EL ERMITAÑO (LOBSANG RAMPA)

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Ahora, sin que se le advirtiese, levantaba su propio cuenco. El joven monje lo tomó y, apartando la espuma de impure zas , ra mit as y broza, l lenó el cu en co h ast a la mi tad y s e lo devolvió con todo cuidado. El presidiario murmuró que poseía un cuenco entre sus harapos. Presentándolo, se le llenó del todo, ya que go zando d e su vista no se le perdería ni una sola gota. El joven monje llenó su propia taza y se sentó descansadamente a beberla, con aquel suspiro de satisfacción que sale de uno cuando ha trabajado intensamente para lograr algo. Por un tiempo reinó un silencio total, mientras cada cu al d e los presentes seguía el cu rso d e su s pens amientos . De tanto e n tan to , el jov en mon je se lev antaba a llen ar de nuevo las tazas de sus compañeros y su propia taza. Se oscureció el atardecer. Un viento frío hizo que las hojas d e los árboles susurrasen a manera de cantos de protes ta. Las ag uas d el lado se ag it aron y ll en aron d e a r ru g as y crep i tab an y susurraban entre los guijarros de la orilla. El joven monje acompañó solícitamente al viejo ermitaño hasta el interior, ahora oscuro, de la cueva; luego, volvió adonde se encontraba el enfermo. El joven monje lo trasladó al interior de la caverna y labró una depresión para su cadera, al paso que le sirviese de cabecera. «He de hablarle — dijo el hombre — porque me queda muy poco tiempo de vida.» El monje salió unos momentos para proteger el fuego con un montón de ar ena y p re serv arlo ado r meci d o po r l a no ch e. Po r la mañ a n a, las cenizas todavía se conservarían rojas y sería fácil reavivar una llama vigorosa. Estando allí los tres hombres — uno acercándose a la edad viril, otro de media edad y el tercero, anciano — sentados o a c o s t a d o s e l u n o c e r c a d e l o t r o , e l p r i s i o n e r o v o l v i ó a ha c e r u so de la palabra. «Mis horas se están acabando», d ijo. «Siento qu e mis antepas ados están a punto de acog erme y darme la bienvenida. Durante un año entero, he sufrido y me he cons um i d o . H e e st a d o v a g a n d o e nt r e Lh as a y P hari, y end o y volviendo en busca de comida y auxilio. Afanándome. He encontrado grandes lamas que me han rechazado y otros que han sido buenos conmigo. He visto personas humildes que me 47


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