Revista Un Caño - Número 27 - Julio 2010

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s a b r e y s a r t O

Dos milagros

Se estrena una película rumana y es muy buena. Policía, adjetivo (Police, adjective, 2009), de Corneliu Porumboiu. Con Dragos Bucur, Vlad Ivanov, Ion Stoica e Irina Sailescu. Rumania, 115.’ Por DAMIÁN DAMORE

Policía: Adjetivo, el mejor título que entregó la competencia internacional del BAFICI este año –merecedora de obtener el galardón que al final se llevó la mexicana Alamar–, trajo de nuevo a escena el cine del rumano Cornelio Porumboiu, el director de la disparatada Bucarest 12:08 (2005). Ese film fue premiado con la Cámara de Oro en Cannes por aquel entonces. Recreaba con ironía la cobertura que la televisión rumana le dedicó a la caída del dictador Nicolae Ceauşescu, al frente del país al cabo de casi veinticinco años. En su nuevo opus también sondea con humor el legado del totalitarismo. Cristi (Dragos Bucur) es un joven policía que tiene como tarea diaria seguir a un adolescente que fuma marihuana. Ese eslabón es el inicio de lo que la policía llama procedimiento para llegar al dealer, pero en el complejo camino por detener al pez más gordo, siempre esquivo, su jefe insiste en cortar la cadena por lo más fino y meter preso lo antes posible al consumidor. Dicho de manera más brutal, o dicho de faso, quiere meter en cana a alguien porque es parte del trabajo. Los policías del film son policías de oficina –no hay vehículos haciendo chillar las gomas o escenas de acción a los tiros–, y la historia se enfoca en el trabajo de inteligencia de Cristi, largas tardes esperando que suceda algo que engrose su informe. Los rituales que acompañan su trabajo –comprarse un té, mirar quién sale de una casa o encontrarse con el soplón que le da información clave– marcan la cadencia de la primera parte del film. Cristi se va planteando poco a poco sus contradicciones y le dicta a su superior que para él la detención del joven no tiene sentido. “Pero vos sos policía, consumir está penado por la ley y detenerlos es nuestro trabajo. O hacés ese trabajo o 80 UN CAÑO | JULIO 2010

te equivocaste de empleo”, argumenta su jefe para que Cristi avance de una buena vez con lo que se empeña en trabar por propia convicción. Cristi escudriña en los recovecos del código para plantear su conflicto personal con el caso y disociar su pensamiento de la talla de la ley; en cambio, la respuesta de su jefe es apelar al diccionario para mostrarle qué significa la palabra policía y socavar su lógica. Porumboiu dispone del personaje de Cristi como el centro de la idea de su puesta en escena. En esos diálogos tan absurdos –que van desde la burocracia a la moral– va girando la fuerza de la película. Y en su ida y vuelta, que involucra a los avatares de la ley, la institución y la autoridad, Cristi se niega a sumar a un compañero a jugar fútbol-tenis porque dice que es malo jugando al fútbol, y que si es malo ahí, no hay posibilidad de que juegue bien al fútbol-tenis. Acá Poromboiu invierte el lugar del protagonista, que ahora le factura la marginación a su compañero con el peso de la ley. Es cierto: no está escrita, pero para él eso es una ley.


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