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RENZO ZAZZALI BIG RIDER Escribe: Eduardo Prado
Foto: Alonso Molina
A
l mar no hay que tenerle miedo, piensa Zazzali, a pesar de todo. Tampoco hay que imaginarlo como una fuerza traicionera, sino como «un tigre salvaje, que si te ataca es porque forma parte de su naturaleza», ensaya el veterano surfista de 43 años, quien alguna vez estuvo a punto de morir (o perder una pierna) a causa del vigor del mar. Si una persona corre en un sitio donde no conoce las olas —dice—, el mar lo jalará. Pero para un surfer como él —que ha viajado a Japón, Hawái, Galápagos, Indonesia, por todo Centroamérica, en busca de las mejores olas—, el mar representa una metáfora superior: es una vía de escape, un salvavidas, un espacio para ser libre: «Siempre me he apartado del rebaño. Soy un poco rebelde porque tengo el sentimiento de libertad. Y una vez que has experimentado y gozado eso, lo quieres tener siempre. Entonces de pronto me salgo y me desconecto. Y luego regreso». Además de rebelde, Renzo Zazzali es casi un autodidacta de la tabla. Durante su infancia, en las playas del Regatas, observaba a los surfers deslizarse sobre las olas. Aunque nadie de su familia practicaba ese deporte, a los 4 años le pidió a su mamá que le comprara una Piti tabla. Así comenzó su aventura: «Fue una simple iniciativa mía de querer correr olas», recuerda. Dos años después, consiguió que le regalaran una tabla Morey. Se paraba sobre ella y corría olas de un metro y medio —enormes para un niño de su edad— con total naturalidad. Después siguieron las playas de la Costa Verde y luego los éxitos en competiciones. El Faraón, como lo conocen en el círculo del surf nacional, es un big rider: un tablista de olas enormes que pueden alcanzar los nueve metros de altura. *** Entre los 14 y 23 años, Zazzali fue un asiduo participante de competencias de tabla. Obtuvo
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en tres ocasiones el campeonato nacional y viajó a dos mundiales junto a la selección peruana. Las cosas le salían bien en el mar. Sin embargo, luego de ganar su último nacional en 1997, se sintió confundido y estresado. No experimentaba satisfacción en aquellos circuitos, sino solo estrés por la búsqueda imperativa de olas buenas, por correr de forma adecuada y no defraudar a los auspiciadores. «Para mí, en el mar y el surfing uno busca correr olas y meterse al agua para sentirse libre, dejarse llevar por sus emociones y sentimientos. En cambio, cuando estás en campeonato, pasa todo lo contrario», dice Zazzali. Cuando se dio cuenta de que prefería ir a correr una buena ola en cualquier lugar que intentar destacar en un torneo, decidió dejar estos de lado. Pero también hubo otro factor importante que lo condujo a esta revelación: Pico Alto. Renzo Zazzali se subió a sus olas por primera vez a los 21 años, una experiencia que le recordaría sus momentos más memorables en el mar: «Ese día corrí olas de cuatro metros y logré una conexión muy especial con Pico Alto. Volví a tener la misma sensación que cuando corría en el Regatas, la adrenalina, y que no sentía hacía catorce años». Desde ese momento, nunca más dejó de surfear allí, y hoy asegura es una de las razones de su existencia. «Me ha dado tanta gratificación y me ha hecho sentir tan bien. He pasado momentos muy agradables dentro de esa ola y también de supervivencia, porque muchas veces he estado apunto de ahogarme. Eso hace que tu cuerpo se llene de energía», confiesa el tablista. *** Hace cinco años, en el día del padre, Renzo desayunó con sus hijos, pero luego agarró su tabla y se fue a Pico Alto. El mar se veía enorme. En el agua solo había dos motos acuáticas, y una de ellas se cruzó en el camino del surfista. Ambos comenzaron a discutir, hasta que de pronto la moto arrancó rápidamente. Cuando Zazzali se dio la vuelta, se topó de cara con una ola de ocho metros: «Una ola de ese tamaño te puede matar, y yo no tenía chaleco». Intentó escapar, pero lo embistió una segunda ola y luego una tercera. Al borde del desmayo, logró aferrarse a la pita de su tabla y, después de la sexta ola, la marea lo devolvió a la playa. «Incluso vomité un poco de sangre y cuando me eché en la orilla me quedé dormido. Tuve mucho miedo, pero nunca perdí la calma. Si lo hubiese hecho, tal vez ya no estaría acá», reflexiona. No obstante, esa no ha sido la experiencia más
PARA ÉL, QUE HA VIAJADO A JAPÓN, HAWÁI, GALÁPAGOS, INDONESIA, EN BUSCA DE OLAS, EL MAR REPRESENTA UNA METÁFORA SUPERIOR: ES UNA VÍA DE ESCAPE.
dura de Renzo Zazzali en el mar. En el 2004, en La Isla, Punta Hermosa, perdió el equilibrio mientras tentaba una maniobra: «Caí sobre la tabla o las rocas, y el fémur se me rompió en cuatro pedazos. No encontraba mi pierna; luego vi que la tenía enganchada por la parte de atrás de mi hombro». Recién después de permanecer casi media hora en el agua, lo trasladaron al hospital. El médico que lo examinó le dijo que debían amputarle la pierna, pero su hermano —que había regresado del aeropuerto a punto de embarcarse a Brasil— consultó a otro doctor, quien propuso operarlo. Luego de trece horas de cirugía y treinta y ocho clavos quirúrgicos, lograron salvar su pierna. La mala noticia era que, según los médicos, nunca más podría volver a surfear. «Si me quitan las olas y el mar, me muero», asegura Zazzali. Tras el accidente, se sometió a un duro proceso de recuperación, con la disciplina de un soldado, durante año y medio. Todos los días, sin falta, iba al Regatas para recibir sus sesiones de rehabilitación. Pasó los primeros cinco meses en andador, después en muletas, y finalmente sin ayuda pero poco a poco, sin precipitarse. «Y de ahí empecé a correr de nuevo. Me perdí una temporada de Pico Alto como de cinco años porque me aterraba meterme al agua». Ahora, luego de haber recuperado también su confianza, ha llegado a las últimas finales del torneo de Pico Alto, la única competencia en la que todavía participa. Porque Renzo Zazzali puede soportar -al parecer- cualquier cosa, menos una vida sin surcar olas gigantes.
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