discussing feudalism in Japan.” According to Grespan, “Werneck Sodré was only adjusting the concept to [Brazilian] reality.”19 What is interesting is that, according to Sodré, it is the excess rather than the lack of land that produces the feudal relations: “the availability of land is an undeniable fact —but of appropriated land, not of land yet to be appropriated. There are empty spaces, but there is no property to conquer: there is no transfer of property.”20 For him, the empty spaces were the object of dispute. They were appropriated by “an ant-like invasion of small farmers or small cattle-raisers, absent from the market as a whole.”21 In this perspective, the former slaves would have had two destinations: the areas of servitude or semi-servitude —generally the same as those that formerly existed alongside slave regions — and urban areas where local conditions marginalized them as a surplus population.22 Nevertheless, Sodré neither explains how landed property was monopolized by the few nor the process by which rural feudal relations were consolidated after the end of slavery. As a result, he does not realize that the “ant-like invasion of small farmers” might have indicated a process of campenização (the formation of a peasantry) by poor, free and indentured people searching for land not yet appropriated by landed elites. While Sodré’s arguments might seem naive from today’s perspective, it is important to recall that, when he was writing, the specificities of the Brazilian case and the relationship between free land, the peasantry and political power were not readily apparent. For example, Lenin’s idea of a Prussian way of capitalist development, which helped explain how pre-capitalist

18 Nelson Werneck Sodré, Formação Histórica, 247. In a different book he states: The immigration of workers at the end of the 19th Century would not accelerate the transformation of labor relations, since the latifundio persisted as the majoritary form of land appropriation. Nelson Werneck Sodré, História da Burguesia Brasileira (Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 1976). 19 Jorge Luis da Silva Grespan, “Nelson Werneck Sodré, intelectual”, 205. 20 Nelson Werneck Sodré, Formação Histórica, 247. 21 Nelson Werneck Sodré, Formação Histórica, 248. 22 Nelson Werneck Sodré, Formação Histórica, 248.

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practices, such as the use of extra-economic coercion over rural workers, which were critical in this transition, had not taken root in Brazil.23 It is somewhat difficult to understand the reasons for his theoretical choices and his insistence on labeling the social relations that existed in the Brazilian countryside “from time immemorial” as serfdom since there were no major disruptions in that logic of inception and consolidation of feudalism in the countryside. We should ask what texts inspired his views on the countryside, since —as a Marxist— we might expect Sodré to at least indicate the existence of class conflicts between masters and slaves and especially between lords and their “serfs.” In his book O que se deve ler para conhecer o Brasil, first printed in 1943, Sodré dedicated an entire chapter to suggestions on what to read in order to study colonial society.24 In the introduction he emphasized that “each of the concurrent elements that populated Brazil, the Indigenous, the Africans and the European brought their own social antecedents.” The senhor de engenho, who “typifie[d] the privileged class,” originated with the concentration of territorial property.25 To understand such developments, Sodré recommended reading Antonil, Ambrósio Fernandes Brandão, Antonio Ladislau Monteiro Baena, Sérgio Buarque de Holanda, Luis dos Santos Villena, the American Charles Boxer, João Dornas Filho, Sérgio Bagú, Paulo Prado and Tito Lívio Ferreira. In this mix of primary sources, both national and foreign, Sodré shows his willingness to draw on a wide range of perspectives. The inclusion of Villena is symptomatic, since said author, who wrote at the end of the 18th century, was especially interested in understanding why Bahians were so lazy. Sodré highlights the re-publication of Recopilação de noticias soteropolitanas e brasílicas de Villena, which he considers to be a key source of knowledge about colonial life despite Villena’s lack of empathy for Bahians. However, although he recognized the importance of Villena’s work, Sodré does not cite him at all in his own book, A Formação Histórica do Brasil: his views of the people are too brief and biased. It is also interesting to notice the importance that Sodré gave to Ambrósio

23 The discussion about free borders, campesinato and capitalism is taken further with the study by Guilherme Velho, Capitalismo autoritário e Campesinato: um estudo comparativo a partir da fronteira em movimento (São Paulo: Difel, 1979). However, Guilherme also sets aside the impossibility of a peasant existence in colonial Brazil. He considers —based on Kalervo Oberg— that there had been a marginal campesinato in Brazil. For him, the main fact “is that although there had been cases in which repression of the workforce was not evident, it was structurally the dominating trait. For the individual, in general terms, the price of not being connected to it was marginality. Certain areas beyond the effective economic borders became, except for brief moments of bandeirante expansion that gradually disappeared, a locus for these marginals, and thus representes a paradoxical but complementary aspect (just like in Russia) of the system of repression of the workforce,” 116-117. 24 Nelson Werneck Sodré, O que se deve ler para conhecer o Brasil (São Paulo: Círculo do Livro, s/d.). 25 Nelson Werneck Sodré, O que se deve ler, 116.

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Fernandes Brandão’s book, Diálogos das grandezas do Brasil of 1618, and to Antonil’s book, Cultura e Opulência no Brasil of 1711, for the precious information they provide about colonial society.26 Sodré also relied on a significant number of journals kept by travelers to Brazil. In his bibliographical text, he included a brief biography of no less than sixty individuals who visited Brazil. “There is no one,” he wrote, “who can, in truth, conduct a diligent study in Brazil, particularly about the old Brazil, of the colonial phase and even of the imperial phase, without consulting these diaries.”27 Sodré’s recommendations of the 18th century books that he considered to be the most important for understanding colonial society are also of interest, but they were not given the same weight as other primary sources in the construction of his Formação Histórica do Brasil. While he cites Antonil once to describe the process of pastoral penetration into the interior during the colonial period, he says nothing about the social agents responsible for that expansion. There, in the areas abandoned during the extensive expansion of cattle raising in the Brazilian Northeast, feudal relations arose parallel to the consolidation of slavery. It is also interesting to note how Sodré’s theoretical choices drove him away from contributions by non-Marxist authors. In the second part of O que se deve ler para conhecer o Brasil, he dedicated a few pages to the topic of society, acknowledging the importance of studies about the origin, dispersion, and persecution of New Christians, inaugurated by João Lucio de Azevedo. He also emphasized the decisive book by Victor Nunes Leal about the coronelismo movement, published for the first time in 1949, and Gilberto Freyre’s books, Casa Grande & Senzala of 1933, and Sobrados e Mocambos, from 1936; works that —save for any mistake —do not appear in Formação História do Brasil. In O que se deve ler he gave credit to Casa Grande for contributing what he called the “external relations of society,” i.e. the house, the customs, the norms, “although it lack[ed] an historical method and almost completely abandon[ed] economic aspects.”28 The same could be said for Sobrados, since “the work presents the same characteristics as [Casa Grande], in what’s positive, negative or in what it leaves out.”29 Sodré did not ignore the manifestations of rebellion in the countryside, yet he remained a product of his own time, acknowledging those manifestations as examples of religious

26 An interesting study about the contributions of these authors to the understanding of colonial society is the one by Laima Mesgravis, “A sociedade brasileira e a historiografia colonial” in Marcos Cezar de Freitas, org., Historiografia Brasileira em Perspectiva (São Paulo: Contexto, 2001), 39-56. 27 Nelson Werneck Sodré, O que se deve ler, 324. 28 Nelson Werneck Sodré, O que se deve ler, 227. 29 Nelson Werneck Sodré, O que se deve ler, 228.

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fanaticism and banditry, just as Rui Facó had done in Cangaceiros e Fanáticos,30 written in 1963, subsequent to the publication of Sodré’s Formação Histórica do Brasil. His mention of authors who dealt with the topic of rural movements in later editions of Formação Histórica do Brasil does not seem to be a mere detail: both Rui Facó’s book of 1963, and Mauricio Vinha Queiroz’s,31 of 1968, seem to confirm the incomplete treatment of the political character of rural people. In short, what draws the most attention in Nelson Werneck Sodré’s studies is not merely his insistence that Brazilian society of the 1950’s and 1960’s had traces of feudalism inherited from its colonial past. Sodré was not alone in promoting such an interpretation, either in Brazil or in Latin America in general. The most revealing aspects of his work, I would suggest, are the way he characterized and qualified free poor people, his limited acknowledgement of their role in the process of land occupation, and his inability to identify the clash or class struggle between the landowners and the rural poor. Sodré attributed the latter’s failure to appropriate land for themselves, which prevented the formation of a peasantry, to the rural poor themselves, viewing poverty as a demoralizing characteristic. The “ant-like invasion” oscillated between fanaticism and banditry but it built nothing. When, for some reason, the poor do rise up, their rebellions are marked by their incomplete character. Sodré’s insistence on using the concept of feudalism to explain the maintenance of social relations governed by extra-economic coercion in the countryside had, above all, the function of highlighting the dependent character of the Brazilian worker. He thought that the different paths of development taken by the United States and Brazil, both heirs to societies built on slave labor, made it obviously necessary to understand why Brazil had not experienced a bourgeois revolution, since it was generally accepted that capitalism reproduced “the double encumbrance of the latifundio and imperialist domination.”32 Nonetheless, Sodré did not look at the dynamics of struggles by the rural poor more closely. He was also very much a product of his times, taking for granted the views that were accepted as common sense. His readings about the poor, therefore, were unaffected by the Ligas Camponesas and the intense popular mobilization of the period that “set the country alight” in the name of land reform.33 Like many

30 Rui Facó, Cangaceiros e Fanáticos:gênese e lutas (Rio de Janeiro: Bertrand Brasil, 1991). 31 Mauricio Vinhas Queiroz, Problema agrário, camponeses no Brasil (Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 1968). 32 In this sense I tend to agree with João Quartin Moraes “Sodré, Caio Prado e a luta pela terra”, in Nelson Werneck Sodré, 155-164. 33 The Ligas Camponesas were one of the most important rural labour organizations until the Brazilian coup d’état in 1964, when the peasant organizations were deactivated all over the country. Márcia Motta and Carlos Esteves, “Ligas Camponesas: História de uma luta (des)conhecida”, in Formas de resistência camponesa: visibilidade e diversidade de conflitos ao longo da história. Vol. ii. Concepções de justiça e resistência nas repúblicas do passado (1930-1960), ed. Márcia Motta and Paulo Zarth (São Paulo: unesp, 2008), 243-257.

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of his contemporaries, he saw the popular movements of the period from the perspective of the party, and there are no signs that he had found or highlighted any thread of continuity between the struggles of anything beyond that and of the context of the 1950s and 60s. However, if that period presented a favorable context in which to reflect on rural social dynamics, the rural agitation also seemed to be explained, according to Sodré, by a theoretical approach that, as mentioned above, had been introduced into Brazil and offered a way to understand the country’s past. In this sense, his use of varied sources and authors only served to reinforce the authority of his pre-conceived argument. The essay tradition, common to so many authors of that period, was overshadowed by a theory that was accepted as true a priori. It was up to another author to pay more attention to the rural movements in Brazil while still tied to the notion of Brazilian feudalism. The trajectory and reflections of Alberto Passos Guimarães will thus help us recognize the significant distinctions that existed within Brazil’s “feudal” school.

2. Feudal Traces, the Latifundio and the Peasantry: the Originality of Alberto Passos Guimarães Following Sodré’s theoretical line, Alberto Passos Guimarães developed a more complete vision of Brazilian feudalism. Written in 1963 —when it seemed that hopes for a revolution might come true— Quatro séculos de latifúndio tried to show the origins and the effects of the extreme concentration of land in Brazil.34 With a degree of naïve optimism about the possibilities of the land reform proposal under the Goulart administration, the country recognized the urgency of a more equitable distribution of land as indispensable for the development of capitalism on a national basis.35 Quatro séculos de Latifúndio was published for the first time by the small publishing house, Fulgor, in December, 1963. Along with Civilização Brasileira, Tempo Brasileiro, José Alvaro, and Zahar Editores, Fulgor was considered to be one of the progressive publishing companies in the period prior to the coup d’état.36 The book was reprinted in 1964 by Paz e Terra, which became famous by publishing books by Marxist authors.37

34 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos de Latifúndio (Rio de Janeiro: Paz e Terra, 1968). 35 João Goulart was the president of Brazil from 1961 until he was ousted by the coup d’état of 1964. 36 Laurence Hallewell, O Livro no Brasil: sua história (São Paulo: Edusp, 2005), 539-540. 37 The publishing house was founded by Fernando Gasparian, “As Editoras de Esquerda: Civilização Brasileira e Paz e Terra”, Quitanda do Chaves, <http://quitandadochaves.blogspot.com/2008/07>, 6º paragraph. I thank Andréa Galucio for the information about the one responsible for Paz e Terra and for the research which she generously conducted in order to verify the hypothesis that there are no theses about this publishing house in the country.

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Subsequently forgotten due to his belief in a revolution that would overcome the traces of feudalism that he identified, the self-taught Alberto Passos Guimarães was born in Alagoas in 1908 and died in Rio de Janeiro in 1993. He was editor at ibge, responsible for the Retratos do Brasil collection, and director of the first census of the favelas (slums) in Rio de Janeiro in 1950. In collaboration with Jorge Amado and Oscar Niemeyer, he founded the journal Paratodos, and at the invitation of Antonio Houaiss, he took charge of the geography section of the Enciclopédia Mirador.38 Guimarães also published Inflação e Monopólio no Brasil - Por Que Sobem os Preços? in 1962, A Crise Agrária in 1978 and As Classes Perigosas: Banditismo Rural e Urbano in 1982. In Quatro Séculos de Latifúndio, Guimarães’s narrative stressed Brazil’s persistent agrarian problems and the power of its rural elite. He began his book with a romantic view of Brazil prior to the arrival of Pedro Alvares Cabral (based on the writings of the French traveler, Jean de Léry): “Life in Brazil was full of ‘peace and calm’ before our history began.”39 He relied on Morgan’s classifications to identify the evolutionary phase that Brazilian Indians would have occupied, and surmised that they would not have evolved from anthropophagy to the practice of slavery on their own, since everything indicated that the latter was introduced by the Portuguese. “The inexorable march of colonization went on, leaving in its wake the blood of the native populations.”40 The idea of an “inexorable march” was sustained by the notion that the institutionalization of private property in the colony consolidated the power of “feudal lords in Portuguese America.” Therefore, “the latifundio originated and developed in Brazil through the use of violence against native populations, whose innate right to landed property was never respected or enforced. It would never redeem itself from this stigma of illegitimacy, which is its original sin.”41 Guimarães’s task was to show not only that the past maintained itself without major disruptions, but also that this past should be characterized as feudalism or at least as traces of it. He thus contradicted the thesis that Brazil had been exclusively capitalist from the its beginnings. In other words, Guimarães had to find a unifying thread for his study and provide it with a theoretical foundation consistent with his desire for social transformation. For him, colonial-era capital, so necessary for the colonization of the country, was unable to transform

38 A small biography, from which I got this information; it can be read in the thesis by Ieda Lebensztayn, “Graciliano Ramos e a Novidade: o astrônomo do inferno e os meninos impossíveis” (PhD thesis in Brazilian Literature, Universidade de São Paulo, 2009). 39 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 5. 40 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 15. 41 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 19.

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the society into a mercantile economy. Instead it had to subject itself and even adjust to the “typical structures of nobility and feudal power instituted in Portuguese America.”42 With Portugal’s discoveries, its feudal order, which was founded on landed property, was transplanted to the New World, where colonial occupation reproduced the monopolization of the land. However, due to the impossibility of bringing servants to the colony, colonial feudalism “had to go back to slavery, partly due to the exceptionality of the New World’s virgin land and partly due to the brutality with which its workforce was treated.”43 Guimarães believed that to defend the reconfiguration of Brazil’s land-tenure structure was to identify its colonial experience as feudal. By contrast, calling it capitalist would only lead to a non-reformist political strategy like that conducted by Juscelino Kubistschek. Once again, contemporary politics determined the ways in which the past was interpreted. Kubistschek’s developmentalist government concentrated on goals to expand agricultural production and improve its productivity: “Major investments were made in purchasing trucks, etc. The results were not foreseen: the failed wheat crops and the crisis of the bean crops.”44 The unquestionable reality was, in other words, the feudal monopoly that had taken hold of land ownership in Brazil. This monopoly, in turn, not only guaranteed latifundio owners with economic power but with extra-economic power as well. Thus, what the Jesuit Antonil criticized in the 18th century — “he who has borne the title of master seems to want all others to show the dependence of a servant” — reappeared in the 19th century in Koster’s observations: “the great power of the farmer, not only over his slaves but his authority over free people of the poor classes.” According to Guimarães, such relations have continued into the present through the phenomenon of coronelismo.45 Guimarães paid close attention to the studies from this period about territorial expansion, delving into the works of Felisbello Freire46 and Cirne Lima47 in order to investigate the sesmarias system, which regulated the distribution of crown lands. Additionally, he drew on the work of Vasconcellos, Livro das Terras, first published in 1856, to discuss how Portuguese legislation regarding crown lands was transplanted and how it strengthened the landed elite’s monopoly over the

42 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 23. 43 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 29. 44 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 29. 45 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 35. 46 Felisbelo Freire was born in 1858 and died in1916. He was a journalist and historian and the author of an exhaustive study of Brazilian territory. 47 Rui Cirne Lima, a Brazilian jurist and lawyer, was born in 1908 and died in 1984. Author of Pequena história territorial do Brasil (sesmarias e terras devolutas) (Porto Alegre: Livraria Sulina, 1954 [1935]).

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land. “Sesmarias legislation, betrayed in its origins by the feudal monopoly, proved unable to serve the purpose expressly stated by the law: to disseminate culture and populate the land.”48 While Guimarães’s insistence on characterizing the colony as feudalistic seems to impoverish the work, his arguments are, nonetheless, based on an attentive reading of contemporary authors, such as Cirne Lima and Felisbelo Freire, who had already discussed the process of the occupation of Brazil. Furthermore, Guimarães delves into the sources collected by Vasconcelos in order to unveil the laws and illegalities that took place in the settlement process, such as the practice of arrendamento (renting) in sesmaria areas, even though it was forbidden by the Carta Régia of October 20, 1753. It is also worth noting his concern to avoid viewing Brazil in monolithic terms and, instead, to highlight the different backgrounds of territorial expansion, thus differentiating between cattle ranches, sugar mills and coffee farms. Regarding the differences between the South and the North, Guimarães also relied on Felisbello Freire’s work to show how territorial concessions in the North were generally larger than those in the South. Thus, the feudal past and present had territoriality: the Brazilian Northeast. Contrary to Sodré, Guimarães identified the sugar mill as the primary locus of backwardness and thought it necessary to subdivide cattle estates with the advent of the arrendamento system. On ranches, where slave labor was not possible due to the absence of continuous and direct surveillance, subdivision would provide “men of lesser means access to explore and, later on, access to property.”49 Raising cattle offered a means through which the poor could acquire access to a small piece of land. The economic antagonism between sugar mills and cattle ranches had already been identified by Gilberto Freyre and Roberto Simonsen50. Thus, Guimarães put a positive spin on Sodré’s cultureless human anthills, identifying them as “the forerunners of a new formula for land distribution –the small property.”51 His accurate perception of the dynamics of occupation of the large latifundios parallels the effort to understand the formation of the coffee-producing estates, the last to originate from the “entrails of the sesmarias.” Guimarães recalled the arguments of travellers who visited Brazil in the 20th century to reassert the continuity of illegal land occupation by such farmers. The coffee farm based on large-scale feudal exploitation maintained absolute domination over things and men.

48 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 57. A little later on he states that the end of the system of sesmarias on July 17, 1822 “was the recognition of an unbearable situation,” 59. 49 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 69. 50 Roberto Simonsen, História Econômica do Brasil (Rio de Janeiro: Editora Nacional,1937). 51 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 73.

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Nonetheless, if there were those who believed in the possibility of transforming the coffee farms due to the crisis of slave labor, these latifundios survived even after the introduction of free workers, initiated by Senator Vergueiro in 1857. The continued monopolization of land ownership actually prevented the weakening of these large estates and the consolidation of small properties. The slaves who worked them were already engaged in relations of production that were closer to the feudal model, since they were allowed a small portion of land to farm themselves, from which they provided for their own subsistence and could even sell their surplus production.52 This kind of “partnership” could not be identified as “a form of transition between the primitive income form and capitalist income,” as Marx had wished. In the Brazilian case, the partnership represented a return to backward, pre-capitalist forms. The central idea that structures Guimarães’s text is that there was a peasant class in formation. The consecutive ‘abortions’ and ultimate failure of this peasantry to materialize were a consequence of the fact that “for 388 years the colonial and feudal latifundio, and its analogue, the slave labor agricultural system, used many of the available artifices to prevent the oppressed human masses [...] from settling permanently.”53 Guimarães delves into the works of Rocha Pombo54 and the traveler Saint-Hilaire to sustain the historicity of the “layer of semi-laborers from the countryside [...] without any important function in the productive structure.”55 Despite the limited productive significance of these “semi-laborers,” Guimarães acknowledged that there had been a class struggle that, according to Rocha Pombo, was a struggle “between working classes and the territorial aristocracy [that] lasted for very long.” Drawing on Pombo, Guimarães stated: “The small sesmeiros resisted as long as they could against the preeminence of the big.”56 To prove the existence of this historical struggle, the author of Quatro Séculos once again referred to the arguments of Pombo, which demonstrated that the sugar mill owners tried to subsist autonomously and were only stopped from continuing to produce aguardente (sugarcane alcohol) due to the interests of the Crown and the landed elite, as expressed in the Provision of September 18, 1706. Thus, “indebted to the large landowners, the small sesmeiros had to sell them what remained of their land; those who were allowed to remain, living there as rendeiros

52 It is interesting to note that Guimarães’ statement about the possibility of a slave holding some portion of land was not emphasized in later studies about the so-called peasant gap. 53 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 105-106. 54 José Francisco da Rocha Pombo was born in 1857 and died in 1933. According to his biographer, he was both an abolitionist and a republican. He wrote tens of books on the State of Paraná, where he was born. 55 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 106. 56 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 106.

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(tenant farmers), considered themselves very lucky.” And still: “those who were not trusted with ‘tomar terras de renda’ (occupying rental lands) [...] had the consolation of remaining as agregados, under the ‘protection’ of the master.”57 According to Guimarães, the notion of a process that “depriv[ed] the incipient peasant class” countered Lamego’s idea about the exceptional character of a small-property regime, both in Campos, the area this geographer studied, and in the country as a whole. The obstinate struggle of Brazilian peasants was thus understood as a class struggle since “not even for a single moment, throughout the history of Brazilian society, has the irreconcilable antagonism between the class of latifundio owners and the peasant class been absent.”58 This antagonism reveals the specificity of Brazilian history where, contrary to other regions of Latin America, in which latifundios originated from the ruin of small properties, in Brazil peasant property originated from the decomposition of the latifundio. Guimarães also considered Marx’s thoughts about the appropriation of land and the previous contributions of Wakefield to such discussions. The systematic British colonization proposed by Wakefield assumed that it was necessary to stipulate that the price of land be high enough to stop workers from acquiring their own properties. Moreover, the income from land sales should be used to finance the importation of colonists who, without the means to purchase land, would become wageworkers. In other words, Wakefield’s arguments showed that it was first necessary to prevent poor men from acquiring access to land as independent peasants, in order to create a class of rural workers who did not own their means of production. To Guimarães, such an obstruction had been in force since the inception of Brazil’s colonization, since it was forbidden for free and poor workers to own land. Thus, it was the posseiro or squatter who struggled to become a peasant. They were the ones who fought the power of the latifundio owners. By acknowledging the importance of the small posseiro, Guimarães showed their resistance and obstinacy in the fight over the ownership of land. By boldly attacking the almighty latifundio system, by violating its draconian institutions, the posse makes history as the strategic weapon with the longest reach and the best efficacy in the century-old struggle against the monopoly of land [...] Intruders and posseiros were the forerunners of small peasant property [...] Due to the repetition of these daring deeds of bravery, for which many paid with their lives, the sacred and until then untouchable colonial and feudal monopoly of land started to fall apart.59

57 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 107. 58 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 110. 59 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 113.

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Guimarães acknowledged that the posse also formed the latifundio and was aware that the end of the sesmarias system in 1822 worsened the situation of irregular land occupation by large farm owners. In his view, however, it was the terribly oppressive system of Brazil’s initial centuries that “crushed in its berth the origins of the class of small independent farmers,” forcing a large number of poor to become agregados and tenants of the sugar mills, and “delayed or obstructed the diversification of crops.”60 Contrary to the perception of his contemporaries about poor free men, Guimarães stated that they were Not always properly pictured by many of our historians, who frequently see them, just like the rural landowners of that time, as a multitude of lowly outlaws; these ‘idle’ or ‘tramps’, at least most of them, were an important instrument for pressure and fighting the then unbreachable right to property of the larifundio owners. We’ll find them in the second half of the 18th century and throughout the whole of the 19th century transformed into ‘intruders’ or ‘posseiros’ and once again robbed and oppressed in the course of their daring struggle for the right to a piece of land.61

Guimarães thus inverted the arguments of Sodré and so many others of that period, in order to legitimize the extra-legal occupation of the posseiros who paved the way for the small property. In other words, it was not the immigrants alone who created the Brazilian peasantry. Prior to their arrival, there were families without resources who formed agricultural units away from the large latifundios and farmed them as peasants. But Guimarães further argued that the decomposition of the large estates, due to the very rhythms of such extensive systems of exploitation, and their careless agricultural practices, enabled the establishment of these small properties.62 Still not pleased, he also read the work of the French geographer and professor of the Universidade de São Paulo, Pierre Monbeig, author of As estruturas agrárias da Faixa Pioneira Paulista, in order to support the idea that poor farmers “who had recently immigrated or come from the coffee farms” were moving towards new lands. Conversely, capitalist land-colonization companies, as well as squatters, stole public land and promoted violence against the posseiros. It is possible that Guimarães’s attentive historical investigation of rural people might have been related to his activities in the Brazilian Communist Party (pcb) at the end of the 1950s and beginning of the 1960s. The proliferation of the so-called agricultural unionism,

60 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 114. 61 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 117. 62 Alberto Passos Guimarães, Quatro Séculos, 152. Guimarães delves into Caio Prado Junior’s article, “Distribuição da Propriedade Fundiária Rural no Estado de São Paulo”, Revista Geografia i: 1 (1935): 692-700.

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sponsored by the pcb, might also have forced a denser reading about such rural inhabitants. There were many discussions within the party about how to interpret the land reform. They not only “mirrored the application of the general political line of the party to the countryside, but […] already showed some ‘formulation of theories’ that aimed at better accounting for the specificities of the rural world.”63 I do not have the space to explore these discussions here, but what is of interest is that Alberto Passos Guimarães’s participation was decisive in revising the pc’s view about the revolutionary role of the peasant. In the 1960s, the notion of peasant mobilization was initially unthinkable. To reaffirm the feudal character of Brazilian society seemed like the best way to promote its transformation. Critically, however, Quatro Séculos de Latifúndio —which consolidated the notion that the remants of feudalism both hindered Brazil’s economic development and unveiled the historicity of violence against rural peoples in their century-old struggle against landowners — was published only one year before the coup d’état of 1964. In a new chapter added to the 1968 edition, after the coup d’état and the promulgation of the Estatuto da Terra (Land Statute) of Castelo Branco’s military administration, Guimarães still emphasized the need for land reform, and noticed, as perhaps few did, the conditions for de-nationalizing property contained within the Estatuto da Terra, as well as the failure to create devices that would democratize the access to land. In other words, despite the advances represented by the Estatuto, a topic discussed by many authors, and despite the need to distinguish between the law itself and how it was later implemented, Guimarães maintained his positive perspective on rural people. In this sense he was very different from his contemporaries as well as others who tried to understand his views later on. Guimarães’s concern with studying the rural poor man persisted in his subsequent studies. The first of these, A crise Agrária, is a sweeping work that summarized the agricultural development of mankind: the stages of agricultural growth, the agricultural revolution, and the degree of rural industrialization.64 The second, As Classes Perigosas. Banditismo Urbano e Rural65 — clearly inspired by Hobsbawm’s idea of social banditry,66 a primitive form of social protest in which bandits, by attacking power structures, are considered heroes and champions of justice by rural communities — represents Guimarães’s attempt to understand the issue of violence in the contemporary world. By the time he wrote said book, Guimarães did not have the same prominence that he had had in

63 Luiz Flávio Carvalho Costa and Raimundo Santos, Política e Reforma Agrária (Rio de Janeiro: Mauad, 1998), 19. 64 Alberto Passos Guimarães, A crise Agrária (Rio de Janeiro: Paz e Terra, 1982). 65 Alberto Passos Guimarães, As Classes Perigosas. Banditismo Urbano e Rural (Rio de Janeiro: Graal, 1981). 66 I refer particularly to the book: Eric Hobsbawm, Bandidos (Rio de Janeiro: Paz e Terra, 1976).

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the years prior to the coup d’état. Nonetheless, he highlighted the limited participation of historians in discussions about the violent character of landowners. Perhaps for this reason, he once again returned to Koster’s texts in order to historicize such violence. I imagined the strange life that I lived and the similarity with the feudal time in Europe sprang to mind, and I couldn’t keep from comparing it to the current state of Brazil’s interior. The vast power of the farmer, not only over his slaves but his authority over the free people of the poor classes; the respect these barons demanded from those living on their land, the assistance they receive from rendeiros in case of offense from an equal neighbor, the dependence of the peasants and their wish for being under the private protection of a rich individual who is capable of freeing him from all oppression and of speaking in his defense to the Governor, or to the Judge; all these circumstances come together to make the similitude even more striking.67

It’s difficult to know the reasons that led Alberto Passos Guimarães to insist on the enduring violence of the landed elite. One might infer that he followed what happened in the countryside after the 1964 coup d’état: the dismantling of the Ligas Camponesas and the slaughter or arrest of mobilized agricultural workers involved. In any case, if As Classes Perigosas searched for the historical roots of banditry in the employment of capangas e jagunços, or poor men who protected the interests of the large land owners, it also moved away from the oversimplifying and judgmental view of the decision by those men to become the main perpetrators of violence fomented by the landed elite, such as that found in Rui Facó’s image of the poor classes as sementeiras de capangas (breeding grounds of thugs). This was because “violence became a spontaneous product of the latifundio, in the passage of the desperate poor classes to the ‘hell of poverty.”68 Contrary to the common perception among his contemporaries, Guimarães insisted that there was a vast free population that was barred from accessing land in the 19th century. He even delved into the statistical data produced by Joaquim Floriano de Godói in the 19th century in order to demonstrate the use of free workers in the regions of Minas Gerais, Ceará, São Paulo, Bahia, Pernambuco and Rio de Janeiro in 1875, as well as the large number of

67 Guimarães ends his text with what he considered almost a confidence by Koster: “Even I felt the power that was bestowed in my hands. I had gathered a large number of free workers and property ownership was respected for miles around. Many of these fellows had committed more than one crime under the impression that my protection would guard them, and if I had not expelled a few and threatened others with the rigors of law, much more than illusion for those whose conduct was irregular, I don’t know which mischief they would not have been up to”, Alberto Passos Guimarães, As Classes Perigosas, 109-110. 68 Alberto Passos Guimarães, As Classes Perigosas,153.

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“idle” hands in those regions. Compared to 1,434,170 men aged 13 to 45 and employed in agricultural work, there were 650,540 slaves and 2,822,583 idle men in those six provinces.69 Guimarães’s perception about the structural character of idleness among poor, free men, and its relation to the monopolization of landholding, was related to the fact that he had worked as an editor and statistician at ibge and had access to historical information about population growth and the distribution of productive activities within the population. Guimarães also indicated that part of the colonial ideology had taken root, developing the character of the idle man, vagrant and squatter as “a product of the voluntary decision of ‘free’ workers, or that they existed because of their ‘incapacity to work.”’70 Aware of the contribution of North American historian Peter Einseberg in Modernização sem mudança,71 as well as other authors, Guimarães still insisted on the need to think about violence in Brazil as the result of the past history of monopolization of land by a few and by obstruction of the constitution of peasant units in Brazil.

Conclusion The 1964 coup d’état buried the hope for land reform and peasant mobilization in Brazil. In subsequent years, the “feudal” thesis was thoroughly discredited. It was not only seen as the utmost expression of a mistaken interpretation, but one that fell hostage to imported theories derived from other historical contexts. From the 1960s on, Brazilian academics turned largely to Caio Prado Junior’s views (developed from the 1940s) about the countryside and his argument that Brazil was “capitalist ever since its origins.” In his book, A Revolução Brasileira, written shortly after the coup d’état, Caio Prado sought to deny the continued existence of traces of feudalism in the country in the the mid-20th century and to destroy the feudal interpretation of Brazilian history. Caio Prado emphasized the inadequacy of analyzing Brazilian society with classical European models, accusing those who opposed him of developing theory backwards: one “that goes from concepts to the facts, and not the other way around, from these facts to the concepts.”72 He claimed that Brazil does not present anything that can legitimately be called ‘feudal traces’. If not for any other reason, at least because for there to be ‘traces’, there should forcefully be a pre-existing ‘feudal’ system of which these would be the remaining traces. Such

69 Alberto Passos Guimarães, As Classes Perigosas, 138-139. 70 Alberto Passos Guimarães, As Classes Perigosas, 142. 71 Peter Eisenberg, Modernização sem mudança (Rio de Janeiro: Paz e Terra, 1970). 72 Caio Prado Junior, A Revolução Brasileira (São Paulo: Brasiliense, 1966), 34.

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a feudal or semi-feudal system, or even a system merely related to feudalism in its appropriate sense, had never existed among us and, no matter how much one investigates Brazilian history, it cannot be found in it.73

It is important to understand, however, that the way Nelson Werneck Sodré and Alberto Passos Guimarães read the rural past was rooted, above all, in the historic context in which they worked. Furthermore, far from being monolithic and oversimplifying, they tried in different ways to understand Brazil and give meaning (negative or positive) to the historic actions of the rural poor. Additionally, it is worth re-emphasizing that the decline of the “feudal” school vindicated the notion that Brazil was capitalist from its beginnings. Consequently, Brazilian Marxist theory identified revolution with anti-imperialist struggles, as well as the close relationship between foreign interests and the national bourgeoisie. Neither the absence of land reform nor the country’s subordination to international capitalism — once large landed estates were inserted into it, using external dependency to their advantage — impeded capitalist expansion locally. Finally, Werneck Sodré and Alberto Passos Guimaraes’s different interpretations regarding the persistence of feudal characteristics in Brazil during the first half of the 20th century are more than historiographical curiosities of the Brazilian left. The opposing views about Brazil’s colonial past was also a theoretical debate that is still pertinent for thinking about Latin America and its relationship with Europe. The importance of examining the past through the eyes of key protagonists of the “feudal” school, especially Alberto Guimarães, is that it helps us reflect on the important question about such ties: historians of the period accepted the general thesis that the ties that developed between Brazil and the rest of Latin America to the center of the consolidating system of global capitalism generated relations of dependence. However, by doing so, they overlooked internal developments such as the struggles of a peasantry-in-formation. By exploring different visions of Brazilian history produced by the left, I show how these interpretations, the product of contemporary political struggles, were more sophisticated and diverse on questions of the peasantry and land reform than was subsequently remembered. Rereading them today helps us rethink how the ties between colony and metropolis in the history of Brazil, and in Latin America in general, encouraged the theoretical mistake of sublimating the history of peasant struggles.

73 Caio Prado Junior, A Revolução, 51.

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Acuerdos y confrontaciones: la política agraria peronista en el marco del Pacto SocialÏ

Silvia B. Lázzaro

Profesora adjunta de la Universidad Nacional de La Plata (Argentina) e investigadora independiente del conicet (Argentina). Doctora en Historia por la Universidad Nacional de La Plata. Es directora de varios proyectos, entre ellos el Proyecto de Investigación Plurianuales (pip/conicet) (2012-2014), el Proyecto de Investigación Científica y Tecnológica (pict/Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica/foncyt) (2013-2015) y el Proyecto de Incentivos a la Investigación, Secretaría de Ciencia y Técnica de la unlp (2012-2015). Entre sus publicaciones recientes se encuentran: “El desarrollismo y el problema agrario durante las décadas de 1950 y 1960”, Secuencia 84 (2012): 125-160; y, en coordinación con Javier Balsa, Agro y política en Argentina. Tomo i. El modelo agrario en cuestión, 1930-1943 (Buenos Aires: ciccus, 2012). slazzaro@conicet.gov.ar

Artículo recibido: 30 de noviembre de 2012 Aprobado: 22 de abril de 2013 Modificado: 07 de junio de 2013

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit51.2013.07

Ï El presente artículo se inserta dentro del proyecto La “Reforma agraria” en la región pampeana: concepciones, condicionantes, propuestas e impacto entre el primer y el segundo peronismo, 1943-1976, que se desarrolla como investigación independiente del conicet (Argentina), institución que financia el presente trabajo académico y los proyectos mencionados.

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Acuerdos y confrontaciones: la política agraria peronista en el marco del Pacto Social

Acuerdos y confrontaciones: la política agraria peronista en el marco del Pacto Social Resumen: El propósito de este artículo es el análisis de la política agraria del peronismo, en un particular contexto marcado por las grandes modificaciones en el funcionamiento del capitalismo que se exhiben en un ámbito dominado por la situación de crisis generalizada, y donde el capital financiero cumple un rol fundamental en los procesos económicos y políticos: los comienzos de la década de 1970. En efecto, se trata de un período histórico complejo en el que es posible advertir contradicciones y variaciones políticas y socioeconómicas que se suceden a un ritmo impetuoso y apremiante. En este marco, se estudiarán las diferentes iniciativas que se fueron generando en el ámbito de esta política sectorial, en un clima de ideas signado por la tendencia a los acuerdos y la concertación, pero que fracasa por el predominio de la confrontación entre sectores socioeconómicos con intereses dispares. Palabras clave: Argentina, Pacto Social, política agraria, tenencia de la tierra, reforma agraria.

Agreements and Confrontations: Peronist Agrarian Policies in Light of the Social Pact Abstract: The purpose of this article is to analyze the agrarian policy of Peronism in a specific context characterized by great modifications in the way capitalism functions exhibited in an environment dominated by a generalized crisis situation and where financial capital fulfills a fundamental role in economic and political processes in the early 1970s. This is a complex historical period which gives rise to political and socioeconomic contradictions and variations that succeed each other at an accelerated rate. In this context, we will study the various initiatives that were derived from this sector policy, in an environment marked by a tendency towards agreements and concertation, but which fails due to the prevalence of confrontation between socioeconomic sectors with disparate interests. Keywords: Argentina, Social Pact, agrarian policy, land tenure, agrarian reform.

Acordos e confrontos: a política agrária peronista no marco do Pacto Social Resumo: O propósito deste artigo é a análise da política agrária do peronismo, em um particular contexto marcado pelas grandes modificações no funcionamento do capitalismo que se exibem em um âmbito dominado pela situação generalizada, e onde o capital financeiro cumpre o papel fundamental nos processos econômicos e políticos: no início da década de 1970. De fato, trata-se de um período histórico complexo no qual é possível advertir contradições e variações políticas e socioeconômicas que se sucedem a um ritmo impetuoso e prioritário. Neste marco, serão estudadas as diferentes iniciativas que foram sendo geradas no âmbito desta política setorial, em um clima de ideias aprovadas pela tendência aos acordos, mas que fracassa pelo predomínio do confronto entre setores socioeconômicos com interesses desiguais. Palavras-chave: Argentina, Pacto Social, política agrária, posse da terra, reforma agrária.

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Introducción

A

comienzos de 1973, el peronismo retorna al control del aparato estatal argentino, comenzando entonces un proceso político colmado de tensiones que culminó en marzo de 1976 con el advenimiento del más fuerte golpe de Estado, que depuso a la presidente Isabel Perón. El peronismo protagonizó durante este período enfrentamientos con diferentes actores de la sociedad argentina, ocupando, junto con los conflictos de la gran burguesía agraria, un lugar destacado, lo que exhibió el importante poder de invalidación que conservaba este sector social1. El régimen peronista de la década de 1970 intentó articular su antigua alianza de clases para revertir el proceso de acumulación vigente y apuntar a renovar la política social de la década de 1940. Desde el punto de vista político procuró apoyarse sobre las bases de un Pacto Social, y en el ámbito económico, dejar el país en manos del ministro José Gelbard2. La conducción de la política económica se orientó a estimular la burguesía nacional, ampliar el mercado interno mediante la redistribución del ingreso, procurar la expansión de las exportaciones de manufacturas y extender los márgenes de acción del Estado3. Por tanto, fue un período particularmente complejo que se cristalizó en una realidad en la que los aspectos económicos y político-institucionales adquirieron críticos contornos que derivaron en una situación de constante movilización social. Ahora bien, la principal intención del peronismo era crear un orden político legítimo y estable, susceptible de constituirse en un ámbito en el que las clases sociales dirimieran sus

1 Ver al respecto: Ricardo Sidicaro, “Poder y crisis de la gran burguesía agraria argentina”, en Argentina, hoy, comp. Alain Rouquié (México: Siglo xxi, 1982), 50-51. 2

José B. Gelbard fue un inmigrante judío que, escapando de Polonia, llegó a Argentina durante la década de 1930. Desde entonces se dedicó a diferentes actividades comerciales, gremiales, y aun políticas, durante el gobierno de Perón, junto a quien fundó la Confederación General Económica (cge), que agrupó a la pequeña y mediana burguesía nacional en 1953; se desempeñó posteriormente como ministro de Economía durante el segundo gobierno peronista, entre 1973 y 1974. Ver: María Seoane, El burgués maldito (Buenos Aires: Planeta, 1998).

3

Pedro Paz, “Proceso de acumulación y política económica”, en Crisis de la dictadura argentina. Política económica y cambio social (1976-1983), eds. Eduardo Jozami, Pedro Paz y Juan Villarreal (Buenos Aires: Siglo xxi, 1985), 62-70.

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enfrentamientos, y un orden de arbitraje que trascendiera el notable carisma personal de Perón. En este contexto, el eje del proyecto de reorganización de la dominación de clases era la creación de un sistema político abierto y flexible, sostenido sobre las organizaciones corporativas y los partidos políticos. En este sistema quedaría definido el lugar de las clases en la sociedad, particularmente en el plano institucional, cuyos límites de tolerancia fueron establecidos en el diseño político realizado por Perón. De esta manera, se esperaba que el potencial antagonismo entre las clases se viera neutralizado, y se pudiese contener el creciente proceso de radicalización social4. Respecto al programa económico y social del peronismo, cabe destacar algunos ejes centrales en función del objetivo de este artículo, presentes ya en las propuestas iniciales: la política agraria, que combinaba las transferencias de ingresos hacia otros sectores de la economía con las propuestas de modernización para incrementar la producción y los saldos exportables; las medidas tendientes a favorecer el desarrollo industrial y las empresas de capital nacional; la mejora de la situación de los sectores asalariados; y la restricción de la actividades de las empresas transnacionales, al considerar que habían sido tratadas de manera privilegiada por los gobiernos anteriores. Todos estos procesos implicaban el incremento de la intervención estatal en los ámbitos socioeconómico y político-institucional5. Es relevante además el análisis de la política agraria del peronismo, con énfasis en la problemática de la tenencia de la tierra y su uso, en función del requerimiento explícito de afianzar el incremento de la producción y el nivel de productividad agraria en Argentina. Más aún cuando el contexto internacional estaba caracterizado por las grandes modificaciones en el funcionamiento del capitalismo, que se observaban en un ámbito dominado por la situación de crisis generalizada, y donde el capital financiero cumplía un rol fundamental en los procesos económicos y políticos. En efecto, se trataba de un período histórico complejo, en el que es posible advertir contradicciones y variaciones políticas y socioeconómicas que se generaban a un ritmo impetuoso y apremiante. El regreso de Perón a comienzos de los años setenta trajo consigo un intento de concertación social y política, que confluyó en diversos procesos internos y externos —la inflación incontrolada, la crisis del petróleo, el clima de violencia social y un alto grado de conflictividad intragubernamental—, que significaron a su vez el fracaso rotundo de esta propuesta. Este movimiento, de manera particular, mostró su incapacidad para sobrevivir

4

Liliana de Riz, Retorno y derrumbe. El último gobierno peronista (Buenos Aires: Hyspamérica, 1987), 14.

5

Ricardo Sidicaro, Los tres peronismos. Estado y poder económico 1946-1955/1973-1976/1989-1999 (Buenos Aires: Siglo xxi, 2002), 117.

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a la dura prueba de la muerte de su líder. Así, por ejemplo, el Pacto Social entre obreros y empresarios, punto esencial del proyecto de democracia integral al que aspiraba Perón, se desvaneció frente a la realidad de las confrontaciones6. Este contexto difería ampliamente del vigente durante el primer peronismo7. Si bien el proyecto fundamental apuntaba a la puesta en marcha de un proceso similar al generado durante la década de 1940, por cuanto se proponía la concreción de un pacto entre el Estado, los empresarios y los sindicatos para contener las principales variables socioeconómicas, su fracaso fue inevitable por las variaciones en el marco internacional y local8; en un período en que el capital extranjero adquirió cada vez mayor importancia en las ramas más dinámicas de la industria, avanzando también sobre sectores que antes habían sido controlados por el capital nacional. El sector agrario no estaba en condiciones —como en los años de la década de 1940— de realizar transferencias de su excedente hacia la industria y el ámbito urbano, lo que se consideró un punto de vista válido para la generación de políticas sectoriales que incrementaran la producción y la productividad agropecuarias9. El logro de este propósito impuso la urgencia de operar sobre el sistema de tenencia de la tierra y la subutilización de la misma como factor productivo. El problema que se plantea en este estudio se centra así en advertir la naturaleza de las iniciativas y decisiones políticas referentes al ámbito agrario, particularmente en torno a aquellos aspectos relacionados con la tierra, en un marco histórico que albergaba vigorosas e intensas expectativas de cambio, y que en lo estrictamente sectorial estaba ceñido y contenido por poderosas organizaciones corporativas que alentaban o contrarrestaban, según las circunstancias, las líneas reformistas de política agraria que el gobierno peronista intentaba generar.

6

Liliana de Riz, Retorno y derrumbe, 15.

7 Por ejemplo, para los aspectos centrales del primer peronismo: Noemí Girbal-Blacha, Mitos, paradojas y realidades en la economía peronista (1946-1955) (Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2003); y para los procesos específicos de políticas agrarias en el mismo período: Mario Lattuada, “El peronismo y los sectores sociales agrarios. La resignificación del discurso como articulador de los cambios en las relaciones de dominación y la permanencia de las relaciones de producción”, Mundo Agrario 3: 5 (2002): s/p.: <http:// www.scielo.org.ar/pdf/magr/v3n5/v3n5a02.pdf>; Mario Lattuada, La política agraria peronista (1943-1983) (Buenos Aires: ceal, 1986). 8 Consultar: Guillermo O’Donnell, “Estado y alianzas en la Argentina, 1956-1976”, en Contrapuntos. Ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratizaciones, ed. Guillermo O’Donnell (Buenos Aires: Paidós, 1997), 31-68. 9 Mario Rapoport, Historia económica, política y social de la Argentina (1880-2000) (Buenos Aires: Macchi, 2000); Marcelo Rougier y Martín Fiszbein, La frustración de un proyecto económico. El gobierno peronista de 1973-1976 (Buenos Aires: Manantial, 2006); Jorge Schvarzer, La industria que supimos conseguir. Una historia político-social de la industria argentina (Buenos Aires: Ediciones Cooperativas, 2000).

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1. La propuesta de política agraria: exigencias, condicionantes e iniciativas El sector agropecuario se constituía en aquel tiempo en una preocupación fundamental, por cuanto Argentina ocupaba un lugar de privilegio frente a un conjunto de países que enfrentaban el dramatismo del agotamiento de los recursos naturales y la presión creciente que ejercía la población en constante aumento sobre la producción de alimentos. De igual forma, en el orden nacional, su contribución a la balanza comercial y las posibilidades de un rápido e importante incremento mostraron al sector agrario como factor imprescindible para la expansión del desarrollo integral. De ahí que los niveles de producción, mejora de los sistemas productivos y tecnológicos, política de precios, de comercialización y de crédito, fueran destacados en los lineamientos de la política agraria expuestos por el presidente Héctor José Cámpora en 1973, en la apertura de las sesiones legislativas10. Es significativo el tratamiento que tuvieron en el programa del peronismo dos problemas en particular: por un lado, la propiedad y tenencia de la tierra, y por el otro, la política impositiva que recaía sobre el sector rural. Alrededor de este último punto se configuraba un cuadro complejo de difícil resolución y complicado control, que en general atendía a exclusivas necesidades fiscales, siendo prácticamente proporcional a los volúmenes de producción e injusto en su distribución, lo que en la práctica contribuyó a que “sea más interesante la mera conservación de la propiedad de la tierra que el fruto de su buena explotación”11. En virtud de esta situación preexistente, se implementaría, a partir de esta gestión de gobierno, el impuesto a “la renta normal potencial de la tierra”, y su aplicación en forma equitativa, correlacionado con el resto de normas fiscales, y cuidando de no acabar la inversión rural, con el objetivo de que el sistema “favorezca al sector más eficiente, incitando al que no lo es a mejorar su producción”12, proceso que se visibilizará con más potencia en el contexto de la propuesta de la Ley Agraria, emanada posteriormente desde la Secretaría de Agricultura. En tal sentido, la propuesta agraria del peronismo tenía como objetivo fundamental la necesidad de elevar los niveles de producción y productividad, lo que suponía superar ciertas deficiencias permanentes de la estructura agraria en 1973. El programa se basaba en el principio de que “la tierra debe ser para quien la trabaja y un bien de producción y no sólo

10 “Asamblea de 25 de mayo de 1973”, en Congreso Nacional, Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, t. i (Buenos Aires: s/e., 1973), 45-49. 11 Congreso Nacional, Diario de sesiones, t. i, 47. 12 Congreso Nacional, Diario de sesiones, t. i, 47.

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de renta y especulación”, para lo cual debían erradicarse los latifundios improductivos y los minifundios antieconómicos, facilitando el acceso a la propiedad a auténticos productores, reorientando la política de colonización en tierras fiscales y promoviendo el desarrollo de “unidades familiares de producción y unidades comunitarias de trabajo rural”. La aplicación de un impuesto a la renta normal potencial de la tierra era considerada el instrumento vital para obtener aquellos objetivos, por cuanto castigaría al productor ineficiente y la especulación, a favor de los sistemas de productividad13. Es por esta razón que las Pautas Programáticas para el Gobierno Justicialista de la Reconstrucción Nacional, de enero de 197314, incluían dentro de su programa la política agropecuaria. Entre los objetivos de lo que se dio en llamar la Reforma Agraria Integral, que discutía múltiples aspectos relacionados con las zonas rurales argentinas, se destacaban procesos y estrategias antes mencionados que se orientaron hacia el logro de una reconversión agropecuaria sobre la base de la eficiencia15. La producción agropecuaria había crecido a ritmo muy lento durante la década de 196016, proceso que incidía en la economía nacional y amenazaba con generar una severa crisis en el sector externo. Por ello, el desafío para el equipo económico era palmario: incrementar la producción primaria en el corto y mediano plazos. No obstante, el período considerado se caracterizaba por la presencia de una sociedad civil movilizada y con fuertes esperanzas de cambio, y es allí donde se asentaba la primordial inquietud de los principales factores de poder; y no sobre las bases del Plan Económico de Gelbard —moderado en sus perfiles—, ni por la política agropecuaria entonces propuesta por el secretario de Agricultura, Horacio Giberti17.

13 Mario Lattuada, La política agraria peronista, 215. 14 Estas “Pautas Programáticas” eran una profundización de la Plataforma Electoral Básica del Partido Justicialista de Liberación, de enero de 1972. Al respecto: Mario Lattuada, La política agraria peronista, 216. 15 La “reforma agraria integral” se asocia aquí con el concepto de “reforma agraria marginal”, que no apunta hacia la ruptura del monopolio latifundista, sino que opera en una línea de reformas superficiales o periféricas; intenta desviar la presión sobre la estructura agraria a través de operaciones como la colonización en tierras periféricas, el mejoramiento de tierras, etcétera; apoyándose políticamente en sistemas conservadores y populistas de partidos y en las normas institucionales. Remitirse a: Antonio García, “Tipología de las reformas agrarias latinoamericanas”, en Reformas agrarias en América Latina, eds. Edmundo Flores et al. (Buenos Aires: Juárez Editor, 1970), 70-71. 16 La producción agropecuaria creció durante la década de los sesenta a una tasa anual acumulativa de 1,9%. Consejo Nacional de Desarrollo (conade), Plan Nacional de Desarrollo, 1970-1974 (Buenos Aires: conade, 1970), citado por Marcelo Rougier y Martín Fiszbein, La frustración de un proyecto económico, 180. 17 Horacio Giberti era ingeniero agrónomo, y se desempeñó como presidente del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (inta) durante los años del gobierno de A. Frondizi, caracterizándose por el impulso sistemático que imprimió en esta institución a los trabajos de extensión y transferencia de tecnología. Abiertamente relacionado con la cge, acompañó al ministro Gelbard como secretario de Agricultura y Ganadería de la Nación durante las presidencias de Cámpora y Perón.

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2. Coincidencias, compromisos y programación con concertación A finales de 1972, pocos meses antes de las elecciones que dieron el amplio triunfo al peronismo, se firmó un acuerdo, denominado Coincidencias Programáticas del Plenario de Organización Sociales y Partidos Políticos, entre la Confederación General del Trabajo (cgt), la Confederación General Económica (cge) y los principales partidos políticos nacionales y movimientos provinciales. En este acuerdo se partió de un diagnóstico de la situación social y económica que incluía desde la capacidad industrial ociosa hasta un mercado interno depresivo, ambos procesos nodales en el marco del proyecto socioeconómico de este gobierno18. En materia de desarrollo agropecuario, el acuerdo apuntó a una vigorosa política en torno al sector, tendiente a obtener aumentos en la producción, una más justa distribución de los ingresos y la participación real de la población rural en el proceso de desarrollo económico y social. En este aspecto, y en el marco de las Coincidencias Programáticas, se hacía referencia a aspectos relevantes que se verán luego reflejados en la acción de la Secretaría de Agricultura y Ganadería de la Nación entre 1973 y 1974. En tanto, nada quedaba sujeto al azar ni a la improvisación. Todos estos programas que abogaban por las coincidencias, la planificación, la concertación, los consensos y los compromisos estaban sustentados en sólidos estudios previos y específicos, en los que intervinieron técnicos especializados, naturalmente influenciados por la voluntad política generada por el propio Perón y su Ministro de Economía. Este acuerdo, y siempre en el contexto más general de ir sumando consensos, se ratificó el 30 de mayo de 1973 con la firma de la denominada Acta del Compromiso Nacional para la Reconstrucción, Liberación Nacional y la Justicia Social, suscripta por el ministro de Hacienda, José B. Gelbard, el secretario general de la cgt, José I. Rucci, y el presidente de la cge, Julio Broner. Estado, trabajadores y empresarios proclamaron claros objetivos: implantar como sistema de política salarial todas las medidas destinadas a una justa distribución del ingreso que derivara en salarios con creciente poder adquisitivo; eliminación de la marginalidad social mediante la acción efectiva del Estado en materia de vivienda, educación, salud y asistencia social; absorción de la desocupación y el subempleo de los trabajadores; mejoramiento de la asignación regional del ingreso y finalización del descontrolado proceso inflacionario y la fuga de capitales19.

18 Ministerio de Economía, “Coincidencias programáticas del Plenario de organizaciones Sociales y Partidos Políticos, 7 de diciembre de 1972”, en Política económica para la reconstrucción y la liberación nacional. Legislación económica (Buenos Aires: Ministerio de Economía, 1975), 213-222. 19 Ministerio de Economía, “Acta de Compromiso Nacional, 30 de mayo de 1973”, en Política Económica y Social, 201-211.

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En julio de 1973 el ministro de Hacienda, José Gelbard, dirigió un mensaje con motivo de la celebración de la Segunda Reunión de Gobernadores del Gobierno del Pueblo. Allí se advertía una referencia explícita y ya reiterada en torno a los objetivos y estrategias de la política para el sector agrario20. Al término de esta reunión, fue creada el Acta de Compromiso del Estado entre el poder ejecutivo nacional y los gobernadores de las distintas provincias, en donde se fijaron algunas pautas para las asignaciones presupuestarias, medidas de austeridad, tributarias, de control de la evasión fiscal, entre otras. La declaración fue firmada por todos los mandatarios provinciales, en el marco del respeto a los lineamientos dados por el Acta del Compromiso Nacional previa, concertada entre el Estado, la cgt y la cge21. Con la creación de estas actas era evidente la dinámica de la concertación que se daba entre las fuerzas políticas, las organizaciones sociales, los sectores del trabajo y del empresariado. En este proceso de transformación no podía faltar el acuerdo y compromiso con el ámbito agrario. Ciertamente, en septiembre de 1973 se firmó el Acta de Compromiso del Estado y los Productores para una Política Concertada de expansión Agropecuaria y Forestal, entre integrantes del equipo económico y los representantes de los sectores relacionados con la producción agropecuaria: desde la Sociedad Rural Argentina (sra) hasta Ligas Agrarias y Federación Agraria Argentina (faa) estuvieron involucradas22. El Acta de Compromiso del Campo, como generalmente se le denominó, tenía sus puntos de partida y su fundamento en las Coincidencias Programáticas entre las organizaciones sociales y los partidos políticos, de diciembre de 1972, a las que ya se hizo referencia. Pero en este caso, de manera particular, se fijaron las bases de un programa de “auténtica revolución en paz para el campo”, ya que el Estado aseguraba a los productores asistencia financiera y tecnológica, vivienda y acceso a la propiedad de la tierra, a cambio del compromiso de incrementar la producción dentro de un programa de largo alcance23. Respecto al régimen de la tierra, los representantes de los productores se comprometían a realizar un aprovechamiento pleno y racional de la misma con un pacto agropecuario y forestal, que debía producir con eficiencia, al mismo tiempo que el Gobierno nacional reafirmaba “el ejercicio pacífico del derecho de

20 José B. Gelbard, “Mensaje del señor Ministro de Hacienda y Finanzas Don José B. Gelbard, con motivo de celebrarse la 2ª Reunión de Gobernadores del Gobierno del Pueblo, el 31 de julio de 1973”, en Política Económica y Social: Ruptura de la Dependencia. Unidad y Reconstrucción Nacional con Justicia Social para la Liberación (Buenos Aires: Presidencia de la Nación/Secretaría de Prensa y Difusión, 1973), 16. 21 José B. Gelbard, “Acta de Compromiso del Estado”, en Política Económica y Social, 45-47. 22 Mario Lattuada, La política agraria peronista, 222. 23 Presidencia de la Nación, Reseña General de actividades desde el 25 de mayo de 1973 (Buenos Aires: Presidencia de la Nación, 1975), 170-171.

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propiedad privada en función social”24. En este marco, instrumentos tales como la colonización, todas las formas de asociación de capital y trabajo, y los mecanismos de acceso a la propiedad a través del Consejo Agrario Nacional y el Banco de la Nación Argentina, serían reglamentados y puestos en ejecución. De igual forma, el tema del minifundio ocupaba un sitio relevante en el Acta de Compromiso del Campo —junto con el de los productores—, haciendo explícita la intención de liberar efectivamente al productor directo de la estructura minifundiaria, posibilitando que el trabajo productivo ingresos suficientes para el alcance de “una vida digna”, a través de programas de colonización, incorporación y distribución de tierras, creación y mantenimiento de unidades de carácter familiar y el desplazamiento de la frontera agropecuaria25. No obstante, el sector agrario enfrentaba una serie de problemas estructurales. Los relativos a la tierra eran de gran significación, por su efecto sobre el funcionamiento del aparato productivo y por su fuerte incidencia sobre las relaciones económicas y sociales dentro del sector. Como también la existencia de estructuras agrarias desequilibradas, donde coexistían el latifundio y el minifundio, así como métodos de explotación extensiva que derivaban en rendimientos unitarios sensiblemente debilitados tanto para la agricultura como para la ganadería, que imponían un esfuerzo tendiente a la transformación de las mismas, con el objetivo de la instauración de la tan mentada justicia social en el campo26. En este contexto, por otro lado, se constituye la Comisión de Política Concertada, cuya misión sería asesorar y seguir de cerca el cumplimiento de los objetivos establecidos en el Acta de Compromiso del Campo, organismo integrado en su gran mayoría por productores, y del que dependerían subcomités regionales que se ocuparían de los temas sectoriales y específicos. Sin duda, era una flamante y original instancia que proporcionaba herramientas en la implementación de la política orientada al ámbito agrario, debido a las estrategias que se establecieron para su integración. Con la implementación de estos mecanismos legales parecía que el diálogo entre el Estado y los productores se había formalizado, quedando a partir de ahora a la espera de las concreciones necesarias para que los ambiciosos objetivos propuestos pudiesen alcanzarse, superando una estéril declaración de buenas intenciones. No obstante, por el momento, la idea que orientaba estos procesos era que “el gobierno del pueblo y las entidades del agro se han dado la mano y han puesto la firma,

24 “Acta de compromiso del Estado y los Productores para una Política Concertada de expansión agropecuaria y forestal”, 7 de septiembre de 1973, en Plan Trienal para la Reconstrucción y la Liberación Nacional 1974-1977 (Buenos Aires: Poder Ejecutivo Nacional, 1973), 329. 25 “Acta de compromiso del Estado y los Productores”, 332. 26 “Giberti responde”, Dinámica Rural (1974): 9-11.

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coincidiendo en un objetivo común: la Argentina Potencia”27. Por consiguiente, aún no se hacía palmariamente visible la instancia de mayor confrontación entre el poder político y los intereses agrarios más concentrados28.

3. El Plan Sectorial Agropecuario 1974-1977: la tenencia de la tierra y el régimen impositivo, claves de confrontación En el marco de un contexto coyuntural pleno de alternativas tensas —subrayado por el rechazo de las entidades ruralistas a la política oficial en torno a la comercialización—29, la iniciativa del Ministerio de Economía demandó largas discusiones. Tras varias deliberaciones, el proyecto oficial fue aprobado por la mayoría de los delegados de las entidades representadas30. Por ejemplo, la sra —entidad que aglutinaba los intereses más concentrados en el sector agrario—, si bien firmó el Acta y aceptó integrar una Comisión de Política Concertada, puso reparos en torno a los proyectos de leyes impositivas en vías de sanción, a los que consideró abiertamente confiscatorios. Esto contribuyó —expresó su presidente, Celedonio V. Pereda— a la extensión de la “inquietud y la inseguridad en el sector rural”, dificultando el avance tecnológico y el aumento de la producción. Esta política resultaba contradictoria con los objetivos nacionales que habían sido sostenidos por las entidades agrarias y que “han sido reafirmados al proyectar a la Argentina como potencia productora de alimentos y materias primas en un mundo cada vez más necesitado de ellas”31. Los contenidos de las instancias mencionadas tuvieron un tratamiento más sistematizado en el denominado Plan Sectorial Agropecuario 1974-1977, elaborado por la Secretaría de

27 La Nación, Buenos Aires, 21 de septiembre, 1973, 12, columna 1-8. 28 El peronismo accedió al gobierno integrando una coalición política, el frejuli, que sostenía una serie de reivindicaciones programáticas en general favorables al desarrollo económico y a la defensa de los sectores asalariados y del empresariado de capital nacional. No obstante, durante los primeros meses la relación no se tensó dramáticamente con los grandes propietarios rurales, siendo el punto de inflexión en este sentido la ya mencionada Ley Agraria. Es que la producción agropecuaria —y por ende, los saldos exportables— había experimentado una lenta dinámica durante la década de los sesenta, lo que conllevaba el serio riesgo de derivar en el efectivo y temido estrangulamiento externo. Gelbard no desconocía este problema, por lo que su política apuntó a generar el incremento de la producción y de la productividad, líneas de acción política que beneficiaban al sector agrario, aunque en el ideario camporista y de la cge descollaba el propósito de transferir recursos del ámbito agrario al industrial de capital nacional. 29 El Estado peronista controlaba una parte considerable de los beneficios provenientes de la comercialización externa de productos primarios, intentando también disminuir la participación del sector rural en la distribución del crédito, y reglamentaba precios máximos para la comercialización interna de los principales productos de origen agrario, con lo cual disminuían los ingresos de los propietarios rurales. 30 “El compromiso del campo”, El Campo en Marcha (1973): 10-12. 31 Sociedad Rural Argentina (sra), Memoria 1973-1974 (Buenos Aires: sra, 1974), 60.

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Agricultura y Ganadería de la Nación, a cargo del Ing. Horacio Giberti. Se proponía realizar la concertación en el sector agrario a través de la puesta en práctica de cinco objetivos: 1) Transformar el aparato productivo y los sistemas de comercialización e industrialización; 2) Mejorar la estructura agraria, a fin de asegurar la vigencia de la justicia social, difundiendo la propiedad de la tierra entre los auténticos productores y perfeccionando el sistema de tenencia, lo que se traduciría en relaciones sociales más equitativas; 3) Asegurar una justa distribución del ingreso en el sector agrario, que mejorara la posición relativa de los pequeños y medianos productores frente a los sectores de alta concentración económica; 4) Promover la integración regional, superando los desequilibrios existentes mediante el desarrollo de las zonas rezagadas, la incorporación de tierras ociosas, la diversificación de la producción y la plena integración de las áreas fronterizas; 5) Asegurar “el fundamento de la lucha contra la dependencia económica”, a través del control nacional de las estructuras de comercialización externas y la reversión del proceso de desnacionalización de las industrias de base agropecuaria32. De estos propósitos, los que van a generar conflictividad con determinados sectores agrarios son los relativos a la tenencia de la tierra y al régimen impositivo. En lo que respecta a este último punto, los fines por lograr eran el aumento de la producción, el incremento de la eficiencia productiva y la recaudación acorde con la capacidad imponible de los contribuyentes del sector. Sobre esta base, se propuso el impuesto a la renta normal potencial de las explotaciones agropecuarias, sancionado por el Congreso Nacional en septiembre de 1973. Como surge de su denominación, el impuesto consistía en determinar la renta sujeta al Impuesto a las Ganancias (antes, Impuesto a los Réditos) en las explotaciones agropecuarias, basándose en los resultados de una explotación media de similares características a la del contribuyente. De esta forma, el impuesto incidiría como una suma fija por hectárea, independientemente de la intensidad con que el predio fuera explotado. La tasa por aplicar era progresiva y dependía del monto total de la renta del contribuyente, por lo que este impuesto de fuente agropecuaria no variaba en función de la intensidad de explotación, sino del tamaño de la misma y del producto potencial33. La implantación de este impuesto constaba de dos etapas: la primera, denominada de emergencia —vigente hasta cuando se concretara la estructura de información necesaria para la determinación de la renta potencial de cada predio—, consistía en un impuesto nacional de emergencia sobre las tierras libres de mejoras, que podía calcularse teniendo en cuenta el

32 Ministerio de Economía. Secretaría de Estado de Agricultura y Ganadería de la Nación, Plan sectorial agropecuario 1974-1977 (Buenos Aires: Secretaría de Estado de Agricultura y Ganadería de la Nación, 1974), 38-40. 33 Ministerio de Economía. Secretaría de Estado de Agricultura y Ganadería de la Nación, Plan sectorial, 62-63.

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Impuesto a las Ganancias y que tendría vigencia durante el año 197434. Durante la segunda etapa, que comenzaría a regir a comienzos de 1975, se aplicaría el impuesto a la renta normal potencial. Mientras que, respecto a la política de tierras, se debía ante todo generar un ordenamiento del espacio económico agrario en todo el territorio, que fijara como meta final el cumplimiento de todos los objetivos establecidos por el Gobierno Nacional35. En tal sentido, se contaría con un instrumento jurídico específico para la puesta en práctica de sus propósitos: la Ley Agraria, que reuniría en forma articulada los principios doctrinarios y las normas relacionados con los sistemas de tenencia, uso y conservación de la tierra. Los instrumentos básicos de la política estatal en materia de tierras mantenían su coherencia: el régimen impositivo sobre la tierra y explotaciones agropecuarias, el crédito, las normas sobre la subdivisión de la tierra, los programas de colonización y reconversión agropecuaria, y el nuevo régimen de arrendamientos. En este artículo ya se ha hecho referencia al impuesto que comenzaría a regir en 1975. Respecto a la subdivisión de la tierra, el acento se puso en ésta una vez más, sobre los problemas acarreados por el minifundio. A partir de esta base, la propuesta era sancionar normas que impedían la subdivisión de la tierra agraria por debajo de límites inferiores a los de su racional utilización económica. Con esto, el Gobierno Nacional se comprometía a prestar asistencia técnica y financiera a las provincias, para la puesta en marcha de un programa nacional tendiente a corregir las deficiencias estructurales originadas en el tamaño inadecuado de las explotaciones —según las cambiantes condiciones económicas y tecnológicas—. La Ley Agraria dedicaría especial atención a la colonización como política fundamental en el proceso de subdivisión de la tierra y expansión de la frontera agropecuaria. La colonización abarcaría tanto las tierras fiscales como aquellas de propiedad privada que se declararan afectadas, en función de ser retenidas en forma improductiva o deficientemente explotadas. Asimismo, se atendería a la promoción de proyectos de reconversión agropecuaria, sobre todo en las zonas de minifundios, incluido el desarrollo de sistemas cooperativos de producción. En efecto, en las regiones donde el problema del minifundio asumía dimensiones relevantes, se crearían servicios de asistencia técnica, económica, financiera, social y jurídica para la organización de cooperativas de trabajo que permitieran alcanzar el objetivo de consolidar pequeñas áreas productivas en

34 Este impuesto de emergencia se diferenciaba del Impuesto a las Tierras Aptas para la Explotación Agropecuaria (itaea), creado en 1969, durante el período de la autodenominada Revolución Argentina, en donde aquél impone una tasa progresiva sobre el valor de la tierra, y éste una tasa fija. En el caso del itaea, en efecto, se trató de un impuesto fijo que quedó, en sus resultados, parcialmente anulado, por cuanto se pagaba a cuenta del Impuesto a los Réditos, con lo cual el gravamen total siguió variando en relación con el nivel de producción real, y no con el potencial. A partir de 1974, el impuesto a los réditos tomó la denominación de impuesto a las ganancias, lo que anunciaba la absorción de las ganancias eventuales. 35 Ministerio de Economía. Secretaría de Estado de Agricultura y Ganadería de la Nación, Plan sectorial, 67.

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unidades económicamente eficientes, aspirando con ello a beneficiar los sectores menos concentrados, fundamentalmente pequeños propietarios, arrendatarios, y asalariados rurales marginales. La iniciativa proponía modificar la legislación sobre arrendamientos, a efectos de ajustarse a los objetivos de la política agraria nacional, propendiendo a una mejor explotación de la tierra arrendada y a la promoción de quien la trabaja. Por lo que, a fin de 1973 se presentó el Plan Trienal para la Reconstrucción y la Liberación Nacional 1974-1977, que proponía líneas de acción tanto en los ámbitos económico y social como en el político institucional, todas ellas articuladas con los principios tradicionales del peronismo. El Plan Trienal se insertaba dentro de un contexto político donde la concertación operaba como un punto central alrededor del cual se estructuraban las medidas de política económica y social conducentes al logro de sus metas. Y este proceso de concertación se fundamentó en las denominadas Actas de Compromiso, que se erigían en un claro instrumento de acción, por cuanto constituían en lo formal una expresión de conformidad y concomitancia altas. En efecto, para el poder ejecutivo nacional, la “política concertada entre el Estado, los trabajadores, los empresarios y los productores rurales da participación en la decisión a todos los sectores responsables de hacer, construir y producir”36. En síntesis, este Plan incluía tres órdenes de instrumentos: 1) los que manifestaban el compromiso de voluntades entre los diversos sectores sociales y el Estado, siendo las Actas de Compromiso mecanismos a través de los cuales se expresaba la política de concertación; 2) los de ordenamiento y transformación institucional, que daban el marco jurídico para la implementación del Plan y que permitían transferir poder de decisión; 3) y los de política económica, que constituían estrategias de acción directa sobre las variables socioeconómicas que permitían efectivar el logro de las medidas propuestas para el período 1974-1977. Sin embargo, no se explicitaban ni las fuentes de financiamiento ni los cauces de ejecución concreta en el corto plazo: la opción a favor de esta alternativa política se mostraba ampliamente condicionada por procesos relacionados con los cálculos de costo/beneficio, la factibilidad técnica y, esencialmente, la viabilidad política, en un contexto de intenso conflicto social e institucional37.

4. Fin de la concertación y tendencia a la aglutinación Las políticas para el sector agropecuario se convirtieron pronto en uno de los procesos más discutidos y cuestionados. El secretario de Agricultura, Horacio Giberti, no tenía conexión con los grupos tradicionales, “quienes lo consideraban un técnico [término de

36 Plan Trienal, 29. 37 Dora Orlansky, “Investigación social y políticas públicas”, Sociedad 26 (2007): 97.

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connotaciones despectivas] de inspiración izquierdista”. No obstante, a mediados de 1974 se dio a conocer el anteproyecto de Ley Agraria elaborado por la Secretaría de Estado de Agricultura y Ganadería de la Nación. A partir de esta instancia se desencadenaron tensiones y conflictos, tanto entre los sectores rurales y el Gobierno —focalizado en el equipo de la Secretaría de Agricultura— como dentro de esa alianza policlasista que era el peronismo gobernante38. El conocimiento del proyecto de Ley Agraria coincidió con la muerte del presidente Perón, principal límite de aquella alianza y base del poder político del ministro de Economía, José Gelbard; al tiempo que las posiciones contra el anteproyecto se constituyeron en una instancia más de confrontación entre los distintos sectores del peronismo, ávidos de ocupar el poder vacante39. Se derrumbaba así el muro de contención a la ultraderecha —afirma Giberti—, encabezada por el secretario privado del Presidente y ministro de Acción Social, José López Rega, convertido en virtual jefe de gobierno tras la pantalla de la nueva presidenta, María Estela Martínez: la ofensiva “lopezreguista” alcanzó un claro triunfo en octubre de 1974, cuando el ministro Gelbard y todos los titulares de las secretarías de su cartera presentaron sus renuncias, imposibilitados de seguir adelante, por cuanto las tramitaciones quedaron sistemáticamente bloqueadas en la Presidencia, sin poder cristalizarse 40. Ahora bien, en la política agraria peronista del período 1973-1976 se distinguen dos etapas: la de “la acción”, entre 1973 y 1974, y la de la “inactividad total”, que se extiende desde finales de 1974 hasta la caída del Gobierno, en 197641. Los procesos y las iniciativas aquí

38 El proyecto primigenio de Perón, orientado a recomponer relaciones con las fuerzas no peronistas y a profundizar el acuerdo entre sindicatos y empresarios, fracasa por disidencias que se originaban, paradójicamente, en el seno mismo del partido gobernante. En el aspecto político se advierten las tensiones entre la derecha y la izquierda peronista, que atraviesan todo el período 1973-1976; y respecto a la economía, las pujas redistributiva y política luego de la muerte de Perón sellan la caída del Pacto Social. Al respecto, consultar: Mariela Ceva, Aníbal Jáuregui y Julio Stortini, comps., Manual de historia social argentina (Buenos Aires: Prometeo, 2010), 148-152. 39 La Ley Agraria proponía la expropiación de la tierra improductiva, definiéndola como aquella que no hubiese estado en producción durante los últimos diez años, o hubiera producido menos del 30% de su “rendimiento normal” estimado. El precio sería fijado de acuerdo con la productividad anterior, y pagado en bonos especiales del Gobierno. Se facultaba al can para llevar adelante expropiaciones, y se establecía la posibilidad de organizar grandes unidades, con participación empresarial por parte de los trabajadores; si bien ello nunca llegó a aplicarse, acentuó el ya marcado antagonismo de todo el sector agropecuario. Remitirse a: Guido Di Tella, Perón-Perón. 1973-1976 (Buenos Aires: Hyspamérica, 1983), 57. 40 Horacio Giberti, “Cambiantes posiciones de la sra, cra y la cgt respecto al proyecto de Ley Agraria”, Revista Interdisciplinaria de Estudios Agrarios 19 (2003): 179. 41 Mario Lattuada, La política agraria peronista, 245-246.

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analizados se ubican con claridad en el período de la “acción”, a pesar de que sectores internos dentro del gobierno peronista protagonizaron y llevaron adelante la dura oposición a la política llevada a cabo por Horacio Giberti, identificados fundamentalmente con los sectores terratenientes más concentrados. En este contexto, y para aprehender los fundamentos del anteproyecto de Ley Agraria, hay que volver de nuevo a la documentación mencionada, como un punto de partida para la puesta en marcha de esta iniciativa, lo que permite advertir la congruencia con las propuestas electorales del peronismo en 1973. Lo novedoso de este anteproyecto radica en que por primera vez se pretendió regular en forma orgánica todo lo concerniente a la tenencia y el uso de la tierra, con un criterio concreto y definido por la ley. Para Horacio Gilberti, el compartir o no lo expresado en el primer artículo de la documentación promulgada resultaba de gran importancia para el análisis posterior, ya que en él se pretendía reunir la concepción ideológica que inspiraba la ley42. Este artículo establecía que el dominio, la tenencia y el uso de la tierra apta para explotación agropecuaria “quedaban sujetos a las limitaciones y restricciones que se determina en esa ley con el objeto de garantizar la función social de la misma”. Pero también, que la tierra cumplía su función social cuando daba satisfacción a tres objetivos fundamentales: ser explotada en forma acorde con su productividad, es decir, tener una adecuada eficiencia técnica; asegurar la conservación del suelo; y por último —y no por ello menos importante—, que esa forma de explotación asegurara una justa distribución de la riqueza43. El Estado tendría un papel predominante en todo este proceso, sin convertirse en un nuevo latifundista, ya que su actividad fundamental habría de ser la de un administrador: recibiendo la tierra ociosa o mal trabajada y distribuyéndola entre quienes la merecieran, para que ellos –—mediante la ayuda técnica y financiera necesaria— la hicieran producir en todo su potencial44. A favor de este anteproyecto, con algunos cambios aconsejados en particular, se manifestaron, entre otras organizaciones, la cgt, la Confederación General de la Producción (cgp), la cge, la Federación Agraria Argentina (faa) y la Unión de Productores

42 “La Ley Agraria. Opina Horacio Giberti”, El Campo en Marcha (1974): 8. 43 “Suplemento”, en Congreso Nacional, Diario de Sesiones, t. ix. Es de destacar que el anteproyecto de Ley Agraria fue enviado por la Secretaría de Agricultura a la Comisión Nacional de Política Concertada a fin de mayo de 1974. Luego del estudio de todos los dictámenes y opiniones, la Secretaría redactó la versión definitiva, que fue elevada por el Ministerio de Economía a la Presidencia de la Nación en septiembre de 1974, solicitando su tratamiento en sesiones extraordinarias del Congreso. Esto no sucedió. Es entonces cuando un sector del bloque de diputados del Partido Intransigente —Vicente Musacchio, Rafael Marino, Tomás Arana, Héctor Portero y Mariano Lorences— lo presenta como suyo a la Cámara de Diputados, respetando su redacción original, sin que ésta finalmente lo tratara. 44 “La Ley Agraria. Opina Horacio Giberti”, 9.

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Agropecuarios de la República Argentina (upara). Y se opusieron al mismo Confederaciones Rurales Argentinas (cra) y Sociedad Rural Argentina (sra)45. Estas discordias conllevaron a que en junio de 1974 la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y la Pampa (carbap) enviara un telegrama al Presidente de la Nación, en el que claramente denunciaba la grave infiltración izquierdista en la Secretaría de Agricultura, por sabotear sistemáticamente la producción desalentando el espíritu del hombre de campo y restándole medios para toda posibilidad de reinversión46. En este documento, suscripto por el presidente de la entidad, Bartolomé Naón, y por el prosecretario, Jorge Aguado, se denunciaba igualmente la política de comercialización, almacenamiento, sanitaria, la infiltración ideológica en el inta, y por supuesto, el Proyecto de Ley Agraria, que deliberadamente lesionaba los legítimos intereses de todo productor agropecuario, abriendo un vasto cauce a la arbitrariedad y la fractura del ordenamiento jurídico vigente, “promoviendo con irresponsabilidad la desunión y quizá la violencia en la comunidad nacional”47. Más aún cuando el anteproyecto de Ley Agraria pretendía modificar la estructura de la explotación agropecuaria, afirmaba carbap, pues todo lo que allí se expresaba con relación a la productividad, al manejo de la explotación y su rentabilidad, como base para determinar medidas que iban desde los controles hasta la expropiación, no estaba claramente definido, o lo estaba con tal margen de discrecionalidad que lo hacía susceptible de interpretaciones confusas48. Un año más tarde, la sra, en un intento de balance de la gestión económica llevada a cabo desde

45 La Sociedad Rural Argentina (sra) es la entidad más antigua del sector, fundada en 1866, y la de mayor presencia social. Esta entidad vincula a los más grandes propietarios, especialmente a los localizados en la región pampeana, y entre sus principios fundantes se destacan la defensa irrestricta de la propiedad privada, la libertad de empresa y la subsidiariedad del Estado. Confederaciones Rurales Argentinas (cra) es una entidad de tercer grado, creada en 1942, que agrupa a varias confederaciones regionales de todo el país. La mayor de estas últimas, y con fuerte predominio en el conjunto, es la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (carbap), que, a su vez, agrupa sociedades rurales locales de dicha región; en general agrupa propietarios medianos y grandes, de producción relativamente diversificada, y tiende a competir por la representatividad de los grandes con la sra, y de los más pequeños con la Federación Agraria Argentina (faa). Esta última entidad nació en 1912 representando a chacareros, básicamente arrendatarios, aunque luego del desvanecimiento del sector arrendatario pasó a representar pequeños y medianos productores, muchos de ellos con explotaciones mixtas. La Confederación Intercooperativa Agropecuaria (coninagro), creada en 1953, es una entidad confederal, no estrictamente gremial, sino orientada hacia la organización de cooperativas en diferentes ámbitos productivos. Ver: Mirta Palomino, “Las organizaciones empresarias frente al gobierno constitucional”, en Ensayos sobre la transición democrática en la Argentina, eds. José Nun y Juan C. Portantiero (Buenos Aires: Puntosur, 1987); Jorge Schvarzer, Estructura y comportamiento de las grandes corporaciones empresarias argentinas (1955-1983). Un estudio “desde adentro” para explorar su relación con el sistema político (Buenos Aires: cisea, 1990). 46 La Nación, 18 de junio, 1974, 5, columna 5-6. 47 La Nación, 18 de junio, 1974, 5, columna 5-6. 48 carbap, Cuatro años de acción gremial (Buenos Aires: cra, 1977), 95-96.

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1973 hasta octubre de 1974 —momento en que cambia el equipo económico—, afirmó que entonces se generaron medidas que tarde o temprano llevarían a la decadencia total del sector agropecuario: una presión impositiva agobiante, una política de precios equivocada, sistemas de comercialización totalmente ineficaces y un proyecto de ley agraria de neto corte marxista49. El proyecto de ley agraria —afirmó la sra en 1974— actualizó una vieja discusión sobre el problema de la tenencia de la tierra, porque era parte de una realidad agropecuaria que no era la suya, sino la de países con muy poca movilidad en la tenencia de la tierra; y mostró la realidad argentina, en donde la tierra se subdividía permanentemente, ya fuera por simple herencia o por ventas. Lo importante, concluyó esta entidad, era que la sociedad argentina, y especialmente la sociedad agraria, “es una sociedad sin clases sociales, de modo que el esquema de lucha de clases que los ideólogos quieren aplicar a la realidad argentina fracasa desde su base”50. De igual forma, la entidad agraria justificaba su crítica a la conducción de la política agropecuaria de la Secretaría de Estado de Agricultura y Ganadería, alertando sobre un potencial destino nefasto. Por ejemplo, consideraba que si esta conducción agraria cumplía con sus objetivos, la producción se detendría, se ahuyentaría la inversión, se hipotecaría el futuro, y entonces, “empresarios, trabajadores y gobierno verán frustradas sus esperanzas de una Argentina convertida en Potencia”. En este contexto, es posible afirmar que disentir de la política agropecuaria significaba para la sra dar todo el apoyo a la continuidad institucional, al denunciar particularmente “la infiltración de ideas contrarias a la nacionalidad donde ellas existen”51, en clara alusión a la gestión de Giberti y sus colaboradores. Los cuestionamientos a su gestión fueron la constante, profundizándose en las instancias donde una nueva Ley Agraria despuntaba como lejana posibilidad. Es una política agropecuaria de fuerte contenido ideológico colectivista —reiteraba la sra—, que se manifestaba en un proyecto de ley agraria, que unificaba muchas disposiciones legales existentes; pero que creaba al mismo tiempo bases jurídicas para una reforma agraria consistente en expropiar, confiscar y subdividir campos, con amplia facultad de decisión por parte del Consejo Agrario Nacional. Aparentemente, el proyecto de ley se dirige contra explotaciones improductivas o mal trabajadas, pero la autoridad de aplicación tiene, en virtud de una redacción intencionalmente ambigua, facultades tan amplias —y el propietario afectado tan pocas posibilidades efectivas de defensa jurídica frente al abuso y a la discrecionalidad— que una ley de este tipo

49 sra, Anales (Buenos Aires: sra, 1975), 9. 50 “Prejuicio y realidad del campo argentino. Conferencia pronunciada por el presidente de la sra, Celedonio Pereda en la Escuela de Guerra Naval, el martes 1º de octubre de 1974”, en sra, Anales, 54-67. 51 sra, Memoria 1973-1974, 103.

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se prestaba perfectamente para una reforma agraria como la de Chile, la cual, curiosamente, se inició con los mismos buenos propósitos que enunciaba este proyecto52. La faa, por otro lado, publicó un comunicado a mediados de 1974, en el que expresó que el proyecto de Ley Agraria interpretaba los reiterados reclamos de la entidad respecto a conformar políticas equitativas en torno a la propiedad y tenencia de la tierra, y estaba dentro de la línea histórica que marca su programática. Pese a ello, el proyecto adolecía de omisiones, deficiencias o imprecisiones que debían ser corregidas, a criterio de la entidad53. En agosto de ese mismo año, el denominado Parlamento Agrario, creado por el Segundo Congreso Nacional de Ligas Agrarias, sesionó con la participación de unos 10.000 pequeños y medianos agricultores de todo el país. En este ámbito se solicitó al Gobierno la promulgación del anteproyecto de ley agraria, rechazando en todos sus términos la postura antinacional de la sra y reclamando un régimen de comercialización que terminara con las empresas monopólicas y la distribución de los créditos, en función no sólo del capital, sino de la capacidad personal y familiar del trabajo54. Un proceso tendiente a la unión agropecuaria comenzó a revitalizarse desde mediados de 1974, y se consolidó al año siguiente, a partir de la decisión de distintas entidades de unirse en una institución de cuarto grado, con suficiente representatividad del sector, para actuar ante el Gobierno. La nueva entidad se denominaría Confederación General Agropecuaria y estaría constituida por sra, cra y coninagro. Esta voluntad de unión del agro se reiteró en agosto de 1974 en la Concentración Agropecuaria Nacional, realizada en la Sociedad Rural de Concordia y convocada por la Confederación de Sociedades Rurales del Litoral. Se destacó allí la máxima voluntad de producir la unión del campo argentino a través de sus entidades representativas, y se constituyó la mesa de la Asamblea, presidida por representantes de la Confederación de Sociedades Rurales del Litoral (Alberto Mihura), de la sra (Celedonio Pereda), de carbap (Jorge Aguado), de cra (Edgardo Biava), de la filial Concordia de la faa (Néstor Sabelli) y de la Sociedad Rural de Concordia (Esteban Hunt). Se mencionaron varias motivaciones (precios, salarios, impuestos sobre la tierra), pero era evidente que el proceso central que los aglutinaba era el anteproyecto de ley agraria. Al hombre libre —afirmaba Mihura— “se lo quiere reemplazar por un esclavo estatal”,

52 sra, Memoria 1975-1976 (Buenos Aires: sra, 1976), 14. 53 La Nación, Buenos Aires, 23 de junio, 1974, 13, columna 1-2. 54 La Nación, Buenos Aires, 23 de junio, 1974, 13, columna 1-2. Esta posición aislada a favor de la Ley, y en realidad con nulo peso político, es entendible en virtud de los perfiles de su principal base social. No obstante, la posición de las Ligas Agrarias frente a la política orientada por Giberti no se caracterizó por su absoluto apoyo; por el contrario, y en opinión del propio Giberti: “[…] siempre objetaron todos nuestros proyectos por poco avanzados. Los apoyaban pero siempre los criticaban”. Y respecto a la Ley Agraria: “[…] reaccionaron tibiamente. No les gustó mucho”. Ver: Juan Iturburu, “Entrevista a Horacio Giberti, Secretario de Agricultura en 1973 durante el gobierno de Héctor Cámpora”, Política, Cultura y Sociedad en los 70’s 1: 9 (1974): 19-20.

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dominado por funcionarios públicos omnipotentes que decidirían por él “desde sus tareas hasta el futuro de sus hijos, como establece el proyecto de ley agraria”55. Esta posición es sostenida particularmente por cra, coninagro y sra, entre otros, que pretendían exhibir su vocación de entendimiento y diálogo56, por sobre sus temores ante una eventual pérdida de rentabilidad o debilitamiento de su base tradicional de sustentación, particularmente a través de las arbitrariedades de las autoridades del sector; la “demagogia, el dirigismo estatal y los errores de orientación y de las tendencias ideológicas importadas”. Entre las mociones que se presentaron, la más firme aludía a la expresa voluntad de unión de los sectores agropecuarios y a la exigencia de reclamar ante los poderes públicos por la cuestionada política oficial impuesta al sector agropecuario57. Resulta certero que la tendencia de las corporaciones agrarias que nucleaban a los propietarios más concentrados comenzó a disponer de todas aquellas estrategias que le permitieran aglutinarse en sus reclamos, sobre todo ante una potencial medida —como el anteproyecto de Ley Agraria— que pudiese lesionar sus arraigados privilegios. No obstante, Giberti desestima con rigor histórico la concepción en torno a considerar su iniciativa de Ley Agraria como un intento de reforma agraria, al expresar: “[…] Yo no la llamaba reforma agraria, sino que para mí era una evolución agraria fuertemente inducida por el Estado […] Y en el tiempo que demoramos en hacer el proyecto, ya la derecha se había vigorizado y estaba en condiciones de resistir […]”58.

Consideraciones finales El propósito principal de la propuesta agraria del peronismo a partir de 1973 y hasta finales de 1974 era la obtención de aumentos significativos en la producción y en la productividad, y una mejor distribución de los ingresos a través esencialmente de un incremento de la eficiencia. El Estado luchaba por lograr la justicia social en el campo, por medio de formas asociativas de producción y tenencia de la tierra; acceso de los productores directos a la propiedad, mediante estímulos impositivos, crediticios, financieros y tecnológicos; mejoramiento en los sistemas de arrendamientos y aparcerías rurales; y estrategias de control adecuadas para evitar la atomización de la propiedad rural. El objetivo era lograr entonces el ejercicio pacífico del derecho de propiedad privada en función social, que garantizara una auténtica revolución en paz en el ámbito agrario.

55 La Nación, Buenos Aires, 25 de agosto, 1974, 1, columna 7-8. 56 sra, Memoria 1973-1974, 102. 57 La Nación, Buenos Aires, 21 de julio, 1974, 1, columnas 1-3 y 5-6. 58 Diego Ramírez, Horacio Giberti: memorias de un imprescindible (Buenos Aires: Centro Cultural de la Cooperación/ Universidad Nacional de Quilmes, 2011), 299-300.

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Por tanto, era palpable el intento de generar un orden político legítimo y estable, susceptible de convertirse en el ámbito propicio para que las distintas clases sociales pudieran dirimir sus enfrentamientos. Pero no se alcanzaron los resultados previstos durante tan compleja coyuntura, siendo precisamente las políticas públicas orientadas al sector agropecuario las cuestionadas con más fuerza. En tal sentido, las instancias que se fueron sucediendo desde el período preelectoral reiteraban de modo sistemático categorías tales como acuerdos, coincidencias programáticas, consensos, compromisos, planificación concertada, aludiendo a procesos que se articulaban con el sustrato de la política basada en el Pacto Social. No obstante, el resultado fue perfilando y agudizando cada vez más la confrontación entre la gran burguesía agraria y el Gobierno. La propuesta reformista del peronismo, en el período aquí trabajado, no tuvo secuelas significativas en relación con los propósitos enunciados, situación a la que coadyuvó el frágil y limitado desempeño del peronismo en la arena política, que se debatía en un proceso creciente de radicalización social. Este escenario de discrepancia creciente se profundizó ante el conocimiento del anteproyecto de Ley Agraria, elaborado por la Secretaría de Agricultura de la Nación, a cargo de Horacio Giberti. El mismo fue cimentado sobre la base de los distintos documentos programáticos previos, lo que evidenciaba la coherencia de esta iniciativa con las propuestas iniciales del peronismo. El criterio que subyacía se centraba así en las limitaciones y restricciones al derecho de propiedad que se estipulaban en la ley, con el objeto de garantizar la tan mentada función social de la tierra. Se contemplaba la posibilidad de la expropiación estatal de las superficies ociosas, y se acordaba el derecho de las autoridades económicas a adquirir campos pagándolos con bonos rescatables en plazos de 20 y 30 años. Medidas que, si se hubiesen concretado, seguramente habrían implicado modificaciones relevantes en la estructura agraria. De ahí que defensores y detractores cuestionaran la iniciativa de Horacio Giberti y su equipo. En un contexto donde se manifestaron con más fuerza las resistencias que los apoyos, de manera especial por parte de las corporaciones agrarias más concentradas, que nuevamente se autorrepresentaron como amenazadas por procesos, es decir, la expropiación, la subdivisión y la confiscación, procesos que paulatina y constantemente derivaron hacia fallidos intentos de profundizar el modelo agrario. El anteproyecto de Ley Agraria fue perfilado por aquellas corporaciones de neto corte marxista; y como tal no tenía cabida en una sociedad agraria como la de Argentina, caracterizada precisamente por ser una sociedad sin clases sociales y, por ende, desprovista de luchas y conflictos. Esta situación condujo a las entidades agrarias más comprometidas a un claro proceso de aglutinación y cohesión, en el que se disiparon las potenciales divergencias y se intentó poner en marcha prácticas corporativas esencialmente defensivas, basadas en su vocación de entendimiento y diálogo, contra la arbitrariedad oficial, la demagogia, el dirigismo estatal y las tendencias ideológicas importadas.

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Es claro que el anteproyecto de Ley Agraria, que reconocía como principal mentor a Horacio Giberti, se constituyó en el límite que la burguesía agraria tradicional no iba a permitir traspasar. Así, por primera vez, desde la conformación del Estado intervencionista, los grandes propietarios rurales se enfrentaron a un gobierno que parecía dispuesto a realizar transformaciones que habían sido planteadas sin éxito en otras oportunidades. Durante estos años, nunca los sectores agrarios más concentrados abandonaron la crítica sistemática frente a las medidas propuestas por el peronismo, pero la Ley Agraria, a la que identificaban como una verdadera reforma agraria, se visibilizó como particularmente amenazante, punto de partida para una constante estrategia de invalidación respecto a la política agraria peronista, que fenecía aceleradamente, ya sin posibilidades de retorno. Por último, hacia finales de 1974, cuando la política del equipo económico experimentaba una muy débil consistencia, hubo esperanzas de recuperar la iniciativa y apostar a la continuidad. Pero ya no era posible, por cuanto los conflictos se agudizaron, y la acumulación de tensiones culminó con la retirada definitiva de Gelbard del Ministerio de Hacienda. Si la concertación es el método de la diversidad y, por tanto, implica consensuar, conceder y compartir59, el propósito de la política agraria que se intentó implementar no reconocía otro destino más que la adversidad y el fracaso, fundamentalmente por la existencia de un frente de colisión generado por los sectores agrarios más concentrados, que profundizaban su tendencia al acuerdo y a la aglutinación, y que en el mediano plazo generarían un clima de inquietud y de zozobra que culminaría en un nuevo golpe liberal de palacio60, que dará inicio a la Dictadura de 1976.

Bibliografía Fuentes primarias Documentación primaria impresa: “Acta de compromiso del Estado y los Productores para una Política Concertada de expansión agropecuaria y forestal”. En Plan Trienal para la Reconstrucción y la Liberación Nacional 1974-1977. Buenos Aires: Poder Ejecutivo Nacional, 1973.

59 Carlos Leyba, Economía y política en el tercer gobierno de Perón (Buenos Aires: Biblos, 2003), 170-171. 60 Carlos Leyba, Economía y política, 141-144. Carlos Leyba, miembro del Partido Demócrata Cristiano, en la tercera presidencia de Perón fue Subsecretario general de Programación y Coordinación del Ministerio de Economía de la Nación, responsable de la concertación, y como vicepresidente del Instituto Nacional de Planificación Económica tuvo a su cargo el Plan Trienal de Reconstrucción y Liberación (1974-1977).

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y la

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respecto al proyecto de Ley Agraria”. Revista

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Historiador y economista de la Universidad de los Andes (Colombia), y candidato a Magister en Historia por la misma universidad. Realizó una especialización en Estudios sociales, económicos y políticos avanzados en la Universidad de Notre Dame (Estados Unidos). Miembro del grupo de investigación Historia del tiempo presente (Categoría A1 en Colciencias). Sus intereses investigativos se centran en el estudio de la historia de las relaciones entre Colombia y Estados Unidos. Particularmente, se ocupa de estudiar la forma en que la sociedad colombiana ha percibido la presencia estadounidense en el país y la manera en que esta interrelación ha permitido desarrollar intercambios y diálogos entre los dos países. p-ardila@uniandes.edu.co

Artículo recibido: 29 de noviembre de 2012 Aprobado: 17 de abril de 2013 Modificado: 29 de mayo de 2013

doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit51.2013.08

Ï Este artículo es producto de la investigación que se está adelantando para optar al título de Magister en Historia en la Universidad de los Andes (Colombia). Esta investigación ha sido posible gracias al apoyo brindado por el Centro de Estudios Estadounidenses (cee) y por la Vicedecanatura de Investigaciones y Posgrados (antiguo ceso) de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes. El autor agradece al profesor Camilo Quintero Toro, a los lectores anónimos y a los editores por sus oportunos y generosos comentarios.

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Reflexiones sobre el imperialismo norteamericano: la política agraria colombiana y la influencia estadounidense en la década de 1930

Reflexiones sobre el imperialismo norteamericano: la política agraria colombiana y la influencia estadounidense en la década de 1930 Resumen: Este artículo estudia la influencia estadounidense en la política agraria de Colombia en la década de 1930. Durante estos años, diplomáticos y empresarios estadounidenses participaron activamente en las iniciativas legislativas que se estaban desarrollando en Colombia. Esto con el objetivo de proteger sus intereses directos, frenar la expansión del comunismo, promover nuevas oportunidades de negocios y ampliar las redes comerciales establecidas en el país. A pesar de su influencia, los representantes estadounidenses no siempre se opusieron a los intentos de reforma agraria, y en varias ocasiones no lograron frenar iniciativas contrarias a sus intereses. Palabras clave: política agraria, conflicto social, diplomacia, relaciones Norte-Sur, legislación.

Reflections on North American Imperialism: Colombian Agricultural Policy and United States Influence in the 1930s Abstract: This article studies the influence of the United States in Colombian agricultural policy in the 1930s. In that decade, diplomats and businessmen from the United States actively participated in the legislative initiatives that were being developed in Colombia, with the objective of protecting their direct interests, stopping the expansion of communism, promoting new business opportunities, and expanding the commercial networks which existed in the country. Despite their influence, representatives from the United States did not always oppose attempts to enact agrarian reforms and, occasionally, were unable to stop initiatives that were contrary to their interests. Keywords: agricultural policy, social conflict, diplomacy, North-South relations, legislation.

Reflexões sobre o imperialismo norte-americano: a política agrária colombiana e a influência estado-unidense na década de 1930 Resumo: Este artigo estuda a influência estado-unidense na política agrária da Colômbia na década de 1930. Durante esses anos, diplomatas e empresários estado-unidenses participaram ativamente das iniciativas legislativas que se estavam desenvolvendo na Colômbia, com o objetivo de proteger seus interesses diretos, frear a expansão do consumismo, promover novas oportunidades de negócio e ampliar as redes comerciais estabelecidas no país. Apesar de sua influência, os representantes estado-unidenses nem sempre se opuseram às tentativas de reforma agrária e, em várias ocasiões, não conseguiram frear iniciativas contrárias a seus interesses. Palavras-chave: política agrária, conflito social, diplomacia, relações Norte-Sul, legislação.

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Introducción

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n 1930, tras casi medio siglo de gobiernos conservadores y administraciones afines al conservatismo, el candidato del Partido Liberal, Enrique Olaya Herrera, ganó las elecciones presidenciales de Colombia. Los representantes norteamericanos1 presentes en el país, tanto empresarios como el cuerpo diplomático, recibieron el triunfo del candidato liberal con total beneplácito. Olaya Herrera se había ganado la confianza de los estadounidenses durante los cerca de ocho años en los que ejerció como ministro de la Legación colombiana en Washington, así como al expresar públicamente en su campaña que Colombia necesitaba del apoyo de la banca y del comercio norteamericano para apaciguar los efectos de la crisis económica mundial2. No obstante, una de sus primeras decisiones como presidente electo generó preocupación entre los círculos estadounidenses. Olaya Herrera pretendía que Francisco José Chaux, ministro de Industrias del saliente gobierno de Abadía Méndez, continuara a cargo de esta cartera, lo que generó gran desconcierto entre diplomáticos y empresarios norteamericanos. Ciertamente, la posibilidad de que alguien con los antecedentes antiestadounidenses de Chaux continuara a cargo de la política agraria, industrial, laboral y minera de Colombia no fue bien recibida por los directivos de las compañías norteamericanas3, debido a que la “Masacre de

1

En este artículo, cuando se mencionen los representantes estadounidenses, se está haciendo referencia al cuerpo diplomático y a los empresarios norteamericanos.

2 En conversación con Roy T. Davis, ministro de la Legación estadounidense en Panamá, en el mes de abril de 1930, el Presidente electo declaró que “esperaba hacer todo lo que estuviese en su poder para generar un sentimiento de confianza entre ambos lados”. “Carta de Roy T. Davis al Secretario de Estado”, 11 de abril de 1930, en National Archives and Records Administration (nara), Washington d.c.-Estados Unidos, Record Group (rg) 59, Department of State Decimal File (dsdf), caja 3987: 711.21/890, 3-4. (Esta cita y las otras citas de documentos de nara son traducciones realizadas por el autor del artículo). 3

“Carta de Benjamin Muse (chargé d’affaires ad interim) al Secretario de Estado”, 23 de junio de 1930, en nara, rg 59, dsdf, caja 5654: 821.6156/78, 3-4.

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las bananeras” y los escándalos que rodearon las negociaciones de las concesiones petroleras crearon un ambiente poco favorable para el empresariado norteamericano, quienes responsabilizaron al ministro Chaux y su antecesor, José Antonio Montalvo, de suscitar e incitar posturas adversas a los intereses estadounidenses. Ante estas circunstancias, Jefferson Caffery, ministro de la Legación estadounidense en Bogotá, escribió una carta al Secretario de Estado norteamericano informándole sobre el posible nombramiento de Francisco José Chaux como ministro de Industrias. En la carta fechada el 4 de agosto de 1930 no sólo se ve la desconfianza que generaba el nombre de Chaux entre diplomáticos y empresarios estadounidenses, sino que también se evidencian los propios esfuerzos de Olaya Herrera y de Chaux por complacer los intereses norteamericanos. Tanto el Presidente electo como el Ministro buscaban calmar los ánimos estadounidenses: “Tengo el honor de comunicarle que durante los últimos días, el actual Ministro de Industrias, el Dr. Chaux, ha estado demostrando un ferviente esfuerzo por convencer a los intereses americanos de que él está de su lado; tanto así que los representantes de las empresas petroleras norteamericanas están encantados con su actitud […] Con esto en mente, y teniendo en cuenta el hecho de que el Dr. Olaya me aseguró que Chaux rectificaría su política hacia la United Fruit Company, yo le expliqué la situación al representante local de la Compañía […] El señor Riley, el representante local, inmediatamente me dijo que estaba seguro de que Chaux ‘rectificaría’ y que consideraba que sería un grave error insistir en su eliminación […]”4.

Una vez Caffery conversó con Riley, el ministro estadounidense volvió a Olaya Herrera. En esta reunión, Caffery le explicó al Presidente electo que la United Fruit Company (ufco) ya no se oponía a la designación de Chaux como ministro de Industrias. Según el ministro norteamericano, Olaya Herrera dijo estar “complacido de que ustedes ya no sientan que Chaux es peligroso [...]”5. En este punto cabría preguntarse: ¿Por qué el Presidente electo colombiano consultó con representantes estadounidenses el nombramiento del ministro encargado de la política agraria, industrial, laboral y minera? ¿A qué respondió esta intromisión norteamericana? ¿Hubo alguna clase de injerencia estadounidense frente a las reformas promovidas en la década de 1930?

4

“Carta de Jefferson Caffery al Secretario de Estado de los Estados Unidos”, 4 de agosto de 1930, en nara, rg 59, dsdf, 1930-1939, caja 5654: 821.6156/81, 1-3.

5

“Carta de Jefferson Caffery al Secretario de Estado”, 5.

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Este artículo pretende dar algunas respuestas a estos interrogantes estudiando la inf luencia estadounidense en la política agraria colombiana durante los gobiernos liberales de los años de 1930. El estudio de este caso permitirá, entre otras cosas, dimensionar la magnitud de la injerencia norteamericana en los asuntos internos de Colombia a lo largo de este período, teniendo en cuenta que hubo otras circunstancias en que empresarios y diplomáticos estadounidenses no lograron imponer su voluntad. De esta manera, se pretende aportar a un campo de investigación en el que se ha interpretado de múltiples maneras el imperialismo estadounidense en América Latina, estableciendo una relación entre la historia agraria y la historia de las relaciones entre Colombia y Estados Unidos. Por lo tanto, se verá cómo la aparente ingobernabilidad y el atraso económico de Colombia sirvieron de pretexto para que representantes norteamericanos intentaran intervenir en los asuntos internos del país. Los diplomáticos y empresarios estadounidenses no solamente buscaron proteger sus intereses económicos, también pretendían frenar la posible propagación del comunismo y promover la expansión de sus mercados. Ahora bien, desde el punto de vista de los representantes estadounidenses y dirigentes colombianos, la agitación agraria y la política rural hacían parte de un mismo problema. Por un lado, empresarios y diplomáticos norteamericanos temían que las condiciones de pobreza material y la presencia de incitadores comunistas pusieran en peligro sus inversiones en el país. Mientras que, por el otro, a los dirigentes colombianos no sólo les preocupaba que estas condiciones de atraso en el campo colombiano pudieran generar violencia, sino también que obstaculizaran el progreso del país. De ahí que las iniciativas legislativas y las políticas agrarias de los años de 1930 respondieran a algunos de estos temores, compartidos por los dirigentes colombianos y representantes estadounidenses, que esperaban atenuar los conflictos sociales y promover el progreso del país. Antes de comenzar a estudiar estas reacciones, es necesario discutir el enfoque y la forma en que se estudiará el problema esbozado. En este tema de investigación confluye una gran diversidad de intereses, relaciones y conflictos: además del afán de los empresarios estadounidenses por aumentar sus ganancias y expandir su mercado, también se encuentran intereses diplomáticos, pugnas políticas entre los dirigentes colombianos, luchas por el acceso a la tierra entre el campesinado y pretensiones comerciales por parte de empresarios y comerciantes locales, entre otros. La variedad de actores se complementa con la diversidad de conflictos, pugnas y compromisos presentes en las relaciones entre los dos países, al igual que en el problema agrario en Colombia durante la década de 1930. En ese sentido, este artículo pretende inscribirse dentro de las últimas tendencias en el estudio de las relaciones entre América Latina y Estados Unidos, sin ignorar los aportes teóricos y

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conceptuales realizados por otras corrientes historiográficas6. Por ejemplo, las investigaciones y los aportes de la Escuela de Wisconsin o historia revisionista de la diplomacia norteamericana son de gran utilidad para abordar el problema en cuestión. Su concepción de Estados Unidos como un imperio que no buscó la adquisición de nuevos territorios, sino la expansión de mercados, es clave para entender la presencia estadounidense en la región7. Los dependentistas, por su parte, introdujeron nociones de gran importancia como “dependencia” y “economías de enclave”, que permiten comprender la relación entre los intereses económicos y la diplomacia norteamericana8. Los estudios posestructuralistas, por otra parte, incorporaron sensibilidades y temáticas que anteriormente habían sido ignoradas. Por ejemplo, incluyeron una perspectiva de género y de raza, al igual que el análisis sobre la construcción de imaginarios en el estudio del imperialismo estadounidense9. Estas tres corrientes han mostrado, desde múltiples puntos de vista, la forma en que Estados Unidos ha intervenido en los asuntos internos de los países latinoamericanos. Sus principales representantes han analizado la participación de esta nación en el campo de la política económica, como la manera en que esta cultura ha permeado la latinoamericana. A pesar de sus aportes, la mayoría de estos autores le han dado un protagonismo excesivo a la presencia norteamericana en la región y han ignorado algunos casos en los que el imperialismo estadounidense no logró imponer su voluntad. No obstante, las tendencias historiográficas más recientes en el estudio de las relaciones entre América Latina y Estados Unidos han buscado

6 Gilbert M. Joseph, “Close Encounters, Toward a New Cultural History of U.S.-Latin American Relations”, en Close Encounters of Empire, Writing the Cultural History of u.s.-Latin American Relations, eds. Gilbert M. Joseph, Catherine C. LeGrand y Ricardo D. Salvatore (Durham: Duke University Press, 1998), 10. 7

Williams definió el imperialismo como la pérdida de soberanía sobre asuntos y decisiones esenciales por parte de una sociedad principalmente agrícola, con respecto a una metrópoli industrial. Es decir, el imperialismo consiste en el proceso en el que una potencia económica somete a una economía inferior en beneficio de sus propios intereses. William Appleman Williams, Empire as a Way of Life (Nueva York: ig Publishing, 2007), 4-15. Por otro lado, Lafeber explica que hacia 1895, Estados Unidos se encaminó en la expansión de sus mercados en el mundo promoviendo el libre comercio e insistiendo en su derecho de acceder libremente a todos los mercados sin emprender conquistas territoriales. Walter Lafeber, The New Empire: An Interpretation of American Expansion (Ithaca: Cornell University Press, 1998), 408-417. Además, Williams sostiene que este proceso se basó en la firme convicción de que el bienestar de la sociedad norteamericana dependía del crecimiento sostenido de la frontera comercial estadounidense. William Appleman Williams, The Tragedy of American Diplomacy (Nueva York: Norton & Company, 1972), 15.

8 Cardoso y Faletto sostienen que el concepto de dependencia permite entender procesos de dominación “de unos países por otros, de unas clases sobre las otras, en un contexto de dependencia nacional”. Asimismo, explican que estas relaciones se dan gracias a una red de intereses y de coacciones entre grupos y clases sociales. Fernando E. Cardoso y Enzo Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina: ensayo de interpretación sociológica (México: Siglo xxi, 1984), 161-162. 9

Uno de los trabajos más importantes de esta corriente es el de Amy Kaplan y Donald E. Pease, Cultures of United States Imperialism (Durham: Duke University Press, 1993).

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superar esta dificultad, mostrando que estas relaciones no son unilaterales, al tratarse de intercambios y diálogos entre dos regiones. Es decir, han argumentado que el estudio de estas relaciones debe ir más allá del análisis de imposiciones estadounidenses y debe concebir dichas relaciones como una compleja articulación de intercambios entre actores sociales desiguales10. Así como este artículo comparte algunos de los presupuestos de la historia de las relaciones entre América Latina y Estados Unidos, también se ubica dentro de la denominada historia agraria colombiana. La amplia bibliografía sobre esta temática se ha enfocado principalmente en el estudio del malestar rural, la protesta agraria, la colonización de la frontera agrícola, el café y las políticas agrarias. Particularmente, estos trabajos han estudiado las causas de la violencia agraria y la forma en que el Estado y las clases dominantes han afrontado este problema social a través de reformas, represión y realineamientos de poder entre las élites nacionales y regionales. Por otro lado, han identificado las circunstancias en las que ocurre la agitación agraria y las regiones donde se han acentuado los conflictos11. Aunque las interpretaciones y conclusiones logradas por estos trabajos pueden variar, en su conjunto han mostrado que una de las formas en que el Estado y las clases dominantes respondieron a las dificultades presentes en las zonas rurales fue por medio de la creación de una legislación concreta y de políticas agrarias diversas.

10 A estas corrientes historiográficas no sólo se les ha criticado el protagonismo proporcionado a Estados Unidos, sino también cierto reduccionismo en sus enfoques. Mientras que la Escuela de Wisconsin y los dependentistas se enfocaron casi exclusivamente en aspectos políticos y económicos, algunos estudios posestructuralistas terminaron ignorando la importancia de la diplomacia y el comercio en las dinámicas del imperialismo norteamericano. Ver: William Roseberry, “Social Fields and Cultural Encounters”, en Close Encounters of Empire, 516-517. Otros académicos han criticado el carácter ideológico y la falta de rigor de algunas de estas corrientes, particularmente de los dependentistas. Por el lado de la historia económica, otra respuesta a estas corrientes ha sido el surgimiento de la “New Economic History”. Remitirse a Stephen Haber, ed., How Latin America Fell Behind (Stanford: Stanford University Press, 1997), 9-15, y Miguel Ángel Centeno y Fernando López-Alves, eds., The Other Mirror. Grand Theory through the Lens of Latin America (Princeton: Princeton University Press, 2001), 15-17. 11 Entre los trabajos que han estudiado el malestar rural, la agitación agraria y las políticas agrarias están: Marco Palacios, ¿De quién es la tierra? Propiedad, politización y protesta campesina en la década de 1930 (Bogotá: fce/Universidad de los Andes, 2011); Marco Palacios, El café en Colombia, 1850-1970: una historia económica, social y política (México: El Colegio de México, 2009); José Antonio Ocampo, comp., Historia económica de Colombia (Bogotá: tm Editores/ Fedesarrollo, 1994); Michael F. Jiménez, The Many Deaths of the Colombian Revolution. Region, Class and Agrarian Rebellion in Central Colombia (Nueva York: ilas/Columbia University, 1990); Catherine C. LeGrand, Colonización y protesta campesina en Colombia: 1850-1950 (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1988); Jesús Antonio Bejarano, Ensayos de historia agraria colombiana (Bogotá: cerec, 1987); Absalón Machado Cartagena, Políticas agrarias en Colombia, 1900-1960 (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1986); Darío Fajardo, Haciendas, campesinos y políticas agrarias en Colombia, 1920-1980 (Bogotá: Universidad Nacional, 1986); Charles W. Bergquist, Coffee and Conflict in Colombia, 1886-1910 (Durham: Duke University Press, 1978); Elsy Marulanda, Colonización y conflicto. Las lecciones del Sumapaz (Bogotá: Tercer Mundo, 1991); Rocío Londoño Botero, Juan de la Cruz Varela. Sociedad y política en la región de Sumapaz (1902-1984) (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2011).

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Los enfoques y perspectivas descritos servirán para analizar las fuentes primarias empleadas en la construcción de este artículo. Gran parte de la documentación corresponde a escritos diplomáticos de Estados Unidos, principalmente al intercambio epistolar entre la Legación estadounidense en Bogotá y el Departamento de Estado norteamericano. Esta documentación es de una gran riqueza, tanto por la cantidad de detalles que ofrece y la variedad de testimonios que brinda al investigador como por las posiciones y posturas que muestra de empresarios, dirigentes, líderes sociales y periodistas de ambos países. Aunque hay que tratar estos testimonios con la suspicacia con la que debe analizarse cualquier fuente histórica, no se puede desconocer la pretensión de los actores involucrados en estos escritos de generar conocimientos fiables y útiles para apoyar la expansión comercial norteamericana12. Con base en lo expuesto, este artículo se desarrollará en tres apartados, fundamentalmente. En primer lugar, se analizarán las posturas de diplomáticos y empresarios norteamericanos frente a los brotes de violencia agraria en Cundinamarca, Tolima, y en las zonas de influencia de la ufco., en Magdalena. En segundo lugar, se examinarán las reacciones de los representantes estadounidenses ante las distintas iniciativas legislativas del Congreso colombiano concernientes al tema agrario. Para concluir, en tercer lugar, con una breve reflexión sobre los problemas planteados a lo largo del artículo.

1. Agitación agraria y la amenaza comunista En otra carta escrita por Jefferson Caffery, dirigida también al Secretario de Estado norteamericano en Washington, se observa la descripción de un acontecimiento violento ocurrido en el poblado de Viotá, en el departamento de Cundinamarca, que involucró a posibles comunistas: “Una patrulla de la Policía, que estaba retornando a Viotá después de haber desintegrado una reunión de unos cincuenta comunistas en las plantaciones de café aledañas al municipio, fue emboscada y atacada por un grupo de trabajadores armados con machetes […] Dos policías murieron, y dos comunistas fallecieron y varios fueron heridos”13.

12 Ricardo D. Salvatore afirma que los diplomáticos norteamericanos hicieron parte de una gran empresa del conocimiento. Salvatore argumenta que el imperialismo estadounidense no actuó “por medio de la conquista o la agresión imperial sino por el poder del conocimiento o, mejor, la actividad del conocer […]”. Imágenes de un imperio. Estados Unidos y las formas de representación de América Latina (Buenos Aires: Sudamericana, 2006), 178. 13 “Carta de Jefferson Caffery al Secretario de Estado”, 3 de agosto de 1931, en nara, rg 59, 821.00, General Conditions/30, 39.

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Los hechos narrados corresponden a sucesos acaecidos en el mes de julio de 1931. Estos acontecimientos no fueron del todo esporádicos, como lo constata la Legación estadounidense en Bogotá, que mantuvo informado al Departamento de Estado norteamericano sobre este tipo de sucesos. En sus reportes, los diplomáticos analizaron la magnitud del problema, estudiaron las posibles razones detrás de los conflictos agrarios, examinaron la presencia de agitadores comunistas y revisaron la forma en que los dirigentes colombianos estaban afrontando el problema. Estos años representan uno de los períodos de mayor agitación en el campo colombiano14. Para Marco Palacios, los años de 1930 se caracterizaron por ser una época en la que confluyeron una crisis de dimensiones políticas y una crisis económica15. Después de casi medio siglo de gobiernos conservadores, como se describió al inicio de este artículo, en 1930 el liberalismo volvió al poder en cabeza de Enrique Olaya Herrera. El triunfo electoral del candidato liberal estuvo acompañado de una acentuación en la confrontación entre liberales y conservadores, evidenciada en los brotes de violencia partidista y en las acusaciones de fraude por parte de miembros del Partido Conservador16. Las dificultades en el plano político estuvieron acompañadas de una grave crisis económica. Las cosechas excepcionales de café en Brasil entre 1928 y 1930 hicieron descender los precios del grano colombiano desde mediados de 1928. Pero también, entre 1923 y 1934, el descenso del valor de las exportaciones de café fue de 26%. Este descenso en el precio del café, explica Palacios, implicó una importante caída en los ingresos externos y empeoró la situación financiera del país, agudizada además por los efectos de la crisis mundial tras la caída de la Bolsa de Nueva York en 1929. Una crisis económica que generó consecuencias comerciales y financieras para Colombia. Por ejemplo, el descenso en las exportaciones de café estuvo acompañado de una caída en las exportaciones de petróleo, oro y, parcialmente, banano y platino17. En el ámbito financiero, por otro lado, la crisis implicó una suspensión del crédito y de la inversión extranjera, al igual que la repatriación de capitales18. En medio de esta situación, el Estado colombiano se vio forzado a asumir un papel más activo en la intervención de la economía19.

14 Santiago Perry Rubio, “Las luchas campesinas en Colombia”, en El agro y la cuestión social, ed. Absalón Machado Cartagena (Bogotá: Tercer Mundo, 1994), 235-238. 15 Marco Palacios, ¿De quién es la tierra?, 99. 16 Marco Palacios, Entre la legitimidad y la violencia. Colombia, 1875-1994 (Bogotá: Norma, 2003), 146-147. 17 Marco Palacios, El café en Colombia, 429-430. 18 Esta situación fue bastante complicada para una economía que había vivido un auge en el crédito y en la inversión extranjera en la década inmediatamente anterior. Entre 1923 y 1928, la deuda externa de largo plazo del país creció en un 743%. Al respecto, consultar: Jesús Antonio Bejarano, “El despegue cafetero (1900-1928)”, en Historia económica de Colombia, 192-193. 19 Daniel Pécaut, Orden y violencia: Colombia, 1930-1953 (Medellín: Universidad eafit, 2012), 138-139.

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Estas crisis también tuvieron repercusiones sobre la vida de los habitantes del campo colombiano20. La disminución de los precios de bienes agrícolas inevitablemente llevó a una reducción en sus salarios y en las rentas de sus cultivos21. Además, obligó al Gobierno Nacional a ponerles un freno a las obras públicas, en las que muchos jornaleros habían encontrado una nueva fuente de ingresos. Este hecho, sumado al cierre de algunas industrias en las ciudades, lanzó al desempleo a miles de personas, que tuvieron que regresar al campo, produciendo una sobreoferta de mano de obra que llevó también a la disminución de los salarios de los jornaleros, al empeoramiento de los contratos de los arrendatarios y una mayor presión sobre la tierra22. Además de los efectos sobre la vida material, las dificultades descritas repercutieron sobre las aspiraciones políticas y sociales de distintas sociedades campesinas. Como explica Renán Silva, estos años corresponden a un período en el que la sociedad colombiana sufrió una considerable transformación: las estructuras tradicionales de la sociedad cambiaron y se inició el tránsito hacia una sociedad de clases23. Esta transición no sólo marcó una mayor presencia de brotes capitalistas, sino también cambios en la percepción que las distintas clases tenían de sí mismas, de su posición dentro de la sociedad y de sus derechos. La idea de los “derechos sociales”, promovida por diversos grupos liberales y socialistas, desempeñó un papel clave en la conformación de las clases sociales modernas y de sus programas reivindicativos en Colombia. A partir de esta idea se desprendieron reivindicaciones tales como el contrato laboral legal, la noción de jornada laboral justa de ocho horas y la representación de una justicia social reivindicativa, en contravía de lo que dictaba la tradición24. Por tanto, en la década de los treinta los casos de protesta agraria se presentaron en medio de un contexto de confrontación bipartidista, cuestionamientos a la legitimidad

20 La situación económica para gran parte de los colombianos fue bastante complicada. Es importante tener en cuenta que, en cuestión de pocos meses, la economía pasó de una situación de crecimiento acelerado a una coyuntura de recesión. Entre 1925 y 1929, por ejemplo, la tasa de crecimiento anual del producto interno bruto por habitante alcanzó la cifra de 5,2%, mientras que el producto total creció al 7,7% anual. Después de estas altas tasas, vinieron tasas negativas de crecimiento. Jesús Antonio Bejarano, “El despegue cafetero (1900-1928)”, 194. 21 Entre 1929 y 1931, el precio del café pasó de cerca de 2,75 dólares la libra a aproximadamente 1,5 dólares la libra (precios en dólares constantes de 2001). Salomón Kalmanovitz y Enrique López Enciso, La agricultura colombiana en el siglo xx (Bogotá: fce/Banco de la República, 2006), 139. Asimismo, en 1929, “los salarios rurales descendieron precipitadamente en un 50 o 60 por ciento”. Catherine C. LeGrand, Colonización y protesta campesina, 145. 22 Michael F. Jiménez, The Many Deaths, 13-14; Marco Palacios, ¿De quién es la tierra?, 99. 23 Este proceso puede verse desde el punto de vista de las “condiciones materiales” y las relaciones de producción, pero también desde la “constitución del universo en que las clases sociales son pensadas e imaginadas, es decir, el proceso relacionado con las formas en que una sociedad imagina el vínculo social y se representa las divisiones de lo social”. Renán Silva, Sociedades campesinas, transición social y cambio cultural en Colombia (Medellín: La Carreta Histórica, 2006), 257. 24 Renán Silva, Sociedades campesinas, 258.

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de las elecciones, crisis económica mundial, surgimiento de un Estado interventor, disminución en los ingresos de los campesinos y trabajadores rurales, aumento del desempleo rural y surgimiento de una clase campesina con sus propias reivindicaciones. Estas condiciones posibilitaron la aparición de brotes de agitación agraria en distintas partes del país, que presentaban sus propias particularidades. Para Michael Jiménez, estudioso del alto Magdalena, sobresalen las luchas por la autonomía, por un mejoramiento de las condiciones materiales y por la solidaridad comunitaria25. Estas disputas muchas veces adquirieron la forma de luchas por acceso a la tierra o pugnas por contratos de arrendamiento más favorables26. En cambio, en el departamento del Magdalena, la principal consigna de los trabajadores bananeros consistió en la formalización contractual con la ufco., aunque también se presentaron algunos conflictos entre colonos y la empresa norteamericana por el derecho a la tierra27. En el interior del país, y en menor medida en la región bananera en Magdalena, la frontera agrícola fue una zona especialmente de conflicto. Catherine LeGrand sostiene que, a diferencia de lo que ocurrió en otros países y en el caso de la colonización antioqueña, en gran parte del territorio colombiano la colonización de la frontera no fue una válvula de escape a los conflictos en torno a la tierra. Por el contrario, la autora argumenta que en la frontera, colonos y terratenientes se enfrentaron constantemente por el control de la tierra. Los terratenientes, explica LeGrand, mediante medios coercitivos y legales, se apropiaron de tierras que antes habían sido ocupadas por colonos, y crearon una situación en la que estos últimos se vieron forzados a convertirse en arrendatarios28. Los diplomáticos estadounidenses tuvieron una interpretación similar a la planteada por LeGrand. Los informes presentados por la Legación estadounidense también muestran la frontera agrícola colombiana como una zona de conflicto, aunque encuentran que la violencia fue promovida por los terratenientes y por agitadores comunistas. En un reporte de septiembre de 1934, la Legación estadounidense en Bogotá informa al Departamento de Estado sobre casos de violencia en Tolima:

25 Jiménez explica que en Cundinamarca y Tolima, particularmente en el caso de Viotá, surgió un individualismo posesivo radical entre ciertos campesinos de la región. Hacia finales de 1920, una vez llegaron a la región los agitadores comunistas, el terreno ya estaba sembrado. Michael F. Jiménez, The Many Deaths, 5-26. 26 Marco Palacios, ¿De quién es la tierra?, 111-115. 27 Marcelo Bucheli sostiene que, más que la propiedad de la tierra, los trabajadores de los cultivos de banano buscaban mejorar sus condiciones contractuales. Los trabajadores lucharon por la eliminación del sistema de subcontratación y por la formalización del contracto directo entre los trabajadores y la United Fruit Company. Bananas and Business. The United Fruit Company in Colombia, 1899-2000 (Nueva York: New York University Press, 2005), 118-136. 28 Catherine C. LeGrand, “Colonización y violencia en Colombia: perspectivas y debate”, en El agro y la cuestión social, 9-11.

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“Una seria situación en la hacienda ‘Tolima’, cerca de Ibagué, se tornó grave el 14 de agosto, cuando una banda armada de colonos, arrendatarios y agitadores atacó a un grupo de guardias civiles que acompañaban a servidores públicos a quienes la Corte les había ordenado llevar a cabo una valoración de las ‘mejoras’ realizadas por uno de los arrendatarios […] Cuando los servidores insistieron en continuar su trabajo, fueron atacados por los arrendatarios y colonos. Esto generó la muerte de diecisiete personas y dejó a unas veinte personas heridas. La mayoría de los fallecidos […] eran personas desconocidas y no fueron identificadas como arrendatarios de la hacienda. Esta propiedad ha sido por un tiempo la escena de agitación comunista […]”29.

De este informe sobresalen dos puntos importantes: por una parte, los diplomáticos estadounidenses responsabilizan a los agitadores comunistas de los hechos violentos, y, por la otra, el documento destaca la aparente incapacidad estatal para afrontar el problema. Es decir, se creía que las autoridades fueron incapaces de realizar la valoración de las mejoras y de controlar los disturbios en la hacienda. En gran parte de los informes de la Legación sobre el problema agrario, estos mismos elementos estuvieron presentes: responsabilidad de agitadores comunistas, señales de la falta de capacidad del Estado para resolver el problema, y una observación sobre las políticas que se estaban realizando o que podrían adelantarse para solucionar el problema. Estos componentes también están presentes en la carta que describe los hechos acontecidos en septiembre de 1934 en la zona de Anapoima y Viotá: “Señales de descontento social continúan apareciendo en distintas regiones agrícolas a lo largo de país. Se afirma que bandas armadas de comunistas se han organizado para ir de sitio en sitio creando intranquilidad entre la población rural […] El Dr. Juan Lozano y Lozano, nuevo secretario de Gobierno del departamento, hizo una visita por toda la región para investigar los hechos. A su retorno presentó un reporte al Gobernador en el que urgía a los terratenientes a que hicieran un intento por mejorar las condiciones de sus arrendatarios con el fin de prevenir problemas mucho más serios […]”30.

Los reportes sobre la situación en Magdalena también contienen componentes similares, pero con una particularidad que los diferencia de los informes presentados en los casos de

29 “Carta de Walter Washington, Chargé d’Affairs ad interim, al Secretario de Estado”, 20 de septiembre de 1934, en nara, rg 59, dsdf, caja 5618: 821.00 General Conditions/71, 15-16. 30 “Carta de Walter Washington, Chargé d’Affairs ad interim, al Secretario de Estado”, 5 de octubre de 1934, en nara, rg 59, dsdf, caja 5618: 821.00 General Conditions/72, 7-8.

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agitación agraria en Cundinamarca, Tolima y Huila: en esta región del país sí había intereses norteamericanos de por medio. Es por esto que los informes de la Legación incluyen información adicional sobre las condiciones en las que se encuentran afectados los propósitos comerciales estadounidenses. En un memorando de la División de Asuntos Latinoamericanos con fecha de diciembre de 1930, por ejemplo, el cuerpo diplomático norteamericano hace un recuento de las dificultades que afronta la ufco. en Colombia. En este memorando, se hace mención a la conocida “Masacre de las bananeras”: “Aunque los trabajadores bananeros son bien pagos y usualmente están satisfechos, son altamente excitables y están prestos a las sugerencias y exhortaciones de agitadores. Urgidos por un líder tan sagaz e inescrupuloso como Raúl Mahecha […] El reaccionó a la situación y declaró la ley marcial el 5 de diciembre. Tropas adicionales fueron llevadas apresuradamente a Santa Marta, y varias escaramuzas sangrientas ocurrieron con su llegada. El número de muertos durante los siguientes dos meses se estima en un número entre 300 y 1.000. El general Cortés Vargas, al comando de las tropas, actuó con mano fuerte […], con el resultado que el Congreso el siguiente verano usó el sometimiento de la huelga bananera con fines políticos en contra del Gobierno. Durante los episodios de mayor peligro, la Legación estuvo constantemente en contacto con la Fruit Company, al igual que con el Gobierno, y quedó honestamente impresionada de la importancia que el Gobierno colombiano le dio a la protección de las vidas y propiedades norteamericanas […]”31.

Aparte de los problemas laborales, la carta del cuerpo diplomático enumera otras dificultades afrontadas por la ufco: el enfrentamiento entre la compañía bananera y el Gobierno colombiano por la concesión del ferrocarril de Santa Marta, las invasiones de tierras de la bananera por parte de colonos, la aparición de una firma británica que buscaba competir con la compañía norteamericana, y el litigio entre la ufco. y el Gobierno por el control de los canales de irrigación en los cultivos bananeros. La presencia de esta empresa en la región bananera de Magdalena, que generó cambios sociales y económicos sin precedentes en este departamento, no sólo suscitó inversiones en infraestructura como ferrocarriles y sistemas de irrigación, sino que también atrajo miles de trabajadores de otras regiones del país y del extranjero. Las nuevas inversiones, sumadas a estas olas migratorias, transformaron los pequeños pueblos de Aracataca y Ciénaga en centros urbanos dinámicos32.

31 “Difficulties of the United Fruit Company in Colombia”, 17 de diciembre de 1930, en nara, rg 59, dsdf, caja 5654: 821.6156/129, exp. Memorandum-Division of Latin American Affairs, 15-17. 32 Marcelo Bucheli, Bananas and Business, 90-91.

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Durante gran parte de la primera mitad del siglo xx, la ufco. intentó operar bajo un sistema de integración vertical; es decir, pretendió controlar los distintos aspectos de la producción, el transporte y el comercio de sus productos. En el caso colombiano, de manera particular, la ufco. combinó el sistema de integración vertical con distintos sistemas de subcontratación. Razón por la cual, para 1930 gran parte del banano exportado en Colombia se producía en tierras de cultivadores locales, que estaban obligados a vender todos sus productos a la ufco. y a asumir los riesgos del negocio33. Esta empresa implementó un sistema de subcontratación en el que un intermediario (ajustero) asumía las responsabilidades legales frente al trabajador34. Las condiciones mencionadas, sin duda, llevaron al descontento tanto de los trabajadores como de los dueños de los cultivos de banano y desembocaron en los acontecimientos de 1928. No obstante, esto no significó la desintegración de las asociaciones de trabajadores en la región bananera de Magdalena. Por el contrario, los trabajadores, al igual que los cultivadores, continuaron demandando contratos que les brindaran un mayor grado de estabilidad frente a las fluctuaciones del mercado del banano35. La preocupación del cuerpo diplomático estadounidense ante la presencia de agitadores comunistas en la región era compartida por las autoridades colombianas. Un ejemplo se ve en la carta enviada por el Vicecónsul estadounidense en Santa Marta, en el mes de noviembre de 1931: “Tengo el honor de reportar que un responsable e importante funcionario colombiano me ha informado que durante los últimos meses ha llegado propaganda comunista escrita en español al distrito […] Los sentimientos en contra de la empresa se han incrementado considerablemente durante los últimos seis meses […]”36. En este punto vale la pena resaltar la cooperación que funcionarios públicos brindaron a la ufco. en este asunto, al igual que en el caso de la “Masacre de las bananeras”. En este caso, fue un funcionario colombiano el que alertó al Vicecónsul estadounidense sobre la aparición de propaganda comunista. En el caso de “las bananeras”, el informe resalta la protección que el Gobierno colombiano dio a los empleados y a las propiedades norteamericanos. Esto no debe

33 Adicionalmente, la ufco. hacía la escritura de los contratos en distintos tiempos del año, a fin de evitar la coalición de cultivadores libres para la creación de una empresa de exportación. Asimismo, la United Fruit actuaba como la principal institución financiadora de la región, por lo cual aprovechaba esta posición para enlazar los préstamos con contratos de largo plazo. Marcelo Bucheli, Bananas and Business, 151-153. 34 Marcelo Bucheli, Bananas and Business, 120-121. 35 La mayoría de trabajos que han estudiado la “Masacre de las bananeras” han argumentado que los resultados trágicos de la huelga de 1928 significaron la destrucción del sindicalismo regional. Marcelo Bucheli, Bananas and Business, 118-119. 36 “Carta de T. Monroe Fisher al Secretario de Estado”, 6 de noviembre de 1931, en nara, rg 59, dsdf, caja 5614: 821.00B, 1-3.

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causar sorpresas si se tiene en cuenta que la exportación de banano del país, realizada casi en su totalidad por la ufco., representó el 6,4% de las exportaciones colombianas entre 1930 y 193437, y que la industria bananera era el principal motor de la economía del Magdalena. Como se ha visto, la cooperación entre autoridades locales y la ufco. se dio de diversas formas: desde la protección de sus propiedades hasta el nombramiento de funcionarios favorables a los intereses de la ufco. Las cartas, los memorandos e informes citados muestran que los conflictos agrarios eran un problema social bastante sensible a los ojos de los dirigentes colombianos y de los diplomáticos estadounidenses. Aunque no existía un consenso sobre el nivel de influencia del comunismo en Colombia, la presencia de agitadores inscritos en esta corriente era un tema de preocupación en aquel tiempo. Los representantes estadounidenses también cuestionaron la incapacidad del Estado colombiano para afrontar satisfactoriamente los problemas de la protesta agraria. A lo que debe agregarse su interés, por razones obvias, en los acontecimientos que estaban ocurriendo en la región bananera de Magdalena y, en menor medida, los que se estaban presentando en otros espacios del país.

2. Legislación agraria y la influencia estadounidense En este apartado se estudiará la forma en que el Gobierno colombiano afrontó el descontento agrario a través de una serie de iniciativas legislativas, y la manera en que representantes norteamericanos reaccionaron antes éstas38. Hacia 1930 el tema agrario adquirió en Colombia una relevancia aún mayor. La crisis económica agudizó los conflictos en el campo, y las protestas se volvieron cada vez más comunes. Algunos de estos casos, como la “Masacre de las bananeras”, dejaron un número considerable de víctimas mortales y heridos. No obstante, y tras su triunfo electoral, el liberalismo, con su renovada concepción del Estado, buscó apaciguar estos problemas profundizando y dinamizando las políticas que habían arrancado en

37 Salomón Kalmanovitz y Enrique López Enciso, La agricultura colombiana, 141. 38 Aunque la historiografía ha destacado principalmente las leyes expedidas durante la década de 1930, es importante tener en cuenta que en los años anteriores también hubo desarrollos legislativos notables en el tema agrario. Por ejemplo, la Ley 71 de 1917 simplificó los trámites para la adjudicación de baldíos a los pequeños cultivadores y permitió precisar los derechos de los colonos. Si bien esta ley no resolvió las disputas por las tierras baldías, sí posibilitó la adjudicación de terrenos baldíos a cientos de colonos. Por su parte, la Ley 74 de 1926 amplió el espíritu de la Ley 71 al eliminar uno de los requisitos más problemáticos que afrontaban los peticionarios de tierras baldías: la exigencia de conseguir tres testigos que fuesen propietarios de bienes raíces, mientras que la Ley 74 de 1927 estableció programas de colonización dirigidos por el Estado. Marco Palacios, ¿De quién es la tierra?, 91-92, y Rocío Londoño Botero, Juan de la Cruz Varela, 106-107.

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años anteriores39. De tal manera, en 1933 el gobierno de Olaya Herrera presentó un proyecto de ley de reforma agraria, que la Legación estadounidense en Bogotá notificó de la siguiente manera al Departamento de Estado: “Teniendo en cuenta que cierta legislación social de avanzada está siendo considerada por el Congreso colombiano, tengo el honor de reportar que recientemente ha habido considerable agitación concerniente al problema agrario en Colombia tanto en el Congreso como en la prensa. El problema agrario realmente fue puesto en el primer plano de la atención pública gracias a un incidente que ocurrió el mes pasado en la hacienda de ‘El Chocho’, cerca de Fusagasugá […] De tiempo en tiempo fueron reportados disturbios en solidaridad con los colonos de ‘El Chocho’ en Viotá, Anapoima, Pasca, Soacha y otros pueblos del sur de Cundinamarca. Estos incidentes recibieron mucha atención en la prensa […] El presidente Olaya sacó un comunicado prometiendo que el Gobierno haría lo que esté a su alcance para proteger los derechos de propiedad, preservar el orden y buscar una solución equitativa a todo el problema agrario. El comunicado fue vigoroso y conservador en su tono”40.

El proyecto de ley de 1933 “declaraba como baldíos y de propiedad nacional los terrenos no cultivados existentes en la República”; asimismo, establecía “la prescripción extintiva del dominio privado a favor del Estado, sobre tierras abandonadas durante diez años” para convertirlas en baldíos. De manera adicional, contemplaba “la prescripción adquisitiva de dominio a favor de quien cultivara con ánimo de señor y dueño por un período no menor de cinco años un terreno de propiedad inculto en el momento de iniciarse la ocupación”41. Por tanto, este proyecto concebía al trabajo como base esencial de la propiedad y entendía los conflictos agrarios como un problema social, y no simplemente como un problema de orden público42.

39 Como explica Daniel Pécaut, en 1930 no solamente se renovó la clase política, sino que también se dio un cambio en la naturaleza del Estado. Hacia la década de 1930, el Estado colombiano se convirtió en una institución intervencionista con un papel clave dentro de la economía. Orden y violencia, 193-194. Estos cambios estuvieron acompañados de nuevas instituciones y políticas para el cumplimiento de sus funciones. Decsi Arévalo Hernández y Óscar Rodríguez Salazar, Gremios, reformas tributarias y administración de impuestos en Colombia (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2001), 128. 40 “Carta de Allan Dawson (chargé d’affaires ad interim) al Secretario de Estado”, 22 de agosto de 1933, en nara, rg 59, dsdf, caja 5614: 821.00B/47, 1-4. 41 Elsy Marulanda, Colonización y conflicto, 182. 42 Elsy Marulanda, Colonización y conflicto, 183-184.

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Aunque el proyecto no fue aprobado por el Congreso, algunas de sus principales disposiciones fueron recogidas por la Ley 200 de 1936. A pesar de tener un carácter más moderado que el proyecto de ley de 1933, esta ley se ha concebido como el primer intento de reforma agraria en el país. Se trataba de una legislación que contaba con una variedad de disposiciones como la definición de baldíos y de propiedad privada de la tierra, al igual que artículos que reglamentaban los procesos de extinción de dominio y los trámites de controversias. Por ejemplo, el artículo No. 1 contemplaba la función social de la propiedad al establecer que la “posesión consiste en la explotación económica del suelo por medio de hechos positivos propios de dueño, como las plantaciones o sementeras, la ocupación con ganados y otros de igual significación económica”. El artículo No. 6, por su parte, establecía la extinción de dominio o propiedad en favor de la Nación “sobre los predios rurales en los cuales se dejare de ejercer posesión en la forma establecida en el Artículo 1 de esta Ley”. Mientras que el artículo No. 12 establecía “una prescripción adquisitiva del dominio en favor de quien, creyendo de buena fe que se trata de tierras baldías, posea en los términos del Artículo 1 de esta Ley, durante cinco (5) años continuos […]”43. Ahora bien, es importante tener en cuenta que esta Ley ha sido interpretada de distintas maneras. Ciertos estudiosos han visto en sus estatutos unos alcances profundamente democratizadores, mientras que otros con “mayor radicalidad concluyen que este acto legislativo no pretendía desarrollar una política redistributiva y ninguna de sus normas estaba encaminada a ese fin, ni buscaba tampoco atacar la gran propiedad, sino estimular su transformación capitalista, al mismo tiempo que contener los conflictos campesinos que habían alcanzado cierta algidez”44. Otro tanto, como el caso de Absalón Machado Cartagena, coincide en que estas iniciativas tuvieron un carácter principalmente apaciguador frente a las luchas campesinas, al tiempo que buscaron racionalizar el uso de la tierra45. Los representantes estadounidenses, por su parte, concibieron estas iniciativas como una oportunidad para contrarrestar la expansión comunista y mejorar la capacidad de acción del Estado colombiano. Pero también fueron asimiladas como una potencial amenaza a la

43 Congreso de la República de Colombia, “Ley 200 de 1936. Sobre el régimen de tierras”, 16 de diciembre de 1936, Régimen Legal de Bogotá d.c. La Ley 200 de 1936. Nivel Nacional, <http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/ normas/Norma1.jsp?i=16049>. 44 Darío Fajardo, Haciendas, campesinos y políticas, 59. 45 Absalón Machado Cartagena sostiene que, en términos generales, la política agraria de los años treinta buscaba “poner término a la incertidumbre sobre títulos de propiedad y a los conflictos agrarios, y por otro, conducir a una utilización económica de la tierra para satisfacer las necesidades de una abundante oferta de materias primas y bienes alimenticios baratos”. Políticas agrarias en Colombia, 51.

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propiedad privada y a los intereses estadounidenses. Más aún cuando en el transcurso de la década de 1930, la política exterior estadounidense hacia América Latina sufrió un giro importante. La Política del Buen Vecino del presidente F. D. Roosevelt intentó mejorar las relaciones diplomáticas con los países latinoamericanos, buscando con ello incentivar el comercio y darle un empujón a la economía estadounidense. Aunque la expansión comercial de Estados Unidos continuó durante estos años, la diplomacia adoptó una actitud menos militante y agresiva al defender sus intereses económicos frente a las acciones de países latinoamericanos46. William Appleman Williams considera a este respecto que los líderes estadounidenses se dieron cuenta de que el imperialismo con base en intervenciones militares e imposiciones diplomáticas, inevitablemente crearía conflictos armados que interrumpirían ante todo el comercio. Por esta razón, buscaron un imperialismo más moderado que estuviese en capacidad de establecer relaciones cordiales de trabajo con sus socios comerciales47. Un caso emblemático de esta nueva actitud de la diplomacia norteamericana se puede ver en su prudencia frente a las expropiaciones adelantadas por el presidente Lázaro Cárdenas en México48. En el caso colombiano, este giro también se hizo sentir, pero no debe desconocerse que las relaciones entre ambos países habían mejorado sustancialmente desde la década de 1910, lo que facilitaba el tipo de intervención descrita por Williams49. Un buen ejemplo de ello se puede observar en un detallado informe de la División de Asuntos Latinoamericanos, que ilustra el caso de la Ley de Exportación de Banano. Con esta ley, aprobada en 1931, se creó el impuesto a las exportaciones de banano: “Varias enmiendas fueron introducidas aumentando el impuesto a cinco centavos por racimo y disponiendo, en efecto, que cualquier competidor de la [United] Fruit Company que ingresara al país quedaría exento de este impuesto. Un proyecto con estas enmiendas inaceptables, en efecto, fue aprobado por la Cámara. Olaya exitosamente tumbó estas enmiendas en el Senado y adicionó —sólo porque la [United] Fruit Company lo quería así— una cláusula que autorizaba al Gobierno a negociar

46 William Appleman Williams, The Tragedy of American, 174. 47 William Appleman Willams, Empire as a Way, 141. 48 Para más información sobre las expropiaciones a propiedades norteamericanas realizadas por los gobiernos revolucionarios, revisar: John J. Dwyer, The Agrarian Dispute: The Expropriation of American-Owned Rural Land in Postrevolutionary Mexico (Durham: Duke University Press, 2008), y Noel Maurer, “The Empire Struck Back: Sanctions and Compensation in the Mexican Oil Expropriation of 1938”, The Journal of Economic History 71: 3 (2011): 590-615. 49 Tras la separación de Panamá, las relaciones entre ambos países se quebrantaron. Éstas se comenzaron a restaurar en 1914 con la negociación del Tratado Urrutia-Thomson, y se restablecieron en su totalidad tras la firma de este acuerdo, en 1921.

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contratos por veinte años, con la consecuencia de que ningún incremento en el impuesto de exportación de banano podría imponerse en ese período. Además, Olaya vetó un artículo del proyecto porque el representante de la Compañía se lo solicitó. El ministro Caffery comentó el proyecto de la siguiente manera: ‘El representante de la United Fruit Company en Bogotá expresó su euforia por la forma en que fue aprobada finalmente la ley de impuesto al banano. Afirmó que excedía las expectativas de la Compañía’ […]”50.

En este caso particular, la intervención estadounidense en asuntos internos es evidente: con su mediación, los representantes norteamericanos lograron tumbar algunos artículos desfavorables a sus intereses e incluir una cláusula que brindaba estabilidad jurídica a sus negocios en el país. Con todo, no se puede afirmar que este tipo de injerencia fuera frecuente durante la década de 1930, puesto que, en el caso de las iniciativas de reforma agraria, todo parece indicar que la intervención estadounidense fue mínima. Con respecto al proyecto de ley de reforma agraria presentado en 1933, al que se hizo referencia anteriormente, los empresarios norteamericanos mostraron sus diferencias con la propuesta legislativa pero consideraron que no era necesario obstaculizarla. En una carta enviada por Allan Dawson, funcionario de la Legación estadounidense en Bogotá, al Secretario de Estado se exponen las posiciones de la ufco. y de la Tropical Oil frente al proyecto: “El señor F. Norman Riley, representante local de la United Fruit Company, me informó esta mañana que sus directores le habían señalado su seria preocupación con respecto a los posibles efectos que tendría la legislación propuesta sobre sus propiedades en la zona bananera […] El señor Riley dijo que no compartía de ninguna manera los temores de sus directores, ya que él consideraba que el proyecto le brindaba protección a la propiedad cultivada, categoría en la que se encontraba gran parte de las propiedades de la compañía […] Hace algunos días, el señor H. A. Metzger, representante local de la Tropical Oil Company, me informó que, aunque consideraba que la legislación agraria propuesta le parecía radical, él sentía que los intereses de su compañía, en relación con su propiedad privada, no deberían verse afectados si esta iniciativa es aprobada”51.

50 Informe de Freeman Matthews, “President Olaya and the United Fruit Company”, 14 de abril de 1931, en nara, rg 59, dsdf, caja 5654: 821.6156/132, 4-5. 51 “Carta de Allan Dawson (chargé d’affaires ad interim) al Secretario de Estado”, 21 de septiembre de 1933, en nara, rg 59, dsdf, caja 5658: 821.6363/1225, 1-3.

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En este escrito Allan Dawson entrega un parte de tranquilidad con respecto al proyecto de reforma agraria, buscando calmar los ánimos entre los representantes estadounidenses, que pensaban que Colombia estaba adoptando las políticas expropiatorias instauradas en México52. Dawson explica que, por el contrario, la legislación propuesta no afectaría negativamente los intereses estadounidenses en Colombia y que eran pocas las posibilidades de que este proyecto fuera aprobado. El proyecto, en efecto, no fue aprobado. A pesar de esto, al final de su carta, Dawson aclara que “la expedición de una legislación agraria radical es, sin embargo, sólo cuestión de tiempo […]”53. Tres años más tarde se aprobó la Ley 200 de 1936. En este caso, al igual que en el proyecto de ley de 1933, la intervención estadounidense fue prácticamente nula. En marzo de 1937, Dawson envió una carta al Secretario de Estado estadounidense explicando las razones por las que los intereses norteamericanos en Colombia estaban a salvo, a pesar de la expedición de esta ley: “Como se indicó en envíos anteriores, el propósito de la Ley 200 es exigir a los dueños de la tierra que la trabajen para poder continuar con la propiedad de la tierra. Esta ley también fue hecha con el objetivo de dar claridad a los títulos de las tierras […] Mr. Woodward se ha entrevistado con los representantes de la Magdalena [United] Fruit Company y de las compañías petroleras americanas residentes en Bogotá, pidiéndoles sus puntos de vista con respecto a los posibles efectos de la ley de tierras. Sus observaciones se resumen de la siguiente manera: El representante de la United Fruit Company sostiene que sus organizaciones están protegidas en relación con la propiedad de áreas considerables de tierras bananeras en barbecho, bajo la provisión del artículo 1º, que extiende la ‘posesión’ de tierras que son necesarias para desarrollos, al igual que tierras que están siendo explotadas actualmente”54.

Por su parte, representantes de la Texas Petroleum, la Tropical Oil y la Socony-Vacuum Oil le explicaron al señor Woodward, miembro del cuerpo diplomático estadounidense, que también habían encontrado mecanismos legales para no verse perjudicados de ninguna manera por la expedición de esta ley. Es importante tener en cuenta que en los casos relacionados con proyectos y

52 John J. Dwyer, The Agrarian Dispute. 53 “Carta de Allan Dawson”, 1-3. 54 “Carta de William Dawson al Secretario de Estado”, 8 de marzo de 1937, en nara, rg 166, Foreign Agricultural Service Narrative Reports, dsdf, caja 133: 122011(Legislation), 1-4.

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leyes de reforma agraria, los representantes estadounidenses adoptaron una postura mesurada. Si bien consideraban que estas iniciativas tenían un carácter radical, ni empresarios ni diplomáticos norteamericanos se opusieron categóricamente a estas propuestas legislativas. En ambos casos primó cierta indiferencia al concluir que los intereses estadounidenses no estaban en peligro. De igual forma, en noviembre de 1937 el Congreso colombiano aprobó la Ley del Banano, que otorgaba facultades al Ejecutivo para intervenir la industria bananera. Con esta ley se buscaba poner en práctica los preceptos del Acto Legislativo No. 1 de 1936, que estableció la función social de la propiedad. Desde el momento en que se presentó al Congreso, el proyecto generó sospechas entre los representantes estadounidenses, por lo que el 13 de mayo de 1937 solicitaron reunirse con el presidente López Pumarejo. Lo ocurrido en este encuentro es descrito por William Dawson en los siguientes términos: “Por un tiempo, el señor Bennett había querido tener la oportunidad de discutir toda la situación con el presidente López […] En el curso de una conversación larga y cordial, el Presidente le dio a entender al señor Bennett que, al presentar el proyecto de ley del banano al Congreso, no estaba atacando a la [United] Fruit Company […] El señor Bennett apuntó que cualquiera que fuese la actitud del Gobierno y las garantías personales que se dieran, la promulgación de legislación que autorizase la expropiación sería muy inquietante no solamente para la United Fruit Company sino para otros capitales extranjeros […] El señor Bennett le reiteró sus esperanzas de que la legislación promulgada no incluyera la cláusula permitiendo la expropiación”55.

A pesar de las reiteradas críticas de Bennett, representante de la ufco., a la cláusula sobre la expropiación, ésta no fue retirada del proyecto de ley. Unos meses más tarde, la situación se tornó aún más complicada para la ufco., ya que, en medio de los debates legislativos en los que se discutía el proyecto, se lanzaron distintas acusaciones en su contra. Por una parte, se acusó a la bananera estadounidense de estar sobornando abogados y funcionarios colombianos, y, por otra, se divulgaron rumores sobre la agresividad con la que Bennett se había dirigido al presidente colombiano. Asimismo, unos días antes de la aprobación de la ley, la bananera estadounidense recibió toda clase de ataques en el Congreso y en la prensa colombianos56.

55 “Carta de William Dawson al Secretario de Estado”, 15 de mayo de 1937, en nara, rg 59, 821.6156/226, 5-7.

dsdf,

caja 5655:

56 “Memorando sobre situación de la United Fruit Company en Colombia”, 22 de noviembre de 1937, en nara, rg 59, dsdf, caja 5655: 821.6156/250, 5.

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No obstante, el proyecto de ley fue aprobado el 27 de noviembre de 1937. Pese a que los directivos de la ufco. continuaron presionando al Gobierno para que derogara los artículos perjudiciales a sus intereses, López se mantuvo firme en su posición y asumió su responsabilidad en el asunto. Así, pues, no fue sino hasta septiembre de 1939 que este problema se resolvió en beneficio de la ufco., por un fallo de la Corte Suprema de Justicia. La sentencia declaró inconstitucionales los artículos 1º, 2º y 4º de la Ley del Banano y, de esta forma, puso fin a las objeciones que la ufco. tenía sobre su permanencia en el país57. En resumen, las iniciativas legislativas analizadas muestran tres situaciones diferentes. En el caso del proyecto de ley que creaba el impuesto a la exportación del banano, la ufco. logró eliminar los artículos más perjudiciales, y a la vez consiguió introducir artículos que beneficiaron la compañía norteamericana. Con respecto a las iniciativas de reforma agraria, los representantes estadounidenses mantuvieron una posición neutra, y aparentemente no intervinieron en el asunto. Mientras que en el caso de la Ley del Banano, los representantes norteamericanos fracasaron en sus intentos por influenciar los dirigentes colombianos.

Conclusión En el presente artículo se reflexionó sobre la magnitud de la intervención norteamericana en los asuntos internos de Colombia durante la década de 1930. Se observaron casos en los que representantes estadounidenses lograron imponer su voluntad en el desarrollo de la legislación sobre el tema agrario, y otros en los que no lograron imponerse o en los que simplemente no procuraron intervenir. También se pretendía cuestionar algunas de las nociones tradicionales, sugeridas por algunos investigadores, sobre el imperialismo norteamericano y el subdesarrollo en América Latina. Por ejemplo, según autores como Williams, el imperialismo consiste en la pérdida de soberanía sobre asuntos y decisiones esenciales, por parte de una sociedad principalmente agrícola, con respecto a una metrópoli industrial58. Por su parte, Cardoso y Faletto sostienen que el subdesarrollo se caracteriza por ser un sistema económico con predominio del sector primario, fuerte concentración de la renta, poca diferenciación del sistema productivo y predominio del mercado externo sobre el interno. Además de estos aspectos estructurales, el subdesarrollo está acompañado de algún tipo de dependencia en el plano político-social respecto de los países capitalistas originarios59.

57 “Carta de Spruille Braden al Secretario de Estado”, 21 de septiembre de 1937, en nara, rg 59, dsdf, caja 5655: 821.6156/267, 1-2. 58 William Appleman Willams, Empire as a Way, 4-5. 59 Fernando E. Cardoso y Enzo Faletto, Dependencia y desarrollo, 23-24.

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Ambas definiciones parecen ajustarse perfectamente al caso del proyecto de ley que introdujo un impuesto a las exportaciones de banano en Colombia. Sin embargo, no logran aplicarse de un modo directo a las iniciativas de reforma agraria ni a la Ley del Banano estudiadas antes. Al menos en el contexto colombiano, no se puede hablar de pérdida de soberanía sobre asuntos esenciales, como la capacidad de legislar con cierta autonomía. Tampoco se puede decir que se presentó una relación de dependencia, en deterioro de la autonomía de los dirigentes locales frente a las influencias externas. No obstante, tampoco sería correcto afirmar que en la década de 1930 la influencia estadounidense en asuntos internos fuera completamente nula, ya que, como también lo señala este artículo, esta influencia sí existió en determinadas circunstancias. Por tanto, los casos presentados en este escrito permiten particularmente matizar las dimensiones de su influencia y su capacidad de intervención. De igual forma, se estudió la manera en que los representantes estadounidenses percibieron el problema agrario e intentaron participar en el desarrollo de políticas e iniciativas legislativas del Congreso. La agitación agraria, la posibilidad de presencia comunista y la aparente incapacidad del Estado colombiano de impulsar el progreso del país crearon la impresión entre distintos representantes estadounidenses de que Colombia era un país atrasado e inestable políticamente. Esta idea seguramente justificó la intervención de diplomáticos, empresarios y científicos norteamericanos en asuntos internos de Colombia, pero sin convertirse en una inf luencia incontrovertible. Los proyectos de reforma agraria, por ejemplo, no fueron refutados por los representantes estadounidenses, y, en el caso de la Ley del Banano, algunos fracasaron en sus intentos por convencer al presidente López Pumarejo de retirar los artículos más controversiales. Lo que permite afirmar que, si bien la influencia estadounidense fue considerable en el plano político y económico, la magnitud de su intervención no fue absoluta ni categórica. Por último, es importante tener en cuenta que para continuar profundizando en este problema será necesario estudiar la relación entre el tema agrario y el comercio internacional, como también establecer un vínculo entre la cuestión agraria y las misiones técnicas estadounidenses que visitaron Colombia durante esta década. Es conocido, en tal sentido, que economistas como E. W. Kemmerer fueron muy influyentes en la formulación de políticas desarrolladas en esos años, y que las visitas de científicos como Carlos Chardon y Wilson Popenoe fueron claves para la formulación de políticas agrarias en el país. Por último, resultaría interesante ahondar aún más en la forma en que ciertas posturas diplomáticas de los gobiernos de Olaya Herrera y López Pumarejo moldearon la relación entre los dos países.

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Modelos de contratación férrea en Colombia: el Ferrocarril del Cauca en el siglo xixÏ

Juan Santiago Correa R.

Director de Investigación del Colegio de Estudios Superiores de Administración (cesa, Colombia). Economista y Doctor en Sociología Jurídica e Instituciones Políticas de la Universidad Externado de Colombia y Magíster en Historia por la Pontificia Universidad Javeriana (Colombia). Miembro del grupo de investigación en Innovación y Gestión Empresarial (Categoría B en Colciencias). Autor, entre otros, de los libros The Panama Railroad Company o Cómo Colombia perdió una nación (Bogotá: cesa, 2012), y Café y ferrocarriles en Colombia: los trenes santandereanos (Bogotá: cesa, 2012), como del artículo “El Ferrocarril de Bolívar y la consolidación del puerto de Barranquilla (1865-1941)”, Revista de Economía Institucional 14: 26 (2012): 241266. juansc@cesa.edu.co

Artículo recibido: 23 de julio de 2012 Aprobado: 30 de octubre de 2012 Modificado: 13 de noviembre 2012

doi: : dx.doi.org/10.7440/histcrit51.2013.09

Ï Este artículo hace parte del proyecto de investigación “El Ferrocarril del Cauca: la conexión interoceánica”, finalizado y financiado por el Colegio de Estudios Superiores de Administración-cesa.

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Modelos de contratación férrea en Colombia: el Ferrocarril del Cauca en el siglo xix

Modelos de contratación férrea en Colombia: el Ferrocarril del Cauca en el siglo xix Resumen: Este artículo analiza el proceso de contratación y construcción del Ferrocarril del Cauca en el período comprendido entre 1872 y 1907, con el propósito de estudiar el desarrollo de estas concesiones y evidenciar la asimetría en los procesos de negociación de los gobiernos nacional y regional frente al capital y otros gobiernos, debido a la firma de contratos incompletos y con fuertes asimetrías en la información y en la capacidad de negociación. A causa de esto, el Ferrocarril presenta los costos de construcción más altos del período y uno de los promedios de construcción más bajos del siglo xix, para una línea férrea que se consideró como fundamental para el desarrollo económico del país. Palabras clave: inversión extranjera, 1872-1907, contratos, transporte férreo.

Railroad Contract Models in Colombia: the Cauca Railroad in the 19th Century Abstract: This article analyzes the contracting and construction process of the Cauca Railroad in the period between 1872 and 1907, with the objective of studying how these contracts were developed and show the asymmetry in the negotiations processes between national and regional governments and sources of capital and other governments, by discussing signed incomplete contracts and the existence of large information and negotiation capacity asymmetries. Due to this, this railroad has the highest construction costs of the period and one of the lowest construction averages of the 19th century, for a railway that was considered fundamental for the economic development of the country. Keywords: foreign investment, 1872-1907, contracts, railroad transportation.

Modelos de contratação férrea na Colômbia: a Ferrovia do Cauca no século xix Resumo: Este artigo analisa o processo de contratação e construção da Ferrovia do Cauca no período compreendido entre 1872 e 1907, com o propósito de estudar o desenvolvimento dessas concessões e evidenciar a assimetria nos processos de negociação dos governos nacional e regional ante o capital e outros governos, devido à assinatura de contratos incompletos e com fortes assimetrias na informação e na capacidade de negociação. Por causa disso, a Ferrovia apresenta os custos de construção mais altos do período e uma das médias de construção mais baixa do século xix, para uma linha férrea que se considerou como fundamental para o desenvolvimento econômico do país. Palavras-chave: investimento estrangeiro, 1872-1907, contratos, transporte férreo.

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Juan Santiago Correa R.

Modelos de contratación férrea en Colombia: el Ferrocarril del Cauca en el siglo xix

Introducción

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urante la segunda mitad del siglo xix, Colombia inició la construcción de catorce líneas férreas con diversos propósitos. La mayoría de ellas buscó conectar centros de producción local con el mercado mundial, en medio de un consenso general que identificaba el comercio internacional con el crecimiento económico. Las dificultades fiscales, el tamaño del mercado interno, las limitaciones de capital, la articulación del país al comercio internacional y la posición del mismo frente a los acreedores internacionales, entre otros elementos, dieron forma definitiva a esta iniciativa. La construcción de los ferrocarriles significó además un cambio de fondo en el desarrollo posterior del sistema de transportes del país, puesto que implicó el reemplazo parcial de la movilización de carga por medio de mulas, que llevó a una reducción de costos y tiempos de transporte en ciertos circuitos comerciales. No obstante, a pesar del enorme esfuerzo fiscal de estos proyectos para el país, Colombia ocupó uno de los lugares más rezagados en el desarrollo férreo latinoamericano. En el gráfico 1 se observa que Colombia ocupaba, a finales del siglo xix, el cuarto lugar más bajo en Latinoamérica en cuanto a kilómetros de ferrocarril per cápita construidos, lo que sin duda pone en completa perspectiva el esfuerzo ferrocarrilero nacional que se estudiará en este artículo1. Para el Gran Cauca2, el proyecto ferrocarrilero se convirtió en uno de los más importantes del último cuarto del siglo xix, por ser esta región una de las más valiosas del país en térmi-

1 Para hacerse una idea de la distancia con algunos países líderes en desarrollo ferroviario en Latinoamérica, rutas como el Ferrocarril Central Mexicano explotaba en 1908 5.200 kilómetros de vías, movilizaba cuatro millones de toneladas anuales de carga y empleaba cerca de 20.000 trabajadores, siendo estas cifras un poco más del 25% de la red mexicana durante el Porfiriato. Consultar: Sandra Kuntz Ficker, “La mayor empresa privada del Porfiriato: el Ferrocarril Central Mexicano (1880-1907)”, en Historia de las grandes empresas en México, 1859-1930, eds. Carlos Marichal y Mario Cerutti (México: fce, 1997), 39. 2

En el momento en que comienza la discusión sobre esta línea férrea, Colombia estaba constituida por nueve estados federales, en una organización política y económica en extremo descentralizada, que llevó a un alto grado de autonomía fiscal. Ver: Juan Santiago Correa, Moneda y Nación: del federalismo al centralismo económico en Colombia (1850-1922) (Bogotá: cesa, 2010).

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Gráfico 1. Kilómetros de ferrocarril per cápita en América Latina (1893-1895)

450 400

382

350 300 252

250 200 122

132

Argentina

Uruguay

Costa Rica

60

Cuba

Paraguay

102 106

Chile

48

95

México

44

Perú

43

Bolivia

33

Nicaragua

Colombia

24

Venezuela

13

23

R. Dominicana

10

19

El Salvador

0

Guatemala

0

15

Ecuador

50

Honduras

100

Brasil

150

Haití

202

Fuente: tomado de José Antonio Ocampo, Colombia y la economía mundial (1830-1910) (Bogotá: Tercer Mundo/ Colciencias/Fedesarrollo, 1998), 53.

nos económicos y políticos. La subregión agrícola ubicada en la parte norte del estado estuvo dominada por la producción hacendaria del Valle del Cauca, con producción de azúcar y granos; el comercio de exportación de Cali y Palmira, a través del puerto de Buenaventura; la producción de haciendas ganaderas tradicionales en la zona de Buga; producción cacaotera en Tuluá; y Cartago, como el eje articulador del comercio con los mercados de Quindío, el Pacífico, Antioquia y Tolima. En particular, para la segunda mitad del siglo xix, esta zona tuvo una importancia estratégica, ya que para comienzos de la década de 1860 contaba con cultivos de tabaco que le permitieron participar de la bonanza agroexportadora de este producto. No obstante, para hacer posible el comercio de exportación era necesaria, entre otras condiciones, la regularización del transporte entre Cali y Buenaventura (ver el mapa 1). Debido a esto, la importancia estratégica del camino Cali-Buenaventura para el estado del Cauca, así como las esperanzas cifradas en el comercio exterior como dinamizador del crecimiento económico, llevaron a que la élite política regional presionara para que este camino fuera reemplazado por una ruta férrea más eficiente y de mayor capacidad de carga. En el ámbito nacional, el gran promotor de esta iniciativa fue el presidente Manuel Murillo Toro, quien consideraba este proyecto como la esperanza para crear una vía de comunicación que conectara al Pacífico colombiano con el interior y con el mar Caribe. Sin embargo,

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Juan Santiago Correa R.

Mapa 1. El Gran Cauca

Fuente: Roberto Luis Jaramillo y Adolfo Meisel, “Más allá de la retórica de la reacción. Análisis económico de la desamortización”, en Economía colombiana del siglo xix, editado por Adolfo Meisel y María Teresa Ramírez (Bogotá: Banco de la República/fce, 2010), 296. Modificado por el autor.

el inicio del proyecto ferroviario para conectar a Cali con el puerto de Buenaventura no fue fácil, pues debió recorrer una serie de contratos infructuosos que llevaron a pocos kilómetros construidos, con altísimos costos3. Estos procesos de contratación ejemplifican un escenario de profunda asimetría en la información, que condujeron a expectativas claramente divergentes entre el Gobierno y los contratistas, de tal manera que, en lugar de convertirse, como afirman Robert Cooter y

3

David R. Smith, “Locomotive Whistle”, The Andean Transit 1: 1 (1874): 1-4.

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Thomas Ulen4, en instrumentos de localización de riesgo y de reducción de los costos de transacción, tuvieron el efecto contrario, con consecuencias desfavorables sobre el proceso de construcción y puesta en marcha de este Ferrocarril. Esto se explica, entre otras razones, por la escasez de capital disponible durante el siglo xix, que obligó a que en Colombia la construcción de ferrocarriles se hiciera mediante concesiones otorgadas a inversionistas privados nacionales y extranjeros. Por supuesto, con el ánimo de hacer atractivas estas concesiones, las condiciones que se otorgaron fueron en extremo generosas, y dejaron en una situación muy débil tanto a los gobiernos locales como al nacional5. Por supuesto, en un entorno de incertidumbre crónica en los pagos de deuda externa y en un estado de confianza quebrantado6, las expectativas de largo plazo eran bastante malas para cualquier inversionista importante en los mercados internacionales. De esta manera, frente a la imposibilidad de emprender con recursos propios la construcción de estas líneas, se optó por subsidiar a inversionistas privados durante el inicio del proyecto con generosas concesiones y subvenciones, garantías de rendimientos, otorgamiento de extensiones importantes de tierras baldías, entre otros. El período de análisis que se ha examinado se ubica, así, entre 1872 y 1907; los contratos allí desarrollados tienen elementos comunes entre sí y reflejan de manera clara un escenario de contratos incompletos. En este artículo se considera, a manera de hipótesis, que los gobiernos nacionales y regionales no tenían la capacidad política y económica para hacer cumplir el amplio conjunto de reglas formales aprobadas en aquel período, dando paso al fortalecimiento de reglas informales, que inversionistas privados aprovecharon con habilidad para su propio beneficio, en perjuicio del proyecto mismo y del país en general. En tal sentido, se estudiará el desarrollo de estas concesiones para evidenciar la asimetría en los procesos de negociación de los gobiernos nacional y regional frente al capital extranjero, y en los tribunales internacionales en los que Colombia trató de hacer valer sus derechos. También se reflexionará en

4

Robert Cooter y Thomas Ulen, Law and Economics (Boston: Adison-Wesley, 2012), 322-365.

5 María Teresa Ramírez, “Efectos de eslabonamiento de la infraestructura de transporte sobre la economía colombiana”, en Economía colombiana del siglo xx: un análisis cuantitativo, eds. James Robinson y Miguel Urrutia (Bogotá: Banco de la República/fce, 2007), 385. 6

Richard Sicotte y Catalina Vizcarra, “War and Foreign Debt Settlement in Early Republican Spanish America”, Revista de Historia Económica/Journal of Iberian and Latin American Economic History 27: 2 (2009): 247-289. Esta situación no era exclusiva de Colombia, pues incluso Brasil, con sus recursos y potencial, tuvo que enfrentar las mismas barreras a una escala aún mayor para lograr el acceso al financiamiento de su red férrea en la segunda mitad del siglo xix. Remitirse a: William Summerhill, Order Against Progress: Government, Foreign Investment, and Railroads in Brazil, 1854-1913 (Stanford: Stanford University Press, 2003), pos. 559 a 562 de 4194, Kindle edition. (En esta edición de Kindle no se tienen páginas sino la posición).

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la incapacidad del capital regional para hacerse cargo del proyecto ferroviario, que era considerado vital para la economía caucana y que se sustentó, siguiendo a Douglass North7, en un diseño institucional débil.

1. El contrato Smith-Modica El interés por la construcción de una línea férrea entre Cali y Buenaventura contó con el apoyo decidido de Manuel Murillo Toro, quien la consideraba como una obra de fomento fundamental para el desarrollo del país. Durante su administración, quedó facultado, mediante la Ley 52 del 14 de mayo de 1872, para emprender este proyecto y otro conjunto de obras de interés nacional. Al amparo de esta ley, los americanos David R. Smith y Frank B. Modica firmaron en 1872 el primer contrato para construir una línea férrea entre Cali y el Pacífico, que fue aprobado con modificaciones en la Ley 66 promulgada en el mismo año. Con este contrato se definieron tanto la construcción de la ruta como la del muelle marítimo en Buenaventura. Los contratistas se comprometieron a llevar a cabo la construcción de las obras con recursos propios, mientras que el Gobierno nacional y las autoridades del Cauca dieron una garantía del 7% sobre capital, que se respaldó con los ingresos de las Aduanas del Pacífico, Tumaco y Riosucio —y con las demás rentas del país, en caso de ser éstos insuficientes—, además de un privilegio de explotación de sesenta años8. En cumplimiento de esta garantía, la Nación se comprometió a hacerse cargo de hasta $105.000 oro anuales en los últimos tres años de la construcción, y a partir de este momento, con un límite de $210.000 oro por un período de veinte años, siempre que se presentara una situación de déficit en la operación de la ruta. Los contratistas estaban obligados a comenzar la exploración a los seis meses de aprobado el contrato, y la construcción seis meses más tarde, con un plazo de terminación de cuatro años y un privilegio de explotación de sesenta años, tras lo cual la empresa, sus equipos y propiedades regresaban a la Nación a título gratuito. Con el fin de garantizar las exenciones necesarias, la obra se declaró de utilidad pública, y como prenda, los contratistas depositaron $25.000 oro y se obligaron a comprar las acciones de la compañía del camino de herradura mediante bonos del 7% amortizables en treinta años. Una vez culminados los sesenta años del privilegio, la Nación

7

Douglass C. North, Institutions, Institutional Change and Economic Performance (Cambridge: Cambridge University Press, 1990).

8 Si bien se dio una propuesta temprana, realizada por Frank Shutz en 1863, el Gobierno nacional, como accionista del camino Cali-Buenaventura, se opuso porque vulneraba los intereses de Mosquera en esta empresa. Véase: Phanor J. Eder, El fundador Santiago M. Eder (recuerdos de su vida y anotaciones para la historia económica del Valle del Cauca) (Bogotá: Flota Mercante Grancolombiana, 1981), 149.

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se comprometió a entregar parte de las utilidades generadas por el Ferrocarril al estado del Cauca, y se tasó en $7’000.000 el valor de la obra terminada9. La negociación del traspaso del contrato a la nueva compañía generó recelo dentro Gobierno; sin importar ello, la élite caleña presionó para que finalmente se aceptaran las garantías otorgadas, al considerar que la obra no sólo era fundamental para el Estado Soberano, sino que se presentaba como una prueba de la confianza que se tenía a las gestiones que hasta el momento había desarrollado Smith en la región. José Bonifacio Aquileo Parra, en nombre del Gobierno, concordaba con estas apreciaciones, siempre y cuando la nueva compañía pudiera cumplir a cabalidad con los requerimientos de ley. No obstante, el comienzo de la obra presentó dificultades, debido a los problemas para conseguir los fondos necesarios, probablemente como consecuencia de la crisis de los mercados internacionales de 187310. En todo caso, Murillo Toro lideró el cabildeo necesario para la aprobación de una nueva prórroga de cuatro meses y de la Ley 32 de 1874, que autorizaba al Ejecutivo para desarrollar la obra por cuenta propia o mediante una nueva compañía, en el caso de que el contrato no se cumpliera y se declarara la caducidad11. Para conformar la empresa, su representante en Colombia, Charles S. Brown, solicitó la autorización al Gobierno para realizar una emisión de $3’000.000 en bonos en el mercado de Londres. Esta solicitud fue rechazada por haberse otorgado una autorización previa al ministro de Colombia en Gran Bretaña para un empréstito de la línea del Ferrocarril del Norte y otros proyectos ferroviarios del país; además, se negó la autorización para el traslado de la compañía de Peoria a Nueva York. La razón para negar el aval de la emisión fue la consideración de que una nueva emisión generaba una presión negativa sobre los papeles colombianos en Londres, situación que el Gobierno deseaba evitar. A pesar de esta negativa, la Compañía lanzó en el mercado londinense una emisión de £600.000, la cual fracasó inmediatamente, cuando el agente de Colombia afirmó que la empresa no tenía la garantía del Gobierno mientras no comenzaran los trabajos de construcción del Ferrocarril. La falta de recursos paralizó la obra, y, luego de cinco años, se declaró la caducidad del contrato en 187712.

9 Alfredo Ortega, Ferrocarriles colombianos: resumen histórico, vol. 2 (Bogotá: Imprenta Nacional/Academia Colombiana de Historia, 1923), 458. 10 Hay que tener en cuenta que la crisis de deuda del Perú a comienzos de la década de 1870, asociada al guano y al proyecto ferroviario, generó un serio temor en los mercados internacionales para financiar ferrocarriles vinculados con productos de exportación inciertos en América del Sur. Remitirse a: Jonathan V. Levin, Las economías de exportación: esquema de su desarrollo en la perspectiva histórica (México: Uthea, 1964), 111-124. 11 David R. Smith, “Locomotive Whistle”, 1. 12 Alfredo Ortega, Ferrocarriles colombianos, 460.

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En un último intento, Modica informó el 2 de junio de 1875 que había obtenido los recursos financieros necesarios para acometer los trabajos y que estaba dispuesto a aceptar las reformas contractuales que se requirieran. No obstante, el Gobierno exigió que fuera directamente la compañía en Estados Unidos la que ratificara el contrato, lo que llevó nuevamente a la suspensión de las negociaciones. En 1875, Charles S. Brown intentó aprovechar las dificultades para obtener la concesión en los mismos términos de Smith y Modica. Esta solicitud fue rechazada por el Gobierno, por cuanto Brown no obtuvo los recursos necesarios para emprender esta empresa. Más adelante, en la década de 1880, Brown trabajó en el Ferrocarril de Antioquia bajo la dirección de Francisco J. Cisneros, y al retirarse este último, intentó infructuosamente obtener el contrato para este Ferrocarril, en 1888; más tarde, con los mismos resultados, propuso hacerse cargo de los de Girardot y Zipaquirá. Asimismo, al parecer se dieron algunos acercamientos con Henry Meiggs, que fueron desestimados por este último, debido a sus ocupaciones en Perú13.

2. El contrato con Smith A pesar de este primer fracaso, Smith logró firmar un nuevo contrato con el Cauca el 9 de septiembre de 1876, amparado en la Ley 43 de 1875. El contrato atrajo también al empresario estadounidense Benjamin Smith —conocido como el Rey de los Ferrocarriles del Oeste—, con quien se asoció con el propósito de efectuar la construcción de la ruta y el muelle, cuya propuesta fue rechazada por el Gobierno14. Debido a este contratiempo, David R. Smith renegoció con el estado del Cauca y firmó un nuevo contrato, en el que se comprometió a construir con recursos propios 12 kilómetros de carrilera como prenda de cumplimiento. En contraprestación, pidió que se le otorgara el contrato de ampliación de la ruta hasta Bogotá, una vez se culminara la obra. El contrato firmado con Modesto Garcés, entonces presidente del Estado Soberano del Cauca, fue rechazado por el Congreso porque ya se había adelantado parte de las negociaciones con Cisneros15.

13 Modesto Garcés intentó también estos contactos, pero el intermediario, Hernan Göbring, no realizó ningún contacto con éste, y parece que no fue más que un deseo local por vincularlo al proyecto del Ferrocarril del Pacífico. Modesto Garcés, “Cartas a Aquileo Parra”, 19 de abril de 1876, en Archivo Aquileo Parra (aap) [Archivo privado de Juan Camilo Rodríguez, sin catalogación por fondos ni foliación]; Modesto Garcés, “Cartas a Aquileo Parra”, 14 de mayo de 1876, en aap. 14 El propio Garcés afirmaba que parte del fracaso de estas negociaciones se debió a que a Benjamin Smith le preocupaban la viabilidad del proyecto y el impacto negativo que podía tener sobre su reputación. Modesto Garcés, “Cartas a Aquileo Parra”, 23 de mayo de 1876, en aap. 15 Alfredo Ortega, Ferrocarriles colombianos, 460.

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El fracaso de esta negociación respondía a un interés fundamental: se esperaba que esta ruta eventualmente se conectara con el Ferrocarril de Antioquia, y en este sentido, el general Julián Trujillo —Jefe Militar y Civil de Antioquia— bloqueó los intentos de Smith de llevar a cabo la obra, con el fin de presionar la contratación de la ruta con su amigo Francisco J. Cisneros. El proyecto de Trujillo y de Cisneros daba continuidad a la idea original de Murillo Toro de diseñar esta ruta para su interconexión con el Magdalena y con el Caribe, que se concebía como una vía de carácter nacional, y no sólo restringida al ámbito regional.

2.1. El Ferrocarril del Cauca: la participación de Cisneros Durante la guerra civil de 1876 el general caucano Julián Trujillo ocupó militarmente el Estado Soberano de Antioquia, donde conoció a Francisco J. Cisneros, con quien entabló una buena amistad. Por tal razón, una vez nombrado presidente, en 1878, y frente a los fracasos anteriores, logró cerrar un contrato con Cisneros el 2 de febrero para construir la ruta férrea entre Cali y Buenaventura y el muelle en el puerto. El presupuesto se estimó en $6’000.000 oro, de los cuales la mitad eran financiados por el Gobierno, con el 50% de los ingresos de las Aduanas de Buenaventura y Tumaco, mientras que el Estado Soberano de Antioquia contribuiría con $200.000, al amparo de la Ley 2ª de 1877. De igual forma, se reservaron los ingresos derivados de los derechos generados por el camino de herradura de Cali, y el Estado Soberano del Cauca se comprometió a otorgar una subvención mensual de $2.000 oro, tomada de las rentas estatales. La obra, que se denominó Ferrocarril del Cauca, debía comenzar a los seis meses de firmado el contrato y tenía un plazo de construcción de seis años a partir de ese momento16. Como era ya habitual, a la empresa se le otorgaron exenciones tributarias que incluyeron la totalidad de los tributos durante el período de construcción más cinco años, al mismo tiempo que se le concedió la posibilidad de utilizar a título gratuito los servicios de policía de las zonas necesarias para la construcción de la ruta. Y también, la autorización para explotar los recursos naturales que se necesitaran en las tierras baldías aledañas a la construcción, la cesión a título gratuito de 200.000 hectáreas en fajas de terreno alternadas a lado y lado de la ruta, así como el derecho a ampliar la ruta hasta llegar a Popayán con las condiciones anteriores y la cesión gratuita de 1’000.000 de hectáreas de tierras baldías. El período de usufructo se fijó en sesenta años, con derecho de recompra

16 Gabriel Poveda, Carrileras y locomotoras. Historia de los ferrocarriles en Colombia (Medellín: eafit, 2010), 344. En el siglo xx sería renombrado como Ferrocarril del Pacífico.

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de la obra a los veinte años de darse al servicio del público17. Los trabajos se iniciaron el 15 de septiembre de 1878, pero debieron suspenderse a consecuencia del invierno, las dificultades topográficas, el incumplimiento del Gobierno nacional en la realización de la transferencia de los recursos y las duras críticas regionales al contrato. Los estados de Cauca y Antioquia tampoco cumplieron con los pagos acordados en el contrato, lo que provocó la firma de un nuevo contrato modificatorio, el 15 de marzo de 1880, mediante el cual el Gobierno aceptaba hacerse cargo de estos pagos. En desarrollo de esta negociación, Cisneros recibió los títulos por las 200.000 hectáreas de tierras baldías, que intentó sin éxito que se le adjudicaran en el estado de Panamá. Como compensación por no haber realizado la ubicación pretendida, el Ministro de Hacienda y Fomento le otorgó 20.000 hectáreas adicionales de tierras baldías. Para septiembre de 1880, la explanación llegó a unas 4 millas (6,5 kilómetros) más adelante del sitio de Córdoba, y se habían construido varios puentes en guayacán, incluido el que unía a la isla de Cascajal (donde se ubica Buenaventura) con el continente. Igualmente, como era costumbre en las empresas de Cisneros, se introdujeron técnicas contables modernas que permitieron un mayor control de los recursos de la obra, y se estableció un pequeño hospital, atendido por el médico G. Horris. El control de la obra estuvo en manos del círculo íntimo de Cisneros, e incluyó a Denning J, Thayer, el ingeniero Belden y Macario Palomino. El manejo del camino de herradura se le había encargado a Belisario Zamorano y a Aníbal Micolta, quienes lo habían mejorado para prestar un mejor servicio hasta Cali18. La inauguración de este primer trayecto hasta Córdoba permitió la reducción de los costos de transporte en cerca de la mitad de lo que valían por el antiguo camino. Esto permitió un ahorro promedio anual para el Cauca de cerca de $174.510, aunque Cisneros, en una estimación más generosa, ubicaba dichos ahorros en $201.218 anuales. Sin embargo, el 15 de junio de 1880 Cisneros solicitó al Gobierno la rescisión de los contratos, porque consideró que el proyecto ya estaba en marcha y podría continuar mejor sin él. Lo cierto es que esta solicitud se debió seguramente al error en el diseño del muelle de Buenaventura, el cual provocó que, por su localización, se limitara el calado de los buques que podían atracar en él, aunque la construcción del puente del Piñal, de 187 metros, que conectaba la isla de Cascajal con tierra firme, se culminó con éxito. Sin embargo, las razones de fondo se debían a que quizá las empresas de Cisneros habían llegado al límite de financiación y de capacidad estructural,

17 El contrato firmado con Cisneros se hizo sobre la misma base del que intentó negociar Modesto Garcés con Benjamin Smith. Ver: Modesto Garcés, “Cartas a Aquileo Parra”, 12 de febrero de 1878, en aap. 18 Roberto Zawadsky, “Informe sobre el Ferrocarril del Cauca”, Diario Oficial, Bogotá, 24 de septiembre, 1880, 8321.

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por tener abiertos simultáneamente los frentes de trabajo del Ferrocarril de Antioquia, el de Honda-La Dorada, y el del Pacífico, además de la fuerte resistencia que recibía de grupos de empresarios que se oponían al “cisnerismo” en los dos primeros proyectos. Frente a la primera solicitud de rescisión, el Gobierno contrató para evaluar la obra a G. Eberhard, ingeniero de la Compagnie Universelle du Canal Interocéanique en Panamá, quien conceptuó que el muelle cumplía con las condiciones adecuadas de construcción, pero su ubicación limitaba el acceso de buques con un calado superior a los 12 pies (3,6 m); por esta razón, la obra debió abandonarse luego de haberse invertido $80.235 oro en su construcción. Un grupo importante de congresistas del Cauca se opusieron a la revocación de los contratos con Cisneros y solicitaron la aprobación de una nueva ley, a fin de obtener los recursos necesarios para superar las penurias económicas, pues consideraban que era una obra “redentora” para el Cauca y tenían completa confianza en Cisneros. Frente a la negativa de rescisión, Cisneros intentó infructuosamente subastar los contratos, pero sólo logró renegociar las condiciones del contrato19. A pesar de las dificultades, las obras continuaron bajo la dirección del ingeniero Thayer, y el 20 de julio de 1882 se pudo inaugurar el trayecto entre Buenaventura y Córdoba, dando fin a la necesidad de utilizar el río Dagua como vía de transporte. No obstante haber logrado la culminación de este primer trayecto, las dificultades económicas, sobre todo las derivadas de la consecución de recursos en el exterior, llevaron a Cisneros a proponer en tres oportunidades más la rescisión del contrato. El último intento de anulación de los contratos ocurrió en 1884, con el propósito de poder concentrarse en los otros proyectos que adelantaba en el país, y, a diferencia de las situaciones anteriores, la Cámara de Representantes instó al Gobierno para que conformara una comisión que evaluara las obras del Ferrocarril del Cauca. Luego del estudio de las mismas, el Gobierno finalmente accedió a firmar el contrato de liquidación, el 22 de junio de 188520. Para finiquitar la entrega, el Gobierno nombró como perito a Manuel H. Peña, y Cisneros, a M. C. Conwell, quienes informaron que la extensión total construida hasta 1885 era de 27 kilómetros de carrilera y 52 kilómetros de trazado, y que se recibían dos locomotoras, el puente del Piñal, que se había reemplazado por uno de hierro, con un valor de $163.336; diez edificios en Buenaventura, tres en El Piñal, dos en Pailón y cuatro en Córdoba. La obra fue recibida por el Gobierno el 20 de septiembre de 1885, con un avalúo por parte de los peritos

19 M. M. Castro, Pacífico Orjuela, Benjamín Núñez, Juan Ulloa y otros, “Carta al Primer Ciudadano”, Diario Oficial, Bogotá, 21 de julio, 1880, 8121. 20 Alfredo Ortega, Ferrocarriles colombianos, 464.

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de la obra construida de $1’780.882 oro, de los cuales Cisneros había recibido $1’244.945 oro, y había realizado un aporte propio, que se avaluó en $588.937 oro, que incluían $53.000, asignados por un tercer perito en los puntos en que los dos primeros no se pudieron poner de acuerdo. El costo por kilómetro construido fue de $67.921, que incluía el pago de la indemnización a Cisneros, un muelle inútil y el puente del Piñal21. La obra fue entregada mediante contrato al Estado Soberano del Cauca el 9 de diciembre de 1885, junto con el 50% de los ingresos de las Aduanas del Pacífico, con la condición de que si en el transcurso de cinco años o antes, si se suspendían las obras por seis meses, o si se destinaban los recursos para otros fines, la obra regresaba a la Nación, junto con las tierras baldías asignadas como auxilio. Sin embargo, cualquier posibilidad de continuar la obra se vio truncada por la guerra civil de 1885 y la nueva Constitución de 1886, que promulgó la Ley 144 de 1888, revirtiendo la propiedad del Ferrocarril a la Nación. En estos años la obra fue administrada por Macario Palomino y Julián Uribe Uribe, quienes, a pesar de habérseles asignado mediante la Ley 24 de 1887 los mismos recursos y un auxilio de $300.000 en billetes del Banco Nacional22, no pudieron avanzar mucho en la construcción, aunque operaron el tramo construido por Cisneros. Una de las razones por las que no se pudo avanzar fue la reconstrucción de la línea, que se debió enfrentar por el fuerte deterioro que presentaba; así como el tiempo y los costos invertidos en la reconstrucción del puente del Piñal, la construcción de varios edificios necesarios, la compra de un lote de 3.000 m2 en Buenaventura, la reparación y compra de material rodante, y el inicio de los trabajos hasta el kilómetro 83. Las contribuciones del Gobierno para atender los gastos en este período ascendieron entonces a $780.166 oro, de los cuales la mayor parte ($412.823 oro) fueron aportadas por las Aduanas del Pacífico23.

3. El contrato con el conde de Goussencourt El conde de Goussencourt, a través de su representante Jean Gaulmin, hizo una propuesta audaz, y sin duda irrealizable en ese momento, para conectar el Pacífico con Bogotá, Bucaramanga, Medellín y Cartagena, a través de tres proyectos ferroviarios. El primer contrato se firmó el 1º de junio de 1886, mediante el cual se le otorgó una concesión por 99 años para

21 Alfredo Ortega, Ferrocarriles colombianos, 464. 22 Se tiene registro que estas emisiones con destino al Ferrocarril del Cauca comenzaron por lo menos desde julio de 1887, con un valor ordenado al Banco Nacional de $50.000. Al respecto, ver: “Correspondencia al Ministro de Fomento”, 23 de julio de 1887, en Archivo General de la Nación (agn), Bogotá-Colombia, Sección República, Fondo Archivo Histórico de los Ferrocarriles Nacionales de Colombia (ahf), Ministerio del Tesoro, f.75. 23 Alfredo Ortega, Ferrocarriles colombianos, 468.

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construir y explotar las siguientes líneas: una ruta que partiría del río Magdalena hasta llegar a Bogotá, pasando por Bucaramanga, Tunja y Zipaquirá; la segunda ruta, de Buenaventura al río Cauca; el tercer proyecto pretendía conectar a Girardot con Cali. Para el desarrollo de este inmenso proyecto, el Gobierno le otorgó una garantía del 7% sobre la base de $42.000 por kilómetro, construido con un ancho de vía de un metro; una zona de privilegio de exclusividad sobre las vías de 80 kilómetros, y como prenda de cumplimiento, un depósito de $100.000 oro24. El nuevo contrato se firmó el 8 de mayo de 1889, dividiendo la ruta en dos secciones: la primera, de Buenaventura a Cali, y la segunda, desde allí hasta Manizales. Al concesionario se le otorgó una garantía por seis años del 7%, sobre un estimado de 200.000 por kilómetro construido y de 40.000 por kilómetro hasta Córdoba, cuya vía se debía ensanchar a un metro, para cumplir con los requerimientos técnicos de la ruta. Para mayo de 1889, el Ferrocarril reportó un valor en caja por fletes de mercancía de exportación de $660,40, y por las de importación, de $1.212,85 oro. El valor recaudado por los ingresos derivados de los trenes expresos fue tan sólo de $36, y por pasajes se obtuvieron ingresos de $147,40. El valor de los ingresos operacionales ascendió a $2.056,6525. Este nuevo contrato tuvo un privilegio de explotación por setenta años, con una zona de exclusividad de 40 kilómetros a lado y lado de la vía. Sin embargo, este año estalló el escándalo de la Compagnie Universelle du Canal Interocéanique, en la que Goussencourt tenía participación, lo que hizo imposible conseguir los fondos y llevó a la caducidad del contrato cuatro años más tarde. La compañía francobelga traspasó todos sus derechos a Gaulmin, con quien el Gobierno adelantó la negociación de un arreglo, frente a la caducidad del contrato del 28 de marzo de 1889, en la que se consideró perjudicado. El contrato de arreglo se firmó el 30 de julio de 1892 y se aprobó mediante la Ley 87 de ese año, mediante la cual se acordó la renuncia a toda reclamación por parte de Gaulmin, a cambio del reembolso del depósito de la garantía de 500.000, el reconocimiento de intereses del 7% anual sobre este depósito, y el reembolso de 40.000 por los gastos en los que se incurrió26. Con esto concluyó la participación de Goussencourt y Gaulmin en la construcción del Ferrocarril del Pacífico, sin haber construido un kilómetro de línea, pero después de haber recibido ingresos importantes. Goussencourt siguió teniendo intereses en Colombia por algunos años, representados en la Compañía Burila y en el proceso de colonización que se estaba desarrollando en el departamento de Caldas. La participación de estos inversionistas es un buen ejemplo de los

24 Alfredo Ortega, Ferrocarriles colombianos, 469. 25 “Informe del Administrador del ferrocarril del Cauca”, mayo de 1889, en agn, República, ahf, t. 430, ff.64v-70v. 26 Para la fecha, el tipo de cambio se estima en $1 oro por 5.

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excesos a los que se sometieron las precarias finanzas públicas decimonónicas y la debilidad del Estado para negociar en condiciones favorables y verosímiles la construcción de estos proyectos de infraestructura; todo ello ejemplo de la incapacidad de hacer valer sus derechos frente a un dudoso capital internacional. Entre tanto, el Gobierno recibió algunas propuestas para continuar la obra, entre las que se destacan la de Polydore de Bruycker y Augustus Figge, un conjunto de negociaciones que no se concretaron, debido a que ya estaban adelantadas otras con James L. Cherry27.

3.1. El gravoso contrato con Cherry Poco después de que se hiciera evidente que Goussencourt y Gaulmin no podían conseguir los fondos para el segundo contrato, el Gobierno comenzó las negociaciones con el inversionista estadounidense James L. Cherry. Como se verá, este contrato se convirtió en uno de los pleitos ferrocarrileros más costosos que enfrentó el Estado colombiano en el siglo xix. El contrato se firmó el 27 de agosto de 1890, basado en la autorización de la Ley 144 del 26 de noviembre de 1888, mediante la cual el Gobierno podría adelantar las negociaciones para el Ferrocarril del Cauca. El contrato se aprobó en el Congreso mediante la Ley 16 del 18 de octubre de 1890. La negociación contemplaba la construcción de una red de líneas que incluía una desde Buenaventura hasta Manizales, pasando por Cali; otra desde Cali hasta la frontera con Ecuador, con un ramal hasta Popayán; y la tercera, por el Chocó, que buscaba llegar al Atrato para conectar con el mar Caribe, con el fin de competir con el posible canal en Panamá durante los difíciles años de la administración francesa. Además, el concesionario adquirió el derecho preferente para la construcción de un posible ferrocarril que conectara al alto Cauca con el río Magdalena, y otra hasta el río Putumayo28. Los trabajos tenían un plazo de inicio de cuatro meses a partir de la firma del contrato, y la obra se debía concluir hasta Cali cuatro años más tarde. Si se terminaba antes de los tiempos previstos, el Estado les otorgaba 1.000 hectáreas de tierras baldías por cada mes de adelanto en la entrega de la obra, como también se otorgó una garantía del 5% anual por la primera sección hasta Cali, y del 4,5% anual por la segunda, por un término de dieciocho años, sobre un costo estimado de $38.000 oro por kilómetro construido. Para el desarrollo de la obra, el Gobierno destinó al concesionario el 50% de los ingresos brutos por importaciones en las

27 “Contrato de privilegio para la construcción y explotación de un camino de fierro servido por vapor entre el puerto de Buenaventura, en el departamento del Cauca, y la ciudad de Manizales, en el departamento de Antioquia, celebrado por el Gobierno de Colombia y los señores Polydore de Bruycker y Augustus Figge”, 1890, en agn, República, ahf, t. 431, ff.197v.-201r. 28 “Contrato de privilegio para la construcción”, ff.197v.-201r.

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Aduanas del Pacífico y fijó el término del privilegio por setenta años a partir de la aprobación del contrato, momento en que la obra regresaría a ser propiedad de la Nación. Una vez firmado el contrato, fue transferido a la Cauca Company en Estados Unidos el 29 de noviembre de 1890, recibiendo la carrilera terminada hasta el momento y subcontratando con el beneplácito del Ministerio de Fomento la construcción con la Colombian Construction and Improvement Company. Los trabajos de construcción comenzaron el 18 de diciembre de 1890, y la empresa fue recibida oficialmente el 23 de ese mismo mes. En junio de 1891 Cherry logró renegociar las condiciones del contrato, con el fin de no tener que cambiar el ancho de la trocha a un metro; a cambio, se rebajó la remuneración por kilómetro construido. En el mismo sentido, logró renegociar el contrato el 11 de marzo de 1892 para que se le reembolsara la garantía depositada de $50.000, cuyo reintegro a la Nación se había pactado sólo cuando hubiera concluido obras por un valor de $200.000. El 3 de enero de 1896, con el propósito de llegar a un acuerdo amigable, se accedió a definir los valores de acuerdo con el avalúo de los peritos nombrados, sujeto a la aprobación del Congreso. El Tribunal de Arbitramento estaba compuesto por el ingeniero Manuel H. Peña, por el Gobierno; Christian Schramme, por la compañía, y Lewis Haupt, nombrado en consenso por el Ministerio de Hacienda y por el Secretario de Estado de Estados Unidos. Como asesor de Peña, el Ministerio nombró a Cisneros, que para el momento estaba radicado en Nueva York. A pesar de los resultados en Antioquia del penoso asunto de Punchard, McTaggart, Lowther & Co., y el del Incidente de la Tajada de Sandía ocurrido en Panamá, el Gobierno parecía no haber aprendido la lección, y de nuevo se permitió que la mayoría de árbitros del tribunal fueran extranjeros y que se llevara a cabo en el exterior. La compañía tasó su reclamación en $962.438 oro, mientras que el Gobierno lo hizo en $233.909, que incluían los $200.000 que se le habían anticipado a Cherry, más un 32¾% por concepto de honorarios en la dirección y administración de la empresa. Para sorpresa del Gobierno y de los negociadores, en una interpretación extralimitada del alcance de su autoridad, dos miembros del Tribunal —Schramme y Haupt— condenaron a Colombia a pagar la elevada cifra de $662.048 oro como indemnización, más los intereses del 5% anual por las demoras. Además, asignaron de forma irregular los honorarios del presidente, del abogado de la compañía y del árbitro del tribunal en $17.200 oro. Frente a esta decisión, tomada sin su participación, Peña informó al Gobierno de la necesidad de declarar la sentencia viciada de nulidad. En consecuencia, el 15 de diciembre de 1897 el Gobierno inició un juicio en contra de la compañía para declarar la nulidad de la sentencia ante la Corte del estado de Virginia, pero, para sorpresa del Gobierno, ésta ratificó el fallo y fijó la indemnización en $357.404, más los intereses causados desde enero de 1898. Esto ocasionó una nueva demanda ante la Corte de Apelación de Richmond, con igual resultado. Mientras se

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definían los asuntos legales en Estados Unidos, el Gobierno recibió de Cherry la compañía, el 26 de enero de 1897, para lo cual se nombró a Rafael González y a Julián Uribe Uribe por parte del Gobierno, y a Edward Blum por parte de la Compañía. A partir de ese momento la administración estuvo a cargo de Julián Uribe Uribe hasta que se nombró el 25 de febrero a Ignacio Palau, quien se encargó de la administración hasta la firma del nuevo contrato29. Luego de un largo pleito, la Corte Suprema de Estados Unidos, en el aciago año de 1903, no sólo ratificó la injusta sentencia, sino que aumentó la suma a pagar a $903.882 oro. De tal manera que con este fallo, y sin contar los pagos a los abogados, a los peritos, los viajes, traducciones, entre otras, se pagó uno de los valores más elevados por kilómetro construido de ferrocarril: $112.922 oro, con un pobre resultado de 1,14 kilómetros anuales, mientras que las otras rutas oscilaban entre los $40.000 y $80.00030.

4. Los contratos con Borrero y con Muñoz Debido a la mala calidad técnica, a dos guerras civiles y al descuido de la ruta, se tuvo que emprender de nuevo la reconstrucción de la parte construida hasta el momento, y se procedió a negociar con Víctor Borrero e Ignacio Muñoz un contrato de administración delegada que incluía la reconstrucción, por un valor de $320.000 en moneda corriente31, y el compromiso de llevar la obra hasta Palmira, pasando por Cali, con un costo por kilómetro construido en el primer sector (San José-Juntas) de $38.000 oro, en un tiempo de diez años a partir del inicio de los trabajos. Al mismo tiempo, se perdió la soberanía sobre Panamá, a causa de la intervención de Estados Unidos durante la secesión. El contrato fue firmado por Manuel Esguerra como ministro de Hacienda y fue aprobado por el Consejo de Ministros el 9 de abril de 1897, y contemplaba, además de lo anterior, una asignación por gastos de conservación y administración de $200 oro a cargo de los constructores, que tendrían en cuenta para el estimado de los ingresos del ferrocarril y del camino de herradura, y si superaban este valor, los gastos correrían por cuenta del Gobierno. Se les otorgó a los contratistas, además, la libertad de fijar las tarifas, siempre y cuando no excedieran las vigentes en ese momento. El valor estimado para la zona del Dagua fue de $65.333 oro, y

29 Compañía del Ferrocarril del Pacífico, Propuesta de rescisión de los contratos (Bogotá: Imprenta Eléctrica, 1909), 5. 30 Compañía del Ferrocarril del Pacífico, Propuesta de rescisión, 6. 31 Este valor equivalía a $160.000 oro, lo cual es un claro indicador de la depreciación acelerada de los billetes emitidos por la Sección Liquidadora del Ministerio del Tesoro, la cual había reemplazado en sus funciones al Banco Nacional. Remitirse a Juan Santiago Correa, “Del Radicalismo a la Regeneración. La cuestión monetaria (1880-1903)”, Revista de Economía Institucional 11: 21 (2009): 173.

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de $40.000 oro para el trayecto Dagua-Palmira. El contrato mantenía una estructura similar a los anteriores. Como consecuencia de la guerra de los Mil Días, el 20 de noviembre de 1899 se paralizaron las obras y el Gobierno canceló el contrato, reconociéndoles a los contratistas $380.000 por el trayecto construido, y por la reparación del tramo antiguo, $588.072 (incluidos los intereses causados por las libranzas), cifra muy superior a la estimada originalmente32. Durante el proceso de terminación del contrato, el ingeniero interventor del Gobierno, Abelardo Ramos, evaluó negativamente el tramo antiguo —en particular, lo ejecutado durante la administración de Cherry— por no cumplir con las características técnicas esperadas en cuanto a pendientes, curvas, costos, tipos de rieles, calidad de las traviesas y el balasto en la ruta. Sobre el tramo nuevo, el interventor sostuvo que la construcción provisional de las obras en madera era inadecuada, pues su deterioro era permanente y ocasionaba gastos innecesarios; insistía, así, en la necesidad de sistematizar las pendientes y los grados de las curvas de manera técnica, pues estas deficientes condiciones ocasionaron frecuentes accidentes, debido originalmente a descarrilamientos33. El contrato fue finalmente suspendido el 6 de marzo de 1900, reconociendo la amortización por las libranzas emitidas mientras duró el conflicto. El 26 de noviembre siguiente los contratistas propusieron, frente a la destrucción de la Estación San José, la terminación de los dos kilómetros que hacían falta para llegar a La Delfina, con lo cual se evitaban 15 kilómetros de recorrido por el camino de herradura; sin embargo, aunque por parte del Gobierno se aceptó la prolongación, la muerte de Borrero el 24 de diciembre suspendió la iniciativa, y la ruta quedó totalmente bajo la administración oficial; sólo se adelantaron algunos trabajos de conservación.

4.1. Más de lo mismo: el contrato con Ignacio Muñoz Durante la guerra de los Mil Días se suspendieron los trabajos y el mantenimiento de la vía, con lo cual se aceleró el deterioro de la ruta. Para agravar la situación, el desbordamiento del río Dagua provocó la destrucción de varios puentes y la pérdida de la bancada en varios segmentos de la vía. Tras el conflicto, Ignacio Muñoz recibió por parte de los herederos de Borrero la cesión de los derechos, procediendo a renegociar con el Gobierno la reconstrucción y el reinicio de los trabajos de construcción del Ferrocarril. A causa de los daños y al deterioro de la ruta ocurridos durante la guerra, Muñoz reclamó al Gobernador del Cauca el valor de los daños, como también los que había sufrido el material

32 Compañía del Ferrocarril del Pacífico, Datos sobre el Ferrocarril del Cauca (Bogotá: Imprenta Eléctrica, 1909), 4. 33 Gustavo Pérez, Nos dejó el tren: la historia de los ferrocarriles colombianos y los orígenes del subdesarrollo (Bogotá: Cisnecolor, 2007), 360.

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rodante, aunque esto no se hubiera incluido en el contrato inicial. El 21 de marzo de 1903 firmó el nuevo convenio con el ministro de Hacienda, Lucas Caballero, pactando un precio fijo de $75.000 oro en libranzas amortizables con el 50% de los ingresos brutos de las Aduanas del Pacífico. En este caso, el Gobierno se comprometió a aportar 600 soldados zapadores (dos batallones) para el apoyo a los trabajos; se le otorgó la posibilidad además de continuar los trabajos de prolongación de la ruta hasta La Delfina, una vez terminara el primer trayecto, así como la administración y el mantenimiento del camino de herradura. Muñoz se comprometió, por otro lado, a realizar la reparación del trayecto desde Buenaventura hasta el kilómetro 46, sustituir el puente de madera en San Cipriano por uno de hierro y culminar en dos años la construcción, luego de firmar el contrato34. Este contratista recibió el ferrocarril el 3 de septiembre de 1903, pero el inicio de los trabajos no estuvo ajustado a lo que se había estipulado, lo cual obligó al Gobierno a comisionar a Abelardo Ramos para evaluar el desempeño de Muñoz. El informe presentado fue negativo y se dispuso la rescisión del contrato, mediante la firma el 20 de septiembre de un contrato de traspaso. La inspección de la obra estuvo a cargo de Modesto Garcés, quien entregó un informe en el mismo sentido del de Ramos, haciendo énfasis en las deficiencias técnicas de la ruta adelantada por Borrero y Muñoz inicialmente, y luego por Muñoz como único contratista. A pesar de que los trabajos no avanzaron sino dos kilómetros, se le pagaron a Muñoz $160.179, y $20.000 como consecuencia de los trabajos adicionales que realizó; más tarde, ante nuevos reclamos de Muñoz por el retiro de los batallones de zapadores, el Gobierno pagó $160.179 adicionales por los jornales pagados35. Los 10 kilómetros construidos por Muñoz y Borrero, que no contaban con las especificaciones técnicas adecuadas, terminaron costando $1’013.252 en total, a razón de $101.325 por kilómetro. Cifra escandalosamente alta, apenas por debajo de lo que había costado el kilómetro construido por Cherry, pero sin estar justificado por ningún pleito internacional. Durante la administración Muñoz, el valor por kilómetro construido llegó a la cifra récord de $212.589 por kilómetro. Para comienzos de 1905, por orden del Ministerio, mientras se definían los nuevos contratos, Julián Uribe Uribe, como ingeniero administrador, había detenido cualquier obra de construcción nueva, y sólo se había autorizado el mantenimiento de lo que estaba en servicio36.

34 Alfredo Ortega, Ferrocarriles colombianos, 486-488. 35 Incluso, luego de entregada la obra, Muñoz continuó ejecutando por contrato algunas obras adicionales, que le valieron ingresos nuevos en 1906 por $100.000, los cuales incluyeron el pago por las 1.000 hectáreas de tierras baldías que aún no se le había entregado. Al respecto, consultar: Alfredo Ortega, Ferrocarriles colombianos, 486-488. 36 Rogerio Méndez, Ferrocarril del Cauca (Buga: Tipografía Ospina, 1905), 2-3.

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La falla estructural de este contrato, que indujo a estos costos sin precedentes, era que se había contratado la construcción a precio fijo contra los recursos del Estado37, al tiempo que funcionaba como una concesión, contratada sin condiciones ni obligaciones a cargo del contratista para aportar capital propio a la construcción. Esto implicó que para poder realizar un nuevo contrato, el Gobierno tuvo que comprarle a Muñoz el dominio del Ferrocarril, el cual lo había obtenido sin costo; por ello, resultó más costoso aún que la sentencia por la demanda de Cherry.

5. Un nuevo fracaso: el contrato con Edward y Alfred Mason El gobierno de Rafael Reyes surgió como respuesta a la coyuntura generada en el país por los hechos dramáticos de la guerra de los Mil Días y la separación de Panamá, en 1903. Alrededor de la figura de Reyes se aglutinaron los conservadores históricos, la mayoría del Partido Liberal y la élite económica, en torno a una propuesta de reconstrucción nacional y de modernización del país38. Esta administración planteó la idea de que la paz se podría lograr, siempre y cuando se consiguiera el progreso económico y material del país. Por tal razón, promovió una serie de reformas económicas que sentaron las bases de la reconstrucción monetaria y fiscal del país, se instauró un proteccionismo económico moderado, basado sobre todo en la promoción de la producción nacional, y se llevó adelante un programa de reordenamiento institucional que condujo, entre otros resultados, a la creación del Ministerio de Obras Públicas y a una activa promoción de la construcción ferrocarrilera en las zonas cafeteras del país, la cual logró tender 250 kilómetros nuevos de vías durante el Quinquenio39. En este contexto, el recién nombrado ministro de Obras Públicas, Modesto Garcés, firmó un nuevo contrato el 23 de diciembre de 1904 con los hermanos Edward y Alfred Mason40, que al parecer adoleció de los mismos problemas que el anterior: era simultáneamente un contrato de construcción a precio fijo y uno de concesión, con la diferencia que se limitaba el gozo del privilegio a 50 años, pero con derecho sobre el 50% de las utilidades. Los Mason contaban con la promesa

37 El Gobierno, para poder negociar la transferencia del dominio a los hermanos Mason, debió firmar una promesa de pago a Muñoz de $100.000 y, adicionalmente, $50.000 en acciones de la Colombian Pacific Railroad Co. 38 En todo caso, la elección de Reyes como presidente se dio en medio de la manipulación electoral, en particular el sonado escándalo de la circunscripción de Padilla, en La Guajira. Ver: Humberto Vélez, “Rafael Reyes: Quinquenio, régimen político y capitalismo (1904-1909)”, en Nueva Historia de Colombia: Historia Política (18861946), ed. Álvaro Tirado Mejía (Bogotá: Planeta, 1989), 192. 39 Jesús Antonio Bejarano, “El despegue cafetero (1900-1928)”, en Historia Económica de Colombia, comp. José Antonio Ocampo (Bogotá: Planeta, 2007), 195-232. 40 Phanor J. Eder sostiene que Alfred Mason era el tío de Edward, y que no eran hermanos, como es habitual encontrar. Ver: El fundador Santiago M. Eder, 170.

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de apoyo financiero de la empresa norteamericana J. G. White Co., de Nueva York, y como parte del compromiso se obligaban a reconstruir la parte deteriorada de la ruta, llevar el enrielado hasta Palmira, pasando por Cali; a comprar los equipos necesarios para ofrecer el servicio en condiciones adecuadas; a terminar el proyecto en cinco años después de aprobado el contrato; a reemplazar en dos años las obras en madera por hierro, acero o mampostería; y a culminar los dos kilómetros hasta el 48 + 600 que no se habían cumplido durante la administración de Muñoz41. En efecto, los hermanos Mason recibieron el ferrocarril el 10 de febrero de 1906, y el Gobierno nombró a Abelardo Ramos como ingeniero interventor, pero a su muerte, el 3 de abril, fue reemplazado por Carlos Rengifo. Para poder acometer la obra, los contratistas solicitaron un préstamo al Banco Central por $75.000, que, sumado al mismo esquema de transferencia de los recursos de las Aduanas del Pacífico, les permitió emprender la reconstrucción y mejora del tramo antiguo y llevar la carrilera hasta el kilómetro 54. No obstante, el prometido apoyo de J. G. White no se concretó, y comenzaron a incumplir los pagos del préstamo al Banco Central. Por tal razón, frente al incumplimiento, en 1907 debieron traspasar al Banco el Ferrocarril y los contratos (ver la tabla 1)42. Tabla 1: Contratistas y costos del Ferrocarril del Pacífico (1878-1907) Período

Kilómetros construidos

Buenaventura and Cauca Valley Railroad

1872 a 1874

0

-

-

Francisco J. Cisneros1

1878 a 1885

27

$1.833.882

$67.921

1885 a 1891

0

$393.083

n. a.

Goussencourt y Gaulmin

1886 a 1889

0

$8.000

-

James Cherry

1891 a 1897

8

$903.382

$112.922

Muñoz-Borrero5

1897 a 1899

10

$588.072

$58.807

Ignacio Muñoz

1903 a 1905

2

$425.179

$212.589

Hermanos Mason

1905 a 1907

8

$567.613

$70.951

Totales

1878 a 1907

55

$4.719.211

$85.803

Administración oficial

2 3

4

6

Costo (pesos oro)

Promedio por kilómetro

Contratista

Fuente: Alfredo Ortega, Ferrocarriles colombianos: resumen histórico, vol. 2 (Bogotá: Imprenta Nacional/Academia Colombiana de Historia, 1923), 490. Modificada por el autor43.

41 Gustavo Pérez, Nos dejó el tren, 328. 42 Compañía del Ferrocarril del Pacífico, Propuesta de rescisión, 5; y Gustavo Pérez, Nos dejó el tren, 328. 43 Sobre este cuadro hay que tener en cuenta varios puntos: 1) Incluye la indemnización pagada a Cisneros; 2) sólo se invirtieron en reconstrucción del tramo construido; 3) no incluye los pagos de intereses sobre el depósito de garantía; 4) contiene la injusta condena y los costos jurídicos, así como los gastos por el recibo de la empresa; 5) cuenta con el 8% de interés pagado sobre las libranzas; 6) no incluyen los intereses ni los ingresos del ferrocarril y del camino de herradura.

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Por último, Alfred Mason pretendió demandar al Estado por $10’000.000, pero su hermano afirmó que el Gobierno había cumplido con lo pactado, desestimando la demanda y rompiendo así el ciclo de abuso contra el erario. Hasta 1907, esta ruta pasó por ocho contratos que habían construido 55 kilómetros, con un terrible promedio de 1,9 kilómetros anuales en 29 años, y un costo promedio de $85.803,84 por kilómetro construido, incluidos los valores pagados por las frecuentes reconstrucciones de una ruta técnicamente mediocre y los pagos en los que se incurrió por cuenta de los pleitos y la ineficiencia en la contratación, mientras que la mayoría de los contratistas habían realizado un negocio sumamente lucrativo para ellos. Para el momento, la ruta presentaba un lamentable estado, y las concesiones habían incumplido todos los presupuestos, metas y construcción, con unos costos muy altos y con el dudoso récord del costo promedio por kilómetro más caro hasta el momento: $212.589,50 oro.

Comentarios finales Como se pudo ver, el período comprendido entre 1872 y 1907 se caracterizó en este proyecto ferroviario por una serie de contratos desventajosos que acarrearon un pobre desarrollo técnico de la ruta, con costos elevados que llevaron a construir tan sólo 55 kilómetros en 35 años, con un penoso promedio de 1,5 kilómetros anuales y un evidente deterioro fiscal, sin siquiera llegar a Cali. De igual forma, el comienzo del siglo xx, en medio de la posguerra de los Mil Días, presentó un panorama poco alentador para el Ferrocarril del Cauca, pues el clima y la guerra civil de los Mil Días habían paralizado y deteriorado de un modo significativo la ruta, a lo que se le sumaron dos nuevas contrataciones que no modificaron sustancialmente la tendencia del siglo xix. Estos contratos no permiten evidenciar un proceso de localización del riesgo de manera efectiva para la Nación, y, por el contrario, se tradujeron en un incremento significativo del mismo frente a la voracidad de los contratistas nacionales y extranjeros que supieron aprovechar hábilmente las debilidades del Estado en este sentido, al firmar contratos de concesión ampliamente ventajosos para ellos y con pocas contraprestaciones reales. Para el Estado significó un lentísimo avance de la línea, con los costos promedio por kilómetro construido más altos del siglo xix en Colombia, junto con demandas para las cuales el país demostró una falta de preparación muy alta, sumada a una ingenuidad política en cuanto a relaciones internacionales que lo llevó a jugar con clara desventaja en la arena jurídica internacional. Aunque es claro, siguiendo a Andrés Roemer, que al tener un escenario que no evidencia una estructura de derechos de propiedad con costo cero, que hubiera llevado a una localización perfecta del riesgo en los contratos, se produjo una situación con contratos imperfectos y situaciones oportunistas que llevó al fracaso reiterado en los procesos de contratación de esta

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línea férrea44. A las puertas del despegue de la economía cafetera en el occidente del país, la falta de infraestructura adecuada en el Suroccidente se convertiría en uno de los factores de discusión sobre política pública a comienzos del siglo xx, lo cual eventualmente permitiría revertir la tendencia del siglo xix y su legado. Sin embargo, estos 55 kilómetros seguirían siendo los de más difícil operación y mantenimiento, por cuenta de las terribles condiciones técnicas de su trazado y construcción.

Bibliografía Fuentes primarias Archivos: Archivo Aquileo Parra (aap) [Archivo privado de Juan Camilo Rodríguez]. Archivo General de la Nación (agn), Bogotá-Colombia. Sección República, Fondo: Archivo Histórico de los Ferrocarriles Nacionales de Colombia (ahf).

Documentación primaria impresa: Compañía del Ferrocarril del Pacífico. Datos sobre el Ferrocarril del Cauca. Bogotá: Imprenta Eléctrica, 1909. Compañía del Ferrocarril del Pacífico. Propuesta de rescisión de los contratos. Bogotá: Imprenta Eléctrica, 1909. Méndez, Rogerio. Ferrocarril del Cauca. Buga: Tipografía Ospina, 1905.

Publicaciones periódicas: Diario Oficial. Bogotá, 1880. The Andean Transit. Cali, 1874.

Fuentes secundarias Bejarano, Jesús Antonio. “El despegue cafetero (1900-1928)”. En Historia Económica de Colombia, compilado por José Antonio Ocampo. Bogotá: Planeta, 2007, 195-232. Cooter, Robert y Thomas Ulen. “An Economic Theory of Tort Law”. En Law and Economics. Boston: AdisonWesley, 2012, 322-365. Correa, Juan Santiago. “Del Radicalismo a la Regeneración. La cuestión monetaria (1880-1903)”. Revista de Economía Institucional 11: 21 (2009): 161-178.

44 Andres Roemer, Introducción al análisis económico del derecho (México: Instituto Tecnológico Autónomo de México/ Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística/ fce, 1994), 47-54.

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Seguridad social, empleo y propiedad privada en William BeveridgeÏ

Claudio Llanos Reyes

Profesor de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (Chile) y Doctor en Historia por la Universidad de Barcelona (España). Es coordinador del grupo de investigación Estado y Sociedad en el Mundo Contemporáneo, en el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: “El gobierno de Allende y la up frente al ‘Poder Popular’. 1970-1972: las bases radicalizadas y su dinámica”, História Unisinos 16: 1 (2012): 28-42, “Bases histórico-políticas del Estado de Bienestar alemán y británico (temas y problemas)”, História Unisinos 16: 2 (2012): 193-207; y en coautoría con Nicolás Dvoskin, “Chile, Argentina y la economía exportadora. Estado, economía y política durante la era del imperialismo (1880-1950)”, en Chile-Argentina, ArgentinaChile: 1820-2010, eds. Eduardo Cavieres y Ricardo Cicerchia (Valparaíso: Editorial Universitaria Valparaíso, 2012), 121-163. claudio.llanos@ucv.cl

Artículo recibido: 3 de julio de 2012 Aprobado: 24 de enero de 2013 Modificado: 6 de febrero de 2013

doi: : dx.doi.org/10.7440/histcrit51.2013.10

Ï Este artículo es resultado del proyecto de investigación Walfare State y Sozialstaat. Estado y economía en Gran Bretaña y Alemania (1930-1960). Bases histórico políticas de los modelos de Estado de bienestar, financiado por fondecyt (No. 11110008). Agradezco la colaboración de María Fernanda Lanfranco en algunos aspectos de estilo de este artículo. Finalmente, esta investigación está dedicada a los profesores Richard Bessel y Eduardo Cavieres por su apoyo y conversación sobre estos temas.

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Seguridad social, empleo y propiedad privada en William Beveridge

Seguridad social, empleo y propiedad privada en William Beveridge Resumen: Este artículo busca aproximarse a las nociones económico-políticas de William Beveridge, que plantearon la construcción del Estado de bienestar británico en la inmediata posguerra. Una forma de Estado que buscó salvar la crisis del capitalismo proponiendo el control sobre el sistema. Se trata de mostrar la relación que, según este pensador el “padre” de este modelo de Estado capitalista, debía existir entre el desarrollo de un sistema de seguridad social, el empleo y la situación de la propiedad privada. Al mismo tiempo que señalar las particularidades y complejidades de sus ideas en la relación que se observa entre la ocupación plena y la propiedad privada como elementos base para la construcción de un sistema de Seguridad Social. Palabras clave: William Beveridge, posguerra, Seguridad Social, pleno empleo, propiedad privada.

Social Security, Employment, and Private Property in William Beveridge Abstract: This article aims to approach the economic and political notions of William Beveridge, which proposed the construction of the British Welfare State immediately after WWII. A form of State which sought to overcome the crisis of capitalism by proposing control over the system. We attempt to demonstrate the relation that should exist, according to Beveridge, the “father” of this model of capitalist State, between the development of a social security system, employment, and the situation of private property, while simultaneously pointing out the specifics and complexity of his ideas in the relation observed between full occupation and private property as basic elements for the construction of a Social Security system. Keywords: William Beveridge, postwar, Social Security, full employment, private property.

Segurança social, emprego e propriedade privada em William Beveridge Resumo: Este artigo busca aproximar-se das noções econômico-políticas de William Beveridge, que conceberam a construção do Estado de bem-estar britânico na imediata pós-guerra. Uma forma de Estado que procurou salvar a crise do capitalismo propondo o controle sobre o sistema. Trata-se de mostrar a relação que, segundo este pensador o “pai” desse modelo de Estado capitalista, devia existir entre o desenvolvimento de um sistema de segurança social, o emprego e a situação da propriedade privada. Ao mesmo tempo em que indica as particularidades e complexidades de suas ideias na relação que se observa entre a ocupação plena e a propriedade privada como elementos-base para a construção de um sistema de Segurança Social. Palavras-chave: William Beveridge, pós-guerra, Segurança Social, pleno emprego, propriedade privada.

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Claudio Llanos Reyes

Seguridad social, empleo y propiedad privada en William Beveridge Introducción

E

l presente artículo busca aproximarse a las nociones que orientaron la construcción del Estado de bienestar británico de la inmediata posguerra. Particularmente, se adentra en la relación que, según William Beveridge1 —considerado el “padre” de este modelo de Estado capitalista—, debía existir entre el desarrollo de un sistema de seguridad social, el empleo y la situación de la propiedad sobre los medios de producción 2. A partir de este estudio, se busca un mejor acercamiento

1 Como apunta José Harris en la biografía que dedica a Beveridge, la trayectoria de su pensamiento muestra diversos cambios y consideraciones. Beveridge no era un pensador ligado a un esquema fijo; al contrario, sus ideas y consideraciones de política económica estaban en continua relación con los problemas que la economía generaba en los ámbitos social y político. Frente a los problemas sociales, por ejemplo, Beveridge manifestó desde sus años de universitario en Oxford un profundo interés por la búsqueda de formas para resolverlos. En su trayectoria intelectual y de trabajo público se observa una especial dedicación a la reflexión de las alternativas que, dentro de la economía capitalista, permitieran reducir los problemas de pobreza y desigualdad social. También es inevitable considerar los alcances y relación de las ideas de Beveridge con aquellas desarrolladas por J. M. Keynes. Durante el período estudiado las ideas de Beveridge mostraron un mayor énfasis en la acción del Estado dentro de la economía, no solamente con medidas anticíclicas, sino que, como se verá en este artículo, consideró la intervención directa del Estado, por ejemplo, en la localización de industrias y actividades productivas. Los límites son complejos pues Keynes y su idea de capitalismo controlado no desconocían niveles de acción directa del Estado en la economía, aunque limitados. Sin duda, adentrarse en los elementos comunes y divergentes de ambos pensadores es un tema que va más allá de los límites de este trabajo. Sobre este tema, ver: John M. Keynes, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (México: fce, 2006), 353-356. 2 A casi setenta años del Social Insurance and Allied Services las sociedades de varios países europeos y de otros continentes se ven agitadas por el aumento del desempleo y los recortes en el gasto público. Algunas voces (neoliberales) se levantan señalando como causa del problema la existencia de gasto social. Otros responden que los Estados con mayor gasto no han experimentado la crisis de la misma manera que aquellos que desarmaron sus sistemas de bienestar o habían desarrollado una economía más frágil. En medio de todo esto se olvida que durante el siglo xx estos modelos de Estado, particularmente el británico (y el alemán), son el resultado de una experiencia histórica que golpeó las sociedades europeas, donde luego de la tragedia, la política se pensó como una herramienta para construir sociedades libres de tensiones que llevaran a la radicalización y la espiral de la guerra. Los Estados de bienestar son hasta cierto punto el resultado de un balance que consideraba que la economía estaba al servicio de la política. En el caso británico, la Segunda Guerra Mundial reveló la importancia del Estado, su capacidad de organizar y construir las instituciones necesarias para hacer frente a los problemas que afectaban al país, no sólo en la guerra, sino después de ella: “We must establish on broad and solid foundations a National Health Service [and] national compulsory insurance for all clases for all purposes from the cradle to the grave”. Winston Churchill, “Prime Ministerial Broadcast, 1943”, 21 de marzo, 1943, en The Public’s Library and Digital Archive, Londres-Inglaterra, Broadcast from London over bbc, consultado el 3 de septiembre de 2013, <http://www.ibiblio.org/pha/policy/1943/1943-03-21a.html>.

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a uno de los postulados económicos liberales desarrollados durante la década de 1940, que reconoció la importancia de la acción del Estado en materias económicas, y que, en el caso británico, fue aceptado por lo menos hasta 19793, aun considerando los problemas y limitantes en su implementación4. Con base en lo anterior, la hipótesis por desarrollar plantea que el pensamiento liberal de Beveridge presentó elementos de radicalidad identificados con una activa e importante acción del Estado dentro de la economía, con el fin construir un sistema de Seguridad Social sostenido en una política económica capaz de asegurar niveles elevados de empleo. Esto se relacionó con la capacidad del capitalismo para reducir las tensiones y desigualdades sociales, lo que teóricamente significó la construcción de un capitalismo controlado o, como lo definió Joseph Schumpeter, “socialismo liberal”5, respetuoso de la democracia y las libertades individuales6. Por cuanto implicó una forma de cuestionamiento a la validez histórica de la propiedad privada sobre los medios de producción, ya que asignaba al Estado la capacidad y el deber de regular diversos aspectos de la economía, controlando los monopolios mediante el establecimiento de áreas productivas y servicios con el objeto de salvar —por lo menos en teoría— al sistema de sus crisis. No obstante, no significaba que Beveridge aceptara el socialismo y las propuestas del marxismo, sino que, continuando las ideas del Nuevo Liberalismo Británico (inicios del siglo xx) buscaba, mediante ciertos niveles de intervención económica directa del Estado, reducir las tensiones sociales generadas por el capitalismo7. En cuanto al marco analítico, se reconoce la discusión política y teórica que se desplegó en torno a la economía capitalista y la crisis del liberalismo, particularmente después del desarrollo de la Unión Soviética, la crisis de 1929 y las dos guerras mundiales 8 . El liberalismo europeo desarrolló respuestas a estas crisis y a los desafíos prácticos e ideológicos del marxismo. Una de las más importantes fue el énfasis que se dio al rol del Estado dentro de la relación economía-sociedad, como ocurrió con las propuestas de Keynes y

3 Tony Judt, Sobre el olvidado siglo xx (Madrid: Taurus, 2008), 22. 4 Sobre las limitantes en la aplicación del Beveridge Plan, se puede ver: Gøsta Esping-Andersen, The Three Worlds of Welfare Capitalism (Nueva Jersey: Princeton University Press, 1990), 167. 5 Joseph Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia (Barcelona: Folio, 1984), 466. 6 Se deben reconocer la complejidad de este concepto y su carácter equívoco, pues si bien para algunos sectores de izquierda puede representar un momento intermedio en la transición al socialismo, para sectores liberales éste representa el paso al totalitarismo. 7 Al respecto, consultar: Gerhard Ritter, Der Sozialstaat. Entstehung und Entwicklung im internationalen Vergleich (Múnich: Oldenburg, 1991), 5 y 16-18. 8 Eric Hobsbawm, Historia del siglo xx (Buenos Aires: Crítica, 2006), 116-259.

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del propio Beveridge, y que incluso se insinuaría en 1941 en la Carta del Atlántico. La reflexión sobre el rol del Estado en la cuestión social no era nueva; ya en el siglo xviii se observan disposiciones que buscaban contener los problemas sociales generados por el vagabundeo y el desempleo9. Por otro lado, en las primeras décadas del siglo xx se observa la creciente importancia dada a los derechos sociales que debía garantizar el Estado10. En este marco histórico los planteamientos de Beveridge fueron parte de una línea de pensamiento que no fue única en Gran Bretaña, sino que encontró elementos comunes con otros pensadores, como el francés Pierre Laroque, que reconocieron que el Estado tenía el deber de desarrollar la protección social11. Con respecto a Beveridge, se encuentran pocos trabajos, y los existentes han enfatizado en los elementos económicos, en especial los relativos al empleo. Esto se entiende a partir de que su obra se ha enmarcado antes que todo dentro de la reflexión netamente económica. Así, es necesario señalar, desde la historia, los diversos aspectos que dieron forma y complejidad a su pensamiento desde otras perspectivas. Esta disciplina no desconoce que Beveridge se concentró en aspectos económicos para resolver los problemas de la sociedad12, pero también observa que la economía era un fenómeno complejo que, vinculado a otras dimensiones de la vida y la historia, no estaba limitado a medidas técnicas o administrativas. Es interesante destacar además que muchas veces se le otorga un tratamiento meramente introductorio13 al autor de uno de los documentos (Beveridge Report) que despertaron mayor interés en la sociedad de la época, y que dentro del mundo académico fue uno de los más citados inmediatamente después de su publicación14.

9 Gerhard Ritter, Sozialversicherung in Deutschland und England (Múnich: Verlag C. H. Beck, 1983), 9-13. 10 Robert Castel, La metamorfosis de la cuestión social (Buenos Aires: Paidós Ibérica, 2002), 272-274. 11 Robert Castel, La metamorfosis, 351-352. 12 La legislación relacionada con la asistencia a los pobres tenía una larga data en Gran Bretaña, comenzando con algunas medidas en el siglo xvii y la Ley de Pobres del siglo xix. En el caso puntual del desempleo y la enfermedad, fue en 1911 cuando en Gran Bretaña se estableció una ayuda a los desempleados mediante la National Insurance Act, que luego fue ampliada en 1916 y 1920, y que en su conjunto introdujeron las regulaciones de ayuda a quienes tuvieran problemas de salud y desempleo. Remitirse a: Ernest Hennock, The Origin of the Welfare State in England and Germany, 1850-1914 (Nueva York: Cambridge University Press, 2007). 13 Como en el caso del interesante e ilustrativo libro de Francisco Contreras, Derechos sociales: teoría e ideología (Madrid: Tecnos, 1994). 14 Ver, entre otros, Lawrence Klein, “The Cost of a ‘Beveridge Plan’ in the United States”, The Quarterly Journal of Economics 58: 3 (1944): 423-437; Leo Wolman, “The Beveridge Report”, Political Science Quarterly 58: 1 (1943): 1-10; Eveline Burns, “The Beveridge Report”, The American Economic Review 33: 3 (1943): 512-533; y Austin Robinson, “Sir William Beveridge on Full Employment”, The Economic Journal 55: 217 (1945): 70-76.

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Para los propósitos de este artículo se estudiaron los siguientes escritos: Social Insurance and Allied Services, 1942 (Beveridge Report); “Social Security: Some Trans-Atlantic Comparisons”, publicado en Journal of the Royal Statistical Society, 1943; “Life, Liberty, and the Pursuit of Happiness (1950 Model)”, publicado en The Review of Economics and Statistics, 1946, y La ocupación plena, impreso por el Fondo de Cultura Económica en México en 1947. En ellos se puede encontrar una parte importante de las líneas centrales del pensamiento de William Beveridge. A esto se debe agregar la revisión de la hasta ahora única biografía sobre este pensador: William Beveridge. A Biography, de Jose Harris, publicada en 2003. Ahora bien, estudiar las ideas de Beveridge resulta un ejercicio complejo, debido a los variados cambios en la trayectoria de su pensamiento. De ahí que sea diferente referirse a sus ideas en la década de 1940, que dirigir la mirada sobre aquellas que fueron desarrolladas en los años 1920 o 1930. Durante los años treinta, por ejemplo, fue influenciado por la Escuela Austriaca de Mises y Hayek y su culto al individuo y al Estado mínimo, mientras que en la siguiente década Beveridge estuvo alejado de los precursores del neoliberalismo, y en 1944 elaboró apuntes sobre la obra Camino de servidumbre de Hayek: “En mi opinión, el profesor Hayek es un hombre que no entiende la mentalidad británica […] y encuentro su libro muy poco convincente”15. En los años cuarenta, asimismo, es un pensador liberal que no comparte la idea de una economía que deba regirse por leyes naturales, al considerar que “las instituciones humanas fueron hechas por el hombre y pueden ser mejoradas indefinidamente por el hombre”16. Dos ejes motivan el desarrollo de los presupuestos planteados: primero, recordar el significado histórico de la figura de Beveridge y, segundo, adentrarse en algunos elementos centrales de sus ideas que pretendían relacionar al Estado (lo político-social) con lo económico. Sobre lo primero, el recordar, en este caso particular, no se equipara al acto de un anticuario que retoma ciertos temas o problemas olvidados en el baúl de la historia, sino que, en nuestro tiempo, implica reflexionar sobre la discusión —que recurrentemente ha agitado el desarrollo de la historia— generada sobre el rol que debía tener el Estado en relación con las materias económicas que afectan a la sociedad; en el segundo es posible

15 William Beveridge, “Carta a J. B. A. Boyle, 6 de diciembre de 1944”, citado en Jose Harris, William Beveridge. A Biography (Londres: Oxford University Press, 2003), 442. 16 William Beveridge, “Carta de William Beveridge a H. Prain, 14 de febrero de 1944”, citado en Jose Harris, William Beveridge, 442.

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observar que las propuestas de Beveridge se desarrollaron en un contexto donde la economía política se entendía en relación con otras dimensiones de lo social17.

1. La Seguridad Social y la abolición de la necesidad Si bien para la interpretación histórica liberal la situación social de Inglaterra durante el cambio del siglo xix al xx era de desarrollo, mejoras sociales, emprendimiento y crecimiento18, para muchos otros fue el escenario de profundas dificultades. Sin desconocer las transformaciones económicas, algunos pensadores observaron la fragmentación y la tensión social resultantes tanto de las duras condiciones del trabajo industrial como de los niveles de pobreza19 existentes dentro de los centros urbanos, que desde la Revolución Industrial crecían concentrando una población que progresivamente abandonaba el campo y sus labores por la ciudad y sus talleres, fábricas y servicios20. En este período se configuró en Gran Bretaña el problema del desempleo como un fenómeno central dentro de la reflexión política y económica. Es por ello que el movimiento de desempleados inició parte de su historia contemporánea con las demostraciones de 1886 y 1887, ilustrando una

17 Karl Polanyi, The Great Transformation. The Political and Economic Origins of Our Time (Boston: Beacon Press, 2001). La mirada histórica nos introduce en una importante dimensión de la discusión actual sobre la necesidad de terminar con la “irresponsabilidad social” de los economistas y la economía. En este sentido, vale la pena considerar el trabajo de Edward Fullbrook, The Crisis of Economics. The Post-Autistic Economics Movement: The First 600 Days (Londres: Routledge, 2006), que critica la insistencia de diversos sectores en pretender hacer de la mirada neoliberal la única perspectiva válida dentro de la reflexión y el pensamiento económico, buscando, mediante un cientificismo, alejar la economía de otras esferas de la vida y el saber, cayendo así en una creciente irresponsabilidad social. Esto quizá explica el reducido interés observado en torno al pensamiento de Beveridge y su significado histórico. El diagnóstico de Anthony Giddens en torno al agotamiento de las ideas de Beveridge, debido a los altos niveles de individualismo en la era posindustrial, no considera que este individualismo no es esencial, sino que, por el contrario, constituye un fenómeno histórico, y que en el ser humano también están históricamente presentes relaciones de sociabilidad y solidaridad. De la misma forma, y dando parte de razón a Lindert en torno a la “ambigüedad” del Estado de bienestar británico, como una posible causa de la escasez de estudios puntuales en torno al pensador británico, no se debe olvidar que el informe presentado por Beveridge en 1942, aprobado durante la guerra (bajo el gobierno de Churchill) y aplicado por Attle, fundó un modelo de relación entre Estado, economía y sociedad que se mantuvo por lo menos hasta 1979. Sobre esto, remitirse a: Anthony Giddens, Europa en la era global (Barcelona: Paidós, 2009), 132; Eudald Carbonell y Robert Sala, Planeta humano (Barcelona: Península, 2000); Eudald Carbonell y Robert Sala, Aún no somos humanos (Barcelona: Península, 2002); Edward Fullbrook, The Crisis of Economics; Peter Lindert, El ascenso del sector público (México: fce, 2011); Tony Judt, Sobre el olvidado siglo xx. 18 Ver, entre otros: Thomas Asthon, La Revolución Industrial, 1760-1830 (México: fce, 2008); y Phyllis Deane, La Primera Revolución Industrial (Barcelona: Península, 1998). 19 Al respecto, consultar: Edward Thompson, La formación de la clase obrera en Inglaterra (Barcelona: Crítica, 1989), y Edward Thompson, Obra esencial (Barcelona: Crítica, 2002). 20 Stephen Broadberry y Kevin O’Rourke, eds., The Cambridge Economic History of Modern Europe. Vol. 2: 1870 to the Present (Cambridge: Cambridge University Press, 2010), 210.

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nueva fase en la militancia de la clase obrera británica21. En el siglo xx, por otro lado, las crisis económicas y las guerras plantearían la necesidad de tomar medidas que resolvieran los problemas económicos que afectaban a la sociedad, pues las regulaciones históricas —como las leyes de pobres y las políticas específicas de ayuda a los desempleados— ya no eran suficientes. De manera particular, en noviembre de 1942, mientras Europa era estremecida por la guerra de Hitler, que dirigía un régimen que destruía en los campos de concentración la naturaleza humana bajo los preceptos del racismo y la ideología nazi, se presentaba ante el Parlamento británico el Social Insurance and Allied Services, conocido como Beveridge Report. La sociedad británica en guerra, con un imperio debilitado, cuestionado y agónico, comenzó a tomar nota de una determinante discusión en torno al rol del Estado en la mantención del bienestar social, mediante la instauración de un sistema centralizado de seguridad social. Este trabajo nació del establecimiento del Comité Interdepartamental sobre Seguridad Social y Servicios Asociados, en junio de ese mismo año. En el contexto de la reconstrucción, el Beveridge Report tenía por deber “llevar a cabo, con especial referencia a la interrelación de esquemas, un estudio sobre los existentes sistemas nacionales de seguridad social y servicios aliados, incluidas las compensaciones al trabajador, y hacer recomendaciones”22. La discusión fue profunda y controversial, ya que la disputa económica y política en torno al rol del Estado en materias económicas no confrontaba únicamente a liberales y socialistas de los diversos matices; también enfrentaba a quienes dentro del liberalismo mostraban opiniones divergentes, entre los seguidores de un capitalismo controlado, como Keynes, y sus opuestos teóricos, como Hayek. Con razón, The Manchester Guardian apuntaba que el proyecto de Beveridge sería la chispa de la controversia. Aun así, en su editorial no se ocultaban las simpatías: “El plan Beveridge es una cosa grande y fina. No es sólo la soldadura administrativa de nuestro espléndido pero desordenado y derrochador sistema de servicios sociales, sino que es el mapa de una gran parte de la reconstrucción nacional. Si es llevado adelante por el Gobierno, en todos sus elementos esenciales, como de seguro ocurrirá, será la salvación [...] de las promesas de la Carta del Atlántico. Irá lejos hacia el logro de asegurar a los británicos la liberación de la necesidad y, completado por un servicio realmente de salud nacional y la determinación de prevenir el desempleo cíclico, fortalecerá enormemente nuestra democracia, elevando la felicidad y el bienestar del hombre común”23.

21 John Burnett, Idle Hands. The Experience of Unemployment, 1790-1990 (Londres: Routledge, 1994), 145. 22 William Beveridge, Social Insurance and Allied Services (Londres: His Majesty’s Stationery Office, 1924), 2. [Presentación de Arthur Greenwood]. 23 “Beveridge Plan will spark controversy”, The Manchester Guardian, Manchester, 2 de diciembre, 1942, 34. Traducción del autor.

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Un año después, en 1943, Evelin M. Burns, directora de Investigación del Reporte de la Junta de Seguridad, Trabajo y Políticas de Socorro de Estados Unidos, destacada figura en la redacción del Acta de Seguridad Social de Estados Unidos (1935), planteaba que el Beveridge Report era la manifestación del fin de una época y el comienzo de otra: “Sin duda la principal razón para la popularidad del informe debe buscarse en el temperamento de los tiempos. Es la primera evidencia completa de que las generalizaciones sobre un mejor mundo de postguerra tienen contenido tras ellas. Además, el plan en sus líneas generales tiene la gran ventaja de la simplicidad. El concepto de un esquema único, omnicomprensivo, de asegurar la totalidad de la población contra los riesgos económicos más importantes de la vida, proporcionando beneficios uniformes y adecuados para vivir y financiado por contribuciones uniformes, puede ser entendido por todos. Pero para el economista interesado en el seguro social y las medidas conexas, el informe es también emocionante, debido al campo cubierto, la amplitud de visión y el razonamiento del autor y las consecuencias de muchas de las propuestas formuladas. En cuanto a la historia, el Seguro Social marca el final de una época y el comienzo de otra”24.

Los principios centrales del reporte planteaban que las reformas para el futuro debían tener en cuenta las experiencias obtenidas en el pasado, sin que esto significara restricciones basadas en la consideración de intereses sectoriales. La guerra había mostrado la necesidad de realizar cambios “revolucionarios” dentro del capitalismo, por ser un momento histórico en el mundo, “un tiempo para la revolución, y no para medidas provisorias”25. La experiencia de la guerra implicaba igualmente la necesidad de centralizar los sistemas de seguridad social, construyendo un régimen donde todos aportaran a un fondo común destinado a mantener un ingreso a quienes cayeran en el desempleo. Esta experiencia también estaba vinculada a la posibilidad de reducir el desempleo, cuando el Estado y la sociedad eran capaces de generar una organización de la economía. Esto, en realidad, no hacía parte de lo propuesto por el socialismo décadas atrás, sino que más bien consistía en la capacidad del Estado de impulsar nuevas políticas económicas anticíclicas, que pudieran asegurar una “socialización del consumo”26. En este punto se observa la relación que Beveridge destacaba entre procesos históricos y economía, por cuanto la guerra había cambiado la economía, y en este campo de transformaciones las sociedades podían construir nuevas realidades económicas. Desde luego, se podría señalar que en la década de

24 Eveline Burns, “The Beveridge Report”, 512. 25 William Beveridge, Social Insurance, 6. 26 Estas ideas serían desarrolladas en mayor profundidad en William Beveridge, La ocupación plena (México: fce, 1947).

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1940 la economía, para pensadores como Beveridge, no era la supuesta ley natural de los marginalistas, sino más bien un fenómeno con historicidad. En este contexto, el Reporte señalaba que un objetivo histórico y central que debía asumir el Estado era la abolición de la necesidad (abolition of want), mediante la creación de un sistema de Seguridad Social (Social Security) que resguardara el bienestar. La necesidad se relacionaba entonces con la carencia entre las familias e individuos de los medios para una sana subsistencia27. Esta manera de entender el grado de necesidad según la disponibilidad de ingresos y el poder adquisitivo “nacía de investigaciones sociales que no se habían realizado antes de la Segunda Guerra Mundial”28. Por estas razones, Beveridge efectuó una crítica a las formas previas de políticas sociales, al considerar que no partían de un criterio científico para definir los niveles de necesidad y pobreza, por lo cual los problemas económicos —algunos vinculados al desempleo, la enfermedad y la viudez— no recibían soluciones apropiadas. La propuesta de liberar la sociedad de la necesidad establecía así la importancia de desarrollar un sistema estatal nacional y central de seguridad social. “La abolición de la necesidad (want) requiere, primero, la mejora del seguro estatal, es decir, contra la interrupción o pérdida del poder adquisitivo. Todas las causas principales de la interrupción o pérdida de ingresos son ahora el tema del régimen de Seguridad Social [...] De hecho, ninguna de las prestaciones de seguros antes de la guerra fue diseñada con referencia a las normas de las encuestas sociales. Aunque las ayudas al desempleo no fueron asignadas totalmente en relación con esas normas, la enfermedad y las prestaciones de invalidez, pensiones de vejez y viudez estuvieron muy por debajo de ellas, mientras que la indemnización al trabajador estaba por debajo del nivel de subsistencia para quien tenía responsabilidades familiares”29.

Para resolver el problema de la necesidad, la Seguridad Social30 tenía un rol central como estrategia definida para resolver los efectos de las crisis económicas. Esto involucraba el desarrollo de un Estado que debía ir más allá de garantizar los derechos políticos, reconociendo a todos los individuos un marco de derechos sociales y de protección general, lo que puede ser entendido dentro del

27 William Beveridge, Social Insurance, 7-8. 28 William Beveridge, Social Insurance, 7. 29 William Beveridge, Social Insurance, 7. 30 Para William Beveridge, los derechos sociales tenían origen transatlántico, relacionado con el sistema de seguro y las contribuciones para pensiones establecidos en Estados Unidos con la Social Security Act de 1935, y que tuvo influencia no sólo en Gran Bretaña, sino que también fue adoptada por la legislación de Nueva Zelanda en 1938. “Social Security: Some Trans-Atlantic Comparisons”, Journal of the Royal Statistical Society 106: 4 (1943): 305.

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desarrollo contemporáneo de los derechos humanos31. Este reconocimiento no significaba desconocer las particularidades de cada grupo dentro de la sociedad y sus necesidades (edad, salud, renta). “[...] seguridad de un ingreso que tome el lugar de las remuneraciones cuando éstas son interrumpidas por el desempleo, una enfermedad o un accidente, para proveer de una renta de jubilación, contra la pérdida de apoyo por la muerte de otra persona [...] Primeramente, la seguridad social significa la seguridad de un ingreso mínimo, pero la provisión de un ingreso que debe estar asociado con un tratamiento para terminar lo más pronto posible con la interrupción de ingresos”32.

La universalidad del derecho a la seguridad social, como evidencia el documento citado, se vinculaba a una política tributaria capaz de mantener la provisión de la asistencia al desempleo, los enfermos, los pensionados, entre otros. La provisión de pensiones garantizaba un mínimo de cobertura, que, si bien aseguraba la asignación de ingresos en momentos de interrupción de los mismos, no era capaz de romper las diferenciaciones de estatus socioeconómico que se complementarían con los seguros privados, particularmente en el caso de las pensiones de jubilación33. Así, sus propuestas pretendían llevar al Estado a un plano mucho más activo en la economía, distanciándose de las maniobras anticíclicas propuestas por Keynes. Esto no significa que Beveridge no reconociera la importancia de las ideas del creador de la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero34, sino que más bien observaba que, en algunos aspectos —por ejemplo, la naturaleza del desempleo—, Keynes abstraía el problema sin reflexionar sobre los diversos aspectos y matices que se debían considerar en el análisis de este tipo de problemática35. Es conocido que ambos pensadores establecieron una importante comunicación durante el período de elaboración del reporte sobre Social Insurance and Allied Services, y que Keynes desempeñó un importante papel en diversos niveles de la reflexión económica de Beveridge. Con todo, este último no consideró todas las ideas o sugerencias de Keynes36. Construir el sistema de Seguridad Social centralizado significaba, además, que el Estado debía asumir la protección de los individuos en los momentos de la vida en que se experimentará una interrupción temporal o definitiva de la actividad productiva. Este proyecto contemplaba algunos

31 Francisco Contreras, Derechos sociales, 35-39. 32 William Beveridge, “Social Security”, 305-332. 33 Karl Hinrichs y Julia F. Lynch, “Old-Age Pensions”, en The Oxford Handbook of the Welfare State, eds. Francis Castles et al. (Oxford: Oxford University Press, 2011), 355-356. 34 John M. Keynes, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero. 35 William Beveridge, La ocupación plena, 118-139. 36 Un aspecto de las diferencias entre ambos parece haber sido el tema de las pensiones y la importancia que Beveridge daba a éstas. Además, Keynes consideró que el programa de Beveridge debía ser menos utópico. José Harris, William Beveridge. A Biography, 399-404.

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puntos centrales a este respecto: partía del supuesto de implementación previa del conjunto de medidas que hicieran de la sociedad un lugar satisfactorio —mantención del empleo, salario mínimo, salud pública, hogar, nutrición y legislación industrial—; el sistema no solamente aseguraba la mantención de un ingreso mínimo; también incluía medidas remediales a la interrupción del mismo —desempleo, accidente, entre otros—, como los tratamientos médicos para restaurar la salud y los ingresos; proveía para los gastos excepcionales, tales como el nacimiento, el matrimonio y la muerte, debido a que éstos son “riesgos” a los que el individuo está expuesto en toda sociedad37. El desarrollo de este sistema involucraba, justamente, un programa inmediato que buscaba y establecía: “asegurar por una parte, una distribución de la riqueza que mantenga el nivel de consumo de acuerdo con el aumento de la producción que se hizo posible por la adquisición de nuevo equipo, y por otra parte, alcanzar una distribución más equitativa del ocio, a fin de que éste remplace a la desocupación. Tal es el programa para el futuro. Los objetivos inmediatos son la Seguridad Social; el Servicio Nacional de Salubridad; la nutrición substanciosa y adecuada de otros bienes de primera necesidad; mejoras inmensas en la educación fin capital del gasto útil; la planeación de los centros urbanos y rurales, la construcción de habitaciones y la mejora en los transportes”38.

Para la realización de este proyecto, la economía británica presentaba aspectos que permitían pensar en la solución y/o contención de muchos de los problemas sociales presentes desde el siglo xix. Aun con los efectos de la Guerra y el escenario de posguerra, el pib per cápita británico mostró desde fines de los años treinta hasta los años sesenta altos niveles en relación con seis países —Dinamarca, Noruega, Alemania, Suiza, Suecia y Holanda—, sólo superado por Suiza aproximadamente desde 1945, y por Suecia y Dinamarca desde 196039. Estos datos no tenían una completa expresión en la sociedad, pues, aun con la destacada situación económica internacional, la sociedad británica mostraba altos índices de pobreza, que desde la década de 1920 se habían ligado al creciente problema del desempleo40. Más allá de los elementos económicos, fue el escenario político abierto en 1945 el que dinamizó la discusión y construcción de este sistema de Seguridad Social. En este año, al llegar al gobierno el Partido Laborista (alejado del proyecto socialista clásico)41, las propuestas de Beveridge encontraron

37 William Beveridge, “Social Security”, 305-306. 38 William Beveridge, La ocupación plena, 204. 39 Angus Maddison, Historical Statistics of the World Economy: 1-2008 a.d. (Gröningen: Growth and Development Centre, 2010). 40 John Burnett, Idle Hands, 199-212. 41 Joseph Schumpeter, Capitalismo, socialismo, 456-459.

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un importante soporte. Es primordial tener en cuenta este punto, ya que el sistema propuesto coincidía con la importancia que el gobierno de Clement Attle daba a la acción del Estado en materias económicas, debido a que el clima de la inmediata posguerra se caracterizaba por una concentración en la “equidad, cohesión social y las viejas barreras de clase”42. En tal sentido, Beveridge se inscribió dentro de las corrientes liberales que desde el siglo xviii planteaban la importancia y responsabilidad del Estado frente a las necesidades de la sociedad y sus problemas económicos. Según Schumpeter, esta tradición se vinculaba a los clásicos ingleses como J. S. Mill y J. Bentham y sus preocupaciones en torno a la ayuda a los pobres. Sin embargo, se debe recordar que, a diferencia de los clásicos liberales ingleses —que en general apuntaban a sistemas de ayuda vía caridad—, Beveridge abogó por un sistema centralizado dirigido por el Estado, que puede ser entendido como un esfuerzo por salvar la crisis del capitalismo, proponiendo el control sobre el sistema y desarrollando, en cierta forma, un proceso de legitimación del capitalismo43 y/o el dominio del Estado44. En síntesis, el pensamiento liberal de Beveridge, sus ideas económicas, que “eran una herencia del Nuevo Liberalismo pre-1914”45, y su preocupación por los problemas sociales, se ligaron a las políticas reformistas del descrito laborismo británico, que buscaba administrar el capitalismo46. Es destacable que el laborismo inglés encontró en un liberal como Beveridge las ideas y el programa necesarios para llevar adelante una reforma social que en un primer momento fue incluso bienvenida por el Partido Comunista y el “experimento socialista inglés”47, por lo menos hasta fines de 1946, cuando, debido a la política exterior antisoviética del Gobierno, los comunistas retiraron sus simpatías por el gobierno laborista.

2. La Seguridad Social y su relación con el pleno empleo, las libertades esenciales y la propiedad privada Aun cuando pobreza y desempleo no son sinónimos, las relaciones que se observaron entre estos dos fenómenos estuvieron en el centro de las discusiones de diversos sectores británicos durante las primeras décadas del siglo xx48. Beveridge fue ejemplo de esta preocupación, y por ello,

42 Kenneth Morgan, Labor in Power. 1945-1951 (Oxford: Oxford University Press, 2002), 296. 43 Jürgen Habermas, Problemas de legitimización en el capitalismo tardío (Barcelona: Cátedra, 1973). 44 Gerhard Ritter, Der Sozialstaat, 1-3. 45 Kenneth Morgan, Labor in Power, 11-12. 46 Joseph Schumpeter, Capitalismo, socialismo, 454-468. 47 Kenneth Morgan, Labor in Power, 294-295. 48 John Burnett, Idle Hands, 243.

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la búsqueda del pleno empleo49 ocupaba un lugar importante, pues en el sistema de seguridad social propuesto en 1942, “todo ciudadano trabajador en edad laboral contribuirá de manera apropiada de acuerdo a su clase al sistema de seguridad que él necesita; si es una mujer casada, las contribuciones serán hechas por su marido”50. Dentro de este sistema, la relación entre el empleo y el desarrollo de la Seguridad Social y el cumplimiento de sus objetivos se observaba en cuatro puntos: 1) el pago en dinero de beneficios económicos, como un derecho durante el desempleo, es provisto de manera satisfactoria sólo por cortos períodos de desempleo; 2) el único test satisfactorio para el desempleo es una oferta de trabajo, es decir, esto se derrumba cuando hay altos índices de desempleo masivo; 3) el Estado debe asegurar el cuidado y la rehabilitación de aquellos que sufran deficiencias parciales; y 4), finalmente, lo que debe dar la Seguridad Social es tan inadecuado como proveedor de la felicidad humana, que ponerla como la única o principal medida de reconstrucción difícilmente puede ser vista como valiosa51. La ocupación plena como requisito base para asegurar el desarrollo y continuidad del sistema de Seguridad Social implicaba que, frente a las dinámicas del capitalismo y sus crisis, la sociedad debía disponer de una suficiente demanda de trabajo, donde aquellos que perdieran sus empleos tardarían poco tiempo en reintegrarse a su labor anterior o en trabajar en una nueva relacionada con su capacidad52. Para la reducción temporal de los períodos de desempleo y su disminución, Beveridge planteó tres puntos: “conservando el volumen adecuado de gastos, fiscalizando la localización de la industria y asegurando la movilidad organizada de la mano de obra”. Dentro de estas tareas, al Estado le correspondía asegurar el volumen de gastos, puesto que “Nadie, fuera del Estado, tiene los poderes necesarios para satisfacerla; esta condición no es tal que se satisfaga automáticamente. Una de las funciones que debe desempeñar el Estado en el futuro es la de asegurar la existencia de volumen adecuado de gastos y, por consiguiente, proteger a los ciudadanos contra la desocupación en masa”53. Si bien esta política sobre el volumen de gasto se relacionaba de modo indirecto con las medidas anticíclicas señaladas por Keynes, Beveridge consideró relevante que, en vinculación con ésta, el Estado fiscalizara la localización de la industria y la movilidad de la mano de obra. La primera tenía relación con el intento de impedir que la concentración demográfica

49 Desde los primeros años del siglo xx dedicó tiempo al estudio y ayuda en la búsqueda de soluciones, participando en Toynbee Hall y en la Central Unemployment Body, en 1905. Sobre su participación en las actividades en Toynbee Hall, puede verse: Jose Harris, William Beveridge, 79-97. 50 William Beveridge, Social Insurance, 11. 51 William Beveridge, Social Insurance, 163. 52 William Beveridge, La ocupación plena, 20. 53 William Beveridge, La ocupación plena, 35.

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afectara la salubridad, la higiene y la destrucción de lugares rurales y de recreo. La segunda tarea se relacionaba con el propósito de impedir que la movilidad de los trabajadores tras la industria creara bolsones de miseria y la destrucción de comunidades54. Dentro de estas problemáticas, la importancia dada al Estado se encontraba directamente ligada al desarrollo progresivo de nuevos derechos, que cuestionaban la forma en que el liberalismo del siglo xix había entendido la libertad, los derechos y la relación de los individuos con el Estado. En este marco, las ideas de Beveridge representaban la superación del Estado mínimo o abstencionista del siglo xix, con su libertad empobrecida y la “falacia liberal [de] hacer pasar la parte por el todo, en pretender que la libertad negativa (es decir, la protección frente a la arbitrariedad del Estado) es ya toda la libertad, cuando en realidad es solamente una de sus dimensiones”55. La construcción de un sistema de seguridad social no implicaba entonces para el británico un asunto de naturaleza puramente económica, al reconocerse que el desarrollo de un régimen donde el Estado tiene participación activa en la vida económica entraba en conflicto con la trayectoria histórica del liberalismo y su valoración del individualismo. Este fenómeno hundía sus raíces en la profundidad de las tradiciones políticas tanto británicas como estadounidenses56. Frente a esta tradición Beveridge observó que la sociedad, en su desarrollo y crecimiento, requería un orden que asegurara liberar a los individuos y la sociedad de la “necesidad” económica. Esto se hacía mucho más necesario en una sociedad que crecía en complejidad y número, por lo cual el Estado debía lograr establecer prioridades, pues no todas las libertades tenían la misma importancia. Entre las necesidades más importantes de la vida social, Beveridge identificaba la libertad de las necesidades económicas, ya que se debía proteger la vida humana del hambre, el frío y la falta de recursos. Esta liberación debía armonizar con las otras libertades; asegurar su logro constituía un deber de los gobiernos, como se observa en el siguiente escrito: “[La] vida humana no puede mantenerse sin comida, calidez y vivienda, sin suministro asegurado de los medios materiales para las necesidades físicas. En una economía monetaria esto significa para cada familia la certeza de un ingreso básico en todo momento relacionado con el tamaño de la familia. Pero como las personas pretenden recibir ese ingreso, también deben hacer su parte en la producción; la renta básica debe

54 “Es mejor, y con esto redunda en una menor intervención en las vidas privadas, fiscalizar a los hombres de negocios en cuanto a la localización de las empresas que dejar de fiscalizarlos, y obligar a los trabajadores a mudar sus hogares en busca de ocupación. Esta fiscalización del Estado sobre la localización de la industria es la única alternativa que se presenta tanto para impedir la movilización obligatoria de la mano de obra como la creación de zonas miserables”. William Beveridge, La ocupación plena, 39. 55 Francisco Contreras, Derechos sociales, 16. 56 William Beveridge, “Life, Liberty, and the Pursuit of Happiness (1950 Model)”, The Review of Economics and Statistics 28: 2 (1946): 56.

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ser garantizada sólo con la condición de trabajar mientras uno es capaz de hacerlo. Garantizar el derecho a la vida de hoy debe significar garantizar la libertad de la miseria con la condición de servicio. Es una función del Gobierno asegurar esto. Libertad, para los padres fundadores, no significa ausencia de Gobierno […] La base del pensamiento claro sobre este asunto es darse cuenta de que todas las libertades no son de igual importancia. Algunas son esenciales y deben preservarse a toda costa. Otras son secundarias —buenas en sí mismas— pero deben ser sacrificadas necesariamente en la búsqueda de vida, de la libertad fundamental, de felicidad para todos. La felicidad es actividad […] El desempleo masivo es la masacre de la felicidad. Por lo tanto, un Gobierno que no asegura a sus ciudadanos la oportunidad de servicio y ganar de acuerdo a sus atribuciones, ha fallado en una de sus principales funciones, la de hacer posible para todos la búsqueda de la felicidad”57.

La organización de las prioridades sociales y económicas debía tener expresión material en la manera en que se estimulara la expansión del gasto privado en el consumo. Esto resultaba importante, por cuanto la demanda de producción y de mano de obra puede mantenerse. La expansión de este gasto no era para Beveridge un aspecto que quedaba en manos de los sectores privados, puesto que los particulares toman un conjunto de decisiones económicas que no tienen relación con las necesidades de ocupación de la economía y que pueden involucrar formas de consumo que no sean socialmente deseables, tales como los artículos suntuarios, en virtud de que “en una economía de mercado libre, los consumidores sólo pueden adquirir lo que se les ofrece, y lo que se les ofrece no es necesariamente lo que más les conviene”58. Más aún cuando el propio pensador consideraba que, “en la economía de mercado libre de Inglaterra, bajo la presión de los vendedores, los particulares han dedicado porciones considerables de sus recursos crecientes a las pompas fúnebres, costosas y de muy poca importancia social, o desperdiciando su dinero en apuestas de partidos de futbol y otras diversiones frívolas”59. Frente a estas tendencias del gasto y consumo socialmente insignificantes o frívolos, observó que su aumento no aseguraba una solución a los problemas sociales, más cuando en los primeros años de la década de 1940 el gasto privado había aumentado sin resolver el problema de la miseria, la insalubridad, la enfermedad y la ignorancia. Era preciso, por supuesto,

57 William Beveridge, “Life, Liberty”, 56. 58 William Beveridge, La ocupación plena, 238. 59 William Beveridge, La ocupación plena, 238.

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que la comunidad organizada democráticamente actuara en acuerdo con los deseos de sus ciudadanos a través del Estado controlado60. En este marco, el autor señala que la expansión del Estado en sus atribuciones económicas durante la Guerra había mostrado que estableciendo ciertos niveles de organización y objetivos claros era posible lograr la ocupación plena. Ahora lo importante era lograr tales niveles de ocupación en tiempos de paz61. Para esto, el sistema de Seguridad Social podría dar la “ayuda material para el mantenimiento de la ocupación, ampliando y manteniendo el gasto privado de consumo”62, gracias a la mantención desde el Estado de niveles de ingresos, cuando éstos se vieran interrumpidos. Esto debía ser parte de una política, como se describió antes, donde el Estado se debía al conjunto de individuos de la sociedad. Con esta formulación, el economista británico hacía frente a la suposición liberal de que el individuo está en peligro cuando el Estado asume tareas de naturaleza económica, “Algunos dirán que la política propuesta en este informe subordina al individuo frente al Estado [...] esta crítica invierte totalmente la verdad. Si se considera al Estado más importante que el individuo, resulta razonable sacrificar al individuo que se encuentre en una situación de desocupación en masa, en aras del progreso y prosperidad de sus semejantes más afortunados; en la misma forma que se le sacrificó en la guerra, en provecho del poder o del dominio de dictadores o en nombre de una raza. En cambio si se considera que el Estado existe en beneficio del individuo, el Estado que a varios millones de hombres deja de asegurar la oportunidad de prestar un servicio y devengar un ingreso de acuerdo con sus facultades o la posibilidad de una vida libre de la indignidad y la vergüenza de recibir un auxilio, es un Estado que no cumple con su deber primordial. La aceptación por parte del Estado de la responsabilidad de alcanzar la ocupación plena constituye la demostración necesaria y final de que el Estado existe para el individuo —para todos los ciudadanos—; y no para sí mismo o para beneficio de una clase privilegiada”63.

Para regular al Estado en su relación con la sociedad protegiendo el sistema de Seguridad Social y las libertades esenciales, era imprescindible asegurar la participación de los ciudadanos en la vida política, ya que “la política de ocupación plena es una política que deberá desarrollarse a través de la acción democrática de las autoridades públicas,

60 William Beveridge, La ocupación plena, 239. 61 William Beveridge, La ocupación plena, 145-146, y 158-246. 62 William Beveridge, La ocupación plena, 204. 63 William Beveridge, La ocupación plena, 322.

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tanto centrales como locales, ya que en última instancia su responsabilidad está sujeta al juicio de los votantes”64. En este sentido, la expansión de las atribuciones del Estado no debía chocar con los derechos y la libertad, quedando vinculado, de esta forma, el desarrollo de la seguridad social a la participación ciudadana. Las libertades y los derechos esenciales que la sociedad británica debía conservar y defender —en una interrelación de la política, la sociedad y la economía— eran “la libertad de creencia, de expresión, de investigación y de enseñanza; la libertad de asociarse para fines políticos y otros objetivos, incluyendo la finalidad de producir un cambio pacífico en el poder público; la libertad de elegir ocupación y la libertad de administrar el ingreso personal”65. En este punto es necesario resaltar que para Beveridge la libertad de propiedad sobre los medios de producción no era esencial, al no tener validez histórica dentro de la historia de Gran Bretaña, por haber sido “privilegio” de una minoría. Esto significaba que la propiedad privada debía justificar y probar su existencia en relación con su capacidad para alcanzar la ocupación plena. Cuestionaba, mediante una consideración histórica y práctica, la importancia de la propiedad privada: “Si la propiedad privada de los medios de producción y el emplear a trabajadores para que los manejen es un sistema económicamente aceptable o no, constituye un problema que deberá juzgarse por sus propios méritos. En Inglaterra no se considera esto como una libertad cívica fundamental porque no es, ni ha sido nunca, algo de que haya disfrutado la gran mayoría del pueblo, sino sólo ha sido privilegio de una minoría. No puede siquiera insinuarse la idea de que una gran parte del pueblo inglés tenga probabilidad alguna de alcanzar, en el futuro, esa clase de derechos de propiedad. Desde el punto de vista adoptado en este informe, sólo puede alcanzarse la ocupación plena dejando en manos de la iniciativa privada la dirección de la industria [...] Pero si por otra parte se demuestra, por la experiencia histórica o por razonamientos retóricos, que, para alcanzar la ocupación plena, debe abolirse el sistema de propiedad privada, deberá procederse a dicha transformación”66.

Si bien en el plano teórico Beveridge dejaba abierta la posibilidad de reemplazar el régimen de propiedad privada capitalista (sin decir por cual), en lo inmediato la activa participación del Estado en lo económico se justificaba dentro de la necesidad de cumplir con un aumento significativo de

64 William Beveridge, La ocupación plena, 45. 65 William Beveridge, La ocupación plena, 25. 66 William Beveridge, La ocupación plena, 27.

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la demanda de productos y la mantención de ésta. Para ello, no desconocía la posibilidad de la intervención del Estado en alguna área industrial o en sectores económicos, pero al mismo tiempo señalaba que era la política monetaria, en poder del Estado, la que debía ser usada para lograr este objetivo. Reconocía que establecer la seguridad social podía requerir diversos tipos de intervención del Estado, según la sociedad en la que se pretendiera implementar: “La esencia de mi programa es que el Gobierno debe utilizar su poder sobre el dinero para convertir las necesidades humanas insatisfechas en demanda efectiva. Puesto que las necesidades humanas (incluido el ocio) son insaciables, y el dinero es la criatura del Gobierno, la posibilidad de dicho programa es innegable [...] Estrictamente hablando, no son tantas las alternativas como métodos a utilizarse en combinación. Mi programa combina alguna extensión del sector público de la industria (socialización de determinadas industrias) y alguna redistribución de ingresos para aumentar de forma constante el gasto privado, como su principal método de demanda social. Las proporciones en que deben combinarse los dos últimos, redistribución de ingresos y demanda social, pueden diferir de un país a otro”67.

Con la desjerarquización de la propiedad privada como esencial y su valoración del Estado dentro de la economía, Beveridge mostró una irreconciliable distancia con la Escuela Austriaca, la exaltación de la libertad individual68 y el posterior neoliberalismo. Para él, no era posible la catalaxia de Hayek69. Dejar a la sociedad sometida a una ausencia de orden económico lo consideraba una equivocación, en cuanto se dejaría fuera de la “felicidad” a cientos de personas condenadas por el desempleo y por las otras amenazas de la economía. La sociedad libre (Free Society) era definida por Beveridge como “una en donde determinados derechos esenciales se conservan: como los derechos personales —de culto, discurso, escritura, estudio y enseñanza, de elección de ocupación, de gastos de ingresos— y el derecho de asociación, política e industrial, que es necesaria para impedir el establecimiento de la tiranía”70. El Estado no puede destruir las libertades, sino que mediante su intervención se reducen los conflictos generados por los problemas económicos. Al establecer un conjunto de controles del Estado sobre la economía, e incluso sobre la propiedad, Beveridge eran consciente de que recibiría críticas desde los sectores socialistas, que verían en la política de ocupación plena y Seguridad Social un “paliativo que obstaculizará el camino de las

67 William Beveridge, “Life, Liberty”, 58. Traducción del autor. 68 Friedrich Hayek, “Freedom, Reason, and Tradition”, Ethics 68: 4 (1958): 229-245. 69 Friedrich Hayek, “Los principios de un orden social liberal”, Estudios Públicos 6 (1982): 183-185. 70 William Beveridge, “Life, Liberty”, 57. Traducción del autor.

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reformas ulteriores, como las del socialismo y el comunismo”71. Para este pensador, estas críticas debían asumir que la política de ocupación plena y, por ende, el objetivo de sostener un sistema de seguridad social constituía una preocupación para cualquier tipo de sistema económico: “Es una política enderezada contra un mal particular; e incluye las medidas que deben tomarse bajo cualquier sistema económico que conserve las libertades esenciales a fin de poner remedio a ese mal. La tesis de la socialización de los medios de producción debe fundarse en otras consideraciones, como la eficacia de la producción o la de la justicia social. La política de ocupación plena consiste, en lo esencial, en que el Estado acepte la responsabilidad de ver que, mientras haya necesidades humanas insatisfechas, éstas se conviertan en demanda efectiva. Esto permite que se examine por sus propios méritos el problema de si la producción que satisfaga a esa demanda efectiva debe emprenderse en un régimen de iniciativa privada que obra por el incentivo del lucro o en un sistema de iniciativa social que trabaja directamente para el uso, o mediante una combinación de ambos”72.

Lo anterior no significa que Beveridge optara por el socialismo militante y el modelo soviético; por el contrario, se oponía a aquél, por cuanto las reformas y transformaciones sociales debían nacer de las élites burocráticas, y no de la “lucha de clases”73. Así, aun con su énfasis en la acción del Estado en la economía, se mantenía dentro de los parámetros del liberalismo británico desarrollado dentro de las primeras décadas del siglo xx, que buscaba regular los conflictos sociales generados por el capitalismo. En el plano global, la política económica debía perseguir la mejora de las condiciones de vida de la población, asegurando la demanda de empleo, aun a condición de cuestionar como derecho esencial la propiedad privada sobre los medios de producción. La política económica estatal debía tener en cuenta el desarrollo de un tipo de capitalismo de Estado, donde se consideraba la propiedad estatal de sectores industriales y el control sobre la localización de la industria, en convivencia con la propiedad y la inversión privadas. Parte de su programa inmediato discurría, en términos del propio Beveridge, sobre la abolición de la pobreza mediante la seguridad social y la compensación por el número de hijos; el gasto colectivo para garantizar la disponibilidad de buenas habitaciones, buenos alimentos, combustibles y otros artículos necesarios, a precios estables para todos; el fomento y regulación de la inversión privada mediante la Junta Nacional de Inversores, para vigorizar y ampliar el equipo mecánico del país; la expansión del sector público de la industria, a fin de incrementar

71 William Beveridge, La ocupación plena, 322. 72 William Beveridge, La ocupación plena, 322-323. 73 Jose Harris, William Beveridge, 443.

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el alcance de la estabilización directa de la inversión para someter los monopolios al control público; la vigilancia de la localización de la industria con plenos poderes, incluido el transporte, y de acuerdo con un plan nacional; y la movilidad organizada de la mano de obra, para evitar los movimientos inútiles y la búsqueda de trabajo en forma desorganizada74. Las propuestas de Beveridge coinciden con el desarrollo de una serie de modificaciones dentro del liberalismo británico, que desde inicios del siglo xx dedicaron una especial atención a la necesidad de resolver los fuertes problemas de desigualdad económica como forma de impedir y/o contener las fuerzas y movimientos críticos al sistema capitalista, postulando una vía intermedia entre capitalismo de libre mercado y socialismo75. Para esta perspectiva, el Estado tenía un rol primordial como agente de contención, vía la regulación de los problemas sociales de naturaleza económica. Se podría estar de acuerdo con Tony Judt en la caracterización de un Estado profiláctico tanto contra la amenaza de los problemas sociales, y su rol en la polarización de la política europea, como contra la influencia socialista76. Tampoco se debe descuidar que la reforma social dentro de los regímenes capitalistas puede entenderse como una “respuesta a las necesidades del capitalismo avanzado y particularmente al hecho de que el sector privado es incapaz, por su cuenta, de asegurar todas las condiciones de producción deseables, incluyendo las siguientes: una fuerza de trabajo ideológicamente pacífica, que pueda realizar su tarea sin tener que pagarse asistencia sanitaria y futuras pensiones; una estructura educacional eficiente; la provisión de suministros esenciales, como el gas y de transporte, a un coste razonablemente bajo”77.

Conclusión Al iniciar este artículo se señaló que dos ejes actuaron como alicientes para su desarrollo. Uno de ellos era el interés por ahondar en los elementos centrales del pensamiento de Beveridge, estudiando principalmente la concepción que el británico poseía en torno al rol del Estado en la sociedad y la economía. En esta relación, por cierto compleja, el análisis se centró en la propuesta de construir un sistema de Seguridad Social sustentado en una política económica que, por un lado, sería capaz de generar niveles altos de empleo, y, por otro, ponía en cuestión la validez histórica de la propiedad privada sobre los medios de producción (en la tradición británica). Detrás de esta solución empírica es

74 William Beveridge, La ocupación plena, 348-349. 75 Franz-Xaver Kaufmann, Varianten des Wohlfahrtsstaats (Fráncfort del Meno: Suhrkamp, 2003), 54-56. 76 Tony Judt, Sobre el olvidado, 22. 77 Donald Sasson, Cien años de socialismo (Barcelona: Edhasa, 2001), 168.

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posible develar el trasfondo que le otorga sustento —y que podría explicar en parte la gran influencia que tuvo en la política británica del siglo pasado— a esta propuesta: para Beveridge, el Estado debe, por obligación, convertirse en el garante del bienestar de la sociedad mediante la regulación de los diversos ámbitos de la economía. De esta forma, las tareas del Estado y el funcionamiento del mundo económico deben compenetrarse de tal modo que procuren el efectivo bienestar social, entendido como la garantía de que los hombres y mujeres no sólo gocen de ciertos derechos políticos, sino también de derechos sociales indispensables. En un primer nivel, esto supone como característica básica el sustento material suficiente de los individuos (abolición de la necesidad) a través de la posibilidad de contribuir de manera útil desde el mundo laboral (pleno empleo). Sin embargo, la asignación de un importante rol al Estado debe comprenderse a partir de una concepción más amplia sobre el funcionamiento de la política, pues para el pensador británico las tareas desempeñadas por el Estado deben desarrollarse dentro de la organización democrática. En este sentido, el vivir en una sociedad libre, democrática y justa —tal como se aspiraba a que se desarrollara en Gran Bretaña— implicaba gozar de una protección social satisfactoria que se construía de manera colectiva por todos los individuos a través de su contribución a la economía (desde su trabajo) y a la política (como ciudadanos). De este modo, la participación ciudadana en el marco de la democracia resulta una arista fundamental para la mantención de los derechos y libertades esenciales. Más allá de las particularidades específicas, y a partir del diagnóstico de la sociedad británica (fuertemente impactada por la experiencia de las dos guerras mundiales), se puede decir que su propuesta se vincula a una mirada crítica sobre la capacidad del capitalismo para la reducción de las tensiones y desigualdades sociales. Como ya hemos señalado, esto no significaba que aceptara el socialismo, sino que, de acuerdo con sus planteamientos, es posible situarlo en la tradición del Nuevo Liberalismo Británico de inicios del siglo xx, que buscaba salvar al capitalismo de sus elementos disruptivos. La segunda motivación que llevó a desarrollar esta investigación se relaciona con la reflexión y valoración que se pueden obtener de la obra de este autor, a setenta años de la publicación del Beveridge Report. El pensamiento de Beveridge —independientemente del juicio que puedan suscitar sus proposiciones— representa parte de una importante experiencia histórica que intentó construir un proyecto o alternativa que daba respuesta a problemas sociales que parecen aún no estar del todo resueltos en el siglo xxi. La necesidad de generar respuestas ante las crisis económicas, políticas y sociales obliga a los estudiosos a valerse de la experiencia histórica previa que ha puesto a las sociedades ante escenarios tan complejos como los que se viven en la actualidad. Sobre todo cuando, a pesar de los matices y particularidades de cada contexto histórico, es posible observar que muchas de las dificultades que hoy aquejan a las distintas sociedades —por lo menos a las democracias liberales occidentales— poseen una larga trayectoria en el ámbito de la discusión política e intelectual del siglo xx.

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Claudio Llanos Reyes

En este sentido, es posible sostener como necesaria la consideración de ciertos elementos del pensamiento de Beveridge —que se han rescatado a través de este artículo—, pues otorgan ciertas luces en la comprensión y construcción de una relación más armónica entre el ámbito político-social y la economía. De igual forma, el interés por su obra y el significado histórico para el pensamiento económico y político pueden comprenderse desde el énfasis puesto por el autor en torno a la discusión sobre la responsabilidad social y económica del Estado. Esto resulta interesante, por cuanto supone la consideración de la economía como una dimensión más del quehacer histórico-cultural de las sociedades, y por tanto, ésta se ve determinada no sólo por su relación con los otros ámbitos de la vida y la cultura, sino también por la acción misma que los hombres decidan ejercer sobre ella.

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Reseñas Pérez Morales, Edgardo. La obra de Dios y el trabajo del hombre. Percepción y transformación de la naturaleza en el virreinato del Nuevo Reino de Granada. Medellín: Universidad Nacional de Colombia, 2009, 231 pp. doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit51.2013.11

Bibiana Andrea Preciado Zapata

Docente investigadora de la Facultad de Derecho de la Universidad Cooperativa de Colombia. Magíster en Geografía de la Universidad de los Andes (Colombia) e historiadora de la Universidad de Antioquia (Colombia). bibi743@yahoo.com

El libro del historiador Edgardo Pérez Morales hace parte de la Colección Bicentenario de Antioquia. Nace de un conjunto de artículos que el autor publicó entre 2004-2008, y sobre los cuales efectuó las modificaciones que estimó más convenientes para que el contenido tuviese unidad (p. 30). En este texto se propone profundizar en el estudio de la relación sociedad-naturaleza durante el período colonial, nuevo esfuerzo para un asunto que le ha ocupado antes, como lo prueba su tesis de maestría, titulada “Naturaleza, paisaje y sociedad en la experiencia viajera. Misioneros y naturalistas en América Andina durante el siglo xviii”1. La obra se inscribe dentro de la historia ambiental y cultural. En la lectura, además, se percibe que la geografía histórica, particularmente de la escuela norteamericana, sirve de puente entre estos dos campos. Con esa tríada —geografía histórica, historia ambiental y cultural—, Pérez Morales analiza las diversas percepciones sobre la naturaleza que coexistieron en el Nuevo Reino de Granada durante el siglo xviii, enfatizando en la herencia del pensamiento judeocristiano y la inf luencia del pensamiento ilustrado en las formas de percibir y transformar el entorno natural; así, la expresión “la obra de Dios” pone el acento en los rasgos sobrenaturales, benignos o malignos, con

1 Edgardo Pérez Morales, “Naturaleza, paisaje y sociedad en la experiencia viajera. Misioneros y naturalistas en América Andina durante el siglo xviii” (Tesis de Maestría en Estudios de la Cultura, Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador, 2006).

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que el común de la gente entendía su relación con la naturaleza, o lo que denomina el autor la sensibilidad vernácula. Mientras que la expresión “el trabajo del hombre” sintetiza la sensibilidad científica e ilustrada, que, sin negar la naturaleza como creación divina, la percibía como objeto de indagación científica y medio para alcanzar la prosperidad y la felicidad terrenal mediante el trabajo2. Lo que lleva al autor a expresar que “los ilustrados se propusieron ante todo generar valoraciones y pautas técnicas productivas que permitieran explotar la obra de Dios en función de su utilidad para la sociedad” (p. 64). Lejos de mostrar este pensamiento como hegemónico, advierte que la difusión de las ideas ilustradas en este virreinato fue limitada, y, en consecuencia, también la aplicación de la ciencia y la técnica modernas en la transformación de la naturaleza durante el período final de la Colonia (p. 24). El libro constituye un aporte valioso al campo de la historia ambiental de Colombia y, especialmente, de la región antioqueña. En el ámbito nacional se destaca por centrar su problema de investigación en el período colonial, aspecto inusual por cuanto la historiografía ambiental tiende a concentrarse en el estudio de los siglos xix y xx3. En La obra de Dios y el trabajo del hombre se expone que las ideas y percepciones que impulsaron la transformación de la naturaleza después de la Independencia, en parte, tuvieron sus raíces en el pensamiento ilustrado que circuló en el Nuevo Reino de Granada en el siglo xviii a través de los naturalistas criollos y extranjeros, al igual que con los reformistas españoles. También debe resaltarse el ejercicio comparativo que propone este autor, que en el ámbito nacional de los estudios históricos profesionales encuentra pocos ejemplos, pues ha sido más la costumbre encarar tal tarea mediante obras colectivas. Loable igualmente su esfuerzo por establecer un diálogo entre los casos de la Provincia de Antioquia, espacio central de sus indagaciones, y otros como Popayán, Guayaquil, Chocó, la Audiencia de Quito, y Santafé y Tunja, en el altiplano central del Virreinato.

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La sensibilidad vernácula, la sensibilidad científica e ilustrada y la sensibilidad de las comunidades indígenas son los conceptos que el autor emplea, con la intención de articular los cinco capítulos de su libro. Sin embargo, la última clase de sensibilidad se aborda muy brevemente, y sólo en el primer capítulo.

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Para citar algunos ejemplos: Germán Palacio Castañeda, ed., Naturaleza en disputa: ensayos de historia ambiental de Colombia 1850-1995 (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia/icanh, 2001); Claudia María Leal León, “Un puerto en la selva. Naturaleza y raza en la creación de la ciudad de Tumaco, 1860-1940”, Historia Crítica 30 (2005): 39-65; Germán Palacio Castañeda, Fiebre de tierra caliente: una historia ambiental de Colombia 1850-1930 (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2006); Jair Preciado Beltrán, Historia ambiental de Bogotá, siglo xx: elementos históricos para la formulación del medio ambiente urbano (Bogotá: Universidad Distrital Francisco José de Caldas, 2005); Shawn Van Asdual, “Potreros, ganancia y poder: una historia ambiental de la ganadería en Colombia 1850-1950”, Historia Crítica 30 (2005): 26-49; Laura Cristina Felacio,“La Empresa Municipal del Acueducto de Bogotá: creación, logros y limitaciones, 1911-1924”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 8: 1 (2011): 109-140.

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Es necesario reiterar el valor y novedad de este libro para la historiografía antioqueña. En este campo, los estudios históricos donde la naturaleza tiene un lugar protagónico son en buena medida escasos y dispersos; además, suelen privilegiar el estudio de problemáticas locales, con frecuencia circunscritas a espacios urbanos4. En cambio, en esta obra predomina la aproximación a procesos regionales. Su fortaleza reside justamente en la reinterpretación del proceso de colonización antioqueña, centrada en las concepciones del entorno natural y su estrecha relación con los valores culturales y los intereses económicos tanto de los funcionarios reales como de los pobladores. En la estructura argumentativa se evidencian el dominio del contexto histórico y las condiciones sociales, económicas y políticas que originaron dicho proceso, al igual que la riqueza de fuentes documentales y gráficas que emplea para analizarlo. De la lectura del libro también resultan aspectos cuestionables o que se pueden fortalecer. Primero, Pérez Morales asegura que en Colombia los estudios de historia ambiental “siguen brillando por su ausencia en las revistas y anuarios, las librerías y los cursos universitarios de historia” (p. 29). La afirmación nace tal vez del poco conocimiento que el autor tiene de esfuerzos realizados desde otros escenarios o lugares académicos del país. Por ejemplo, en el grupo de Historia, Ambiente y Política, profesores como Claudia Leal, Stefania Gallini, Astrid Ulloa y Germán Palacio han puesto su empeño en proponer reflexiones conceptuales y metodológicas sobre el campo, en mostrar la necesidad de aproximarse empíricamente a diferentes temáticas sobre la relación sociedad-naturaleza y en liderar el diálogo con otros colegas del continente en escenarios como la Sociedad Latinoamericana y Caribeña de Historia Ambiental (solcha). Segundo, salvo el caso de la colonización antioqueña, predomina en el libro la mirada panorámica en el análisis de fuentes, y, por tanto, en ciertas ocasiones se incurre en generalizaciones peligrosas al partir de casos puntuales, al igual que se descuidan los contextos en que éstos se enmarcan. Un ejemplo puede verse en el capítulo i, cuando se alude al agotamiento de los recursos forestales por la preeminencia del proyecto civilizador

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Jaime Andrés Peralta Agudelo, Los paisajes que han tejido nuestra historia: evolución histórica del entorno ambiental y social de El Poblado (Medellín: Fondo Editorial eafit, 2001); Orián Jiménez Meneses, La Mojana: medio ambiente y vida material en perspectiva histórica (Medellín: Universidad de Antioquia, 2007); César Galeano, “Agua y sociedad: el recurso hídrico en el proceso de modernización bellanita, 1883-1940” (Tesis de Pregrado en Historia, Universidad de Antioquia, 2007); Bibiana Preciado, “Fecundidad y progreso en disputa: agua y modernización en la quebrada La Ayurá” (Tesis de Pregrado en Historia, Universidad de Antioquia, 2007); Carlos Serna Quintana, “¿Naturales o naturalizados? Una aproximación histórica a los desastres asociados a inundaciones y deslizamientos en Medellín” (Tesis de Pregrado en Historia, Universidad de Antioquia, 2007).

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colonial en las ciudades de Guayaquil y Santafé (pp. 43-47). En ambos casos, el análisis se enriquecería si se relacionaran la importancia y las características económicas o políticas de cada una en el virreinato con esta problemática ambiental. Tercero, las evidencias empíricas aún no son suficientes para explorar al máximo las posibilidades interpretativas que ofrece el andamiaje conceptual del libro, con conceptos tales como lugares de memoria, paisaje, hábitat y hábitos. Asimismo, la balanza se inclina más sobre los aspectos simbólicos e ideológicos de la relación sociedad-naturaleza, mientras que las condiciones materiales y las transformaciones físicas de esta última se van a las sombras. Finalmente, en la obra prevalece una narrativa que presenta todavía una naturaleza pasiva, objeto de la acción de los humanos: de conocimiento, percepción, apropiación y transformación, pero ¿cómo incidieron sus dinámicas propias en las interacciones con los hombres y las mujeres que vivieron en el virreinato del Nuevo Reino de Granada en el siglo xviii? En conclusión, Pérez Morales presenta “el bosquejo de una gran obra” que enriquece el horizonte interpretativo de la historia ambiental en el país, y que anuncia a todas luces esfuerzos posteriores cuyo juicio y persistencia darán buenos frutos. El lector tendrá la oportunidad de encontrar un sinnúmero de temáticas y preguntas que ampliarán su visión y comprensión de los problemas ambientales. En tal sentido, más que en dar respuestas definitivas, el mérito de esta obra reside en señalar múltiples caminos.

Herrera Buitrago, María Mercedes. Emergencia del arte conceptual en Colombia (1968-1982). Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2011, 201 pp. doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit51.2013.12

Carlos Rojas Cocoma

Historiador de la Pontificia Universidad Javeriana (Colombia). Realizador de Cine y tv, por la Universidad Nacional de Colombia. Magíster en Historia de la Universidad de los Andes (Colombia) y candidato a Doctor en Historia por la misma universidad. Miembro del grupo de investigación Prácticas y representaciones culturales (Categoría A1 en Colciencias). rojascocoma@yahoo.com

En la actualidad, el interés por la historia del arte moderno en Colombia se encuentra en un ascenso necesario y bastante llamativo. Si bien es cierto que la academia colombiana sólo en las últimas décadas ha presentado programas académicos dedicados a la historia del arte, la tradición de críticos e historiadores que contribuyeron con sus esfuerzos a una fundamental historiografía del arte en el país, como Eugenio

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Barney, Álvaro Medina, Germán Rubiano o Eduardo Serrano1, está siendo renovada por un conjunto de historiadores de profesión que, con amplio rigor documental, están definiendo la base de una nueva historiografía del arte en Colombia. Hay sin embargo, varias reticencias cuando se trata de divulgar la historiografía artística en el país. Si bien la investigación sobre arte es numerosa, debe enfrentarse en las librerías con los tradicionales libros sobre arte que, ampliamente ilustrados pero en muchas ocasiones con poca profundidad en sus escritos, son vendidos con la finalidad de un obsequio o en algunos casos como ornamentación de la mesa central de una sala. Por otra parte, no son muchas las investigaciones que se publican con relación a las que se producen, y es por ello que innovadores trabajos que produce la academia al nivel de pregrado y de maestría, cuando no de doctorado, tienen que ser consultados en un documento digital o en una copia impresa en los anaqueles de las bibliotecas donde fue producido. Por último, las tesis de grado que logran ser impresas muchas veces tienen tan poca difusión que sólo se puede encontrar el texto en las librerías de las propias universidades que lo producen. Es en este contexto donde se puede ubicar el texto de la historiadora María Mercedes Herrera, como un aporte y una renovación fundamentales a la historia del arte moderno en Colombia. Este trabajo, su tesis de maestría en Historia, se trata de una importante investigación que, además de atreverse a una propuesta propia de interpretación, actualiza y documenta tantos aspectos de la vida artística nacional que seguramente en pocos años se convertirá en referencia obligada para todo aquel que desee investigar problemas culturales de aquellas décadas en el país. Aunque el texto está organizado cronológicamente, desde su título abre una controversia al partir de una paradoja curiosa relacionada con la historia del arte: la definición “conceptual” es de por sí ambigua y general, y no tiene unas líneas concretas, ni en el nivel técnico, ni temático, ni como propuesta, que enmarquen una definición precisa (pp. 15-18). Partiendo de esa contradicción, la autora se atreve a entender la dinámica que tuvo una comunidad de artistas, críticos y curadores alrededor de incluir o excluir obras en torno a dicha definición. Así, desde una primera etapa donde los artistas llegaban al arte conceptual casi sin saberlo, a una última etapa donde los lineamientos de una exposición podían llegar a ser justamente el conceptualismo, se establece una línea en el tiempo en la que la transgresión, los movimientos sociales, la incursión de tendencias extranjeras,

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Sylvia Suárez e Ivone Pini, eds., Eugenio Barney Cabrera y el arte colombiano del siglo xx (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2011); Álvaro Medina, Procesos del arte en Colombia (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1978); Germán Rubiano Caballero, Escultura colombiana del siglo xx (Bogotá: Fondo Cultural Cafetero, 1983); y Eduardo Serrano, Un lustro visual: ensayos sobre arte contemporáneo colombiano (Bogotá: Tercer Mundo, 1976).

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pero también la búsqueda de una identidad artística, agitaron de manera radical el campo artístico nacional. Pero no se trata sólo de la historia de un movimiento artístico. Es además la exposición de una comunidad cultural que involucró en primera medida a los artistas, a quienes escribían sobre ellos, quienes los hicieron públicos, y los medios en los que se transmitían, así como la agitación política de ese momento. Se puede estar o no de acuerdo con la autora en la connotación militante de muchos de estos artistas, pero su precisión a la hora de establecer los problemas de la Nación con la producción plástica de la obra les hace justicia a los artistas de aquel período. Por eso llama la atención que en el caso de Antonio Caro, artista que siempre se ha declarado ajeno a cualquier sofismo o causa política, la autora respeta y distancia su obra de los problemas sociales del país. El caso opuesto se presenta en artistas como Beatriz González, quien tanto en su obra como en las entrevistas hace una amplia referencia al Gobierno y se apropia del arte como denuncia social. Por lo tanto, la historiadora Herrera, además de proponer un problema de la historia del arte consistente en definir un movimiento artístico, involucra varios campos sociales como la política, los movimientos estudiantiles, la lucha social, la homosexualidad, y tantos debates que concatenaron en las obras o que a veces fueron estas mismas las que los propiciaron. El texto, posiblemente su virtud, o contradicción, recae sobre el comentario de las obras en su momento de producción, en la entrevista a los artistas y en su registro historiográfico. Claro, el arte conceptual fue una expresión que se valió de la palabra escrita y de la “idea” como reflexión creativa; por ende, tanto la escritura del artista como los comentarios sobre ella pudieron ser incluso parte del proceso creativo. A veces, la obra misma era un escrito, un acta o un reclamo legal. Sin embargo, el registro técnico deja de lado la voz de la autora, quien, aunque abre el panorama artístico, soslaya el carácter crítico que la historia del arte puede ofrecer también al estudio del pasado. No necesariamente se trata de una falencia, pues presentar el panorama de un contexto tan amplio es ya un gran logro. Aunque sí es una sugerencia para los futuros investigadores de este proceso dar un matiz crítico a la lectura de las obras, puesto que de otra manera se tienden a apaciguar, bajo la sombra del contexto histórico, las tensiones de la mirada y la interpretación, que son herramientas básicas de la comprensión artística e histórica. Por último, es necesario resaltar de este libro el riguroso trabajo de archivo impreso, que permitió exaltar elementos propios del arte conceptual, como lo es el humor, que la autora documenta gratamente en algunas páginas. Esto permite proponer una fórmula valiosa: no por escribir sobre arte en el panorama de la academia se debe permitir que el tecnicismo y la objetividad le quiten fluidez y narrativa al texto. Quizás éste sea el aspecto pendiente mediante el cual las investigaciones sobre arte podrían comenzar a colonizar los anaqueles de la Historia de Colombia de las librerías, atiborradas usualmente de temáticas que aluden a la violencia del país, como si se tratara de una de las obras conceptuales de las que menciona la autora en su ensayo.

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Moreno Egas, Jorge. Del púlpito al Congreso. El clero en la revolución quiteña. Quito: Instituto Metropolitano de Patrimonio de Quito, 2012, 250 pp. doi: dx.doi.org/10.7440/histcrit51.2013.13

Santiago Cabrera Hanna

Profesor agregado de la Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador). Magíster en Estudios de la Cultura por la misma universidad y candidato a Doctor en Historia Social por la Universidade de São Paulo (Brasil). Es miembro del grupo de estudio Lab Mundi del Departamento de Historia y Geografía de la usp. santiago. cabrera.hanna@gmail.com

El estudio de la Iglesia católica en la Audiencia de Quito —sus actividades, participación durante la crisis de la monarquía española, sus aportes a la cimentación del pensamiento ilustrado o las posturas realistas y patriotas— enfrenta de entrada el problema del acceso a un conjunto de fuentes que, por diversas razones, no siempre están al alcance del investigador. De ello resultan escasos trabajos que enfaticen en la dimensión religiosa del proceso insurgente e independentista en esta Audiencia. Por lo que el reciente libro publicado por el investigador Jorge Moreno Egas merece un especial reconocimiento en el ámbito académico latinoamericano. Del púlpito al Congreso. El clero en la revolución quiteña aporta al estudio de los religiosos que apoyaron los movimientos revolucionarios en la Audiencia de Quito. Un registro de 150 clérigos en un marco temporal que va desde 1760 hasta 1809, y la transcripción de un conjunto de documentos (algunos de los cuales no han sido consultados) pertenecientes al clero o relativos al proceso revolucionario iniciado con la instalación de la Junta de Gobierno en agosto de 1809, hasta el Congreso Constituyente 1812, que expidió la llamada “Constitución Quiteña” y proclamó la independencia de la Audiencia del Consejo de Regencia, constituyen las contribuciones más importante de este libro1. Estos registros denotan el esfuerzo de Moreno por “volver sobre las fuentes”, con el objetivo de resaltar el carácter religioso que también contenían las acciones del movimiento insurgente en ciudades como Quito, a pesar de ser un texto que no dialoga, mayormente, con la bibliografía especializada en este campo de estudio. Este libro, en primera instancia, aborda tanto las revueltas populares y las imbricaciones del pensamiento ilustrado en dichas movilizaciones como el papel de los religiosos, su dinámica

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Las fuentes revisadas por Moreno, y que contribuyen a su ensayo, provienen de la serie Religiosos del Archivo Nacional del Ecuador, Archivo del Convento de San Francisco, Archivo del Convento de La Merced, la Serie Gobierno del Archivo de la Curia Metropolitana de Quito, la Serie Documentos sobre la Revolución de Quito de 1809, del Archivo Metropolitano de Historia, y del Fondo Antiguo del Archivo Histórico del Banco Central del Ecuador: Fondo Jacinto Jijón y Caamaño (actualmente, Archivo Histórico del Ministerio de Cultura).

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interna y motivaciones en relación con la sedición que depuso a las autoridades coloniales en el verano de 1809. Pero además explora el accionar del obispo José de Cuero y Caicedo, originario del sur de la Nueva Granada, durante la crisis monárquica y su rol en las dos Juntas organizadas en este territorio. Esto permite, sin duda, poseer un cuadro más amplio de la participación del clero, con todas las divergencias que ello supone, del que carecía la historiografía ecuatoriana. De igual forma, el trabajo de Moreno recuerda que dichas acciones fueron animadas, e incluso movilizadas, por una clerecía que, como es bien conocido, intervenía activamente en todas las facetas de la sociedad colonial y que, desde el inicio de la crisis monárquica, se manifestó opuesta al anticlericalismo napoleónico entrelazando la defensa de la religión con la acción insurgente. Al mismo tiempo que participaba activamente en las movilizaciones populares animándolas o sancionándolas desde el púlpito, proveyendo a las milicias de donaciones, o realizando convites populares en su faceta de tribunos de la plebe. Si bien algunos de estos aspectos no parecen constituir una novedad en el campo historiográfico, esta investigación tampoco puede ser vista como una reinterpretación del papel de la facción religiosa realista en la coyuntura de la crisis de la monarquía española. Más aún teniendo en cuenta que Del púlpito al Congreso es una aproximación ordenada a las fuentes sobre la participación parcial de este sector, desde donde puede surgir una serie de interrogantes que logren develar el papel de la Iglesia en el proceso de independencia de la Audiencia de Quito, en un contexto de análisis más novedoso, dialógico y renovado de análisis. Este libro tiene nueve capítulos, precedidos de una introducción y una sección conclusiva. Cada apartado parece organizarse a través de temas que, de acuerdo con el autor, componen el repertorio narrativo del rol de los clérigos insurgentes. Se destacan en este relato dos aspectos fundamentales de la actuación religiosa: por un lado, su papel en la difusión de las ideas ilustradas, y, por el otro, la conformación de la Sociedad de Amigos de Quito. El primero de ellos, por ejemplo, es considerado como “un fenómeno que alentó la Independencia a pesar de que las ideas independentistas comenzaron muy temprano en el continente” (p. 34). La propagación de las ideas ilustradas, como ha sido resaltado por varios historiadores, si bien contribuyó a la maceración de las acciones insurgentes, no constituyó el único depósito del ideario en torno a la soberanía y su ejercicio. Los conceptos y enfoques trabajados por Jaime E. Rodríguez, Federica Morelli, Clément Thibaud y María Teresa Calderón2, por ejemplo,

2 Jaime E. Rodríguez, La revolución política en la época de la independencia. El Reino de Quito 1809-1822 (Quito: Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Nacional, 2006); Federica Morelli, Territorio o nación. Reforma y disolución del espacio imperial en Ecuador, 1765-1830 (Madrid: cepc, 2005); María Teresa Calderón y Clément Thibaud, La majestad de los pueblos en la Nueva Granada y Venezuela (1780-1832) (Bogotá: Universidad Externado de Colombia/Taurus, 2010).

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retoman la cuestión de la soberanía en una encrucijada entre la tradición hispánica, las interpretaciones de orden teológico en cuanto a la majestad y el ejercicio de los derechos políticos; al igual que la cuestión territorial y los mecanismos de gestión del poder, entre otros aspectos. No obstante, Del púlpito al Congreso, a pesar de aludir a esta historiografía en algunos apartados, abandona estas discusiones para volver sobre los trabajos, muy conocidos en el medio historiográfico ecuatoriano, de José Gabriel Navarro, Ekkehart Keeding o Roberto Andrade3. Los capítulos que suceden dedican su atención a la conformación de la Sociedad de Amigos del País de Quito, la Escuela de la Concordia y la formulación del “Plan Espejo” (cap. 3). En este último apartado estudia, mediante la transcripción de comunicaciones y cartas, las relaciones entre las Primicias de la Cultura de Quito, para más adelante describir la participación clerical en los sucesos de agosto de 1809 (cap. 4); la reacción realista y la prisión de los curas sediciosos (cap. 5), con especial hincapié en la participación del obispo Cuero y Caicedo, personaje central en la pacificación de los actos violentos del 2 de agosto de 1810; el retorno de Ruiz de Castilla, depuesto de sus funciones un año antes; la aprobación de la Constitución de 1812, así como la postura de defensa de la autonomía de la Audiencia (caps. 6, 7 y 8). Con estos objetivos el autor recurre, como mecanismo de caracterización, a la transcripción de numerosos documentos, que, a pesar de ser concebidos como un soporte fundamental del relato, no son interrogados, analizados ni cuestionados en esta investigación. Por ejemplo, en el capítulo 9, concebido como un resumen de las relaciones entre los clérigos rebeldes y el papel del púlpito en la propagación de las ideas sediciosas, presenta un listado de religiosos insurgentes, cuya descripción procede en su gran mayoría de los trabajos previos de sistematización de Isaac J. Barrera —publicados en el Boletín de la Academia de Historia4—, Alfredo Costales Samaniego, Dolores Costales Peñaherrera, Isaías Toro Ruiz, entre otros. De igual forma, el aspecto narratológico del libro conmemora las fórmulas tradicionales del relato histórico, organizadas a partir de un conjunto de “antecedentes” que cimentan determinada participación social, o sus actitudes ante la crisis. Por lo que cabría preguntarse: ¿por qué no iniciar con el relato de la vida de algunos de los religiosos envueltos en la crisis (descritos al final, sólo de pasada), con el objetivo de “darle rostro” al clero, en lugar de seguir una secuencia narrativa cronológica ceñida a las fórmulas historiográficas más comunes? Una

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José Gabriel Navarro, La Revolución de Quito del 10 de agosto de 1809 (Quito: ipgh, 1962); Ekkehart Keeding, Surge la nación. La Ilustración en la Audiencia de Quito (Quito: Banco Central del Ecuador, 2005); Roberto Andrade, Historia del Ecuador. Primera Parte (Quito: Corporación Editora Nacional, 1982).

4 En Isaac J. Barrera, “Documentos Históricos. Los Hombres de Agosto. Juicios seguidos a los próceres”, publicados en varios números del Boletín de la Academia de Historia 57: xxi (1941): 106-126; 58: xxi (1941): 223264; 59: xxii (1942): 103-118; 60: xxii (1942): 249-264; y 73: xxxi (1949): 93-127.

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entrada microhistórica al tema, en lugar de la que nos ofrece Del púlpito al Congreso, posiblemente enriquecería la visión de la intervención de este sector de la sociedad colonial quiteña, iluminando aspectos y detalles que la narración histórica tradicional —antecedentes, causas, conflictos y desenlaces— no ha conseguido aún. Es importante tener presente también que la tendencia a escribir trabajos historiográficos bajo la divisa de grandes relatos o narrativas que pretenden abarcar todo un conjunto de cosas desemboca en aportes que —si bien interesantes e informados— dejan al lector con la sensación de que “algo falta” (de ausencia), al no proponer nuevas perspectivas de análisis, renovadas posiciones teóricas y otras metodologías para enriquecer el análisis histórico. En efecto, en este libro, por la manera en que han sido empleadas las fuentes históricas —sermones, comunicaciones del clero, relaciones de visitantes y extranjeros, así como documentos de carácter administrativo tanto de la Iglesia como de la Audiencia—, el autor no logra ir más allá de una exposición en la que los documentos sirven para ilustrar, más que para interrogar. Lo que, irremediablemente, lleva a las habituales consideraciones sobre la participación del clero o de otros sectores sociales en la crisis del reino español y las posteriores luchas de independencia. Lo aquí comentado invita a la lectura de este importante trabajo. De acuerdo o no con la forma en que se presenta el clero insurgente, De púlpito al Congreso es, qué duda cabe, una seria investigación en dirección al desentrañamiento de las implicaciones históricas, políticas y sociales de la intervención clerical en los procesos que, luego, desembocaron en la gestación del Ecuador. Queda pendiente —y Jorge Moreno lo anuncia ya— una caracterización análoga de los religiosos que se mantuvieron en el bando realista promoviendo denodadamente aquella causa. Esfuerzo historiográfico que supondrá, también, un balance de parte de los historiadores.

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Notilibros Gamboa Mendoza, Jorge Augusto. El cacicazgo muisca en los años posteriores a la Conquista: del psihipqua al cacique colonial, 1537-1575. Bogotá:

icahn,

isbn:

2013, 712 pp.

978-958-8181-61-5

Vargas, Laura Liliana (estudio preliminar y transcripciones). Del pincel al papel: fuentes para el estudio de la pintura en el Nuevo Reino de Granada (1552-1813). Bogotá:

icahn,

isbn:

2012, 480 pp.

978-958-8181-86-8

Habitualmente vestidos a la más típica usanza castellana, personajes como don Diego de Torre y don Alonso de Silva, residentes de las provincias de Tunja y Santafé del Nuevo Reino de Granada del siglo xvi, no eran propiamente caballeros españoles recién llegados de la metrópoli a los reinos de ultramar: eran mestizos, caciques de Turmequé y de Tibasosa, respectivamente, representativos herederos de un proceso de hispanización que comenzó con la llegada de los primeros conquistadores al altiplano y continuó con la lenta pero irreversible transformación de las culturas aborígenes en todos sus ámbitos, particularmente en sus formas de organización política. A partir de una gran cantidad de información inédita procedente de archivos colombianos y españoles, Jorge Gamboa documenta, recrea y propone una nueva interpretación más acorde con la reflexión histórica contemporánea sobre el proceso que llevó a los originarios psihipquas y tybas a convertirse en caciques y capitanes durante el período comprendido entre 1537 y 1575. A través de esta publicación, que contiene un estudio preliminar de manuscritos datados entre 1552 y 1813, acompañado de las transcripciones de dichos materiales, el lector encontrará información que ratificará, en algunos casos, y descartará, en otros, las afirmaciones y las hipótesis que desde mediados del siglo xix hasta la fecha han venido planteando los estudiosos de la pintura del Nuevo Reino de Granada. Asimismo, la información inédita que se ofrece permitirá explorar nuevas perspectivas para el estudio del arte colonial que se desarrolló en lo que hoy es Colombia. Los documentos aquí transcritos fueron consultados, en Colombia, en el Archivo General de la Nación (Bogotá), el Archivo San Luis Bertrán, de la Orden de Predicadores (Bogotá), el Archivo Parroquial de la Catedral (Bogotá), el Archivo Histórico Regional de Boyacá (Tunja) y el Instituto de Investigaciones Históricas José María Arboleda Llorente (Archivo Central del Cauca, Popayán), y en España, en el Archivo General de Indias (Sevilla), el Archivo General de Simancas y el Archivo Histórico Nacional (Madrid).

Breña, Roberto.

Este libro no es una historia más sobre las independencias hispanoamericanas. Se trata de un ensayo que, con base en algunos protagonistas de estas El imperio de las circunstancias. independencias, pretende poner sobre la mesa una serie de aspectos de la Las independencias historia político-intelectual del ciclo revolucionario hispánico en su conjunhispanoamericanas y la to —es decir, no sólo de los procesos emancipadores americanos, también revolución liberal española. de la revolución liberal española que tuvo lugar entre 1808 y 1814—. Dedicado a un público no especialista, este libro intenta proporcionar una visión México: El Colegio de México/ novedosa, sugerente y compleja sobre el periodo bajo estudio. Para lograrMarcial Pons Historia, 2012, lo, el autor recurre a una vasta bibliografía y, cuando lo cree necesario, hace 254 pp. consideraciones historiográficas para ayudar a los lectores a ubicarse dentro de un debate sobre las revoluciones hispánicas que es cada vez más nutrido isbn: 978-84-92820-75-7 en la academia occidental y que en la actualidad vive sus mejores momentos; por lo mismo, piensa el autor, estamos ante una excelente coyuntura para ir más allá del estrecho mundo académico.

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Forero Benavides, Abelardo. Cuatro coches viajan hacia Bayona. Bogotá: Universidad del Rosario, 2013, 254 pp. isbn:

978-958-738-296-9

Las obras escritas por Abelardo Forero Benavides no necesitan orientación alguna. Con Cuatro Coches viajan hacia Bayona sucede lo mismo. Desde que se comienza su lectura, queda el lector localizado en el tiempo, las circunstancias políticas y los personajes que este episodio, de enorme trascendencia en el futuro de América y en especial de la Nueva Granada, reflejan su condición, que es simultáneamente la de los distintos pueblos envueltos. Este momento histórico lo divide el autor en seis etapas que suceden, de forma rigurosa el plan de la Historia. Cada una refleja un momento fundamental frente a la siguiente o para que este se logre. Hay análisis humano, hay análisis social, hay calificación del proceder político y aun religioso. Hay breves, pero totalmente iluminados, diseños de los personajes. ¿Se podrían encontrar ejemplos actuales? Sin la menor duda corrupción, mediocridad en el liderazgo, falta de profundidad en la concepción del futuro. En general, una mezcla de la época, del escenario y la consolidación de grandes temas que, aun hoy, marcan la dirección del mundo occidental.

Hasta mediados del siglo xx Colombia se caracterizó por ser una sociedad católica y conservadora. Sin embargo, desde las últimas déDel monopolio católico a cadas, viene experimentando una rápida transformación: la Iglesia la explosión pentecostal. católica pierde influencia en todos los campos sociales —cultura, poPluralización religiosa, lítica, educación—, al tiempo que nuevos movimientos religiosos — secularización y cambio social en entre los que se destaca el movimiento pentecostal— le disputan los Colombia. privilegios que mantuvo a lo largo de varios siglos. Esta obra busca comprender las causas de este proceso y sus efectos en los diversos Bogotá: Universidad Nacional campos sociales, particularmente en el político y el cultural. Numerode Colombia, 2013, 502 pp. sas preguntas orientaron la investigación: ¿qué causas impulsaron el proceso de pluralización religiosa y qué factores políticos, económicos, demográficos, culturales están asociados con ese proceso? ¿Cómo isbn: 978-958-761-465-7 se manifiesta la pluralización religiosa en los contextos rurales, urbanos e indígenas? ¿Cuál es la relación entre la pluralización religiosa y la secularización de la sociedad colombiana? Beltrán, William Mauricio.

Abulafia, David. El gran mar. Una historia humana del Mediterráneo. Barcelona: Crítica, 2013, 736 pp. isbn:

978-84-9892-547-0

David Abulafia, profesor de Historia del Mediterráneo en la Universidad de Cambridge, ofrece el que sin duda es el más ambicioso de los libros dedicados hasta hoy al pasado de ese “Gran Mar”, que tiene en el nacimiento y evolución de las civilizaciones humanas un papel mayor y más importante que ningún otro. Sólo alguien de la inmensa erudición de Abulafia podía revivir con tanta fuerza y tanta originalidad estos veinte mil años de relaciones entre comerciantes, piratas y misioneros, de ascensos y caídas de imperios y de culturas, de enfrentamientos religiosos, migraciones y genocidios. Abulafia lleva al lector desde una antigüedad en que habla de los diversos avatares de Troya, de la civilización de Creta o del misterio de los etruscos, hasta los albores del siglo xxi, a través de un recorrido fascinante en el transcurso del cual se conocen las ciudades que sirvieron de escenario a esta historia y, sobre todo, los hombres que la protagonizaron, porque aquí no se habla de política o de guerra, sino fundamentalmente de seres humanos.

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Notilibros

Altamirano, Carlos. Intelectuales. Notas de investigación sobre una tribu inquieta. Buenos Aires: Siglo

isbn:

xxi,

2013, 160 pp.

978-987-629-334-1

Sánchez Ayala, Luis. Migración, diáspora e identidad. La experiencia puertoriqueña. Bogotá: Universidad de los Andes, 2013, 180 pp. isbn:

978-958-695-866-0

Ball, Terence y Richar Bellamy, editores. Historia del pensamiento político en el siglo xx. Madrid: Akal, 2013, 784 pp. isbn:

987-84-460-3001-0

¿De dónde proviene la autoridad que se les reconoce a los intelectuales, y qué clase de autoridad es? ¿Qué significa desempeñar ese papel en el espacio social? Lejos de estipular un deber ser que indique cuál es la función que les corresponde, Carlos Altamirano propone un análisis comprensivo de la figura de los intelectuales en el contexto mudable de la historia. Con afán de ser claro y evitar posturas exaltadas, sigue un recorrido que va desde el mito de origen de los hombres de ideas —la intervención del escritor francés Émile Zola en lo que se conoce como el affaire Dreyfus—, hasta las últimas décadas, cuando la irrupción de los medios masivos y la presunción del fin de la historia llevaron a pensar que eran una especie en extinción. En el medio, las ideas de Marx, Gramsci, Said, Mannhein, Bourdieu, Bauman, entre otros, son analizadas atendiendo a sus concepciones sobre el vínculo de los intelectuales con las clases dominadas o su pertenencia a las clases dominantes, su mayor o menor capacidad para impugnar el poder político, la importancia de su compromiso o su prescindibilidad. La movilidad humana afecta todos los aspectos de la existencia social. Tales procesos de movilidad afectan el resto de la vida de los migrantes y sus subsecuentes generaciones. En ese contexto, este trabajo examina detenidamente cómo las condiciones migratorias diaspóricas y transnacionales se vinculan a los discursos identitarios. Esto, a la vez que se demuestra cómo todas las condiciones anteriormente mencionadas son conceptos y procesos fundamentalmente espaciales. No solamente al ser producidos y reproducidos mediante prácticas y dinámicas espaciales, sino también al ser sensibles a estas. Tales dinámicas de la movilidad humana son exploradas y examinadas por medio de la experiencia puertorriqueña y sus patrones migratorios, específicamente mediante el caso reciente de la aún en formación comunidad puertorriqueña en la zona metropolitana de Orlando, Florida, en los Estados Unidos de América. El hecho de que la diáspora puertorriqueña en Orlando esté siendo formada tanto por puertorriqueños nacidos en Puerto Rico como por puertorriqueños nacidos en los Estados Unidos, hace esencial el considerar asuntos relacionados con migración, diásporas, transnacionalismo y el concepto de híbrido. Esta obra de referencia fundamental proporciona una vasta e inteligente panorámica del pensamiento político y las ideas que modelaron el convulso siglo xx. Elaborado por un equipo internacional de prestigiosos autores, el presente volumen aborda la aparición de un incipiente Estado de bienestar, así como las reacciones ante el mismo: las críticas planteadas por el fascismo y el comunismo, y las alternativas ensayadas a la democracia liberal; las formas novedosas de organización política, resultado del ascenso de un electorado de masas, y los nuevos movimientos sociales; las diversas tradiciones intelectuales —del positivismo al posmodernismo— que han conformado el estudio de la política; la interacción entre las tradiciones occidentales y no-occidentales del pensamiento político, y el reto que representa para el Estado la globalización. Riguroso a la par que ameno, este manual de obligada consulta para estudiantes y profesores es, asimismo, una grata lectura para todo aquel que quiera profundizar en las ideas que han configurado nuestra época.

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Índices cronológico/alfabético de autores/temático Índice cronológico No. 49: enero-abril de 2013 Tema abierto Saldarriaga Escobar, Gregorio. La loma de los empalados y la tierra de nadie: frontera y guerra en la Provincia de Antioquia, 1540-1550, 11-33. Conde Calderón, Jorge. La administración de justicia en las sociedades rurales del Nuevo Reino de Granada, 1739-1803, 35-54. Whipple, Pablo. Carencias materiales, respetabilidad y prácticas judiciales en Perú durante los inicios de la República, 55-79. Rodríguez, María Laura, Adrián Carbonetti y Maria Marta Andreatta. Prácticas empíricas y medicina académica en Argentina. Aproximaciones para un análisis cuanticualitativo del Primer Censo Nacional (1869), 81-108. Vega y Ortega, Rodrigo. Recreación e instrucción botánicas en las revistas de la ciudad de México, 18351855, 109-133. Betancourt Mendieta, Alexander. La perspectiva continental: entre la unidad nacional y la unidad de América Latina, 135-157. Montero Díaz, Julio y María Antonia Paz Rebollo. Historia audiovisual para una sociedad audiovisual, 159-183. Espacio estudiantil Sará Marrugo, Jorge Armando. Del 11 de Noviembre al 1º de Mayo: historia, identidad y memoria en la construcción de un espacio social popular. Cartagena (Colombia), 1917-1930, 185-203. Traducción Scott, Rebecca J. Derechos públicos y comercio privado: un itinerario criollo en el Atlántico del siglo xix, 205-235.

No. 50: mayo-agosto de 2013 Tema abierto Gaune, Rafael. El jesuita como traductor. Organización, circulación y dinámicas de la Compañía de Jesús en Santiago de Chile, 1593-1598, 13-36. Arias Escobar, Felipe. “Con total desprecio de todo lo terreno”. El contexto de producción de la Novena para el Aguinaldo (1784), 37-58. O´Byrne H., Alexander. El desabastecimiento de géneros agrícolas en la Provincia de Cartagena de Indias a fines del período colonial, 59-78.

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Índices cronológico/alfabético de autores/temático

Sevilla, Elisa y Ana Sevilla. Inserción y participación en las redes globales de producción de conocimiento: el caso del Ecuador del siglo xix, 79-103. Gómez García, Salvador y José Cabeza. Oír la radio en España. Aproximación a las audiencias radiofónicas durante el primer franquismo (1939-1959), 104-131. Rueda Laffond, José Carlos. Escritura de la historia en televisión: la representación del Partido Comunista de España (1975-2011), 132-156. Scodeller, Gabriela. (Des)encuentros en las experiencias de formación político-sindical en los años sesenta en Argentina, 157-181. Herrera, Martha Cecilia y José Gabriel Cristancho Altuzarra. En las canteras de Clío y Mnemosine: apuntes historiográficos sobre el Grupo Memoria Histórica, 183-210. Espacio estudiantil Lanfranco González, María Fernanda. La teoría sobre la naturaleza del hombre y la sociedad en el pensamiento de Robert Owen como base del socialismo británico (1813-1816), 213-236.

No. 51: septiembre-diciembre de 2013 Dossier: Nuevas historias agrarias de América Latina Van Ausdal, Shawn. Presentación del dossier “Nuevas historias agrarias de América Latina”, pp. 13-19. Neri Guarneros, Porfirio. Sociedades agrícolas en resistencia. Los pueblos de San Miguel, Santa Cruz y San Pedro, 1878-1883, pp. 21-44. Fandos, Cecilia A. Privatización de la propiedad, riqueza y desigualdad en las “tierras altas” de Jujuy (Argentina), 1870-1910, pp. 45-70. Wilcox, Robert W. Ranching and Market Access in the Backlands: Mato Grosso, Brazil, ca. 1900-1940s., pp. 71-96. Moroni, Marisa. Abigeato, control estatal y relaciones de poder en el Territorio Nacional de La Pampa en las primeras décadas del siglo xx, pp. 97-119. Menendes Motta, Márcia Maria. Classic Works of Brazil’s New Rural History: Feudalism and the Latifundio in the Interpretations of the Left (1940/1964), pp. 121-144. Lázzaro, Silvia B. Acuerdos y confrontaciones: la política agraria peronista en el marco del Pacto Social, pp. 145-168. Espacio estudiantil Ardila Falla, Juan Pablo. Reflexiones sobre el imperialismo norteamericano: la política agraria colombiana y la influencia estadounidense en la década de 1930, pp. 171-195. Tema abierto Correa R., Juan Santiago. Modelos de contratación férrea en Colombia: el Ferrocarril del Cauca en el siglo xix, pp. 197-220. Llanos Reyes, Claudio. Seguridad social, empleo y propiedad privada en William Beveridge, pp. 221-245.

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Índice alfabético de autores Andreatta, Maria Marta (No. 49) Ardila Falla, Juan Pablo (No. 51) Arias Escobar, Felipe (No. 50) Betancourt Mendieta, Alexander (No. 49) Cabeza, José (No. 50) Carbonetti, Adrián (No. 49) Conde Calderón, Jorge (No. 49) Correa R., Juan Santiago (No. 51) Cristancho Altazurra, José Gabriel (No. 50) Fandos, Cecilia A. (No. 51) Gaune, Rafael (No. 50) Gómez García, Salvador (No. 50) Herrera, Marta Cecilia (No. 50) Lanfranco González, María Fernanda (No. 50) Lázzaro, Silvia B. (No. 51) Llanos Reyes, Claudio (No. 51) Menendes Motta, Márcia Maria (No. 51) Montero Díaz, Julio (No. 49) Moroni, Marisa (No. 51) Neri Guarneros, Porfirio (No. 51) O’byrne H., Alexander (No. 50) Paz Rebollo, María Antonia (No. 49) Rodríguez, María Laura (No. 49) Rueda Laffond, José Carlos (No. 50) Saldarriaga Escobar, Gregorio (No. 49) Sará Marrugo, Jorge Armando (No. 49) Scodeller, Gabriela (No. 50) Scott, Rebecca J. (No. 49) Sevilla, Ana (No. 50) Sevilla, Elisa (No. 50) Van Ausdal, Shawn (No. 51) Vega y Ortega, Rodrigo (No. 49) Whipple, Pablo (No. 49) Wilcox, Robert W. (No. 51)

Índice temático Administración de justicia (Conde Calderón, No. 49; Whipple, No. 49; Moroni, No. 51; Neri Guarneros, No. 51) Alcaldes pedáneos (Conde Calderón, No. 49) América Latina (Betancourt Mendieta, No. 49) Argentina (Rodríguez, Carbonetti y Andreatta, No. 49; Scodeller, No. 50; Lázzaro, No. 51) Audiencias radiofónicas (Gómez García y Cabeza, No. 50) Botánica (Vega y Ortega, No. 49) Brasil (Menendes Motta, No. 51)

Burocracia (Whipple, No. 49) Cambio social (Lanfranco González, No. 50) Capitanes a guerra (Conde Calderón, No. 49) Carne (O’byrne, No. 50) Cartagena (Sará Marrugo, No. 49) Catolicismo (Arias Escobar, No. 50) Censo de población (Rodríguez, Carbonetti y Andreatta, No. 49) Cine (Montero y Paz, No. 49) Circulación internacional del conocimiento (Sevilla y Sevilla, No. 50) Clase campesina (Menendes Motta, No. 51) Clase social (Sará Marrugo, No. 49; Ardila Falla, No. 51) Comunidad científica (Sevilla y Sevilla, No. 50) Comunidades indígenas (Neri Guarneros, No. 51) Comunismo (Rueda Laffond, No. 50) Conflicto armado (Herrera y Cristancho, No. 50) Conflicto social (Ardila Falla, No. 51) Conquista (Saldarriaga, No. 49) Contratos (Correa, No. 51) Cultura política (Herrera y Cristancho, No. 50) Curas (Conde Calderón, No. 49) Delincuencia (Moroni, No. 51) Demografía (Rodríguez, Carbonetti y Andreatta, No. 49) Derecho a la propiedad (Neri Guarneros, No. 51) Derechos públicos (Scott, No. 49) Desabastecimiento (O’Byrne, No. 50) Desigualdad (Fandos, No. 51) Diplomacia (Ardila Falla, No. 51) Ecuador (Sevilla y Sevilla, No. 50) Edouard Tinchant (Scott, No. 49) Educación de los trabajadores (Scodeller, No. 50) Entretenimiento (Vega y Ortega, No. 49) Esclavitud (Scott, No. 49) España (Gómez García y Cabeza, No. 50; Rueda Laffond, No. 50) Estado (Whipple, No. 49; Moroni, No. 51) Estructura agraria (Menendes Motta, No. 51) Exclusión social (Sará Marrugo, No. 49) Fiestas cívicas (Sará Marrugo, No. 49) Formación política (Herrera y Cristancho, No. 50) Franquismo (Gómez García y Cabeza, No. 50) Ganadería (Wilcox, No. 51) Guerra (Saldarriaga, No. 49) Historia (Montero y Paz, No. 49; Herrera y Cristancho, No. 50) Historia cultural (Betancourt Mendieta, No. 49; Saldarriaga, No. 49)

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Historia de la ciencia (Sevilla y Sevilla, No. 50) Historiografía (Betancourt Mendieta, No. 49; Rueda Laffond, No. 50; Menendes Motta, No. 51) Influencia de la radio (Gómez García y Cabeza, No. 50) Inversión extranjera (Correa, No. 51) Justicias (Conde Calderón, No. 49) La Pampa (Moroni, No. 51) Lectura (Vega y Ortega, No. 49) Legislación (Ardila Falla, No. 51) Libertad (Scott, No. 49) Mato Grosso (Wilcox, No. 51) Medicina tradicional (Rodríguez, Carbonetti y Andreatta, No. 49) Médicos (Rodríguez, Carbonetti y Andreatta, No. 49) Memoria (Herrera y Cristancho, No. 50) México (Vega y Ortega, No. 49) Misiones (Gaune, No. 50) Modelo centro-periferia (Sevilla y Sevilla, No. 50) Mundo atlántico (Scott, No. 49) Novena para el Aguinaldo (Arias Escobar, No. 50) Orden franciscana (Arias Escobar, No. 50) Pacto Social (Lázzaro, No. 51) Películas históricas (Montero y Paz, No. 49) Perú (Whipple, No. 49) Planta medicinal (Vega y Ortega, No. 49) Pleno empleo (Llanos Reyes, No. 51) Política agraria (Ardila Falla, No. 51; Lázzaro, No. 51) Posguerra (Llanos Reyes, No. 51) Práctica religiosa (Arias Escobar, No. 50) Prensa (Vega y Ortega, No. 49) Primeros jesuitas (Gaune, No. 50) Producción agrícola (O’Byrne, No. 50) Producción de textos (Arias Escobar, No. 50) Profesión jurídica (Whipple, No. 49) Propiedad privada (Fandos, No. 51; Llanos Reyes, No. 51) Provincia de Cartagena (O’Byrne, No. 50)

Provincia de Jujuy (Fandos, No. 51) Radiodifusión (Gómez García y Cabeza, No. 50) Razas de ganado (Wilcox, No. 51) Redes científicas (Sevilla y Sevilla, No. 50) Reforma agraria (Lázzaro, No. 51) Reforma de la tierra (Menendes Motta, No. 51) Relaciones norte-sur (Ardila Falla, No. 51) Representación audiovisual (Rueda Laffond, No. 50) Resistencia (Neri Guarneros, No. 51) Riqueza (Fandos, No. 51) Robert Owen (Lanfranco González, No. 50) Robo de ganado (Moroni, No. 51) Santiago colonial (Gaune, No. 50) Seguridad Social (Llanos Reyes, No. 51) Siglo xix (Rodríguez, Carbonetti y Andreatta, No. 49; Sevilla y Sevilla, No. 50; Fandos, No. 51; Neri Guarneros, No. 51) Siglo xx (Gómez García y Cabeza, No. 50; Scodeller, No. 50; Menendes Motta, No. 51; Moroni, No. 51; Wilcox, No. 51) Sindicato (Scodeller, No. 50) Socialismo británico (Lanfranco González, No. 50) Subjetividad (Herrera y Cristancho, No. 50) Suelos (O’Byrne, No. 50) Televisión (Montero y Paz, No. 49; Rueda Laffond, No. 50) Tenencia de la tierra (Lázzaro, No. 51) Tortura (Saldarriaga, No. 49) Trabajador (Sará Marrugo, No. 49) Traductores (Gaune, No. 50) Transportación (Wilcox, No. 51) Transporte férreo (Correa, No. 51) Valores sociales (Lanfranco González, No. 50) Violencia (Saldarriaga, No. 49) Violencia política (Herrera y Cristancho, No. 50) William Beveridge (Llanos Reyes, No. 51) Zebu (Wilcox, No. 51)

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Acerca de la Revista

Acerca de la revista Historia Crítica es la revista del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia). Cumple con sus lectores desde su creación en 1989. La revista Historia Crítica tiene como objetivo publicar artículos inéditos de autores nacionales y extranjeros, que presenten resultados de investigación histórica o balances historiográficos, así como reflexiones académicas relacionadas con los estudios históricos. La calidad de los artículos se asegura mediante un proceso de evaluación interno y externo, el cual es realizado por pares académicos nacionales e internacionales. La revista cuenta con la siguiente estructura: un director, un editor, dos asistentes editoriales, un comité editorial y un comité científico, que garantizan la calidad y pertinencia de los contenidos de la revista, son evaluados anualmente en función de sus publicaciones en otras revistas nacionales e internacionales. Historia Crítica contribuye al desarrollo de la disciplina histórica en un país que necesita fortalecer el estudio de la Historia y el de todas las Ciencias Sociales para la mejor comprensión de su entorno social, político, económico y cultural. En este sentido, se ha afianzado como un punto de encuentro para la comunidad académica nacional e internacional, logrando el fortalecimiento de la investigación. El público de la revista Historia Crítica está compuesto por estudiantes de pregrado y postgrado y por profesionales nacionales y extranjeros, como insumo para sus estudios y sus investigaciones en Historia y en Ciencias Sociales, así como por personas interesadas en los estudios históricos. Palabras clave: historia, ciencias sociales, investigación, historiografía.

Las secciones de la revista son las siguientes: La Carta a los Lectores o Presentación del Dossier informa sobre el contenido del número y la pertinencia del tema que se está tratando. La sección de Artículos divulga resultados de investigación y balances historiográficos. Esta sección se divide en tres partes: • El Dossier reúne artículos que giran alrededor de una temática específica, convocada previamente por el Comité Editorial. • En Tema abierto se incluyen artículos sobre variados intereses historiográficos, distintos a los que reúne el dossier. • El Espacio estudiantil publica artículos escritos por estudiantes de pregrado o maestría adscritos a diversas universidades. Si el tema del artículo corresponde con el del dossier, se ubica como último artículo del mismo; si no es el caso, se ubica al final del Tema abierto. • Las Reseñas y los Ensayos bibliográficos ponen en perspectiva publicaciones historiográficas recientes. • Los Notilibros y los ofrecen una breve descripción de publicaciones recientes y de páginas Web de interés para el historiador. Adicionalmente, la revista puede evaluar la pertinencia de incluir traducciones de artículos publicados en el extranjero en idiomas distintos a español, inglés o portugués, así como transcripciones de fuentes de archivo con introducción explicativa. Todos los contenidos de la Revista son de libre acceso y se pueden descargar en formato pdf, html y en versión e-book en nuestra página web: http://historiacritica. uniandes.edu.co

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Normas para los autores

Normas para los autores

versión junio de 2013

Tipo de artículos, fechas y modalidad de recepción • Historia Crítica publica artículos inéditos que presenten resultados de investigación histórica, innovaciones teóricas sobre debates en interpretación histórica o balances historiográficos completos. • Se publican textos en español, inglés y portugués, pero se acepta recibir la versión inicial de los textos en otros idiomas (francés e italiano). En caso de ser aprobado, el autor se encargará de entregar la versión definitiva traducida al español, ya que Historia Crítica no ofrece ayuda para este efecto. • Las fechas de recepción de artículos de Tema abierto y para los Dossiers se informan en las respectivas convocatorias. • Los artículos deben ser remitidos por medio del enlace previsto para este efecto en el sitio web de la revista http://historiacritica.uniandes.edu.co o enviados al correo electrónico hcritica@uniandes. edu.co • Los demás textos (reseñas, ensayos bibliográficos, entrevistas, etc.) deben ser enviados al correo electrónico hcritica@uniandes.edu.co • Los artículos enviados a Historia Crítica para ser evaluados no pueden estar simultáneamente en proceso de evaluación en otra publicación. Evaluación de los artículos y proceso editorial A la recepción de un artículo, el Comité Editorial evalúa si cumple con los requisitos básicos exigidos por la revista, así como su pertinencia para figurar en una publicación de carácter histórico. Posteriormente, toda contribución es sometida a la evaluación de dos árbitros anónimos y al concepto del Comité Editorial. El resultado de las evaluaciones será comunicado al autor en un período inferior a seis meses a partir de la recepción del artículo. Las observaciones de los evaluadores, así como las del Comité Editorial, deberán ser tomadas en cuenta por el autor, quien hará los ajustes solicitados. Estas modificaciones y correcciones al manuscrito deberán ser realizadas por el autor en el plazo que le será indicado por el editor de la revista (aprox. 15 días). Luego de recibir el artículo modificado, se le informará

al autor acerca de su aprobación. El Comité Editorial se reserva la última palabra sobre la publicación de los artículos y el número en el cual se publicarán. Esa fecha se cumplirá siempre y cuando el autor haga llegar toda la documentación que le es solicitada en el plazo indicado. La revista se reserva el derecho de hacer correcciones menores de estilo. Durante el proceso de edición, los autores podrán ser consultados por los editores para resolver las inquietudes existentes. Tanto en el proceso de evaluación como en el proceso de edición, el correo electrónico constituye el medio de comunicación privilegiado con los autores. Procedimiento con las reseñas y los ensayos bibliográficos Historia Crítica procede de dos formas para conseguir reseñas. Por un lado, los autores pueden remitir sus reseñas al correo electrónico de la revista. Lo mismo se aplica a los ensayos bibliográficos. Por otro lado, la revista recibe libros a su dirección postal (Cra 1a N° 18 A-10, of G-421, Bogotá, Colombia) previo aviso por correo electrónico, ojala indicando nombres de posibles reseñadores. En este caso, la revista buscará conseguir una reseña del libro remitido. Las reseñas deben ser críticas y versar sobre libros pertinentes para la disciplina histórica que hayan sido publicados en los cinco últimos años. Los ensayos bibliográficos deben discutir críticamente una, dos o más obras. Las reseñas y los ensayos bibliográficos son sometidos a revisión y, de ser aprobados, a eventuales modificaciones. Indicaciones para los autores de textos aceptados para publicación (artículos, reseñas, ensayos bibliográficos y entrevistas) • Los autores recibirán dos ejemplares del número en el que participaron. • Los autores de los textos aceptados autorizan, mediante la firma del ‘Documento de autorización de uso de derechos de propiedad intelectual’, la utilización de los derechos patrimoniales de autor (reproducción, comunicación pública, transformación y distribución) a la Universidad de los Andes Departamento de Historia, para incluir el texto en

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Normas para los autores

la Revista Historia Crítica (versión impresa y versión electrónica). En este mismo documento los autores confirman que el texto es de su autoría y que en el mismo se respetan los derechos de propiedad intelectual de terceros. En caso de que un artículo quisiera incluirse posteriormente en otra publicación, deberán señalarse claramente los datos de la publicación original en Historia Crítica, previa autorización solicitada a la

página. Las reseñas deben constar de máximo tres páginas y los ensayos bibliográficos tendrán entre 8 y 12 páginas.

Presentación general de los artículos Los artículos no deben tener más de once mil palabra (18-22 páginas) con resumen, notas de pie de página y bibliografía, respetando las siguientes especificaciones: • Letra Times New Roman tamaño 12, a espacio sencillo, con márgenes de 3 cm, paginado y en papel tamaño carta. • Las notas irán a pie de página, en letra Times New Roman tamaño 10 y a espacio sencillo. • La bibliografía, los cuadros, gráficas, ilustraciones, fotografías y mapas se cuentan aparte. • En la primera página, debe figurar un resumen en español de máximo 100 palabras. El resumen debe ser analítico (presentar los objetivos del artículo, su contenido y sus resultados). • Luego del resumen, se debe adjuntar un listado de tres a seis palabras clave, que se eligen preferiblemente en el Thesaurus de la Unesco (http:// databases.unesco.org/thessp/) o, en su defecto, en otro thesaurus reconocido cuyo nombre informará a la revista. • El resumen, las palabras clave y el título deben presentarse también en inglés. • El nombre del autor no debe figurar en el artículo. • Los datos del autor deben entregarse en un documento adjunto e incluir nombre, dirección, teléfono, dirección electrónica, títulos académicos, afiliación institucional, cargos actuales, estudios en curso y publicaciones en libros y revistas. • En esta hoja, también es necesario indicar de qué investigaciones resultado el artículo y cómo se financió.

Reglas de edición • Las subdivisiones en el cuerpo del texto (capítulos, subcapítulos, etc.) deben ir numeradas en números arábigos, excepto la introducción y la conclusión que no se numeran. • Los términos en latín y las palabras extranjeras deberán figurar en letra itálica. • La primera vez que se use una abreviatura, esta deberá ir entre paréntesis después de la fórmula completa; las siguientes veces se usará únicamente la abreviatura. • Las citas textuales que sobrepasen cuatro renglones deben colocarse en formato de cita larga, entre comillas, a espacio sencillo, tamaño de letra 11 y márgenes reducidos. • Debe haber un espacio entre cada uno de los párrafos; estos irán sin sangrado. • Los cuadros, gráficas, ilustraciones, fotografías y mapas deben aparecer referenciados y explicados en el texto. Deben estar, así mismo, titulados, numerados secuencialmente y acompañados por sus respectivos pies de imagen y fuente(s). Se ubican enseguida del párrafo donde se anuncian. Las imágenes se entregarán en formato digital (jpg o tiff 300 y 240 dpi). Es responsabilidad del autor conseguir y entregar a la revista el permiso para la publicación de las imágenes que lo requieran. • Las notas de pie de página deberán aparecer en números arábigos. • Al final del artículo deberá ubicarse la bibliografía, escrita en letra Times New Roman tamaño 11, a espacio sencillo y con sangría francesa. Se organizará en fuentes primarias y secundarias, presentando en las primeras las siguientes partes: archivo, publicaciones periódicas, libros. En la bibliografía deben presentarse en orden alfabético las referencias completas de todas las obras utilizadas en el artículo, sin incluir títulos que no estén referenciados en los pies de página.

Presentación general de las reseñas y de los ensayos bibliográficos Las reseñas y los ensayos bibliográficos deben presentarse a espacio sencillo, en letra Times New Roman tamaño 12, con márgenes de 3 cm y en papel tamaño carta. Las obras citadas en el texto deberán ser referenciadas a pie de

Referencias Historia Crítica utiliza una adaptación del Chicago Manual of Style, ensu edición número 15, versión Humanities Style. A continuación se utilizaran dos abreviaturas que permiten ver las diferencias entre la forma de citar en las notas a pie de página (N) y en la bibliografía (B):

dirección de la revista.

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Normas para los autores

Libro: De un solo autor: N Nombre Apellido(s), Título completo (Ciudad: Editorial, año), 45. B Apellido(s), Nombre. Título completo. Ciudad: Editorial, año. Dos autores: N Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s), Título completo (Ciudad: Editorial, año), 45-90. B Apellido(s), Nombre, y Nombre Apellido(s). Título completo. Ciudad: Editorial, año. Cuatro o más autores: N Nombre Apellido(s) et al., Título completo (Ciudad: Editorial, año), 45-90. B Apellido(s), Nombre, Nombre Apellido(s), Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s). Título completo. Ciudad: Editorial, año. Artículo en libro: N Nombre Apellido(s), “Título artículo”, en Título completo, eds. Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s) (Ciudad: Editorial, año), 45-50. B Apellido(s), Nombre. “Título artículo”. En Título completo, editado por Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s). Ciudad: Editorial, año, 45-90. Artículo en revista: N Nombre Apellido(s), “Título artículo”, Título revista Vol: No (año): 45. B Apellido(s), Nombre. “Título artículo”. Título revista Vol: No (año): 45-90. Artículo de prensa: N Nombre Apellido(s), “Título artículo”, Título periódico, Ciudad, día y mes, año, 45. B Título periódico, Ciudad, día y mes, año.

Tesis: N B

Nombre Apellido(s), “Título tesis” (tesis pregrado/Maestría/Doctorado en, Universidad, año), 45-50, 90. Apellido(s), Nombre. “Título tesis”. Tesis pregrado/Maestría/Doctorado en, Universidad, año).

Fuentes de archivo: N Título del documento” (lugar y fecha, si aplica), en Siglas del archivo, Sección, Fondo, vol./leg./t., f. o ff. La primera vez se cita el nombre completo del archivo y la abreviatura entre paréntesis, en seguida ciudad y país. B Nombre completo del archivo (sigla), Ciudad País. Sección(es), Fondo(s). Entrevistas: Entrevista a Apellido(s), Nombre, Ciudad, fecha completa. Publicaciones en internet: N Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s), eds., Título completo (Ciudad: Editorial, año), http:// press-pubsuchicago.edu/founders (fecha de consulta). B Apellido(s), Nombre, y Nombre Apellido(s), eds. Título completo. Ciudad: Editorial, año. http:// press-pubsuchicago.edu/founders. Nota: Luego de la primera citación se procede así: Nombre Apellido, dos o tres palabras del título, 45-90. No se utiliza Ibid., ibidem, cfr. ni op. cit. Consulte las “Normas para los autores” en inglés y portugués en http://historiacritica.uniandes.edu.co

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Políticas éticas

Políticas éticas Publicación y autoría: La revista Historia Crítica hace parte del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes, encargada del soporte financiero de la publicación. Se encuentra ubicada en el Edificio Franco, Of. GB-421. La dirección electrónica de la revista es http://historiacritica.uniandes.edu.co y su correo hcritica@uniandes.edu.co El teléfono de contacto es el 3394949, extensiones 3716 y 5526. Cuenta con la siguiente estructura: un director, un editor, un asistente editorial, un comité editorial y un comité científico que garantizan la calidad y pertinencia de los contenidos de la revista. Los miembros son evaluados anualmente en función de su reconocimiento en el área y de su producción académica, visible en otras revistas nacionales e internacionales. Los artículos presentados a la revista deben ser originales e inéditos y estos no deben estar simultáneamente en proceso de evaluación ni tener compromisos editoriales con ninguna otra publicación. Si el manuscrito es aceptado, los editores esperan que su aparición anteceda a cualquier otra publicación total o parcial del artículo. Si el autor de un artículo quisiera incluirlo posteriormente en otra publicación, la revista donde se publique deberá señalar claramente los datos de la publicación original, previa autorización solicitada al editor de la revista. Así mismo, cuando la revista tiene interés de publicar un artículo que ya ha sido previamente publicado se compromete a pedir la autorización correspondiente a la editorial que realizó la primera publicación. Responsabilidades del Autor: Los autores deben remitir sus artículos a través del siguiente enlace y enviarlo al siguiente correo electrónico: hcritica@uniandes.edu.co en las fechas establecidas por la revista para la recepción de los artículos. La revista tiene normas para los autores de acceso público, que contienen las pautas para la presentación de los artículos y reseñas, así como las reglas de edición. Se puede consultar en: http://historiacritica.uniandes.edu.co/page. php?c=Normas+para+los+autores y en la versión impresa de la revista. Si bien los equipos editoriales aprueban los artículos con base en criterios de calidad, rigurosidad investigativa y teniendo en cuenta la evaluación realizada por pares, los autores son los responsables de las ideas allí expresadas, así como de la idoneidad ética del artículo. Los autores tienen que hacer explícito que el texto es de su autoría y que en el mismo se respetan los derechos de propiedad intelectual de terceros. Si se utiliza material que no sea de propiedad de los autores, es responsabilidad de los mismos asegurarse de tener las autorizaciones para el uso, reproducción y publicación de cuadros, gráficas, mapas, diagramas, fotografías, etc. También aceptan someter sus textos a las evaluaciones de pares externos y se comprometen a tener en cuenta las observaciones de los evaluadores, así como las del Comité Editorial, para la realización de los ajustes solicitados. Estas modificaciones y correcciones al manuscrito deberán ser realizadas por el autor en el plazo que le sea indicado por el editor de la revista. Luego que la revista reciba el artículo modificado, se le informará al autor acerca de su completa aprobación. Cuando los textos sometidos a consideración de la revista no sean aceptados para publicación, el editor enviará una notificación escrita al autor explicándole los motivos por los cuales su texto no será publicado en la revista. Durante el proceso de edición, los autores podrán ser consultados por los editores para resolver las inquietudes existentes. Tanto en el proceso de evaluación como en el proceso de edición, el correo electrónico constituye el medio de comunicación privilegiado con los autores. El Comité editorial se reserva la última palabra sobre la publicación de los artículos y el número en el cual se publicarán. Esa fecha se cumplirá siempre y cuando el autor haga llegar toda la documentación que le es solicitada en el plazo indicado. La revista se reserva el derecho de hacer correcciones menores de estilo.

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Políticas éticas

Los autores de los textos aceptados autorizan, mediante la firma del “Documento de autorización de uso de derechos de propiedad intelectual”, la utilización de los derechos patrimoniales de autor (reproducción, comunicación pública, transformación y distribución) a la Universidad de los Andes, para incluir el texto en la revista (versión impresa y versión electrónica). En este mismo documento los autores confirman que el texto es de su autoría y se respetan los derechos de propiedad intelectual de terceros. Revisión por pares/responsabilidad de los evaluadores: A la recepción de un artículo, el equipo editorial evalúa si cumple con los requisitos básicos exigidos por la revista. El equipo editorial establece el primer filtro, teniendo en cuenta formato, calidad y pertinencia, y después de esta primera revisión, se definen los artículos que iniciarán el proceso de arbitraje. Los textos son, en esta instancia, sometidos a la evaluación de pares académicos anónimos y al concepto del equipo editorial. El resultado será comunicado al autor en un período de hasta seis meses a partir de la recepción del artículo. Cuando el proceso de evaluación exceda este plazo, el editor deberá informar al autor dicha situación. Todos los artículos que pasen el primer filtro de revisión serán sometidos a un proceso de arbitraje a cargo de evaluadores pares, quienes podrán formular sugerencias al autor, señalando referencias significativas que no hayan sido incluidas en el trabajo. Estos lectores son, en su mayoría, externos a la institución y en su elección se busca que no tengan conflictos de interés con las temáticas sobre las que deben conceptuar. Ante cualquier duda se procederá a un remplazo del evaluador. La revista cuenta con un formato que contiene preguntas con criterios cuidadosamente definidos, que el evaluador debe responder sobre el artículo objeto de evaluación. A su vez, tiene la responsabilidad de aceptar, rechazar o aprobar con modificaciones el artículo arbitrado. Durante la evaluación, tanto los nombres de los autores como de los evaluadores serán mantenidos en completo anonimato. Responsabilidades Editoriales: El equipo editorial de la revista, con la participación de los comités editorial y científica, es responsable de definir las políticas editoriales para que la revista cumpla con los estándares que permiten su posicionamiento como una reconocida publicación académica. La revisión continua de estos parámetros asegura que la revista mejore y llene las expectativas de la comunidad académica. Así como se publican Normas editoriales, que la revista espera sean cumplidas en su totalidad, también deberá publicar correcciones, aclaraciones, rectificaciones y dar justificaciones cuando la situación lo amerite. El equipo es responsable, previa evaluación, de la escogencia de los mejores artículos para ser publicados. Esta selección estará siempre basada en la calidad y relevancia del artículo, en su originalidad y contribuciones al conocimiento social. En este mismo sentido, cuando un artículo es rechazado la justificación que se le da al autor deberá orientarse hacia estos aspectos. El editor es responsable del proceso de todos los artículos que se postulan a la revista, y debe desarrollar mecanismos de confidencialidad mientras dura el proceso de evaluación por pares hasta su publicación o rechazo. Cuando la revista recibe quejas de cualquier tipo, el equipo debe responder prontamente de acuerdo a las Normas establecidas por la publicación, y en caso de que el reclamo lo amerite, debe asegurarse de que se lleve a cabo la adecuada investigación tendiente a la resolución del problema. Cuando se reconozca falta de exactitud en un contenido publicado, se consultará al Comité Editorial, y se harán las correcciones y/o aclaraciones en la página Web de la revista. Tan pronto un número de la revista salga publicado el editor tiene la responsabilidad de su difusión y distribución a los colaboradores, evaluadores y a las entidades con las que se hayan establecido acuerdos de intercambio, así como a los repositorios y sistemas de indexación nacionales e internacionales. Igualmente, el editor se ocupará del envío de la revista a los suscriptores activos

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