EL ERMITAÑO (LOBSANG RAMPA)

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Capítulo primero

Afuera, brillaba el sol. Vívido, iluminaba los árboles, proy ect and o n eg ra s so mb ras de tr ás d e l as d es ta cad as ro cas y, d e rechazo, mandando miríadas de puntos resplandecientes desde el azul del lago. Aquí, en el frío reparo de la cueva de la vieja ermita, la luz se filtraba a través de las ramas colgantes y lleg aba verdosa, suave, a lo s o jos cansado s d e una exposición al sol relumbroso. El joven, respetuosamente, acataba al eremita flaco, sentado erguido sobre una piedra gastada por los años. «He venido a Ti p ar a se r i n stru ido , oh V en e rab le» , le d ijo el s an to va ró n con voz sumisa. «Siéntate», ordenaba el más anciano de los dos. El joven monje, de vestiduras color rojo-ladrillo, se inclinó de nuevo y se sentaba con las piernas cruzadas sobre el suelo apisonado, cerca del maestro. El vi ejo er emi t a gua rd ab a sil en cio , co mo s í conte mp las e u na infinidad de cosas pasadas, pero con las cuencas de los ojos vacías. Muchos, pero muchos años atrás, siendo él un joven lama, h a b í a c a í d o e n m a n o s d e u n o s o fi c i a l e s d e l a s t r o p a s c h i n a s , en Lhasa, y privado de sus ojos, por no revelar secretos de Estado, que él desconocía. Torturado, lisiado y cegado de ambos ojos, había caminado de aquí para allá, con amargura y decepción, huyendo de la ciudad. Viajando por la noche, an du vo h ast a l ejo s de ell a, casi en loq ue cid o po r el d olo r y el horror; evitando la compañía de los hombres. Pensaba, pensaba; no le abandonaban sus pensamientos. Subiendo siempre a mayor altura, viviendo del césped o de las hierbas que hallaba por su camino; guiado hacia donde hallar de qué beber por el rumor de los arroyos de la montañ a , c o n s e r v ó u n e c o d e u n a ch i s p a d e v i d a . P o c o a p o c o , s u s peores lesiones fueron sanando; las cuencas de sus ojos dejaron de supurar. Pero siempre buscaba subir más arriba, le9


jos de una humanidad que torturaba a los hombres ferozmente y sin motivo. El aire se fue haciendo cada vez más ligero. Desaparecieron los árboles, con cuya corteza podía sustentarse. No podía extender la mano y arrancar planta o yerba alguna. Entonces, le era preciso arrastrarse sobre las manos y las rodillas, vagando de una parte a otra, esforzándose, esperando hacer lo bastante para poder alejar los tormentos del hambre. El aire se hizo más frío, los dientes del viento más penetrantes; pero aún se afanaba más hacia arriba, siempre más arriba, como conducido por un impulso interior. Unas semanas antes, al comienzo de su viaje, había encontrado una fuerte rama, que empleaba como bastón para buscar su camino. De pronto, su bastón de ciego se encontró enfrente a una pared y no pudo hallar camino que le condujese más adelante. El joven monje miró fijamente al anciano. No se observaba en él signo alguno de movimiento. «Así debía ser», pensó el joven, y se consoló pensando que los «Venerables Ancianos» vivían en el mundo del pasado y jamás alteraban su modo de ser por nadie. Echó una ojeada curiosa a su alrededor, en la cueva desnuda. Y lo era completamente. A uno de los lados, se observaba un amarillento montón de paja — la cama del eremita —. Al lado de ésta, un tazón. De un saliente de la roca, colgaba una mugrienta túnica color de azafrán, triste y como consciente de estar descolorida por el sol. Y nada más. Nada. Aquel viejo reflexionaba su pasado cuando fue torturado, mutilado y cegado. Cuando él era un joven, como aquél que tenía sentado delante suyo. En un arranque de frustración, con su palo golpeó la extraña barrera que tenía enfrente. Vanamente, se esforzó por ver a través de los cuencos vacíos de sus ojos. Finalmente, rendido por la intensidad de sus emociones, cayó desvanecido al pie de aquella barrera misteriosa. El aire enrarecido se colaba a través de sus vestiduras, robando lentamente al debilitado cuerpo el calor y la vida. Largos momentos pasaron. Finalmente, los pasos de unos

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p ies calzados reson aron sob re el suelo pedregoso. Se escucharon palabras murmuradas en una lengua incomprensible y el débil cuerpo de aquel lama fue levantado y conducido lejos. S e e s c u c h ó u n « i c l a n g ! » m e t á l i c o y u n b u it r e q u e e s t a b a a l l í al acecho, considerándose defraudado de su comida, se remontó pesadamente. El vi ejo ana co re ta e mp ezó a re cord ar. To do aqu e llo pasó mu cho tiempo atrás. Ahora tenía que instruir al joven monje que tenía enfrente y que era como él fue — ¿Cuántos años h ací a? ¿Ses en t a? ¿S et ent a? ¿ Ta l ve z más ? —. No i mp o rt ab a , t o d o h a b í a q u ed a d o a t r á s , p e r d i d o e n l a s ni e b l a s d e l p a s a d o . ¿Qu é s i g n i fi ca n l o s año s d e l a v ida de un ho mb re, cu and o él conoce los que tiene el mundo? Parecí a co mo s i el t iempo s e h ub ies e det en i d o. H ast a el vi en to d ébil , qu e su s urraba a trav é s de las ho j as , h ab í a ce sado su murmullo. En el aire, flotaba u na expectación temerosa, mientras e l jov en mon j e agu a rda ba qu e el v i ej o ere mi ta emp ez ase su discurso. Por fin, cuando la tensión se iba haciendo inaguantable para el joven, el Venerable inició sus palabras. « Tú has sido env iado a mí — d ijo —, porque se te ha destinado una gr an trab aj o en esta V ida y yo tengo que instrui rt e de todo cuanto son mis cono cimiento s, de forma que tendrás que enterarte hasta cierto pun to de tu prop io des tino» . El viejo se encaraba en dirección del joven, que se movía confuso. Era d ifí ci l, p ensab a, t r ata r con ciego s; « m ir an » sin v er; pe ro u no tien e la sensación de que lo v en todo. No se sabe cómo tratar con ellos. La voz seca y desacostumbrada a expresarse del viejo continuó: «Cuando yo era joven me encontré con varias experiencias, experiencias dolorosas. Abandoné nuestra gran ciudad de Lhasa y vagué, ciego, a través de las soledades. Debilitado, enfermo e inconsciente, fui arrebatado no sé adónde y allí fui instruido en preparación de este día de hoy. Cuando mi conocimiento haya pasado a ti, el trabajo de mi vida h ab rá terminado y pod ré ir en paz a los C amp os C elestiales.» Diciendo estas palabras, un resplandor beatífico iluminó las mejillas caídas y apergaminadas de aquel anciano, que dio

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inconscientemente más velocidad a su Molino de Plegarias. En el exterior, las sombras, lentas, se arrastraban por el suelo. El viento s e había hecho más fuerte y empujab a el polvo seco de color de hueso, formando pequeños torbellinos a ras del suelo. A intervalos, un pájaro lanzaba una llamada urgente. De un modo casi imperceptible, la luz del día se apagaba y las sombras se iban alargando. Dentro de la caverna, ahora fran ca mente a o scuras , e l jo v en mo n je se ap re tab a fu ertemen t e el cuerpo, esperando de esta forma reprimir los ronquidos de s u h a m b r e c r e c i e n t e . H a m b r e . « E s t u d i o y h a m b r e » , p e n s ab a «siempre van juntos.» Hambre y estudio. Una pasajera sonrisa cruzó por el rostro del ermitaño. «¡Ah! —exclamó-la información era exacta. El joven se siente hambriento. Su v ient r e semeja por el ru id o u n timb al hu eco . El q u e me in for mó me dio este d etalle. Y también el remedio .» Len ta, penosamente, con lo s crujidos propios de la edad , se puso en pie sin t i t u b e o a v a n z a d o h a c i a u n a pa r t e o c u l t a d e l a c u e v a . A s u r e greso entregó al joven monje un pequeño paquete. «De parte de tu Honorable Guía», explicó; «Él me ha dicho que quiere hacer más dulces tus estudios.» Tortas dulces de la India. Y una poca de leche de cabra, para cambiar el agua como ú n i c a b e b i d a . « ¡ N o , n o ! » , e x c l a mó e l v i e j o e r m i t a ñ o , c u a n d o fue invitado a compartir aquel alimento. «Me doy cuenta de las necesidades de la juventud; sob re tod o d e l o s q u e h ab it an , lejos del mundo, más allá de las montañas. Come y disfruta. Yo, insignificante persona, intento seguir en mi humilde senda al gracioso señor Buda y vivir de la metafórica semilla de mostaza. Pero tú, come y duerme; porque me doy cuenta de que la noche se nos ha venido encima.» Diciendo estas palabras el anciano había vuelto al interior oculto de la cueva. El joven se dirigió a la entrada de la cueva, que ahora era u n ó v alo g r is con t ra la o s cur id ad d el in t e ri o r. Lo s alto s p i cos de la montaña parecían recortes negros contra el rojizo espacio que les rodeaba. De pronto se produjo un creciente resplandor plateado de luz por el pasaje de unas oscuras nubes solitarias, como si la mano de un dios apartase las cortinas 12


q u e o c u lt ab a n a l a q u e l o s h o mb res llaman «la Reina de l Cielo». Pero el joven monje no se entretuvo; su cena era frugalísima y no la habría resistido ningún joven occidental. En segu id a r eg resó a la cu ev a y , ex cav ando u na dep re sión en l a a r e n a d e l s u elo d o n d e r e p o s a r su c ad e r a, cay ó en u n sue ñ o profundo. Los primeros albores de la luz le hallaron agitándose incómodamente. Se levantó de un solo impulso y, puesto de pie, miró como avergonzado a su alrededor. En este momento el v i e j o a n a c o r e t a . e n t r a b a c a m in a n d o i n c i e r t a m e n t e d e n t r o d e l v estíbulo d e la cu ev a. « ¡Oh, v en erab le — ex clamab a el jov en monje nerviosamente —, he dormido más de la cuenta y no me he acordado de los oficios nocturnos!» Entonces se dio completa cuenta de dónde se hallaba. «No temas, joven amigo — dijo sonriendo el ermitaño —. Aquí no hay oficios. El hombre, una vez evolucionado, tendrá su oficio dentro de su propia alma, por todas partes y siempre, s i n que tenga que ser reducido a rebaño y congregado como los yaks, que no tienen una mente. Pero hazte tu tsampa (*) y come; porque hoy tengo que contarte muchas cosas, y tú tien es q ue acord arte de todas ellas.» Diciendo estas p alabras, el santo varón, se encaminó hacia el naciente día. Una hora más tarde, el joven estaba sentado enfrente del anciano escuchando la relación de éste, tan apasionante como extraña. Una histo ria que abarcab a to das las religion es, todas las historias sobrenaturales y leyendas del mundo entero. Una historia que había sido reprimida por todos los sacerdotes sedientos de poder y los «científicos» desde los primeros tiempos tribales. Rayo s d e so l s e filt raban a t r av és d el fo ll aj e d e l a b oc a d e la cueva y daban brillo a las fibras metálicas de las rocas. El ai re , l ige ramen te c al ien te, y u n a lig era n eb li na flot ab a so b r e el lag o . Uno s cu an tos p ajarillo s ch arlaban ruido samen te y se preparaban para su tarea inacabable de buscar comida suficiente en una región de vegetación escasa. En las alturas, un (*) Agua hervida con harina tostada. 13


buitre solitario se alzaba, sostenido por una corriente ascend e n t e d e a i r e , s u b i e n d o y b a ja n d o c o n l a s a l a s e x t e n d i d a s , i n móviles, mientras con sus ojos perspicaces buscaba sobre el suelo desnudo algún cuerpo muerto o muriéndose. Convencido de que no había nada para su provecho, se desplazó a otros cielos con un graznido malhumorádo y huyó en busca de mejores venturas. El viejo ermitaño estaba sentado, erecto e inmóvil, con su f i g u r a d e s c a r n a d a e s c a s a m e n t e cu b i e r t a p o r l o s r e s t o s d e s u vestidura dorada. «Dorada», ya no lo era, sino descolorida por el sol y convertida en unos harapos terrosos con unas tiras amarillas, donde los pliegues habían hecho disminuir en parte la decoloración por la luz solar. La piel era apergaminada, sobre sus pómulos agudos, y con ese color de cera, blanq u e c i n o , f r e c u e n t e e n t r e l o s q u e e s t á n p r i v a d o s d e l a v is t a . Iba descalzo y los objetos de su propiedad se limitaban a unas pocas cosas: un cuenco, un Molinillo de Plegarias, y ú n i c a m e n t e u n a r o p a d e r e c a mb i o , t a n d e s t e ñ i d a y m a n c h a d a como la que llevaba puesta. Nada más, absolutamente nada más en el mundo entero. Sentado enfrente al eremita, el joven monje meditaba. Cuanto mayor es la espiritualidad de un hombre, menos son sus bienes terrenales. Los grandes abades, con sus hábitos de oro, s u s r i q u e z a s y a b u n d a n c i a d e ma n j a r e s , s i e m p r e e s t a b a n e n lucha para alcanzar poder político y vivían para el momento presente, mientras reverenciaban de labios afuera las Escrituras. «Joven amigo», empezó la voz anciana. «Mis días casi tocan a su acabamiento. Tengo que transmitirte mis conocimientos; después de lo cual, mi espíritu será libre para irse a los Campos Celestiales. Tú, a tu vez, transmitirás estos conocimientos a los demás. Escucha, pues, y almacena todo cuanto te diré en tu memoria sin fallo alguno.» « ¡ A p r e n d e e s t o , e s t u d i a a q u e l l o !» , p e n s ó e l j o v e n m o n j e . « La vida ahora no es más que un rudo trabajo incesante. Adiós cometas, zancos y...» Pero el ermitaño continuó: «Ya sabes cómo me trataron los

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chinos, y cómo fui vagando por las soledades y llegué finalmente hasta donde me ocurrió un gran prodigio. Un milagro, porque un instinto secreto me condujo hasta las mismas puertas del Santuario de la Sabiduría. Te lo quiero contar. Mi s a b i d u r í a s e r á t u y a , t a l c o mo a m í m e f u e m o s t r a d a , y a q u e , a pesar de estar privado de la vista, lo vi todo». El joven monje asintió con la cabeza, olvidándose de que el anciano no le podía ver; entonces, dándose cuenta, le dijo: «Estoy escuchando, Venerable Maestro, y estoy capacitado por mi formación a recordarlo todo». Mientras decía estas palabras, él hizo una reverencia y se volvió a sentar, aguardando un rato. El anciano sonrió y continuó su relato: «Lo primero que recuerdo es que estaba acostado muy cómodamente en un lecho blando. Naturalmente, yo entonces era joven, por el estilo de lo que eres tú, y creía haber sido transportado a los Campos C e l e s t i a l e s . P e r o n o p o d í a ve r y m e p a r e c í a q u e s i e l s i t i o donde me hallaba era el otro lado de la vida habría recobrado mi vista. De manera que estaba allí acostado y esperando. Al cabo de un largo rato, unos pasos muy silenciosos se acercaron y se detuvieron a mi lado. Yo, estaba inmóvil, no sab i e n d o q u é e sp e r a r . " ¡ A h ! " , e x c l a m ó u n a v o z q u e m e p a r e c i ó ser en cierto modo distinta de las nuestras. "¡Ah!, veo que habéis recobrado la conciencia. ¿Os encontráis bien?". »Vaya una pregunta necia, pensé entre mí. ¿Cómo puedo encontrarme bien, si me estoy muriendo de hambre? ¿Era cierto? En realidad ya no sentía hambre alguna. Me encontraba bien, muy bien. Con precaución, moví mis dedos, sentí mis brazos sin rastro alguno de agujetas. Me había recobrado y me notaba normal; sólo que no tenía ojos. "Sí, si, me siento bien, gracias por la pregunta", le contesté. La Voz dijo entonces: "Hubiéramos querido restaurar vuestra vista; pero o s h a b í a n q u i t a d o l o s o j o s y n o n o s f u e p os i b l e . R e p o s a d u n rato, y luego hablaremos con Vos detalladamente". »Reposé; no tenía otra solución. No tardé en dormirme de nuevo. Lo que dormí, no lo supe; pero un dulce sonido d e c a m p a n a s , casualmente, me desveló; tañido más dulce y

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apacible que los más delicados gongs, y mejor que las antiguas ca mp an as de p lat a, má s so no ro qu e l as tro mp eta s d e l templo . Me incorporé y miré a mi alrededor, como si pudiese forzar la visión de mis órbitas sin ojos. Un brazo amistoso se deslizó alredor de mi espalda, y una voz me dijo: "Levántate y sígueme. Yo te conduciré".» El joven religioso permanecía sentado y experimentaba una fascinación, extrañándose que no le hubiesen sobrevenido nunc a aventuras semejantes; ignorando que, en su día, le llegarí a el turno. «Te lo ruego, continúa, Venerable Maestro», exclamó. El viejo maestro sonrió complacido por el interés que mostraba el joven. « Me con dujo hasta una habitación esp aciosa, al parecer, llena de gente; yo escuchaba el rumor de su respiración y el roce de sus vestiduras. Mi guía me dijo "Sentaos", y un extraño i n g e n i o f u e e m p u j a d o h a s t a mi p e r s o n a . E s p e r a n d o s e n t a r m e en el suelo, como tod as las personas educadas, estuve a punto de caerme al choque con aquel artefacto.» El anciano anacoreta hizo una breve pausa y una seca risita escapó d e su boca al relatar aqu ella escena pasada. «Me senté con todo cuidado — continuó — y aquel objeto me pareció b lando, si bien sólido. Me sentía sostenido sob re cuatro p atas y por la parte de atrás había una cosa que me impedía echar atrás mi espalda. De momento, pensé que me creían demasiado débil para sentarme sin alguna protección; después capté señales de divertida y reprimida so rpresa entre los presentes, ya que, por lo visto, aquélla era la manera de sentarse de toda aquella gente, y, francamente, quedé colgado tristemente de aquella plataforma almohadillada.» El joven monje intentó imaginarse lo que podía ser una plata fo r m a p ar a s en ta rs e . ¿ Po r q u é ex ist ían s e mej an t es o b je to s? ¿Por qué se tienen que inventar cosas inútiles? No, decidió; el suelo era suficiente para él; más seguro, sin riesgos de caerse. Y, ¿quién es tan débil que necesita tener su espalda aguantada? Pero el anciano estaba otra vez hablando — sus pulmones era resistentes — al joven monje. «"Os extrañáis de nosotros — la voz continuó —, os maravi16


liáis de qu iénes somos, de por qu é os sen tís tan bien. Siéntate con tod a co mod id ad , porque tenemos que contarte muchas cosas". »"Muy Ilustre Seño r", dije disculpándome. "Estoy ciego, he sido privado de mi v ista y d ecís qu e ten éis mucho q ue contarme y qu e mos trarme. ¿Có mo pued e ser, esto ?" "Tranquilízate — dijo la Voz —, porque todo será claro para ti, con tiempo y p acien cia.» La parte posterior de mis piernas emp ezaba a do lerme, co lgadas en aquella extraña po stu ra, de modo qu e las en cogí, intentando p ermanecer en la postura del loto sobre la p equeña plataforma d e madera aguantad a sob re cuatro p atas y con aquel estorbo en la espalda. Así, me sen tía más a mis an chas, si b ien, no v iendo, podía perder el equilib rio sin qu erer. » "Somos los Jardinero s d e la Tierra", p rosigu ió la Voz. "Viajamos por los universos, situando s eres humanos y animales por los mundos distintos. Vo sotros, los hijos de la Tierra, poseéis leyend as so bre nosotros, llamándono s d ioses celestiales y h ab lan do de nuestros carros de fuego . Ahora vamos a d arte una in formación sobre el o rigen de la Vid a en la Tierra, de manera qu e pued as trans mitir tus conocimientos a otro que vendrá d espués al mundo y escribirá s ob re estas co sas, porqu e ya es ho ra de que la gen te conozca la Verdad de su s Dios es, an tes de iniciar el segundo p eríodo ." »"Aquí hay cierta confusión", exclamé con desánimo. "No soy más que un pobre monje que sub ió a estas altu ras sin saber có mo." » "Nosotro s, con nuestro sab er, te guiamo s — mu rmu ró la Voz —, te hemo s escog ido por tu memoria extraordinaria, que aún reforzaremos. C onocemos todo lo qu e se refiere a ti. Po r eso te h emos con ducido h asta noso tros."» Fuera de la cu eva, a la luz, ahora brillante, del día, la nota del canto de un pájaro se elevó aguda y penetran te con súbita alarma. Un chillido de una av e ag reso ra y el pájaro s e escapó d e aquellos parajes p recipitadamente. El v iejo ermitaño levantó s u c ab e za u n mo men to , d i ciendo: « No es nad a; p ro bablemente un pájaro vo lando en la altura h a lanzado un

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ataqu e» . E l jov en monje encon tró d esag radable el v erse d istraído d e la narración d e la vieja ed ad , una ed ad que — cas o extraño — no encontraba difícil de visualizar. A la orilla del lago los sauces cabeceab an con indolencia sólo inquietados por las brisas errantes q ue remo vían sus ho jas y las hacían p rotestar contra la invasión d e su reposo. Actualmen te, los p rimeros rayos de sol h abían abandonado la en trada de la cueva y en ella reinaba el frío , con la luz teñida de color verdoso. El v iejo eremita se estremeció ligeramente, arregló sus abigarrad as v estidu ras y con tinuó: « Estaba asu stado, muy asustado . ¿Qu é sabía yo d e aqu ello s Jardin eros de la Tierra? Yo , no era jardin ero. No sabía nada de plantas, y de universos, mucho menos. Necesitaba no marcharme de allí. Mien tras estaba pens ando esas cosas, pu se mis p ies sobre el bo rde de mi plataforma-asiento y me puse de pie. Manos cariñosas, pero firmes me v olvieron a sentar en aqu ella rara forma, con mis p ies colg ando y mi esp ald a apoyada sob re algo qu e estaba detrás mío. "La planta, no debe dictar órdenes al jard in ero ", murmu ró una v oz. "Te h an condu cido aqu í, y aqu í tien es que aprender." » A mi alred edor, mientras me vo lvía a sentar, aturdid o, pero también irritado , comenzó una gran discu sión en una lengua p ara mí desconocida. Voces. Voces. Algu nas agudas y d elgad as, co mo saliendo d e u nos g aznates de enanos. Otras, pro fundas, resonan tes, sono ras, co mo toro s o yaks en los p eríodo s d e celo, mug iendo a través del pais aje. Fuesen quien es fuesen, p ensé, no auguran nada bu eno para mí, p ersona díscola, cautivo involuntario. Estuv e escuchando con temor e in certidumbre todo el rato que duró la d iscusión p ara mí incomp ren sible. Aquellos pitidos y estruendos co mo d e una trompeta resonando en un desfiladero . ¿Qué gen te era ésa?, p ensab a yo, ¿pu ed en los g aznates hu mano s presentar esa multitud de tonos, supertonos y semitonos? ¿Dónd e me en contrab a? Tal v ez me h allab a y o en p eo res manos qu e cu ando era p risionero de los chinos. ¡Oh, qu ién tuviera ojos! Ojos para ver lo que ahora me era ved ado. ¿Se hab ría desvanecido acaso el misterio a la luz de la mirada? P ero n o, como co mprendí lu ego, el

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misterio se habría hecho más profundo. Permanecí sentado, lleno de aprensión y muy asustado. Las to rturas qu e había exp erimen tado en mano s de lo s chinos me habían acobardado, me h acían temer qu e no podría soportar más, de ninguna manera. Mejor hubiera sido qu e los Nuev e Drago nes hubiesen llegado y me consumiesen de una vez que lo que me tocaría sopo rtar po r ob ra de lo Descono cido. Así es qu e permanecí sentado , ya que no hab ía nada que h acer. » Altas voces me hicieron temer por mi suerte. De hab er tenido ojos para ver, hubiera realizado un desesperado esfuerzo para hu ir; pero aquel qu e se encuentra sin ellos está concretamente sin esperanzas, a la merced d e todo . La piedra lan zada, la pu erta cerrad a, las amen azas crecientes que se me p resentab an, amenazadoras, op resivas y siempre temerosas. El estrépito exp erimen tó un cres cendo. Los g ritos chillab an en los más altos registros, como un es tru endo de toro s en lu ch a. Temía una v iolencia sob re mi p ersona, golp es que llegasen hasta mi p erson a a través d e mis tin ieb las eternas. Agarré fu ertemente el borde de mi asiento, y lo solté en seguida, p ensando qu e un go lpe podría dejarme sin sentidos, mientras q ue si no en contraba resistencia el ch oqu e sería más leve. » "No temas", me dijo la Vo z, ahora para mí familiar. "Se trata ún icamente de un a reun ión del Consejo. Ningún daño pu ede seguirse para ti. Precisamente estamos d iscutiendo la mejor manera de instru irte." » "Alto Señor", repliqué algo confu so . "Estoy sorprendido, en v erdad, escu chando cómo los Grand es lanzan sus voces a semejanza de los más humildes pastores de yaks en la montaña." Un d ivertido ru mor de risas celebró mi comentario. Mi aud itorio , s egún parecía, no estab a disgustado por mi tal vez algo loca franqu eza. »"Recu erda eso siempre", replicó el Jardinero. "No importa lo qu e se alza la voz; siempre hay u na razón , u na discrepancia. S iemp re una o pinió n que se separa de lo que afirman los demás. C ad a cu al tiene que discutir, argumentar y, fo rzosamen te, sostener la p ropia opin ión, si no se quiere ser un mero esclavo , un autó mata, siempre a pun to d e aceptar los dictados d e

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o t r o . E s p r e c i s o d i s c u t i r , r a z o n ar . La l i b r e d i s c u s i ó n s i e m p r e se interpreta por el observador incomprensivo como el prel u d i o d e u n a vi o l e n c i a f í s i c a . " To c ó m i s h o m b r o s p a r a t r a n q u i l i z a r m e y c o n t i n u ó : "T e n e m o s a q u í p e r s o n a s n o s o l a m e n t e de distintas razas, sino de varios mundos. Algunos, son de nuestra galaxia. Otros proceden de galaxias de más allá. Algunos de ellos, a ti te parecerían pequeños enanos, al paso que otros son verdaderos gigantes, seis veces más altos que los que están dotados de menores estaturas". Escuché sus pasos cuando se alejaba para reunirse con el grupo de los demás. »"Otras galaxias" ¿Qué significaba todo aquello? Gigantes, bueno, igual que los que había oído mencionar en los cuentos maravillosos. Enanos, parecidos a los que se veían a veces en las comedias. Moví mi cabeza; todo aquello estaba más allá d e m i c o m p r e n s i ó n . L a V o z m e h a b í a d i c h o q u e n o s u fr i r í a ningún mal, que se trataba únicamente de una discusión. Pero n o s i e mp r e l o s m e r c a d e r e s d e l a I n d i a q u e p a s a n p o r l a c i u d a d de Lhasa arman esos barullos, trompeteos y voces. Decidí permanecer sentado y aguardar en qué paraba todo aquello. ¡Después de todo, no podía hacer otra cosa!» Dentro de la fría caverna del ermitaño el joven monje permanecía absorto, embebido escuchando la historia de los extraños seres. Pero no lo estaba tanto que no se percibiese el r u mo r d e s u s i n t e s t i n o s . C o m i d a , c o m i d a u r g e n t e , a h o r a u r g í a por completo. El viejo ermitaño cesó de pronto su relato y murmuró: «Sí, precisa un desayuno. Prepara tu alimento. Volveré luego». Diciendo estas palabras, se puso en pie y se encaminó lentamente a su retiro. El joven monje se apresuró a salir al aire libre. Por unos instantes estuvo contemplando el paisaje; seguidamente se dirigió hasta la orilla del lago, donde la arena fina, de color terroso, brillaba como invitando. De sus vestiduras sacó el c u e n c o d e ma d e r a y l o l a v ó d e n t r o d e l a g u a . L l e n á n d o l o y meneándolo, estuvo lavado. Tomando un pequeño saco lleno de cebada, que llevaba en el interior de sus hábitos, echó un p e q u e ñ o p u ñ a do e n e l c u e n c o y l u e g o l l e n ó d e a g u a d e l l a g o la cavidad de su mano. Dentro del cuenco fue amasando la

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p a s t a f o r ma d a , y c o n d o s d e d o s d e l a m a n o d e r e c h a , a m o d o d e cuch ara, se sirv ió aquel manjar con to da lentitud y ningún entusiasmo. Una vez hubo acabado de comer, lavó el cuenco en el agua del lago y luego tomó un puñado de aquella arena fina. Entonces frotó enérgicamente aquella vasija por dentro y por fuera y, todavía húmeda, la metió en el seno de su hábito. L u ego se arrodilló y extendió el bord e de su túnica y recogió arena hasta que no cupo más. Poniéndose de pie, regresó a la cueva. Una vez estuvo en ella echó la arena al suelo e inmediatamente salió en busca de alguna rama caída que tuviese algunos pequeños brotes. Volviendo a la cueva, barrió la arena compacta antes de ech ar en cima una capa d e la aren a acabada de traer. Con una capa no hubo bastante; hasta después de echar siete de ellas no estuvo satisfecho y pudo sentarse, con una clara conciencia, sobre su sábana de lana de yak. No poseía ninguna vajilla a la moda de ningún país. Su hábito colorado era todo su atavío. Raído y desgastado en algunos pedazos casi hasta la transparencia, no protegía contra los vientos fríos. No poseía sandalias ni ropa interior alguna. Nada más que esa túnica solitaria, que se quitaba por la noche, cuando se envolvía dentro de la sábana. Como utensilio, únicamente contaba con aquel cuenco, el pequeño saco de cebada y una vieja y estropeada Caja Mágica, desde mucho tiempo sustituida por otra, en la que conservaba un sencillo talismán. No poseía Molino de Plegarías alguno. Esto era para otros más ricos. Llevaba afeitado el cráneo y señalado con las M a r c a s d e l a V i r i l i d a d , q u e m ad u r a s q u e a t e s t i g u a b a n q u e h a bía soportado las candelas de incienso ardiendo sobre su cabeza para dar testimonio de su capacidad de meditación al sentirse in mune d el dolor y el olor de carne qu emad a. Ahora, habiendo sido elegido para una misión especial, había viajado lejos, hasta la cueva del ermitaño. Pero ahora el día había caminado, con las sombras cada vez más alargadas y el en friamiento progresivo del aire. Se sentó y aguardó que apareciese el eremita. 21


Al cabo de una breve espera se escucharon los pasos arrastrados, los golpes del largo bastón y la respiración fatigada del viejo. El joven monje lo miró con renovada reverencia; ¡cuántas experiencias tenía! ¡Cuántos sufrimientos! ¡Qué s a b i o l e p a r e c í a ! E l v i e j o c o m p a r e c i ó y s e s e n t ó . En a q u e l mismo instante, una bocanada de aire y una inmensa y peluda criatura, saltó dentro de la entrada de la cueva. El joven monje, se puso de pie de un salto y se preparó a buscar la muerte protegiendo al viejo ermitaño. Agarrando dos puñados de tierra del suelo arenoso, se preparaba a lanzarlos a los ojos del intruso, cuando le detuvo y le tranquilizó la voz del recién venido. «¡Salud, salud, Santo ermitaño!», gritó como si estuviese dirigiéndose a una persona distante una milla. «Pido vuestra bend i c i ó n , v u e s t r a b e n d i c i ó n p o r e s t a n o c h e , q u e a c a mp a mo s a l a orilla del lago. Aquí — bramó — he traído para vos té y cebada. ¡Vuestra bendición, ermitaño, vuestra bendición!» Pon i é n d o s e e n m o v i mi e n t o d e u n b r i n c o , n o s i n r e n o v a r l a s a l a r m a s d e l j o v e n m o n j e , s e p r e ci p i t ó d e l a n t e d e l e r m i t a ñ o y s e prosternó sobre la arena acabada de arreglar. «Té, cebada, a q u í , a c e p t a d l a . » S a l i e n d o f u e ra , t r a j o d o s s a c o s q u e p u s o ante el ermitaño. «Mercader, mercader — respondió humildemente el eremita — , e s t á i s a l a r m a n d o a u n a nc i a n o e n f e r m o c o n v u e s t r a v i o l e n c i a . La p a z s e a c o n v o s . P u e d e n l a s B e n d i c i o n e s d e G a u t a ma reinar sobre vos y habitar dentro de vos. Pueda vuestro viaje ser rápido y vuestro negocio próspero.» «Y, ¿quién sois vos, joven gallito?», voceó el mercader. «¡Ah!», exclamó el buen hombre, «mis excusas, joven reverendo padre, por culpa de la oscuridad de esta cueva no he visto de momento que sois uno de los del hábito.» «¿Y qué nuevas nos traéis, mercader?», preguntó el ermitaño con su voz seca y cascada. «¿Nuevas?», respondió el mercader. «El prestamista indio fue apaleado y robado; cuando fue a los procuradores, volvió a serlo, por haberse descarado con ellos. El precio de los yaks ha bajado; el de la mantequilla ha subido. Los reverendos de

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la Frontera han subido sus tarifas. El gran Lama ha viajado hasta el Palacio de las Joyas. ¡Oh!, santo eremita, no hay noticias. Esta noche acampamos al lado del lago, y mañana seguimos nuestro viaje hasta Kalimpong. El tiempo es bueno. Buda nos ha protegido y los diablos nos han dejado en paz. Y vos, ¿necesitáis acaso que os traigan agua, o arena seca para el suelo de vuestra cueva, o bien ese joven padre ya procura por vuestras necesidades?» Mientras las sombras viajaban hacia las tinieblas de la noche, el ermitaño y el comerciante hablaban y cambiaban noticias de Lhasa, del Tíbet, de la India y más lejos, allá de los Himalayas. Al final, el comerciante se puso en pie y observó con temor la oscuridad creciente. «¡Adiós!, joven santo padre. No puedo ir solo en la oscuridad, los demonios me asa lt ar ían . ¿Po déis a co mpañ a r me h as ta e l c a mpa m en to?» , im ploró. «Estoy a las órdenes del Venerable Ermitaño», contestó el joven monje. «Iré, si el me lo permite. Mis hábitos me protegerán de los peligros de la noche.» El viejo eremita, risueño, le dio el permiso. El delgado monje joven guió el camino fue ra de l a cue va. El en orme gig an t e, el me rcad er, ape st an do a lana de yak y peor, iba tras el joven lama. A la entrada mi s ma e stu v o a p u n to d e d a r co n tra un a r a ma llen a de ho jas . S e e s c u c h ó u n g r a z n i d o y u n p áj a ro a s u s t ad o s e e s c ap ó d e l a rama. El mercader profirió un chillido de terror y se desplomó, como desvanecido, a los pies del joven monje. «¡Uf!, santo padre», suspiró el mercader. «Pensaba que los diablos me habían hecho prisionero. Pensé, aunque no del todo conv encido, que deb ía devolver los dineros qu e tomé en préstamo del usurero indio. Vo s me habéis salvado, habéis dominado a los diablos. Acompañadme hasta el campamento y os regalaré medio ladrillo de té y un saco lleno de tsampa.» La oferta era demasiado buena para dejarla escapar; así es que el joven monje puso un especial cuidado, recitando las Plegarias de los Muertos, la Exhortación a los Espíritus Inquietos y el Cántico a los Guardianes del Camino. El ruido resultante — puesto que el joven monje no era nada músico — 23


rechazó a todas las criaturas que rondaban por la noche, por donde pueden pasearse los diablos. Llegaron, por fin, hasta las hogueras del campamento, donde los compañeros del mercader estaban cantando y tañendo instrumentos musicales, mientras las mujeres tostaban ladrillos de té y echaban los mismos en un caldero de agua burbujeando. Un saco entero de cebada bien molida se tiró al caldero y una vieja, con su mano parecida a una garra, extrajo de un saco un puñado lleno de manteca de yak. Luego echó otro y otro en el caldero, hasta que una capa de grasa se extendía y burbujeaba en la superficie. El resplandor de las hogueras invitaba, y aquella alegría era contagiosa. El joven monje se arropó decorosamente y con toda calma se sentó en el suelo. Una vieja arrugada, cuya barbilla se tocaba con la nariz, le ofreció hospitalariamente algo que tenía en la mano; pero el monje, decorosamente, presentó el cuenco y un generoso tributo de té y tsampa le fue depositado. En aquel aire ligero de la montaña, el agua hervía a menos de cien grados centígrados — o doscientos doce Farenheith —; pero era soportable para los labios. La reunión transcurrió agradablemente y pronto se formó una procesión hasta las aguas del lago, para que el cuenco pudiese lavarse y frotarse con la fina arena de la orilla. Esa arena era de las más finas de la montaña y muchas veces contenía alguna partícula de oro. La reunión era alegre. Las narraciones de los mercaderes, la música y los cantos amenizaron la velada y la ex istencia, más bien aburrida, del joven monje. Pero, mientras tanto, la luna ascendía cada vez más, iluminando aquel desolado paisaje y dibujando sombras de una firme realidad. Cesaron las chispas de las hogueras, y se apagaron las llamas. El monje se puso de pie de mala gana y con las gracias y las reverencias debida s ac eptó los dones del mercad er, que est aba seguro d e que aquel joven le había salvado de la perdición. Por fin , ca rg ado de pequeño s p a q u e t e s , c a m i n ó a l r e d e d o r d e l lago, encaminándose al bosquecillo de sauces donde se hallaba la boca, tenebrosa y amenazadora, de la cueva. Un mo24


mento, se detuvo el joven y miró hacia las estrellas. Arriba, muy arriba, como próxima a la Morada de los Dioses, una chispa brillante navegaba silenciosamente por los cielos. ¿El Carro de los Dioses, acaso? El joven monje se lo preguntó brevemente a sí mismo, y luego entró a la cueva.


Capítulo segundo

E l b ramido de los y ak s y los g rito s agitados de los h ombres y las mujeres despertaron al joven monje. Soñoliento, se puso e n p i e , a r reg la n d o s us v est id uras a su al red edo r y en cami n ándose a la boca de la cueva, para no perder ni un solo detalle del espectáculo. En la orilla, unos estaban ordeñando, otros intentando enjaezar los yaks que permanecían dentro del agua y no se dejaban p ersu adir a abandonarla. Finalmente, perdiend o la paciencia, un joven mercader se lanzó al agua, tropezando con una raíz su mergida. Con los brazos extend idos dio de cara contra la superficie recibiendo un fuerte golpe. Gruesas gotas de agua se levantaron, y los yaks, asustados, huyeron a l a o r i l l a . E l j o v e n m e r c a d e r , c u b i e r t o d e u n l o d o cenag oso , y en suc iad o có m i ca men te , sa lió del b a rro en tr e la s carcajadas de sus compañeros. R á p i d a m e n t e , l a s t i e n d a s f u e ro n e n r o l l a d a s , y l o s u t e n s i l i o s de cocina, después de haber sido frotados con arena, fueron envueltos y la caravana de aquellos mercaderes se marchó lentamente, entre el monótono crujido de los arneses y los gritos de las personas que intentaban vanamente dar prisa a las ro bu st as b e stia s de carg a. T ris temente l os co nt emp l ab a el joven monje, protegiéndose con las manos del sol naciente. T r i s t e m e n t e e s t u v o e n p i e t o d o e l r a t o , h a s t a q u e l o s r u i d o s se perdieron en la lontananza. « ¡ O h ! — p e n s a b a — , ¿ p o r q u é n o h e s i d o c o m e r c i a n t e y v i a ja r h ast a ti erras l ejan as ?» ¿ Por q ué ten ía qu e pas arse la vida estudiando cosas que parecía que nadie más debía estudiar? Le hubiera gustado ser un mercader, o un barquero de la Riv era F eli z . N e ces it aba mo v erse d e u n a po bl ación a o t ra y v er cosas. Poco podía pen sar que vería «sitios y cosas» , hasta que su cuerpo le p idiese reposo y su espíritu suspirase por la paz. Ignoraba que su destino sería vagar por la superficie de la Tierra y sufrir increíbles tormentos. En aquellos momentos, necesitaba únicamente ser un mercader o un barquero — cual26


quier cosa, menos lo que era —. Lentamente, cabizbajo, cogió una rama del suelo y regresó a la cueva, a barrer el suelo y extender arena nueva. El viejo eremita, lentamente, se presentó. Incluso para la inexperta mirada del joven, decaía a ojos vistas. Jadeando, se sentó y dijo con una voz ronca: «Se acerca mi tiempo; mas no puedo marcharme sin transmitirte antes mi sabiduría. Aquí hay unas especiales gotas de yerbas que me proporcionó mi famoso Guía para tales casos; aun en el caso de que me desmayase, introduce seis gotas en mi boca y al instante volveré a vivir. Tengo prohibido abandonar mi cuerpo hasta que no haya cumplido mi misión». Buscó entre sus vestiduras y entregó al joven un pequeño frasco de piedra que el monje tomó con especial cuidado. «Ahora, continuaremos», dijo el anciano. «Podremos comer cuando yo me sienta cansado y también reposar. Ahora escucha bien y pon especial cuidado en recordar. No dejes escapar tu atención porque estas cosas son mucho más importantes que mi vida y tu vida. Es un saber que tiene que ser preservado y transmitido cuando llega la plenitud de los tiempos.» Después de un breve reposo, pareció recobrar fuerzas y algo de color subió a sus mejillas. Sintiéndose más restablecido, continuó: «Habrás recordado que yo te he explicado todo lo sucedido hasta cierto momento. Vamos, pues, a continuar. La discusión se prolongó y era, en mi opinión, muy acalorada; pero llegó un instante en que se terminó aquel debate. Se produjo el ruido de varios pies que se arrastraban; después pasos, pasos ligeros como de algún pájaro saltando sobre la yerba, otros lentos como el caminar de un yak cargado pesadamente. Sonido de pasos que me intrigaron profundamente porque algunos de ellos me parecían no proceder de seres humanos parecidos a los que yo había conocido. Pero mis meditaciones sobre las diferentes maneras de caminar se acabaron súbitamente. Otra mano agarró mi brazo y una voz ordenó: "Ven con nosotros". Otra mano cogió mi otra y fui conducido a un pasillo que mis pies desnudos sintieron como si fuese pavimentado de metal. La ceguera desarrolla los de-

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más sentidos; noté que caminábamos a lo largo de una especie de tubo metálico, si bien me fue imposible imaginar de qué se trataba concretamente». El anciano se detuvo como para imaginar aquella inolvidable experiencia; luego continuó: «Pronto llegamos a una área más espaciosa, a juzgar por los ecos que sentía. Allí escuchaba un sonido metálico, deslizándose ante de mí, y uno de los que me acompañaban habló respetuosamente a un personaje que evidentemente era un superior. Lo que dijo no podía comprenderlo, puesto que se trataba de un lenguaje compuesto de chillidos y chirridos. En respuesta vino lo que sin duda era una orden y me sentí empujado hacia adelante, mientras una materia metálica se cerraba con un ruido atenuado detrás de mi persona. Permanecía yo allí sintiendo que alguien me estaba mirando con fuerza. Se sintió un rumor y un crujido semejantes a los que se produjeron cuando, antes, me senté, así me lo pareció. Seguidamente, una mano delgada y huesuda, tomó mi mano derecha y me guió hacia adelante». El ermitaño hizo una breve pausa, sonriendo. «¿Puedes imaginar mis sensaciones? Yo era un milagro viviente; no sabía lo que tenía delante y tenía que obedecer sin dilación a los que me conducían. Mi acompañante, al final, habló en mi propio lenguaje. "Siéntate", me ordenó, mientras me empujaba para que me sentase. Abrí la boca asustado; a los dos lados había como unos brazos, probablemente para no caerse si uno se dormía por culpa de aquella blandura extraña. La persona que yo tenía enfrente, me pareció que se divertía mucho con mis reacciones; diría que se trataba de una risa mal reprimida. Muchos, parece que se divierten viendo como se toman las cosas aquellos que no pueden ver. »"Me parece que os sentís extraño y asustado", dijo la voz de aquella persona que yo tenía enfrente. ¡Por fin, llegaba un reconocimiento! "No te alarmes" — continuó la voz —, por que no recibirás daño alguno. Las pruebas que de ti tenemos, muestran que tenéis una gran memoria eidética, de manera que vamos a comunicaros información — que jamás olvidaréis — y que más tarde transmitiréis a otro que pasará por

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vuestro camino." Todo eso me parecía misterioso y muy alarmante, pese a las seguridades que se me daban. No dije nada, pero permanecí sin moverme, aguardando nuevas explicaciones, que no tardaron en llegar. »"Ahora vas a ver — continuó la voz —, a todo el pasado, el nacimiento de nuestro mundo, el origen de los dioses y, por qué razón carros de fuego cruzan el firmamento y nos infunden temor." Respetado Señor — yo exclamé —, usáis la palabra "ver"; pero mis ojos han sido vaciados y estoy ciego del todo. Entonces escuché una reprimida exclamación de enojo y la réplica más bien áspera: "Conocemos todo cuanto se refiere a ti, más que tú mismo sabes. Tus ojos han sido suprimidos; pero el nervio óptico aún permanece. Con nuestra ciencia conectaremos con el nervio óptico y tú verás lo que te sea preciso ver". »"¿Significa esto, que volveré a ver por el resto de mi vida?", pregunté. »"No, no podrá ser", me contestaron. "Empleamos tu persona para un fin determinado. Concederte el don de la vista permanentemente, significaría dejarte mover sobre este mundo con un saber muy adelantado para nuestros tiempos; y esto no es lícito. Ahora, basta de conversación; voy a advertir a mis ayudante." »Inmediatamente se produjo un respetuoso sonido como de llamar a una puerta, seguido por un deslizarse de un objeto metálico. Se entabló una conversación; evidentemente, dos personajes habían entrado. Noté que mi silla se movía e intenté encaramarme; pero, con horror, me sentí inmovilizado. No podía mover ni un solo dedo. Con plena conciencia por mi parte, me notaba movido de una parte a la otra, sobre esta extraña silla. Seguíamos corredores, cuyos ecos me proporcionaban raras sensaciones. Después de una pronunciada curva, curiosos olores asaltaron las encogidas ventanas de mis narices. Nos detuvimos a una voz de mando, sólo murmurada, y unas manos me cogieron por las piernas y por los sobacos. Con facilidad, fui trasladado, arriba, al lado, hacia abajo. Estaba yo alarmado; más exactamente, aterrorizado. El terror

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subió de punto cuando una venda gruesa fue colocada alrededor de mi brazo derecho exactamente sobre el codo. La presión fue en aumento hasta que noté como si se hinchase mi antebrazo. Luego vino un pinchazo en mi tobillo izquierdo y una rara sensación como si algo se hubiese infiltrado dentro de mí. Otro aparato, a una voz de mando, fue aplicado a mis sienes y entonces sentí como dos discos de hielo en aquella parte de mi cuerpo. Reinaba un ruido como el zumbido de abejas en la lejanía, y sentía que mi conciencia me abandonaba. »Centellas brillantes de luz, parpadearon ante mi visión. Franjas de colores verdes, rojas, moradas y de todos los colores. Entonces exclamé: «No veo nada, debo de estar en el País de los Diablos y deben de estar preparando tormentos para mi persona." Un agudo y doloroso pinchazo — como de un alfiler — aumentaba mi terror. ¡No podía más! Una voz me habló en mi lengua: "No te asustes, no queremos hacerte daño; estamos arreglando las cosas para que puedas ver. ¿Qué color ves ahora?" De este modo, me olvidé de mis temores y fui explicando cuando yo veía rojo, verde y otros colores. Luego lancé un grito de sorpresa. Podía ver; pero cuanto veía era para mí tan raro, que apenas podía comprender nada. »¿Quién puede describir lo indescriptible? ¿Cómo se puede explicar una escena a otro, cuando no existen, en la lengua, palabras apropiadas, ni conceptos que puedan aplicarse? ¿Sólo puedo decir que veía? Aquí, en el Tíbet, estamos bien provistos de palabras y frases apropiadas para los dioses y los demonios; pero cuando se trata de las obras de los dioses y de los demonios, no sé ni lo que se ve, ni lo que se debe hacer, ni describir. Sólo podía decir que yo veía. Pero mi visión no se hallaba situada en mi cuerpo y así podía verme a mí mismo. Era una experiencia enervante; que no tenía ganas de volver a experimentar. Pero déjame explicar por orden, desde el comienzo. »Una de las voces, me preguntó si veía el color rojo, cuándo el verde y cuándo los demás colores, y entonces dio comienzo a la impresionante experiencia, con esta maravillosa luz blan-

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ca y me encontré con que estaba contemplando — es la palabra más apropiada una escena completamente distinta de todo cuanto antes había visto. Estaba recostado, medio tendido, medio sentado, apoyado sobre lo que parecía una plataforma metálica. Parecía que ésta se aguantaba sobre un pilar solitario, y tenía miedo de que toda la estructura se viniese abajo de un momento a otro, y yo junto con ella. La atmósfera del conjunto era de una limpieza jamás vista. Las paredes, fabricadas de un material resplandeciente, no presentaban ni una mancha; eran de un tinte verdoso, muy agradable y suave a la vista. Sobre esa extraña habitación, que era como un salón inmenso, según mi concepto de las proporciones, se veían piezas de maquinaria que no puedo explicar, ya que no existen palabras para describirte su rareza. »Pero las personas que se hallaban en esta habitación me produjeron extrañeza y miedo, hasta el punto de que estuve a pique de proferir gritos de alarma y llegué a pensar que se trataba de algún truco de óptica. Había un hombre al lado de una máquina. Su talla sería el doble de un hombre de los llamados buenos mozos. Mediría cerca de unos cuatro metros de altura y su cabeza presentaba una forma cónica, terminando en punta como el cabo más agudo de un huevo. No se le veía cabello y era enorme. Parecía ir vestido de un paño verdoso que le llegaba del cuello a los tobillos y, cosa extraordinaria, le cubría los brazos hasta las muñecas. Me horrorizó el ver que llevaba una piel que le cubría las manos. Pensé qué significación religiosa podía tener eso, o bien que me consideraban impuro y tenían algo que ocultarme. »Mis miradas se alejaron de este gigante; había dos más que, por su silueta, juzgué que debían de ser mujeres. Una de ellas tenía el cabello negro y ensortijado, mientras la otra lo tenía blanco y lacio. Pero debido a mi falta de experiencia en lo referente al sexo femenino, dejemos esos detalles aparte, que no interesan. »Las dos mujeres miraban hacia mi persona y, entonces, una de ellas señaló con la mano en una dirección que yo no había observado. Allí vi a un ser extraordinario, un enano, un gno-

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mo, una figura diminuta, cuyo cuerpo era comparable al de un niño de unos cinco años, según pensé. Pero, lo que es su cabeza, era descomunal; un cráneo como una inmensa bóveda, sin nada de pelo, ni rastros en todo cuanto se veía sobre el personaje. Las mejillas eran pequeñas, muy pequeñas, y los labios no eran tales como los tenemos nosotros, sino que parecían más bien un orificio triangular. La nariz era chica, no tanto una protuberancia como un pellizco. Era, claramente, la persona más importante de todas, ya que los demás le contemplaban con reverente actitud, dirigiéndose a su persona. »Pero entonces, aquella mujer movió su mano de nuevo, y la voz de una persona a quien yo no había antes prestado atención, me habló en mi propia lengua diciendo: "Mira delante de tus ojos; ¿ves algo?" Con esas palabras mi interlocutor se presentó ante mi campo visual. Parecía ser el más normal, a mis ojos. Semejaba — quiero decir vestido como se presentaba — tal vez un marchante indio, de manera que puedes imaginarte lo que era normal. Avanzó hacia mí y señaló hacia una sustancia brillante. Miré en su dirección (así lo supongo; pero mi mirada, estaba fuera de mi cuerpo). Yo no tenía ojos ¿dónde, en realidad, puso el objeto que él veía por mi cuenta? Y, cuando yo miré, sobre la pequeña plataforma que estaba unida al extraño banco de metal donde me hallaba yo recostado, vi la forma de una caja. Estaba yo reflexionando cómo podía yo ver aquel objeto, si era aquel gracias al cual yo estaba viendo, cuando se me ocurrió que el objeto de enfrente, aquella cosa brillante, era una especie de reflector; entonces, el ser más normal movió el reflector ligeramente, alteró su ángulo de incidencia y entonces grité con horror y consternación, al verme a mí mismo, yaciendo sobre la plataforma. Me había visto antes de que me arrancasen los ojos. De vez en cuando había llegado al borde del agua para beber y había contemplado mi imagen reflejada en la tranquila corriente; así es que podía reconocerme a mí mismo. Pero ahora, en esta superficie sobre la cual se reflejaba, vi un rostro enjuto que parecía estar al borde de la muerte. Llevaba una venda alre-

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dedor de un brazo y otra alrededor de un tobillo. Extraños tubos salían de esas vendas hacia no sabía dónde. Pero un tubo salía de uno de los agujeros de mi nariz y estaba conectado con una botella transparente, ligada a una varilla de metal, que se encontraba a mi lado. »Pero, ¡la cabeza!, ¡la cabeza! Sólo con recordarlo vuelve mi agitación. De mi cabeza, exactamente de mi frente, surgían una gran cantidad de piezas metálicas que parecían emerger del interior. Las cuerdas metálicas iban a parar, casi todas, a la caja que yo había visto ya sobre la pequeña plataforma que estaba a mi lado. Pensé que se trataba de una extensión de mi nervio óptico que conducía a la cámara oscura; pero su mirada me causaba un horror creciente y quise arrancar, todos aquellos objetos, de mi persona; pero me di cuenta de que no podía mover ni un solo dedo. Sólo me era posible estar allí acostado contemplando las cosas extrañas que me ocurrían. »El hombre de apariencia normal alargó su mano hacia la cámara oscura y si me hubiese sido permitido moverme habría reaccionado vivamente. Pensé que introducía los dedos en mis ojos — ¡la ilusión era tan completa! —. Pero, en vez de ello, movió de sitio ligeramente la caja y entonces tuve otras perspectivas. Podía ver del lado de atrás de la plataforma donde me hallaba tendido. Pude ver otras personas. Su aspecto era del todo normal: uno era blanco, el otro amarillo, como un mongol. Estaban mirándome sin pestañear, sin darse cuenta de mi persona. Parecían más bien fastidiados por todo aquello, y me acuerdo haber pensado que de haber estado en mi lugar no se habrían sentido fatigados. La voz volvió a escucharse, diciendo: "Bien; por una breve tiempo, ésta es tu vista. Esos tubos te alimentan de imágenes; otros tubos hay que te aligeran y atienden a otras funciones. Por ahora, no puedes moverte, porque tememos mucho que, si pudieses, en tu nerviosismo, te harías daño a tu persona. Es para tu propia protección, que te hallas inmovilizado. Pero no tengas miedo, nada de malo tiene que pasarte. Cuando hayamos acabado nuestra tarea, podrás volver a otra parte del Tíbet con tu salud restablecida, y te sentirás normal ex-

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cepto por lo que se refiere a tu vista; porque seguirás privado de tus oj os. Ten por en tendid o que no podrás ma rch arte llevando esta cámara oscura". Entonces, sonrió ligeramente en mi dirección y se retiró hacia atrás, fuera del campo de mi visión. »La gente se movía por allí, examinando varios objetos. Se v eían un a cantidad d e objetos redondos parecidos a pequ eñas v en tan as, cubiertas con cristales finísimos. Pero detrás de lo s cristales parecía no haber nada importante, excepto una pequ eña aguja que se mov ía y señalaba ciertas extrañas marcas. Todo ello, para mí, no tenía sentido alguno. Recorrí el conjunto con la mirada; pero estaba todo fuera de mi comprensión y dejé de prestar mi atención a todo aquello, que se encontraba más bien lejos de mi alcance. »Pasó un tiempo, y yo me encontraba acostado, ni descansado n i cansado, pero como en éxtasis, más bien sin sentimiento alguno. Ciertamente, no su fría n i sentía inqu ietud algun a. Me parecía experimentar un cambio sutil en la composición química de mi cuerpo, y entonces en el borde visual de la cámara oscura vi que un individuo iba dando la vuelta a unos g ri fo s q u e s al í an d e u n a s e r i e d e t u b o s d e v i d ri o f i jo s e n u n a armazón de metal. A medida que el individuo en cuestión d ab a vu eltas a esas llaves, detrás de las ventanillas d e cristal se marcab an d ife ren tes pu ntos . E l p e r s o n a j e m á s p eq u e ñ o , e l mismo que yo había tomado por un enano, pero que, por lo visto, era uno de los jefes, dijo algunas palabras. Entonces, dentro de mi campo visual entró un personaje que me habló en mi propia lengua, y me dijo que en aquel momento iba a ponerme dentro de un estado de sueño, a fin de que yo me restaurase, y entonces, una vez yo me hubiese alimentado y conciliado el sueño, se me explicaría lo que debía serme explicado. »Apenas acabó su discurso, recobré mi conciencia, como se me había interrumpido. Más tarde, comprendí que las cosas, en efecto, marchaban así; tenían un instrumental instan t áneo e in o fen s ivo , qu e m e su mí a en l a incon s cien ci a sólo mediante la presión de un dedo. 34


» C uánto dormí, n o tengo la menor id ea, ni medios para saberlo; pudo ser tan to un a hora, co mo un día entero. Mi despertar fue tan instantáneo como había sido el dormirme anterio rmente; por un instan te, estuve inconsciente, mas, al momen to, me sentía d espierto d el todo . Muy a pesar mío , mi nuevo sen tido d e la v ista no funcion aba. Era ciego co mo antes. Raros sonidos me asaltaban — el "cling" del metal contra el metal, el vibrar del vidrio —. Lu ego, unos pasos rápidos alejándo se. Me llegó a lo s oídos el ruido de un deslizarse metálico y todo perman eció en la quietud por unos mo mentos. Yo estaba allí, acostado, maravillándome d e lo s extraño s acontecimientos que habían traído un trastorno semejante en mi vid a. Dentro d el mismo instante en que el temo r y la ansiedad b rotaban intensamen te en mí, llegó algo que retuvo mi atención . » Unos p asos co mo de pies calzados con chinelas, b reves y d estacados, me llegaron a los oídos. Eran dos personas, acomp añ adas p or un ru ido lejano de vo ces. El ruido fue creciendo y se d irigió a mi habitación . De nu evo, aquel deslizarse de un cu erpo metálico , y los dos seres femeninos — porqu e así d etermin é que eran — se acercaron h ab lando en sus agudos chillidos nerv iosos. Hablaban las do s a la vez, o así me lo p arecía. Se d etuv ieron , cada un a a uno de mis ambos lado s y , ho rro r de horrores , me desnud aron d e mi capa — única cob ertura de mi cu erpo —. Nada pude hacer po r remediarlo . No tenía fuerzas ni pod ía moverme. Me encon traba en poder de aqu ellas mujeres d esconocidas. Yo, u n monje, qu e nada sabía d e las mujeres — que no tengo inconvenien te alguno en confesarlo —; sentía horror a las mujeres.» El viejo ermitaño se calló . El joven mon je lo con templaba, p ensand o con horror en la terrible afrenta que representaba aqu el su ceso. En la fren te del ermitaño, un tenue hilo d e sudo r hu med ecía la piel broncead a, como si reviviese aquello s instantes horrib les. Con manos temblorosas ag arró su cu en co, lleno de agua. Bebió unos pocos sorbos y lo d epositó con todo cuidad o detrás de su persona. « Mas alg o peo r sucedió luego — p rosigu ió con voz v acilan -

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te —. Aquellas mu jeres jóvenes acostaron sobre uno de mis flan cos mi cuerpo y, po r fuerza, in trodu jeron un tubo d en tro de un a parte inmencionable de mi cuerpo. Me entró aquel líquido y cuidé reventar. La mod estia me exime de explicar cuánto ocurrió por obra de aquellas mujeres. Pero aquello era sólo un comienzo: me lavaron mi cuerpo desnudo de arriba abajo y mostraron la más vergon zosa familiarid ad con las p artes p rivadas de mis órganos mascu linos . Me rubo ricé d e pies a cabeza y todo yo me sen tí cub ierto d e la mayor confusión. Agudas v arillas de metal fueron introducidas en mi cuerpo y el tubo, que se hallaba en los agujero s de mi nariz, fue quitado y o tro me fue colo cado forzadamente. Entonces, se me co locó u na sábana que me cub ría de los pies a la cabeza. Pero aún no h ab ían terminado; en tonces padecí un dolo roso afeitado de mi crán eo y varias cosas inexplicables sucedieron hasta que se me aplicó un a sustancia muy pegajosa e irritante sob re la parte afeitad a. Durante todo el tiempo, las dos jóv en es estuvieron ch arlando y bromeando co mo si los diablos les hubiesen sorbido los seso s. » Después de un larg o rato, se escuchó de nu evo el deslizarse de la pu erta metálica y unos paso s más p esado s se acercaron, mientras la charla de aquellas mujeres se interrumpía. La Voz qu e h ablaba en mi lengua, me dijo amablemente: "¿Cóm o se en cuentra?" » "¡Terriblemente mal!", repliqu é vivamen te. "Vuestras mujeres me d ejaron en cuero s y abusaron de mi cuerpo en forma increíble." Mí resp uesta, pareció d ivertirles eno rmemente. Dicho con todo mi candor, se perecieron de ris a viendo qu e no h ice nada para d isimular mis reaccio nes. » "Nos era indisp ensab le lavarte — dijo —, debes tener tu cuerpo limpio de escorias y tenernos también que hacer lo propio con los aparatos qu e te ap licamos. P or eso , vario s tubo s y con exiones eléctricas tienen qu e ser reemplazados po r otros esterilizados. La incisión en tu cráneo tiene qu e ser inspeccion ad a y pu esta en cond iciones de nu evo. Só lo tien en que qued arte unas pocas cicatrices ligeras cuando te march es de aquí." El v iejo eremita bajó su cabeza hacia el joven mo nje. «Mira

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— le dijo — aquí, sobre mi cabeza, hay cinco señales.» El joven monje se puso de pie y contempló con profundo interés el cráneo del ermitaño. Las señales estaban allí; cada una tendría dos dedos de anchura y mostraba una depresión de co lo r blan qu ecin o. ¡ Qu é t e me ro s o — p e n só e l jo v e n mo n j e — s e r ía u n a e x p e ri m e n t o se me j a n t e , a d m i n i s t r a d o p o r mu j e r e s ! Involuntariamente se sentó, como si temiese al ataque de un enemigo desconocido. El eremita continuó: «No me sentí calmado por las palabras del reci én ven i do, sino que p regun té : "¿P e ro fui manipu lado por mujeres? ¿No hay hombres, si un tratamiento de esta naturaleza era imperativo?". »El que me tenía cautivo — ya que así lo consideraba — se rió de nuevo y replicó: "Querido amigo, no seas tontamente p ú d i c o . T u c u e r p o d e s n u d o — t a l c o mo s e h a l l a — n o s i g nifica nada para ellas. Aquí vamos todos desnudos la mayor parte d el tie mp o, en nuest ras horas de gua rd ia . Nuestro cu erp o es el T e mp l o d el Su p e r -y o y es en abso l u to p uro. Los qu e sienten escrúpulos es que tienen pensamientos que les inq uiet an . Po r lo qu e se refiere a l as muj er es q ue cu id an d e ti, son enfermeras y están instruidas en este trabajo. » "Pero, no p uedo moverme, ¿po r qué? — p regun té —. Y ¿po r q u é r a z ó n n o s e m e p e r m i t e v e r ? ¡ E s t o e s u n a t o r t u r a ! " »"No te puedes mover" — me dijo —, porqu e pu ed es tirar de l o s e l e c t r o d o s y c a u s a r t e d a ñ o . O p u e d e s c a u s a r l o a l e q u i p o qu e est á a tu al r ed e d or. No p e rmit imo s q u e te aco stu mbr es a ver, porque cuando te marches serás ciego, y cuanto más hagas servir el sentido de la vista, olvidarás más el sentido del tacto, que los ciegos desarrollan. Sería para ti un tormento si te permitimos la vista hasta que te marches, porque entonces te sentirías desamparado. Tú estás aquí no por placer, sino p ara v e r y escu cha r y s e r el d e p ositario d e u n co no ci mi ento , ya que otro tiene que venir y adquirir de ti esta sabiduría. Normal m ent e, est e sab er t ien e qu e se r es crit o ; p ero t e me mo s desencadenar otra furia de «Libros Sagrados», o semejantes fór m ulas. So b r e el sab e r q u e t ú aho ra ab so rb er ás y más t ard e transmitirás, se escribirá acerca de él. Mientras tanto, no oh 37


vides que estás aquí, no para tus propósitos, sino para los nuestros."» En la cueva, reinaba el silencio; el viejo eremita hizo una pausa, antes de continuar. «Déjame descansar por ahora. Necesito reposarme un rato. Tú puedes traer agua y limpiar la cueva. Hay que moler la cebada.» «¿Tengo que limpiar el interior de vuestra cueva, Venerable padre?» preguntó el joven monje. «No; lo haré yo mismo, cuando haya descansado; pero tráeme arena para mí, y déjala en este sitio.» Diciendo esto, buscó sin prisas en un pequeño rincón de las paredes de piedra. «Después de haber comido tsampa y sólo tsampa por más de ochenta años — dijo con cierta animación —, siento ganas de probar otros manjares, precisamente ahora que estoy a punto de no necesitar nada.» Movió su anciana cabeza blanca y añadió: «Probablemente, el choque de un alimento diferente me matará.» Después de esto, el anciano entró en su habitación privada, que el joven monje desconocía. El joven monje trajo una gruesa rama, desgajada en la entrada de la cueva, y empezó a rascar el suelo. A fuerza de ir rascando, barrió todo lo que había en el suelo y lo distribuyó de manera que no obstruyese la entrada. Cargado con el material que trajo del lago en el regazo de su capa, extendió la arena por el suelo y la fue apisonando. Con seis idas y venidas suplementarias trajo la arena suficiente para el anciano anacoreta. En el extremo interior de la cueva se veía una roca cuya parte superior era lisa, con una depresión formada por el agua, muchos años atrás. Dentro de esta depresión puso dos puñados de cebada. La piedra, pesada y redonda, que se hallaba cerca era sin duda el instrumento adecuado al propósito. Levantándola con algún esfuerzo, el joven monje se sorprendió pensando que un anciano como era el ermitaño, ciego y debilitado por los ayunos, pudiese manejarla. Pero la cebada — completamente tostada -- debía ser molida. Pegando con la piedra con un ruido resonante, le imprimió una semi-rotación y volvió a elevarla para un nuevo golpe. Monótona-

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mente, continuó machacando la cebada, imprimiendo media vuelta a la piedra, para moler los granos más finos, recogiendo la harina que se iba formando y reponiendo el grano molido. ¡Turn! ¡Tum! ¡Tum! Por fin, con los brazos y la espalda doloridos, quedó satisfecho con el montón de lo molido. Luego, después de haber frotado la roca y la piedra con arena, para limpiar cualquier residuo de grano que hubiese resultado adherido, puso cuidadosamente la harina en la vieja caja que estaba allí a este propósito y se encaminó, cansado, a la entrada de la cueva. La tarde, ya avanzada, aún resplandecía y se calentaba al sol. El joven monje se recostó sobre una piedra y revolvió perezosamente su tsampa con la punta de un dedo para mezclarla. En una rama, un pajarilla, encaramado en ella, con la cabeza inclinada, observaba esas operaciones con elocuente confianza. Por el lado de las aguas, un pez de buen tamaño saltó, con el intento coronado por el éxito de zamparse un insecto que volaba muy bajo. Muy cerca, un roedor se aplicaba a sus tareas, en la base de un árbol, plenamente olvidado de la presencia del joven monje. Una nube oscureció el calor de los rayos de sol, y al joven le entró un temblor súbito. Poniéndose de pie de un salto, lavó su cuenco y lo frotó con arena. El pájaro se escapó volando con un chillido de alarma y el roedor se escapó alrededor del tronco del árbol y se puso en guardia con los ojos bien abiertos y brillantes. Metiendo el cuenco en el seno de su túnica, el joven monje se apresuró a volver hacia la cueva. En la cueva se hallaba sentado el viejo eremita; do, sino apoyado contra una pared. «Me gustaría del fuego sobre mi persona — dijo —, porque encenderlo para mí en todos los sesenta o más ¿Querrías encender una hoguera para mí, y podríamos sentarnos a la boca de la cueva?»

mas no erguisentir el calor no he podido años pasados. así los dos

«Con mucho gusto», respondió el joven monje. «¿Tenéis pedernal o yesca?» «No, no poseo más que mi cuenco, mi caja de cebada y mi par de vestiduras. No tengo ni tan siquiera una sábana.» Así

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es que el joven monje puso su propia sábana harapienta alrededor de los hombros del anciano y salió fuera de aquella caverna. No muy lejos, la caída de una roca había sembrado el suelo d e p e q u e ñ o s p ed a z o s d e l a m i s ma . A l l í , e l j o v e n m o n je p u d o hallar dos pedazos de pedernal que se adaptaban muy bien a las pa lmas de sus mano s. A mod o de expe rimento , golp eó un guijarro contra el otro con un movimiento de frote; con eso obtuvo una pequeña corriente de chispitas al primer intento. Puso las dos piedras en el seno de su vestidura y luego se dirigió a un árbol muerto, cuyo tronco sin duda había sido alc anz ado po r un rayo d esd e h ací a l a rgo ti empo . En el hu eco de su interior, buscó y halló un puñado de pedazos secos de mad e ra , d e co l o r d e h u eso , p o d r i d o s y p o l v o r i e n t o s . C o n c u i dado los fue poniendo entre sus vestiduras; después recogió ramas secas y quebradizas que se hallaban dispersas alrededor del árbol. Cargado hasta el límite de sus fuerzas se dirigió a la cueva y satisfecho descargó todos esos objetos en la parte exterior de la entrada, en un sitio bien abrigado del viento dominante, de forma que después la cueva no pudiese verse invadida por el humo. En el sue lo a re no so, con la ra m a q ue le serv ía de es co ba , t razó u n a l i g e r a d ep r e s i ó n y c o n e l p a r d e ped e rn a les a su l ad o , construyó un montoncito de troncos reducidos a pedazos y los cubrió con madera podrida que, a fuerza de enrollarla con sus dedos, quedó convertida en u n polvo como de h arin a. Entonces, con expresión aplicada, cogió los pedazos de pedern al , u no en cad a mano , y los hi zo ch oc ar el u no co n t ra el otro, procurando que la escasa corriente de chispas, pudiese caer sobre aquel polvillo d e madera. Repitió much as veces la operación, hasta que consiguió que apareciese una partícula de llama. Inclinándose entonces, hasta tocar con el pecho al suelo, con todo cuidado, fue soplando aquella preciosa centella. Po co a poco, cada vez se fu e h aciendo más brillante. La pequ eñ a chi sp i ta c r eció más y más, h as ta q ue el jov en mo nje pud o apart ar u n a mano y co l o car a lg un os b ro t es se cos al rede dor, junto con algo que hacía de puente de la pequeña man40


cha de fuego. Fue soplando continuamente, y, finalmente, tuvo la satisfacción de ver una verdadera llama de fuego extendiéndose a lo largo de las ramas. Ninguna madre cuida tanto a su recién nacido como aquel joven se dedicaba con toda su atención a la llama naciente. Ella, gradualmente, crecía cada vez más brillante. Luego, finalmen te , t riun fan do, añ adió t r o nco s cad a v e z má s g ru e so s a l a hoguera, que empezaba ya a brillar francamente. El joven monje, entonces, entró en la cueva y fue hasta donde se hallaba el viejo ermitaño. «Venerable padre — dijo el joven monje —, el fuego ya está a punto; ¿puedo acompañaros?» Luego, puso un palo robusto en la mano del anacoreta, y, ayudándole con toda lentitud a ponerse en pie, le acompañó delicadamente hasta la vera del fuego, del lado por donde no pasaba el humo. «Me voy a buscar más leña para la noche», dijo el joven monje. «Pero antes voy a poner los pedernales y la yesca dentro de la cueva, para que se conserven secos.» Diciend o e sas pa lab ras , rea just ó la sáb an a sob re l a esp a lda del anciano; le puso agua a su lado y depositó el pedernal y la yesca al lado de la caja de la cebada. Dejando la cueva, el joven monje cuidó de añadir más leña al fuego y se aseguró de que el anciano no corría ningún peligro de ser alcanzado por las llamas; después, se marchó y se dirigió hacia donde se hallaba el campamento donde estuv ieron h ací a p oco aqu el lo s mer cad e res . Po dían h ab e r dej ad o alg o d e l eñ a , p en só . P ero , n o habían dejado leña a lguna . Mejor aún, se habían olvidado de un recipiente de metal. Evid entemen t e, s e les hab í a ca íd o sin q ue ellos se d ies en cuen ta al c a rga r los y ak s, o tal v e z al ma r cha rs e. Po día ser t a mb ién que otro yak hubiese dado con una pata al utensilio, y éste hubiese ido a rodar detrás de una piedra. Ahora, para el joven monje, esto era un tesoro. Un grueso clavo se hallaba al lado del recipiente, por algún motivo que se escapaba al monje; pero que iba a prestar algún servicio, estaba seguro. Buscando con toda la diligencia por aquellos parajes alrededor del bosquecillo de árboles, no tardó en reunir una pila de madera muy satisfactoria. Yendo y viniendo de la cueva, al41


ma c e n ó e n e l l a t o d a a q u e l l a l e ñ a d e n t r o d e l a c a v e r n a . N a d a dijo al viejo ermitaño de aquellos hallazgos. Quería darle una ag radab le sorpres a y tener el placer de contemp lar la satisfacció n de l an ci a no al p od e r b e ber té cal ien te. Ya t en í an t é, po rque el mercader les trajo alguno; pero carecían de medios para calentar el agua, hasta entonces. La última carga de leña, había sido ya depositada y, sin hacer nada, se hubiera perdido aquella jornada. El joven monje vagaba de un lado a otro, buscando procurarse una rama de dimensiones convenientes. En un soto a orillas del lago, vio de pronto un montón de harapos. Quién los había llevado hasta allí, lo ignoraba. Mas, la extrañeza dio paso al deseo. Avanzó para levantar del suelo aquellos harapos y, de pronto, pegó un brinco , al escu cha r q u e un llanto s a lía de aque l montón de trapos. Inclinándose, se dio cuenta de que aquellos «harapos» eran un cuerpo humano; un hombre flaco lo increíble. Alrededor de su cuello, llevaba una tanga (*). Una tabla de madera, cuya long itud sería en total d e cerca de más de metro y medio. Dicha tabla, abierta por enmedio a lo largo, tenía como una charnela y, por el otro, un candado cerrado. El c e n t r o d e l m a d e r o e s t a b a f o r m a d o d e m a n e r a q u e s e a j u s taba al red ed or d el cue llo d e l a víct i ma . Aqu el ho mb re e ra un esqueleto viviente. El joven monje, arrodillándose, dejó en el suelo las ramas del bosquecillo que llevaba encima; luego, poniéndose en pie, co rrió al agua y llen ó su cuen co. Con toda prisa, volvió hasta aquel hombre caído e introdujo el agua por su boca ligeramente en t r e a b i e r t a . A q u e l h o mb r e s e estremec ió y ab rió lo s ojos. «Quise beber — musitó —, y me caí al agua. Gracias a esa tabla floté, casi a punto de hundirme. Estuve días en el agua y , a h o ra mi s m o , h e p o d i d o r e mo n ta r la o r illa» . Y se calló , ex hausto. El joven monje le trajo más agua, y luego agua mezclada con harina. «¿Puedes quitarme esto de encima?», pregun tó el ho mb re . « Peg an do c on d os p ied ras est a c e rradu ra, l a podrás abrir.» (*) Instrumento chino de suplicio. (N. del T.)

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E l m o n j e s e p u s o e n p i e y fu e a l a o r i l l a d e l l a g o , b u s c a n d o las piedras idóneas. Cuando estuvo de vuelta puso la mayor de las dos piedras bajo uno de los extremos de la tabla, y pegó fuerte con la otra pied ra. «Intenta por el otro lado — dij o aquel hombre —, y pega sobre el pitón que atraviesa de parte a parte. Húndelo con todas tus fuerzas.» Con todo cuidado, el monje puso en su debida posición el madero y pegó con toda su alma. Apretando luego, después un fuerte crujido, la cerradura cayó po r su lado. Enton ces pudo ab rir el i n s t r u m e n t o d e t o r t u r a y d e j a r l i b r e e l c u e l l o d e a q u e l h o m bre que, en su esfuerzo, se había ensangrentado. « Ir á a pa r ar a l fueg o — d ijo e l jov en monj e —, s er ía un a lá stima que se perdiese.»


Capítulo tercero

Duran t e u n l argo rato, el jo v en mon je est u vo sent ad o e n el su elo , acun and o la cab eza del en fe rmo e i ntent an do al i m ent a rlo c o n p eq u e ñ a s c an t i d ad e s d e t s a mp a. F i n a l m e n te , s e d e tu v o y d i j o en t r e sí : « T e n d ré q u e ll ev aron a la cu ev a d el ermitaño» . Di cie ndo esto , l eva ntó el cu erpo d e aqu el ho mb re y p ro cu ró co locá rselo s ob re un h omb ro , con la cara h a ci a ab ajo y p legado co mo u na s áb an a arrollad a. Co n p a so v a cil an t e p o r la ca rga , d i rig ió sus p asos h as t a el b o sq u e cil lo , y d e all í a la cu ev a. Po r fin , d espu é s d e l o qu e p a recí a un vi aj e in te rmi n able, lleg ó a la v era del fue g o . A ll í d e p o s itó d e l i c a d a m e n te aq uel h o mb re s ob re el su elo . « Ven erab l e — dijo al e r mi ta ño -, en con tré a este h o mb re en u n soto cerca del lago . Ll evab a u n a c an g a a lr e d ed o r d el cu el lo y e s t á mu y g r a v e . L e q u i t é l a can g a y lo be t ra íd o a q u í . » Con u na ra ma , el jov en mo nj e reav ivó el fu ego de man e ra qu e se el evó u n e nja mb re d e ch ispas y el a ire se l lenó d e un ag radab le o lo r a mad e ra q u emad a. Det en i én dose sólo p ara a p a re j a r m á s l e ñ a , s e v o lv i ó de esp a lda s al viejo eremi ta. «¿Un a canga ?» , dijo és te. «Si gni fi c a q ue s e tr at a de un p resid ia rio ; p ero , ¿ q u é h ac e u n p r esidi a rio aqu í? No impo rta lo que h a y a h e c h o ; s i e s tá e n f e r mo , debemos hace r cu anto podamos p or él . T al v e z pu ede hab la r. . . » « Sí , V ene rab le », mu r mu ró a qu el h o mb re c o n u n a v o z d é bil. « He ido d e ma s iad o a ll á p a ra p oder s e r auxiliado fís ica me nte. Neces ito u n a uxilio espi ri tu al , p a ra mo rir en paz. ¿Pu edo hablaros ?» « Co n tod a ce rt ez a» , rep l icó e l v iejo e r m itañ o . « H ab la , q u e t e escu ch amo s.» E l en f e r mo h u m e d e c i ó s u s l a b i o s c o n a g u a q u e l e p ro p o rc io n ó el jo v en mon j e , ac la ró s u g a r g anta , y d i jo : « Fu i u n a fo rtu n ad o p lat e ro d e la ciu d ad d e Lh a sa. L o s n e g o c i o s m e m a r c h a b a n muy b i en; sie mp re, d e los c onv entos , me lleg ab an en carg os. Enton ces , ¡oh , bendic ión d e la s b e n d i c io n e s ! , ll e g a ro n me r c a -

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deres de la India, cargados de mercancías baratas, por el estilo d e lo s b a za r es d el p a ís d e aq u éllo s . Ll a mab an a tod o aq u e llo "producción en masas". Cosa inferior, calidad falsificada. Géneros que yo no quería tocar de ningún modo. Mis negocios fueron cayendo. Mi mujer no pudo sufrir la adversidad y se marchó al lecho de otro hombre. Un comerciante adinerado q ue la h ab í a p re ten d ido ant es d e q ue ell a se cas ase co n mig o. Se t ra tab a de u n comerci an t e al cu al n o le af ect aba l a co mp etencia de aquellos indios. No tenía yo nadie que me ayudase y se p reocupase po r mí; ni tampo co n adie po r quien yo pudiese preocuparme.» Se detuvo, el hombre, anonadado por aquellos sus amargos recuerdos. El v iejo ermit año y el jov en mon j e pe rman ecí an en sil en c io, esperando que se re cobr ase. Po r fin, aque l ho mb r e c o n t i n u ó : «La competencia fue creciendo; llegó un hombre, éste de la China, trayendo género aún más barato, a lomos de unos yaks. Mi negocio tuvo que cerrarse. No me quedaba nada, excepto mis pobres enseres, que nadie quería. Finalmente, llegó un co me rc ian te in dio , qu e m e o f re ció un p re ci o insu l tan te m e n te bajo por mi casa y todo cuanto había en ella. Yo me negué y entonces él en tono de burla me dijo que pronto tendría todo lo mío de balde. Yo entonces, hambriento y miserable como me sentía, perdí el dominio de mí mismo y le eché de mi casa. Dio de cabeza y se rompió una sien contra una piedra que por casualidad allí se encontraba». Volvió a callarse aquel hombre, y los demás, a permanecer en silencio hasta que no reanudase su historia. «La gente se arremolinó a mi alrededor», siguió diciendo. «Unos me respondían, otros se ponían en mi favor. No tardé a ser llev a d o a p r e s e n c i a d e l m a g i s t r a d o y s e o y ó la e x p l i c a c i ó n d e l caso. Unos hablaban en mi favor; otros, en contra. El magistrado deliberó brevemente y, por fin, me sentenció a llevar la canga por un año. Trajeron el aparato y lo pusieron alrededor de mi cuello. Con él, no podía alimentarme, ni beber, antes bien dependía exclusivamente de la buena voluntad de los demás. No podía trabajar, sólo podía dedicarme a ir pi45


diendo limosna. No me podía tender; me veía obligado a permanecer de pie o sentado.» El hombre empalideció y pareció que iba a sufrir un desvanecimiento. El joven monje, exclamó: «Venerable: encontré un caldero en el campamento de los mercaderes del otro día. Lo voy a traer y podremos hacer té». Poniéndose en pie, corrió hasta donde había hallado el caldero, y cerca de éste encontró un gancho que evidentemente le correspondía. Después de haberlo llenado de agua, habiéndolo antes limpiado con arena, se dirigió de nuevo a la cueva, llevando el caldero, el gancho, el clavo y la canga. Pronto estuvo de regreso en la cueva y, con toda alegría, metió la canga al fuego. Chispas y humo surgieron y en el centro de aquel instrumento de tortura una robusta llama surgió de pronto. El joven monje fue corriendo hacia el interior de la cueva y trajo los paquetes que le había dado recientemente aquel marchante. Un ladrillo de té. Una grande y sólida torta de manteca de yak, polvorienta, un punto enranciada; pero todavía identificable como mantequilla. Cosa curiosa, un saquito de azúcar moreno En el exterior de la cueva, él deslizó cuidadosamente un palo bien liso a través del asa y colocó la tetera en el centro del brillante fuego. Entonces quitó suavemente el palo y lo puso a un lado cuidadosamente. Luego hizo a trozos el ladrillo de té, echando los más pequeños a la tetera, cuya agua empezaba a estar bien caliente. Cortó luego una cuarta parte de la mantequilla, ayudándose con una piedra de bordes afilados. Luego introdujo esa mantequilla en la tetera que empezaba a hervir y pronto se formó en su superficie una capa grasosa. Después añadió un pequeño puñado de bórax para dar buen gusto al té y, por fin, un gran puñado de azúcar moreno. Con una pequeña ramita acabada de pelar, el joven monje agitó el conjunto vigorosamente. Ahora, la superficie de la bebida estaba oscurecida por el vapor. Con el palo, cogiendo el asa, levantó el caldero del fuego. El viejo ermitaño había ido siguiendo todo el curso de la ebullición del té con el mayor interés. Por medio de los ruidos, había seguido cada una de las fases de la operación.

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Ahora, sin que se le advirtiese, levantaba su propio cuenco. El joven monje lo tomó y, apartando la espuma de impure zas , ra mit as y broza, l lenó el cu en co h ast a la mi tad y s e lo devolvió con todo cuidado. El presidiario murmuró que poseía un cuenco entre sus harapos. Presentándolo, se le llenó del todo, ya que go zando d e su vista no se le perdería ni una sola gota. El joven monje llenó su propia taza y se sentó descansadamente a beberla, con aquel suspiro de satisfacción que sale de uno cuando ha trabajado intensamente para lograr algo. Por un tiempo reinó un silencio total, mientras cada cu al d e los presentes seguía el cu rso d e su s pens amientos . De tanto e n tan to , el jov en mon je se lev antaba a llen ar de nuevo las tazas de sus compañeros y su propia taza. Se oscureció el atardecer. Un viento frío hizo que las hojas d e los árboles susurrasen a manera de cantos de protes ta. Las ag uas d el lado se ag it aron y ll en aron d e a r ru g as y crep i tab an y susurraban entre los guijarros de la orilla. El joven monje acompañó solícitamente al viejo ermitaño hasta el interior, ahora oscuro, de la cueva; luego, volvió adonde se encontraba el enfermo. El joven monje lo trasladó al interior de la caverna y labró una depresión para su cadera, al paso que le sirviese de cabecera. «He de hablarle — dijo el hombre — porque me queda muy poco tiempo de vida.» El monje salió unos momentos para proteger el fuego con un montón de ar ena y p re serv arlo ado r meci d o po r l a no ch e. Po r la mañ a n a, las cenizas todavía se conservarían rojas y sería fácil reavivar una llama vigorosa. Estando allí los tres hombres — uno acercándose a la edad viril, otro de media edad y el tercero, anciano — sentados o a c o s t a d o s e l u n o c e r c a d e l o t r o , e l p r i s i o n e r o v o l v i ó a ha c e r u so de la palabra. «Mis horas se están acabando», d ijo. «Siento qu e mis antepas ados están a punto de acog erme y darme la bienvenida. Durante un año entero, he sufrido y me he cons um i d o . H e e st a d o v a g a n d o e nt r e Lh as a y P hari, y end o y volviendo en busca de comida y auxilio. Afanándome. He encontrado grandes lamas que me han rechazado y otros que han sido buenos conmigo. He visto personas humildes que me 47


ciab an d e co mer, y el los se q uedab an en ayu nas. Po r u n añ o, h e c o r r i d o d e u n l a d o a o t r o , c o mo e l ú l t i m o d e l o s v a g a b u n dos. Me he peleado con los perros para quitarles sus mendrugos y luego he visto que no podía comérmelos.» Se detuvo entonces para tomar un trago de té frío, que tenía al lado, ahora con la mantequilla congelada. «¿Cómo pudiste llegar hasta nosotros?», preguntó el viejo eremita con su voz cascada. « Me ab alancé sobre el agua, al ot ro lado del lago , para beber y por culpa de la canga, con su balance, me caí en el agua. Un fuerte viento me llevó a través de las aguas, de manera que vi un día y una noche, más otro día y otra noche, y el día siguiente. Algunos pájaros se posaban sobre mi canga e intentaban picar mis ojos; pero yo gritaba y ellos se asustaban y huían. Sin parar, fui desplazándome hasta que perdí conciencia y no me enteré de cómo iba desplazándome. Por último, mis pies tocaron el suelo del lago y me pude sustentar. Sobre mi cabeza daba vueltas un buitre, de manera que me esforcé y me fui arrastrando hasta que llegué al soto donde e s t e j o v e n p a d r e me e n c o n t r ó . M e s i e n t o s o b r e f a t i g a d o , m i s fuerzas me abandonan y pronto debo ir a los Campos Celestiales.» « Rep osa du ran te la n och e», d ijo el an ci ano ere mi ta . «Los Es píritus de la Noche están velando. Tenemos que hacer nuestros v iaj es p o r el as tral ant es de q ue se n os hag a t ard e.» Con la ayuda de su bastón, se puso en pie y se fue, renqueando, hacia el interior de la cueva. El joven monje dio un poco de tsampa al enfermo y luego se acostó p ensando en lo s sucesos de aquel día hasta que estuvo dormido. La luna ascendió hasta su mayor altura y, majestuosamente, siguió su curso por la otra parte del cielo. Los ruidos nocturnos cambiaban según avanzaban las horas. Diferentes insectos zumbaban y vibraban, en lontananza se escuchaba el asustado chillido de una ave nocturna. En la montaña se oían crujidos de las rocas, según se contraían bajo el frío de la noche. No lejos, como truenos espaciados, rodaban piedras y rocas por unas pendientes, dejando sembrados unos trazos sobre el suelo. 48


Algún roedor nocturno llamaba angustiosamente a su pareja y cosas desconocidas se arrastraban y murmuraban en las arenas susurrantes. Gradualmente, las estrellas palidecieron y los primeros rayos anunciadores del día cruzaron el cielo. De súbito, como percutido por una corriente eléctrica, el jov e n m o n j e s e i n c o r p o r ó . Es t a b a d e s p i e r t o d e l t o d o , i n t e n t a n do, en vano, atravesar la intensa oscuridad de la cueva. Aguantando su respiración, con toda atención, escuchaba a su alrededor. No podía tratarse de ladrones — pensó —. Todo el mu nd o s ab í a q ue el v iejo ere mi ta no po s eía n ad a . ¿ Est ab a ac aso, el v iejo , en fermo ?, s e p reg un tó el jo ven . Al zánd os e y y endo con todo cu idado hacia el interior de la cu eva, preguntaba: «Venerable padre, ¿os encontráis bien?» El viejo, se movía: «Sí, ¿acaso se trata de nuestro huésped?» El joven monje se aturulló. Había olvidado del todo la presencia del preso. Volviendo apresuradamente hacia la boca de la cueva, percibió como una borrosa mancha gris. Sí , el fu ego, b i en pro teg id o , n o era de l todo mu erto. Cog ien d o una rama el monje la hundió e n l a h o g u e r a y s o p l ó f u e r t e mente. Apareció una llama y él amonto nó varias ramas sobre el fueg o naciente. De mo mento el palo estaba b ien encendido por un cabo. Lo cogió y volvió a meterse en la cueva. La astilla ardiente proyectaba sombras fantásticas que danzaban locamente sobre las paredes. Cuando el joven monje entró, una figura prisionera del resplandor de aquella antorcha apareció desde el fondo de la cueva. Era el viejo ermitaño. A los pies del joven monje, el forastero yacía acurrucado, con las piernas encogidas sobre el pecho. La antorcha se reflejaba en sus ojos muy abiertos y daba la impresión de que pestañeaban. Tenía la boca abierta y un hilillo de sangre seca le salía de la comisura de los labios y formaba unos grumos a la altura de los oídos. De pron to se prod ujo un ronco estertor y el cuerpo se contorsionó espasmódicamente y formó un ar co tenso y s e relajó s egu id ame n t e , c o n u n s u s p i r o fin al . E l cuerpo crujió y se percibió un rumor de fluidos. Los miembros, por fin, se distendieron y las facciones se aflojaron. El viejo ermitaño y el joven monje rezaron las Plegarias para 49


la P az de lo s Esp í ri tus Qu e Se V an , y se esfo rzaron p ar a dar in st ruc cio n es t elep át icas p a ra ayud ar el pas o d el al ma del d ifunto a los Camp os Celestiales. Los pájaros empezaron a cantar al naciente día; pero, en aquel suelo, estaba la muerte. «Tienes ahora que llevarte el cuerpo», dijo el viejo ermitaño. «Tienes que desmembrarlo y sacarle las entrañas para que los buitres puedan darle una sepultura adecuada en los aires.» «No tengo cuchillo alguno», replicó el joven monje. «Tengo un cuchillo», le contestó el ermitaño. «Lo guardo para que mí propia muerte sea conducida como es debido. Ahí l o t i e n e s . H a z t u d e b e r , y l u e g o m e l o d e v u e l v e s . » De no muy buena gana, el joven monje levantó el cadáver y se lo l l e v ó f u e r a d e l a c u e v a . C e r c a d e l p r e c i p i c i o d e l a s r o cas hab ía una p ied ra plan a. Con mucho s esfuerzos levantó el cuerpo hasta depositarlo sobre la piedra y lo despojó de los viejos y sucios harapos. En lo alto, sobre su cabeza se oía un pes ant e al et eo ; h abí an ap arecido lo s p ri m eros b uit res, lla mados por el olor del muerto. Con un estremecimiento, el jov en plan tó la punta del cuchillo en el delgado abdo men d el d i fu n t o y l o v o lv ió a s a c a r . P or la he rid a ab ierta , los in tes ti nos comenzaron a salir. Rápidamente agarró aquellas flacas entrañ as y las tiró hacia afuera. Sob re la ro ca, esparció el corazón, el hígado, los riñones y el estómago. A golpes y tirones, c o r t ó d el t r o n c o a m b o s b ra zo s y p ierna s. Lu eg o, con el cue r p o desnudo cubierto de sangre, se fue corriendo de la tremenda escena y se precipitó en las aguas del lago. Dentro del agua , se r as có y li mp ió co n p u ñado s d e f in a ar en a . C on to d o cuidad o, limpió el cu chillo del viejo ermitaño y lo fro tó b ien frotado, con arena. Temblaba del frío y de la impresión recibida. El viento, glacial, soplaba sobre la piel desnuda del joven monje. El agua parecía caerle encima como si los dedos de la muerte trazasen líneas sobre su cuerpo. Vivamente saltó fuera del agua y se est re m eció co mo un p e rro . Corri end o, lo g ró co mu n ic a r algún calor a su cuerpo. Al lado de la boca de la cueva, recogió y se vistió sus ropas, apartando todo aquello que pudiera haberse impurificado por su contacto con el cadáver. Mas, 50


cuando iba ya a entrar en la cueva, se acordó de que su ta re a es tab a po r acaba r. L en ta m ente, s e dirigió d e n u e v o h a c i a l a p i e d r a d o n d e hací a po co h ab ía de jado al m u e rt o . A l g u n o s b u itr e s rep os aban , s ati sfe cho s , y plá c ida men te s e al i saban l as plu m as con el p ico ; ot ro s , s e a fan ab an l len os d e activ idad en tre las costi ll as d el ca dáve r. Ca si h a bían s acad o to d o el p e llejo d e l a cab ez a, dejan d o l a calav era mond a y l irond a. El joven mon j e, con un a piedra p es an t e, a plastó l a c al av er a esque lética , ex poniendo lo s s eso s aq u ello s a los bu itres ha mbri ento s . En to nces , llev ánd o se lo s and r ajo s y el cu enco del difu nto , co rrió hac ia la hogu era y lan zó aq uellas reliqu ias al cent ro d e la mis ma. A un l ad o, aún en roj ec i d o, se h all ab a el res to metá li co de la c anga ; el ú lti mo r ast ro d e u n v a rón q u e había sid o un rico artes ano , co n su e spo sa, su s c asas y s u tal en t o p r o f e s i o n a l . M e d it an d o so bre el cas o, el jo ven mo nje ende rezó sus p aso s ha ci a la cav e rna . El an ci an o ermitaño e stab a se ntado su mid o en la medi ta ci ó n; pero se puso e n pie cu ando e l j o v en s e l e a ce rc aba . « El h o m bre es t e mpor a l y f rág il» , d i j o . « La vid a so bre l a Ti er r a n o es sin o ilu s ió n y la May o r Re ali dad se en cu ent ra más al lá d e la pres en t e . D es a y un e mos, p ues , y enton ces continu aré tra nsmi ti én do t e to d o cuan to yo sé. Po rq u e , h as ta en tonc es , no p u edo ab ando n ar mi cu erpo , y lueg o , cu and o lo h ay a d e jad o, tien es q ue h ac er po r mí exacta ment e lo q ue has h ech o po r n u e st ro a m i g o e l p ri sio n e ro . P e ro a h o r a , c o ma mo s , p a r a m a n ten e r nu est r as fuerz as en la mejo r forma p osib le . Tra e , p u es, agua y ca li ént a la. Aho r a, tan ce rc a d e mi fin , p ued o con ced er a mi cu erpo es t a p eq ueñ a sat is fa cción .» E l j o v en m o n j e c o g i ó e l b o t e y s a l i ó d e l a c ue v a , c a m i n o d el lag o , evi tand o con ap ren sió n el s itio don d e se hab ía lav ad o la sangr e d el di fu n to . L i mp ió co n tod o cuid ado el r ecipi ent e, po r fu e ra y p o r d e n tro . Hi zo lo p ro p i o c o n l a s d o s e s c u d i l l a s d e l ermit año y la s uy a p ropi a. H a b ien do ll en ado el r ecipi ente c on agua , lo l lev ó co n la man o izquierda y empuñó un a g r uesa ra m a con l a o t r a. U n b u it re so lit ar io ll egó p r ecip it án d o se p ar a ver lo que pasa ba por al lí . At erri zan do pe sad a m e n t e , d i o u n o s poco s p aso s y l ueg o s e v olvió a re mo n ta r con un g r aznid o

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ren co ro so al v ers e b u rl ado. Más ad el ant e, haci a la izqui erda , otro bui tre, r e pleto d e co mid a, in ten tab a en vano re mo ntar el vu elo . Co rrí a, salt ab a, a zo t ab a el ai re con su s plumas ; p e ro hab ía co mido con ex ceso . Fi nal men te lo d e jó correr y es c on dió, co mo av e rg on z ado , su cabe za ba jo una ala, agu ard an do que la Na tu ralez a r eduj ese s u peso. El jov en monje sonr ió lig e r a men t e , p en sand o q u e h ast a lo s b u i t r e s p o d í a n p ra ct i c a r exc esos d e co mid a , y se p r e gun tó qu é co sa d ebía ser el v ers e en con dicion e s de dars e u n at racó n. Nu nc a h abía co mido co n exc eso. Ig ual q ue l a may or p a rt e d e mo nj es , siemp re s e s en t ía m á s o m e n o s h a mbr ie n t o . Pe ro h abí a qu e h acer e l té ; el tie mpo no se detiene nunc a. Pon iendo el bo te d e agu a a c a lent ar so bre el fueg o , ent ró a la cuev a, po r el t é, l a man tequ i l la , el b ó rax y el azú ca r. E l vi ejo ermitaño se sentó esperando. Pe ro un o no p ued e es tar s ent ado po r mu cho ti empo b ebien do té cuand o los fuego s de l a v ida y a n o so n alto s y cu and o la vitalid ad de una person a d e ed ad de cae len t a men te. De pron to , el v i ej o ermi tañ o s e v olvió a in corp orar mi en t ras el joven mon je es tab a atend iend o al fu ego , e l «Vi ejo» y p re ci oso fu ego, de spué s de má s de sesen ta años de priva ció n del mi s mo , año s de f río , d e n ega ci ón de sí m is mo , d e h a mb r e y d e po b re za int eg r al , q u e só lo p o d ía remed i a r la mu erte. Añ os, t a mb i é n d e u na c o m p l e t a f u t i l i d ad en l a ex is ten c ia co mo eremi t a , s ó lo r e m e d i o s p o r l a c o n v i c c i ó n d e q u e t o d o a q u e l l o era, al fin y al cab o, un a tarea . E l j o v e n m o n je r e g re s ó a l a cav erna, o l ien do aún a hu mo d e mad era fr esca . Ráp ida men te se sen tó ant e s u maest ro . « En aq u e llo s p ar aj es r e moto s , h ac e mu cho ti e mp o , me en co n traba so bre aq u ell a ext rañ a p lat aforma me tál ica. E l qu e me ten í a p r isio n e ro, me expl i cab a cl ara me nte qu e yo me e n c o n t r a b a a l lí n o p o r m i g u s t o , s i n o p o r l a c on v e n i e n ci a s u y a y d e l o s s u y o s , p a r a c o n v e r t i r me en u n D e p ó s i to d e Co no ci miento s » , di jo e l anc ian o . «Yo l es dij e: "¿ Có mo es po sib le q u e yo me to me un inte rés intele ctual si no soy más que un prision ero , un colabo rad o r sin n in g u n a v o lun tad p o r mi p a rt e, cau t iv o y sin la más v ag a id ea de qu é s e t r ata ? ¿Có mo pu edo t o mar m e

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el mínimo interés cuando se me tiene aquí por nada? Se me ha ap risionado con menos cump lidos qu e los qu e se usan con un cadáver, destinado a ser pasto de los buitres. Nosotros mostramos respeto a los muertos y a los vivos. Vosotros me tratáis igual que unos excrementos que se tienen que tirar a un campo con las menores ceremonias posibles. Y, encima, pretendéis ser civilizados, valga lo que valga la afirmación". » El h o mb re p a re ció v i sib l e me nte ex trañado y no poco impresionado ante mi estallido. Escuché como se paseaba por la est an c ia . A d e la n te y con u n s o n id o ar ra st rad o d e los p ies, al dar la vuelta. Hacia adelante y hacia atrás, continuamente. De p ronto , se d etu vo c er ca d e mí y dijo: "C on sultaré el caso con mi superior". Rápidamente, se alejó y tuve la sensación de que había cogido un objeto duro. Escuché varios ruidos como rasgados y finalmente, un "clic" metálico y un sonido destacado brotaron de allí. El hombre que se hallaba conm i g o h a b l ó f i n a l m e n t e , p r o f i r i en d o l o s m i s m o s s o n e s q u e e l anterior. Claramente, se en tabló un a discusión qu e duró uno s pocos minutos. "Cling, clang", brotó de la máquina, y el hombre volvió para mi lado. »"Antes que todo, os tengo que mostrar esta habitación donde est a mos ", me d ijo. "Voy a co n ta ro s cosa s n uest ra s; qu ién somos, qué hacemos e intentaré obtener vuestra colaboración mediante el entendimiento. Antes que todo, ahí está la vista." »Percibí la luz y pude ver. Una visión muy singular; veía a uno de mis lados hacia arriba, la parte inferior de una mejilla humana y la mirada, por encima, de los agujeros de la nar iz . La vis ió n d e lo s cab ell os y d e los agu je ro s d e l a n a ri z me divirtieron no sé por qué y me eché a reír en el acto. El hombre se inclinó y uno de sus ojos me tapó todo el campo visual. "¡Oh ! — exclamó —, alguien h a desviado la cámara". En t o n c e s , e l m u n d o m e p a r e c i ó q u e g i r a b a a m i a l r e d e d o r , y experimenté náuseas y vértigo. "¡Perdón! — exclamó aquel hombre —, d e b í a h a b e r c e r r a d o l a c o r r i e n t e a n t e s d e h a c e r rod ar la cámara. Disimu lad mi falta; os sentiréis mejor de un momento a otro. ¡Siempre pasan cosas!" »Ahora, podía verme a mí mismo. Era una sensación horri53


ble, la de ver mi cuerpo tendido, tan pálido y desmejorado y con tantos tubos y cordones que me salían por todas partes. Fue un golpe para mí el contemplar mis párpados apretadamente cerrados. Me hallaba tendido sobre una delgada plancha de metal — según me pareció — que se aguantaba sobre un solo pie. En ese pilar se veían unos pedales, mientras a mi lado había un soporte con unas botellas de vidrio llenas de líquidos de diversos colores. El soporte estaba en cierto modo conectado con mi cuerpo . El homb re aquél me ex plicó: "Estáis en una mesa operatoria. Con esos pedales — y los tocó — os podemos colocar en cualquier posición deseada». Apretó uno con el pie y la mesa osciló a su alrededor. Apretó o tro , y la m es a se lad eó h as ta el p u n to d e q u e te m í c ae r m e al suelo . Ap retando un tercero , la mes a se alzó , tan to que podía ver la parte inferior. Una posición más que incómoda, que me ocasionó extrañas sensaciones en el estómago. » Las pa red es, eviden te ment e, eran de u n metal d el co lor v erd e más agradable a la vista. Nunca había visto antes un mat e ri al tan fino, tan liso y sin una sola falta; y en ninguna parte se notaban junturas ni soldaduras, ni signo alguno visible de dónde empezaban y dónde acababan las paredes, el techo y el pavimento. En un momento determinado, se deslizó una sección de la pared, con un ruido metálico, que yo ya c o n o c í a . U n a c a b e z a r a r a a s o m ó p o r l a p u e r t a , m i r ó a l r e dedor y volvió a deslizarse. La pared se cerró de nuevo. »En la pared de enfrente adonde yo estaba se veía una sucesión de pequeñas ventanas, algunas de ellas no mayores que l a p a l m a d e u n a m a n o g r a n d e . D e t r á s d e e l l a s , h a b í a u n a s e rie d e indicaciones que señalaban a unas cifras rojas las un as, y o tras n eg ras . Un resplando r de un azu l casi, p or d ecirlo así, místico, emanaba de dichos indicadores; raras manchas luminosas danzaban y oscilaban de extraña forma, mientras qu e, en otra ventana, u na línea d e colo r rojo oscuro ondulab a para arriba y para abajo, en extrañas formas rítmicas, muy parecidas a la danza de una serpiente. Yo pensaba. El hombre — le llamaré mi Capturador — sonreía, viendo mi interés. "Todos esos instrumentos, os indican a Vos — me dijo —, 54


y aquí se registran nueve ondas de vuestro cerebro. Nueve l í n e a s s e p a r a d a s d e o n d a s q u e a rr a n c a n d e l a e l e c t r i c i d a d d e vuestro cerebro que predomina en ellas. Son una demostración d e que poseéis u na mentalidad sup erior. Vues tra memoria es, c i e r t a m e n t e , m u y n o t a b l e y ad e c u ad a p a r a a q u e l l a l a b o r q u e de vos esperamos." » G i r a n d o m u y s u a v e m e n t e l a c á m ar a d e l a v i s i ó n , e n e l c a m p o visual de ésta apareció una extraña estructura de cristal que h a s t a e n t o n c e s h a b í a e s t a d o f u e r a d e m i c a m p o v i s u a l . " Es o — me explicó — está alimentando continuamente vuest r a s venas y drenando para afuera lo que se destruye de v u est ra s an g r e. E so s o tro s d r enan o t ro s p ro d u ctos d e v u es tro cuerpo. Ahora estamos en la fase de comprobar el estado general d e vuestra salud, si os encontráis en las debidas cond iciones p ara resistir el inev itab le choque de todo cu anto vamos a ensefiaros. Impresión que no puede evitarse, ya que no importa qu e os consideréis a v os mismo co mo un sacerdote instruido; pero, comparado con nosotros, no valéis más que el más bajo e ignorante salvaje; y todo lo que entre nosotros se con sidera olvidado de puro sabido, para vos son milagros casi increíbles, y el p rimer contacto con nuestra ciencia os tend rá que causar u n s e r i o c h o q u e f í s i c o . P e r o h a y q u e a r r i e s g a r s e , a u n q u e n o so tros h acemos un esfuerzo para reducir todo riesgo al grado mínimo." »Se rió, y continuó diciendo: "En las ceremonias de vuestros templos dais mucha importancia a los sonidos del cuerpo humano — ¡claro!, ¡lo sabemos todo de vuestras ceremonias rituales! —. Pero ¿conocéis realmente esos sonidos? Escu ch ad" . Vo lvi én dos e, s e d i ri g i ó h a c i a l a p ar ed y o p r i mi ó u n pequeño pulsador blanco. Inmediatamente, de una serie de pequeños agujeros salieron sonidos que reconocí como sonidos del cuerpo. Sonriendo, dio la vuelta a otro timbre y los sonidos crecieron y llenaron la habitación por completo. ¡Trap, trap !, cre ció el lat id o d el corazó n h ast a h acer v ib rar po r s imp atía un objeto d e cristal qu e estaba detrás mío. Otra presión sob re el pu lsado r, y desapareció el ruido d el co razón y creció el ruido de los fluidos del cuerpo; pero tan intensos como una

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co rri ent e de ag u a d e l a mon t a ña , m a n a n d o s ob r e u n l e c h o p e d reg oso en su ansi a de llev a r su cu rso a las l ejan as rib e ras d el mar. Lu ego , se escu chó la res p irac ión de lo s gase s, igu a l q ue u n v en d av al a tr avés d e l as h o jas y los t ro n cos d e á rb o l es ro b u sto s . Son id o s d e cho q u es d e ag u a c o n t r a las o r i l l a s d e u n lag o p ro fu n d o . "Vu es tro cu e r p o humano — dijo e l ho mbre — c o n t i e n e mi l r ui d o s . L o c o n o cemos todo r eferent e a vue stro cu e rp o h u m an o ." » "P ero , In ho no rab le C ap to r " , le d ij e. " Eso n o es n in g ú n p r o digio. Noso tro s, pob res s alv aje s, e n e l T í b et p o d e mo s h a c e r eso tan bi en co mo aqu í. No a tan g r and e e scala , lo con fi eso ; p e ro p o d e mos h a c e r l o . P o d e m o s t a mbi én s ep a ra r el e sp í r itu d el cu erp o y h a ce r q u e r eg res e ." » " ¿ Po d é i s , d e v e r as ? " , m e m iró co n un a ex p res ión ínt ríg a da en el ro st ro , y con tin u ó d i cie n d o : "¿ N o o s a su stá is f ác il m e n te? , ¿n o es as í ? ¿Nos con sid eráis un os en e migo s, un os a pri sio nado res ?, ¿n o es v erd ad ?" . » "¡Señ o r ! — l e repl iqu é —, h ast a aho ra no me hab é is mos trad o n i n g u n a p r u e b a d e a mi st ad , n i me h ab éis d e mo st rado de n i n g u n a fo r m a p o r q u é r a z ó n d e bo creero s o colabo rar co n v o so tro s. Me t en éi s aqu í p a ralizad o y caut iv o , co mo hacen al g un as av is p as con su s víct i m as. H ay alg u n o s d e en tr e v o so tro s q u e me p a re cé is se r u n o s d iab lo s . N o so tro s t en e mos r etratos de tale s se re s y lo s ten e mos co nsid erado s co mo v isio n e s d e h o rro r p ro c ed en t es d e u n mun d o inf ern al . P ero , aq uí , son co mp añ eros v ues tro s. " » " Las ap ar ien c ias engañ an ", m e respond ió. "Muchos de el los so n cr ia turas d e lo más amab le, con un as c a ras d e s anto s v aron es , s e en t r e gan a tod as las b aja s accion es q ue s e le s o curren a sus men tes p erv ersas . Pe ro vos , vo s, co mo la g e nte s a l v a j e , o s d ej á i s g ui a r p o r l as ap arien c ias de l as p e rson as" . » "S eño r — ést a fue mi resp u est a —: Tengo que decidir so bre d e q u é l ad o c aen v u es tr as i n ten c io n es , b u en o o m alo . S i es d el l ad o de l b ien , en ton ces y s ólo enton c es me d ec idi r é a c o o p e ra r c o n v os o tro s. Si e s de o t r a man e ra , me cu es te lo que me cu es te , n o p ien so co op era r co n v ues tro s inten tos ". » "P ero es to es cie r to — fu e s u r espu est a má s b i en cont rari a-

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da —, "confesaréis que nosotros os hemos salvado la vida cuando estabais enfermo y muerto de hambre". »Puse mi cara más severa al contestarle: "¿Habéis salvado mi vida , mas ¿co n q ué fin? Yo e stab a en ca min o de ll ega r a l os Campos Celestiales, y me habéis arrastrado h acia atrás. Nada me podía ser más perjudicial. ¿Qué vida es la de un ciego? ¿Có mo p u ede estud i a r? ¿Có mo p ro cura rse el su sten to? ¡No! No había ninguna amabilidad en el gesto de prolongar mi existencia. Siempre nos hallaremos con que yo no estoy aquí por mi p ropio gusto, sino p ara se r ú til a vu est ro s p roy ecto s. ¿Dónde está la amabilidad de este gesto? Me habéis desnudado aquí, y he servido de diversión a vuestras mujeres. ¿Dónde está la bondad de todos estos gestos?" » Aquel ho mb re estab a an te mí, con las man os en sus caderas "S í " — m e d i j o p o r ú l t i m o — , d e s d e v u e s t r o p u n t o d e v i s t a , no hemos sido amables para con vos, ¿no es así? Pero tal vez podré convenceros y entonces vos podréis sernos útil". Se volvió de espald as y se dirigió hacia la pared . Entonces vi lo que hacía. Miró unos momentos un cuadrado lleno de puntitos y, entonces, apretó una pequeña señal negra. Una luz brilló en aquel cuadrado lleno de agujeros y fue creciendo hasta convertirse en una nube luminosa. Allí, vi con estupefacción que se habían formado una cara y una cabeza de vivos c o l o r e s . El q u e m e t e n í a p r i si o n e r o h a b l ó e n a q u e l l e n g u a j e extraño y remoto y luego paró de hablar. Yo, petrificado de sorpresa, vi que la cabeza giraba en mi dirección y sus espesas cej as s e l ev an t aban . En ton ces una pálida so nris a ap ar eció en las comisuras de sus labios. La cabeza lanzó una frase contundente que no comprendí, y la cabeza se desvaneció, al oscur ec e rse e l cuad rado lu mi no so. Mi c ar ce le ro s e v olv ió d e nuevo de cara a mí, con la cara llena de satisfacción. "Muy b i e n , a m i g o m í o — d i j o — , h ab é i s p r o b a d o q u e t e n é i s u n c a r á c t e r s ó l i d o ; q u e s ó i s u n h om b r e e n t e r o , c o n q u i e n h a y qu e tr at ar. Aho ra e stamo s au to ri z ado s p a ra en se ñ aro n lo q u e n i n gún otro hombre de la Tierra jamás ha visto." » Se d i rig ió d e n u ev o a la p a r ed y o p ri mió d e n u e v o e l p u ls a dor negro. La niebla formó esta vez la cabeza de una mujer 57


jo v en . Mi c ap t u rad o r h ab ló c o n ella , ev id en te men te d án d o l e órdenes. Ella, asintió con la cabeza, miró curiosamente en mi dirección, y sus rostro se desvaneció de nuevo. »"Ahora, tenemos que aguardar unos momentos", dijo mi guardián. "He traído un pequeño aparato conmigo y voy a mostraron diversos lugares del mundo. Decidme algún sitio que quisieseis ver." »"No tengo conocimiento del mundo", le repliqué. "No he viajado nunca". »"Pero sin duda habréis oído hablar de alguna ciudad", me replicó. »"Claro, sí", fue mi respuesta: "He oído hablar de Kalimpong". »"¿Kalimpong? Una pequeña población a la frontera de la India. ¿No se os puede ocurrir nada mejor? ¿Qué os parecía Be rl í n , Lon d r e s , P a r í s o El C a i ro? ¿ Sin d ud a o s inter esarían más que Kalimpong?" »"Pero, señor mío — le repliqué —, no tengo el menor interés en los lugares que me indicáis. Sus nombres sólo me recuerdan que h e oído de b oca de los viajeros muchas explicacion es sobre esos sitios; pero no me interesan. Ni sé tampoco si las imágenes de d ichos lug ares pueden ser ciertas o no. Hay una cont rad ic ción e ntre lo que me decí ais que po déis h ace r. Mo stradme pues Lhasa, o bien Pharí, la Puerta del Oeste, la Catedral, el Potala. Conozco todas estas cosas y me será posible decir si vuestros aparatos funcionan de verdad o sí se trata sólo de habilidosos trucos para engañarme." »Me miró con una expresión peculiar en el rostro; pareció s en ti rse lleno d e a so mb ro . Enton ces hizo un gesto en érgico y exclamó: "¿Tengo qué enseñar mis conocimientos a un salvaje iletrado? Algo hay, sin embargo, en su astucia nativa, al fin y al cabo. Naturalmente, algo tendrá que hacerse; de lo contrario, no podrá ser impresionado. ¡Bien!, ¡Bien!" »La pared móvil se deslizó bruscamente, y cuatro personas aparecieron guiando una gran caja que parecía flotar en el aire. La caj a deb ía de ser d e u n con side rab le p e so , po rq u e si b ien parecía flotar ligeramente, precisaba un gran esfuerzo para 58


ponerla en movimiento o cambiar su dirección o pararla. Gradualmente, la cámara quedó encajada en la habitación d o n d e y o est a b a. P o r u n lap so d e ti e mp o , te mí q u e o cu p asen mi tabla, en sus movimientos para acercar a mí el aparato. Uno de los hombres chocó con el ojo de la cámara y las vueltas que ésta dio me pusieron como enfermo e inquieto. Pero, al fin, después de mucho discutir, la caja fue colocada contra una pared, bien alineada con mi campo de visión. Tres de a q u e l l o s h o mb r es s e r e t i r a r o n y el p ane l d e la pa red se ce rró tras ellos. »El cuarto hombre y mi carcelero entablaron una animada d i s c u s ió n c o n mu c h o man o te o . A l f in , mi c a r c e le r o s e v o l v i ó a mí: "Dice — me explicó —, que no puede comunicar con Lhasa, está demasiado cerca y que habría que ir más lejos para poder enfocarla". »No dije nada, como si no me hubiese enterado, y después de unos breves instantes, mi vigilante volvió a decirme: "¿Deseáis ver Berlín? ¿Bombay? ¿Calcuta?" »Mi réplica fue: "No, no quiero; es demasiado lejos de mí!" »Él se volvió a su compañero y se siguió una discusión más bien agria. El otro hombre parecía estar a punto de ponerse a llorar; manoteaba y, con aire desolado, cayó sobre sus rodillas, frente a la cámara. La parte frontal de ésta resbaló y pareció tratarse de una ventana muy ancha, y nada más. Entonces, el ho mb re sacó algunos trozos de metal de su bolsillo y se arrastró hacia la parte posterior de la extraña caja. Luces raras brillaron en aquella ventana, se formaban torbellinos de color sin significación alguna. El cuadro ondulaba, flotaba y t e m b l a b a . H u b o u n i n s t a n t e q u e l a s f o r m a s p a r e c í a n l o que podía ser el Potala; pero también, solamente humo. »Aquel hombre salió arrastrándose de detrás de aquella cámara, murmuró algunas palabras y salió de prisa de la habitación. Mi vigilante, que parecía sentirse muy molesto, me d i j o : " Es t a m o s d e m a s i a d o c e r c a d e Lh a s a y p o r e s o n o l a p o demos enfocar. Es igual que intentar ver por un telescopio cuando se está demasiado cerca del foco. El foco es suficiente a partir de cierta distancia; pero cuando la distancia es insu59


fi c i e n t e , e l t e l e s c o p i o n o p u e d e e n f o c a r a l o b j e t o . N o s encontramos con la misma dificultad. ¿Está bien claro para vos?" »"Señor — le repliqué —, me habláis de cosas que no puedo comprender. ¿De qué telescopio se trata? Jamás he visto uno. Decís que Lhasa está demasiado cerca; yo sostengo que, de aquí allá, hay un largo camino que andar. ¿Cómo puede, pues, estar demasiado cerca?" »Una expresión de angustia brilló en los ojos de aquel personaje; se tiró del pelo y por un momento creí que empezaría a brincar sobre el suelo. Luego, calmado después de un esfuerzo me dijo: «Cuando teníais ojos, ¿no acercasteis jamás ningún objeto demasiado cerca, que no podíais ver claramente con vuestra vista? ¿Tan cerca que no os era posible el enfocarlo? De esto se trata ¡No podemos enfocar a tan corta distancia!"»


Capítulo cuarto

«Miré hacia él, o a lo menos tuve esa sensación, porque es muy difícil que un hombre pueda entender lo que significa tener la cabeza en un sitio y la mirada situada a unos palmos de distancia. De todos modos, yo miraba hacia él, pensando: ¿Qué prodigio será éste? Este personaje me cuenta que puede enseñarme ciudades que están a la otra parte del mundo y, en cambio, no puede mostrarme mi tierra. Miré atónito en su dirección. Así es que le dije: "Señor, ¿queréis poner algo enfrente de esa máquina óptica de manera que, por mí mismo, pueda juzgar eso de los focos?". »Él asintió con la cabeza al momento, y miró a su alrededor un instante, como meditando qué hacer. Entonces cogió del fondo de mi mesa una pantalla transparente en la que había extraños signos, como nunca yo había visto. Era obvio que se trataba de escritura; pero él dio la vuelta a lo que parecían unas hojas y entonces apareció algo que le satisfizo, porque le provocó una sonrisa de placer. Conservó esto detrás de su espalda mientras se aproximaba a mi máquina de visión. »"¡Bien, amigo mío! — exclamó —, vamos a ver alguna cosa que os puede convencer". Deslizó entonces algo enfrente a mi máquina visual, muy cerca mío y, ante mi entrañeza, sólo podía divisar borrones, nada estaba claro. Había una diferencia: parte de los borrones era de color blanco, parte de color negro; pero, para mí, ambos colores carecían de significado. »El hombre sonrió, ante mi expresión, yo no podía verle; pero le "oía"; cuando se es ciego se tienen los sentidos diferentes. Podía escuchar los crujidos de sus músculos; y, cómo se había sonreído muchas veces antes, conocí que dichos crujidos significaban que se sonreía ahora. »"¡Ah! — exclamó —, empecemos por esta casa, ¿no? Ahora, miremos con todo cuidado. Decidme, si podéis ver qué es eso." Muy despacio, tiró de la pantalla hacia atrás, y vi que

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aparecía un retrato de mi persona. No puedo decir el modo cómo dicha fotografía fue obtenida; pero ciertamente me representaba acostado sobre aquella mesa, mirando hacia los hombres que transportaban dentro de la habitación la cámara negra. Mí mandíbula se veía abierta de pasmo al ver aquel objeto desconocido. Podía parecer un verdadero palurdo y, en verdad, me lo sentí y mis mejillas se encendieron de rubor. Allí estaba, arreglado con todos aquellos adminículos sobre mi persona, observando los cuatro personajes manipulando aquella caja, y mi gesto de sorpresa volvía entonces a mi propia persona. »"¡Muy bien — dijo mi capturador —, ciertamente, hemos encontrado el punto. Para devolverlo al mismo sitio, prosigamos adelante". Con toda lentitud, enfocó la imagen y la fue acercando progresivamente a la lente de la caja. Lentamente, la imagen se fue enturbiando, hasta que sólo podía divisar unos trazos borrosos y nada más. Despejóse de nuevo esa imagen borrosa y entonces pude ver de nuevo el resto de la habitación. Él estaba cerca de mí y dijo: "No podéis leer esto; pero mirad. Se trata de letras impresas. ¿Las podéis ver claramente?" »"Puedo verlas, en efecto, señor", le respondí. "Incluso muy claramente." »Entonces acercó más aquel impreso al ojo de la cámara y otra vez se enturbió la imagen. "Ahora — me dijo —, os daréis cuenta de nuestro problema. Tenemos una máquina o dispositivo — como queráis llamarlo — que es una contrapartida mucho mayor de esa cámara que estamos empleando. Pero, el principio en que se funda está completamente fuera de vuestro alcance. El aparato es tal, que podemos verlo todo alrededor del mundo, excepto lo que está situado sólo a unos setenta y cinco kilómetros de distancia. Esta distancia es tan próxima como para vos lo que está a muy pocos centímetros, que no se puede divisar. Ahora os mostraré Kalimpong". »Diciendo estas palabras, se volvió hacia la pared, y manipuló algunos nudos que se veían sobre ella. »Las luces de la habitación menguaron, aunque sin apagarse

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del todo; parecía la luz que hay cuando se pone el sol tras los Himalayas. Una fría oscuridad, donde la luna aún no había salido ni el sol no había apagado todavía todos sus rayos. El hombre se volvió h acia la p arte posterio r de la gran cámara negra y sus manos manejaron algo que no pude ver. Inmediatamente, brillaron unas luces en la pantalla. Lentamente, se fue construyendo una escena. Los picachos de los Himalayas, y, por un sendero, una caravana de mercaderes. Cruzaban un pequeño puente de madera; debajo se precipitaba un torrente impetuoso, amenazando arrastrarlos si resbalaban. Los mercaderes alcanzaron la otra orilla y siguieron un sendero que transcurría entre pastos abruptos. »Durante unos minutos, los estuvimos mirando; la perspectiva era la misma de un pájaro , o la de un dios celes tial sostenien do el objetivo de la máquina y flotando suavemente a lo largo de aquel territorio desnudo. Aquel hombre, movió de nuevo sus man os y reinó algo d e con fu sión ; algo ap areció a la v ista y d esap areció en seguid a . En to n ces , mov ió l as mano s en u n a dirección opuesta y la imagen se detuvo; pero no era una fotografía, era una cosa real. Parecía visto por un agujero del firmamento. »Debajo, vi las casas de Kalimpong. Vi las calles, atestadas d e c o me r c i a n t e s ; v i c o n v e n t o s , c o n l a m a s v e s t i d o s d e a m a r i llo y monjes, con hábitos de color rojo, deambulando por aquellos parajes. Todo me pareció muy extraño. Tenía dificultad de localizar los sitios porque había estado en Kalimpong sólo una v ez, cuando era un muchacho d e escasos años, y había visto Kalimpong desde el suelo; desde el punto de vista de un muchacho puesto de pie. Ahora, lo veía — supongo -- como deben verlo, desde el aire, los pájaros. »Mi carcelero me observaba atentamente. Movió algo y la imag e n o p a i s a j e , o c o m o q u i e r a l l a ma r s e e s t a m a r a v i l l a , s e d e s dibujó con la velocidad y se transportó de nuevo. "Aquí — dijo aquel ho mb re —, tene mo s al Gang es q u e , co mo y a s ab é is, es el Río Sagrado de la India." »Yo sabía una serie de cosas sobre el Ganges. A veces, mercaderes de la India traían revistas ilustradas con fotografías. 63


No podíamos leer una sola palabra, en esas revistas; pero, las fotografías, las entendíamos muy bien. Ahora, delante mío, estaba el verdadero Ganges, inconfundible. Podía escuchar a los indios cantando, y luego supe el motivo. Tenían un cadáver tendido en una terraza al borde del agua y estaban rociando el cuerpo con el Agua Sagrada del Río Ganges, antes de conducirlo a la hoguera crematoria. »La ribera estaba atestada de gente; parecía imposible que hubiese tanta en todo el mundo, cuanto más en las orillas de un río. Unas mujeres se desnudaban de la forma más desvergonzada en los muelles; pero los varones hacían lo propio. Sentí calentarme a mí mismo ante el espectáculo. Pero luego me acordé de sus Templos, templos con terrazas, grutas y columnatas. Su vista me llenaba de asombro. Eso era real, ciertamente, y empecé a sentirme confuso. »Mi cautivador — porque aún me acuerdo era así —, entonces movió algo y se produjo una confusión en las imágenes. Observó por la ventana atentamente y la confusió, de imágenes, de pronto, se detuvo con una sacudida. "Berlín", dijo. »Bien, yo sabía que Berlín era una de tantas ciudades del mundo occidental; pero todo cuanto veía, no sabía exactamente cómo situarlo. Miraba y pensaba que tal vez era aquel punto de vista desde el cual lo miraba lo que deformaba todos los objetos de mi visión. Se veían edificios muy altos, notablemente uniformes en su forma y tamaño. Jamás, en mi vida, había visto tantos cristales; había ventanas encristaladas por todas partes hacia donde miraba. Y, después, en lo que parecía ser una calle de piso muy firme, había dos barras de metal instaladas en el suelo de dichas calles. Las barras eran brillantes, y su distancia recíproca, absolutamente la misma. No podía comprender de qué podía tratarse. »En una esquina, dentro de mi campo visual, avanzaron dos caballos, uno tras otro, y yo — apenas pienso que lo vayas a creer — vi que ambos tiraban de una cosa que parecía una caja de metal con ruedas. Los caballos caminaban entre las dos barras metálicas y la caja metálica se movía a lo largo

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de las mismas. Dicha caja tenía ventanas a todo su alrededor, y mirando dentro de la caja, vi a muchas personas que iban arrastradas en ella. Ante mi vista (casi diría «ante mis ojos», de tan acostumbrado que estaba a ver a través de la cámara) el artefacto que explico hizo un alto. Varias person as se march aron de la caja y o tras su bieron. Vino un ho mb re y se fue ha cí a adel an t e, en f re nte d el p ri m er cab allo , y hu rg ó el suelo con una vara de metal. Después subió en la caja y la puso en marcha. Ésta giró a la izquierda, que se apartaba de la ruta que hasta entonces había seguido. »E1 espectáculo me sorprendió tanto, que no podía mirar otras cosas. No tenía tiempo para lo demás. Sólo la extraña caja de metal sobre ruedas, transportando personas. Pero, tan pronto como dirigí mi mirada por los lados de la calle, vi que estaban llenos de gente. Los hombres vestían paños de una solidez notable. En las piernas, llevaban unos adminículos qu e p arecían muy co rtos y dibu jaban los co ntornos d e las pantorrillas. Y en la cabeza de cada uno de ellos se veía un objeto en forma de tazón vuelto hacia abajo, con un estrecho borde a su alrededor. La cosa me divirtió bastante, porque les daba un aire pintoresco. Mas entonces miré a las mujeres. »Nunca había visto cosa semejante en mi vida. Algunas de ell as ib an c asi des tap ad as en la part e d e arrib a d e su cu erp o ; pero, en la inferior, las envolvía algo que se hubiera dicho una tienda de color negro. Parecían no tener piernas, ni se podían divisar sus píes. Con una mano aguantaban un lado de este ropaje negro, por lo que parecía a fin de que su borde inferior no se arrastrase por el polvo. »Miré otras cosas. Edificios, algunos de una construcción muy notable. Por la calle — muy ancha — avanzaba una formación de personas. Llevaban unos músicos en el primer pelotón d e a q u el la tro p a . So n ab a muy b r i ll an t e , y ll e g u é a p e n sa r si los instrumentos serían de oro y de plata; pero cuando pasaron más cerca me di cuenta de que eran aleaciones de cob re y algunos totalmente metálicos. Todos ellos eran alto s, con sus caras coloradas y ostentaban un uniforme marcial. 65


Me hizo estallar de risa el darme cuenta del paso que llevaban. Levantaban las rodillas, que les llegaban muy arriba, de forma que ambas piernas, alternativamente, formaban una línea horizontal. »Mi vigilante sonrióse y me dijo: "En realidad, es un paso muy extravagante; se llama paso de la oca y es el que emplea el ejército alemán en determinadas ceremonias". El hombre movió de nuevo sus manos; de nuevo las cosas detrás de la ventana del aparato se enturbiaron y de nuevo, aquella niebla se detuvo y solidificó: "Rusia", dijo, "La Tierra de los Zares, Moscú". »Miré. El suelo estaba nevado; circulaban unos extraños vehículos como nunca los hubiera imaginado. Un caballo enjaezado y enganchado a una cosa que semejaba una ancha plataforma, con asientos fijos en ella. Dicha plataforma se elevaba algo sobre el suelo, sostenida por algo que parecían tiras de metal. El caballo arrastraba aquel raro objeto por el suelo y, según se iba moviendo, dejaba depresiones en la nieve. »Todo el mundo iba cubierto de pieles y su aliento parecía vapor helado procedente de sus narices y de su boca. Sus rostros se veían azulados, de tanto frío. Entonces miré en dirección a los edificios, pensando lo distintos que eran de los que acababa de ver. Eran grandes y raros, con unas grandes murallas que les rodeaban. Tras ellas se veían coronamientos en forma de bulbos, de forma de cebollas vueltas hacia abajo, con sus raíces proyectándose sobre el cielo. "El Palacio del zar", dijo mi carcelero. »El brillo de un cursa de agua atrajo mis ojos, y me hizo pensar en nuestro Río Alegre, que hacía tanto tiempo que yo no había visto. "Éste es el río de Moscú", me dijo el hombre. "Es, naturalmente, un río muy importante." Sobre su curso se movían extrañas embarcaciones de madera, provistas de grandes velas, colgando de los palos. Hacía poco viento, así que dichas velas colgaban fláccidas, y los tripulantes, con otros palos que tenían unas palas en los extremos, los movían hundiéndolos en el río, y empujando así las embarcaciones.

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»"Pero, todo eso — dije a mi carcelero —, no veo a qué nos conduce. Es indudable, muy señor mío, que he visto maravillas; no dudo que son interesantes para muchas personas; pero, ¿qué entro yo en eso? ¿Qué estáis intentando demostrarme?" »Un pensamiento súbito se me ocurrió en aquel momento. Algo me había pasado por la cabeza casi inconscientemente durante aquellas últimas horas, que ahora saltaba a mi conciencia con una claridad insistente. "¡Señor secuestrador! — exclamé — ¿Quién sois? ¿Sois, por ventura, Dios mismo?" »El hombre, me contempló más bien pensativo, como si ya estuviese harto de unas preguntas obviamente inesperadas. Se pasó la mano por las mejillas y el pelo, y se encogió de espaldas ligeramente. Entonces replicó: "Vos no queréis entender el caso. Hay cosas que no se entienden hasta que no se ha llegado a cierto nivel. Dejadme que os responda por medio de una pregunta: Si estuvieseis en un convento de lamas y una de vuestras obligaciones consistiese en cuidar de un rebaño de yaks, ¿quisiérais dialogar con un yak que os preguntase quién erais vos?" »Pensé unos momentos y le repliqué: "Bien, señor, no puedo pensar que un yak me dirigiese tal pregunta; pero si me hiciese una que pudiese hacerme creer que se trataba de un yak dotado de inteligencia, tendría mis trabajos para explicarle quién soy yo. Me preguntáis, señor, qué haría yo ante un yak que me hiciese tal pregunta y os respondo que yo trataría de contestarle tan bien como me fuese posible. En las condiciones que suponéis, que fuese un monje encargado de un grupo de yaks, los consideraría como mis propios hermanos y hermanas, aunque yo y ellos fuésemos de formas diferentes. Yo procuraría explicar a los yaks que los monjes creemos en la reencarnación. Les diría igualmente que todos venimos a este mudo para unas determinadas tareas y estudio de lecciones, con el fin de que en los Campos Celestiales podamos preparar nuestro viaje a siempre más altas regiones."

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»"Bien hablado, monje, bien hablado", replicó el hombre. "Siento en mi alma que haya tenido que admitir esta lección. Sí; tenéis razón; me habéis sorprendido en gran manera, monje, por la percepción de que habéis dado pruebas y, debo confesarlo, por vuestra intransigencia, ya que habéis mostrado una mayor firmeza de la que hubiese tenido yo en circunstancias semejantes." »"Me siento más valiente, ahora", dije. "Vos habláis de mí como si perteneciese a las más bajas órdenes. Hace un momento, me habéis calificado de salvaje, incivil, sin cultura, no sabiendo nada de nada. Os habéis reído de mí cuando he admitido la verdad, que yo no sabía nada de las grandes ciudades del mundo. Pero, señor mío, he dicho la verdad y he admitido mi propia ignorancia. Busco salvarme de ella, y vos no me prestáis ayuda alguna. Vuelvo a preguntaros, señor: Me habéis capturado enteramente contra mi voluntad; os habéis permitido grandes libertades para mi cuerpo — que es el Templo de mi Alma —; os habéis dedicado a una serie de experiencias, aparentemente dedicadas a impresionarme. Podríais impresionarme todavía más, señor, si contestaseis a mi pregunta — porque yo sé aquello que me importa saber. Vuelvo a preguntaros —. ¿Quién sois, vos?" »Durante algún tiempo, permaneció quieto, demostrando encontrarse preocupado por la .respuesta. Entonces, dijo: "En vuestra terminología no existen palabras ni conceptos que hagan posible deciros mi situación. Antes de que un tema pueda ser discutido, se requiere un especial requisito: que por ambos lados se interpreten del mismo modo los mismos términos y que se pueda coincidir en determinados conceptos. De momento, permitidme deciros que yo soy uno que puede compararse con los lamas médicos de vuestro Chakpori. Tengo a mi cargo la responsabilidad de cuidar de la salud de vuestro cuerpo físico y prepararos de forma que podáis ser llenado de saber, cuando llegue a la conclusión de que ya os encontráis con las suficientes capacidades para recibir dicho conocimiento. Hasta que no estéis lleno de éste, toda discusión sobre quién soy yo, o quién dejo de ser, carece de todo sentido.

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Sólo os pido que aceptéis por ahora que todo cuanto nosotros estamos haciendo es para el bien de los demás, y que, pese a que os encontréis muy en fadado ante lo que consideráis libertades que nos permitimos para con vos, cuando os enteréis de nu estros fin es, cuando sepáis quiénes so mos y cuando conozcáis quién vos y los vuestros son, cambiaréis de opin ión." D iciendo estas p alab ras, d escon ectó mi luz y le oí march arse de la habitación. De nuevo , me encontraba en la n egra noche de mi ceguera, sólo con mis pensamientos. » ¡ La n eg r a no che del ci eg o , e s b ien n eg ra , a la ve rd ad ! Cuan d o yo fui privado de mis ojos, por los dedos impuros de un chino, había sufrido una agonía y, a pesar de mis ojos arrancados, había visto, o me había parecido ver, centellas brillantes, torbellinos d e luz sin figura ni fo rma. Todo eso había sido durante unos días que siguieron a mi desgracia. Pero a h o r a me h ab í a n d i c h o q u e u n d is p o s i ti v o s e h abía co ne ct ad o a mi nerv io óptico y podía, efectivamente, creerlo. El qu e me había apresado había cortado ahora mi luz; pero, en mí, una suerte de posmemoria permanecía fijamente. Otra vez experimentaba la peculiar sensación contradictoria de ceguera y h o r m i g u eo l u m i n o s o e n mi c a b e z a . P a r e c e q ue c ito d o s c o s a s co nt rad icto ri as ; pe ro er a lo q u e yo s en tí a , en t re mi cegu era y el centelleo de un torbellino de chispas. »Durante un buen rato, estuve pensando en lo que se sucedía. El pensamiento que se me ocurrió era que tal vez estuviese muerto o bien loco y que todas esas cosas no eran más que ficciones de una mente abandonando el mundo consciente. Mi formación sacerdotal vino a socorrerme. Empleé la an tig u a d is c ipl in a p a ra r eo r i en ta r mis p en s a mien to s . Detuve mi razón p a ra p er m it ir as í q u e e l Su p er -y o se i mp u si ese . No se trataba de imaginaciones; era una cosa real; yo estaba utilizado por Altos Poderes para Altos Designios. Mi terror y mi pánico desaparecieron. La compostura volvió a mi alma y por algún tiempo resonó dentro de mi espíritu acompasada po r el tic-tac de mi co razón . ¿Po día hab erme yo conducido de otra forma?, reflexioné. ¿Había obrado con la debida prudencia ante unos conceptos que, para mí, eran nuevos? El 69


Gran Treceavo, ¿habría obrado distintamente, en semejante situación. Mi conciencia era clara. Mi deber, sencillo. Debía continuar comportándome del mismo modo que lo hubiera hecho un buen sacerdote del Tíbet; así, todo marcharía por el buen camino. Me invadió la paz; una sensación de bienestar me arropó como una sábana de lana de yak, protegiéndome del frío. Insensiblemente caí en un sueño profundo y tranquilo. »El mundo cambiaba. Todo parecía ír subiendo y bajando. Una fuerte sensación de movimiento y un "clang" metálico, me despertaron bruscamente de aquel sueño profundo. Yo me movía, la mesa donde yo estaba tendido se movía asimismo. Percibí el ruido cristalino de los objetos a mi alrededor. Recordé que dichos objetos estaban unidos a la mesa. Ahora todos estaban en movimiento. Unas voces me rodeaban. Altas y bajas. Discutiendo acerca de mi persona, temí. Eran unas voces raras, distintas de cuanto había escuchado. La mesa donde me hallaba tendido se movía en un movimiento silencioso. Ni se deslizaba, ni rascaba el suelo. Solamente fluctuando. Algo por el estilo de lo que debe de experimentar una pluma cuando la arrastra el viento. En un momento dado, el movimiento de la mesa cambió de dirección. Era seguro que se me conducía a lo largo de un corredor. No tardamos en llegar a un amplio vestíbulo. Los ecos daban una resonancia distante, muy distante. Se produjo un más bien débil arrastre, y mi mesa reposó con un ruido que mi experiencia me dictó ser el de un suelo "rocoso"; mas, ¿cómo podía ser así? ¿Cómo, podía hallarme, súbitamente, dentro de lo que mis sentidos decían que era una cueva? Mi curiosidad pronto se calmó, ¿o bien, estaba más aguzada? Nunca estuve cierto de ello. »Percibía un parloteo continuo a mi alrededor, siempre en un lenguaje para mí desconocido. Con el ruido de mi mesa de metal al tocar al suelo, una mano tocó mi espalda y la voz de mi capturador profirió: "Vamos, ahora, a devolveros la vista; ya habéis reposado lo suficiente." Escuché un chasquido y un "clic." Unos colores danzaban a mi alrededor, res-

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p l a n d e c í a n l u c e s , s e h a c í a n me n o s i n t e n s a s y s e d e t e n í a n e n un as formas. No formas qu e yo comprend iese, que me d ijesen algo. Yo me hallaba tendido allí, preguntándome de qué se trataba tod o aquello. Se p rodu jo, entonces, un silencio expect a n t e . P o d í a sentir q u e u n a s p e r s o n a s e s t a b a n a l l í , m i r á n d o me. En to nc es l leg ó a mis o íd o s u n a s e c a , a g u d a , c a s i l a d r ad a pregunta: los pasos de mi carcelero se acercaron de prisa. "¿No podéis ver nada?", me preguntaba. » "V eo u n as es t ruc tu ras cu rios as", l e rep liqu é. " Pa r a mí, c a recen d e sig n ifi cado . Son lín e as fluc tu an tes , colo res fug ac es y l u c e s c e n t e l l e a n t e s . E s o e s l o q u e d i v i s o . " El h o m b r e m u s i t ó algo y se alejó a toda prisa. Se produjo un diálogo y el ruido metálico de varios objetos a la vez. Todo danzaba con un loco delirio de raras formaciones. De pronto se paró, y yo vi. » Allí estab a u na v asta cav erna, alta como u nos trein ta metros o tal vez más. Su longitud y su anchura se escapaban a mis cálculos porque se desvanecían fuera del alcance d e mi vista. Aquel sitio era de vastas dimensiones y contenía algo que s ó l o p u e d o c o mp a r a r a u n a n f i t e a t r o , e n c u y o s a s i e n t o s e s t a ban instalados profusamente — ¿cómo voy a llamarles? — unas criaturas que sólo podían venir de un catálogo de dioses y d emon ios. Mas, po r extraño s qu e aquellos seres fuesen, un objeto, aún más raro, un objeto más raro todavía, estaba s u s p e n d i d o e n e l c e n t r o d e l a c a v e r n a . E r a u n g l o b o q u e l ue go reconocí como el de la Tierra, suspendido ante mí, rodando len t amen te mi ent ras qu e una lu z l ej ana lo ilu min aba co mo la luz del Sol alumbra la Tierra. » Ah ora rein ab a u n p ro fun do silen cio . Aq u ell as ex t rañ as cr ia turas, todas me miraban a mí. Yo también les miraba a ellos , s i b ien me sen tía p eq ueño , in sign i f i cant e , ant e aq u ell a poderosa asamblea. Allí estaban hombres y mujeres pequeños, que parecían perfectos en todos sus detalles y de una semejanza divina. Irradiando una aura de pureza y de paz. Otros, también parecidos a los seres humanos, si bien dotados de cu riosa s e in cr eíb l es cab e zas de p ája ro s , do t ado s de es camas o plumas (no me era posible distinguir bien). Sus manos, aun 71


de forma humana, terminaban en asombrosas escamas y garras. También se veían gigantes. Criatu ras inmensas, que descollaban cual estatuas y proyectaban su sombra por encima de sus diminutos co mp añ eros . Eran, todos ellos, innegablemente humanos, si bien de un tamaño que sobrepasaba toda comprensión. Hombres y mujeres, machos y hembras. Y otros que eran ambas cosas, o ninguna de las dos. Todo aquel mundo me miraba y yo padecía bajo la mirada de aquéllos. » A un l ado, es tab a sen tad a u n a c ri atu ra se mejan te a un dios, d e s e v e r o s e m b l a n t e y m a j e s t u o s a a c t i t u d . En t r e b r i l l a n t e s y vivos colores, estaba sentada, calmosamente regia como un dios en su cielo. Entonces habló, otra vez en su id ioma desconocido. Mi capturador, rápidamente fue hacia mi persona y se inclinó hacia mí, diciéndome: "Tengo que meterte en los oídos estas cosas — me dijo —, y entonces comprenderás todas las palabras que aquí se digan. No temas". Tomó entre sus dedos el borde superior de mi oído derecho y lo levantó con u n a man o . C o n la o t ra i n t r o d u j o a lg o e n e l o r i f ici o d e l o íd o . Dio la vuelta a un botón situado en una cajita que estaba al lado de mi cuello y percibí unos ruidos. Entonces me graduó el aparato de forma que yo pud iese comp render la lengua que hasta entonces me había sido ininteligible. No tuve tiempo para admirarme de esta maravilla, ya que me veía obligado a escuchar las voces que se producían a mi alrededor; voces que, ahora, comprendía. »Comprendía las voces, eso sí; pero la magnitud de los conceptos iba más allá de mi imaginación limitada. Era yo un p obre sa c er d o t e d e l o q u e m e h ab í a s i d o d e s c r i t o c o mo " p aís de salvajes", y mi comprensión no alcanzaba a entender el sig ni fi cad o d e tod o aq uel lo q ue ah o ra e scu chab a y qu e hab ía imaginado que sería inteligible. Mi capturador observó que me hallaba rodeado de obstáculos y se precipitó hacia mí. "¿Qué te pasa?", murmuró a mi oído. » "No estoy lo b astante edu cado para entender el sentido de lo que dicen. No puedo comprender tan elevados pensamientos; únicamente capto las palabras", le murmuré a su oído, a mi vez. 72


»Con expresión más que preocupada en el rostro, él se dirigió a un alto oficial — vestido de colo res brillantes —, el cual estaba al lado de l Má s Gr ande . Se entab ló un a con v ers ación en v o z b a j a ; e n t o n c e s a m b o s v i n i e r o n l e n t a m e n t e e n m i d i r e c ción. »Intenté seguir aquel diálogo que se refería a mi persona, mas no logré mi intento. Mi capturador se inclinó hacia mí y murmuró: "Explicad al ayudante vuestras dificultades." »"¿Ayudante?" le repuse: "No entiendo qué significa esa p alab r a. " Nu n c a en m i v ida m e h abí a s ent id o t an d esp l az ado , tan ig no ran te y f rus tr ado . Nu n ca has ta en ton c e 's me hab ía en contrado a mí mismo más fuera de mi centro. El ayudante, son rió mirándome y dijo: "Comp rendéis lo que ahora o s estoy diciendo?" »"Perfectamente, señor — le repliqué —, pero estoy en la más completa ignorancia del contenido de las palabras del Grand e. No p u ed o comprender el tema; lo s conceptos me so bre pasan." Asintió con la cabeza, y dijo: "Hay que echar la culpa a nuestro traductor automático. No tiene importancia alguna; el Cirujano General, que suponemos que os referís a él cuando habláis de vuestro capturador, tratará de este asunto y os preparará para la próxima sesión. Es un detalle de una importancia minúscula; voy a explicarlo al Almirante". » Salud ó amis t o samen te con u na inc lin ació n d e cab eza y marchó a largos pasos hacia el Grande. ¿Almirante? ¿Qué debía ser?, me pregunté. ¿Qué era un Ayudante? Dichos términos, para mí, carecían de todo sentido. Me dispuse a esperar los acontecimientos. Aquel a quien llamaban el Ayudante, llegó 11 Grande y le. habló tranquilamente. Ambos parecían calmosos, tranquilos. El Grande asintió con la cabeza y entonces el Ayudante hizo señas al que llamaban Cirujano General, o sea, a mi capturador. Éste se le acercó y entre los dos se entabló una animada discusión. Finalmente, aquel de quien yo era prisionero puso su mano derecha sobre su c a b e z a c o n u n o s g e s t o s e x t r a ñ o s q u e o b s e r v é , s e v o l v i ó h a cia mí, y se me acercó súbitamente; haciendo gestos, por lo

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que parecía, a una persona que se hallaba totalmente fuera de mi cuerpo visual. »La conversación continuó. No se había producido interrupción alguna. Un hombre cuadrado estaba allí de pie y tuve la impresión que se discutía de algo sobre aprovisionamientos. Una extraña mujer saltó sobre sus pies e hizo, al parecer, una respuesta. Aparentemente, se trataba de una enérgica protesta por algo que aquel hombre había dicho. Entonces, con el rostro encendido — ¿de rabia? —, la mujer se sentó bruscamente. El hombre continuó imperturbable. Mi raptor se llegó hacia a mí, musitando: "Me habéis fastidiado; yo dije que erais un salvaje ignorante". Contrariado, arrancó los objetos que yo llevaba en los oídos. Con un gesto de su mano, instantáneamente me volvió a privar de luz. »Entonces experimenté la sensación de que la mesa sobre la cual yo me hallaba se movía abandonando la gran cueva. Sin ningún cuidado mi mesa y todo el equipo fue empujado a lo largo de un corredor; luego se produjeron diversos sonidos metálicos, un súbito cambio de dirección y la desagradable sensación de una caída. Con un estruendo metálico, mi mesa chocó contra el suelo y sospeché que de nuevo me encontraba en la habitación metálica, de donde yo había salido. Voces bruscas, susurro de ropas y ruido de pies que se arrastraban. Escuché deslizarse las puertas metálicas, y otra vez me encontraba solo, con mis pensamientos. ¿Qué era todo aquello? ¿Qué era el Almirante? ¿Qué, el ayudante? ¿Por qué mi apresador se llamaba el Cirujano General? ¿Qué puesto ocupaba? El conjunto de todas esas palabras era cosa, para mí, remota. Estaba tendido con las mejillas ardientes, sufriendo un calor insoportable. Me molestaba lo indecible el hecho de que hubiese comprendido tan pocas cosas. Definitivamente, absolutamente, me había comportado como un salvaje ignorante. Habrían experimentado hacia mí lo propio que yo habría sentido con respecto a un yak que yo hubiera tomado por una persona consciente y me hubiera dirigido a él sin resultado alguno. Me entraron unos grandes sudores, considerando hasta qué punto yo había deshonrado mi casta sacer-

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dotal por mi total incapacidad para entender nada. ¡Me sentí horriblemente mal! »Allí yacía yo, presa de mi desgracia, de mis más negros e innobles pensamientos; lleno del más negro temor de que fuésemos todos nosotros unos salvajes, en relación con aquellas gentes desconocidas. Yacía allí, ¡y sudaba! »La puerta crujió abriéndose, y riendo y charlando alguien entró en la habitación. Eran aquellas nefandas mujeres otra vez. Con mucho brío, me arrancaron mi sábana y otra vez me quedé en cueros como un recién nacido. Sin ceremonias, me dieron vueltas a lo largo, me untaron de algo pegajoso. Me dieron otra vuelta violenta hacia el otro lado. Luego se produjo un gran tirón cuando el borde de la sábana fue empujado bajo mi persona. Por un momento, creí que me tiraban fuera de la mesa. Manos de mujer me agarraron y con ahínco me frotaron con ásperas y fuertes soluciones. Fui objeto de un fuerte masaje con algo que podía ser añejo vino blanco. Las partes más íntimas de mi cuerpo fueron hurgadas y pinchadas; extraños artefactos fueron introducidos en ellas. »Pasaba el tiempo lentamente. Yo me sentía asqueado más allá de lo que podía resistir; pero no podía hacer nada. Se me había inmovilizado precisamente para evitar esa contingencia. Pero, entonces empezó un asalto de tal naturaleza, que al principio temí que yo no fuese objeto de torturas. Aquellas mujeres tiraban de mis brazos y mis piernas y los retorcían y doblegaban en todos los ángulos posibles. Manos ásperas se hundían en mis músculos y me los amasaban como si fuese una cochura. Golpes dados con los nudillos de los dedos marcaban depresiones en mis órganos y me cortaban el aliento. Mis piernas fueron abiertas ampliamente y aquellas mujeres eternamente charlatanas me pasaron unas largas mangas por mis pies, a lo largo de mis piernas y hasta cerca de mis caderas. Me levantaron por la nuca, de manera que me sostenía derecho de la cintura para arriba. Entonces me pusieron una suerte de vestidura que me cubría la parte superior del cuerpo y se ataba sobre mi pecho y mi abdomen.

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»Una espuma extraña y maloliente se dejó sentir sobre mi cuero cabelludo; después, al instante, un rumor vibrante se dejó escuchar. La causa de aquel ruido me impresionó y me h izo rech in ar de dient es , los poco s q ue me q uedaron d e s pu és qu e los chinos me los h abían ro to casi todos. Era la sensación de que me estaban trasquilando y me recordaba a lo que se percibe cuando trasquilan a los yaks para aprovechar sus lanas. Un áspero fregoteo, tan áspero que sin duda lastimaba mi piel, me fue administrado, y otra sensación brumosa, descendiendo sobre mi cabeza indefensa. »La puerta se deslizó de nuevo y me llegó un sonido de voces masculinas. Reconocí una de ellas: la de mi carcelero. este se me acercó, diciéndome: "Vamos a abrir vuestro crán eo ; no h ay qu e p reocup arse p o r ello . Ahora pon d remos unos electrodos, directamente en vuestra..." Las palabras, para mí, carecían de todo sentido, ya que no estaba en mi poder decidir nada de nada. »Unos raros olores invadieron el aire. Las parlanchinas mujeres permanecían en silencio. Cesó toda conversación. Se percibía el ruido del metal dando contra el metal. Sobrevino un borbo tear de fluidos y experimen té un a súbita y aguda punzada en la parte superior de mi brazo izquierdo. Violentamente, me agarraron de la nariz y algún extraño artefacto de f o r m a t u b u l a r f u e e m p u ja d o a r r i b a p o r l o s a g u j e r o s d e l a n a r i z y lue go de n t ro d e mi g azn ate . Alr ed ed o r d e mi c rá ne o noté u n a s u c e s i ó n d e p e l l i z c o s a g u d o s q u e i n st a n t á n e a m e n t e m e provocaron un amodorramiento. Se produjo entonces como un lamento muy agudo y una horrenda máquina tocó mi cráneo y se arrastró a su alrededor. Era que me aserraban la cima de mi cráneo. Aquella pulsación, con su rechinar terrible, p e n e t r a b a e n t o d o s l o s á t o m o s d e m i s e r ; t e n í a l a s e n s a ción d e qu e todo s los hu esos de mi cuerpo entero vib raban en protesta. Al final — como podía sentirlo muy bien — la cúpula superior de mi cabeza había sido cortada en redondo, con la excepción de una pequeña mota de carne, que hacía de charnela a mi cerebro. Yo, en aquel momento, me sentía aterrorizado. Una extraña forma de terror; porque aunque estuvie76


se aterrorizado, me s e n tía d e t e r m i n a d o a n o h a c e r la me n o r queja, aunque tuviese que morirme. »Indescriptibles sensaciones me asaltaban. Sin ningún motivo aparente, mi boca lanzó un "¡Ah!", interminable. De pronto, mis dedos se crisparon con violencia. Un cosquilleo, en mis narices, me obligó a estornudar, aunque no pude estornudar, en efecto. Pero lo que siguió inmediatamente fue peor. De pronto, vi que tenía enfrente, y de pie, a mi abuelo materno. Iba vestid o como un oficial del gobierno. Me hablaba con una amable sonrisa en el rostro. Mi ré hacia él, entonces me sob recogió un pensamiento: no le miraba. Yo no ten ía o jos. ¿Qu é magia era aquella? A mi primera exclamación, cuando la figura de mi abuelo se desvanecía, mi carcelero se me acercó, preguntándome: "¿Qué os pasa?" Yo, le respondí: "¡Oh, no es nada!". Entonces, él me dijo: "Estamos meramente estimulan d o ci e rto s c en t ros d el c e re b ro p a ra q u e p o d áis co mp ren d er más fácilmente. Estamos ciertos de vuestra capacidad; pero habéis sido víctima de la pereza y del estupor de la superstición, que no permiten una apertura suficiente de vuestra comprensión. Ahora estamos remediando vuestra deficiencia." »Una mujer introdujo las pequeñas piezas en mis oídos, y por la rudeza de sus manos habría podido hincar tachuelas e n e l p i s o m á s f i r m e . E s c u c h é u n " c l i c " y p u e d e c o mp r e n d e r el lenguaje supraterrenal. Pude también entender lo que escuchaba. Palabras como "cortex", "médula oblonga", "psicoso mát ico ", y o tr as me eran con ocida s, en s 5 mis m as y en su s relaciones con otros términos. Mi índice básico de inteligencia había ascendido — y sabía todos aquellos significados —. Pero lo que estaba pasando era para mí una verdadera prueba. Era extenuante. El tiempo parecía haberse detenido. Me parecía que, a mí alrededor, se producía un tránsito inacabable de personas. El parloteo, no acababa nunca. Todo resultaba agotador. Yo, anhelaba salir de este paso, lejos de los raros olores; lejos de un lugar donde se me había cortado la cúspide de mi cráneo, como la corona de un huevo duro hervido. No porque yo hubiese visto jamás huevos hervidos y 77


duros en mi vida, que esto era destinado a los mercaderes y gente de dinero, y no a pobres sacerdotes viviendo sólo de tsampa. »De vez en cuando, personas que estaban a mi alrededor me dirigían observaciones y preguntas: ¿Cómo me sentía? ¿Me dolía la operación? ¿Pensaba antes, veía alguna cosa? ¿Qué color imaginaba que iba a ver? Mi carcelero, estaba continuamente a mi lado y me explicó que, habiendo sido estimulados algunos centros cerebrales durante el curso del tratamiento, podría experimentar sensaciones que me asustasen. ¿Asustarme, a mí? No había dejado de sentir miedo durante el tratamiento entero, le contesté. Él, se rió ante esta mi respuesta, y me dijo, de paso, que, de resultas del tratamiento que entonces yo experimentaba, tendría que vivir toda mi vida como solitario, debido a las percepciones suprasensibles que yo sentiría. Nadie viviría conmigo, me dijo, hasta que al fin de mi existencia un joven llegaría a quien yo comunicaría todos mis conocimientos y, más adelante, los expondría ante un mundo descreído. »Por fin, después de lo que me pareció una eternidad, la cúspide de mi cráneo fue devuelta a su sitio. Unos extraños ganchos sirvieron para juntar las dos mitades. Alrededor de mi cabeza, arrollaron con varias vueltas una venda de tela. D e s pués, todo el mundo se fue, excepto una mujer que se s e n t ó a m i cabecera; por el ruido de papel se podía comprender que leía, desatendiendo su deber. Después llegó a mis oídos el ruido de un libro que se caía y los ronquidos acompasados de la mujer. ¡Yo, entonces, decidí también dormirme!»


Capítulo quinto

De pronto, el viejo ermitaño cesó de hablar y aplicó ambas manos, con los dedos extendidos, sobre el suelo arenoso que se hallaba a su lado. Ligeramente, esos dedos sensibles tomaron contacto con el suelo. Él se concentró un momento y, después, dijo: «A no tardar, recibiremos una visita». El joven monje, con los ojos mirando al anciano, le formuló una pregunta muda. ¿Un visitante? ¿Cuál podía llegar hasta allí? ¿Cómo el anciano podía estar tan seguro? Nada se había oído, ningún cambio en las voces de la naturaleza fuera de la cueva. Porque tal vez diez minutos estuvieron ambos sentados y tiesos, expectantes. Súbitamente, el óvalo iluminado que daba entrada a la cueva se ennegreció progresivamente. «¿Estáis aquí, ermitaño?», chilló una voz aguda. «¡Vaya! ¿Por qué los ermitaños tienen que vivir en tan oscuras y alejadas soledades?» Dentro de la cueva, se presentó un monje, bajito y grueso que llevaba un saco sobre sus espaldas. «Os he traído un poco de té y cebada», dijo. «Era para el eremitorio de las lejanías; pero ellos, ya ellos se encontraban abastecidos; y yo no quiero regresar con la carga.» Con gesto de satisfacción, se quitó el saco de la espalda y lo dejó caer al suelo. Luego, como un hombre cansado, se dejó caer sentado, al suelo, con la espalda contra la pared. ¡Vaya desaliñado!, pensó el joven monje; ¿por qué no se sienta correctamente, como es debido? Mas, en el acto, halló la respuesta: el otro monje estaba imposibilitado, por su gordura, de sentarse cruzando las piernas de ningún modo. El viejo ermitaño le habló amablemente: «¡Muy bien! ¿Qué noticias nos traes? ¿Qué pasa por el mundo?». El monje mensajero, quejándose y jadeando, le respondió: «Quisiera que me dieses alguna medicina para curar esta gordura mía. En Chakpori, me dijeron que tengo perturbaciones glandulares; pero no me dieron nada para que pudiese 79


ojos, ahora adaptados a la profunda oscuridad de la cueva — después de haber v enido de un a b rillante lu z solar — miraron a su alrededor. «¡Ah! Veo que tenéis aquí el Joven Monje — exclamó —, ¿Cómo se porta? ¿Es tan brillante como dicen?» S in a g u ar d a r r e s p u e s ta , c o n ti n u ó d ic i e n d o : « U n a c aí d a d e ro cas, hace unos días. El ermitaño de la ermita más lejana fue atrapado por una roca y cayó al precipicio. Ha sido pasto d e los buitres». S e d estern illab a de risa ante la id ea. « El so lit a r i o d e l a c u e v a , e n t o n c e s s e mu r i ó d e s e d . S ó l o h a b í a d o s . E l e r m i t a ñ o e n p r o p i e d a d y é l , q u e s e e m p a r e d ó . S i n a g u a , no hay vida. ¿No es así?» El joven monje permanecía silencioso, pensando en los eremitas solitarios. Hombres raros que han sentido una «llamada» que les conduce a retirarse de todo y cualquier contacto con el mundo del Hombre. Acompañado por un monje voluntario, el tal «solitario» caminaría por los flancos de la montaña hasta encontrar una ermita abandonada. Allí, el «solitario» penetraría en un a habitación interior sin ventanas. Su guardián voluntario levantaría una pared, de manera que el eremita jamás pudiese abandonar su habitación. En el mur o había sólo una abertura suficiente para que pasase un cuenco. A través de ésta, cada dos días, se le pasaría al solitario un cuenco de agua de una fuente vecina, en la montaña, y un puñado de grano. Ni una franja de luz entraría en l a estancia del eremita durante el resto de su vida. Nunca jamás h ablaría con nadie, ni nadie le hab laría a él. Allí, tanto como viviese, estaría en contemplación, liberando el cuerpo astral del físico y viajando lejos, en los planos astrales. Ninguna enfermedad ni cambio de decisión alguna le aseguraría su liberación. Fuera de la habitación sellada, el ermitaño podía vivir y tener su propia existencia, procurando siempre que ningún mundanal ruido llegara hasta el solitario empared ado . M as , e n el caso d e q ue el co mp añe r o enfe rmas e o mu riese, o se despeñase por la montaña, entonces el eremita forzosamente tenía que morir, generalmente de sed. En su pequeña estancia, sin calefacción alguna por crudo que fuese 80


el tiempo, el eremita tenía su habitación. Un cuenco de agua para dos días. Agua fría, jamás calentada, nada de té, tan sólo el agua glacial que sale de las heladas faldas de la montaña. Nada de comida caliente. Un puñado de cebada para dos días. Al principio, los tormentos del hambre debían ser tremendos, cuando el estómago se contraía. Las torturas de la sed serían aún peores. El cuerpo se deshidrataría, volviéndose quebradizo. Los músculos se entumecerían y desaparecerían, atacados por la falta de manjar, de agua y de ejercicio. Las funciones normales del cuerpo casi cesarían, a medida que se tomasen menos agua y comida. Pero el eremita jamás abandonaría su estancia. Todo cuanto debiese ser hecho, todo cuanto la Naturaleza le obligase a cumplir, tenía que suceder en un rincón de la habitación donde el tiempo y el frío redujesen sus despojos a glaciales cenizas. Primero desaparecería el sentido de la vista. De momento se producirían inútiles esfuerzos contra la oscuridad. La imaginación, en sus fases iniciales, proporcionaría algunas claridades; casi auténticas y luminosos «escenas». Las pupilas se dilatarían progresivamente y, al propio tiempo, los músculos de los ojos relajándose, de modo que si una avalancha destruyese el techo de la ermita, la luz del sol abrasaría la vista del ermitaño lo mismo que si la consumiese un rayo. El oído se volvería sutil, por encima de lo normal. Sones imaginarios torturarían al eremita. Escucharía fragmentos de conversaciones, que parecerían traídas por el aire y desvanecidas tan pronto como el solitario se aprestara a escucharlas. La compensación llegaría a no tardar. Sentiría cualquier ruido a su lado, enfrente, a sus espaldas. Escucharía su acercarse a una pared. La más ligera alteración del aire, al levantar un brazo, resonaría en su interior como un vendaval. No tardaría mucho en percibir los latidos de su corazón, como una máquina potente, latiendo incansable. Después sería el rumor de los fluidos dentro del cuerpo, la exhalación de los órganos secretores y, cuando sus sentidos alcanzasen aún una mayor agudez, el tenue resbalar de un tejido muscular contra otro.

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La mente jugaría raras tretas al cuerpo. Imágenes lascivas atormentarían las glándulas. Los muros de la habitación a o scuras, p arecerían aplastarle; el eremita tend ría la imp resión d e ve rs e t ri tu r ado . L a resp iración se h a rí a af anos a, a med id a q ue e l ai re se hici es e más co rro m pido . Só lo cad a d os d í as , la piedra que tapaba la pequeña abertura de la pared se vería apartada para que pudiese pasar a su través el cuenco de agua, el puñado de cebada y una bocanada de aire vital con ellos. Después, se volvería a cerrar la abertura. Cuando el cuerpo se vea dominado y todas sus sensaciones sujetadas, el cuerpo astral flotará libre como el humo saliendo d e una hog uera. El cuerpo material yacerá en posición supina sobre el suelo y únicamente el Cordón de Plata unirá a los d os. A t r av és de las p ar ed e s de ro ca, el ast ral p as ar á . Po r lo s desfiladeros llenos de precipicios viajará, saboreando las satisfaccion es del sentirse lib re de las cad en as carnales. Se d eslizará hasta los conventos de lamas y los lamas dotados de tel ep a tí a y de clariv id en ci a co nv ers a rán con el eremit a. Ni la noche ni el día; ní el calor o el frío, le pueden ser estorbo; ni las más robustas puertas causarle el menor obstáculo. Las salas de los consejos, en el mundo entero, se le abrirán y n o habr á vis ta n i exp e ri en cia qu e al vi aj ero as t ra l p ued an ser vedadas. El joven mo nje ib a pen sando todas es as co sas , y lu ego p ensó en aquel eremita, yaciendo muerto muy lejos de allí, más arriba de la montaña. El monje gordo no paraba de charlar: «Ahora, tengo que romper la pared y sacar al muerto. Iré a la ermita y llamaré, antes, por el agujero de la pared. ¡Uf! ¡qué peste! Está muerto del todo. No lo podemos dejar arriba. Iré a Drepung, por ayuda. Bueno, los buitres van a estar contentos cuando echemos fuera al muerto. Le gusta mucho su carne y est án ap os ent ad os ce rc a d e l a e r mi ta g ra zn an d o y a por él. ¡Ay de mí!, tengo que montar en mi viejo caballo y deshacer camino; no tengo el tipo para esos viajes por la montaña». El grueso monje, movió vagamente una mano en el aire y se encaminó hacia la entrada de la cueva. El joven, se levantó 82


laboriosamente por haberse lastimado una pierna, lo que le h izo mur mu r ar alg un as p al ab ras po r lo ba j o. Con cu rio s i dad, siguió la marcha del obeso monje, cuando salió de la cueva. Un caballo estaba paciendo a sus anchas por la enrarecida vegetac ión. El monj e go rdo , con paso v a cil a nte, s e l e ace rcó y montó encima fatigosamente. Poco a poco, el monje y la cabalg adura se d irigieron hacia el lago , donde les aguardaban otras personas y sus monturas. El joven monje permaneció allí hasta que se perdieron todos de vista. Suspirando angustiosa mente , s e v olvió p ara mi ra r las altas p e ñas q u e s e lev antaban al cielo. Lejos, los muros de la Ermita de Más Lejos resplandecían en blanco y verde a la luz del sol. Por un año entero, un eremita y su auxiliar habían trabajado con ah ínco para construir la ermita con las piedras esp arcidas a su al red ed o r. T ran spo rt ánd ol as a l s itio in dicado , ajus tan do p i e d r a s o b r e p i e d r a , y c o n s t r u y e n d o u n a h ab i t a c i ó n i n t e r i o r , donde no pudiese penetrar la luz ni en el último rincón. Durante un año trabajaron hasta que la estructura básica les satisfizo. Luego vino el trabajo de fabricar una pared con aqu ellas piedras y blanquearla hasta hacerla resplandeciente. Después fue cuestión de pintar las paredes que se proyectaban sobre los abismos. Para ello se había triturado previamente el ocre y disuelto el color en agua de una fuente próxima. La decoración tendría que ser un monumento a la piedad humana. Durante todo este tiempo, tanto el eremita como su ayudante no cambiarían entre los dos ni una sola palabra. Habría llegado el día en que la ermita estaba acabada y consagrada. El eremita, había mirado a los lejos, al llano de Lhasa, por vez postrera. El mundo del Hombre. Había girado lentamente para entrar en la ermita y caer muerto a los pies de su ayudante. A través de los años, muchos habían sido ermitaños de aquella ermita. Habían vivido emparedado s, en la habitación interior, de muros de piedra. Habían alimentado a los buitres, siempre dispuestos a devorar. Ahora, otro había sucumbido. De sed . Sin esp e ran z as. Un a v e z desap a re cid o su ayu dan te, d esaparecía todo auxilio, el agua vital. No había más solución que 83


t e n d e r s e y m o r i r . E l j o v e n mo n j e l a n z ó u n a m i r a d a , a b a r c a n d o la ermita y el precipicio. Brillantes prados al flanco de la montaña. Un rasguño se abría, derecho, a través de los líquenes y surcaba las rocas. Más abajo, en el flanco de la montaña, se veía un montón de rocas recién derrumbadas. Debajo de las rocas yacía un cuerpo. Preocupado, el joven entró en la cueva, cogió el recipiente y se encaminó al lago, a por agua. Después de haber limpiado el recipiente lo llenó de agua y se preparó a proseguir su tarea. Miró a su alrededor y frunció las cejas con desánimo. No se veía por ninguna parte troncos o ramas caídos. Tenía que ir h a s t a m á s l e j o s , e n b u s c a d e c o mb u s t i b l e . B u s c ó , e n t o n c e s , entre los matorrales. Pequeñas alimañas se detuvieron, en su inacabable búsqueda de comida, y se levantaron sobre las patas traseras, mirando llenas de curiosidad al invasor de sus d o m i n i o s . A q u í n o e x i s t í a e l m i e d o ; l o s a n i ma l e s n o t e m í a n a l H o m b r e , p o r q u e e l H o m b r e v i v í a e n p a z y a r mo n í a c o n l o s animales. Finalmente, el joven monje llegó hasta un sitio donde se encontraba un pequeño árbol caído. Después de haber desgajado l a s m a y o r e s r a ma s q u e l e p e r m i t i e r a s u v i g o r j u v e n i l , v o l v i ó atrás y, una por una, las fue arrastrando hasta la boca de la cueva. Con el contenido del recipiente preparó el té con t s a m p a e n p o c o s m o m e n t o s . El v i e j o e r e m i t a s o r b í a s a t i s f e c h o aquel té caliente. El joven monje se sentía fascinado viendo cómo el viejo tomaba el té. En el Tíbet, toda la vajilla se m a n e j a c o n a m b a s m a n o s , e n s eñ a l d e r e s p e t o p o r e l m a n j a r q u e n o s a l i m e n t a . El v i e j o e r m i t a ñ o , a t r a v é s d e u n a la r g a práctica, cogía el cuenco con ambas manos, de forma que un dedo de cada una se aplicase al borde interior de la vasija. A s í n o s e a r r i e s g a b a a r e mo j a r s e , y a q u e u n o d e l o s d e d o s , humedeciéndose, le advertiría. Ahora, estaba sentado y satisfecho, apreciando en gran manera el té caliente, después de enteras décadas de agua fría. «Es extraño — observó — que, después de más de setenta años de la más rigurosa austeridad, ahora me apetezca el té caliente. También me gusta el calor confortante que nos causa el

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fuego. ¿Os habéis dado cuenta de cómo calienta el aire de nuestra cueva?» El jo v en mon j e le mi ró , l len o de co mp asió n. «¿Nun ca h a b éis salido de aquí, Venerable?», le preguntó. «No, nunca — replicó el eremita —. Aquí conozco todas y cada una de las piedras. Dentro de aquí, la carencia de vista casi no me representa una incomodidad; pero fuera hay piedras resb al ad i zas y precip icio s, ¡es o tr a c o s a ! Pod rí a c a m in a r p o r l a ribera y caerme al lago; podría abandonar esta cueva y perder el camino de regreso.» «¡Venerable! — dijo el joven monje, algo incrédulo —. ¿Cómo pudiste hallar esa tan remota, casi inaccesible cueva? ¿Fue un azar?» «No; no fue así — replicó el anciano —. Cuando los Hombres d e l O t r o M u n d o a c a b a r o n s u s t a r e a s p a r a c o n mi g o , m e d e p o sitaron aquí. ¡Hicieron esta cueva expresamente para mí!» Diciend o es tas p alab r as , s e a rrell anó en su as ien to co n un a so nrisa de satisfacción, conociendo muy bien el efecto producido sobre su interlocutor. El joven monje casi se cayó de espaldas, por la sorpresa. «Fabricada para vos — exclamó con vehem e n c i a — . Pe r o ¿ c ó mo p u d i e ro n l a b r a r u n a g u j e ro s e me j a n t e en la montaña?» El viejo se sonrió, complacido. «Dos hombres me llevaron aq uí — dijo —; me t raje ro n so bre u na pl atafo r ma qu e v o lab a por los aires, cual los pájaros. No hacía el menor ruido, menos que los pájaros, porque crujen; puedo escuchar sus alas cuando azotan el aire, y sus plu mas cu ando entre ellas pasa el viento. E l objeto s o b r e e l c u a l l l e g u é a q u í e r a s i l e n c i o s o c o m o u n a sombra. Se alzó por los aires sin esfuerzo alguno; no se percibía ningún arrastre, ni sensación de velocidad alguna. Los dos hombres lo hicieron apear ahí mismo.» «Pero, ¿por qué precisamente aquí, Venerable Padre?», preguntó el joven monje. « ¿Po r qu é? — respondió al anciano —. Pensad en las ventajas de este emplazamiento. Está entre cien y doscientos metros del camino de los mercaderes, y éstos para hacerme consultas y buscar mis bendiciones me pagan con provisiones de cebada. 85


Está cerca de unos senderos que conducen a dos conventos de lamas y siete ermitas. No me puedo morir de hambre, aquí. Me dan noticias. Los lamas me visitan; conocen mi misión. Y también la vuestra.» «Pero, Señor — insistió el joven monje —, sin duda causó una gran i mp r esión , cuand o lo s ca min ant es des cu b ri ero n u n a p ro funda cueva donde anteriormente no había ninguna.» «Joven — replicó el eremita —; habéis estado por esos parajes; ¿os habéis dado cuenta alguna vez de que había cueva alguna por esos alrededores? ¿No? Pues no existen menos de nueve. No os interesan las cuevas y por eso no os habéis dado cuenta de ellas.» «Pero, ¿cómo pudieron hacer la cueva los dos hombres? Debió de costarles meses de trabajo», dijo, maravillándose, el joven monje. «La h icieron median te la mag ia qu e el los l la m an ci enc ia at ómi ca» , resp on d ió p acien temen te e l an ci an o. «Un o de lo s do s hombres, sentado en la plataforma volante, vigiló si había gente por esos alrededores. El otro llevaba en la mano un p e q u e ñ o a p a ra t o . E n t o n c e s s e a rmó un estru endo co mo d e todos los diab lo s hamb riento s y, seg ú n ello s m e exp l ic aro n , l a roca se evaporó, dejando el espacio de un par de estancias. En mí habitación interio r hay un manantial — un goteo — de agua , con e l q ue puedo ll ena r po r d os vece s al dí a mi vas ija . Es m á s q u e s u f i c i e n t e p a r a l o q u e n e c e s i t o ; a s í n o m e e s p r e ciso ir al lago a por agua. Cuando no tengo cebada — cosa que me ocur re de v ez en cu ando — m e s ust en to d el liq u en qu e se encuentra en la cueva interna. No es nada gustoso; pero aguanta la vida hasta que vuelvo a tener cebada.» El joven monje se alzó y se dirigió a la salida de la cueva. Sí; la roca tenía una estructura peculiar, por el estilo de los túneles de volcanes apagados que él había visto en las tierras altas de Chang Tang. La roca parecía como haber sido fundida, escurrida y enfriada, y conv ertida en una superficie cristalina y áspera, sin arrugas ni salien tes. La superficie se diría transparente, y a través de su grosor se podían divisar las estrías de la roca natural, donde brillaban, aquí y allá, venas 86


de oro. En un punto de la pared, vio cómo el oro se hab ía fundido y rezu mado como un líquido espeso y luego había sido recu bierto, cuand o el dióxido de sílice había cristalizado al enfriarse. ¡La cueva poseía los muros de vidrio natural! Pero prec isab a hacer l as f aen as do més ticas ; no era t ie mp o de co nv ersación . Hab ía qu e ba rrer el sue lo , t r ae r agu a y ro mp er los troncos en pedazo s ad ec uado s pa ra qu e sirv iesen de leña . El joven monje empuñó la rama que hacía las v eces de escoba y se puso a l a t area con es ca s o entus i as mo . Barrió el esp a cio donde por las noches él dormía y fue empujando las barreduras hacia la entrada, siempre barriendo. De pronto, la rama que le hacía las veces de escoba dio con un pequeño mont ó n q u e h a b ía e n e l s u e lo ; l o r e mov ió y d e s cu b r i ó s e r é st e u n objeto de un color entre pardo y verdoso. Enojado, el joven monje dejó de barrer aquella piedra, intrigado por lo que podía ser aquello. Al hacerse con aquel objeto, pegó un salto atrás con una exclamación; no era ninguna piedra, ¿de qué, pues, se trataba? Con toda precaución removió aquel objeto con un palo. El objeto se desplazó emitiendo un leve ruido. Entonces, lo lev antó d el su elo y corrió h acia el interio r de la cueva, donde estaba el ermitaño. «¡Venerable! — le dijo —, acabo de descubrir un extraño objeto, debajo el sitio donde murió aquel preso.» E l a n c i a n o s a l i ó d e s u h a b i t a c i ó n i n t e r n a . « D i m e c ó m o e s » , le ordenó. « P a r e c e s e r — d i j o e l j o v e n — , c o mo u n a b o l s a q u e t i e n e d e ancho unos dos dedos. Es de cuero, o de piel de algún animal». Diciendo esto , lo palpó. «Hay un a cuerda alred edor del cuello de esta bolsa. Voy a buscar una piedra afilada.» Corrió fuera de la cueva y cogió un pedernal cortante. A su regreso, aserró con él aquella tira de cuero. «Es muy duro», comentó. «Todo está sucio de lodo y cubierto de moho. ¡Por fin lo co rté!» Cuidado samente, ab rió aquella bo lsa y vertió su contenido sobre un girón de su manto. «Monedas de oro», observó el ermitaño. «Yo, en mi vida, nunca había visto monedas de oro, sólo en imágenes.» También se derramaron pedazos de cristal de colo87


r e s . S e p r e g u n t ó p a r a q ué se r virí an . Fin al m e n te , h abí a cin c o sortijas d e o ro con p ed azo s de cristal eng arzado s en ellas. « Dejadme palparlo s» , le ordenó el ermitaño. El jov en mon je, levantó el regazo de su manto y guió las manos de su superior hacia aquel pequeño montoncito. « Di a man t es — d ijo el ar m it a ñ o —, pu edo adiv in ar po r su vibración y...» El anciano permaneció silencioso y atento, mientras manejaba las piedras, las sortijas y aquellas monedas. Después, realizó un a profunda inspiració n y co mentó: «Nuestro prisionero había sustraído todas estas cosas. Las monedas, s o n de la India. Siento que hay algo malo en todo eso. Rep re s e n t an u n a m u y g ra n d e s u m a d e d in e ro » . M ed i t ó e n s il e n c i o por unos momentos, y terminó diciendo bruscamente: «Llevaos todo esto, lleváoslo y tiradlo en lo más profundo del lago. Nos traerían mala ventura si los guardásemos con nosotros. Aquí hay concupiscencia, asesinato y miserias. Fuera con todo eso , ¡rápido!». Diciendo es as palabras volvió la espalda y, lentamente, se arrastró al interior de la cueva. El joven monj e d e v o l v i ó t o d o a q u e l m o n t o n c i t o a l i n t e r i o r d e l a b o l s a y se encaminó hacia el lago. Al llegar a su orilla, depositó todos aquellos objetos sobre una roca plana y examinó, uno por uno aquéllos, con toda curiosidad. Después, levantando una moneda entre el pulgar y un dedo, la lanzó con todas sus fuerzas al agua. La moneda fue rebotando y levantando pequeñas olas, hasta que, con un chasquido final, se hundió hasta lo más p rofundo del l ago . Mo n eda po r mon ed a, y lu eg o e l r esto de aquellos objetos, fue lanzado a las aguas, hasta que se hundió el último. Mientras se lavaba las manos, sonrió al darse cuenta que u no s páj aro s p esc ado r es s e h abían larg ado co n la b o ls a y p erseg uí an co n fu ri a los ob jetos h un dido s. Mu sitando las P r e ces de los Difuntos, el joven monje, volvió a la cueva y a sus trabajos caseros. Luego vino el momento de poner de lado las ramas q u e h arían las v eces d e esco b as . Desp u és , esp a rcir n uev a aren a, ap ila r l eña p ara el fu eg o , d isp o ner la v a sij a del agua y frotarse las manos, en signo de que el trabajo del día se había terminado. Llegaba el momento en que las células 88


d e l a me mo r i a d e a q u e l j o v e n s e h a l l a b a n a p u n t o d e a l m a c e nar la información que se le comunicaría. El viejo ermitaño vino jadeando desde su habitación interior. Incluso para la visión inexperta del joven monje, el anciano desfallecía a ojos vistas. Lentamente, el eremita se s e n t ó e n e l s u e l o y s e a r r o p ó c o n v e n i e n t e m e n t e . El j o v e n l e alargó el cuenco y se lo llenó con agua fría. Con todo cuidado s e s i t u ó a l l a d o d e l a n c i a n o y g u i ó su s m a n o s h a s t a e l bo r d e d e la v as ija p a ra qu e su pi es e exa ctament e d ó nde es tab a co locada. Enton ces, se sentó a su vez, aguard ando a que su mayor hablase. D u r a n t e u n t i e mp o , t o d o p e r m a n e c í a e n s i l e n c i o , m i e n t r a s e l an ci ano p e rman ecí a sen tad o y ord e n a n d o s us p e n s a m i e n t o s y re c u e rd o s . Lu e g o , d e s p u és d e u n la rgo c a rr a speo, e mp e zó did iciendo: « La mu jer aquella se d urmió y yo también. Pero no e s t u v e d o r m i d o p o r mu c h o r a t o . Ell a ron ca ba terrib le mente y mi cab eza latía con fuerza. Sentí co mo si mi cereb ro o scilase y quisiese salir por la cima de mi cráneo. Entonces, se me produjeron como unos porrazos en los vasos sanguíneos de mi cuello, que me pusieron al borde de un desvanecimiento. Luego, los ronquidos cambiaron su ritmo, se percibió un r u i d o d e p ie s a rr a s tr á n d o s e y , d e p ron to , con un a acu s ad a e xclamación, aquella mujer saltó sobre sus pies y corrió hacia mi lado. Inmediatamente, se escucharon unos ruidos metálicos y se no tó un ritmo distinto de los líquido s que circulaban dentro de mi cuerpo. En un momento, o dos, cesó la pulsación de mis sesos. Se acabaron las presiones que experimentaba mi cuello, y los huesos cortados del cráneo no me causaron molestias. »La mujer se afanaba moviendo algunos objetos, metiendo ruido con cristales qu e chocaban y metales qu e vib rab an uno s contra otros. Percibí un crujido cuando ella se agachó para levantar del suelo su libro caído. Algún objeto d el mob iliario crujía cuando era movido de su sitio p ara ser colo cad o en un a nu eva posición. En tonces, ella se dirig ió como hacia la pared y escuché como se deslizaba la puerta abriéndose y luego cerrándose tras ella. De pronto, llegó a mis oídos el ruido de 89


pasos, disminuyendo a lo largo del corredor. Yo estaba allí, tendido; ;no me podía mover! Era evidente que algo había sido hecho sob re mi ce reb ro . Me s entía má s despierto. Po día pensar más claramente. Antes, había experimentado un mont ó n c o n fu s o d e p e n s a mi en t o s q u e y o no er a cap az de en foc ar con toda claridad y por esto los había almacenado en rincones de mi mente. Ahora, todos ellos eran para mí tan claros como las aguas de un arroyo de la montaña. »Recordaba mi nacimiento. Mi primera mirada en este mundo, en el cual había sido precipitado. La cara de mi madre. La cara arrugada de aquella mujer que ayudaba al parto. Más tard e, mi p ad re, cogiendo en su s b razos al recién nacido. Sus p reo cu pa cio n es , ya qu e e ra el p ri m ogén i to. Reco rd aba su ex p r e s i ó n a l a r m a d a y s u t e m o r a l v e r me c o n a q u e l l a c a r a e n r o jecida y arrugada. Más adelante, me llegaron a la memoria esc enas d e mi pri m era niñ ez. S ie mp re h ab í a sido u n a ilu sió n de los míos el que yo pudiese llegar a ser un sacerdote, que diese honor a la familia. Más tarde, me veía en la escuela, adiestrándome en la escritura sobre cuadrados de pizarra. El monje-profesor, yendo del uno al otro, con elogios y reprimendas y diciéndome que podía permanecer más rato que los demás, de forma que aprendiese más que mis compañeros. »Mi memoria, era completa. Podía recordar fácilmente imágenes que habían aparecido en revistas ilustradas que nos traían los mercaderes indios, e incluso imágenes qu e no reco rdaba que las hubiese visto nunca. Pero la memoria es una espada de dos filos; yo recordaba con todos los detalles mis torturas, a manos de los chinos. Debido a que se me había v isto transp o rtando p ap eles de Po tala, los chinos hab ían dado p or d es con t ad o qu e se trat ab a de sec re tos y , en est a cr een cia, m e h a b í a n s e c u e s t r a d o y t o r t u ra d o p a r a o b l i g a r m e a d e c l a r a r todo cuanto, en su opinión, sabía. Yo, tan sólo un humilde sacerdote, que sólo sabía la que llegan a comer los lamas. »La puerta se abrió con una especie de silbido metálico. Sumergido en mis pensamientos, no me enteré de los pasos que se aproximaban por el corredor. Una voz me interrogó: "¿Có90


mo os en contráis?", y noté que mi gu ardián estab a a mí lado. Mi en t ras h abla ba, man ej aba e l ex traño apa r ato co n el qu e yo estaba conectado. "¿Cómo os notáis, ahora?", volvió a preguntar de nuevo. » "Bien — le rep liqué — , p ero n ad a con tento por tod as las cosas ra ra s qu e me han su ced ido. Me s ien to ig u al co mo un yak enfermo en un parque del mercado." El hombre, se rió y se dirigió a una parte lejana de la habitación. Pude oír el ruido de papel, el sonido inconfundible de las páginas al ojearlas. »"Señor", exclamé. "¿Qué es un almirante? Estoy muy intrigado. Y, ¿quién es un ayudante?" » Dep uso u n p e sado l ib ro — o a lo meno s a mí m e p a r ec i ó u n libro — y se me acercó. "Sí — profirió compasivamente —. Me imagino que desde vuestro punto de vista se os ha tratado m á s b i e n c r u e l m e n t e . " D i o u n o s p a s o s y no t é q u e a r r a s t r a b a uno de aquellos extraños asientos metálicos. Cuando se sentó, la silla crujió de un modo alarmante. "Un almirante — dijo p ensa tiv ament e — . O s deb ía hab e r s ido exp lic ado má s t a rde; pero podemos saciar vuestra curiosidad inmediata... Estáis e n u n a n a v e q u e s u r c a e l e s p a c i o , e l mar d e l e s p a c i o ; l o l l a mamos así porque, dada la velocidad con que nos trasladamos, el espacio recibe un choque tan rápido que parece que se trate de un océano de aguas. ¿Podéis seguirme?", preguntó. »Pensé un momento y, sí, podía imaginarme el Río Feliz y los botes de cuero que lo cruzan. "Sí, lo comprendo", repuse. "Bien, entonces — continuó diciendo —; nuestro barco es uno del grupo. El más importante de todos ellos. Cada embarcación — ésta igualmente — tiene un capitán; pero un almirante es, ¿cómo os lo voy a decir?, un capitán de todos los capitanes. Ahora, además de nuestros marineros tenemos sold ad o s a b o rdo , y es u su al q u e h ay a u n o fi c ial « ay u d an t e» d el almirante. Se le llama simplemente «ayudante». Para traducirlo a términos eclesiásticos, un abad tiene su capellán, aquél q u e l l e v a a c a b o l a s t a r e a s , d e j an d o a s u j e r a r c a s u p e r i o r l a s grandes decisiones que tengan que ser tomadas." »Todo eso, lo veía claro, y estaba reflexio nado sobre el tema, cuando mi vigilante se me aproximó inclinándose y profirió en 91


vo z baja: "Y, po r favor, no os d irijáis a mí llamándome vuestro capturador. Soy el médico en jefe de esta nave. Más claro, para vuestros puntos de referencia soy semejante al médico en jefe de los lamas del Chakpori. ¡Doctor, y no Capt u r a d o r ! " Y o m e d i v e r t í a m u c h o , c o n o c i e n d o c ó mo t a m b i é n esos g randes ho mbres tienen sus debilidades. Que un ho mbre de su categoría se disgustase porque un salvaje ignorante (así me llamaba) le llamase "capturador", era cosa de ver. Resolví ponerle de buen humor: "Sí, doctor". Fue mi premio la más agradecida de las miradas y una amable inclinación de su cabeza. »Durante bastante tiempo se ocupó de ciertos instrumentos que parecían estar conectados con mi cabeza. Hizo algunas rectificaciones, cambió el curso de algunos líquidos, y se produjeron cosas extrañas que provocaron una comezón en mi cráneo afeitado. Después de algún rato, dijo: "Tendréis que reposar durante tres días. Durante este lapso de tiempo los huesos se habrán sold ado y la cicatrización forzad a estará en camino. Entonces, sí todo marcha bien, como yo espero, os c o n d u c i r e mo s d e n u e v o a l a C á ma r a d e l C o n s e j o y o s mos tr a remos varias cosas. No sé si el Almirante querrá hablaros. Sí es a sí , no t e máis . Hab l adl e ex act a men te como h aría is co nmigo". Luego, pensándolo bien, añadió pesaroso: "O, más bien con alguna mayor cortesía." Me dio un golpecito en un hombro y salió de la habitación. »Me encontraba allí, inmóvil, pensando en mi futuro. ¿Futuro? ¿Qu é fu tu ro se p res ent ab a al lí p a ra un cieg o ? ¿Qu é se rí a de mí, si dejaba con vida aquellos parajes, en la suposición que necesitase dejarlos vivo? ¿Tendría que pedir limosna para vivir, como los mendigos que pululaban por la puerta de Occidente? Muchos de ellos eran falsos ciegos, de todos modos. Yo me preguntaba adónde iría a parar, dónde ganar mi sustento. El clima de mi país es duro y no hay puestos para el hombre sin hogar ni dónde reposar su cabeza. Yo me angustiaba y no cesaba de meditar todos los males y quebraderos de cabeza que me aguardaban. Con estos pesares, caí en un sueño profundo. Estando así, percibí cómo se deslizaba la 92


puerta de la habitación donde me encontraba y la presencia de personas que venían quizás a ver si aún vivía. Todos los ruidos a mi alrededor no eran bastantes para hacerme trasponer el umbral de mi sueño. Yo era incapaz de poder calcular el paso del tiempo. En condiciones normales podemos valernos de lo s la tidos del c ora zón para darnos cuen ta d e lo s minutos que pasan. Pero, en aquel caso, se trataba de horas y de horas durante las cuales me hallaba inconsciente. »Después de lo que me pareció un largo tiempo, durante el cual parecí fluctuar entre el mundo material y la vida del e s p í r i t u , d e s p e r t é b a j o u n a s e n sa c i ó n d e a l a r m a . A q u e l l a s t e rribles mujeres habían vuelto a mi alrededor, como unos buitres alrededor de una carroña. Sus risas y su parloteo me atacaban los nervios. Sus impúdicas libertades para con mi cuerpo indefenso me ofendían todavía más. No podía expresarme en su lengua; ni tan sólo moverme. Era para mí una sorpresa que, siendo miembros del llamado sexo débil, se man i fes tas en t an ru d a men te con sus man o s y su ex presió n d e emociones. Yo me hallaba físicamente arruinado del todo, y aq uel la s mu j eres me l lev aban y t ra ían tan ru da ment e co mo s i se tratase de un bloque de piedra. Me regaban el cuerpo con lociones; me untaban el cuerpo estremecido con malolientes unturas y me quitaban y ponían tubos en los agujeros de las n a r i c e s y e n ot r a s c o n c a v i d a d e s d e l c u e r p o , s i n m i r a m i e n t o s de ninguna clase. Mi alma se estremecía y volvía a pensar p o r q u é a za r d iab ó l ico mis h ad o s h ab ían d e cr et ad o q u e d e b ía verme obligado a soportar todas aquellas humillaciones. »Con la marcha de las terribles mujeres volví a la paz, aunque por no mucho rato. Al cabo del cual, la puerta volvió a escu ch ars e y o tr a v ez mi cap t u rad o r; má s b i en di cho , "e l d octor", penetró y cerró tras él la puerta. "Buenos días; por lo que veo, estáis despierto", me dijo, placentero. »"Sí, señor doctor — le repliqué algo enfurruñado Es imp osible d o rmi r , cu and o e sas muj e res charl a tana s se ab at en so b re mi p ersona como unos pajaracos." Esto, p areció div ertirle en gr an mane ra. En la actual id ad , sin dud a cono ci énd o me mejor, me trataba más como un ser humano, aunque un ser hu93


man o qu e no acab aba d e est a r d el tod o en s us cab al es . " T ene mos que valernos de estas enfermeras — dijo — para que os observen, os mantengan debidamente aseado y oliendo bien. Ahora, estáis empolvado, perfumado y listo para un nuevo día de reposo." »¡Reposo! No lo necesitaba; lo que sí me precisaba, era irme. Mas, ¿adónde? Mientras el director examinaba las cicatrices de mi operación del cráneo, volví a pensar sobre todo l o q u e m e d i j o . ¿ F u e a y e r ? ¿ A n t e a y e r ? N o p o d í a s a b e r l o . Me era p re ci so saber una co sa que me tenía intrigado en gran manera. "Señor doctor", le dije. "Me dijisteis que me encontraba a bordo de una nave del espacio. ¿Es que lo entendí bien?" » " Sin d u d a rep licó E st amo s a b o rd o d e la n av e a l miran te de est a flota insp ecto r a. En es to s mo men to s p r eci so s , repo sam o s s o b r e u n a m e s e t a d e l a s T i e r r a s A l t a s d e l T í b e t . ¿ P o r qué, la pregunta?" »"Señor mío", le repliqué: "Cuando me encontré en aquella cueva, ante aquellos seres sorprendentes, la cueva, ¿se hallaba dentro de esta nave?" » É l s e r i ó , c o m o s i y o h u b ie s e t e n i d o l a m á s j o c o s a o c u r r e n cia. Al recob rarse, me dijo, entre risotad as." So is observ ador, muy observador. Y tenéis toda la razón. La meseta rocosa so bre l a cu al r ep osa e sta nav e fue p ri mi tiv ament e u n v olcán . Exis ten en ell a corred ores p r ofu n d o s y c á m a r a s i n m e n s a s p o r donde fluía el magma y salía al exterior. Nosotros nos servimos de esos pasajes y hemos engrandecido la capacidad de aquellas cámaras para que sirvan a nuestros propósitos. Nos servimos de estos sitios usualmente. Diferentes naves los utilizan, de tiempo en tiempo. Vos habéis sido sacado de la nave y conducido a la caverna." »¡Conducido, desde el barco, al interior de la caverna rocosa." Eso concordaba con la extraña impresión que yo había experimentado de haber dejado el corredor metálico por una cav erna d e rocas. "Señor doctor", exclamé. "S é, po r exp erien cia d irecta, algo de túneles y salas en la roca; existe u na de ellas, secreta, en el Potala; incluso contiene un lago. 94


»"Sí — observó —. Nuestras fotografías geofísicas nos lo han d escubierto. Lo que no sabemos, en cambio, cu ándo vosotros, los del Tíb et, lo habéis descubierto." S e acercó con su piedra de afilar. Me daba perfecta cuenta de que estaba cambiando e nto n c e s l o s l í q u i d o s qu e co rrí an a t rav és d e los tub os y d entro de mi cuerpo. Se produjo al instante una alteración de mi temperatura; involuntariamente, mi respiración se hizo más esp aci ad a y p ro fund a; me v eía man ip u la d o co mo u n a m u ñeca que, en la plaza de un mercado, exhiben los buhoneros. »"¡Señor doctor! — observé con vehemencia Vuestros barcos del espacio son conocidos de nosotros; los llamamos Carrozas de los Dioses. ¿Por qué no os ponéis en contacto con nuestros superiores? ¿Por qué no declaráis abiertamente vuestra p res enc ia? ¿ Po r q ué t en é is q ue rapt arn os a escon did as , co mo habéis hecho conmigo?" »E1 doctor hizo una profunda inspiración, con una pausa y, por f i n , r e p l i c ó : " S i o s l o d e s ea se expli ca r , no haría más que p rov oca r vu est r as más cáus ti cas ob serv acion es , qu e, a no sot r os, no nos importan nada". »"No, señor doctor — le repliqué —. De hecho soy vuestro prisionero, como lo fui de los chinos; e igualmente no puedo desafiaros. Sólo intento, en mi incivilizada forma, entender las cosas como supongo que vos mismo deseáis de mí " » G i r ó s o b r e s u s p i e s y , c l a r a me n t e , d e c i d i ó q u e e r a l o m e j o r q u e p o d í a h ac e r s e H ab i e n d o t om a d o s u r e s o l uc i ó n , d ij o : " N o so tro s, so mo s los Ja rd in e ros d e la Tierr a y , natural m ente, d e o tros mu ndos hab itados. Un jardin ero no discu te su id en tidad n i sus p lan os con sus flo res. Ahora b ien; elevando un poco la materia, si un pastor de un rebaño de yaks encuentra a uno d e el los q ue p a re ce más b ril la nte qu e los d e más, d ich o p as tor no le dirá en modo alguno: «Acéptame por tu guía». Ni discutirá con el yak de cosas que claramente sobrepasan la comprensión de aquél. No entra en nuestra política el fraternizar con los naturales de ninguno de los mundos que supervisamos. Lo hicimos en anteriores y el resultado fue una serie de catástrofes que originaron fantásticas leyendas en vuestro propio mundo." 95


»Hi ce un a mu ec a de con t raried ad y men o s p re cio : " P ri mero, v o s me d i j i s t ei s q u e y o e r a u n salv aj e po r c ivil izar, ah o ra me lla m áis , o me co mpa ráis , con u n yak ", repli q ué con fi rme za. Enton ces , si s o y una cosa ta n baja, ¿po r q u é me ten éi s a quí p r is i o n e r o ? " » Su r ép li ca fue con tu n d en te . " Porqu e os ne cesitamos pa ra u t iliz a ron . Po rq u e p ose éis un a me mo ria fan tástica qu e v a si empre en au men t o . Po rq u e t en é is q u e se r el d ep o sit a rio d e u n sabe r qu e podrá se r util iz ado por o t ro que l leg ará has ta v os, al final de vue stra exis ten ci a. ¡Ah o ra , do rmi d !" Es cuch é có mo un cru jid o y u n as ond as d e n eg r a in co nsc iencia cay e ron s uav e men t e s o b re m i p e r so n a . »


Capítulo sexto

« H o r a s i n te r mi na b l e s, t r a n s c u rr ie ro n p e s a d a m e n te . Y o , y a c ía dent ro de un estupor , una au senc ia , den tro d e la cua l el p asado, e l p re se nte y e l futu r o se con fun dí a n r ec íp ro ca m e n te . Mi v id a p a s ad a , mi d e s v a l id o e s t ad o p re s e n t e , q u e n o p o d í a n i mov er me n i v e r, y mi g ran t e mo r d el fu tu ro fue ra d e "a llí " , si e s q u e p o d í a lib r a r m e n u n c a . De tiempo en ti empo ven ían aquel la s mu je res y me atropellab an. M is miembros e ra ret orcid os , mi cab e za g i rab a sob r e el cue llo y t o das l as p a rt es d e mi an ato mí a s e veí an mano s ead as, p el li zc a d as, apo rread a s y m an ej ad a s. A v ec es, g ru p o s d e p e rso n aj es v en ían y p er m an e cían a mi alred edo r d is cu t ien do mi caso . No e ra c apa z d e e nten de r los; p ero su in t erv en ción era cl a ra . Eso s p e rson ajes , ig u a l m e n t e , m e a p l ic ab a n d i v e rs as co sas; pero yo l es ne gaba la satis f acción d e ver m e có mo me es t re m ecí a a sus agu d as pun zad as. Yo i b a tr ans curri en do mis d í as . »Ll eg ó un mo mento en q u e se v olv ió a d e sp er ta r mi al arma. Hab ía est ad o t raspu es to , ig n orab a l as ho ra s q ue ha cí a. Aun cuand o me hab ía d ado cu en ta d e q u e s e h a b ía d e s l i z a d o la pu er ta d e mi es tan c ia , n o m e h ab ía d esv e lado . Fu i r eti r ad o d el s it i o d o n d e y a cía y c o m o e n v u elto en ma ntas de lan a s in darme cu en t a de lo qu e p asab a a mi al red ed o r y a mí mis mo . De p ro n to , s e p ro d u j ero n u n a seri e d e co rt e s al r ed edo r de mi cráneo . Me v i pin ch ado y h urgad o , mi en t r as u na vo z en mi propi a l en gua excl a mab a . "¡B ravo ! , ¡d eje mo s q ue v u elv a a la vida !" Un zu mbido , d el qu e me di cu ent a s ó lo cu and o ces ó, te rminó con un débil ch asqu i d o me t á l i c o . I n m e d i a t a m e n t e m e sentí repu esto , en v id a e in tenté sen t ar me . De n uev o me s en tí impo sibi li tad o; mis más v io l entos es fu erzo s no cau s a ro n el m e n o r mo v i mi e n t o a n in g u n o d e mis mie mb ro s . " Y a v u e l v e a est ar ent r e no s o tros " , d i jo u n a voz . "¡Eh ! ¿Podéi s oí rn os? ", pregun tó o tra p erson a . »"S í pu edo — rep liq u é — , p e ro aho r a, ¿e st á is hab land o tib etan o? C r eía q u e el doc tor est a b a h abl ando co nmig o . " En ton -

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c e s s e p r o d u j o u n a r i s a e n v o z b a j a : "H a b l a m o s v u e s t r a l e n gua — me replicaron —, así entenderéis mejor lo que os digan". » O t r a v o z i n t e r v i n o , e n o t r o l a d o . "¿ C ó m o l e l l a m a r e m o s ? " Ot ro, qu e reco n ocí s e r el d o c t o r , r e p u s o : " L l a mé mo s l o ¡ Oh ! No sabemos su nombre; yo le llamo simplemente vos." »"El Almirante ha dispuesto que se le dé un nombre", afirmó una nueva voz. "Decidamos cómo nos tenemos que dirigir hacia él." Entonces se entabló una discusión animada, en cuyo curso fueron propuestos varios nombres, algunos de ellos muy despectivos y que ind icab an que yo, a juicio de aquellas personas, gozaba de la consideración que se merecen ante los hombres de la Tierra los yaks o los buitres que se alimentan de cadáveres. Por fin, cuando los comentarios habían ido excesivamente lejos, el doctor decretó: "Acabemos de una vez, este hombre es un monje. Cuando tengamos que mencionarlo, llamémosle simplemente «el Monje»." Entonces hubo un silencio, que finalizó en un ruido que, a mi juicio, era de aplausos. "Muy bien — sentenció una voz, que hasta ahora yo no había escuchado —, aceptado por unanimidad, de ahora en adelante llevará como nombre «el Monje». Debe ser así registrado." »A esa discusión siguió otra que no me interesó y que, al parecer, versaba sobre las virtudes o la carencia de ellas de las mujeres y la mayor o menor facilidad que había para obtenerlas en cada caso. Ciertas alusiones anatómicas estaban fuera de mis conocimientos, de manera que no hice ningún esfuerzo para seguir el curso de la discusión; pero me intrigab a el poder visualizar a lo s opin antes. Algunos d e lo s hombres eran muy pequeñitos y otros, muy cuadrados. Era una cosa rara y que me intrigaba mucho el comprobar que en la Ti e r r a n o e x i s t i e s e n m e d i d a s c o m o l a s q u e p o s e í a n a q u e l l o s personajes. »Fui precipitado bruscamente al mundo presente por un ruido súb ito d e p er so n as q u e s e p o n ían d e p i e , y l o q u e p ar ec ía u n a r r a s t r a r s e h a c i a a t r á s a q u e l l a s e x t r a ñ a s s i l l a s . Lo s h o m b r e s aquellos se alzaron y uno tras otro fueron saliendo de 98


la habitación. Finalmente, sólo permaneció el doctor. Más tarde, me dijo: "Os llevaremos ante la Cámara del Consejo, dentro de una caverna de la montaña. No debéis demostrar ningún nerviosismo; todo os parecerá extraño; pero podéis estar bien tranquilo, Monje, que no recibiréis daño alguno por parte de nadie." Diciendo estas palabras, se marchó y quedé de nuevo solo con mis pensamientos. Por alguna razón extraordinaria, una escena particular estremeció mis recuerdos. Uno de los torturadores chinos se me había aproximado y, con sonrisa diabólica, me había dicho: "Os queda un sola probabilidad para decirnos lo que necesitamos de vos, o perderéis vuestros ojos." »Yo le repliqué: "Soy un pobre, un sencillo monje y no tengo nada que deciros." Con lo cual, el verdugo chino metió un dedo y el pulgar dentro de la órbita del ojo izquierdo y mi ojo saltó fuera como el hueso de una ciruela. El ojo colgaba balanceándose sobre mi mejilla. El tormento de la visión deformada era terrible. Mi ojo derecho, aún intacto, miraba derechamente; el izquierdo, en su balanceo, miraba en otros sentidos. Entonces, de un rápido tirón, el chino cortó el ojo libre y me lo tiró a la cara, antes de hacer lo propio con el ojo derecho. »Recordaba que, hastiados finalmente de aquella orgía de torturas, los chinos me tiraron sobre un montón de basura. Pero ya no estaba muerto, como ellos creían, y el frío de la noche me reavivó y entonces yo había vagado, a ciegas y a tientas, hasta que un cierto "sentido" me había guiado lejos de la Misión China y, también, de la ciudad de Lhasa. Sumido en estos pensamientos, perdí la noción de tiempo y fue para mí un sosiego cuando, por fin, unas personas vinieron a mi habitación. Entonces pude entender lo que me había sido dicho. Un aparato especial, un elevador, denominado con el extraño nombre de antigravedad, fue instalado sobre mí tabla y "desviado" encima de ella. La tabla entonces se levantó por los aires y unos hombres la guiaron a través de la puerta hacia el corredor, más allá. Parecía que, si bien la tabla carecía de aparente peso, poseía inercia e impulso, aunque ello no tu-

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v iese significado alguno p ara mí. Mi p reocup ación se limitab a a no querer sufrir daño alguno. Eso, para mí , era lo más esencial. » Con todo cuidado , la tabla o mesa operato ria y to do el equipo a ella asociado fueron arrastrados o empujados a lo largo del co rredo r metálico con sus ecos desviados y transportados fuera d e la n av e espacial. Llegamo s d e nuevo a la gran sala den tro de la roca y me llegaron al o ído lo s ru mores de un g ran g en tío, qu e me recordó el patio exterio r de la catedral de Lhasa en días, para mí, más felices. Mi tabla fue movida y bajada como h asta unos pocos centímetros del suelo . A mi lado , llegó alguien qu e me su su rró: "El Cirujano-General va a llegar den tro d e un instan te". » Yo le respondí: "¿No se me va a devolv er de nuevo la v ista?", p ero el personaje se h ab ía ido y mi demanda se quedó sin respu esta. Estaba allí, ten dido y prob ando d e pin tar en la imaginació n las cosas que ib an a ocu rrirme. Sólo conserv aba la memo ria de los breves instantes que se me habían concedido antes; pero lo que d eseab a con más ansia es que se me p roporcionase la vista artificial. » Unos pasos qu e ya eran familiares resonaron sobre la pied ra d el suelo. "Veo que os han traído sin nov ed ad . ¿Os sentís co mpletamente bien ?", me pregun tó el doctor — el Cirujano General. » "Señor doctor", le respondí. "Me sentiría mucho mejor si qu isieseis permitirme g ozar de la vista." » "Pero, es que vos sois ciego y tend réis que vivir p or mucho s años en tal estado ." » "Pero, señor doctor", dije con u na consid erable dosis de ex asperación. "¿Có mo podré ap render y almacenar en la memoria todas las maravillas que me habéis prometid o qu e yo v eré si no se me proporcio na esa visión artificial?" » "Dejad esos cu idados p ara no sotros", repuso. "Somos nosotros qu ienes hacemos las pregu ntas y damos las órd en es, vos debéis h acer lo que se os mande." » En tonces me llegó d e la masa situada a mi alred edor una serie d e su su rros p idiendo silencio, no un silencio total, po r-

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que éste no se da nunca cuando hay mucha gente agrupada. Entre los murmullos pude percibir un sonido muy seco de p asos, que cesaron bruscamente. "¡Sentarse!", ord enó u na voz seca, de entonación militar. Entonces se produjo una distensión, ruido de paño grueso, crujidos de cuero y arrastre de muchos pies. Un rumor como si uno de aquellos raros asientos fuese arrastrado hacia atrás. Simultáneamente, o casi, el ruido que hace una persona que se pone en pie. Una tensa expectación se percibió durante uno o dos segundos, y en seguida se escuchó la voz. «"Señoras y señores — anunció ésta, puntual y maduramente — : N u e s t r o C i r u j a n o e n J e f e c o n s i d e r a q u e e s e i n d í g e n a del Tíbet se encuentra lo suficiente b ien d e salud y adoctrinado para que, sin peligros indebidos, pueda ser preparado a poder asi m ila r el Co no ci mi ento del Pasad o . Exi st e, ¿ có mo n o ?, u n riesgo; pero no es posible prevenirlo. Si el sujeto muere, nos será preciso recomenzar la fastidiosa búsqueda de otro personaje. Este indígena, si bien se encuentra en pobres cond iciones físicas, podemos asegu rar que está do tado de una voluntad suficiente para aguantar con firmeza su existencia. Noté que todo yo me estremecía ante ese rudo menosprecio d e mis íntimos sentimientos; p e ro la Vo z prosiguió diciendo: "Hay algunos entre nosotros qu e consideran que d ebemo s servirnos exclusivamente de documentos revelados a diversos Mesías o Santos, que hemos situado en este mundo para tal propósito. Pero yo os digo que, en el pasado, dichos documentos han originado unas veneraciones llenas de superstición que han anulado todo beneficio que se haya podido obtener, p o r c u l p a d e e l l a s . L o s n a t i v o s d e l a T i e r r a n o h a n b u s c a d o el sen tid o q u e d i cho s d o cu men t o s co n t enían , sin o q u e s e h an q u e d a d o e n l a s u p e r f ici e , y t odavía mal interp re tad a . H a sido muy frecu en t e que les h a y an p e r j u d i c a d o e n s u d e s a r ro l l o ; s e h a o r i g i n a d o u n s i s t e m a a r t i f i c ia l d e c a s t a s y a l g u n o s d e l o s n a t u r a les d e v ar i o s p aí s es s e h a n a f i r m a d o a s í mis m o s c omo esco g idos po r lo s A ltos Po d e res , co mo au to ri zad os pa ra e nseñar y predicar cosas que jamás se han escrito. »"No tienen idea alguna de nuestra existencia en el espacio 101


exterior de su mundo. Nuestras naves, que patrullan sin cesar, se han co nsiderado fenó menos n aturales o simp les alu cin acion es d e quien es crey eron co nt emplarlas , y q u e son t enido s en un concepto despectivo, como alienados mentales. Consideran que no puede haber vidas más importantes que la del Homb re . C o n sid e ra n q u e su es mi r ri ad o mun d o e s la única fu e nte de toda vida, ignorando que, en el Universo, el número de mundos habitados es mayor que todos los granos de arena juntos que se hallan sobre la tierra, y que su mundo figura entre los más pequeños e insignificantes. » "C re en q u e ellos son lo s A mo s d e la C re ación y q u e to d os los animales de su mundo son su presa. La duración de su vida es el batir de un párpado. Comparados con nosotros, son igual que el insecto, que v ive un solo día y, en ese b reve plazo, tiene que nacer, crecer, madurar y aparejarse repetidas veces, para morir al cabo de unas horas. El término medio d e nu es tra ex is tenc ia , es de ci n c o mi l a ñ o s ; e l s u y o , d e u na s po cas d écad as. Y todo esto ha sido establecido por sus creencias peculiares y sus trágicas equivo caciones. Por esta razón, nos eran desconocidos en el pasado; pero ahora nuestros sabios nos dicen que en el espacio de medio siglo esos indígenas descubrirán alguno de los secretos del átomo. Podrán, entonces, echar a rodar su pequeño mundo. Radiaciones peligrosas pueden esparcirse a través del espacio y originar una amenaza de polución universal. »"Cómo no ignoráis muchos de vosotros, los Sabios han decretado que uno de los nativos de la Tierra, que sea aprovechable sea capturado por nosotros — ése lo ha sido —, y se le trat e por unos proced i m iento s qu e le cap ac it en p ara reco rd ar todo cuanto ahora vamos a enseñarle. Se verá condicionado de forma que, lo que le habrá sido enseñado, sólo podrá tevelarlo a quien deberá a su preciso tiempo ser situado en el mundo con la misión de explicar a todos cuantos quieran escucharle los hechos tal como han sido y son, y no las fantasías que se han fabricado acerca de los mundos de más allá de ese pequeño universo. Este nativo que ahora veis ha sido preparado especialmente y será el recipiente del mensaje 102


que será, más tarde, transmitido a otro ser humano. El esfuerzo será muy grande, y después de éste le costará mucho el sobrevivir; de forma que no es preciso buscar la manera d e reforzarlo, y a qu e si se nos queda sobre esta mesa nos será preciso empezar de nuevo a buscar otro que le sustituya. Y eso, como ya hemos visto, es enojoso. » "Un co mp añe ro d e a b o rd o , h a o b j et ad o q u e d eb ía mo s h ab e r eleg ido alg ún n atu ra l de un p aís más d es a rr o llad o ; u n a p e r so n a que disfrutase de un nivel superior de vida y de categoría social entre los suyos. Pero, para nosotros, esto hubiera sido una mala jugada. El adoctrinar un indígena de aquella cat ego rí a y d e sliga r le d e su s amist ad e s r ep res ent a ría u n s erio retraso en nuestro programa: Vosotros, todos cuantos os enco nt rá is aqu í , po dréis s e r t es tigo s d el actua l r ecu erdo d e l Pasado. Es algo extraordinario; de modo que tenéis que recordar que os veis favorecidos por encima de los demás." »Apenas este Grande había terminado de hablar, cuando sobrevino un extraño crujido, seguido de otros. Entonces una Voz — pero ¡qué Voz! — inhumana, que no sonaba como de hombre ni de mujer, me hizo erizar el pelo y crispar mis poros. "Como Decano de los Biólogos, independiente de la armada y del ejército — carraspeó esa voz ingrata — deseo que conste en acta mi disconformidad ante esos procedimientos. Mi informe completo será enviado al Gran Cuartel por vía reglamen taria. Ahora, pido ser escuchado ." En tonces , pareció p roducirse una mueca resignad a en el rostro d e los presentes. Por un momento se produjo una gran agitación y, entonces, aquel que había hablado primero de todos, se puso en pie. "Como Almirante de esta Escuadra", subrayó, secamente, "tengo a mi cargo esta expedición de vigilancia, sean cuales sean los especiosos argumentos alegados por nuestro inconformista biólogo decano. De todos modos, escuchemos los alegatos de la oposición. ¡Usted puede continuar, señor biólogo!" »Sin la menor palabra de gracias, ni forma de salu tación alguna, la ingrata voz continuó: "Protesto por la pérdida de tiempo. Protesto de que se hagan más intentos a favor de esas cria103


tu ras i mp e rfectas . En e l p as ad o, cuan do u na raz a s e me ja nte n o resu l tab a s a tis fa cto ri a era exte rmin ad a y el p lan et a, rep o b l a d o . G an e mo s t i e mp o y e x t e r m i n é mo s l e s a n te s d e q u e i n to x iq u en el esp a c io . " » El Almirante , enton ces , in tervin o: "¿Ten éi s algun a ra zón esp ecí fica pa ra s osten er q ue so n def ectuo sos , señ o r Bió logo ?" » "S í, t en g o " , r ep u so co n v o z enf ad ad a el B i ó lo g o . "L as h e m b ra s d e l a e sp e c i e h u m a n a s o n d e fe ctu o s as . El me cani s mo d e su fertilidad es d e fectuo so y sus au ras n o se mu est ran c onfor m es co n lo p lani fi cad o . Ca ptura mo s un a d e e ll as , en un a de las me jo r repu tada s áreas de este globo . L a mu jer se pus o a ch il lar y ag i tarse cu and o le q uitamo s l as ro pas co n qu e se cu bría . Y cu an do in trod u ji mo s u na cánu la e n su cuerpo , co n el fin de an al izar su s s ec r eci o n e s , p r i m e r o rea c c i o n ó c o n h iste r ia y lu eg o perd ió el co n ocimiento . Más tarde , vo lv ien d o e n s í , a l v e r a l g u n o d e mis a y u d a n te s, p e rd ió la r azó n , co mo si estuv ie se en diabl ada. No h ubo más remed io que destru ir la . T o d o s n u e s t r o s d í as d e t rab aj o fu e ro n p e rd id o s. "» E l v i ejo e r mi ta ñ o cesó d e h ab la r y bebió un sorbo de agu a . El jo ven mo nj e est aba al lí s e ntado ; se s en tía es tu pe fa ct o y h orro r iz ado p or las ex trañ as aven turas ocu rrida s a s u s u p e r i o r. A lg un a s d e l a s d e s c r i p c i o n e s le p a r e c í a n ex t rañ amen te fami liares . No sab rí a d eci r có mo , p e ro las ex pli ca cio n es del e re m i ta le prov o cab an ex t raño s mov i mien to s i nterio res , co mo si se t rata se d e mi e mb r os su primido s y ah ora reaviv ado s . Co mo si l as ob serv ac ion e s del er mit año ac tua sen a mod o d e cat ali zad o r . C on to do cuidad o, sin que se d err amas e un a sol a go ta, el an ci a no dejó a u n lad o e l c u e n c o d e l a g u a , v o l v ió a j u n t a r l a s ma n o s y p ro s i g u i ó :

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« Yo est aba so bre aqu el la mes a , es cuch an d o y enten di en d o to das y cad a u na de aqu e ll as palab ra s. Tod o temor, to da ince rt idu mb r e me hab í an ab an do nado . Quis e mo s tra r a to da aquella gen te c ómo un sac e rd ote del Tíb et s abe vivi r, o mo rir. Mi na tu ral i mp etu osid ad me arras tró a o bs e r var, en vo z mu y alta. "Ya v éis , Seño r Almi ra nte; vu estro B iólogo es men os civ i li zado q u e n o sotro s; n o so tro s , n o mat a m o s n i siq u ie ra lo q ue llama mos an imal es in ferio res . No so t ros s omos c iv i liz a -


d o s . " P o r u n m o m e n to , p a re c i ó d et e n e rse la m a r c h a d el T i e m po. Incluso la respiración de los circunstantes me pareció d eten erse. Enton ces, ante mi más p ro funda sorpresa y n aturalm e n te e st u p o r , s e p ro d u jo u n a p l a u s o e s p o n t á n e o y n o p o c a s riso tad as . Los pres en t es pal mot eab an , cos a qu e yo in te rpre té co mo un signo d e ap rob ación hacia lo qu e d ije. Los p resentes p r o f e r í a n g r i t o s d e a l e g r í a y c ie r t o t é c n i c o q u e e s t a b a c e r c a de mí se inclinó y me dijo a media voz: "¡Muy bien, Monje, muy bien! No digáis nada más; no os juguéis vuestra buena suerte!" »El Almirante tomó la palabra, diciendo: "El Monje nativo h ab ló. Ha mostrado , con toda mi satisfacción, qu e es una criat u r a s e n s i b l e y c o m p l e t a m e n t e c ap a c i t a d a p a r a l l e v a r a c a b o la mi sión q u e se le en co mi end a. Y ado p to d el tod o su s ob servaciones y las haré constar en mi relación dirigida a los Sabios." El Biólogo soltó agresivamente: "Lo que es yo, me retiro del experimento." Con esas palabras, aquella criaturahombre, mujer, o neutro se marchó con estrépito de la caverna rocosa. Entonces, se produjo un suspiro de alivio; era patente que el Biólogo Decano, allí, no gozaba de muchas s i m p a t í a s . C e s a r o n l u e g o l o s r u m o r e s , r e s p o n d i e n d o a a lg ú n s i g n o d e l a ma n o , q u e n o p u d e percib ir. E n to nce s se p rodujo u n f ro t e d e p ie s y el su su rro de p ap el es . El cli m a d e expe c ta ción puede decirse que era tangible. » " S eñ o r a s y s e ñ o res — e sc u c h é q u e de cí a la vo z d el Al mi r an t e —: ahora que ya hemos agotado el turno de ruegos y preguntas, me propongo decir algunas palabras acerca de lo que se trata, dedicadas a todos aquellos que hoy se sientan por primera vez en esta Comisión Inspectora. Alguno de ellos ha podido captar algunos rumores; pero los rumores no bastan. Voy, pues, a explicar a la Asamblea lo que nos proponemos y de qué se t r ata, de fo rma que p o d á i s d a r o s p e r fect a cu ent a d e los acontecimientos que serán el objeto de vuestra participación. »"Los habitantes de este mundo están a punto de ir desarrollando una técnica, que si no se frena, puede muy bien destruirlos a todos. En el curso de todos esos acontecimientos 105


pueden contaminar el espacio de forma que resulten contaminados otros mundos jóvenes. Esto, tenemos que prevenirlo. Como no ignoráis, este mundo y otros del mismo grupo son campos experimentales para diferentes tipos de criaturas. Como pasa con las plantas, que la que no es cultivada sólo es b roz a, en el mu nd o ani m al exis ten lo s ej e mp la r es d e raza y los bastardos. Los seres humanos de ese mundo pertenecen a los segundos . Nosotro s, qu e h emos sembrado este mundo con simientes humanas, hemos de asegurarnos de que nuestro género destinado a otros mundos no se vea perjudicado. »"Tenemos aquí d elan te un natural d e este mundo en que nos hallamos ahora. Es de una región de un país denominado el Tíb et . Se t ra ta de una t eo c raci a; es d ec i r, qu e s e h al la g ob e rnado por un jefe que con ced e la mayo r importancia a la adhesión a una religión determinada, más que a unas doctrinas políticas. En este país no existen agresiones. Nadie lucha para arrebatar las tierras de otros. La vida animal es respetada, exc ep to po r l as cl ase s in fe rio r es, q ue ca si s i empre so n g ent e nativa de otras co ma rc as . Au nque su re ligió n a nosotros n os parece fantástica, a ellos les guía en la vida y no molestan al p ró jimo n i quieren impon er por la violencia sus creencias. Son muy pacíficos y se necesita un alto grado de provocación para incitarlos a la violencia. Todas estas razones nos han inducido a pensar que en este país podríamos hallar un nativo dotado de una fenomenal memoria, que podríamos todavía dilatar. A ese nativo le podríamos inculcar unos conocimientos que él sería capaz de comunicar a otro hombre que posteriormente situaríamos en este mundo. »" Mucho s d e v o sotro s o s po d ré is p regu n ta r po r q ué no p od emos el eg i r un rep r esen tan te q ue s ea d irecto . Nues tr a resp ue sta es que no podríamos hacer esto de una manera satisfactoria del todo, po rque nos conduciría a diversas omisiones y malas intelig en cias. Se h a pro cedido de esa forma en cierto número d e c a so s q u e si e m p r e se h an d e mo st rado d es a ce rt ado s . Co m o veréis más tarde, lo intentamos con buen éxito con un hombre a quien los terrestres llamaban Moisés. Pero, aun con éste, 106


la cosa no marchó bien del todo y prevaleció algún error y con fusion es div ersas. Aho ra, p ese a nuestro ven erado Decano de Biología, vamos a en sayar es te sistema que ha sido pro yectado en un plano superior por nuestros Sabios. »"De la misma forma con que, con su magnífica habilidad científica, millones de años atrás perfeccionaron los vehículos más rápidos que la luz, ahora han perfeccionado un método para registrar visualmente los Archivos Akashicos. Por virtud de este sistema la persona que se halla dentro de un aparato podrá ver todo cuanto ocurrió en el tiempo pasado. En la m e d i d a q u e s u s i m p r e s i o n e s p u e d a n e x p l i c a r l e , vivirá t o d a s las experiencias; verá y escuchará exactamente como si estuviese viviendo en aquellas remotas épocas. Para él será como si estuviese allí. Una extensión especial, que saldrá de su cerebro, nos permitirá a todos y cada uno de nosotros que participemos conjuntamente. El — vosotros, digamos nosotros —, d ejarán a todos los efectos , de ex istir en el momento actual y transportarán sus sentidos, vista, oído y sensaciones a las épocas del pasado, cuya vida presente y acontecimientos exp eri men ta re mo s, lo mis mo qu e en la actua li dad es tamos e xp erimentando la vida de a bordo, o la vida en los pequeños n a v í o s d e p a t r u l l a , o t r a b a j a n d o e n e l m u n d o m u y l e j a n o d e la superficie, que es el de nuestro s laborato rios subterráneos. Y o , personalmente, no pretendo comprender plenamente los principos que están en juego. Muchos de los aquí presentes saben más que yo del tema; y ésta es la razón de su presencia entre nosotros. Otros, con otras ocupaciones, conocerán aún menos que yo, y esa ellos que se dirigen mis observaciones. Permitidme que os recuerde que todos debemos tener algún resp eto p o r l a san tid ad d e la v id a . A lg u n o d e v o so t ros p o d rá considerar este nativo de la Tierra exactamente como cualquier otro animal de laboratorio; pero, como lo ha demostrado, posee sus sentimientos. Tiene inteligencia y — recordadlo b ien — actu almen te, para nosotros, es la criatu ra más valio sa de este mundo. Por esto se halla aquí. Más de uno ha preguntado: Pero ¿cómo "colmado esa criatura de conocimientos, podrá salvar el globo?" La respuesta es que no lo hará." 107


»El Almirante hizo entonces una pausa dramática. Yo no p u d e v e rl e , co mo es n atu ra l; p e ro e stuv e c o n v en cid o d e q u e los demás experimentaban la misma tensión que a mí me anonadaba. Entonces prosiguió: "Este mundo está muy enfermo. Nos consta que lo está. Ignoramos la razón. Y queremos hallarla. Nuestra tarea consiste en reconocer que existe aquí un estado de enfermedad. En segundo lugar, debemos conv en cer a lo s h omb res d e q ue es tán enfe rmo s . En te rcero, les hemos de inducir a que sientan deseos de ser curados. En cuarto, debemos descubrir concretamente la causa de todos sus males. Quinto, haremos evolucionar un agente curativo, y sexto, tenemos que persuadir a los hombres que hagan lo debido para que la cura surta su efecto. La enfermedad se relaciona con el aura. Pero, ignoramos cómo. Otro deberá venir, que no será de este mundo, porque, ¿cómo puede ver lo s males q u e aqu ej an a su p rój i m o , a q u él q ue p re c i s a me nt e es ciego?" »Aquella observación, me causó un sobresalto. Me parecía cont rad icto ri a; yo era c iego , p ero s e me h ab ía es cog ido p a ra aquella labor. Pero no; no era así. Yo era meramente el depositario de ciertos conocimientos. Conocimientos que harían posible que otra persona, siguiendo un plan preestablecido, llev as e a cabo su co met ido . P ero e l Al miran te con t inu ab a s u discurso: » "N u e s t r o n a t i v o , u n a v e z e s t é p r e p a r a d o p o r n o s o t r o s y h a yamos acab ado nuestra labor p ara con él, será tran spo rtado a un sitio donde pod rá gozar (desde un punto d e vista humano) d e u n a muy la r g a v id a . No p o d rá mo ri r sin h ab e r t rasp as ad o antes s us cono ci mi en to s a o t ra p e r s o n a . D u r a n t e s u s a ñ o s d e cegu era y sole dad, dis f ru tará de una paz in terio r y de la convicción de llevar a cabo algo que hará mucho bien a este mun do . Aho ra, h are mos un a ú lti ma co mp rob ación d e las co ndiciones en que se halla este nativo y luego empezaremos nuestras tareas." » En t o n c e s s e e s c u c h ó u n r u i d o , s i b i e n c o n si d e r a b l e , p e r f e c tamen te o rd enado . La mesa sob re la cual yo estab a fue levantada y trasladada hacia delante. Me llegó a los oídos el ruido 108


acostumbrado de cristal y metal chocando entre sí. El Cirujano General se me aproximó y me dijo al oído: "Cómo os encontráis?" »Apenas me daba cuenta de cómo me sentía ni dónde estaba; así es que le respondí: "Todo cuanto escuché no ha contribuido a que me sienta mejor en ningún modo. ¿Continuaré sin ver nada? ¿Cómo podré participar de todas esas maravillas si no se me quiere conceder la vista nuevamente?" »"Calmaos", susurró levemente. "Todo marchará bien, Vos, veréis lo más distintamente posible, en el momento oportuno." » Se calló unos mo men tos, mientras algun a o tra p ersona llegó hasta él y le hizo una observación. Luego prosiguió: "Ahora os va a suceder lo siguiente: os pondrán en la cabeza lo que os hará efecto de ser un sombrero confeccionado con malla de alambre. Os parecerá frío, hasta que os acostumbréis al artefacto. Luego os calzarán los pies con algo que os podrá parecer un par de sandalias, de alambre asimismo. Otros alambres se dirigirán a vuestros brazos. Al principio, experimentaréis un cosquilleo más b ien incómodo; pero pasará p ronto y se acabarán todas las molestias. Reposad, seguro de que os tratamos con el máximo cuidado posible. Eso tiene la mayor importancia para nosotros. Necesitamos que resulte un gran éxito; sería una pérdida considerable cualquier fracaso en el experimento." »"Sí", murmuré. "Yo soy el que arriesga más; yo, me juego mi propia vida." »El Cirujano General se puso en pie y se alejó de mí. "¡Señor! ", dijo con una perfecta entonación o ficial en su voz. "El n ativ o h a sid o , ex a min ad o y a h o ra est á a p u nto. Pid o per m iso para continuar." "Se o s co nc ed e, el pe rmiso — rep lic a la v oz g r ave del A lmi rante —: ¡Empezad!" Entonces, empezó un "clic", agudo y una ex cl a mació n co ntenid a. No s é qu é man os me ag ar raro n po r e l cogote y levantaron mi cab eza. Otras, empujaron algo que par e c í a s e r u n a b o l s a me t á l i c a d e a l a m b r e f l e x i b l e s o b r e m i c a beza e hicieron entrar aquel objeto, siguiendo por mi rostro, 109


h asta la barbilla. Se pro dujeron chasquidos extraños y la bolsa metálica fu e ceñida sob re mi cara muy apretadamente y la ataron alrededor de mi cuello. Aquellas manos, luego se retiraron. Mientras tanto, otras se aplicaban a mis pies. Una sustancia grasienta, de olor nauseabundo, me untaba mis extremidades inferiores y entonces dos sacos metálicos calzaron mis pies. Yo no estaba acostumbrado a tenerlos tan ceñidos y me mol es t aban sobr eman e ra. Pe ro y o n o p o día h ac er n ad a. E l ambiente de expectación, de tirantez, iba en progresión creciente.» Súbitamente, en la cueva, el viejo ermitaño se cayó de espald as. Po r u n la rg o ra to, el jo v en mon j e e st u v o p et ri fi cad o d e horro r ; despué s, galv anizado por la u rg en c ia , se p u so d e p ie de un salto y buscó a tientas debajo de la piedra, el frasco d e aq u el la med icin a p rep arad a p a ra u n se mejant e caso de urg en cia. Arrancando el tapón con manos temblo rosas, cayó d e rodillas al lado d el anciano e in trodujo forzadamente algunas gotas de aquel líquido entre los labios entreabiertos del ermitaño . Mu y cuidados a men te, lu ego, v olv ió a tap ar el fras co y lo dejó al lado del cubo del ag ua. Después meció la cabeza del viejo sobre su regazo y frotó con decisión las sienes de aquél. Gradualmente, un pálido rastro de color volvió a sus mejillas. Gradualmente, se produjeron signos de que el anciano se est aba recob r a nd o. Po r fin, t e mb l o t e a n d o , e l e r mi tañ o m o v i ó su mano, diciendo: «¡Ah, muy bien, muy bien!, hijo mío. ¡Muy bien hecho! Tengo que reposar un rato, ahora...» «Venerable — dijo el joven monje —, reposad ahora. Os voy a p r e p a r a r u n t é c a l i e n t e ; t e n e m o s u n p o c o d e a z ú c a r y ma n t e quilla en cantidad suficiente.» Delicadamente, colocó su propia sábana pleg ada bajo la cabeza del anciano y se levantó. «Voy a poner el agua en la tetera», dijo buscando el caldero que sólo estaba medio lleno de agua. E r a e x t r a ñ o , a h o r a q u e s e e n c o n tr a b a d e n t r o d e l a i r e f r e s c o , reflexionar sobre las cosas marav illosas q ue había escu chado. Extrañ o, porque le resu ltab an familiares. Familiares, si bien olvidadas. Era una cosa parecida al despertar de un sueño 110


— pensó —. Sólo que estos recuerdos volvían a su reminiscencia, en vez de disolverse como los sueños. El fuego continuaba encendido. Rápidamente, echó en la hoguera unos puñados de pequeñas ramas. Densas nubes azules se levantaron y ondearon por los aires. Una brizna de aire vagando alrededor de la montaña dirigió un hilo de humo sobre el j o v e n mo n j e y l e o b l i g ó a r e t r o ce d e r t o s i e n d o y c o n l o s o j o s lagrimeando. Una vez se hubo recobrado, puso el recipiente en el centro d e la ho guera, ahora b rillante. Dando una vuelta, e l j o v e n e n t r ó d e n u e v o e n l a c u e v a , p a r a c e r c i o r a r s e d e q u e el ermitaño se estaba restableciendo. El viejo yacía sobre un lado, evidentemente bastante recobrado. «Tomaremos algo de té y un poco de cebada — dijo —, y después descansaremos hasta mañana — y prosiguió —, porque debo conservar mis débiles fuerzas que, de otro modo, me fa ll ar ían y n o p o d rí a d ej ar mi lab o r co mp le t a.» El jo v en mo n je se dejó caer de rodillas al lado d e su mayor y miró aquella figura delgada y devastada. «Será como vos queráis, Venerable» , asintió. «Yo ahora en tro para ver si todo está en orden y luego traigo la cebada y lo que se necesita para el té.» Después, se puso de pie y se fue al final de la cueva para juntar las provisiones dispersas. Tristemente, miró el azúcar que había quedado en el fondo del saco. Más tristemente, los restos de la mantequilla, reducid os a un a p e queñ a p o rción . En ca mb io , el té abu nd ab a relativamente; bastaba con romper la pastilla y separar lo que era sólo broza. También había cebada suficiente. El joven monje decidió privarse del azúcar y la mantequilla, a fin de que el anciano pudiese disfrutar de ambos. Por la parte exterior de la cueva, el agua burbujeaba alegrem e n t e e n l o q u e h a c í a l a s v e c e s d e c a l d e r o . E l j o v e n mo n j e echó el té al agu a h irvien te y un p ellizco d e bórax p ara que le realzara el gusto. Mientras se dedicaba a esto, la luz del día iba menguando y el sol corría al ocaso rápidamente. Aún qued ab an, sin embargo, muchas cosas cosas po r hacer. Había que traer más leña y agua, y el joven no había salido aún para ninguna de estas cosas. De momento, volvió a entrar 111


rápidamente en el interior de la cueva. El viejo ermitaño, sentado, aguardaba su té. Sobriamente, esparció una poca cebada dentro del cuenco, echó una pequeña mota de mantequilla y tendió la vasija para que el joven monje se la llenase de té. «Es un lujo cómo no lo tuve durante sesenta años», exclamó. «Pienso que se me perdonará por disfrutar de una bebida caliente después de un tiempo tan largo. No pude conseguirlo nunca. Una vez que probé encender fuego, sólo de intentarlo pegué fuego a mis vestiduras. Me quedan aún algunas señales de las llamas en mi cuerpo; pero ya sanaron, aunque tardaron bastantes semanas. Lo que trae el querer regalarse a uno mismo.» Hizo un pequeño suspiro y sorbió el té. «Vos tenéis una ventaja sobre mí», dijo riéndose el joven monje. «Claridad y oscuridad son lo mismo para vos. Yo, en cambio, con la oscuridad, he derramado el mío por el suelo.» «¡Oh! — exclamó el anciano —, aquí está el mío.» «De ningún modo, Venerable», replicó el joven con vehemencia. Tenemos de sobra. Yo me serviré algo más.» Durante un tiempo estuvieron en compañía y en silencio hasta que el té se hubo terminado; entonces, el joven monje se puso de pie y dijo. «Me marcho por más agua y leña. ¿Puedo llevarme vuestro cuenco para lavarlo?» Dentro del recipiente grande, ahora vacío, metió ambos cuencos y el joven salió de la cueva. El viejo ermitaño estaba sentado y tieso, aguardando, como había aguardado por varias décadas en el pasado. El sol se había puesto. Sólo en las cumbres reinaba una luz de oro, que ya viraba hacia el púrpura a medida que el joven monje lo iba contemplando. En la lejanía, en las oscuras faldas de los montes, se iban encendiendo pequeñas motas de luz. Eran las lámparas de mantequilla que brillaban a través del aire frío y nítido del llano de Lhasa. El perfil sombrío del convento de lamas de Drepung relucía como una ciudad amurallada, más abajo, siguiendo el valle. Aquí, en el mismo flanco de la montaña, el joven pudo divisar desde las alturas la ciudad, los conventos de lamas y seguir el brillo del río Ale-

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gra. Más lejos, el Potala y la Montaña de Hierro aún resultaban imponentes, por mucho que en apariencia se viesen empequeñecidos por las distancias tan considerables. Pero no había tiempo que perder. El joven monje se reprendió a sí mismo, lleno de una viva indignación por su propia pereza, y se apresuró a lo largo del sendero a orillas del lago. A toda prisa, llenó el recipiente y lavó los dos cu encos, como antes había lavado aquél, y regresó por el mismo camino, l l e v a n d o e l r e c i p i e n t e c o n l a g ru e s a r a m a q u e l e s e r v í a p a r a manejarlo. En aquel momento, cumo se detuviese unos momentos para descansar, ya que la rama era larga y pesante, miró hacia atrás por donde había el paso de la montaña que conducía a la India. Allí tembloteaban unas lucecitas que d ela tab an la p r esen ci a de un a caravan a de mercad e res , a c a mp ado s p or la n och e. N ad i e v i aja p o r l a noc he. El corazó n d e l joven latió con fuerza. Mañana, los mercaderes volverían a e mp r end e r su l en to v ia je a lo la rgo de la pist a de la mont añ a y sin duda establecerían su campamento a orillas del lago, antes de proseguir hasta Lhasa, el día siguiente. ¡Té, manteq u i l l a ! El j o v e n s o n r i ó p a r a s í y v o l v i ó a ca r g a r c o n s u s p r o visiones como renovado. «¡Venerable!», anunció al entrar a la cueva con el agua. «Hay unos mercaderes en el paso de la montaña. Mañana tendremos mantequilla y azúcar. Estaré de guardia entretanto.» E l anciano se sonrió levemente, mientras decía al joven: «Muy bien. Pero, lo que es ahora, durmamos.» El joven le ayudó a ponerse en pie y le guió la mano hasta la pared. Vacilando, el ermitaño se fue a su habitación interior. El joven monje se echó, después de haber limpiado la depresión d o n d e t e n í a s u y a c i j a . D u r a n t e u n r a t o e s t u v o p e n s a n d o en lo q ue h abí a escu ch ado . ¿Era ci erto o n o qu e lo s ho mb res eran só lo y erb ajo s? ¿N ad a más qu e u nos ani m al es exp eri men ta les? « No — p en só —, alg u n o d e n o so tro s h ac e to do lo p osib le para ob rar lo mejor que sabe en circunstancias d ifíciles; y n u e s t r o s t r a b a j o s s i r v e n p a r a a n i m a r n o s a e s c a l a r h a c i a a r r i ba, porque siempre, en las cumbres, hay sitio.» Pensando esas cosas, se quedó profundamente dormido.


Capítulo séptimo

El joven monje se revolvió con un estremecimiento. Soñoliento, se frotó los ojos y se sentó. La entrada de la cueva era de un gris oscuro y borroso, contra la negrura del interior. El frío hacía sentir su aguijón. Rápidamente, el joven se vistió y se apresuró hacia la entrada. El aire allí era muy frío, y el viento aullaba entre las ramas y carraspeaba entre las h ojas secas . L os páj a ros p eq u eños s e h ab í a n r e s g u a rd a d o d e l viento colocándose al amparo de los troncos. La superficie d e l l a g o s e a g i t a b a y a l b o r o t a b a l e v a n t a n d o u n o l e a j e q u e se ro mp í a con tra las o ri ll as, o b lig and o a l as cañ as qu e se encorvasen, protestando contra la fuerza que se les hacía. El día, recién nacido, era gris y alborotado. Nubes amontonadas sobre los perfiles de las montañas flotaban y descend ían po r las cu estas, como reb años de ovejas perseguidos por los perros del cielo. Los pasos de la montaña estaban escond idos p or nubes tan negras como las rocas mismas. Las nubes c o n t i n u ab a n d es c e n d ie n d o , b or r a n d o e l p ai saj e, in und an d o la m e s e t a d e Lh a s a d e n t r o d e m a r e s d e n i e b l a . U n s ú b i t o s o p l o d e v ien to, y la tropa de nubes, pareció barrer al joven monje. De tan espesas como eran no pudo continuar viendo la entrad a d e la cue va. No po d ía ver su mano a p oca d ist an cia d el rostro. Ligeramente a su izquierda, la hoguera emitía silbidos y salpicaduras al caer sobre ella los relentes de la niebla. Apresuradamente quebró algunos palos y los apiló encima del fuego todavía en rescoldos. La leña húmeda crujió y humeó mucho rato antes de inflamarse. Los mugidos del viento subieron de punto hasta convertirse en chillidos. La nube se hizo aún más espesa y el golpeo violento de las piedras del granizo obligó al joven monje a buscar refugio dentro de la cueva. De la hoguera se escaparon unos silbidos y el fuego murió poco a poco. Antes de que se extinguiese del todo, el j o v e n a p a r t ó u n a r a m a t o d a v í a e n c e n d i d a . P r e s u r o s a m e n t e , la llevó hasta la misma boca de la cueva, a cubierto de lo peor 114


de la tormenta. Con menos fortuna, salió de nuevo a salvar tanta leña como fuese posible, ya que las aguas se la llevaban en su curso torrencial. Estuvo mucho rato realizando un gran esfuerzo. Luego, quitándos e la rop a y escu rri éndola, y a qu e est ab a e mp ap ad a p o r l a lluvia. Actualmente, la niebla invadía la cueva y el joven monje tuvo que seguir su camino de regreso a tientas, hasta que llegó a la gran roca, bajo la cual acostumbraba dormir. «¿Qué pasa?», interrogó la voz del ermitaño. «No os preocupéis, Venerable», replicó el joven amablemente. «Las nubes nos han caído encima y nuestro fuego prácticamente se apagó.» «No hay que preocuparse — dijo filosóficamente el viejo — el agua existió antes que el té; bebamos, pues, agua y dejemos para más adelante el té y la tsampa hasta que el fuego lo permita.» « De acuerdo, Venerable», respondió el joven . « Veré si pu edo alumbrar de nuevo una hoguera, al amparo de la roca; pude salvar una rama encendida, a tal propósito.» E l jo v en s e d i r ig ió d e n u ev o a la ent r ada . E l g r ani zo caía, esp eso; todo e l s u elo est aba cu bie rto d e l a g r anizad a y l a o scurid ad era aún más in tensa qu e an t e s . S e p r o d u j o u n r e s t a l lid o como de látigo, seguido del profundo rumor de un trueno, o tal vez de una peña que había sido partida por el rayo. El joven monje se preguntó si alguna otra ermita se había visto arrastrada como una hoja al viento, dentro de la tempestad; se estuvo un rato escuchando, procurando oír alguna voz pidiendo socorro. Entonces regresó a la cueva y se agachó sobre la rama que todavía se veía ardiendo. Con todo cuidado, le a r r i m ó p e q u e ñ o s p e d a z o s d e r a m i t a s y a l i m e n t ó n u e v a m e n t e el fuego . D ens as nubes de humo s u rg i e r o n e n t o n c e s y f u e ro n empujadas por el viento en dirección al valle; pero las llamas, preservadas por el saliente de las peñas, crecieron con toda pausa. Dentro de la cueva, el anciano ermitaño estaba temblando, porque el aire, húmedo y frío, traspasaba su delgado y manchado manto. El joven monje pensó en su propia capa; pero 115


también ésta se hallaba empapada. Guiando con la mano al viejo monje le condujo poco a poco hasta la entrada de la cueva y le hizo sentar allí. El joven monje, con todo cuidado, iba empujando las ramas encendidas, acercándolas al anciano, para que pud ie se not ar el ca lor y n o t ar alg ú n aliv io d el f rí o . « V o y a p r e p a r a r a lg o d e t é — d ijo —; aho r a el fueg o es s uficiente.» Diciendo estas palabras entró a la cueva por el recipiente de agua y volvió con éste y la cebada. «Voy a llenar sólo hasta la mitad del agua — observó —, ya que el fuego es demasiado pequeño, y tendríamos que esperarnos demasiad o.» Se sentaron después el uno al lado d el otro, protegidos de las peores embestidas de los elementos, por el techo rocoso y el saliente lateral de la entrada. Las nubes eran densas y no se escuchaba el canto de ningún pájaro. «Será un invierno muy rudo», exclamó el viejo ermitaño. «Por fortuna para mí, no tendré que soportarlo. Cuando os haya comunicado todo mi saber a vos, podré abandonar mi existencia y me veré libre para mi partida a los Campos Celestiales donde, de nuevo, podré gozar de la vista de mis ojos.» Meditó luego unos minutos en silencio, mientras el j o v e n m o n j e c o n t e m p l a b a l a f ig u r a d e l h u m o s o b r e l a s u p e r ficie de las aguas. Entonces, prosiguió: «Es, ciertamente, muy duro agu ardar todo s estos años en la más total o scuridad , sin ningún hombre a quien llamar "amigo", y viviendo en tal estrechez que hasta el agua caliente parece un lujo. Se han arrastrado los años a mi alrededor y he transcurrido una larga existencia sin haber viajado más que lo que hice hoy, para lleg a r al lado de est a hogue ra. Po rqu e, d e tanto tie mpo co mo p e r m a n e c í si l e n c i o so , h a s t a m i v o z s e meja u n est e rto r ron co . Hasta que vos llegasteis, no tuve fuego, ni calor, ni compañía, cuando el trueno estremecía la montaña y las rocas que se derrumbaban amenazaban emparedar mi refugio.» El joven monje se puso en pie y arropó la sábana secada al fu ego sobre las flacas esp aldas de su mayo r y se dirigió hacia el bote de agua, cuyo contenido ahora burbujeaba alegremente. Dentro del agua, el joven echó un abundante pedazo del ladrillo de té. Cesó, entonces, el burbujeo; pero no tardó 116


mucho en volver a humear el caldero, y entonces se añadió azúcar y bórax al agua. El tronco, recién descortezado, fue aplicado enérgicamente, y un a astilla p lana fu e utilizada para i r q u i t a n d o l o p e o r d e l o s t r o n c o s y l a b r o z a q u e f l o t a b a n e n la superficie. El té tibetano — té de la China — es la forma más barata de té , con s ist ent e en ba rredu r as d el s u elo d e cal idad es mejo res . Es lo que queda después que las mujeres han recolectado las hojas más escogidas y han dejado de lado el polvillo. El conjunto de esos desperdicios se prensa en bloques o en ladrillos, y se transporta sobre los pasos del Tíbet, donde los tibetanos, a falta de mejor, adquieren dichos ladrillos a cambio de otros artículos y usan ese té como uno de los ingredientes de su duro existir. A ese té hay que añadirle bórax, porque dicho té es tan crudo y fuerte que con frecuencia o cas io na ramp as d e l estó mag o. La o p eració n d ef in it iva , c uan do se hace el té, consiste en quitarle las impurezas de la superficie. «Venerable maestro», preguntó el joven monje. «¿No estuviste n un ca en l as o r ill as del l ag o? ¿No t e h as pas eado a lgu na ve z po r el ancho bord e de las rocas, a la derecha d e la cueva?» « N o — replicó el ermitaño —; desde que fui depositado en esta c u e v a p o r l o s H o m b r e s d e l E s p a c i o , j a m á s h e i d o m á s lejo s qu e dond e aho ra estamo s. ¿Qué interés p odía ofrecerme el ir más le jo s? No podía ver n ada de lo qu e est ab a a mi al r e dedor, ni podía arriesgarme con seguridad hasta las orillas del lago, con peligro de caer en él. Después de tantos años dentro d e l a c u e v a y ' e n l a o s c u r i d a d , s i e n t o q u e l o s r a y o s d e l s o l h ieren mi ca rn e. Lo s p ri m ero s ti e mp os de mi est anc ia en es ta c u e v a a c o s t u m b r a b a a b u s c a r a t i e n t a s m i c a m i n o h a s t a e s e pu nto p ar a ca len ta r m e al so l ; p e ro d esd e l a rg o tie m p o pe r ma n e z c o siempre en el interior. ¿Cómo está hoy el día?» «Muy mal, Venerable», replicó el joven monje. «Puedo ver nuestra h o g u e r a y l a s • f o r m a s b o r r o s a d e u n a r o c a l e j a n a . E l re sto e stá en neg re cido po r u n a nieb la g r is esp esa y p eg ajo s a. Llegan los nubarrones por la montaña; la tempestad nos viene de la India.» 117


Distraídamente, contemplaba sus propias uñas. Habían crecido mucho . Resultab an incómod as. Mirando a su alred edor, halló u n p edazo de p ied ra d el ezn ab le, pi ed ra ca í d a p or l as l ade ras de la montaña procedente de algún fenómeno volcánico de la antigüedad. Con toda energía, frotó esa esquirla contra sus u ñ as h as ta q u e las r ed u jo a u n as p ro p o rc io n es más có mod a s. Las uñas de los pies, pese a que eran más duras y resistentes, el joven monje, resignadamente, trabajó hasta que quedaron a su entera satisfacción. «¿No podéis ver ninguno de los pasos de la montaña?», pregutó el anciano. «¿Es que los viajeros se encuentran paralizados por las nieblas de la montaña?» « Con toda seguridad», ex clamó el joven mon je. «Deben estar pasando sus rosarios, esperando así apartar a los demonios. No l es ve remo s hoy. Vend rán a nosotros c uando se lev an ten las nieblas. Y, aun, hay que contar con que el suelo está cubierto de granizo congelado. Ahí mismo, delante de nosotros, forma una espesa capa.» «Bien; entonces — continuó el anciano —, podemos proseguir nuestra conversación. ¿Hay más té, por ventura?» «Sí; lo hay», replicó el joven monje. «Voy a llenar vuestra taza; pero tenéis que beberlo rápidamente, si no se os va a enfriar en un momento. Ahí está. Voy a añadir leña a la hoguera.» El joven monje, después de haber puesto el cuenco en las manos extendidas del anciano, se levantó a por más leña q ue ani m as e el fu ego . « Qu i e r o tra e r más t ro n cos y ra mas d el b osq ue d e en f r ente , b ajo la ll u via» , an un ció , c a min ando d e ntro de la niebla. No tardó en regresar, cargado con aquellos troncos y ramas mojadas. Entonces situó su carga, ordenándola alrededor del fuego, para que se secase con el humo caliente. «Ahora, Venerable — le dijo al propio tiempo que se sentaba a su v era —, estoy completamente listo para escu char cuanto queráis explicarme.» Durante algunos minutos, el viejo permaneció en silencio, prob ablemen t e re memo rand o en su i m ag in ació n aq ue llo s leja nos días. «Es extraño», observó como de paso. «Estarme aquí como el más pobre de los pobres, y revivir en la imaginación todos 118


los portentos que he presenciado. Experimenté grandes cosas, he visto muchas y me ha sido prometido mucho. El dueño de los Campos Celestiales está ya a punto de darme la bienvenida. Una de las cosas que aprendí, y vos no tendréis que olvidarla en los años venideros, es la siguiente: Esta vida es sólo una so mbra d e existencia. Si realizamos nuestra lab or en esta vida, podremos ser admitidos en la vida real de más arriba. Lo sé porque lo he visto. Pero continuemos por el orden con el cual se me ha encomendado explicar las cosas. ¿Dónde estábamos?» Vaciló y se d e tu vo u no s inst an te s. El jov e n monj e ap ro v echó la ocasión para añadir leña al fuego. El ermitaño continuó: «Sí; la tensión de la atmósfera en la caverna fue creciendo continuamente hasta un punto insostenible, y yo era el que se hallab a en mayor tensión d e todos . Al fin, la tensión alcanz ó un punto casi insostenible. El Almirante, entonces, pronunció unas breves órdenes. Entonces se produjo un movim i e n t o d e t é c n i c o s a m i a l r e d e d o r y u n c h a s q u i d o s ú b i t o . En el acto, yo experimenté como si todos los tormentos del infiern o b ro t a s e n a t r a v é s d e m i c u e r p o . E ra co m o s i f l o t as e y me sen tí a a pu n to d e estall ar . Ra yo s en zig - zag se en cen dí an p o r el ámbito de mi cerebro y mis órbitas privadas de ojos me parecía como si estuviesen colmadas de carbones encendidos. S e p r o d u c í a n , e n m í , v u e l t a s d e n t r o d e l a c a b e z a , a g u do s y doloroso s chas quidos. Me se ntía co mo g ira ndo y ro dan do por la eternidad. Crujidos, estallidos y horribles estruendos me acompañan sin cesar. »Caía siempre más abajo, girando y volteando la cabeza por d eb ajo de mis talones. L uego tuv e la sensación de un largo tubo d e co lo r neg ro en un o d e cuy o s ex tr emo s ap arec ió un a lu z de color rojo sanguinolento. Entonces, cesó aquel volteo y me vi lentamente ascend ien do aquella luz. A v eces, me deslizab a h a c i a a b a j o ; e n o t r a s , m e d e t e n í a ; p e r o s i e m p r e u h e mp u j e penoso, va cil a n te, vo lví a a ll evá rs e m e p e n o s a men te , v a c i l a n temente; pero siempre hacia arrib a. Por fin, llegué a la fuente de aquella luz sanguinolenta, y no pude avanzar más. Una piel, una membrana o "algo" obstaculizaba mi camino ade119


lante. Repetidas veces fui lanzado con violencia contra el obstáculo. Otras tantas no logré pasar. Crecían mi dolor y terror. Una violenta impresión dolorosa me invadió y una esp antosa fu erza me empujó repetidamen te con tra la barrera; se escuch ab a un son ido agudo y d esgarrado r. Ento nces me v i lanzado a gran velocidad a través del obstáculo que se pulverizaba. »Vertiginosamente yo subía; mi conciencia se oscureció y llegó el momento que se apagó del todo. Experimentaba la vaga impresión d e una in terminable caída. En mi cerebro, una voz gritaba. "¡Sube, sube!" Me inundaron unas olas de náusea. Y la Voz, imperiosa, me exhortaba. "¡Sube, sube!" Por fin, lleno de exasperación, me esforcé en tener los ojos abiertos y ten e rme so b r e mi s pies . Pero , no fue p osib le; ¡no ten ía cue rpo! Era un espíritu desencarnado, dueño de vagar adonde quisiera de este mundo. ¿Este mundo? ¿Qué era, este mundo? Miré h acia arriba y creció mi extrañ eza d e la escena qu e yo contemplaba. Los colores eran, todos, falsos. La hierba era verde y las rocas, amarillas. El cielo, era de un tinte verde y se divisaban dos soles. El uno era de un azul-blanco y el otro , ana ran jad o. ¿L as so mb ra s? No h ay m an er a d e d esc r ib i r las sombras que proyectan dos soles a la vez. Pero, todavía más raro, se veían estrellas en el cielo. En pleno día. Eran, las estrellas, de todos los colo res: ro jas, azu les, verd es, de color de ámbar, e incluso algunas eran blancas. No estaban desparramadas como lo están los astros a los cuales estamos acostumbrados. Allí las estrellas cubrían el cielo, como los granos de arena tapizan enteramente el suelo. »De lejos, llegaban rumores, ruidos. Pero por mucho que esforzásemos nuestra imaginación no podríamos llamar música a todos aquellos ruidos; sin embargo, no hay duda que t o d o a q u e l l o e r a m ú s i c a . La V o z s e h i z o e s c u c h a r d e n u e v o , fría, implacable: «Muévete; decide por ti mismo adónde necesitarás ir"; de manera que yo pensé dirigirme a la zona de donde me ll egab an los son idos. Y y a est a b a en el la . Sob re un terreno llano, cubierto de hierba roja, bordeado de árbo}es de color de púrpura y de naranja, danzaba un grupo de 120


gente joven. Algunos iban vestidos de colores vivos; otros no llevaban vestidura alguna. Con todo, estos últimos no provocaron en mí la menor reacción adversa. A un lado iban otros tañendo instrumentos cuya descripción rebasa mis facultades. El ruido que armaban, me es igualmente imposible describirlo. Todas las notas me resultaban desafinadas, y el ritmo, para mí, no tenía sentido alguno. "¡Mézclate con ellos!", me ordenó la Voz. »Inmediatamente, me vi flotando por encima de ellos, y me ordené a mí mismo ir sobre un trozo de aquel prado y me sentí sobre aquél. Era tan caliente que temí lastimarme los pies; pero recordé que yo no tenía pies, ya que era un espíritu desencarnado. Lo que luego ocurrió me lo demostró bien claramente: una muchacha desnuda, persiguiendo a un joven cubierto de brillantes vestiduras, pasó a través de mí sin darse ellos cuenta. La muchacha aprisionó a su hombre y enlazándole con sus brazos lo llevó fuera del prado, tras los árboles, y del sitio donde se detuvieron me llegaron algunos chillidos y exclamaciones de placer. Los instrumentistas continuaron con sus dislates musicales, y todo el mundo pareció hallarse en extremo complacido. »Subí, luego, por los aires y no por mi propia voluntad. Me veía dirigido como una corneta cuyo hilo maneja un chaval. Siempre más alto, yo ascendía por los aires hasta que, por fin, pude divisar el brillo del agua. ¿Era, verdaderamente, agua? El color era de espliego pálido, que mandaba destellos de oro al rizarse las olas. "El experimento me ha matado", juzgué entre mí. "Ahora estoy en el Limbo, en la Tierra de las Gentes olvidadas. Ningún mundo contiene tales colores ni cosas tan singulares." "¡No!", murmuró aquella inexorable Voz, dentro de mi cerebro. «El experimento ha tenido buen éxito. Tendréis su debido comentario de todo cuanto ahora sucede, para que estéis más informado. Es vital que comprendáis todo cuanto se os muestre. ¡Poned toda atención!" "¡Toda mi atención! ¿Podía acaso hacer otra cosa?", pensé tristemente. »Me remonté cada vez más alto. Muy lejos, divisé refulgentes rayos en el horizonte. Eran extrañas y espantosas formas que

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all í s e co ntemp laban , semej an tes a los d iab los de las pu ert as d el In fiern o. Pod ía distinguir también man chas d ébiles d e lu z que se caían y ascendían, yendo de una forma a otra, de aquéllas. Todo alrededor de ellas existían amplios caminos que irradiaban de cada una de aquellas formas, igual como los pétalos de las flores se alejan radialmente del centro. Todo aquello era, para mí, un misterio; no podía imaginar cuál pod ía ser la natu raleza de todo aquello; sólo podía flotar por los aires, lleno de sorpresa. »Bru s ca m ent e, me s en tí lan zad o d e n uev o a velo cidad acel erad a. De scen dí a la altu ra d e mi v u elo . Mi d escens o , d el to d o involuntario, se dirig ía hacia un punto donde pu de distinguir varias cas as in d iv idua les espa rcidas a lo l arg o d e u nas ca rreteras dispuestas de forma radial. Cada cas a me p arecía tener, a lo menos, el tamaño de las que son propiedad de la más alta aristocracia de Lhasa, cada una ocupando una porción crecida de terreno. Extrañas estructuras de metal se apelotonaban a través de los campos, efectuando trabajos que sólo un agricultor puede relatar puntualmente. Mas, cuando estuve más ce rc a, me d i cu en ta d e q u e s e t rat ab a de u na g ran finca, donde flotaban sobre unas aguas poco profundas unas planchas perforadas. Encima de aquéllas había un gran número de plantas maravillosas, cuyas raíces se arrastraban dentro de las aguas. Tanto por su belleza como por su tamaño, aquellas plantas eran mucho mayores que las que usualmente crecen sobre el suelo. Contemplándolas, me llenaba de maravilla.

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»De nuevo me remonté de aquellos parajes y podía ver mayores horizontes a lo lejos. Aquellas formas que tanto me habían in t rig ad o cu and o las v eía d esd e l ejo s , es tab an much o más cerca; p ero mi cerebro obtuso no se hallaba en situ ación de comprender lo que veía; era demasiado impresionante; parecía increíble en exceso. Yo era un pobre tibetano, simplemente un humilde sacerdote que nunca había pasado de u n a c o r t a v i s i t a a K a l i mp o n g . P e r o , e n a q u e l l o s p r e c i s o s instantes, ante mis extrañados ojos — ¿pero yo tenía ojos? —asomaba una grande, una fabulosa ciudad. Torres inmensas, en espiral, se elevaban tal vez unos setecientos me-


tros en el aire. Cada una de ellas poseía un balcón en espiral, del cual irradiaban, sin que se viese ningún apoyo, unas calles que entre todas tejían una telaraña, espesa cual no lo son tejidas por las propias arañas. Dichas calles se hallaban ate st adas po r una rápid a mu chedu mb re . Ha cia a r rib a y h a cia abajo oscilaban pájaros mecánicos cargados de gente. Cada uno de ellos se las arreglaba para no chocar con los demás con una habilidad que me llenaba de sorpresa. Uno de aquellos pájaros veloces vino hacia mí. Vi un hombre que iba delante de todo, guiándolo; pero él no me veía. Todo mi cuerpo se contrajo y se retorció de terror, pensando en el choque inevitable; pero el artefacto se me acercó, veloz, a tr av és mío , y _n o m e p as ó n ad a . ¿Qu é era, y o? Sí; recu erd o, era entonces un espíritu desencarnado; pero quisiera que alguien explicase a mi cerebro la razón por la cual experimentab a e mo c ion e s — p r incip almente la d el mied o — , igu al qu e un cuerpo normal y entero en mi caso habría experimentado. » Yo v ag ab a entre aqu ellas torres en esp iral y me co lump iab a so b re las c al le s. A c ad a p u n t o , d es cu b r ía n u evas ma r av il l as. En c iertos alto s nivel es, se v eían estup end o s ja rd in es co lg an t e s . H a b í a c a m p o s d e j u e g o de u n a i n c r e í b l e b e l l e z a p a r a l a gente noble. Pero, todos los colores estaban equivocados. Y la gente también. Unos eran gigantes y otros enanos. Algunos tenían cosas de seres humanos y otros de aves, el cu erpo q ue par ecí a hu mano y que pos eía un a pe rfect a c ab eza de pájaro. Algunos eran blancos; otros, negros, o colorados, al paso que otros eran verdes. Eran de todos los colores, no si mp lemente matice s o tint es, si no co lo res p ri m ar io s b i en definidos. Algunos de ellos poseían cuatro dedos, con un pulgar en cada mano. Pero los había que tenían, en cada mano, nueve dedos y un par de pulgares. Un grupo ostentaba sólo tres dedos, cuernos a lado y lado de la testa y un rabo. Mis nervios no aguantaron más ante aquella visión y, por mi voluntad, me elevé por los aires con toda velocidad. » Desd e mis nuevas alturas la ciudad se veía claramente como cubría un vasto espacio; se extendía tanto como podía alcanzar 123


mi vista; pero en uno de sus extremos distantes, se divisaba un claro que estaba libre de altas edificaciones. Allí, el t r á f i c o a é r e o e r a i n t en s í s i m o . U n o s t i l d e s b r i l l a n t e s ( a s í l o parecían por la distancia) se remontaban con una velocidad que desafiaba la vista y seguían por un plano horizontal. Me vi marchando por los aires hacia aquel distrito. Al a p r o x i m a r m e , me d i c u e n t a d e q u e t o d a a q u e l l a á r e a p a r e c í a fabricada de cristal, y en su superficie se descubrían raros a p a r a t o s m e t á l i c o s . A l g u n os e r a n e s f é r i c o s y , p o r l a dirección que llevaban, parecían viajar más allá de los confines de aquel mundo. Otros, parecidos a dos hemisferios de metal unidos por los bordes, también parecían destinados a viajes fuera de su mundo. Mas había otros que parecían lanzas disparadas. Observé que, después de ganar cierta altura, adoptaban una trayectoria horizontal y viajaban hacia a l g ú n s i t i o , p a r a m í d e s c o n o c i d o , d e a q u e l m u n d o . El movimiento era vertiginoso y yo apenas podía creer que tanta g e n t e p u d i e s e c a b e r e n u n a c i u d a d . To d o s l o s h a b i t a n t e s d e l mundo estaban allí congregados, pensé. Pero ¿quién era yo? Me sentí lleno de pánico.

» L a V o z m e r e s p o n d i ó : "T i e n e s q u e s a b e r y e n t e n d e r q u e l a T i e r r a e s s ó l o u n p e q u e ñ o es p a c i o ; l a Ti e r r a e s u n o d e l o s más diminutos granos de arena a orillas del Río Feliz. Los demás mundos de este Universo donde está situada la Tierra son tantos y tan diversos como la arena, los guijarros y las rocas que siguen las orillas del Río Feliz. Pero eso no es más que un Universo. Hay Universos más allá de toda cuenta, lo m i s m o q u e h a y b r i z n a s d e h i e r b a e n e l s u e l o . E l Ti e m p o sobre la Tierra, no es más que un parpadear dentro del tiempo cósmico. Las distancias terrestres no son de ningún momento; son cosa insignificante y es como si no existiesen, e n c o mp a r a c i ó n d e l a s g r a n d e s d i s t a n c i a s d e l e s p a c i o . A h o r a estáis sobre un mundo en un lejanísimo Universo, tan lejos d e l a T i e r r a q u e o s d a i s cu e n t a d e q u e e s t á m á s a l l á d e v u e s t r a c o mp r e n s i ó n . T i e m p o l l e g ar á , e n e l c u a l l o s m a y o r e s c i e n t í f i c o s d e v u e s t r o mu n d o s e v e r á n o b l i g a d o s a r e c o n o c e r q u e h a y o t r o s m u n d o s h a b i t a d o s y qu e l a T i e r r a n o e s , c o m o ahora se creen, el centro de la creación. Ahora os encon-

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tráis si tuad o s o bre e l m u n d o p ri n c i p al d e u n g r u p o q u e c u e nt a más d e un millar d e el los. Cad a u no d e l o s m u n d o s e s t á h abit ad o, y tod os ellos re con o cen l a au to rid a d del Maes tro del mun do sob re el cu al es t a mos ah ora. Cad a mun do se g o biern a a sí mis mo , si b i en todo s sig u en un a po líti ca co mún, d i rig id a a la ex tirpa ción d e las peo res i njustici as ba jo la/ cu ales v iv e la g ente. Un a po l íti ca d i rig id a a la mejo ra de l as co ndi cio n es en q u e tod o s v iv e n . "C ada u no de dicho s mun do s ti ene , a su ca beza, un a su e rt e de p e rs o n a . A lg u n o s s o n p e q u e ñ o s , c o m o h ab é i s v is to . O tro s , alt ísi mos , có mo tambi én hab éis co mp rob ad o. Alg uno s, s e g ún n u est ro s mod o s d e v e r, so n f eís i m o s y f an t á s t i c o s ; o t ro s , h e r moso s y an géli cos. No deb e mo s, s i n e m b a rg o , e n g a ñ a rn o s p o r las ap ari en ci as ex terio r es, y a q u e l a i n te n c i ó n d e t o d o s e s b u en a . T o d a e sta g en t e rin d e v asall aj e al Ma es tro d el mu nd o en q ue aho ra e sta mo s . Se rí a ocioso int en ta r daro s los n o m bres de todos ellos; éstos no tend rían el menor sentido en vue stra len gua y en vu estra co mp rens ión . S ó lo s erv irían p a ra e mb ro ll aros la me mo ri a . Es t a g en t e rin d e v asa ll aje , co m o h e d icho , al Gran M aes tro de este mu ndo en que esta mo s. Es alg ui en q u e n o alb e rg a en su pe cho d e se os terri tor ia les en ab soluto . Algu ien cuy o máximo in terés con sist e en l a pre serv ació n d e l a p az d e to dos lo s h omb res , s ea cu al sea su forma, su ta maño, su colo r, p ara q u e p uedan ayud ar le en la tare a d e p ra ct icar el b i en, en lu ga r de aqu el las de stru cc io nes a qu e d e b e n d e d ic ar s e a q u e l l o s q u e d eb an d e fen d ers e a s í mis mo s . Aqu í no h ay grand es ej érci t os, n i ho rdas batall ad oras . Hay h omb res d e c i enci a, co me rci ante s, n atu ral m en te s ac e rdo t es y ta mbi én exp lo r ad ores qu e v an a mu n d o s r e m o to s p a r a a u me n t a r el n ú me ro d e a quellos q u e se as o c i a n a l a h e r ma n d ad p o d e r o s a . "Pero n adi e s e ve in vitado . Lo s q ue q u ieren su mars e a esa fed era ció n t ien en qu e p edi rlo y sólo s e ad mi ten aqu e llos qu e h an d est ruido s u s a r m a men to s. " El mun do en el cu al n os ha l lamos a ctu al men te es el cen t ro de est e Un iv erso p art icu l a r. E s el cen tro d e la cu ltu ra, d el c o n o c i m i en t o , y n o h ay o t ro q ue le sup e r e en magn itud . Un a

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fo r m a es p ec ia l de mo do d e v i a ja r ha sido des cubie r to y desa rrollado. Repito de nuevo que el explicar los métodos empleado s c arg a rí a en ex ceso lo s cereb ros d e lo s may o res ci en tíficos de la Tierra; no han llegado todavía al escalón que permit e p en s ar en cuat ro y au n en cinco di men sion es, y to d a discusión con ellos carecería de sentido hasta el día que llegará en qu e pu ed an lib ra rs e de t od os los pr eju i cio s qu e los t i enen cautivos. "Las escenas que ahora veis suceden en el mundo-guía, actualmente. Necesitamos que viajéis por su superficie para contemplar la civilización tan avanzada de sus habitantes, tan magnífica que vo s no sois capaz de comprender. Los colores que v eis aquí, no son los que acostumbráis en la Tierra; pero é s t a n o e s e l c e n t r o d e l a c iv i l i z a c i ó n . Lo s c o l o r e s s o n d i f e rentes en cada mundo, y dependen de circunstancias y necesidades propias de cada uno de ellos. Podréis ver este mundo, y mi voz os acompañará. Cuando hayáis visto lo bastante de este mundo para comprender su grandeza, enton ces viajaréis en el pasado y entonces po dréis v er có mo se h a n d e s c u b ie rt o l o s m u n d o s , c ó mo h an n a c i d o , l a m an er a c ó mo p roc ede mo s inten tando ay udar a todos a quellos que qu ie ran ayudarse a sí mismos. Acordaos siempre de esto: nosotros, lo s d el esp acio , no somos p e rfe c to s po rque la perfec ción n o exist e , n i pu ed e exi sti r , mi en tr as es tamo s e n cu alq u ie r pa rte de cualquier universo. Pero nosotros intentamos hacer las cosas lo mejor que nos es posible. Hay algo en el pasado — lo ten é is qu e re co no cer — q ue es tá b ien d el to d o; p e ro t a mbi én otras cosas que, con todo pesar, hemos de confesar que están muy mal. Pero nosotros no estamos contentos con vuestro mun do , l a Ti erra ; lo qu e de sea mo s e s q u e p o d áis d esa r ro l l ar aquel mundo, que viváis allí. Con todo, hemos de asegurarn o s d e q u e l a s o b r a s d e l H o m b r e n o a l t e r e n c o n s u p o l u ci ó n el Espacio y dañen a los habitantes de otros mundos. Pero ahora vamos a seguir contemplando éste, el mundo que está a la cabeza de los demás mundos."» « M e d i t é s o b r e a q u e l l a s p a l a b r a s » , d i j o e l e r mi t a ñ o . « S o p e s é detenidamente sobre el portento que anunciaban aquellas pa126


labras de la Voz, ya que estaba yo convencido de que toda a q u e l l a d i s e r t a c i ó n s ob r e e l a m o r f r a t e r n a l n o p a s a b a d e s e r una chanza. "Mi propio caso — pensaba entre mí — debe de ser uno de tantos que muestran la falsedad de esos argumentos. Aquí estoy yo, considerado un pobre e ignorante nativo de u n país po b rís imo , árido y atrasad o ; y, ab so lutamen t e co ntra mi voluntad, me he visto prisionero, operado, y, por todo cuanto puedo ver, arrancado de mi cuerpo." Estaba allí, ¿adónde? La historia de que estaba haciendo tanto bien a la humanidad, más bien me parecía improbable. »La Voz interrumpió mis alterados pensamientos diciéndome: "Monje, lo que estáis meditando nos lo declaran nuestros instrumentos; y lo que pensáis no es cierto. Vuestros pensamientos son falsos. Nosotros somos los Jardineros, y un jardinero debe quitar la leña muerta y arrancar las malas hierbas. Pero cuando existe un brote mejor que los demás entonces el jardinero lo desgaja a veces de la planta madre y lo injerta en alguna otra, con el fin de que pueda originar nuevas especies. Según vuestro criterio, os hemos tratado más b ien de mala manera. Según nuestra manera d e v er, o s hemos otorgado un honor muy señalado que reservamos a unos pocos, un honor singular." La Voz vaciló unos instantes, y luego con tinuó: "Nu estra h isto ria, abarca billones sobre billones de añ os — ex p res ada en t érmino s d e vu est ro ti e mpo terrena l —. Pero, supongamos que la existencia de la Tierra sea representada por el Potala, entonces, la vida del Hombre sobre el p laneta se pod rí a co mp arar al esp eso r de u na c apa d e pin tur a en el techo de una de sus habitaciones. Es así; ya lo veis. El Hombre es tan nuevo sobre la Tierra que ningún ser human o p ose e l a auto rid ad sufi cien te p a ra qu erer ju zg a r lo que hacemos. "Más adelante vuestros propios hombres de ciencia descub r i r á n q u e s u s p r o p i a s l e y e s m at e m á t i c a s d e l a p r o b a b i l i d a d muestran cómo es evidente la existencia de otros mundos habitados extraterrestres. También comprenderán la evidencia de que los ex traterrestres pu edan ver los ú ltimos confines de su limitado universo, dentro del conjunto de universos que 127


contiene vuestro mundo. Pero no es éste el sitio ni el tiempo para dedicarnos a una discusión de tal naturaleza. Aceptad nuestra seguridad de que estáis llevando a cabo un buen trabajo y que nosotros sabemos más que vos acerca de todas esas cosas. Os preguntáis, también, dónde os halláis, y yo os respondo que vuestro espíritu desencarnado, temporalmente separado de su cuerpo, ha viajado más allá de los lindes de vuestro universo y ha ido directamente al centro de otro universo, a la ciudad que, a su vez, es el centro del planeta principal. Tenemos muchas cosas que mostraros y vuestra gira, vuestras experiencias, no hacen sino empezar. Estad, con todo, seguro que lo que estáis viendo es aquel mundo tal como está en la actualidad, ya que, para el espíritu, la distancia no existe. "Ahora nos es preciso que vayáis contemplando, para que os familiaricéis con el mundo en que nos encontramos actualmente; así daréis más crédito a vuestros sentidos cuando pasemos a más importantes materias, ya que pronto os enviaremos al tiempo pasado, a través de los Archivos Akáshicos, donde veréis el nacimiento de vuestro planeta, la Tierra."» «La Voz cesó», continuó el viejo ermitaño, y se calló por unos breves minutos, que aprovechó para beber unos sorbos de té, que ya estaba completamente frío. Con aire meditabundo, dejó a un lado el cuenco y cruzó los dedos de sus manos, después de haberse compuesto la ropa. El joven monje se levantó y añadió nueva leña al fuego y luego se sentó, después de haber arropado una vez más al anciano. «Como os decía — continuó el viejo monje —, me encontraba yo en un estado de pánico, y, mientras oscilaba sobre aquella inmensidad, me sentí caer, me encontré pasando varios niveles, cruzando puentes entre grandes torres; otra vez me vi cayendo sobre lo que parecía ser un parque ameno, levantado sobre una plataforma — o, a lo menos, me lo pareció — que me sostenía. La hierba, allí, era roja y, entonces, con gran sorpresa, a un lado descubrí hierba que era verde. En un estanque de aquel jardín, el agua era azul y en el prado, que era verde, el estanque era de un color como de vainilla.

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Alrededor de aquéllos se veía congregado un gentío impresionan te. Pero , aho ra, empezab a a d istin guir un poco qu iénes eran los naturales de aquel planeta y quiénes los visitantes de planetas lejanos. Se notaba algo sutil en el porte y maneras de los primeros, que no existía en los últimos. Los nativos ostentaban una superioridad, de la que estaban convencidos por completo. »Alrededor de los estanques — o piscinas —, unos parecían como dotados de una virilidad notable y otros de una femin e i d a d e x t r e m a . H a b í a u n t e r ce r g r u p o m a n i f i e s t a m e n t e n e u t r o . M e i n t e r e s ó l a o b s e r v ac i ó n que h ic e d e que toda aqu e lla gente andaba en cueros, excepto el grupo femenino que llevaba algunos objetos en el pelo. No pude distinguir bien de que se trataba; pero era indudable que se trataba de algún tipo de adorno metálico. Al momento, quise marcharme de allí, porque alguno de los juegos de aquella gente en cueros no me gustaba un pelo, a mí, que había sido educado desde mi in f anci a d e ntro d e u n co n vento d e la m as , y , p o r lo tan t o , en medio d e u n a mb ien te ex clu siv a m ente mascu lino . Ap enas entendí el sentido de alguno de los gestos a que se entregaban las mujeres. Quise elevarme y marcharme de allí. »Pasé velozmente a través del resto de la ciudad y llegué a los alrededores, donde había casas esparcidas por la campiña. Todos los campos y plantaciones se veían extraordinariamente bien cultivados y había grandes fincas por aquellos alrededores; me pareció que estaban dedicadas al cultivo acuático — que ya he descrito —. Pero ello presentaba escaso interés, para nadie excepto las personas estudiando agronomía. » Me remon té más al to y o bs erv é b usc and o alg ún obj etiv o hacia donde encaminarme. Vi un portentoso mar de color de az afrán . Se div isab an g rand es roc as b o rd ean do la cost a; e r an amarillas, rojas y de toda suerte de colores y matices; pero el mar era constantemente de un color azafranado. Este fenó men o me era in comprensible. An tes, el agu a parecía ser d e otro color. Sin embargo, mirando hacia arriba, encontré la razón de aquel fenómeno. Un sol se había ya puesto, y ama129


n ecía otro , con lo que se contab an ¡ tres so le s! Con la ascensión creciente del tercer sol y el descenso del otro, los colores c a m b i a b a n c o n s t a n t e m e n t e ; h a s ta e l a i r e o f r e c í a m a t i c e s di st in t o s. Mis d es o ri ent ad o s s en t ido s v e ían có mo la h ie rb a c a m biaba de tonos, pasando del rojo al morado y del morado v iran do al amarillo , y , paralelamente, el mar iba también mud ando el color. Ello me reco rdaba la forma con la cual en los atardeceres, cuando el sol va hacia su ocaso sobre las altas c o rd i l l e ra s d e l o s H i m a l a y as , lo s colo res continua ment e van ca mb i and o y , e n vez d e l a lu z bri llan te d el d ía en los v all e s, se forma un crepúsculo acarminado, nace y lo invade todo y h asta las cumbres nevad as pierden su blan co r puro y parecen ser azules o de color carmín. Por esta causa, mientras contemp laba to do s aq u ello s c a mbios , no exp e ri men taba g r andes s orp resas; y di por supu esto qu e los co lores cambiaban continuamente en aquel planeta. »Pero no sentí grandes deseos de volar sobre las aguas, porque no tenía experiencia ninguna de los mares, — jamás había visto ninguno —. Sentía un temor instintivo y un miedo de q u e e n e l l o s m e p u d i e s e o c u r r i r a l g u n a d e s v e n t u r a y q u e me cayera en aquellas aguas. Así es q ue dirigí mis pensamientos hacia la tierra firme; en tonces, mi espíritu desencarnado viró en redondo y vo lé p or encima d e un as pocas millas sob re una co st a roco s a y alg una s pequ eñ as ex plot acion es ag ríco las . En tonces, con todo el deleite de mi alma, me encontré con un paisaje que me era familiar: una sucesión de páramos, sobre lo s cu al es de s cen dí , vo lando bajo , y con templ é las p equeñas p lantas apiñadas en la sup erficie de aquel mundo. La d iferen cia de las del nuestro consistían en que a la luz del sol parecían tener sus florecillas de color violeta, con tallos de color oscuro, parecido a los brezos. Más allá, se encontraba un banco de flores que hubiera dicho que, bajo aquella luz, eran aulagas; pero sin espinas. » Me remonté co sa d e cuarenta metros y reco rrí aqu el paisaje, el más p lacen tero de tod os cuantos había v isto en aquel extrañ o m u n d o . P a r a a q u e l l a s g e n te s , n o d u d o qu e l e s d e b e r í a d e parecer un paisaje muy desolado. No había el menor signo de 130


h ab itaciones human as, ni de sendas. En un ameno y frondoso barranco vi un pequeño lago y un arroyo que se precipitaba en él desde un alto promontorio y lo alimentaba. Me detuve un poco, contemplando aquellas sombras cambiantes y los matices diversos de coloridos reflejos luminosos, filtrándose a a trav és de las hojas d e los árboles por encima d e mi cabeza. A c o n t i n u a c i ó n , d e b a j o s e d i v i s a b a , b o r r o s a , u n a e x t e n s i ó n de tier ra , un a an c ha co rri en te d e ag u a, u n p e l lizco d e t ie rra, y o t r a v e z e l m a r . C o n t r a m i v o l u n t a d m e v i f o r z a d o a v i a jar a trav és de ot ras ti er ras y co ma rc as . En ell as s e ve ían p e q u e ñ a s ciudades que eran, sin embargo, de grandes proporciones. Acostumbrado como estaba a las dimensiones de la gran capital me parecían pequeñas. Pero aun así, mucho mayores d e c u a n t o m e p a r e c i ó v e r s o b r e l a T i e r r a q u e h a b í a d e jado. »Mi desplazamiento se vio interrumpido bruscamente y yo me vi descendiendo rápidamente en espiral abrupto. Entonces, miré debajo de mí. Vi un paisaje que me llenó de maravilla. Un castillo en medio de los bosques. El castillo era de una blancura inmaculada y me llamaron la atención las torres y las almenas de aquél, que no concordaban con una civilización como la de aquel planeta. Mientras reflexionaba ante lo que tenía ante mi vista escuché la voz del Maestro: "Aquí tiene su residencia el Maestro. Es un edificio antiquísimo; el más antiguo de este viejo mundo. Es el santuario adonde todos los amantes de la paz se encaminan, con el fin de permanecer unos momentos ante su muro y dar mentalmente las gracias por la paz; la paz que abarca todo cuanto vive bajo la luz de este Imperio. Una luz donde no hay tinieblas, porque existen cinco soles y nunca se hace de noche. Nuestro m e ta b o l i sm o e s d i f e ren te d el d e v u e s t ro mu n d o . N o n ec e s i t a mos horas de oscuridad para disfrutar del sueño. Nosotros estamos constituidos de una manera distinta."»


Capítulo octavo

El v i e j o e r m i t a ñ o s e e s t r e m e c i ó c o n i n q u i e t u d b a j o s u s l i g e ras vestiduras. «Quiero volver a la cueva», manifestó. «No estoy acostumbrado a pasar tan largo rato al aire libre.» El joven monje, atento a la extraordinaria historia de un tiempo atrás, se puso en pie de un salto. «¡Oh! — exclamó —, las nubes se levantan. Pronto se podrá ver claro.» Luego, con todo cuidado, dio la mano al viejo y lo acompañó lejos del fuego y dentro de la cueva, de la que ya se había ausentado la niebla. «Voy a traer agua y leña», dijo el joven. «Cuando esté de vuelta podremos tomar un té; pero me veré obligado a estar fuera más tiempo que de costumbre, ya que me veré precisado a ir más lejos por leña. Toda la que había cerca de aq uí se me acab ó», d i jo co n cal ma. Y, d e j ando apil ad a s o bre el fu ego l a leñ a qu e les q ued ab a, ca rg ó co n l a v as ij a d el agua, saliendo por el sendero. Las nubes p arecían hu ir a escap e. Soplaba un v iento fresco y seguido cuando el monje miraba cómo las nubes se iban remontando y se descubría a la vista el paso de la montaña. A tanta distancia, no pudo ver las pequeñas manchas que serían los viajeros de la caravana. Ni pudo distinguir el humo d e l f u e g o s o b r e l a s n u b e s q u e s e ma r c h a b a n . L o s v i a j e s a ú n no se habían puesto en movimiento, pensó, habiéndose aprovechado de la parada forzosa para dormir y reposar. Nadie p u e d e p a s a r l a m o n t a ñ a c u a n d o l a s n u b e s se a b a t e n s o b r e l a tierra; el peligro es demasiado grande. Un paso en falso pued e p rovocar la caída de un homb re, o d e una bes tia de carga, cientos y cientos de metros abajo, por un precipicio. El joven estaba pensando en un accidente ocurrido hacía poco cuando él visitaba un pequeño convento de lamas, situado al p ie d e un ac anti lado . L as n ubes s e v eían baja s, roz ando el tejado de la lamasería. De pronto, se produjo un deslizamiento de piedras y un grito ronco. Luego, un chillido y un ruido sordo como de un saco de cebada mojada, lanzado con fuerza 132


al su elo . E l jo ven , h abí a mir ado en aq u ella direc ción ; lo s intestinos de un hombre estaban colgando de una piedra, unos tres metros de allí, y aún permanecían unidos al cuerpo de un h omb re q ue se es t aba mu rien do sob r e el su elo . S e ría u n marchante o un viajero que hacía su camino, temerariamente, pensó el joven monje. El l ag o tod av í a es tab a cub i er to de ni eb l a, y las ci ma s de l os árboles brillaban de un modo fan tasmal, plateado s, cuan do el joven se encaminó en su dirección. ¡Gran hallazgo! Una rama entera de un árbol había sido desgajada por la tormenta. Miró entre la bruma ligera y decidió que aquel árbol había sido abatido por un rayo durante la tempestad. Yacían ramas a su alrededor y el tronco se veía partido en dos por co mpleto . Muy conten to, el joven s e llevó la rama mayo r qu e pudo y lentamente la fue transportando a la boca de la cuev a. Ll en and o l uego fatigo samen te el re cipi e nte de l agu a , e m p r e n d i ó e l r e g r e s o d e f i n i t i v o a l a c u e v a . D e m o m e n t o , p u s o el agua al fuego y entró después, saludando al ermitaño. «Un árbol entero, ¡Venerable! He puesto el agua a hervir y después que hayamos bebido el té con tsampa, traeré mucha leña, antes de que los de la caravana lleguen y hagan fuego con el resto del árbol que todavía queda.» El viejo ermitaño, tristemente, le replicó: «No hay tsampa; he querido ser útil, y, como no puedo ver, sin querer, he derramado y pisoteado la cebada. Sólo quedan restos esparcidos por el suelo». Con una mueca de consternación, el joven monje se levantó precipitadamente y corrió hacia el rincón donde había dejado la cebada. No quedaba nada de ella. E ch án d o s e d e b ru c es , es ca rb ó al red ed o r , d o n d e es tab a lh p ie dra plana. Era un desastre. Tierra, arena y cebada estaban mezcladas, en confusión. Nada podía salvarse. Se levantó poco a poco y, lentamente, se fue hacia el ermitaño. Un pen samiento súbito le hizo retroceder; el ladrillo de té ¿se había salvado? Pedazos desparramados yacían por el suelo en el fondo de la cueva. El anciano había pisoteado aquel ladrillo, del cual sólo quedaban tres pequeños trozos. Triste, el joven monje regresó hacia el viejo. «No hay más 133


comida, Venerable; y sólo tenemos té por ahora. Podemos aguardar a que los mercaderes lleguen hoy a nosotros o nos tocará estar en ayunas.» «¿En ayunas?», replicó el anciano. «A menudo me he visto sin comer por una semana o todavía más. Podemos sustentarnos de agua caliente; para uno que no ha tenido para beber sino agua fría durante más de sesenta años, el agua caliente le es un lujo.» Permaneció callado unos momentos, y luego prosiguió: «Aprended a pasar hambre, ahora. Aprended a tener fortaleza. A experimentar una sensación positiva. Durante vuestra vida conoceréis hambres y sufrimientos; serán, ellos, vuestros más fieles compañeros. Hay varias personas que os querrán hacer daño, que os querrán someter bajo su dominio. Sólo con una mente positiva — continuamente positiva — podréis sobrevivir y superar todas las pruebas y tribulaciones que inexorablemente os están destinadas. Ahora es el tiempo del aprendizaje. Siempre será el de practicar lo que aprenderéis ahora. Mientras tengáis fe, mientras os comportéis de un modo positivo, lo podréis aguantar todo, y salir adelante, victorioso de todos los asaltos del enemigo.» El joven monje estuvo a punto de desvanecerse de terror ante todas esas alusiones a calamidades futuras, signos precursores de un próximo destino venidero. Todos aquellos avisos y exhortaciones. ¿No había nada que fuese alegre y brillante, en la vida que le tocaba vivir? Pero luego se acordaba de sus enseñanzas; éste es el Mundo de la Ilusión, donde incluso el hombre no es más que una ilusión. Aquí, nuestro gran Super-yo manda sus polichinelas para que ganen conocimiento, y dificultades imaginarias sean superadas. Cuanto más pre• cioso sea el material, más duras tienen que ser las pruebas y sólo falla la materia defectuosa. En éste, el Mundo de la Ilusión, en el que el Hombre no pasa de ser una sombra, una extensión mental del Gran Super-yo, que reside lejos de nosotros. Sin embargo, pensó malhumorado, la vida podría ser un poco más alegre. Pero también, a nadie se le carga más de lo que puede aguantar; y el Hombre mismo elige

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lo s t r ab ajos qu e p u ed e ll evar a cabo y l as p r ueb as q ue pu ed e so po rt ar. « M e vo lv eré lo co — se d ijo a sí mi s mo — , s i q uiero soportar estas perturbaciones por mí mismo.» El viejo ermitaño preguntó: «¿Tenéis corteza fresca, de aquellas ramas que trajisteis?» «Sí, Venerable; el árbol fue alcanzado por un rayo, ayer se hallaba entero», replicó el joven. «Entonces, quita la corteza de una rama y arranca de ella lo blanco, dejando de lado el resto. Luego, tira las fibras blancas al ag u a hi rv iendo . Es un exc elen te y n u tri tivo manj ar, si bien nad a gust oso. ¿ Te qued a algo de sal , d e bórax o de a zúcar, por ventura?» «No, señor; sólo tenemos té bastante para una vez.» « Ento n ces , he rvidlo as imismo y n o n o s d e s a n im e mo s . T r e s o cuatro días de ayuno no nos van a hacer daño alguno; al contrario, aumentará nuestra capacidad mental. Si las cosas se nos presentan mal, entonces podremos acudir a la ermita más cercana, por alimento.» Con el rostro sombrío, el joven monje terminó la tarea de separar las ho jas de la co rteza. La pelleja os cura exterio r fu e ech ad a a la ho g uera p a ra ali m en tar el fu eg o. La alb u ra, b lan quiverdosa y lisa, fue convertida en briznas para cocerla en el agua que entonces empezaba a hervir. Malhumorado, añadió al agua el último puñado de té, que, saltando, le salpicó y le lastimó la muñeca. Empleando un nuevo bastoncito privado de su corteza agitó y removió todo aquello dentro de la vasija. Con una considerable repugnancia retiró el palo y probó, en el cabo de éste, unas pocas gotas de aquella mixtura que estaba adherida; sus más negras esperanzas se vieron confirmadas. Aquello no sabía a nada. Con un pálido aroma de té desteñido. El viejo ermitaño se hizo con su cuenco. «Puedo alimentarme con eso. Cuando llegué aquí no había otra cosa. En aquellos días crecían unos arbolillos enfrente de la entrada de mi cueva. Me los comí. Andando el tiempo, la gente se d io cuen ta d e mi p r esen ci a e n estos p a raj es y mu y a menu d o, desde entonces, he tenido provisiones suficientes. Pero no me 135


preocupo si me veo forzado a pasar sin ellas una semana o d iez días enteros. Nun ca me falta el agua. ¿Qué más necesita uno?» Sentado, en la oscuridad de la cueva, a los pies del Venerable, mientras la luz del día iba subiendo fuera de la cueva, el joven mon j e tuvo l a sen s ación de q u e h ab ía p e r manecido sen t a d o a s í p o r t o d a u n a e t e r n i d a d . Es t u d i a n d o , e s t u d i a n d o s i n cesar. Con ag rado, sus pens amientos ib an al brillo de las lámparas de man t eca de Lha sa, act u al m ent e p a ra él p o co me n o s que una cosa del pasado. Lo que le quedaba por permanecer aquí no era más que un tema de conjeturas hasta que el v i e j o n o t u v i e s e n a d a m á s p o r d e c i r l e , s u p o n í a . H a s t a q u e el viejo estu v ie s e mu erto y él deb i ese d isp on er d el cad á ver. Pensando esto último, se sintió estremecer de los pies a la cab ez a. Cu án mac abro , p ens aba, est a r h abl an do con u na per sona y luego, una hora o dos más tarde, tener que arrancar sus intestinos para que sean pasto de los buitres y quebrar sus huesos para que ni un solo trozo del cadáver quede sin enterrar sob re el suelo . Pero, en esas, el an ciano estaba y a listo de su co mida. Se aclaraba el g aznate, beb ió un sorbo de agu a y compuso su actitud. « Y o e r a u n e s p í r i t u d e s e n c a r n ad o q u e d e s c r i b í a u n o s e s p i r a les alrededor del gran castillo, residencia del Maestro de aquel Mundo Supremo», comenzó diciendo el viejo eremita. «Estaba ansiando ver qué tal era aquel hombre que se ganaba el respeto y el amor de uno de los más poderosos mundos existen t es . M e sen tía l len o de d e seo s de co n te mp l a r q ué esp eci e de ho mb re — y de mu jer — p odían p e rd u r a r en e s a s i tu a c i ó n a lo largo de centurias y más centurias de años. El Maestro y su Esposa. Pero, no iba a ser así. Me vi arrastrado, como un niño pequeño tira de su corneta. Fui sencillamente apart a d o d e a q u e l l o s p a r a j e s . "E s a t i e r r a e s s a g r a d a " , p r o f i r i ó l a Voz muy secamente. "No son para los terrestres; debéis ver otras cosas." E in med iatamente me vi lanzado lejos de allí, y mandado en dirección diferente. »Debajo de mí, los detalles de aquel mundo iban disminuyendo de tamaño y las ciudades parecían granos de arena en 136


la orilla. Ascend í a trav és del aire, y me vi fuera de la atmósfera. Volaba por donde no había ni un rastro de aire. Entonces se presentó en el campo de mi visión un extraño objeto, como nunca había visto nada semejante. El objeto de lo que yo d i v i s a b a m e r e s u l t a b a i n c o m p r e n s i b l e . A l l í , e n e l v a c í o sin at mós fera, don de yo no habría p o d id o sub s isti r sin o b a jo la forma de un espíritu desencarnado, flotaba una ciudad comp l e t a me n t e m e t á l i c a , q u e s e m a n t e n í a p o r l o s a i r e s g r a c i a s a métodos misteriosos que estaban totalmente fuera de mi alcance y no podía discernir. A medida que me aproximaba se hacían más claros los detalles, y me di cuenta de que la ciudad reposaba sobre un suelo de metal y sus partes superiores estaban cubiertas por un material más claro que el cr ist al , au nqu e no se t r at aba d e c ris tal. D eb ajo de aq u ell a cubierta transparente puede observar a los habitantes circulando por las calles de una ciudad mayor que la de Lhasa. » Se veían extrañas protuberancias en algun o de lo s ed ificios; la may or de el las haci a aq ue l en cu ya d irección me v e ía d i ri g i d o . "Aquí hay una gran observatorio", dijo la Voz dentro de mi cerebro. "Un observatorio desde el cual se presenció e l n a c i m i e n t o d e v u e s t r o m u n d o . N o a t r a v é s d e l o s rayos ópticos, sino de rayos especiales, que se hallan fuera de v u e s t r a c o m p r e n s i ó n . D e n t r o d e p o c o s a ñ o s , v u e s t r o m u n d o va a descubrir la ciencia de la radio. La radio, en su más completo desarrollo, será como el esfuerzo cerebral de un humilde gusano, comparada con la fuerza mental del hombre más inteligente de todos los humanos. Lo que se practica en esos lugares está situado mucho más allá. Aquí se indagan los sec re to s d e l u n iv e rso; y s e v ig il an la s sup er fi ci es d e lo s má s lej an os pl an eta s, lo mis mo q ue aho ra es tái s con t empl an d o la su perf ici e d e ese satélite . N i n g u n a d is t a n c i a , n i l a m a y o r p o s i b l e , r e p r e s e n t a e l m e n o r o b s t á c u l o . P o d e mo s i n s p e c c i o n a r l o s t e mpl o s , l o s s i t i o s d e e s p ar c i m i e n t o y a u n lo s d o m i c il io s privados." »Me acerqué más, y temí por mi seguridad cuando vi relucir la b arrera transparente cerca de mi persona. Temí estrellarme contra ella y experimentar lesiones; pero, antes de que me 137


entrase el pánico, recordé que yo, en aquellos instantes, era uno de aquellos espíritus que pueden atravesar las más sólidas pared es cuan d o a ellos l es p arec e bien . L e ntamen te , me dejé caer a través de aquella sustan cia p arecida al cristal y lleg ué a la superficie de aquel mundo q ue la Voz había den omin ado con la palabra "satélite". Pasé cierto tiempo yendo de aquí para allá, intentando poner orden en los turbulentos pensamientos que dentro de mí se agolpaban. Era un curioso experimento para un nativo ignorante de un país atrasado en u n a s t i e r r a s s u b d e s a r r o l l a d a s . E r a d i f í c i l c o m p r e n d e r c u a n to veía y conservar la propia razón cabal. »Suavemente, cual una nube arrastrándose por el flanco de una m o n t a ñ a o u n r a y o d e l u n a vo l a n d o v e l o z y s i l e n c i o s a m e n t e por enc i ma d e un lag o, emp e cé a desp laza rme haci a u n lado , muy diferente de las divagaciones a que antes me había entreg ado. Me movía en dirección lateral y traspasaba extrañ as pared es d e u n mater ial qu e me era d es co noc ido. Au n cuan do seguía siendo un espíritu, no dejaba de experimentar una ligera oposición a mi paso, que me causaba una cierta comezón en todo mi ser y, por un rato, la sensación de que me encon t rab a p ri s io ne ro de un espeso lod a zal . Con un a cu ri o sa sensación de arrancarme que hizo estremecer toda mi persona, aband on é aq u e lla p a red p eg a j osa. M ien tras yo luch aba ten azmente, me pareció escuchar la Voz que decía: "¡Ya ha pasado! Por un momento, creí que no podría." »Pero, actualmente, había atrav esado la p ared y me encon trab a dentro de un inmenso espacio cubierto, demasiado vasto para poder ser llamado una habitación. Unas máquinas absolutamente fantásticas y unos aparatos se hallab an en aquellos parajes. Cosas más allá de mis conocimientos. Pero lo más raro de todo aquel ambiente eran los habitantes de la caverna. Unos humanoides, en extremo diminutos, que se afanaban con unos objetos que, oscuramente, para mí eran aparato s, mientras o tros, g igantes, acarreaban enormes bultos de un lado a otro y hacían las faenas pesadas para los demás, q u e e r a n d e ma s ia d o d éb i l e s . " A q u í — ex p l i có l a V o z , d e n tro de mi cerebro — tenemos instalado un gran sistema. La gente 138


pequeña fabrica delicados ajustes y construye pequeños objetos. La gente mayor, hace co sas más en conson an cia con su tal la y su fue r za. Aho ra, pro sig amos . " Aqu ell a fu erza i m po nderable, me empujó de nuevo y pude pasar adelante, salvando otra barrera en mi progreso. Era todavía más tenaz, tanto para entrar en ella como para salirme. »"Ese muro — murmuró la Voz —, es la Barrera de la Muerte. N a d i e p u e d e e n t r a r e n e l l a n i s al i r m i e n t r a s r e s i d e e n s u c a r ne. Es un sitio muy secreto. Aquí podemos observar todos los mundos y descubrir inmediatamente la p reparación de las guerras. ¡Mirad!" Miré a mi alrededor. Por unos momentos todo cuanto veía carecía de sentido para mí. Entonces me concentré con todas mis fuerzas y mis sentidos. Las paredes alrededor de aquella estancia estaban divididas en rectángulos d e u n metro de largos por ochenta centímetros de altos . Cada uno de ellos era un cuadro viviente, bajo el cual se veían unos signos raros, que juzgué ser escrituras. Las imágenes er an sorp rende ntes. En una d e ellas se v eía n un mu ndo como ob serv ado desde el esp acio . Era azulado y verdoso , con extrañas manchas de color blanco. Con una fuerte impresión me di cuenta de que aquél era mi propio mundo; el mundo en que n a c í . U n c a m b i o q u e s e p r o d u j o e n u n c u a d r o d e a l l a d o llamó toda mi atención. Tuve la deplorable sensación de estar cayendo y me di cuenta de que en realidad estaba contemplando mi propia caída en mi propio mundo. »Las nubes se apartaron y contemplé el panorama entero de la India y el Tíbet. Nadie me dijo que era así; pero lo comprendí por instinto. La imagen se hizo cada vez más amplia. V i Lh a s a , t a m b i é n l a s c o m a r c a s A l t a s y e l c r á t e r v o l c á n i c o . "Pero vos no os encontráis aquí para ver todas esas cosas", ex clamó la Voz. "¡Mirad a otras partes !" Miré a mi alred edor y me sorprendió en extremo lo que vi. Aquí, en este cuadro, se c o n t e m p l a b a e l i n t e r i o r d e u n a s a l a d e c o n s e j o s . P e r s o n a jes c o n a i re d e s e r mu y i mp o r t a nt es d is cu tí an ani mad amen te . S e levantaban las voces y, no menos, las manos. Se tiraban al s u e l o p a p e l e s , s i n n i n g ú n m i r a m i e n t o . E n u n a s i l l a l e v a n tada, bajo un dosel, un hombre con la faz congestionada es139


taba hablando de una forma frenética. Aplausos y censuras en proporciones iguales subrayaban sus discursos. La escena, me recordó por completo una reunión de Padre Abades. »Me volví de nuevo. Por todas partes se ofrecían pinturas vivientes, por el estilo de las descritas. Escenas raras, en los más inesperados colores algunas. Mi cuerpo se trasladó a otra pieza. Allí se veían representaciones de extraños objetos metálicos, moviéndose en la negrura del espacio. "Negrura", no es la palabra bien exacta, porque el espacio estaba lleno de puntitos de luz de varios colores, alguno de cuyos colores no conocidos por mí antes de aquella ocasión. "Son naves del espacio en pleno viaje", dijo la Voz. "Tenemos, para observarlos cuidadosamente, los rastros de todo nuestro tráfico." Me impresionó la cara de un hombre que apareció, como viviente, en un trozo de la pared. Pronunció unas palabras, que no entendí. Movía su cabeza como si estuviese conversando cara a cara con otra persona. El rostro se desvaneció, con un saludo de su cabeza y una sonrisa de sus labios; la pared quedó lisa como antes. »Inmediatamente, aquella cabeza fue reemplazada por un p a i saje como a vista de pájaro. Una vista del mundo que a c a b a b a d e abandonar; aquel que era el centro de un vasto imperio. Miré, debajo, la gran ciudad, contemplando con todo realismo sus inmensas extensiones. El cuadro se movía con tal velocidad que volvía a contemplar el distrito donde estaba la residencia del Maestro de aquella gran civilización. Vi las grandes murallas y los raros y exóticos jardines donde se levantaba aquel edificio. Divisé un hermoso lago con una isla en el centro. Pero el cuadro nunca se detenía, barriendo el paisaje, como hace un pájaro a la busca de una posible presa. El cuadro, entonces, se detuvo. Se hizo más amplio y enfocó un objeto metálico que describía calmosas vueltas y descendía al suelo. El cuadro se amplió hasta que sólo se veía aquel objeto metálico. Un rostro humano apareció; estaba hablando, respondiendo a preguntas desconocidas. Después de una especie de saludo, se borró aquella imagen.

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»Me trasladé, si bien sin intervención alguna de mi voluntad. Mi mente, dirigida, abandonó aquella ex traña habitación y penetró en otra. ¡Cosa rara! Aquí ante cada uno de los siete cuadros permanecía sentado un anciano. Por un momento, me detuvo la sorpresa más completa. Luego, empecé a reírme por lo bajo histéricamente. Allí estaban, los siete viejos, todos ellos barbudos; todos parecidos entre sí y de g rav e aspe cto . Den tro de mi p ob re cer eb ro la Vo z, co n to nos enojados, profirió en voces altas. «¡S ilenc io!, sacrílego. Esos q ue aq u í v es c o n los S ab io s que con tro lan tu p ro p io d est i no . ¡Silencio, digo, y un aire deferente!" Pero los viejos sabios no se dieron por enterados, si bien tenían noticia de mi presencia, porque en uno de los cuadros me hallaba yo sobre la Tierra, cargado de alambres y tubos. En otro cuadro se me representaba allí mismo. Era una rara impresión, para mí. » "Aq u í — p ro s igu ió l a V o z , m ás c al m ada — e stán los sa b io s que han reclamado vuestra presencia. Son los hombres más sab ios entre los d emás, que se han dedicado, por siglos enteros, al b ien d e su p ró ji m o . T r aba jan sig u i en d o l as d ir ec tr ic es d el Maestro en persona, que ha vivido más largo tiempo que ellos. Nuestro designio es el de salvar a vuestro mundo. Salvarlo de lo que amenaza ser un suicidio. Salvarlo del funesto resultado de una explosión nuc..., pero no mencionemos términ o s q u e ah o ra ca re cen d e sen tid o p a ra v o so t ro s , p o r n o h a b er sido aún inventados en vu estro mund o. Vu estro mundo está a punto de que le acontezca un considerable e intenso camb i o . S e d e s c u b r i r á n n u e v a s c o s a s y s e i n v en t a r á n a r m a s n u e vas. El hombre penetrará en el espacio dentro de los próximos cien años venideros. Esto es lo que nos debe interesar." »Uno de lo Sabios hizo unos signos con las manos, y los cuadros fueron cambiando. Un mundo tras otro se seguían dentro de los marcos. Unas gentes, y después otras, se presentaban, para desvanecerse al cabo de unos instantes, para ser reemp lazadas por otras. Un as extrañas ampollas de v idrio se volvieron luminosas y unas líneas que se entrelazaban se cruzaron en los fondos. Se escuchaba el teclear de unas má141


quinas, de las que se desprendían unos largos papeles impresos que se iban enrollando en unos cestos que había cerca de dichas máquinas impresoras. Se trataba de impresos cub i e r to s d e c u r i o s o s s i g n o s . T o d o ello ib a más a llá de mi co mprensión, tanto que todavía hoy, después de meditar sobre to das aq ue ll as co sas , to dav ía d escono zco su sen tid o . Y con tinuamente, los viejos Sabios tomaban notas en tiras de papel o hablaban a unos discos situados a su lado. En respuesta, les hablaba una voz como desencarnada pero con la entonación p e r f e c t a m e n t e h u m a n a ; p e r o n o p u d e a p e r c i b i r m e d e l a f u e n te de estas palabras. »Al final, cuando todo me daba vueltas, bajo el impacto de aq uel la s ra ras imp r esio n es , l a Voz , en mi ce reb ro , dijo: "Y a tien es bastan te con eso. Ahora vamos a mos traro s el p a sad o . Para prepararos, empiezo por deciros que, sean cuales sean las cosas que veréis, no tenéis que asustaros." ¿Asustarme?, me dije para mí; s i sup iese, la Vo z, que estoy por completo aterrorizado. "Primero — continuó la Voz —, podréis contemplar la tiniebla y algún movimiento interior. Después, os daréis cuenta de lo que, en realidad, es esta habitación. En realidad , existe desd e millon es d e años, en la cuenta de vuestro tiempo que es mucho menos, según la nuestra. Después, podréis ver lo que sucedió cuando nació vuestro mundo. Y cómo fue poblado de criaturas, entre las cuales aquella que llamáis Hombre." La Voz se desvaneció, y mi conciencia, con ella. » Es u na sen sación desconcertante, la de verse privad o bruscamente de la presencia de ánimo que nos es propia; de sentirse privado de una parte de nuestra conciencia de la vida, sin que nos sea posible darnos cuenta del tiempo en que hemos permanecido inconscientes. Me di cuenta de una niebla gris que se arremolinaba en mi cerebro, algunas ojeadas intermitentes me atosigaban y aumentaban mi estado de turbación. Poco a poco, igual que una niebla por la mañana disipándose bajo los rayos del sol naciente, mis sentidos y mi lucidez volvieron a mí. El mundo, ante mí, se convirtió en luz. No; no era todavía el mundo, sino el espacio en el cual 142


flotaba entre el techo y el pavimento, igual que un objeto ligero flotando en el aire tranquilo. Como las nubes de inc i e n s o q u e s e r e m o n t a n l e n t a me n t e e n u n t e mp l o , y o m e s e n tía levantar, contemplando lo que tenía delante de mí. »Nueve ancianos. Barbudos. Graves. Atentos a su trabajo, ¿ e r a n l o s mi s m o s ? N o . N i e l a p o s e n t o e r a i g u a l . L o s m a r c o s de los cuadros y los instrumentos eran distintos. Y los cuadros no eran los mismos. Durante un tiempo no se escuchó una sola palabra ni una explicación de todas aquellas cosas portentosas. Finalmente, un anciano llegó y dio vueltas a un bo tón. Se ilu minó seguidamen te una pan talla y se v ieron un as estrellas en una formación que antes no había visto. La pantalla se iba expansionando, hasta que llenó todo mi campo visual, como si tuviese yo una ventana abierta sobre el espacio. Tan fuerte era la ilusión que me parecía que me hallaba en el espacio sin que mediase ventana alguna. Contemp laba todas aquellas estrellas, frías, inmóviles, b rillando con una hostil y dura luminosidad. »"Vamos a correr un millón de veces a mayor velocidad — observó la Voz —, bajo la pena de no poder contemplar nada más en toda vuestra vida.» Las estrellas empezaron a oscilar rítmicamente, una sobre la otra, todas sobre un centro que no veíamos. De un lado del cuadro llegó a gran velocidad un co met a , en di r ec ción al inv is ible y os cu ro cent ro . El co rn eta v o l ó a t r a v é s d e l c u a d r o , a r r as t r a n d o c o n s i g o o t r o s m u n d o s . Finalmente, chocó con el mundo muerto y frío que se encontraba al centro de aquella galaxia. Otros mundos, arrastrad os fu era d e su s ó rb it as po r l a v eloc id ad crec ien te , s e p re cipitaron y chocaron, como en una carrera. En el momento en que el cometa y el mundo muerto chocaron, el universo pareció inflamarse. Masas giratorias de materia incandescente fue ron lan zad as a t rav és d el espa cio . Gas es in fla m ados en g ulleron los mundos a ellos cercanos. El universo entero, tal como lo veía en la pantalla que yo tenía enfrente, se convirtió en una masa de gas brillante, ardiendo con toda violencia. »Poco a poco, el brillo intenso que invadía todo el espacio, se 143


fue calmando. Al final, quedó una masa central inflamada, con masas inflamadas más pequeñas a su alrededor. Pedazos de material incandescente eran expulsados a medida que la masa central vibraba y se retorcía en las agonías de una nueva conflagración. La Voz interrumpió mis caóticos pens a mi e n t o s : " Es t á i s v i e n d o e n u n o s m i n u t o s l o q u e t a r d ó m i l l o n e s d e a ñ o s e n e v o l u c i o n ar . V a m o s a c a m b i a r d e i m á g e n e s . " M i v i s i ó n e n t e r a s e l i m it ó a l a s d i m e n s i o n e s d e l m a r c o de la pantalla. Ahora, divisé todo el sistema estelar como si se fuese encogiendo y lo viese desde muy lejos. El brillo del astro central también disminuyó, si bien seguía siendo muy brillante. Los mundos cercanos brillaban con un resplandor rojizo, mientras giraban y describían sus nuevas órbitas. A la velocidad con que se me mostraba el universo parecía estar en un movimiento arremolinado que me deslumbraba la vista. »Ahora, el cuadro cambió. Delante mío se extendía una gran llanura manchada de inmensos edificios, algunos de ellos dotados de proyecciones, que brotaban de sus techos. Proyecciones que me parecieron ser de metal, torcido en curiosas formas, cuya razón mi inteligencia no acertaba a adivinar. Enjambres de personas de muy distintas formas y tamaños convergían hacia un objeto muy curioso situado en el centro de aquel llano. Era por el estilo de un tubo inmenso. Los extremos de aquel tubo eran más estrechos que la zona central y uno de los extremos acababa en punta, mientras el otro era redondeado. A lo largo del tubo se veían protuberancias y, fijándome, vi cómo éstas eran transparentes. Dentro se veían unos puntitos que se movían, que yo juzgué ser personas. Me pareció que todo aquel edificio vendría a tener entre un kilómetro y medio o dos de extensión; tal vez más aún. Su destino era completamente desconocido para mí. No acertaba a comprender cómo un edificio podía tener semejante forma. »Mientras yo estaba atento a no perder un solo detalle, flotó dentro del cuadro un vehículo muy extraordinario, que remolcaba unas cuantas plataformas cargadas con cajas y fardos

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bastantes; pensé en mi fantasía para abastecer todos los mercados de la India. También — ¿cómo podía ser esto? —, to do flo tab a p or los a i res co mo los p eces n ad an y se mu even por sí mismos dentro del agua. El extraño vehículo siguió hasta llegar al lado del gran tubo, que era una construcción y adonde, una tras otra, las balas y las cajas fueron introducidas, y entonces la extraña máquina se fue con las plataformas vacías siguiéndole cual remolques. La corriente de personas que entraban en el tubo disminuyó sensiblemente y luego cesó por completo. Unas puertas resbaladizas se deslizaron y el tubo permaneció cerrado "¡Ah! — pensé yo —; esto debe de ser un templo; me lo muestran para que yo vea claro que poseen una religión y templos." Sintiéndome satisfecho con la explicación que me daba a mí mismo, dejé que mi atención divagase a sus anchas. » N o h a y p a l a b r a s q u e p u e d a n d es c r i b i r l a e s t u p e f a c c i ó n q u e experimenté al ver que aquel edificio tubular, largo de más de u n k i l ó m e t r o y a n c h o d e m e d i o a p r o x i ma d a m e n t e , d e p r o n t o se levantaba por los aires. Se levantó como hasta nuestras más altas montañas, se hizo pálido por unos pocos segundos y luego ¡desvanecióse! Unos momentos antes estaba allí, como una tira de pl at a su spend id a en el cie lo co n lu ces colo rid as y do s o tres so les jug a nd o con su su per fi cie. D esp ués, sin e l men or destello, ya no estaba. Miré hacia lo alto; miré las pantallas que estaban a los lados, y entonces lo vi. Dentro de una pantalla, larga de unos cuatro o cinco metros, las estrellas se arremolinaban alrededor de lo que aparecía como unas tiras d e lu z d e colo res . Est acion ad o en el cen t ro de la p ant all a, s e veía el edificio que un momento antes había dejado aquel extraño mundo. La velocidad de las estrellas que por allí pasaban fue creciendo, hasta que formaron una hipnótica imagen borrosa. Me volví hacia otros lados. »Un resplandor de luz atrajo mi atención y volví a mirar hacia la pantalla larga. En uno de los extremos más lejanos apareció, anunciando una luz mayor, un resplandor, como el qu e mandan los rayos d e so l antes de que éste aparezca detrás de una montaña, anunciándole. La luz creció rápidamente y

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se hizo intolerable. Una mano entonces se vio dando vueltas a una llave. La luz se fue reduciendo, de forma que apareciesen las imágenes claras. El gran tubo, un insignificante topo en la inmensidad del espacio, se aproximó al orbe brillante. Dio la vuelta a su alrededor y entonces me volví a mirar hacia otra pantalla. Por un momento, perdí mi orientación. Contemplaba, sin comprenderlo, el cuadro que tenía ante mis ojos. Se trataba de la imagen de una sala espaciosa donde permanecían hombres y mujeres vestidos de lo que yo conocí ser uniformes. Algunos de ellos permanecían sentados c o n l a s ma n o s s o b r e p a l a n c a s y l l a v e s , m i e n t r a s o t r o s o b s e r vaban unas pantallas como yo estaba entonces haciendo. »Un personaje, más bien puesto que los demás, se paseaba de una parte a otra con las manos cruzadas a la espalda. A men ud o deten ía s us paso s y mirab a po r enc i ma de ot ra pe rso na, mientras consultaba unas notas escritas, o miraba las escrituras enrevesadas que se hallaban detrás de vidrios circulares. Entonces, con una inclinación de cabeza, resumió su paseo. Al fin, yo me aventuré a hacer lo mismo: miré una pantalla, como aquel hombre bien trajeado. Allí se divisaban mundos llameantes, que no pude contar porque la luz me deslumbraba y el movimiento excesivo me atolondraba. Por lo que pude contar pienso — sin ninguna garantía por mi parte — que había unos quince fragmentos llameantes, situados alrededor de la gran masa central que les había dado nacimiento. »Aquel edificio tubular, que ahora comprendí que era una nave del espacio, se detuvo, y entonces se produjo una gran a c t i v i d a d . D e l f o n d o d e l a n av e , e m e r g i e r o n u n g r a n n ú m e r o d e e m b a rc a c i o n e s c i rcu la r e s . S e d i s p e rs a ro n p o r t o d a s p a rt es y , co n su p ar ti da, la v ida a b ordo d e l a gr a n n ave r eanu dó su bien ordenada existencia. Pasó un tiempo y entonces todos lo s p equeñ o s d iscos reg r esa ro n a la e mb ar ca ció n - mad re y e ntraron a bordo. Lentamente, aquel tubo macizo giró y aceleró su velocidad como un animal asustado huyendo por las constelaciones. »Con el tiempo — no sabría decir cuánto — el tubo metálico 146


regresó a su base. Los hombres y las mujeres que viajaban dentro, lo abandonaron y entraron en casas que estaban por aqu ellos alrededo res. La p antalla que tenía enfren te se volvió de un color gris. »Aquella habitación en la penumbra, con las pantallas siempre moviéndose en la pared, me fascinaba de un modo extrao rdin ario. Al principio , yo h ab ía prestado mi atención sólo a una o dos pantallas. Ahora que ambas estaban inertes enfrente de mí, tenía tiempo para explorar a mi alrededor. Allí estaban personas aproximadamente de mi talla, de la que empleo cuando me sirvo de la palabra "humano". Había gente d e t o d o s l o s c o l o r e s : b l a n c a , n e g r a , v e r d e , c o l o r a d a , a m a rilla y caoba. Tal vez un centenar de ellos se sentaban en unas s i ll a s e x t r a ñ a m e n t e a j u s t a d a s , q u e s e d e f o r m a b a n a c a d a m o vimiento de quien las utilizaba. Los había sentados, alineados e n u n a pared lejana. Los Nueve Sabios estaban instalados alrededor de una mesa especial, situada en el centro de la estancia. Miré con curiosidad a mi alrededor, pero los asientos y otros objetos estaban tan lejos de todo lo que mi experiencia conocía previamente que no hallaba la manera cómo p odrí a des cribi rlos . Tubo s il umin ado s co n u na lu z v a ci la nte, conteniendo un fantasmal reflejo verde, tubos dentro de los cuales oscilaba un resplandor ambarino, paredes que eran p aredes, aunque irradiaban la misma claridad q ue si se tratase del aire libre. Cristales redondos, tras los cuales pululaban fantásticamente unos puntos, o bien, al contrario, estaban fijos e inmóviles. ¿Os decía algo, todo este mundo? »Una parte de la pared se balanceó , revelando una prodig iosa cantidad de alambres y de tubos. Subiendo y bajando por ellos, se veían unos hombrecillos de unos tres palmos de altura, enanos que llevaban unos cinturones llenos de herramientas brillantes. Llegó, entonces, un gigante que transportab a u n a c aj a mu y g ran d e y p esad a. L a d e j ó en el su elo mi en tras aquellos enanos amarraban la caja al otro lado de la pared. Entonces, la pared se volvió a cerrar y los enanos se m a r c h a r o n j u n t o c o n e l g i g a n te . A l m i s m o t ie mp o , s e h i z o u n silencio. Todo permaneció silencioso, excepto los ruidos ca147


racterísticos del golpear de una máquina por un orificio, dentro de un receptáculo especial. »Aquí, sobre aquella pantalla, se proyectaba una cosa extrañísima. Al principio creí ver una roca toscamente labrada en una forma humana. Luego, con mi más intenso terror, vi cómo aquella co sa se movía. Una especie de brazo se levantó y v i c ó m o a g u a n t a b a u n a a n c h a s á b a n a d e u n ma t e r i a l d e s c o nocido, encima del cu al se habían escrito signo s gráfico s. No se podía exactamente llamarlo escritura con to da prop iedad. Era tan ajeno aquello a toda forma especial de lenguaje, que para describirlo habría que inventar un sentido. Mis miradas se dirigieron a otros lados; todo aquello estaba tan lejos de mí, que ni lograba interesarme. Sólo terror me causaba aquel disfraz de humanidad. » Pero mis mirad as errantes se d etuv iero n d e u n mo do b ru sco. Allí estaban unos Espíritus; uno s Esp íritus alados. Qu ed é tan fascinado que estuv e a pique de chocar co ntra la pantalla, de tanto como me aproximé a ella, esperando ver más. Era el cuad ro d e u n maravi llos o ja rd ín , en el cu al jugab an cr ia tu ras aladas. De forma humana, varón y hembra, tejían unos dib u jo s a ér eo s p o r e l c ielo d e o ro , so bre e l j a rdín . La Voz i nte rru m pió m is p ens a m ien to s: " ¡Ah ! , ¿de mo d o qu e aho ra es táis fascinado? estos q ue ahí v eis son los — un no mb re que no se pued e escribir — y pueden volar p orque habitan en un mundo en el cual el peso de la gravedad es excesivamente leve. No pueden abandonar su planeta; son demasiado frágiles. Poseen una inteligencia poderosa, insobrepasable. Pero, ved a vuestro alrededor otras pantallas. No tardaréis en ver algo más de la historia de vuestro mundo." »La escena cambió a mi presencia. Sospeché que el cambio era deliberado para que yo pudiese ver lo que deseaba contemplar. Primero, fue el profundo color púrpura del espacio y luego un mun do enteramente azul, q ue se movieron desde el borde hasta ocupar el centro de la pantalla. La imagen fue cr eciend o h ast a qu e llen ó to da la v is ta po r co mp l eto . Se h izo entonces aún mayor, y tuve la horrible sensación de caerme de cabeza abajo por el espacio. Una experiencia muy desa148


g radable. Deb ajo de mí, las olas saltaban y co rrían. El mundo giraba. Por todas partes, agua. Pero una mancha se proyectaba sobre las olas eternas. En todo el mundo sólo existía una meseta de unas dimensiones como el valle de Lhasa. En ella re lu cían sob re la play a un os ex trañ os ed ifi cio s . Un as fig uras humanas se agitaban en la orilla, con las piernas dentro del agua. Otras, permanecían sentadas en las rocas cercanas. Todo ello era misterioso y carecía de sentido para mí. "Nuestro cultivo forzado — dijo la Voz —; aquí hemos cultivado las semillas de una raza nueva".»


Capítulo noveno

El día se iba apagando y debilitándose progresivamente. El joven monje miraba — como había mirado casi todo aquel día — en d i rec ción a la co rt a d u r a d e l a s mo n ta ñ a s , d o n d e e s taba el paso entre la India y el Tíbet. De pronto, lanzó un grito de alegría y giró sobre sus talones, entrando precipitadamente en la cueva: « ¡Venerable!», ex clamó . « Vienen hacia nosotros por el puerto. Pronto tend remos comida». Sin aguardar la respuesta, dio media vuelta y corrió al exterior. Dentro del aire transparente y frío del Tíbet, los más pequeños detalles pueden percibirse a grandes distancias; no hay impurezas en el aire que enturbien la visión. Por el borde rocoso desfilaban unas pequeñas manchas negras. El joven sonrió con satisfacción. Pronto tendrían cebada y té. Con toda rapidez corrió a la orilla del lago y llenó el recipiente a rebosar. Lo trajo a la cueva con todo cuidado, para que es tuviese a p unto cuando llegas en las p rovision es. Se fue luego a la cuesta, corriendo, para almacenar hasta la última brizna de las ramas del árbol caído en la tempestad. Consiguió, con esto , reu ni r u na bu en a pi la d e l e ñ a a l l ad o d e l a h o g u e r a encendida. Con gran impaciencia el joven subió a una roca encima d e la cueva. Haciendo un a pan talla con la mano , miró a todos lados . Un a gran fila de b estias de carg a se alejab a d el lago. Eran caballos, no yaks. Y los hombres eran indios, no tib e tan o s . E l j o v en mon je se q u ed ó p ar ali z ad o , co mp ro b a n d o su error. L e n t a m e n t e , c o n p e s a d u m b r e , d es c e n d i ó a l n i v e l d e l s u e l o y volvió a penetrar en la cueva. «¡Venerable!», exclamó con voz ap enada: «Aquellos hombres , eran indios; aho ra se march an y no tenemos qué comer.» «No os preocupéis», dijo el anciano dulcemente. «Un estóm a g o v a c í o h a c e u n c e r e b r o c l a r o . H e mo s d e a g u a n t a r , t e n e r paciencia.» Un pensamiento súbito se le ocurrió al joven monje. Con el 150


recipiente del agua corrió al interior de la cueva, allá donde se había esparcido toda la cebada. Allí, se puso cuidadosamente d e ro d i l l a s y e s c a rb ó e l s u e l o a ren oso . L a c eb ad a e st aba m ez clada con la arena. Había, pues, una y otra cosa. Con toda atención, fue echando un puñado tras otro en el recipiente y golpeó las paredes del mismo. La arena, se fue al fondo y, la cebada quedó flotando en la superficie. También flotaban pequeños trozos de té. A c o p i a d e ti e mp o , fu e q u ita n d o la ceb ad a y los ped acitos de té que se hallaban en la superficie del agua y los fue poniendo uno tras otro en su cuenco. De momento llenó el tazón del viejo y, finalmente, cuando las sombras del atardecer ya se ar ra st rab an po r aq ue llo s p a raj es, lo s d os cue ncos est ab an ll en o s . F at ig ad o , el jo v e n s e p u s o en pie , v aci ó el ag ua l len a de a r e n a s o b r e e l s u e l o . L u e g o , t ri s t e m e n t e , s e d i r i g i ó h a c i a e l lago. Los pájaros nocturnos empezaban a despertar y la luna, en su plenilunio, asomaba sobre el borde de las montañas cuando frotó el recipiente y lo llenó de agua. Fatigado, lavó de sus rodillas los granos de arena y de cebada que se le habían peg ado y reanudó su camin o hacia la cueva. Con un golpe resig n ado , colo có e l rec ipien te en el cor azón d e l fu ego y s e s en tó allí cerca, aguardando con toda impaciencia el hervor del agua. P or último , se lev antaron soplos de vapor y se mezclaron con el hu mo que hacía el fuego . El jov en n 3 n je s e l ev an tó y t r ajo lo s d os tazo n es co n la ceb ada y e l té — y t a mb i én s u alg o d e tierra —. Con todo cuidado, lo fue echando al agua. De pronto, se levantó el vapor. El agua empezó a hervir frenética, removiendo aquella mescolanza terrosa. Con una astilla p lana, el jov en quitó lo peo r de las impurezas y, n o pud iendo aguantar más, con un palo consiguió levantar el recipiente del fueg o y e chó u na gen ero sa ració n de aqu e l la espe ci e de s opa en e l t azón de l an ciano . Lueg o , limpián do se lo s d ed os en su s d ecid idamente sucias v estiduras, se adelantó hacia el v iejo ermitaño, ofreciéndole el inesperado y más insípido líquido. Luego, se preocupó de sí mismo. Era apenas bebible. Habiendo apaciguado lo justo los tormentos del hambre, am151


b os se t end ie ro n en la d ur a y ar isc a y ac ij a d e a r ena pa ra d ormir. Mientras tanto, se remontó la luna y describió una maje stu os a cu rva, h a sta po s a rse en l as le jan as cu mb res d e la cordillera. Las criaturas de la noche se dedicaron a sus ocupaciones, que la noche hacía lícitas, y el viento de la noche sopló suavemente en tre las ramas d elgadas de los árb oles enanos de aquellos parajes. En los conventos de lamas, los vigilantes de la noche continuaban sus incesantes ocupaciones, mientras en las callejuelas de la ciudad las gentes de mala reputación renegaban sin cesar contra aquellos que estaban mejor situados. La mañan a tra nscur rió sin s a tisfacc iones . L o s restos de la ceb a d a , h ú m e d a , y l a s h o j a s d e t é qu e l es q ued aban , p ro po rcionaron un sustento flaquísimo; lo indispensable para no desfallecer. Simultáneamente con el crecer de la luz del día y d el fu eg o, qu e esp arcí a enj a mb res d e ch isp as, b rotan do d e l a leña superficialmente seca, el viejo ermitaño, dijo: «Continuemos con el pasado del conocimiento humano. Ello nos ayudará a disimularnos el hambre que sentimos». El viejo y el joven entraron juntos en la cueva y se sentaron en las posiciones acostumbradas. . « F u i d e u n l a d o a o t r o , d u r a n t e u n r a t o — p r o s i g u i ó e l e r mi taño —; cómo van los pensamientos de un hombre desvagado, s i n d i r e c c i ó n n i p ro p ó s i t o a l g u n o . V a c i l a n d o , y e n d o d e a q u í para allá, de una pantalla a la otra, caprichosamente. Entonces, la Voz que hablaba dentro de mí, dijo: "Os tenemos que decir más cosas." Así que me habló la Voz noté que se me dirigía hacia las primeras pantallas que yo había estudiado. Volvían a funcionar. Sobre una de ellas, se veía la imagen del universo que contiene lo que llamamos el Sistema Solar. »La Voz entonces dijo: "Durante centurias se vigiló cuidadosamente que no se produjese ninguna irradiación al azar, desde el nuevo Sistema entonces en estado de formación. Pasaron millones de años; pero, a la escala del Universo, un millón de años son apenas unos minutos en la vida de un ser humano. Finalmente, otra expedición partió de aquí, el corazón de nuestro imperio. Los expedicionarios iban equi152


p a d o s c o n l o s m á s m o d e r n o s a p a r a t o s p a r a d e t e r m i n a r c ó mo deben plantearse los nuevos mundos que deseamos fundar". Cesó, entonces, la Voz y yo, de nuevo, contemplé las pantallas. » Bri ll ab an f r ía mente l as es t r ell as en l as in mensid ades i m presionan tes del espacio. Fijas y frágiles, relucían con más color e s que el arco iris. El cuadro se hizo cada vez más amplio, h a sta q u e s e d i s t i n g u i ó t o d o u n m u n d o q u e p a r e c í a s e r , n i más ni menos, un globo d e nub es. Nubes turbu len tas qu e eran azota d as co n el más esp antab le relamp agu eo . " No es p o sib le — d ijo l a Voz — anal iz ar co n ce rt eza u n mu nd o l ejano , a bas e d e p r u e b a s r e m o t a s . A n t e s , l o c r e í a m o s a s í ; p e r o l a e x p e rien cia no s demo stró el error en que estábamos. Actualmen te, duran te millon es d e año s, h emos ido mandando exped iciones. ¡Mirad!" »El universo fue barrido como una cortina. De nuevo pude contemplar una llanura que se perdía en lo que parecía ser el infinito. Los edificios eran diferentes; ahora se nos aparecían largos y bajos. La gran nave aérea que estaba allí también era distinta. Su forma recordaba, en la parte inferior, un plato en posición normal; mientras que la parte superior recordaba un plato en posición invertida, reposando por los bordes encima del primero. El conjunto resplandecía como una luna llena. Unos agujeros a centenares, provistos de sus c o r r e s p o n d i e n t e s c r i s t a le s , f o r mab an una c ircunfe ren cia alred e d o r d e l a e s t r u c t u r a . En l a p a r t e m á s a l t a , f i g u r a b a u n a e s pecie de cúpula transparente. Dicha elevación sería de unos diez metros. El inmenso ruedo de la nave aérea disminuía, hasta hacerlas aparecer enanas, el tamaño de las máquinas que se veían al pie aprovisionando la nave del espacio. » U n o s g ru p i t o s d e p e rs o n a s , t o d o s u n i fo r m a d o s d e u n a ma n e r a rara, conversaban, alegres, alrededor de la nave espacial. Al p i e d e c a d a u n o s e v e í a n u n a s p i l a s d e c a j a s r e p o s a n d o en el suelo. La conversación era animada; el humor, excelente. O t r o s i n d i v i d u o s , c o n m á s b r i l l a n t e s u n i f o r m e s , i b a n d e u n lado p ar a o t ro , co m o si d e lib er as e n sob r e e l d es t ino d e alg ú n mundo como, de hecho, era así. Después de una señal súbita,

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to dos, ll eván do se cad a cu al c on sig o su eq ui p aje, su b ie ro n o rdenada y rápidamente a la nave interespacial. Unas puertas m e t á l i c a s , d i s p u e s t a s c o m o e l i ri s d e u n o j o , s e c e r r a r o n h e r méticamente tras ellos. »Con lentitud, aquel aparato metálico se levantó cosa de treinta metros por el espacio. Se balanceó un pequeño momento y, exactamente, se esfumó, sin dejar huella alguna de haber e x i s t i d o n u n c a . L a V o z d i j o e n t o n c e s : " Es o s a p a r a t o s v i a j a n a una velocidad inimaginable — más rápido qu e la luz —. Es un mundo — él por sí mismo — completamente fuera de influencias externas. No hay en él sensación alguna de velocidad, ni de caída, ni en los instantes de mayor velocidad. El espacio — continuó diciendo la Voz —, no es ningún vacío, como vosotros los terrenales opináis. El espacio es un área de un a densidad reducida. Ex iste en él una atmósfera d e molécu las gaseosas, de hid rógeno . Dichas moléculas pueden estar separadas centenares de kilómetros entre sí; pero a la velocidad qu e desarrollan las naves del espacio d ich a atmósfera resulta ser tan densa como el agua del mar. Se escuchan las moléculas d ando contra los costados de la nave espacial y se han tenido que adoptar dispositivos especiales para prevenir el calentamiento resultante de la fricción molecular. Pero, ¡mirad!" »En una pantalla que estaba al lado de la anterior, la nave espacial en forma de disco seguía su rumbo dejando una est e l a d e u n c o l o r a z u l d e s t e ñ i d o t r a s s í . La v e l o c i d a d e r a t a n e n o r m e q u e , a l i r s i g u i e n d o a qu ell a i mag en la d e la nav e d el espacio, las estrellas parecían líneas sólidas de luz. La Voz murmu ró, en tonces: "Hemos d e prescindir de los innecesarios d etall es y q u ed arn os so l a men t e con la s s ecu e ncias qu e i mpo rtan! ¡Mirad hacia la otra pantalla!" Le obedecí, y pude ver la n av e espa ci al aho ra mu ch o más l ent a en su v iaje a lr ed edor d el S o l , nuestro propio Sol. P e r o e r a u n S o l mu y d i f e r e n t e del actual. Mayor y más luminoso. Grandes flecos de llamas alcanzaban lejos de su orbe. La nave le daba la vuelta, rodeando un planeta y otro y otro. »Por fin , se di rigió h ac ia un m u n d o q u e , p o r c u a n to y o p o d í a comprender, se trataba de la Tierra. Envuelto en nubes por 154


completo, giraba debajo de la nave del espacio. Después de haber descrito unas cuantas órbitas, se movía más despacio. Cambió la imagen en la pantalla y entonces pude contemplar la embarcación por dentro. Un pequeño grupo de hombres y mujeres circulaba a lo largo de un corredor metálico. Al final entraron en una cámara donde se veían copias reducidas de la nave. Unos cuantos de ellos subieron por una palanca y se metieron dentro de una de aquellas naves de un tamaño reducido. El resto de aquellos hombres y mujeres se marcharon. Detrás de una pared transparente, estaba de guardia un navegante, atendiendo a una serie de pulsadores cada uno de un color diferente; brillaban, enfrente, algunas lucecitas. En un momento determinado, se encendió una luz verde, y aquel navegante oprimió diversos botones a la vez. »En el pavimento de la nave, se abrió como se abre el iris de un ojo, un agujero por el cual pasó la pequeña nave espacial aquella. La pequeña nave entró en el espacio y se fue alejando con dirección a las nubes que cubrían la Tierra. Entonces, volvió a cambiar la escena y era como si yo mirase situado dentro de la pequeña navecilla. Allí se veía cómo se aproximaban nubes girando, amontonándose. Primero, se hubiera dicho que eran unas barreras impenetrables; mas se fundían al paso de la navecilla espacial. A copia de ir descendiendo a través de un sinfín de nubes; finalmente nos vimos dentro de una luz opaca y baja. Un mar alborotado y gris, visto a distancia, parecía mezclarse con aquellas nubes grises sobre las cuales se pintaban resplendentes fuegos procedentes de alguna fuente desconocida »La nave del espacio, entonces, volaba en un sentido horizontal entre las nubes y el mar. Una masa de color oscuro apareció — después de un largo viaje por encima de las olas — sobre la línea del horizonte. De su cumbre, brotaban intermitentes llamaradas. La nave espacial se dirigió hacia la montaña. Debajo nuestro se extendía una gran masa montañosa. Grandes volcanes elevaban sus cumbres terroríficas hasta las nubes. Se divisaban enormes llamaradas y torrentes de lava fundida que caía desplomándose por las laderas de los montes

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para acabar precipitándose entre silbidos estruendosos, dentro del mar. Aunque parecía de un azul brumoso vista desde lejos, de cerca parecía, toda aquella vasta extensión de tierra, teñida de un color rojo muy opaco. »La nave del espacio seguía su viaje y dio la vuelta alrededor del mundo unas cuantas veces. No había más que una inmensa extensión de tierra firme, rodeada por completo de aquel mar alborotado, que, volando a una pequeña altura, parecía echar humo. Finalmente, la nave espacial levantó más el vuelo, subiendo por el espacio, y llegó a la nave madre. La imagen de la pantalla se desvaneció tan pronto como la nave empezó su regreso a la sede del imperio del mundo. »La Voz, que acostumbraba a explicarse dentro de mi cabeza, comentó ahora: "¡No! No hablo exclusivamente para vos. También me dirijo a todos aquéllos que participan del presente experimento. Como sóis tan sensibles estáis informados por la vía acústica. Pero poned toda vuestra atención a lo que llamaremos reflejo verbal. Todo esto os interesa. "La segunda expedición regresó a (aquí había un n ombre q ue yo no sabría pronunciar, y que traduzco por "nuestro imperio"). Allí hombres de ciencia estudiaron las memorias que redactaron lo s tripulantes de la n av e. Se h icieron cálcu los sobre el número de siglos que faltaban aún para que aquel mun do pu d ies e se r h ab itad o por s er es v iv i ente s. Ex p er to s en m ate r ia d e b io log ía y de g en éti ca t rab aj aro n p a ra p lan ea r las cr ia tur as más ad e cu ad as p a ra v iv ir en él . C uan d o h a y q u e p o blar un mundo nuevo, y cuando este mundo surge de una «nova», se requieren animales de gran corpulencia y vegetal es de hojas robustas, por el momento. El suelo de este nuevo mundo consiste en rocas pulverizadas, con polvo de lava e indicios de otros elementos. Ese tipo de suelo sólo permite plantas rudas y tenaces. Entonces, cuando esas plantas sucu mben y los ani males per ecen, a mb o s s e v a n m e z cl a n d o co n el polvo de las rocas. Así, a copia de milenios y más milenios, se va formando un «suelo». A medida que el suelo se v a d i s t a n c i a n d o d e l a r o c a p r i m i t i v a p u e d e n c r e c e r p l a n t a s de mayor calidad. Desde todos los tiempos, en cada uno de los 156


p laneta s, el su elo co ns ist e en las c élu l as d e los ani males qu e han perecido, de las plantas muertas y de los excrementos depositados por los eones del pasado." » Tuv e la impresión de que el Amo de la Voz hacía una pausa en su discurso mientras observaba a su auditorio. Seguidam e n t e , c o n t i n u ó : "L a a t m ó s f e r a d e u n n u e v o p l a n e t a e s a b s o lutamente irrespirable para los seres humanos. Los efluvios d e lo s v olcanes en erup ción con tien en una g ran p ropo rción d e a z u f r e y d e g a se s n o civ o s y l et a le s . E s p re c i s o q u e u n a v e g e tación adecuada pu ed a absorber las sustancias tóx icas y transformarlas en minerales inofensivos del suelo. La vegetación convierte los humos tóxicos en oxígeno y n itrógeno, indispens a b l e s a l s e r h u m a n o . P o r e s t o, n u e s t r o s c i e n t í f i c o s , p e r t e n e cien tes a di ferentes ramas , t rab aj aron en co lab o ra ció n si g lo s enteros, preparando los elementos básicos de la Tierra. De momento, esos elementos fueron situados sobre un mundo vecino, para que pudiésemos estar seguros de que todo marchaba a la mayor satisfacción. Sí era necesario, todo podía ser modificado. "De esta forma, el nuevo sistema planetario fue dejado abandonado a sí mismo durante edades enteras. Mientras tanto, el viento y las olas iban erosionando las pináculos cortantes de las rocas. Por millones de años las tempestades azotaron aquellas cumbres. Las rocas, reducidas a polvo, fueron desapareciendo de los más altos picos; enormes piedras se desgajaron bajo el ímpetu de los temporales y cayeron rodando y p ulve ri zand o c uanta s ro cas h all aban a su p aso . Aque lla s o las g i g a n t e s g o l p e ab a n f u r io s a m e nt e l a s o r ill a s d e l m a r , r o mp i e n do los salientes pedregosos, entrechocando las piedras las unas contra las otras y reduciéndolas a partículas cada vez más pequeñas. Las lavas que salían blancas e hirvientes de los vo lcan es para d ar en las aguas del mar h umeaban y estallaban en millon es de p art ícu las ha s ta con v ertirse en arena menu da. Las olas devolvían aquella arena a la tierra, y la erosión continua reducía la altura de las montañas, desde sus alturas de kilómetros a modestos centenares de metros. "Pasaron, con esto, muchísimas centurias de años. El sol, ar157


diente, moderó sus ardores. Cesaron de estallar continuamente, inundando y quemando las cosas a sus alrededores, las piedras volcánicas. Ahora el sol ardía con toda regularidad. Los mundos más próximos también se enfriaron. Sus órbitas se hicieron más regulares. Con demasiada frecuencia, sin embargo, pequeñas masas rocosas entraban en colisión con otras masas y el conjunto de las dos se precipitaba en el sol, lo que era causa de un aumento temporal de intensidad de sus llamas. Pero, de todos modos, el sistema se iba consolidando. El mundo que llamamos la Tierra empezaba a estar a punto de recibir su primera forma de vida. "En el Imperio básico se iba preparando una gran nave espacial destinada a un viaje a la Tierra, y sus tripulantes serían la tercera expedición, instruida ésta en todo lo referente a sus trabajos venideros. Los hombres y las mujeres se fueron seleccionando sobre las bases de compatibilidad y ausencia de neurosis. Cada una de las naves del espacio es un mundo que se basta por sí mismo, donde el aire se fabrica a base de unas plantas y el agua se extrae del oxígeno y el hidrógeno, que es la cosa más barata de todo el universo. Se embarcaron los instrumentos, provisiones que se congelaron para ser más tarde reanimadas en el momento preciso, y, mucho después, porque no se iba con prisa alguna, la Tercera Expedición se puso en camino. »Vi la nave deslizarse a través del universo Imperial, luego cruzar otro, y entrar en aquel que contenía, situada en uno de sus bordes, la nueva Tierra. Existían varios mundos girando alrededor del Sol. Todos fueron pasados por alto; la atención, por entero, se centraba en un planeta. La gran nave disminuyó su velocidad y se movió dentro de una órbita que resultaba estacionaria con relación a la tierra A bordo, una pequeña nave fue dispuesta. Seis hombres y seis mujeres entraron en ella y al acto apareció un agujero en el piso de la nave-madre, a través del cual la pequeña embarcación desapareció con rumbo a la Tierra. Otra vez, por medio de la pantalla, pude ver cómo la pequeña nave del espacio caía a través de espesas nubes y emergió navegando a unos cien metros sobre

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el mar. Desplazándose horizontalmente en un plano horizontal, pronto llegó a la tierra rocosa que se proyectaba sobre las aguas. "Las erupciones volcánicas, aunque eran de una gran violencia, no llegaban a la intensidad anterior. La lluvia de pequeñas p ied ras e ra me n os abu nd ante . C on un g ran c uid ad o , l a p eq ue ñ a nave fue descendiendo. Los ojos atentos del piloto buscab an el sitio más adecuado para el aterrizaje y, finalmente, cu and o lo d e ci d ie ron, p r acticaron la manio bra d e é st e. S ob re el suelo, la tripulación hizo las comprobaciones rutinarias. Satisfechos por lo visto, cuatro tripulantes entonces se vistieron con extrañas ropas que los cubrían desde el cuello hasta los pies. Cada uno, luego, encerró su cabeza dentro de un globo transparente, que se conectaba de cierto modo con el cuello de aquella vestidura. "Cada uno de los cuatro, llevando una caja, entró en una pequ eña cámara cuya puerta luego se cerró cuidadosamente con llave tras ellos. Una luz situada en otra puerta enfrente, se e n c e n d i ó e n c o l o r r o j o . La a g u j a — n e g r a — d e u n r e l o j e m pezó a moverse, y cuando reposó sobre una O mayúscula, la luz roja cambió su color en verde y la puerta en cuestión se abrió por completo. Una extraña escalera metálica, como d o tad a d e u n a v id a p ro p i a, se ar r ast ró p o r e l su elo d e l a h a b itac ió n y se ext endió h ast a to car l a ti er ra fi rme, u no s t res metros más abajo. Entonces, uno de los hombres, con todo cuidado, bajó por aquella escalera. De la caja, sacó una larga b arra y la p lantó en el su elo . Inclin ándose, contempló atenta, minuciosamente, unas señales que se veían en la superficie de la b arra en cu estión. Luego, enderezándo se, señaló a sus compañeros que le siguiesen; como ellos hicieron al acto. "El pequeño grupo, anduvo por aquellos alrededores, por lo q ue p a re cí a, más b i en al az ar. Si n o me hu b ies e co ns tad o qu e se trataba de adultos inteligentes, hubiera tomado sus ideas y venida s po r s i mp les juego s i nfan til es . Alg u no s de el los el e g í a n piedrecitas y las guardaban en una bolsa; otros, golpeaban el suelo con martillos o clavaban en él varas metálicas. Otro de ellos, una mujer, iba buscando pedacitos de cristal 159


pegajoso por aquellos alrededores, y los metía rápidamente dentro de unas botellas. Todas esas cosas, para mí, resultaban incomprensibles. Finalmente, regresaron a su pequeña nave espacial y entraron en el prim er compartimiento . Allí estuv ieron como reses en un mercado público, mientras unas lucecitas d e brillantes colores se encen dían y apag aban en las paredes. Por fin, se encendió una luz verde, y las restantes se apagaron. El grupo, entonces, se quitó sus vestiduras y entró en las habitaciones principales de la pequeña nave. "P ron to s e a r m ó u n gran t rá fa go . L a mu je r c o n lo s p ed a cit o s de vidrio se apresuró a ponerlos de uno a uno en un dispositivo metálico. Aplicando su rostro de manera que miraba con ambos ojos, daba vuelta a unas manecillas, mientras hacía comentarios a sus compañeros. Aquel hombre que antes coleccionaba pequeños guijarros los metió dentro de una máquina que lanzó un gran chirrido e instantáneamente devolvió todos aquellos guijarros reducidos ahora a un polvo finísimo. Se lleva ron a cabo div ersos expe ri m e n t o s y , c o n l a n av e - m a dre, se sostuvieron varias conversaciones. "Otras pequeñas naves espaciales aparecieron, mientras el primero regresaba a la gran nave. Los restantes dieron una vuelta completa al mundo y desde la altura lanzaron algo que cayó encima de la Tierra y otro tipo de cosas que se cayeron al mar. Satisfecho s p or su trabajo , tod as las p equeñas n av es fo rmaron una línea que se remontó y abandonó la atmósfera terrestre. Luego, una por una, fueron entrando en la nave nodriza, y cuando todas hubieron entrado, ésta salió de su ó rb i t a q u e o cu p a b a y s e l an z ó h a c ia o t r o s mu n d o s d e n u e s t r o sistema. De esta forma muchos, muchísimos años de nuestra Tierra transcurrieron todavía. " P a s a r o n a l g u n o s s i g l o s s o b re l a Ti e r r a . E n e l t i e m p o d e u n viaje a bordo de una de aquellas naves viajando a través del espacio tan sólo unas semanas, ya que ambos tiempos son d i f e r e n t e s d e u n mo d o m á s b i en difícil de c omprend e r; p e ro , que es así. Pasaron varias centurias y una vegetación ruda y tenaz reinaba sobre la Tierra y debajo de las aguas. Inmenso s helechos se elevaban al cielo, que con sus inmensas y espesas 160


h ojas ab so rb ían lo s g ase s ven eno sos y r esp irab an h acia fu era o xígen o , d e d í a e h id ró g eno, de n och e. Al cabo d e much í si mo tiempo , un a A r ca d el Espa cio desc endió a tra vés de las nub e s y to mó ti erra so b re un a pl aya arenos a. Se ab ri eron u n as g rand es esco til las y , d e aqu e lla arca q u e med ía c e r c a d o s k il ó m e t r o s s a l i e ro n a r r a s tr án d o s e u n a s c r iat u ras d e p e sa dilla, tan pe san tes q ue l a Ti e rr a t e mblab a b ajo s us pisadas. Ho rr en dos eng end ros se remo n taron pes ada ment e por el ai re , s u sten tánd os e s o bre cru ji ente s al as membran os as. "La gran A r ca — la pri mer a que lleg ó , en el decu rso de las ed ad es — s e l evan tó po r los ai res y se des lizó su av eme nte v oland o sob r e el mar. Al s ob rev o la r d et e r min adas áreas , el Arca rep os aba so bre l as ag u a s y lanzab a en ella s ex t rañ os seres a la s p ro fu n d id ad e s d e l o cé an o . L a in m en sa n av e d e l esp acio levan tó el vuelo y al canzó la s más l ejan as reg io n es de lo s un iv erso s. Sob r e l a Tie r ra , aso mb ros as cri atu ras v iv i ero n y s e p ele a ro n , s e a l i m e n ta ron y p e recie ro n . La at mó sfe ra h izo ca mb io s. Camb ia ron las h ojas d e los árbo les y las cria tu ras e v o l u c i o n a r o n . Pa sa r o n l o s e o n e s y , d es d e e l O b s er v ato ri o d e lo s Sab io s , a d istan ci a d e mu ch os un iverso s , seg u ía l a v ig i lan c i a d e l o s m e n ci o n a d o s f e n ó m e n o s . "La T ie r ra, se guía ba mboleá ndose en su ó r bita; a medid a qu e p asab a el ti e m p o , se iba d e s ar ro l lan d o u n p elig ro so g r ad o d e ex cen t ri cidad . En to n ces , de l co razón d el Imp erio, man daron all á u na n ave esp a ci al . Los cien t ífico s , op i n aro n qu e un a so la masa d e ti e rra era in su fic ien t e pa ra p rev eni r el q ue los m ares co n su ol ea je l lega sen a des e qu ilib rar aqu e l mu nd o . D esd e la g ran nav e q ue se b alan ceab a a mu ch a al tura so bre lo qu e t enía q ue ser nue str o mun do , se l anz ó sob re la Ti erra un delg ado h ilo d e lu z, co mo un d isp aro . És te dio en el b lan co so b r e el co ntin ent e terráqu eo . Di ch o co ntin ent e s e q ueb ró al acto , f or m a n d o d iv er s as ma s a s d e m e n o r t a mañ o . S ig u i e r o n violen to s terre moto s y , final m ente, la Ti erra, sub divid ida en u nas cu ant as masa s, li mi tó la v io len ci a d e las agu as . C ontra las co sta s de l a Ti e rra, el mar — ah o r a " lo s ma res " — go l peó en v ano . La Ti er ra s e a fi r mó d entro de una órbit a por co mpleto est abl e.

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"Millon es d e a ños se su ced iero n — año s « t er re st re s» — . De nuevo, salió del Imperio una expedición . Ahora, transp ortab a los primeros humanoides a nuestro mundo. Fueron desembarcad as ex t ra ñas cr iatu ras d e u n co lo r mo rad o. L as mu jeres ten í a n o c h o s e n o s ; t a n t o e l l a s co mo lo s va ron es po seían un a cab ez a cu ad rad a so bre lo s h o mb ros , de man era que , pa ra v er a tod os l ado s , tod o el t ron co ten í a q ue volv ers e . L as p i ern as eran cortas y lo s brazos largos, hasta por deb ajo las rodillas . D e s cono cí an el fu ego y l as a rm a s ; s in e mb a rgo , estab an siempre peleándose entre sí. Habitaban dentro de las cuevas y también sobre las ramas de los más robustos árboles. Se nutrían de bayas y de los insectos que se arrastraban por el suelo. Pero los observadores no estuvieron contentos ya que toda esa especie se hallaba desprovista de entendimiento y carecía de instintos defensivos, como no presentaba el menor signo de evolución. "En aquellas edades, las naves del Imperio estelar patrullaban continuamente a través del universo que contiene nuestro sis tema sol ar . Hab ía en él otro s mun do s en c a mino d e s u des arrollo. El de otro planeta marchab a más rápidamente que la Tierra. Entonces, una nave de la patrulla fue mandada a la Tierra y desembarcó en ella. Unos cuantos humanoides morado s s e capturaro n y fu eron examin ados; en v ista del examen tuvieron que ser exterminados dichos humanoides, sin q u ed a r u n o sol o . Lo m is mo q u e h ac e u n ja rdine ro ex tirp an d o la mala hierba. Una epidemia terminó con todos esos humanoides." La Voz, llegando a este punto, observó incidentalmente: "En años venideros en vuestra Tierra los hombres emplearán ese sistema para exterminar una p laga de conejo s; pero los vues tro s matarán los con ejo s con sufrimientos d e las víctimas. Nosotros obramos sin dolor por parte de ellas". "D esd e lo s ciel os, d es cend ió al su elo de l a Ti erra ot ra Ar ca, tray éndonos diferen tes animales y muy distin tos humanoides. Fueron distribuidos a través de países distintos; su tipo y color, eran los más adecuados a las condiciones del área donde eran semb rados. La Tierra, todavía rugía y roncaba. Los montes lanzaban llamas y humaredas y torrentes de lava fundida 162


resb al ab an po r las l ade ras. L os mares s e ib an en fri and o y la v ida, en ellos , se t r ans fo rmab a, ad ap tán do se a las nu ev as co nd icio n es . En ambo s po los reinab a el frío y el p ri m e r h i elo so bre la T ierra , e mp e zab a a fo rma rs e en el lo s . "Pasa ron l as E dades . Camb ió la at mó s f er a t erre st re. Lo s helechos gig ant es die ron paso a for mas d e árbo les más o rtodo xas. Se est abi li zaro n las fo rmas d e v i d a. F lo r e c i ó u n a i mp o r t a nt e c i v i l i z a c i ó n . A lr ed e d o r d e l m u n d o v o lab an l o s Jard in e ro s de la Tierra; vistaban una ciudad tras otra. Pero alguno de dicho s J ard in ero s se fa mi li ar izó en exc eso con l as al mas qu e te nía que gu i a r, con las muj e res p r i n cip a l men te. U n ma l s acerdo t e d e lo s h uma nos co nv en ció a u n a mu je r muy h ermo sa , qu e s e pres tó a s edu cir a u n o d e los J a rd in e ro s y lo e mbeles ó h ast a el ex t r e mo q ue, b ajo el i mp erio de aq uel la s e d ucc ió n, aq u él l leg ó a trai cion ar lo s más a lto s se cretos . In me diat a men te la mu je r est ab a en p osesión d e cie rt as a r ma s q u e ant es est ab an enco men d a das ex clu s iv ament e a lo s v aro n e s. Al acto , el sacerd ot e pu d o h acers e con aq u éll as . "Luego , por o b ra de alguno s i n d iv id u o s p er ten ec ien t es a la cas ta sa cerdot al , fab ri ca ro n pro y e c t i l e s a t ó m i c o s, u t i l i z a n d o a q u é l q u e h ab ía s i d o ro b a d o , q ue l es s irv i ó d e mod elo . S e g uida men te, se tra mó u n co mplo t, en vi rtu d d el cual alg u nos d e lo s Ja rd in eros fu eron in vitado s al T e mpl o co n la excu s a d e la ce leb ra ció n de un acto de gra ci as . A ll í, e n te r reno sa g ra d o , lo s Ja rd in ero s fu eron en ven enad os . Su s e qu ip os, lo s ro baro n lo s sace rd ot es . Con el los s e sirvieron lo s sacerdo tes p ara ef ectua r un gran as alto con t ra los Jard inero s restan tes. En el cu rso d e l a b a tal la , la p il a a tó mic a d e u n a n av e d e l esp acio ate r ri zado s ob r e e ste mund o fue v o l a d a p o r u n s a c e r d o t e . E l mun do en te ro te mbló con la ex plosión . El g ran con tin en t e de la A tlán tid a, s e h un dió bajo las agu as. E n las más l ejanas tier ras , los hu racan es b arri e ron las mon tañ as y se ll ev aron a lo s hu man os . G rand es o l as su r g ie ro n d e l ma r y el mun do qu e dó v acío de casi t od o s e r viv ien t e. P e r e c ie ro n t o d o s , e x c ep t o u n o s p oco s q ue p ud i eron cobi ja rs e, at erro ri zado s , en e l fon do de las cav ern as más remotas. " Du r an t e mu ch o s añ o s , l a T ie rr a t e mbló y v a ciló b a jo lo s

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efectos d e la exp losión ató mi ca ex p e ri me ntada . P asó mu cho tie mpo sin qu e llega se ningú n J a rd i n e ro a i n s p e c c i o n a r e s t e mun do . La rad iac ió n, en e ll a , era mu y fu e rt e y los at ro pella d o s re s t o s d e l a h u man id a d p u s i e r o n e n e l mu n d o u n a p r o genitu ra g en er almen te de fo rme. La v id a d e las plan tas s e vio afectad a po r l a s rad ia cion es y la at mós f era s e h ab ía alt e rad o. El sol se veía oscurecido po r n u b es d e co l o r ro jo a ra s d el suelo . Po r fin , los Sab io s d ec retaron q ue se tení a q ue mand ar otr a ex p edic ió n a la Ti er r a y t ra n s p o r t a r n u e v o s s e r e s v i v i e n tes qu e la p ob las en de nu ev o . La gran A r ca , t ran spo r tan do homb res , an i m ale s y pl an t as, p artió d e lo s co nfin es d el es pacio . "» En es te mo m e n to , el v i ejo e r mi tañ o cayó s in sen t id o co n la bo c a mu y a b i e r t a . E l jo v e n m o n j e s e p u s o d e p ie v iv a m e n t e y corrió h a ci a el anci ano caído . La p recios a b otel la con teni en do aquel la s g ot as se h all aba al alc ance d e l a mano y p ro nto el eremi ta s e h al lab a acos tad o so bre u no d e su s fl anco s resp iran d o d e u n a f or m a n o r m a l . «Os es n ecesa rio ali m en to , ¡Ven er abl e !» , ex clamó el jov en . Vo y a pon er ag ua al al can ce de vu est ra man o y lu eg o t r ep aré hast a e l ere mi t orio d e la So l e mn e Cont empla ción p ar a qu e a llí me den té y cebad a.» El e re mi ta as in tió d ébil m en t e co n la cab ez a y se di sten dió cuand o el jo ven mon je pus o el t az ón llen o d e agu a a su v er a . « Voy a su b ir p o r l as p eñ as» , an u n ci ó , corri en do fu era d e l a cuev a . Cor rió a lo largo de la mo n taña, bu s can d o hac ia arriba el sen de ro que l e con dujes e al camin o más a nch o, más arri b a. A l l í , cen t en a r e s d e me t ro s m ás a rr ib a y u n o s o ch o k iló met ro s d e dis tan ci a, e stab a e l er e mi t o rio do nd e h ab itab an v ar io s mon jes . E ra segu ro que le so co r re rí an; p e ro el ca min o er a e scab ro so y l a lu z del d ía e mp ez a ba a d e ca er. P r eo cup ado , el jo ven ap retó cu an to p udo el p aso . Ten az m ent e ib a obs e rv and o la p ared ro co s a h ast a qu e, p o r ú lti mo , d is t i n g u i ó a lg un as h u e l l a s q u e mo s t r a b an q u e a lg u i e n h ab í a p a s ad o p o r a l l í . E m pren dió, sig uiénd o la s, l a as cens ión , l asti m án do s e c on aq uel las ro cas af il adas cu al c uchil lo s que h a b ían des ani ma do a mu cho s y qu e le h ic ie ro n p ro lo n g a r v a rio s k iló me tro s aq u e lla c a -

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minata, ya que la cuesta era no sólo escabrosa, sino divagante. Poco a poco, subió con afán, ayudándose con los pies y con las manos. Puede decirse que subió paso a paso. El sol caía bajo las montañas cuando no pudo más y se sentó sobre u na p ied r a, a repo sar un os momen t o s . N o t a rd a ro n lo s p r i m e ros rayos plateados d e la luna en aparecer, aso mando sobre la co rd ill e ra . Ah o ra , po dí a con ti nu ar su es cala da. Co n la ayu d a d e las manos y los p ies, clavando materialmen te las uñ as, arañ a n d o e l s u e l o , p u d o ll e v a r a c a b o l a a s c e n s i ó n d i f í c i l y p el i g rosa. Debajo, el v alle estaba su mido en las tinieblas. Un susp iro de satisfacción; hab ía alcanzado la senda que conducía a las ermitas. Mitad corriendo, mitad desfallecido, doliéndole todos los miembros, salvó la distancia que le separaba del objeto de su viaje por la montaña. Una lu ce ci ta se v eía all á lo lejos , t e mblo ro sa. Era la l á mp ar a d e .man teca, que brillaba como un signo de esperanza p ara el caminante. Con la respiración entrecortada y débil por la falta de alimento, el joven anduvo a tropezones los pasos que le s e p a r a b an d e l e r e mi t o r io , h as t a l a p ue rt a. D el in t e rio r, le l le gó el canto murmurado por un anciano que evidentemente rezaba de memoria. «Aquí no hay ningún devoto religioso a q u i e n p u e d a y o e s to r b a r» , p e n só e l j o v en mo n j e , a l a p a r q u e decía en altas voces: «¡Guardián de las ermitas, socorredme!». Den tro , aqu el mu r mul lo , rei t er ad a m en t e mu s itado , c esó . L uego, se escuchó el crujido de huesos de un anciano moviéndose con precipitación, e inmediatamente la puerta se abrió con lentitud. Destacándose en negro contra la luz de la solitaria lámpara de manteca, que chiporroteaba y oscilaba por la corrien te de a ire que súbita ment e en t rab a en la er mi ta, el v i ej o guardián, en altas voces interrogó: «¿Quién hay aquí? ¿Por qué llamáis a esas horas de la noche?». Lentamente, avanzó el joven monje, para poder ser visto. El guardián, a la vista de las vestiduras rojas, depuso su actitud. «Venid, entrad», le ordenó. El joven se adelantó con paso vacilante. Ahora, debido a la reacción, se sentía exhausto. «Amigo sacerdote — dijo —, el 165


Ven erab l e e rmitaño con q ui e n estoy se ha l la en fe rmo y l o s d o s n o ten e m o s n a d a q u e c o m e r . N ad a , n i h o y n i e l d í a a nt e rio r . Sólo nos queda el agu a del lago ve cin o. ¿No s p o d é i s d a r co mida ?» El sa c erd o te g uard ián son rió con si mpa tí a. «¿C o mid a? , de sde lu e g o , p u e d o p r o p o r c i o n a r o s con que co me r. Cebada, t enemos u n mo n tó n . T a mb i é n u n lad ri l l o d e té . Man teq ui ll a y azú c ar, ig ual m en t e. Pe ro os t en é is qu e qu ed ar aqu í a dor mir. Os s er ía imp o s i b l e a t r a v e s a r l o s p a s o s d e l a mo n tañ a en la noch e.» «Es p r eci so, a migo s a ce rd o te », ex cl a mó el jov en mo n je . « El Ven er a b l e s e e s tá m u r i e n d o d e c o n s u n c i ó n . E l B u d a m e p r o teg e r á.» « En to n ces , r ep o sad u n ra to a q u í y c o m e d y b e b e d a lg o d e t é , to do es tá a pu nto . Mi ent r as t a n t o v o y a h a c er u n p aq u e te q u e podré is l lev ar a la esp ald a. Comed y be bed. Ten e mo s d e sob ra .» El jo v en mo n j e se s en tó en p osición d e lo to y se postró en acción d e grac ias po r aq uel s oco rro t an s in ce ra m ent e co n cedido a é l y su maes tro . Luego se sen tó y co mió tsamp a; lu ego bebió u n té mu y fuer te , mi en t ras e l an ci an o g uard ián cha rl aba y co ntaba to do s lo s chis mes qu e lleg ab an co n frecu enci a a las ermit as. El P ro fu nd o se hal lab a de viaj e . El gran señ o r Ab ad d e D r o p u n g h a b ía h e c h o a l g u n a o b s e r v a ci ó n m a l é v o l a c o n t ra otro Ab ad. E l Coleg io de P ro cur ad ores h ab í a dado la s g ra c ias a ci e rto Ga to Gu ardi án, q ue h a b í a l o c a liz ad o u n l a d r ó n pers ist en t e en t re u n g ru po de cie rtos march an te s. Un chin o se había ex t rav ia do en u n pas o de la montaña , e in tent ando hall a r de nu ev o el b u en ca mino se h ab í a d espeñ ado d e sde unas en o r mes altu ras (el c uerpo s e hall ab a po r co mp le to destroz ado y listo p ar a los bu itres , sin auxilio hu mano alg u n o ). Pe ro el t ie mp o ib a pasan do . Al fin , co n tod o su pesa r, e l jo v e n m o n j e tu v o q u e p o n e r se e n p i e y c arg a r c o n e l f a rd o q u e le r eg al ab an . C o n p al ab ras d e ag rad ec i mien t o y ad iose s, sa lió de l a e r mit a y e mp rend ió cu id ados amen te el regreso p o r la senda de las ro cas . La luna es taba en su p un t o más alto .

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Su luz era plateada y reluciente. El paso estaba muy bien iluminado; pero las sombras eran de un negro sólo conocido por quienes viven en las cumbres. No tardó en llegar al bord e, y se vio p recisado a dejar el camino más segu ro y su mirse en el prec ipi ci o. Con to do cu idado , l enta m ente , ini ció el d escenso a partir del borde. Con la mayor atención, algo estorbado por el peso que llevaba sobre la espalda, fue deslizándose hacia bajo, palmo a palmo, un paso y luego el siguiente. Aguantánd ose firmemente con las manos mien tras buscaba u n reposo firme para sus pies. Relevando luego el peso de sus manos cuando los pies pisaban firme. Por fin, mientras la luna se escondía sobre su cabeza, llegó al oscuro suelo del valle. Adivinando su camino de una roca a otra, adelantaba muy d ificulto samen te h asta q ue d ivisó el b rillo rojizo d el fuego , a la en t rad a d e la cu eva. El jov en mon j e s e d etu v o ún ic a men te p a r a a ñ a d i r u n a s p o c a s r a m a s a l a h o g u e r a y l u e g o s e d e j ó cae r a l su elo , a los pies d el v iejo ermit añ o, al qu e ap enas p od í a d i s t i n g u i r p o r e l r e f l e j o d e l a l u z d e l f u e g o r e f l e j á n d o s e sobre la entrada de la caverna.


Capítulo décimo

El viejo ermitaño se sintió visiblemente mejor bajo la in fluencia d el té cal ien te, co n mu cha man teq ui ll a y azú car abu nda nte. La cebada, molida hasta convertirse en un polvillo muy fino, había sido tostada muy convenientemente. Las llamas d e la hoguera b rillaban alegremente a trav és d e la entrada d e la cueva. Pero la hora todavía se encontraba entre la puesta y el amanecer; dormían los pájaros en las ramas y sólo se movían en la noche algunas criaturas nocturnas. La luna ya había cruzado los cielos y se escondía tras las más lejanas cordilleras. De vez en cuando, pasaba el viento de la noche susurrando entre las hojas y levantando alguna chispa de la hoguera encendida. El anciano se levantó con fatiga y se marchó titubeando hacia el in te rio r d e la cav e rna . El j o v e n mo n j e s e t e n d ió a lo l a r g o y s e q u edó d o r mido ant es d e q ue su cab e za repo s as e sob re la almohada de arena aprisionada. El mundo estaba en silencio por todas partes. La noche se hizo más oscura, con aquella o scurid ad q ue es el p re ludie del a man ecer. Desd e l as al turas, u na p i edra soli ta ri a rod ó ha st a ro mpe rs e co ntra lo s peñ as co s de los abismos; luego, todo volvió a su silencio de antes. El sol estaba muy alto, cuando el joven monje despertó a un mundo d e malestar. Miemb ros d oloridos , agujetas y hambre. Murmurando por lo bajo palabras prohibidas a un religioso, agarró la vasija del agua, vacía, y miró hacia el exterior de la cu ev a. L a ho g uera o frecía e l bri llo p la cen t ero d e s u s c en iza s ardientes. A toda prisa, añadió pequeños troncos y, encima, ramas de mayor tamaño. Con tristeza, contó la escasa leña restante y le preocupó el pens ar qu e cada vez ten dría que ir más lejos en su busca. Echando una mirada hacia arriba, se estremeció recordando su escalada por la noche anterior. Luego fue al lago por agua. «Hoy tendremos que hablar mucho rato», dijo el viejo eremita cuando ambos terminaron su frugal desayuno. «Siento 168


qu e los C ampos Celestiales me llaman con ins istencia. Existe un límite a lo que puede soportar la carne y yo he pasado, y c o n e x c e s o , l o q u e e s c o n c e d i d o a u n s e r h u m a n o . » El jo ven se en t ris t eció ; h abí a ll eg ado a s ent i r u n gran afecto hacia aquel anciano y consideraba que los sufrimientos de aquel anacoreta habían sido excesivamente penosos. «Estoy a v uest ra s ó rden es, Ven er abl e — le respo nd ió — ; p e ro d ej ad q u e a n t e s l l e n e d e a g u a v u e s t r o c u e n c o . » E n t o n c e s , s e p u s o en pie, limpió el cuenco y lo llenó de agua fresca. El viejo eremita recomenzó su narración: «El Arca apareció en la pantalla; era grande y voluminosa. Una nave capaz de engullir el Potala y toda la ciudad de Lhasa, los conventos d e Sera y D repung por añadidu ra. A su lad o, los homb res que iban saliendo parecían tan diminutos como las hormigas que se afan an sob re la aren a. Animales de grandes dimensiones eran descargados, y, de nuevo, rebaños de otros hombres. Todos parecían como ofuscados, drogados, sin duda para que no pudieran pelearse. Unos hombres que llevaban extraños apar a to s s o b r e s u s e s p a l d a s v o l a b a n c o m o p áj a ro s , g u i a n d o a lo s animales y a los hombres, aguijoneándolos con unos palos metálicos. » La n av e dio la vu elta al mundo, aterrizando en d eterminado s sitios y dejando en todas partes animales de distintas hechuras. Los hombres eran unos blancos, otros negros y algunos, amarillos. Tipos altos y tipos de corta estatura. Con el pelo negro o blanco; entre los animales los había listados; unos d o t a d o s d e l a r g o s c u e llo s , a l p a s o q u e o t r o s , s in c u e l l o . Jamás yo hubiera creído que pudiesen existir seres de tantos colores, fo rmas y tipos. Algunas de las criatu ras del mar eran tan inmensas que durante un tiempo no creí que pudiesen moverse, hasta que, en el mar, parecían tan ágiles como los peces de nuestros lagos. »Continuamente, volaban por el aire pequeñas naves, donde estaban los que se cuidaban de los nuevos habitantes de la Tierra. Co n sus id as y venidas dispersaban grandes rebaño s y aseguraban que los animales y los ho mbres se esp arciesen po r toda la superficie del globo. Pasaron siglos sin que el hombre 169


fuese capaz de encender fuego ni fabricar toscos utensilios de p iedra. Los Sabios conferenciaron sob re el caso y decidieron que era conveniente que aquel grupo podía mejorarse, introduciendo algunos humanoides más inteligentes, que sabían encender fuego y labrar el pedernal. De este modo pasaron s i g lo s , d u r a n t e l o s c u a l e s l o s J ard ineros d e la Tierra in tro d ujeron nuevos tipos de hombres capaces de mejorar el conjunto d e l a h u m a n i d a d . a s t a , g r a d u al m e n t e , p a s ó d e l e s t a d i o d e l a piedra labrad a al del dominio del fuego. Paso a paso , se construyeron casas y se constituyeron ciudades. Continuamente los Jardineros se movieron entre las criaturas humanas y los hombres los miraron como dioses sobre la Tierra. » L a V o z i n t e r v i n o e n t o n c e s , d i c i e n d o : " N o s i r v e p a t a n a d a el ir sigu iendo p aso a p aso todos los trastornos interminables qu e sucedieron a esta nueva colonia sobre la Tierra. Quiero explicaros únicamente los sucesos principales, para que os sirvan de instrucción. Mientras yo hable, tendremos ante nuestra vista los cuadros adecuados de manera que podáis seguir todo punto por punto. " El I mp e rio e r a g r and e; p ero lleg ó d e o tro u n ive rso u n a r az a violenta, que intentó arrancar de nuestro poder nuestras posesiones. Aquel pueblo era humanoide y sobre su cabeza tenía un as excrecencias en fo rma de cuernos que le bro tab an d e las sienes. También estaban dotados de un rabo. Aquella gente era de una naturaleza en extremo belicosa; guerrear, para ellos, era a la vez un juego y un trabajo. Llegaron sobre negras n av es a ese universo y llevaron la destru cción a un os mundo s que nosotros acabábamos de sembrar. Batallas colosales, se produjeron en el espacio. Varios mundos fueron desolados; mucho s estallaron entre h u mos y llamas y su s restos se amo ntonan en áreas del espacio como la Cintura de Asteroides, t o d a v í a e n n u e s t r o s t i e mp o s . A n t e r i o r m e n t e a l g u n o s m u n d o s fértiles habían visto su atmósfera en explosión y tod a la vida borrada de su faz. Un mundo chocó con otro y, en un instante, este último fue proyectado hacia la Tierra. La Tierra retembló y f u e d e s p l a z a d a a o t r a ó r b i t a ; l o q u e f u e c a u s a d e q u e , e n ella, aumentó la duración del día. 170


"Durante esta casi-colisión, unas descargas eléctricas gigantescas, surgieron de ambos planetas. Los cielos volvieron a verse en llamas. Varios entre los seres humanos perecieron. Enormes olas barrieron la superficie de la Tierra y, compasivos, los Jardineros se apresuraron a su alrededor con sus Arca s, int en t an do to mar a b ordo l as p e rso nas y lo s an i m ales, p ara situ arlas a salvo en las a l t u r a s . A ñ o s m á s ta r d e — p ro s i guió la Voz —, esto daría origen a leyendas inexactas a través d e todos los países d el globo . P ero, la batalla del espacio , fue ganada. Las fuerzas del Imperio aniquilaron a los malvados invasores e hicieron prisioneros a un cierto número de ellos. "El príncipe de los invasores, Satán, defendió su propia causa, diciendo que tenía mucho que enseñar a los pueblos del Im perio. Añadió que deseaba trabajar siempre para el bien de los d e más . Su v id a y l a d e alg u n o s d e sus co mp a ñ ero s fue ro n r espetadas. Después de un período de cautividad, se manifestó d eseoso de co operar a la reconstru cción del sis tema solar que él mismo había desolado tanto. Los Almirantes y Generales del Imperio, todos ellos personas de buena voluntad, eran in cap ac es d e i m agina r en los de m á s l a t r a i c i ó n y l a s i n t e n ci o n es av iesas. Aceptaron aqu el o frecimiento y colocaron al p rín cipe Satán y sus oficiales bajo las órdenes de los hombres del Imperio. "Sobre la Tierra, los hombres habían enloquecido con las d e s d i ch a s q u e h a b í a n e x p e ri m e n tado . S e h abían v is to d ie z ma dos por las inundaciones y por las llamas, caídas de las nubes. Se trajeron nuevas expediciones de seres humanos, de otros planetas periféricos, allá donde habían sobrevivido algunos. Los territorios ahora eran muy distintos entre sí y también los mares. A causa del gran cambio de órbita, se había alterado el clima. Ahora existía un cinturón ecuatorial cálido y se amontonaban los hielos en las regiones polares. G r a n d e s m o n t a ñ a s d e h ie l o s e d e s g a j a b a n d e l a m a s a g l a c i a l y f l o t a b a n p o r l o s ma r e s . L o s m a y o r e s a n i m a l e s d e l a T i e r r a perecieron bajo el frío súbito. Grandes selvas sucumbieron cuando las condiciones de vida sufrieron una mutación drástica. 171


" M u y l e n t a me n t e , d i c h a s c o n d i c i o n e s s e e s t a b i l i z a r o n . O t r a vez, el hombre comenzó a construirse una forma de civilización . Pero el hombre se mostraba ex cesivamente belicoso y p ers egu í a a to d o s los d e su esp e ci e qu e er an d ébil es . De u na man e ra rutin a r ia , lo s Ja rdin e ro s i n t r o d u j e ro n a l g u n o s n u e vo s tipos para mejorar la especie básica. La evolución humana p ro g r esó y , len ta men te , fue r esu ltan do un me jo r tipo d e criat u r a . L o s J a r d i n e r o s , e mp e r o , n o s e c o n t e n t a b a n c o n e s o . S e decidió que muchos más de ellos vivirían sobre la Tierra. Y con los Jardineros, sus familias. Se juzgó, entonces, que sería más conveniente utilizar las alturas de la Tierra como bases de los desembarcos. En un país del Este, un hombre y una mujer descendieron de su nave espacial sobre la amena cumbre de una montaña. Así, Izagani junto con Izanami se const i t u y er o n e n p r o t e c t o r e s y fu n d a d o r e s d e la g e n t e jap o n es a y — entonces la Voz resonó a la vez con calma y con enojo — de nuevo se forjaron falsas leyendas a su alrededor, ya que la pareja formada por los Izagani e Izanami, como sea que apareció viniendo de la dirección del sol, los indígenas crey eron que ambos eran , resp ectiv amente, el dios y la diosa del sol, que habían bajado a vivir entre ellos." » En la p an talla q ue yo ten ía delan te, vi el sol rojizo en medio d el c ielo . V i có mo d e sc end ía un a bri llan te nave d e l esp acio, que los rayos solares pintaban de púrpura. La nave iba acercándose cada vez más a la Tierra, hasta que se detuvo , osciló y d io lentas vueltas. F inalmen te, cu ando los raros rojos de la l u z solar se reflejaban en la cúspide cubierta de nieve, la nave se posaba encima de una superficie horizontal que se veía en ella. Los últimos rayos del sol iluminaban la nave cuando un hombre y una mujer desembarcaron y miraron a su alrededor y luego regresaron a bordo de la nave del espacio. Los indígenas, de piel amarilla, se prosternaron ante dicha nave, sobrecogidos por la gloria de lo que veían; estuvieron allí durante un espacio d e tiempo, agu ardando en un respetuoso silencio; luego se fueron y su imagen se fundió, cuando se alejaron en la oscuridad de la noche. »El cuadro cambió, y vi otra montaña en una tierra muy lejana 172


de aquella. Dónde estaba, yo lo ignoraba por completo; mas p ronto se me dio la información necesaria. Del cielo llegaron v arias n av es d el esp acio , que d iero n v arias vueltas po r el aire y después, lentamente, descendieron en formación ordenada hasta ocupar las laderas de una montaña. "Los dioses del Olimpo", dijo la Voz en tono sarcástico. "Los mal llamados dioses, que trajeron grandes luchas y tribulaciones al mundo joven. Es a g ent e, con el antigu o Prí ncipe Sat án en tre el los, l leg aron para instalarse sobre la Tierra; pero el Centro del Imperio s e e n c o n t r a b a mu y l e j o s . La s m a l i g n i d a d e s e i n c i t a c i o n e s d e Satán desencaminaron a los jóvenes de ambos sexos, que hab í a n s i d o a s i g n a d o s a l a Ti e r r a p a r a q u e a l l í p u d i e s e n a d q u i rir experiencia. " Zeu s , Ap olo , Te seo , Af ro d it a, la s h ija s d e C ad mo y much os otros, formaron esas pandillas. El mensajero, Mercurio, corrió de una nave a la otra, a través del mundo, repartiendo mensajes y escándalos. Los hombres, sintieron vehementes deseos de las mujeres de su prójimo. Las mujeres, se dedicaron a l a ca za d el v a ró n q ue anh elab an . A t r avés de lo s ci elos del planeta, naves rápidas eran tripuladas por mujeres persig uiend o a lo s h omb res y a lo s marido s , t ras su s mu je res fu g itivas. Y los ignorantes hijos de este mundo, observando las extravangan cias sexuales de aquello s que ellos tenían por dio ses , p en s aro n q u e e ra a sí co mo d eb ían co n d u ci rse en la v id a . De e ste mo do , empe zó u na e r a d e rel ajamie nto sen su al , en la que fueron holladas todas las leyes de la decencia. " A lg u n o s d e lo s n a t i v o s , l o s más astu to s y q ue v e ían más claro que el resto de los hombres, se proclamaron a sí mismos como sacerdotes, y pretendieron ser la Voz de los dioses. Ésto s, de masi a do at aread o s en su s o rgí as , n o se d aban cu e nta d e n ada. Pero est as org ías co n duje ron a otros exce sos; p r ovocaron numerosos asesinatos, hasta el punto de que llegaron las noticias al Imperio. Pero los sacerdotes naturales de la Ti erra, aq ue llo s q ue pr et end í an s e r rep res en tant es de lo s d ios e s , e s c r i b i e r o n t o d o l o qu e o c u r r í a y a l t e r a r o n l a s c o s a s , d e forma que sus poderes aun se vieron aumentados después. Siempre ha ocurrido así en la historia del mundo; nunca 173


su s n a tural es h an co n tad o las co sas co mo o cur ri eron , sino d e for m a que les aumentasen t odavía más su propio pode r y p res tig io . Cas i to das las ley en das, n o p as an d e ser un a ap rox imación d e lo q ue su ced ió en real id ad . " » C o n t e m p l é , e n to n c e s, o t r a p an t a ll a. Allí se veía ot ro grupo d e Ja rd in eros . o "Dio ses " . Horu s, Os iris , Anu bis , Isis y alg un os o tro s . T a mbién s e cele brab an o rg í as all í. En aq uell as r e g io n es , u n a n tig u o l u g a r te n i e n t e de l P rínc ip e S at án se a p licab a a d es tru i r todo s los es fue rzo s pa ra l og ra r el b ien en aq uel p equ eño mun do . T a mb ién a ll í s e v eí an lo s in evi tab les sac erdo tes es cribiend o sus int er m in ab les y errón eas ley end as. H ab ía alg u n o s, d e la c ast a sa c erdo ta l , q u e s e h a b í a n i n f i l t r a d o len t amen te en la co n fi anz a d e los d ios es y d e est a fo rma h abían lo g r ado cie rtos co no ci mi en to s ved ad os a lo s n at iv os, por su p ropio bien . Estos s a ce rd o t e s h a b ía n c o n s t i t u i d o u n a so ci ed ad s ec r eta cu yo s fi n es eran lo s de roba r más c o n o c i m i en t o s p ro hi b i d o s y usurpa r el poder de los Jard ine ro s . P e ro la Voz co ntinu ó d ic iend o: "Nos d iero n mu cho traba jo esos na tivos y tuvi mos que in trodu ci r medid a s rep resiv as. Alg u nos de esos s acerdo tes in díg enas , despu és de h a b e r ro b a d o a l g ú n e q u ip o d e lo s J a rd i n e ro s , n o p u d i e r o n d o min a rlo ; co mo r e sultad o , lan z a ro n p l aga s s o b re la T ie rr a . Much a g ent e del p aís pe re ció. L as co sec has s e p erd iero n to ta lmen te . "Pero algunos de los Jardin er os, b a jo el d o min io d el P r ín cip e Sat án , h ab ía es tabl ec ido u na capi ta l d e l p ecado en la s c iu dad e s d e S o d o m a y G o mo r ra . E n e l l as , toda fo r ma d e p e rv e r s ió n y de cri m en eran co n sid erad as co mo virtu des. En ton ces , el Ma es tro d el I mp er io adv ir ti ó sev e ra m en t e a Sa tán , p a r a q u e d es i s t i es e y a b and o n as e aqu el lo s l u g a res . M as , ést e s e l o t o mó a c h a n z a . A lg u n o s d e l o s h a b i t an t e s d e S o d o ma y G o m o r r a , lo s m e jo r e s en t r e e ll o s , fu e r o n a d v er ti d o s p a ra q ue ab and on asen a qu ell as po b lac io nes y, en un mo mento con venido, una n ave del esp acio so lit aria lleg ó po r lo s ai res y so lt ó u n p equ eño bu l to. Y las ciud a des fue ro n asol adas po r el h u mo y las lla m as . G r and e s n u b es en for m a d e h o n g o s su b iero n h aci a e l ci elo te mblo roso , y sobre el su elo n o q ued aron si n o t o d a s u e rt e d e d e v a s t a cio n es , pied ras cal cin a das, fun did as , y

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todo un montón enorme de ruinas de habitaciones humanas. Por la noch e, todo aquel terr itorio b ri ll aba con un resp lan d or sombrío. Muy pocos de los habitantes lograron escapar del holocausto. "D espu és de estas saludabl es ad vertencias , se de cid ió ret i rar todos los Jardineros de la faz de la Tierra y no tener más contacto con los nacidos en ella, sino tratárlos como unos tipos aparte. Las patrullas penetrarían, a veces, en la atmósfera. El mundo y sus habitantes estarían sujetos a inspecciones. Pero no habría ningún contacto oficial. En vez de esto, decidieron que ex istiesen so bre la Tierra seres hu mano s q u e h u b ie sen s id o inst ruid o s debida mente y que pudies en ser «plantados» donde hubiese individuos preparados para admitirlos. El hombre que más tarde fue conocido bajo el nombre de Moisés fue un ejemplo. Una mujer del país fue arrebatada e impregnada con la semilla de características adecuadas. El niño aún por nacer fue instruido telepáticamente y dotado de grandes conocimientos — para un natural de la Tierra —. Fue acondicionado hipnóticamente para que no revelase todo su saber hasta el momento oportuno. " A s u d e b i d o t i e m p o , e l n i ñ o n ac i ó y s e l e d i o u n a p o s t e r i o r educación y acondicionamiento. Más tarde, el pequeño fue i n s t a l a d o e n u n a c e s t a d e b i d a m e n t e p r e p a r a d a y c o n e l m a n to d e la no ch e fue d epo si tado so bre un cañ ave ra l donde ser ía fácilmente descubierto . A medida que fue creciendo y llegó a l a mayoría de edad, estuvo en frecuente comunicación con nosotros. Cuando llegó el momento, una pequeña nave del esp a cio se d iri g ió haci a u na mon t aña , en c uy a cu mbre p e rmaneció escondida, ya sea por las nubes naturales, ya por las que nosotros fabricamos en aquella ocasión. El hombre, llamad o Mo isés, subió a la cu mbre, dond e subió a bordo d e aquella nave y salió d e ella lueg o con la V arilla de Vi rtu des y las T a blas de la Ley, que habían sido preparadas para él. " P e r o e s o n o e r a s u f i c i e n t e . Tu v i m o s q u e h a c e r l o p r o p i o e n otras tierras. En el país que hoy llamamos la India, nosotros no s encarg áb amo s d e la educación y formación del h ijo varón de uno de los más poderosos príncipes de aquellas tierras. 175


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Considerábamos que su poder y gran prestigio arrastrarían a todos los naturales de aquella tierra a seguirle y adherirse a una forma especial de disciplina que aumentaría el estado espiritual de sus seguidores. Gautama tenía sus ideas propias y nosotros, más que discutírselas, dejamos que por sí mismo hallase su disciplina espiritual. Una vez más, nos hallamos con que los discípulos, o sacerdotes — generalmente en provecho propio —, deformaron el sentido de los escritos de su maestro. Siempre pasa lo mismo: en este mundo un pequeño grupo de personas, que se proclaman sacerdotes a sí mismos, se empeñan en publicar o reescribir por su cuenta los textos sagrados, de manera que sus propios poderes y su autoridad se vean aumentados. "Otros muchos fundaron nuevas ramas de la religión: Mahoma Confucio, los nombres son demasiados para que se mencionen uno por uno. Pero cada cual de todos esos hombres estaba bajo nuestra dirección, o formado por nosotros, con la intención de que estableciese una fe mundial, que guiase a los hombres hacia las buenas sendas de la vida. Queríamos que cada uno de los hombres de este mundo tratase a los demás como quería que los demás le tratasen a él. Luchábamos para establecer un estado de armonía universal como la que ya existía en nuestro propio Imperio; pero la nueva humanidad no estaba lo bastante avanzada para dejar de lado el bien del propio Yo y buscar el de sus semejantes. "Los Sabios estaban muy descontentos de aquel estancamiento. Después de una reunión que tuvieron, se propuso un cambio de dirección absoluto. Uno de los Sabios llamó la atención de los reunidos sobre el hecho de que todos los que habían sido mandados sobre la Tierra, pertenecían a grandes y poderosas familias. Como demostró claramente, esto era causa de que automáticamente las clases inferiores rechazasen las palabras de todos aquellos individuos situados en las altas esferas de la aristocracia. A consecuencia de todo ello, se realizó una encuesta, por medio de los Archivos Akáshicos, en busca de una mujer adecuada para poner en el mundo un hijo que respondiese a d i d di i U j idó


nea de una familia de pobre condición y natural de una tierra donde pudiese esperarse que una nueva religión podía a d q u i r i r a r r a i g o . Lo s i n v e s t i g a d o r e s n o m b r a d o s a l e f e c t o , i n mediata y asiduamente, se pusieron a la tarea. Se presentaron gran número de caminos posibles. Tres hombres y tres mujeres, secretamen te, fuero n d epositados sobre la Tierra a fin de q ue se con tinu asen l as in v est igac io nes , d e fo rma qu e la fami lia más adecuada resultase elegida para el caso. "Por consentimiento de varias opiniones, resultó favorecida una mujer muy joven, casada con un artesano de la más antigua artesanía del mundo: un carpintero. Los Sabios consideraron que la mayoría de los hombres pertenecían a esta clase y escucharían con preferencia las palabras de uno de los suyos. Así, pues, la mujer recibió la visita de uno de los nuestros que ella consideró como un ángel, quien le anunció lo que para ella sería un gran honor. Tendría un hijo, fundador de una nuev a r eli gión. A su d eb ido t ie mpo , aq uella mu jer qu edó embarazada. Mas, entonces ocurrió un hecho, muy frecuente en aquella parte del mundo; la mujer y su esposo tuvieron que huir de su casa, por culpa de la persecución de uno de los reyes locales. "Los esposos siguieron lentamente su camino hacia una ciudad del Oriente Medio y allí la mujer sintió que había llegado su tiempo. No había sitio adonde hospedarse, sino en el est ab lo d e u n a p o sad a . Al lí n ació el n iñ o . No sot ro s h ab ía mo s seguido la huida, para poder intervenir si llegaba el caso. Tres de los miembros de la tripulación de la nave del espacio descendieron sobre la Tierra y se dirigieron al establo. Con natural contrariedad, se enteraron más tarde de que su embarcación aérea había sido considerada como una estrella de Oriente. " El n iñ o creci ó y , d ebid o al espe ci al ad oc t rin a mi ento q u e re. cibía por vía telepática, realizó grandes progresos. En su primera juventud discutía con sus mayores y plantó cara al clero local. Al llegar a la edad viril se retiró de todas sus amistades y peregrinó a través de muchos países del Oriente Medio. Nosotros lo dirigimos hacia el Tíbet, y él traspuso 177


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las cordilleras y permaneció un tiempo en la catedral de Lhasa, donde aún hoy en día se conservan las huellas de sus manos. Aquí tuvo la revelación y la asistencia indispensables para poder formular una religión adecuada a los pueblos del oeste. "Durante su estancia en Lhasa se sometió a un tratamiento especial, por el cual el cuerpo astral del humano terráqueo que se albergaba en su cuerpo fue liberado y ascendido a otra existencia. En su lugar se instaló un cuerpo astral de nuestra elección. Se trataba de una persona con gran experiencia en lo tocante a materias espirituales, mayor que la que se puede obtener bajo las condiciones de la Tierra. Este sistema de transmigraciones es uno de los que empleamos muy a menudo cuando se trata de razas retrógradas. "Finalmente, todo estaba a punto, y el peregrino hizo su viaje de vuelta a su patria. Llegado allí, tuvo éxito reclutando varias personas que se prestaron a difundir la nueva religión. "Por desgracia, el primer ocupante de aquel cuerpo había disputado con los sacerdotes. Ahora, éstos se acordaban de aquellos episodios y preparaban un incidente que les permitiese detenerlo. Como sea que el juez encargado del caso dependía de todos ellos, el resultado podía conocerse de antemano. Nosotros examinamos la conveniencia de una intervención; pero, por fin, prevaleció la opinión de quiénes creían firmemente que de intervenir visiblemente nacerían males para el mundo en general y para la nueva religión en particular." »La Voz acabó sus palabras. Yo permanecía mudo, fluctuando entre las pantallas en continuo cambio, mostrando, una tras otra, las imágenes de aquellas cosas acontecidas en años lejanos. También vi cosas que era muy probable que sucediesen en el futuro; porque el futuro probable puede proverse tanto por lo que se refiere al mundo entero como a un país cualquiera. Vi mi querida patria invadida por los detestados chinos. Vi el alzarse — y la caída — de un mal régimen político, que me parece que se llamaba comunismo; pero ello no representa nada para mí. Por fin, experimenté un enorme agotamiento. Sentí que aun mi cuerpo astral se í d


fallecer por el esfuerzo a que se había obligado. Las pantallas, hasta ahora de vivos colores, se volvían grises. Mi visión vaciló y seguidamente caí en un estado de inconsciencia. »Un hor rib le mo vimien to de balan ceo me d espe rtó d e mi su eñ o , o t a l v e z d e m i d e s m a y o . A b r í l o s o j o s , ¡ p e r o n o te n í a o j o s ! A u n q u e t o d a v í a n o p o d í a m o v e r m e , e n c i e r t o mo d o n o taba que volvía a encontrarme en mi cuerpo físico. El balanceo era que la mesa que transportaba mi cuerpo seguía por el corredor de la ñave del espacio. Una voz sin dar ningún signo de emoción, en voz queda, afirmó: "¡Ya tiene conciencia!" Siguió un gruñido de confirmación y luego siguió el s i l e n ci o , a co m p a s a d o p o r e l ru i d o d e p as o s y e l lev e c h i r r id o de metal cuando mi mesa operatoria chocaba contra la pared. »Estaba tendido, solo, en aquella sala metálica. Aquellos hombres habían depositado la mesa y se habían marchado en sil e n c i o . T e n d i d o , i b a r e f l e x i o n an d o l a s c o s a s m a r a v i l l o s a s d e que yo había sido testigo. No sin cierto resentimiento. Las continuas invectivas contra los sacerdotes. Yo era un sacerdote y ellos estaban contentos de utilizar, sin contar con mi voluntad propia, mis servicios. Mientras permanecía reflexionando todas estas cosas, me llegó al oído el ruido de la p uerta met ál ica q ue s e d esl iz ab a. Un h o mb r e en t ró en l a Sa la y se cerró, resbalando, la puerta tras él. »"¡Muy bien, monje — exclamó la voz del doctor —, lo habéis hecho muy bien. To dos estamos muy orgu llosos de vos. Mientras yacíais inconscien te, examinábamos d e nu evo vuestro cerebro y nuestros instrumentos, y éstos nos demostraban que tenéis almacenado todo el conocimiento depositado en vuestras células cereb rales. Habéis en señado muchas cosas a nuestros jóvenes de ambos sexos. Pronto seréis puesto en libertad. ¿Os hace feliz, la noticia?" » "¿ Fe li z, s eñ o r d o cto r ?" Int e rro gu é a mi v ez . " ¿Qu é mot ivos tendría de sentirme dichoso? He sido captu rado, se me ha co rtado la cúspide del cráneo, se me ha separado el espíritu del cuerpo, se me ha insultado como a miembro del clero y luego — después de haberse servido de mi persona — vais a 179


abandonarme como una persona destinada a una miserable muerte. ¿Feliz, yo? ¿Por qué razón debo creerme afortun ado? ¿Es que vais a restablecer mis ojos? ¿Proporcionarme unos medios de subsistencia? ¿Cómo deberé hacerlo para subsistir?" Así le hablé casi con sarcasmo. » "Una de las mayores d esgracias d el mundo , mon je — d ijo el doctor —, es que la mayor parte de personas son negativas. Ser negativo, carece de sentido. Podéis decir de un modo positivo lo que deseáis. Si la gente de vuestro mundo pensase positivamente, dejarían de ser muchos conflictos existentes, po rque se adoptan actitudes n egativas , pese a q ue exijan, por ser negativas, un mayor esfuerzo." »"¡Pero, señor doctor!", exclamé. "Pregunto lo que pensáis hacer de mí. ¿Cómo podré vivir? ¿Qué deberé hacer? ¿Me tengo que limitar a retener esos conocimientos hasta que llegu e alguien que me diga que él es la pers ona elegida, y entonces pon ernos a ch arlar los do s como d os viejas en la plaza del mercado? Y, ¿qué razón tenéis para creer que haré la misión qu e me ha sido enco mend ada, pensando co mo vos pensáis acerca de los sacerdotes?» »"¡Monje! — dijo el doctor —, os vamos a instalar en una confortable cueva, con un limpio suelo de roca. Habrá en ella u n p e q u e ñ o c ho r r o d e a g u a , b a s t a n t e p a r a v u e s t r a s n e c e s i d a des en lo que a este extremo se refiere. Por lo que respecta a la co mid a, vu est ro est ad o s acerdo ta l os aseg ura q u e tod o el m u n d o o s t r a e r á d e q u é p o d e r c o m e r . Lo d i g o d e n u e v o , h a y sacerdotes y sacerdotes; vosotros, los del Tíbet, sois por lo general buenas personas y no nos peleamos con ellos. ¿Acaso no habéis observado que, en tiempos anteriores nos hemos servido de ellos? También me preguntáis acerca de aquél a quien tenéis que comunicar vuestro saber; tenedlo bien presente: lo conoceréis, cuando el hombre se presente. Transmitid vuestro saber a éste y a nadie más." »Así yo estuve a su merced por completo. Pero después de u n as h o ras , el d o cto r v in o d e n u evo a v e r m e y me d ijo : " Ah o ra , v ais a reco brar el mov i mi ento . An te s os dare mo s un as ves tiduras nuevas y un cuenco también por estrenar." Unas ma180


nos se ocuparon de mi persona. Me quitaron de encima una ser ie de raros o bjetos . Mi sá bana fu e sustit uida por unas nuevas vestiduras; las primeras vestiduras nuevas que jamás haya poseído. Me las pusieron encima del cuerpo. Entonces recobré el movimiento. Algún practicante varón me pasó el brazo por encima de mis espaldas y me ayudó a bajar de a q u e l l a m e s a o p e r a t o r i a . P o r p ri m e r a v e z , d e s p u é s d e u n d e s conocido número de días, pude estar de pie, sano y ágil. » Aquella no che, reposé más contento, envuelto en una sában a que también me había sido regalada. Y por la mañana, como y a h e d ich o, fui sacado de la n av e y d epositado en esta cueva donde he vivido solitario por más de sesenta años. Mas, ahora, antes de que descansemos por la noche, bebamos un poco de té, ya que mis tareas tocan ya a su fin.»


Capítulo decimoprimero

El joven monje se sentó de un golpe, sintiendo en las vérteb ras del cuello un escalo frío de terro r. Algo le había rozado. Algo había paseado unos dedos glaciales por su frente. Durante u n r ato m u y l a rg o estuv o sen tad o , a p u n t o d e p o n e rs e e n p ie , aguzando los oídos para poder percibir el menor ruido que se produjese. Con los ojos abiertos de par en par y con todo s sus esfuerzos, luchaba en vano para atravesar las tinieblas espesas a su alrededor. Nada se movía. Ni el mentir vestigio d e ru ido algu n o lleg aba a ro zar su at en ción . La ent rad a de la cueva se veía de una negrura más ligera distinguiéndose vagamente de la completa falta de luz que abismaba la caverna. Aguantó la respiración, hasta que logró escuchar los latidos de su propio pecho y los débiles rumores de sus propios órganos. Ni el más leve susurro de hojas movidas por el viento se producía. Ni una sola criatura de la noche se anunciaba. Sil enc io . L a fa lta absolu ta de todo ru ido, qu e poc as person as del mundo conocen, y nadie que viva en comunidades populosas. Otra vez, rastros luminosos recorrían alrededor de su cabeza. Con un estremecimiento de terror pegó un brinco en el ai re y su s p i ern as y a co rrí a n , an tes d e vo l v er a repo sa r s obre el suelo. Saliendo, veloz, de la cueva, sudando de terror, se detuvo ap resu rad a men te al l ado del fuego , q ue es t ab a b ien cubie rto . Entonces, quitó la tierra y la arena que cubrían las brasas encendidas. A toda prisa, eligió una rama bien seca y sopló lo s res co ld o s h ast a q u e p a re ci ó q ue l as v ena s d el cu ello y d e la frent e fu ese n a est all ar b aj o el es fuer zo. Fina l men te , de l a l e ñ a b r o t ó u n a l l a ma . S o s t e n i e n d o a q u e l p a l o c o n u n a m a n o , eligió apresuradamente otro palo y aguardó que a su vez se le pagase fuego. Al fin, con una antorcha encendida en cada mano, entró lentamente en la cueva. Las llamas vacilantes saltaban y danzaban a cada movimiento que el joven 182


h a c í a . La s s o m b r a s , g r a n d e s y g r o t e s c a s , s e l a n z a b a n a c a d a uno de sus lados. Nervio s a m ente, es cudr iñ ab a a su al reded o r. Bu s cab a an si o sam e n t e , c o n l a e s p e r a n z a d e q u e h a b í a s i d o u n a t e l a r a ñ a q u e se h abía ar ra st rad o p or enci ma d e su cu erpo ; p ero no se veí a e l menor signo. Entonces pensó en el viejo ermitaño y se r e p r e n d i ó a s í mi s m o , p o r n o h a b é r s e l e o c u r r i d o a n t e s h a b e r pensado en el anciano. «¡Venerable!», llamó con con voz trémula. «e0 encontráis bien?» Con los oídos tensos, escuchó; mas, no obtuvo respuesta alguna; ni un eco. Vacilando avanzó lentamente hacia el fondo de la cueva, con las dos ramas encendidas por delante. Al final de la cueva, giró a la derecha, donde nunca había entrado, y lanzó un suspiro de satisfacción al ver el anciano sentado en la posición del loto, al final de otra caverna menor que la otra. U n e x t r a ñ o r u i d o d e g o t a s l e s o r p r e n d i ó c u a n d o i b a a r e t i r a r se en s ilen cio . Mirand o co n tod a s u a ten ción vio q ue s e t r at a b a d e u n m a n a n t i a l q u e b r o t a b a d e u n s a l i e n t e d e l a s p a r e des de aqu ella estan cia — d ro p-drop -d ro p —. El jov en monje s e tranquilizó. «Lamento el haber entrado aquí sin vuestro permiso, Venerable», le dijo. «Temía que os sintieseis e n f e r m o . Y a m e v o y .» Pe ro , n o o b t u v o n in g u n a r e s p u es t a . N i un solo mov imien to. El anciano estab a allí sentado, como una estatua de piedra. Con temor, el joven avanzó unos pasos y permaneció un momento contemplando aquella figura inmóvil. Por fin, con temor, extendió el brazo y tocó un hombro d el anc iano . E l espí ri tu y a n o estab a. An te s, eng añ ado po r el temblor de las llamas, no había pensado en el aura del eremita. Ahora se daba cuenta de que también le había abandonado, que ya no existía. Muy triste, el joven se sentó enfrente de aquel cadáver y recitó el antiquísimo ritual de los difuntos. Dando instrucc i o n e s p a r a l a s e t a p a s d e l E s p í r i t u , e n e l c a mi n o d e l o s C a m pos Celestiales. Advirtiéndole de las posibles asechanzas que, aprovechándose del confuso estado de la mente, le tenderían las fu erza s del m al . Por f in , h ab ien d o cu mp lido co n s u s o b ligaciones religiosas, se puso lentamente en pie, se inclinó hacia 183


el difunto y, habiéndose consumido ya las dos antorchas, el joven buscó su camino en el exterior de la cueva. El viento precursor del amanecer empezaba sus murmullos fan tas mal es a t rav és d e los árb oles . Un silb i do ag udo , p rod u cido por el paso del viento por las fisuras de las rocas como una altísima y fortísima nota aguda de órgano se escuchaba en l as altu ras . Poco a po co , l as p ri m eras fr a njas de luz ap a re cieron pálidas en las alturas y se destacó progresivamente la más lejana de las cordilleras. El joven monje estaba triste men te a cu r ru cad o mu y c er c a de l fueg o , p regu n tándo s e q u é tenía que hacer, pensando en las brumosas tareas que le aguard ab an . E l ti e m p o p ar ec ía in m ó v il. Pero , al fin, de spués d e lo que parecía representar una infinitud de edades, el sol apareció y se hizo de día. El joven monje plantó una rama dentro del fuego y aguardó pacientemente hasta que brotaron llamas en la punta. Entonces, con toda pesadumbre, agarró la antorcha ardiente y entró, temblándole las piernas, hasta llegar a la cámara interior. El c u e r p o d e l v i e j o e r e m i t a e s t a b a s e n t a d o c o m o s i a ú n e s t u viese vivo. Con aprensión, el joven monje se agachó y sin apenas es fu erzo al gu no , lev antó el cad áv er y se lo carg ó a l h ombro. Con paso vacilante emprendió la marcha hacia el exterior de l a cu ev a y l ueg o, po r la sen da, ll eg ó h a st a l a pi edra p lan a que parecía agu ardarles . Lentamente, el jo ven des pojó d e s us vestiduras aquel cuerpo consumido y experimentó unos instantes de compasión ante la visión de aquel casi esqueleto, c on l a p i e l a d h er id a a l o s h u e sos . C on un e s tr e me ci mi ento de repugnancia, plantó el cuchillo de afilado pedernal en la parte baja del abdomen de aquel cadáver. Se produjo un ruido al cortar los cartílagos y las fibras musculares, que advirtió a los buitres, que se aproximaron rápidamente. Habiendo expuesto aquel cadáver y sus entrañas abiertas por completo, el joven alzó una pesada roca y la tiró sobre el crán eo , d e forma qu e los seso s se esparcieron sob re la p ied ra. Luego, con lágrimas que le corrían abundantes por las mejillas, se llevó los hábitos del ermitaño y el cuenco que utilizaba y se arrastró, paso a paso, hasta el interior de la cueva, 184


dejando que los buitres se peleasen y luchasen, a espaldas de aquel joven monje. Tiró entonces a la hoguera aquellas vestiduras y la vasija, aguardando hasta que las llamas consumieron rápidamente todos los restos. El joven monje, muy apenado, con lágrimas que brotaban de sus ojos y regaban la tierra sedienta, se marchó de allá y cam i n ó l e n t a me n t e . C ru z ó e l d es f i l a d e r o , m a r c h a n d o h ac i a o t r a fase de su existencia.


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