EL ERMITAÑO (LOBSANG RAMPA)

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ble, la de ver mi cuerpo tendido, tan pálido y desmejorado y con tantos tubos y cordones que me salían por todas partes. Fue un golpe para mí el contemplar mis párpados apretadamente cerrados. Me hallaba tendido sobre una delgada plancha de metal — según me pareció — que se aguantaba sobre un solo pie. En ese pilar se veían unos pedales, mientras a mi lado había un soporte con unas botellas de vidrio llenas de líquidos de diversos colores. El soporte estaba en cierto modo conectado con mi cuerpo . El homb re aquél me ex plicó: "Estáis en una mesa operatoria. Con esos pedales — y los tocó — os podemos colocar en cualquier posición deseada». Apretó uno con el pie y la mesa osciló a su alrededor. Apretó o tro , y la m es a se lad eó h as ta el p u n to d e q u e te m í c ae r m e al suelo . Ap retando un tercero , la mes a se alzó , tan to que podía ver la parte inferior. Una posición más que incómoda, que me ocasionó extrañas sensaciones en el estómago. » Las pa red es, eviden te ment e, eran de u n metal d el co lor v erd e más agradable a la vista. Nunca había visto antes un mat e ri al tan fino, tan liso y sin una sola falta; y en ninguna parte se notaban junturas ni soldaduras, ni signo alguno visible de dónde empezaban y dónde acababan las paredes, el techo y el pavimento. En un momento determinado, se deslizó una sección de la pared, con un ruido metálico, que yo ya c o n o c í a . U n a c a b e z a r a r a a s o m ó p o r l a p u e r t a , m i r ó a l r e dedor y volvió a deslizarse. La pared se cerró de nuevo. »En la pared de enfrente adonde yo estaba se veía una sucesión de pequeñas ventanas, algunas de ellas no mayores que l a p a l m a d e u n a m a n o g r a n d e . D e t r á s d e e l l a s , h a b í a u n a s e rie d e indicaciones que señalaban a unas cifras rojas las un as, y o tras n eg ras . Un resplando r de un azu l casi, p or d ecirlo así, místico, emanaba de dichos indicadores; raras manchas luminosas danzaban y oscilaban de extraña forma, mientras qu e, en otra ventana, u na línea d e colo r rojo oscuro ondulab a para arriba y para abajo, en extrañas formas rítmicas, muy parecidas a la danza de una serpiente. Yo pensaba. El hombre — le llamaré mi Capturador — sonreía, viendo mi interés. "Todos esos instrumentos, os indican a Vos — me dijo —, 54


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