Revista vector 39 Marzo 2012

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Bitácora

que resultó aprobado fue el de Manuel Tolsá —el autor de la estatua ecuestre de Carlos IV, mejor conocida como “El Caballto” —, quien comenzó la construcción del edificio en 1797. La propuesta de Tolsá era un edificio de dos pisos con un costo estimado en 217,617 pesos. Los tres niveles de la construcción terminada se dividieron de la siguiente manera: la planta baja para viviendas, laboratorios, cocinas y comedor. El entresuelo para viviendas de funcionarios, del personal del Colegio de Minas y dormitorios de los alumnos. Finalmente, el piso principal se destinó a las aulas, la vivienda del director, la capilla y el salón de actos. denanzas para la mejora de la minería. Las Reales Ordenanzas resultantes fueron emitidas en 1783 y determinaban la creación del Tribunal de Minería, cuya labor era resolver los conflictos relacionados con minas, su explotación y sus propietarios. Una vez creado el tribunal se hizo evidente la necesidad de contar con un establecimiento que investigara y difundiera las mejores técnicas de extracción de minerales disponibles en la época, al ser la minería una de las principales actividades económicas de la Nueva España, mientras que ésta era una de las fuentes más importantes de metales preciosos —plata, en particular— de España. Al morir Joaquín Velázquez Cárdenas de León, el rey nombró en 1786 a Fausto de Elhúyar como director general del Real Cuerpo de Minería de México, pero la necesidad de atender problemas apremiantes del Tribunal, lo llevó a dejar de lado la tarea de fundar un seminario. Sin embargo, gracias a la insistencia y al interés del conde de Revillagigedo —nombrado virrey en 1789—, Elhúyar formuló un plan para la fundación de un colegio. El documento elaborado por Elhúyar establecía planes de estudio, la cantidad de alumnos que debían iniciar su formación —no más de veinticinco, de preferencia emparentados con mineros—, el número de empleados a contratar, las actividades a realizar, las horas de estudio y los uniformes, entre otras cuestiones. Después de constantes deliberaciones, se decidió que el Seminario se establecería en una casa grande de vecindad que era propiedad de la orden de los agustinos. Se necesitaron muchas reparaciones, pero para finales de 1791 ya podía usarse para impartir clases. El acta de fundación fue emitida el primer día del año de 1792. A finales de 1791, Elhúyar le explicó al rey que la casa que se alquilaba para el Seminario no era adecuada, por lo que se compraría un terreno en el que pudiera construirse un edificio especialmente planeado para acomodarlo. El sitio elegido —propiedad de la Academia de San Carlos— era conocido como el solar de Nipaltongo: medía 7,472 metros cuadrados, ocupaba casi toda una manzana y tenía vista a la calle en tres de sus lados. Para la construcción del edificio se presentaron dos proyectos, pero el

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El edificio se terminó en 1813 y prácticamente desde ese momento empezó a necesitar reparaciones, debido al continuo hundimiento de la pesada estructura. En 1824 se realizó una evaluación en la que se estimaba que las reparaciones costarían 400,000 pesos. Para 1830 ya se habían presentado cuarteaduras —y hasta desplomes— y se empezó a considerar seriamente la demolición del edificio. Por fortuna, el arquitecto Antonio Villard abogó por su conservación y se le permitió colocar contrafuertes para evitar el derrumbe de las paredes de los patios posteriores. Mientras se realizaban las reparaciones, el colegio se trasladó al Palacio de Iturbide —situado en la calle de Plateros—, en donde tuvo que permanecer hasta 1834, año en que en el edificio se reanudó la impartición de clases, a pesar de que la restauración aún no estaba terminada. Durante esta intervención se reparó el salón de actos en 1837 y los dormitorios en 1839, también se hicieron trabajos con un valor de 4,338 pesos en la escalera principal y el observatorio astronómico en 1840, y, finalmente, en 1854 se cambiaron los barandales de madera de los balcones por otros de hierro. Con la colocación de éstos elementos terminaron las reparaciones, y comenzó la realización de modificaciones que alteraron el plan inicial de Tolsá, como la sustitución de la cúpula de la escalera por una bóveda. Las transformaciones no sólo se limitaron al plano estructural. Durante los primeros cincuenta años de vida independiente del país —lapso durante el cual el Real Seminario cambió su nombre a Colegio de Minería—, hubo intentos continuos por mejorar la instrucción impartida en el país y eliminar la influencia de la Iglesia en la educación, hasta que finalmente en 1867, tras la caída del Segundo Imperio Mexicano y el triunfo del bando liberal, el entonces presidente Benito Juárez emprendió una reforma de la educación. El trabajo recayó en una comisión encabezada por Gabino Barreda, cuyo objetivo era el de elaborar planes de estudio específicos para todos los niveles de enseñanza en el país. Como resultado de dicho esfuerzo, el Colegio de Minería fue transformado en la Escuela de Ingenieros, institución que reconoció la separación entre las ingenierías con la creación de las siguientes profesiones: ingeniero —de minas, civil o mecánico—, topógrafo e hidromensor, y geógrafo e hidrógrafo.


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