Revista Un Caño - Número 28 - Agosto 2010

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APERTURA 2010

Entre dos fuegos

Necesitados de reparar un daño grave a su poder, y con el desafío de una renovación en debate, Boca y River, de la mano de dos entrenadores políticamente correctos, encaran una transición de difícil pronóstico. Por ALEJANDRO CARAVARIO

C

on el Mundial todavía fresco (y el cadáver calentito), cuesta sintonizar el modesto fútbol de estos lares. Las tolderías deportivas que nos roban la emoción pero que, comparadas con aquel cielo de estrellas políglotas, escenarios teatrales y Mick Jagger en la hinchada parecen el verdadero desierto de lo real. Mucho peor luego de observar a Tevez, en el living de Susana Giménez, ataviado como un lord de las pampas, dando muestras sólidas de lo que la Premier League puede obrar en los hábitos plebeyos de una criatura de monoblock. Claramente, Tevez no podría volver a All Boys. No podría Tevez arribar con su saco de tweed y la escopeta de caza al gélido vestuario de Olimpo. Pero hay que regresar al pago, y si canjeamos excelencia estética por compromiso afectivo enseguida estaremos mejor. No incurriremos en la queja viciosa de que vamos para atrás, de que el fútbol ya no es lo que era y ese tipo de lamento cuya única referencia es un mito de origen ideado por algún perverso, una condena a la frustración. No. El fútbol cambia, y eso estimula. Se ha tornado democrático como en los 80, y una racha aceptable de un equipo aceptable da como resultado un campeón como

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Argentinos o Banfield, por poner un par de ejemplos recientes. Reducida la brecha, los grandes buscan adaptar su mayor peso simbólico a una expresión contante y sonante: un equipo de jerarquía, el poder recuperado. Trance difícil para los tanques vernáculos: no tienen más plata que el resto, ni su camiseta supone una vidriera más tentadora que las demás. Ni sus divisiones inferiores garantizan una producción incesante de talentos. Sí tienen más hinchas y más obligaciones. Un mal negocio. En este panorama, River y Boca intentan salir al ruedo bien plantados. Forzados a abandonar la posición de debilidad y el rumbo errátil de las últimas campañas, donde menudearon los escándalos y los entrenadores calcinados por un partido perdido. Tragedia de enredos a la que Boca, luego de años de estabilidad en el triunfo, estaba francamente desacostumbrado. Deberá entonces empezar de nuevo.

Boca y River intentan salir al ruedo bien plantados. Están forzados a abandonar la posición de debilidad.

No cuenta ahora con el pícaro pragmatismo de Bianchi. Y de aquel plantel glorioso sobreviven apenas Battaglia (siempre en la enfermería) y los enemigos íntimos Riquelme y Palermo, generales próximos a la jubilación pero emblemas intocables para la tribuna. Y experimentados líderes políticos con los que Borghi deberá negociar para que el barco navegue en armonía. El flamante DT, hombre inteligente y relajado si los hay, tiene claro que comanda una transición (la novela por la renovación del contrato de Riquelme es un buen ejemplo de la tensión entre el pasado y el futuro). Dependerá de cómo caiga entre el público de Boca que le extiendan el permiso para perfilar un equipo a su manera. Es de esperar que ese proyecto se monte en un funcionamiento de insistencia ofensiva y de trato cariñoso de la pelota. Así han sido las propuestas de Borghi, quien, sin embargo, lejos de la inmolación romántica, le presta especial atención a su base defensiva. Por lo pronto, todos los refuerzos de Boca aportan a esa línea (además del arquero Lucchetti) que el entrenador insiste en formar con tres jugadores. Primero el techo, después los Rólex y la cuatro por cuatro. Así razona un jugador maduro. El Bichi parece apostar a un armado paciente, una renovación que comenzará con la última línea. De allí en adelante, muy probable-


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