Revista Un Caño - Número 58 - Abril 2013

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compensará, el dolor que aún siento en mis carnes y mis tendones! ¡Que Dios, si existe y es justo, se manifieste a través de ustedes! ¡Queda en vosotros esa voluntad! ¡Elegid! ¡Que me expulsen por simular una falta o que, ante la crueldad de una vida que me ha dejado sin padres y viviendo la soledad de un hombre digno, el Universo me devuelva algo de la felicidad que siempre me ha sido esquiva, por no hallar amor que contenga mis días!”. El estadio entero sollozaba. Algunos rostros adustos reflexionaban, otros, cuyos dueños podían ser capaces de comerse un pollo vivo, se sensibilizaban hasta las lágrimas. “El gordo hijo de puta que te quiebra el fémur” García Márquez, conmovido y emocionado, apretaba en sus labios su remordimiento. Las palabras de Regulez aún flotaban en el aire, cuando el árbitro dijo: “Perdón… Si me permite, Regulez… Voy a cobrar penal”. Todo el estadio estuvo de acuerdo. Los jugadores de ambos equipos también. Regulez pateó muy mal el penal, que fue a dar a las manos de Ordóñez, el arquero de Atlético Anglosajón de Villa Martelli. Pero éste no dudo un instante. Se dio vuelta y arrojó la pelota contra la red. Y fue gol. Regulez no lo quiso festejar, siguió su dramática actuación durante el resto del partido. Fingió el dolor, el llanto y la indignación, hasta que alguien le dijo que ya no hacia falta. Ahí aflojó. “Se la creyeron”, dijo sonriendo pícaramente.

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