Revista Sólo Chicos Nº64

Page 9

Que un niño de uno o dos años muerda o pegue a otros niños es normal. Suele suceder porque en casa se relacionan así con él (no mordiéndole, pero sí pegándole en algún momento), porque el niño decide probar esa estrategia de relación por iniciativa propia y ve que le funciona o (y esto es lo más habitual) que no se le ocurre o no sabe aún cómo expresar mejor lo que siente, su frustración o enfado, y hace uso de estas estrategias. Que sea normal (y con normal no digo que lo hagan todos) no quiere decir que no haya que hacer nada, porque hacer daño no es un modo de relacionarse saludable ni lógico. Las consecuencias no pueden ser inventadas por nosotros. Las consecuencias de un acto deben ser las reales, las que son: «Pegar a los niños está mal porque les haces daño». «Hacer daño a los niños está mal porque les haces sentir mal». «Si pegas a los niños no querrán jugar contigo». «Quizás, un día un niño más grande que tú te pegue también... no creo que te guste, como no les gusta a los niños que pegas (o muerdes)». La clave será diálogo y paciencia. Poner emociones a sus actos, darle palabras a lo que ha hecho. Los niños no suelen empezar a jugar juntos hasta los tres años, momento en el que empiezan a conocer el mundo de las emociones y empiezan a ser algo más racionales. Además, a esa edad ya tienen más vocabulario y son más capaces de entender lo que les decimos y de poner palabras a lo que sienten. Hasta ese momento pueden empujar, pegar o morder, simplemente porque no saben expresar su enfado de otro modo. Imaginen no poder hablar, no poder decirle a alguien lo enojado que estás ¿no es más que probable que le des un buen empujón para hacérselo saber? Incluso pueden hacerlo porque, como hemos dicho, están probando «a ver qué pasa». Nosotros somos los adultos y en esos momentos debemos intervenir para mostrarles otra manera de hacerlo. Ponemos palabras a lo que está pasando «veo que estás enojado porque te ha quitado el juguete», «veo que te enojas porque quieres jugar con el juguete de ese niño» y luego explicamos lo que sigue: «vamos los dos juntos a pedirle que te lo devuelva», «pero el juguete es suyo... lo único que podemos hacer es preguntarle si te lo presta». Evidentemente añadir lo más importante, el «no pegues, que haces daño», «no muerdas, que los niños no querrán jugar contigo», etc. Esto no es un método para que el niño deje de pegar ipso facto, esto es una manera de actuar con la cabeza fría y haciendo las cosas con paciencia y calma y sabiendo que los resultados llegan a largo plazo. Porque respetándoles podemos enseñarles a respetar y porque así no harán las cosas para evitar un castigo u obtener un premio, sino porque realmente crean que las cosas no se hacen así. Mientras el niño crece, madura, aprende y razona, nuestro papel (que repetiremos una y mil veces, probablemente) es actuar de celador, o de padre, que viene a ser lo mismo. Si sabemos que nuestro hijo muerde o pega, mil ojos con él, si sabemos que lo hace siempre o muy a menudo, quizás sea útil y necesario evitar que juegue con otros niños: o no vamos al parque o vamos al parque y jugamos nosotros con él para evitar que se den situaciones problemáticas. Ya habrá tiempo de que juegue con otros niños. Armando Bastida.com

septiembre/octubre 2018 I Página 9


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.