Phoenix # 16

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Revista Phoenix | NĂşmero 16 | Semestre II | 2015

ISSN 0124-8308

Phoenix 16


Revista Phoenix Vo1. 1 | N º 16 | ISSN 0124-8308 UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA Facultad de Ciencias Humanas Phoenix 16 dedica este número al género de la ciencia ficción. Recoje artículos de carácter académico, crítico y de creación literaria.

RECTOR Ignacio Mantilla Prada VICERRECTOR Diego Fernando Hernández DIRECTOR BIENESTAR SEDE BOGOTÁ Oscar Oliveros COORDINADORA PROGRAMA GESTIÓN DE PROYECTOS Elizabeth Moreno DECANO FACULTAD CIENCIAS HUMANAS Ricardo Sánchez Ángel DIRECTORA BIENESTAR CIENCIAS HUMANAS Susana Barrera Lobatón DIRECTOR DEPARTAMENTO DE LITERATURA Alejandra Jaramillo

DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN Luisa Burgos IMPRESOR GRACOM Gráficas Comerciales CONTACTO DEL GRUPO Phoenix: Literatura, arte y cultura 16 literaturaphoenix@gmail.com Phoenix Literatura Arte Cultura http://phoenixliteraturaarteycultura.blogspot.com/

Universidad Nacional de Colombia Cra 45 No 26-85 Edificio Uriel Gutiérrez Sede Bogotá www.unal.edu.co proyectoug_bog@unal.edu.co proyectougbog@gmail.com ugp.unal.edu.co /gestiondeproyectosUN issuu.com/gestiondeproyectos

COORDINADORA Diana Patricia Zerda Acosta COMITÉ EDITORIAL Ana Virginia Caviedes Alfonso Diana Zerda Acosta Johan Manuel Chamorro Cifuentes Mariana Bejarano Pinzón Daniel Esteban Ortiz Coy Laura Daniela Patiño CORRECCIÓN DE ESTILO Ana Virginia Caviedes Alfonso Diana Zerda Acosta Johan Manuel Chamorro Cifuentes Mariana Bejarano Pinzón

Phoenix es una revista que reúne diferentes expresiones artísticas y reflexiones sobre temas culturales. Es una publicación de la Universidad Nacional de Colombia y de los estudiantes vinculados a Phoenix: Literatura, Arte y Cultura. Los textos presentados en la siguiente publicación expresan la opinión de sus respectivos autores y la Universidad Nacional no se compromete directamente con la opinión que estos pueden suscitar.

APOYO DOCENTE Iván Padilla Chasing PORTADA / Mongroel La imagen de la portada ha sido modificada por el comité editorial y no responde a los intereses artísticos de Mongroel. La versión original puede conseguirse en el siguiente enlace: http://issuu.com/revistaphoenix/docs/escritor

FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS DIRECCIÓN DE BIENESTAR DIRECCIÓN DE BIENESTAR UNIVERSITARIO ÁREA DE ACOMPAÑAMIENTO INTEGRAL PROGRAMA GESTIÓN DE PROYECTOS


Phoenix

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Sum

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Porthole 2 - Illustration for the Starcall Anthology | Bob Bello


Editorial 7 Bitácora de la nave Phoenix-16 Ensayo 10 Problemáticas de la exaltación de la mente y el desvanecimiento del cuerpo en Feed y en Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por Google

Creación literaria 24 Hacia la D.C. (Digital City) 34 Todo en orden 38 La república de los endoscopios 46 Rastreador 54 www.tupais.com 62 Sonia la roja y Lessingham en el país de los sueños Reseña 86 ¿A qué podría llegar una sociedad humana donde se controlara la mente de los individuos de forma directa con el uso de tecnologías avanzadas?

92 Dick, Philip. 2008. Blade runner. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? New York: Edhasa

Autores 96 Contacto 99



Luego de un viaje complicado por el Sistema de las Máscaras, en donde gran parte de nuestra tripulación fue abducida, la nave Phoenix-16 se encuentra en este nuevo planeta. Parte de este astro desconocido permanece sin explorar, por lo que nos aventuraremos en una tarea sin precedentes; durante nuestra llegada recibimos refuerzos y dotaciones para continuar, y gracias a nuestra nueva generación de tripulantes, la insigne misión de explorar los vínculos entre la literatura, el arte y la cultura de las civilizaciones emergentes ha sido fructífera. Mientras orbitábamos este cuerpo celeste, encontramos valiosa información consignada en las bitácoras de misiones anteriores que iluminaron el panorama histórico de este nuevo mundo. Recogimos muestras que daban cuenta de increíbles fenómenos que iban desde la Fundación de Imperios Galácticos, hasta la creación de Vastos Sistemas de Inteligencia Viva. Phoenix-16 se propone, ahora, explorar un sector neófito dentro de esta civilización con características únicas. Para lograr esta empresa acumulamos algunas muestras que dan cuenta de la manera particular en que los habitantes de este mundo reevalúan su realidad. La recolección arrojó: ensayos, traducciones, textos de creación literaria y piezas gráficas que nos disponemos a compartir. Agradecemos a todos los colaboradores y, por supuesto, a ustedes, los lectores. Esperamos que el fruto de este trabajo inspire a nuevas generaciones de investigadores a crear y a desentrañar los misterios de estas nuevas expresiones, y, por tanto, los invitamos a participar del proyecto en futuras entregas. La misión de exploración Phoenix está habilitada para recibir nuevos tripulantes, sin discriminar su especie o especialidad, con tal de que estén dispuestos a soñar con ovejas eléctricas. Con un grupo consolidado, podremos hacer que este proyecto siempre resurja de las cenizas. Live long and prosper, Comité editorial Phoenix

Phoenixon | Nasa

Bitácora de la nave Phoenix-16



Ensayo


Problem谩ticas de la exaltaci贸n de la mente y el desvanecimiento del cuerpo en Feed y en Vi las mejores mentes de mi generaci贸n destruidas por Google Ana Virginia Caviedes Alfonso


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Para Mark Dery, el comportamiento social indudablemente se ve afectado cuando se pasa demasiado tiempo en el ciberespacio porque hay un evidente desvanecimiento del cuerpo. Lo intangible, lo que tiene que ver con las ideas y pensamientos, se canaliza en los medios electrónicos, pero también difumina el papel del cuerpo en las relaciones sociales y en la realidad material: “Aquellos que pasan mucho tiempo conectados por módem o espacios virtuales hablan con frecuencia de una peculiar sensación de presencia” (Dery, 1998, p. 14). ¿Qué diferencia existe entre la presencia tangible de una persona y su estado virtual? El narrador de Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por Google se cuestiona acerca de la existencia real de su padre, quien “sigue vivo, aparentemente” mas con quien no se ve cara a cara desde hace seis años y solo se comunica por computador, se comunica con lo que, en el caso de que exista su padre, manifiesta su mente. Esta dicotomía entre el cuerpo y la mente es el problema desde el cual reflexionaré en este ensayo, a partir del cuento de Bruce Sterling y la novela Feed de M. T. Anderson. En este sentido, me propongo explorar los problemas a los cuales se hace referencia en las dos obras y la postura de los escritores frente a ellos. Para legitimar lo anterior me apoyaré en el concepto de forma arquitectónica de Bajtín (1986), que es la “expresión de la posición valorativa activa del autor-creador realizada por medio de la palabra pero referida al contenido” (Bajtín, 1986, p. 79),

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es decir que se trata de axiomas éticos desde los que parte un autor, consciente de ellos o no, para expresar estéticamente su punto de vista sobre la realidad. Esa evaluación que el autor hace, para el caso de Sterling (2007), se reconoce a través de la ironía y los juicios que el narrador introduce a lo largo del relato, y, para el caso de Anderson, se reconoce a través de las reflexiones en forma de sentencias realizadas por el personaje Violeta, y de las descripciones del personaje Titus. Para comenzar, como dice el filósofo José Antonio Pérez Tapias, la técnica y las herramientas han acompañado a la humanidad en toda su evolución como prolongación del cuerpo (Pérez Tapias, 2003, p. 31), sin embargo, esa prolongación pareciera que se está convirtiendo en una sustitución para darle paso a la mente en la dicotomía clásica. Por Internet estaría la expresión de la mente pero no el cuerpo presente. Esa “peculiar sensación de presencia” de la que hablan los usuarios, ese estar en Internet, estaría pues reemplazando al cuerpo. En Feed encuentro un guiño a este desvanecimiento del cuerpo en las heridas de los jóvenes que tienen el microchip en el cerebro, el alimentador, por medio del cual están permanentemente conectados a la Red. Se menciona que tienen heridas cada vez más grandes, hasta que, al final, uno de los personajes “había perdido tanta piel que le podías ver los dientes hasta cuando tenía la boca cerrada” (Anderson, 2004, p. 182). Todo ocurre en el alimentador (un dispositivo de información que tiene cada persona, de clase media alta y alta, en su cabeza); por eso a Titus, el protagonista de Feed, le parece muy extraño que “antes tenían que usar las manos y los ojos. Las computadoras estaban fuera del cuerpo. Tenían que cargarlas en las manos, como si llevaras los pulmones en un portafolios y tuvieras que abrirlo para respirar” (Anderson, 2004, p. 41). El cuerpo se vuelve inútil si todo se puede hacer con la mente. Sin embargo, en la novela el personaje de Violeta, análogo al narrador de Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por Google, se manifiesta contra esto. Es un personaje que constantemente cuestiona la dependencia en el alimentador e incita a Titus a revelarse contra el artefacto. Por ejemplo, mientras estaban en una fiesta, en la que en vez de escuchar música con los oídos, ésta era sintonizada en el alimentador de cada uno, ella lo invita a salir y apagan la música del chip: “era raro ver gente moviéndose al ritmo de nada” (Anderson, 2004, p. 66). Tanto en la novela como en el cuento, se evalúa esa transformación del comportamiento social que mencioné al principio. En el caso del cuento de Sterling, el narrador se niega a aceptar que el cuerpo quede soslayado de la mente, y la presencia física reducida a la nada, a la inutilidad:


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¡No quiero enviarle a Debbie hipervínculos ni videos digitales! ¡Quiero salir con Debbie! ¡Tal vez podamos quitarnos la ropa! Pero no hay ningún ‘salir’ para Debbie y yo. Tampoco hay ningún ‘quitarnos’. […] todas nuestras relaciones sociales abstractas se tratan como si fueran reales con una intensidad fastidiosa. ¡Son digitalizadas! (Sterling, 2007, p. 103)

Como dice Víctor Amar Rodríguez, las relaciones sociales se están dando “en un mundo de apariencias virtuales al cual nos estamos acostumbrando irreversiblemente” (Amar Rodríguez, 2005, p. 176). En Feed la inutilidad del cuerpo llega al extremo. La Red está tan avanzada que es posible intercambiar recuerdos y sensaciones, como si fueran transferencias de archivos en un computador. No obstante, como dice Sherry Turkle, en los mensajes instantáneos se busca comunicar rápidamente un estado, mas “no se pretende abrir un diálogo sobre la complejidad del sentimiento” (Turkle, 2006, p. 49). En la novela solo se envía la imagen del recuerdo y con eso se da por hecho que la persona que lo recibe comprende toda la trascendencia que tuvo en la vivencia del emisor. Entonces, ya no solo se trata de la digitalización de las relaciones sociales sino también de la conciencia individual. Un claro ejemplo de esto es el pasaje en que Violeta, al igual que sus amigos, había sido interceptada por un hacker, pero a diferencia de ellos su chip queda averiado y empieza a perder la movilidad en algunos de sus miembros y sus recuerdos antes de tener el alimentador. Por eso decide enviarle a Titus los recuerdos que todavía le quedan, para que él pueda contárselos después. No obstante, Titus los borra todos sin siquiera haberlos abierto, y cuando se encuentran frente a frente ninguno de los dos dialoga profundamente sobre ellos a pesar de tener la capacidad de hacerlo. Ahora bien, si todo se encuentra en un chip, al perderlo se pierde toda la información, los recuerdos y, en definitiva, la existencia propia, que es lo que le ocurre finalmente a Violeta: “El alimentador está conectado con todo. El control de tu cuerpo, tus sentimientos, tu memoria. Todo. A veces los errores del alimentador pueden ser fatales. No sé, podría perder… no sé” (Anderson, 2004, p. 115-116). Encuentro, entonces, hasta el momento que en Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por Google y en Feed hay una manifestación contra lo absurdo que resulta llevar al extremo el rechazo del cuerpo y la exclusividad de la mente. Violeta busca romper toda dependencia en el alimentador, y el narrador del cuento se rehúsa a la comunicación que no sea en persona, ambos casos porque se encuentran en el

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conflicto de lo que es real y lo que no. Esto tiene que ver con que “la comunicación interhumana es mediatizada en forma progresiva por circuitos electrónicos, donde las informaciones se tornan eslabones de conjunto formalizado. La comunicación y el saber asumen formas simulativas, cuya única garantía de realidad está dada por la máquina inteligente, por el ordenador” (Holmes, D., Virtual Politics, citado por Pérez Tapias, 2003, p. 75). Puedo decir que la simulación estaría entonces en un punto medio entre lo real y lo no real, es decir, que lo virtual no es que no exista (por ser intangible), empero tampoco es totalmente real (por lo mismo). Al estar tanto tiempo en el ciberespacio, tanto tiempo simulando, la simulación, como afirma Pérez Tapias (2003), se termina convirtiendo en constructora de realidad y no al revés, como se supone que debería ser. Se simula un cuerpo pero nunca llega a ser un hecho tangible pues se vuelve innecesario vivir con él fuera del ciberespacio. Por otra parte, en este proceso de transformación cultural, algo que no debe pasar desapercibido es “el auge de formas conversacionales en las que se priva un lenguaje que tiende a devaluarse siguiendo pautas conversacionales muy degradadas –como las del chateo–” (Pérez Tapias, 2003, p. 49). Para el papá de Violeta “el lenguaje se está muriendo. Cree que las palabras están siendo desplazadas. Así que trata de hablar con ironía y raras palabras, para que nadie pueda simplificar nada de lo que dice” (Anderson, 2004, p. 96)1. Sin embargo, aquí no trataré el problema del lenguaje desde el punto de vista de su degradación, sino desde su relación con la dicotomía planteada al principio. Godwin opina que el texto es un modo eficiente de comunicación ya que “cuando lees el mensaje en formato AcII (texto) que esa persona ha publicado, lo único que ves es el producto de su mente” (Godwin, 1998, p. 42). Se vuelve entonces a la exaltación de la mente, y al problema de la presencia física en un contexto virtual. En el caso de Feed, los protagonistas chatean todo el tiempo, incluso estando frente a frente. Cuando el hacker entra en los chips del grupo de amigos, los deja sin poder utilizar el m-chat: “– Ay. Mierda. Sí. Se me olvidó. No hay m-chat. Hay que hablar. – ¿Tenías que recordármelo?” (Anderson, 2004, p. 45). Esto pone de manifiesto un panorama sumamente desolador, evidencia que ya no se chatea porque no se puede hablar (comunicación a larga distancia), sino que se habla porque no se puede chatear. Ante esto el narrador de Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por Google también se revela (incluso va más lejos al rechazar el medio telefónico y el mismo papel):

1 Como dato curioso, el papá de Violeta estudia lenguas muertas. Lenguas muertas como Fortran o Basic.


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Debbie: ¿por qué me accedes, cuando sabes que eso complica las cosas? ¿Por qué me envías mensajes instantáneos, y me identificas, y me enlazas? ¿Por qué me llamas por teléfono? ¿Y por qué, por qué, por qué me escribes notas tontas en papel? Estoy tan cansado de ti, Debbie… ¿Por qué, por qué me hackeas? Es sólo para ver las cosas que sabes que estoy escribiendo sobre ti… (Sterling, 2007, p. 104-105)

Esa manifestación de la mente y no del cuerpo, Anderson (2004) de nuevo la vuelve extrema. En la novela los protagonistas “chatean”, ese es el término utilizado por todos ellos, mas no emplean las manos para hacerlo. Solo es necesario querer comunicar algo, para hacerlo sin tener que alzar la voz o desplazarse: Al principio, en los desiertos y en las planicies emergió la cultura oral, la cultura de la palabra hablada. Luego, a las ciudades, con sus templos y bazares, llegaron los pictogramas, y luego los símbolos que producían sonidos como por arte de magia, y lo que siguió fue la cultura escrita. Luego, en las universidades y bajo los campanarios de las jóvenes naciones, la cultura impresa. Éstas, la cultura oral, la cultura escrita y la cultura impresa, siempre han sido consideradas las grandes eras del hombre. Pero hemos entrado a una nueva era. Somos nuevas personas. Ésta es la era de la cultura onírica, la cultura de los sueños. Y ésta es la nación de los sueños. Somos videntes. Somos magos. Hablamos en visiones. Nuestras cartas son como parvadas de palomas que salen de nuestro sombrero2. (Anderson, 2004, p. 103)

La cultura oral, la escrita y la impresa conforman el corpus de saberes, cuya manifestación podemos percibir por medio de los sentidos, por medio de nuestro cuerpo; en cambio en la cultura onírica la mente es lo único que importa y ya mostré cómo puede influir esto en el individuo y en sus relaciones con el otro. Ahora bien, la información funciona de la misma manera, solo basta desearla para obtenerla. En la novela de Anderson (2004) el chip tiene toda la información: Cuando aparecieron los primeros alimentadores la gente estaba encantada. Decían bla bla bla esta maravillosa herramienta educativa bla bla bla su niño tendrá todas las ventajas, enciclopedias al alcance de la mano, más cerca que

2 En cursiva el original.

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Robots | Laura Daniela Pati単o Casta単o ladpatinoca@unal.edu.co


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la mano, etcétera3. Ésa es una de las grandes ventajas del alimentador, que puedes ser superinteligente sin tener que hacer nada. Todos son superinteligentes. Puedes buscar cosas automáticamente […]. (Anderson, 2004, P. 41)

Al no hacer nada con el cuerpo, diferente de activar el cerebro al momento de desear algo, y al poder obtener toda la información instantáneamente, “al ser superinteligentes sin tener que hacer nada”, ¿qué sentido tendría ir a la escuela? En el cuento de Sterling (2007) ocurre algo similar: “los profesores nos ubicaban frente a las terminales webcam, encendían las lecciones de Shakespeare, y salían del edificio” (Sterling, 2007, p. 102). Vemos así cómo la tecnología ha cambiado nuestras formas de concebir la información y su uso (Pérez Tapias, 2003, p. 48). Para explicar esto último voy a recurrir al artículo de Amar Rodríguez donde señala lo siguiente: […] la lucidez nos lleva a aceptar que el pensamiento de Aristóteles de que “el hombre lo que busca por encima de todo es saber”, fue algo bien distinta, si hemos de confiar en nuestro filósofo y académico el profesor Lledó, que hace algún tiempo, me contaron, en alguna de sus conferencias, sorprendió al público con esta revelación: “lo que Aristóteles dijo es que el hombre lo que busca por encima de todo es mirar”. (Amar Rodríguez: 176-177)

En la traducción de la Metafísica de Valentín García Yebra, Aristóteles empieza: “Todos los hombres desean por naturaleza saber. Así lo indica el amor a los sentidos; pues, al margen de su utilidad, son amados por sí mismos” (I, 2012, 980a20-23). Según esto, el hombre conoce por medio de sus sentidos. Sin embargo, cuando ya sus sentidos se han vuelto obsoletos a la sombra de, por ejemplo, un alimentador, el hombre solamente “mira”4, ya no conoce, no asimila la información, no la aprende, pues cada vez que la necesita la busca instantáneamente: “nos cuestionamos de qué sirve competir con la memoria digital que es Internet” (Amar Rodríguez, 2005, p. 178). Así es como cambia la concepción de la información y del conocimiento mismo.

3 En cursiva el original. 4 No entraré a discutir la frase entre comillas del profesor Lledó, ya que no me interesa en este escrito corroborar su legitimidad (a saber, si Aristóteles quiso decir eso o no). Me limitaré a emplear la palabra “mirar” contrapuesta con la palabra “conocer” en las problemáticas que intento explicar.

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Por eso, “con la irrupción de Internet, debemos reescribir el sentido de la educación. Qué, cómo, cuándo o, posiblemente, dónde enseñar” (Amar Rodríguez, 2005, p. 178). Irónicamente en Feed, los jóvenes van a la escuela, pero únicamente para aprender cómo utilizar su alimentador. Cabe recordar que el alimentador, además de contener toda la información, envía constantemente anuncios publicitarios a sus usuarios y espera que éstos compren desaforadamente. Es aquí donde encuentro el siguiente problema: si la información es tan fácil de conseguir, es porque hay un medio que la contiene, un medio tecnológico que para ser posible requiere recursos naturales y monetarios. Tiene que haber alguien que ofrezca esos servicios y evidentemente cobra por ellos: “¡Y el hardware y el software de comunicaciones que está en todo lo que nos rodea es construido y dominado por gente mala, vieja, rica y corporativa!” (Sterling, 2007, p. 103-104). A las corporaciones les interesa nuestro cuerpo como productor de dinero, como objeto que consume, y para ello controlan nuestra mente. Así vemos cómo el problema económico sigue estando íntimamente ligado a la dicotomía mente-cuerpo. Ahora es diferente; no es tanto sobre educación, sino que todo lo que pasa también pasa en el alimentador. […] Pero la cosa más fantástica del alimentador, lo que lo hace realmente maravilloso, es que sabe todo lo que quieres y esperas, a veces antes que tú mismo […]. Todo lo que pensamos y sentimos es registrado por las corporaciones, especialmente las de información Feedlink, Onfeed y American Feedware, y hacen un perfil especial que está dirigido sólo a ti, y se lo dan a sus compañías madre o se lo venden a otras compañías, así pueden saber qué es lo que necesitamos, así que todo lo que tienes que hacer es querer algo y existe la posibilidad de que lo consigas”. (Anderson, 2004, p. 41-42)

Al tener el acceso rápido al conocimiento, y con el debilitamiento de las relaciones interpersonales al que aludí hace un momento, “la nueva manera de organizar la sociedad es no por el principio de producción, sino por el mero precepto marxista de cómo se gasta el tiempo de ocio. [… Es] un modelo social y comunicacional donde la sentencia cartesiana de “pienso, luego existo” se tiñe de frivolidad [y] se torna en “consumo, luego existo” (Amar Rodríguez, 2005, p. 176). Utilizar una “red social” en el tiempo de ocio es consumo, es utilizar y pagar por un bien no estrictamente necesario cuando se puede hablar en persona: “queremos socializar con gente de nuestra edad, de mentalidad adolescente. Necesito saber qué es lo último, qué está de moda, y Debbie necesita saber qué están vistiendo las otras chicas ciber-góticas. ¿Eso está bien? ¡No!” (Sterling, 2007, p. 103).


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En el caso de Feed, Violeta está muriendo por el deterioro de su alimentador, pero como no ha comprado nada de lo que los anuncios le sugieren, la corporación se niega a ayudarla. En la novela de Anderson, la publicidad es permanente y ya es parte de la tranquilidad de los jóvenes, al punto de que cuando su chip es hackeado, a pesar de tener todas las facultades, sus cinco sentidos en buen estado, no encuentran interés en vivir porque no pueden chatear ni recibir sugerencias de compras. Así pues, en ambas obras se indica el problema del control directo de la mente por parte de las corporaciones. Pero, ¿cómo se lleva a cabo? Violeta lo dice claramente: También quieren hacerte querer cosas. Todo lo que hemos visto desde que nacimos, como las historias en el alimentador, los juegos, todo, es para moldear nuestras personalidades de manera que sea más fácil vendernos cosas. O sea, hacen estudios demográficos que dividen a todos en unas cuantas personalidades tipo, y luego te mandan anuncios basados en cómo se supone que eres. Tratan de averiguar cómo eres y hacer que te amoldes a uno de sus modelos para que sea más fácil hacer marketing. (Anderson, 2004, p. 71)

¿Dónde queda la individualidad? “No puedes tener un minuto de privacidad, ni siquiera dentro de tu propia cama” (Sterling, 2007, p. 103). Sin embargo, considero que resulta incompleta la reflexión si solamente se tiene en cuenta el papel negativo del control de las corporaciones. Nosotros mismos se lo facilitamos, revelando datos privados por Internet, cosas que en persona no seríamos capaces de contar o simplemente datos que queremos que todos sepan. El problema no es solo de la economía ni de los empresarios que buscan enriquecerse, también es de cada individuo que no cuestiona el sistema de comunicaciones actual, y no encuentra otra alternativa para darse a conocer a los demás diferente de colocar sus gustos en un bolsa y publicarlos en Facebook, al igual que las fotos de cada milímetro de planeta que pisa. La posición de los autores, a través de la ironía y de las situaciones absurdas (tomadas de la realidad pero extrapoladas en su mundo ficcional), expresa justamente una toma de distancia frente a la dependencia en los medios virtuales y frente a sus mismos usuarios. Y no solo está el problema de la privacidad: las seducciones de la cibercultura alejan “nuestra atención de la destrucción de la naturaleza, de la descomposición del tejido social y del abismo cada vez mayor entre la élite tecnocrática y las masas con salario mínimo” (Dery, 1998, p. 24). Quintillana, a quien se refiere Pérez Tapias, explica que:

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El aumento de la desigualdad de oportunidades entre países ricos y pobres es una consecuencia del peso general [de] la capacidad científica y tecnológica […]; el esfuerzo que un país atrasado necesita realizar para mejorar su posición en la carrera tecnológica es cada vez mayor y más difícil. […] cuanto más avanza la tecnología en los países desarrollados, mayor es la desventaja de los países menos desarrollados para competir a nivel mundial. […] el deterioro del medio ambiente también es en buena medida resultado del de desarrollo tecnológico. (Quintillana, M. A., Nuevas meditaciones sobre la técnica, citado por Pérez Tapias, 2003, p. 67)

Junto a ese desvanecimiento del cuerpo sobre el cual tanto he insistido, la realidad misma, la tangible, se desvanece: “Al parecer, ya no hay campos que deben ararse, ni minerales que haya que extraer […]; a lo sumo, estas necesidades continuas de la vida se mencionan de paso y luego se pierden en medio del crepitar de la energía electrónica pura, que de un modo u otro satisfará todas las necesidades humanas de una manera indolora e instantánea” (Roszak, T., El culto a la información. El folclore de los ordenadores y el nuevo arte de pensar, citado por Pérez Tapias, 2003, p. 23). En Feed Violeta es el personaje que intenta no olvidar la realidad, está en constante búsqueda de información sobre la situación en América del Sur y de una manera de actuar ante ella: “Flotamos en el aire mientras hay gente que se muere de hambre. […] y la piel se nos cae a pedazos. La estamos perdiendo […]” (Anderson, 2004, p. 134). Estamos perdiendo el cuerpo, para actuar, para hacer algo frente a los problemas que están en la realidad y no en la virtualidad. Las contrariedades de la exaltación de la mente en la cibercultura abarcan desde el individuo hasta la educación, la economía y el medio ambiente. El problema expresado en la actitud de los personajes, Violeta y el narrador del cuento de Sterling, es la falta de cuestionamiento por parte de la sociedad sobre los modos culturales establecidos influidos altamente por la tecnología. Ambos son personajes que se manifiestan, que se cuestionan y que piensan por sí mismos, personajes para quienes sigue siendo primordial la presencia física en esta dicotomía. La postura de Anderson y Sterling consiste en el rechazo de un mundo regido por la tecnología donde se soslaya al cuerpo y se exalta a la mente. La mente por sí sola no actúa, tiene que haber algo que ponga en práctica todos sus deseos y pensamientos. De lo contrario terminaremos siendo, o seguiremos siendo, como dice Violeta, el alimentador, el alimento: la carne que nos queda quedará totalmente desvanecida.¶


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Bibliografía Amar Rodríguez, V. (2005). Tecnología y educación: el resurgir del cuarto mundo. En: Historia Actual On Line HAOL (8), pp. 175-182. Recuperado de: http://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/1993861.pdf Anderson, M. T. (2004). Feed. México, D. F., México: Fondo de Cultura Económica. Aristóteles. (2012). Metafísica. Edición Trilingüe de Valentín García Yebra. Madrid, España: Gredos. Bajtín, M. (1986). El problema del contenido, del material y de la forma en la creación artística verbal. En: Problemas literarios y estéticos (pp. 11-82). Ciudad de la Habana, Cuba: Editorial Arte y Literatura. Dery, M. (1998). Velocidad de escape: la cibercultura en el final del siglo. Madrid, España: Ediciones Siruela. Godwin, M. (1998). Cyber Rights: Defending Free speech in the Digital Age. Nueva York, Estados Unidos: Times Books, 42 Pérez Tapias, J. A. (2003). Internatuas y náufragos - La búsqueda del sentido en la cultura digital. Madrid, España: Trotta. Sherry Turkle, L. E. (2006). “I’ll have to ask my friends”. En: New Scientist, 191 (2569), pp. 48-49. DOI: 10.1016/S0262-4079(06)60501-0 Sterling, B. (2007). Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por Google. En: Agua/Cero - Una Antología de Proyecto Líquido (pp. 99105). Medellín, Colombia: Grafiformas.

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Creaci贸n literaria


Hacia la D.C. (Digital City) Sebastián Guzmán Rodríguez


Creación literaria

Rob decidió bloquear todas las frecuencias de recepción de sus implantes cocleares luego de que el tercer propagandista invadiera sus pensamientos con sus monótonas arengas. En realidad, sabía que todos cuantos pudieran hacer lo mismo, ya lo habrían hecho, pues los bogotanos simplemente se habían acostumbrado a escuchar solo aquello que les importaba. Fijó entonces su mirada en la ventana del metro y, al ver su ceño fruncido reflejado, no pudo evitar sentirse algo ridículo. “Carajo, y todavía faltan diez minutos más. Definitivamente Suba queda en la mierda”. Pero al menos la espera, según creía, valdría la pena. Entretanto, Hilda aguardaba sentada en medio de las tinieblas de la sala de su apartamento. Harían ya cuarenta minutos desde que se pusiera el pequeño cartón impregnado con LSD bajo el párpado, y las alucinaciones ahora se hacían cada vez más intensas. Sin embargo, no eran dichas alucinaciones algo que le provocara un verdadero placer, pues esta droga primitiva, según se daba cuenta, no dejaba lugar al libre control de los estímulos cerebrales o, en otras palabras, no permitía los sueños lúcidos y vívidos que a ella tanto le gustaban, y que drogas más sofisticadas, como la INH-3, garantizaban. Ahora podía recordar el último de sus sueños, mientras intentaba traer de vuelta la extravagante sensación de gravedad cero que había experimentado en la inmensidad del vacío astral. Ah, ese frío cruel y casi mortal que tuvo que luchar contra el intenso calor de pesadilla que emanaba Cirio al acercarse, tras su azulada luz. Y al

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final, solo las suaves y diáfanas luces anárquicas de una interminable nube de gas interestelar. Quizás fuera Magallanes, o quizás fuera el Cangrejo, aunque lo cierto es que a Hilda le gustaba fantasear con que había sentido el peso de los Pilares de la Creación sobre su corazón. ¿Cómo saberlo? “Después de todo –pensaba– una consciencia humana nunca podría abarcar la verdadera grandeza del Universo”. El sonido del timbre la sacó de su ensimismamiento, y le pareció que las ondas vibrantes penetraban por cada uno de sus poros, como una densa espuma que lavaba su tersa piel de durazno. Sintió escalofríos. –pensó – Casi que no llegas, cabrón –dijo Hilda con un tono ecuánime, casi con aburrimiento. – Ah, ¿y comenzaste ya? ¿Sin mí? –Rob la miró de arriba a abajo, fijando su atención en sus pupilas dilatadas hasta el extremo de casi ocultar su particular iris grisáceo. – Todo bien que ahí queda un montón de esa… basura. Pasa que no nos queda mucho tiempo. Rob penetró lentamente en las tinieblas del apartamento. Afuera comenzaba a llover, tímidamente, como en casi todas las madrugadas del último mes. Antes de que pudiera descargar su maleta, Hilda invitó a Rob a seguir hasta su habitación, de la que emanaba el único débil resplandor. – Comenzaste ya la compilación, por lo que veo –dijo Rob al acercarse al antiguo monitor LCD que pendía en la pared. – En realidad ha resultado mucho más difícil de lo que habíamos imaginado. Simplemente es como si el sistema de archivos fuera incompatible. Ya lo he intentado todo. Estoy mamada–. Hilda se arrojó a la cama sin aliento, sintiendo cómo su grácil cuerpo se mecía delicadamente en el aire, esperando el momento en el que ella misma se convirtiera en aire y dejara de necesitar del maldito compilador. Las teclas comenzaron a resonar bajo los pesados empero ágiles dedos de Rob. Pensativa, Hilda se percató de lo mucho que detestaba observar la espalda encorvada de Rob cuando se sentaba frente al computador. Imaginó que Rob bien podría ser, en aquella posición, un difamado alquimista de los de antaño, intentando encontrar la fórmula adecuada que le desvelara el secreto de la Piedra Filosofal. De hecho, básicamente eso era lo que entre los dos estaban intentando desde hacía años. Atrapados en la búsqueda de un monolito digital que los arrastrara, si no a la vida eterna, al menos a la eternidad de la no-vida, lejos de la parodia en la que los bogotanos habían convertido la existencia.


Creación literaria

– No, marica, los ficheros son demasiado inestables. El sistema mismo es inestable. Mas no existe otra forma–. Rob giró sobre la silla y se rascó los ojos, frustrado. Tras unos minutos de mirar a Hilda en la oscuridad espetó: –¿Y lo mío? ¿Me va a embolatar mi cartón, o qué?–. A continuación, ambos dejaron escapar la primera carcajada que se escuchó esa madrugada en el apartamento de Hilda, aunque no la última, sin duda. – Disculpe, señor. Lamento interrumpirlo tan pronto en la mañana, pero detectamos hace algunos minutos una nueva intromisión no autorizada–. Alberto Durán, director de seguridad e inteligencia digital del Distrito 11 apenas si acababa de despertarse cuando recibió una llamada del CSID. –Doce de los sistemas de encriptado han sido deshechos en menos de cinco minutos y todavía nos resulta imposible detectar la dirección aproximada del ataque. – ¿Cuál ha sido el daño? –preguntó tranquilamente el director. – En realidad, señor, eso es lo más extraño de todo: no ha habido daño alguno más allá del sistema de seguridad mismo. No obstante se encuentran expuestas las redes de comunicación, el sistema de defensa militar y los archivos de contabilidad del distrito. – De acuerdo –dijo Alberto, tras una larga pausa–. Salgo para allá inmediatamente. Por ahora, intente cambiar el protocolo principal a QC9-02. – Pero, señor, la infraestructura necesaria aún está en fase de pruebas. – Pues es este el momento de probarla –y Alberto bloqueó la frecuencia de su implante coclear para evitar recibir nuevas llamadas. – Aaagggh, ya es la hora –dijo Hilda mientras se desperezaba al tiempo que le daba algunos golpecitos secos a Rob para que se despertara también. La mañana resplandecía de una manera casi mágica. Rob observó en silencio la manera en la que Hilda se acercó felinamente a la ventana, con su larga melena de azabache, ondulada como un oscuro mar indomable, cayendo sobre su fina espalda desnuda. Se sintió maravillado. “De acuerdo” –pensó Rob, luego de que una enorme nube gris cubriera momentáneamente el sol, “es ahora o nunca”, y acto seguido se sentó nuevamente frente al computador. Hilda acercó, a su vez, una de las sillas de su moderno comedor de madera auténtica. El resultado, en contraste con la noche anterior, ahora era alentador: habían logrado al fin desarticular la red de seguridad informática más desafiante de la ciudad. Aún así apenas era el comienzo. Pues, a Rob e Hilda lo que menos les importaba en

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el mundo era intervenir en la cochina y mundana vida de los otrora capitalinos. No. Bacatá, la fértil tierra de labranza, estaba completamente seca, estéril, sin nada que ofrecerle a ese par de soñadores cuyo único fin era volver a soñar y permanecer en el sueño definitivo, indefinidamente. Y ahora sabían que ese sueño estaba al alcance de unas cuantas líneas más de código encriptado. – Han sido diez ataques en un mes, señor. Aunque el último ha sido singular. Literalmente nos ha dejado desarmados, sin ninguna pista y completamente en ridículo. – ¿Qué hay del protocolo QC9-02?–. El director, Alberto, miraba fijamente la pantalla roja parpadeante que indicaba una falla de seguridad crítica. – Se está cargando, mas el resultado aún resulta imprevisible. Alberto posó su mano en su mentón afeitado y respiró profundamente, con impaciencia. – Un café. ¡Tráigame un maldito café! –ordenó intempestivamente. Y cuando el joven muchacho que lo había acompañado durante todo ese tiempo se hubo retirado, apresurándose a buscar el extraño pedido, Alberto Durán imaginó que probablemente este sería el preludio de un ataque terrorista como los que hacía pocos meses habían asolado Río de Janeiro o Hong Kong. Pero, ¿por qué motivo? Después de todo, los principios que regían la ciudad ahora no eran incompatibles del todo con las ideologías de los extremistas islámicos; la filosofía del consumo había sido desterrada ya varias décadas atrás, y Bogotá subsistía apenas con los recursos que eran estrictamente indispensables. ¿Qué debía hacer? Doce sistemas dañados y sin posibilidad de reparación; solo el sistema de salud trabajando mediocremente. No tardaría mucho antes de que se sintiera el caos en la ciudad. ¿Y si activaban los drones militares? Bogotá podría ser arrasada en el plazo de dos días. La última esperanza radicaba en el protocolo preliminar QC902 de cifrado cuántico, cuya eficacia descansaba en una robusta infraestructura de transmisión fotónica aún en fase de pruebas. Naturalmente, en otros lugares del globo esta tecnología ya había probado con creces su completa funcionalidad, y era parte del día a día de dichos lugares desde hacía tiempo, sin embargo la Guerra y el bloqueo comercial, al cual se había sometido Sudamérica tras las estruendosas revoluciones de mitad de siglo, fueron responsables de que apenas en el 2070 pudiera ser ensamblado el primer computador cuántico de la ciudad.


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– Necesitamos estar alerta, idiota –dijo Hilda mientras se quitaba de encima a Rob y volvía a su silla frente al computador. –En cualquier momento lo activarán, y sabes tan bien como yo que esa será nuestra única oportunidad–. Rob miró detenidamente su reloj. – Pues, a juzgar por las lecturas, aún nos quedan veinticinco minutos de diversión –bromeó mientras se apuntaba el pantalón y se acercaba a la pantalla LCD. –Pero, de acuerdo, de acuerdo, comencemos de una vez. Solo relájate y disfruta–. Hilda encendió un cigarrillo sintético y apuró las bocanadas. Sus nervios iban en aumento. Repasó al menos cuatro veces el código fuente y la compatibilidad dinámica de los ficheros. Se imaginó nuevamente explorando el espacio sideral, para siempre. – Señor –el joven muchacho dejó en una esquina de la consola el café–, se ha detectado un error de compilación en el protocolo. El origen es desconocido, aunque hay motivos para creer que ha sido causado remotamente. Alberto se apresuró al sótano donde se encontraba la QC0004, y echó una ojeada a las pantallas. El código parecía singularmente errático, como si alguien lo estuviera modificando en tiempo real. – ¡Rápido! ¡Tenemos que detectar la fuente! ¡Activen los nanodrones de hipersensibilidad electromagnética! – ¡Carajo! –gritó Rob mientras se golpeaba la cabeza contra la pared a su izquierda. –No, no, no puede ser… ¡Lo repasamos un millón de veces! Y la cagamos. – ¿Qué pasa? –preguntó Hilda desconcertada. Rob le enseñó su reloj. Una débil señal roja en la esquina superior izquierda indicaba la actividad de los nanodrones. – ¡Nos pillaron, jueputa! ¡Eso pasa! – ¿Y no los puedes desactivar? –La preocupación de Hilda contrastaba con su belleza infantil. – ¿Y detener el copiado de nuestro sueño? ¡Ni por el putas! –Rob se pasó las manos por sus sienes rapadas y se rascó los ojos enrojecidos. –Tenemos que abrirnos. Quizás alcance a copiarse. Faltan apenas dos Tb. y medio. Podría demorarse veinte minutos o media hora. Y no parece que la estén intentando detener.

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–Pues claro, es obvio. Solo mientras existe la conexión nos pueden rastrear. Más bien alístese en vez de estar hablando pendejadas. – ¿Suba? ¿Están seguros?– El director se hallaba atónito ante el resultado de la pesquisa de los nanodrones. – Es posible que la señal se redirija desde allí a través de los satélites, señor. No obstante, aún no se ha confirmado. – ¿Qué tan grande es el radio de búsqueda? –En realidad es muy pequeño, señor; apenas un edificio, en Campanella, por la carrera 92. – ¿Y qué están esperando para mandar al equipo de búsqueda? Rob se acercó a la ventana. Tres pisos más abajo se veían, cruzando la esquina, dos camiones blindados del CSID. El copiado estaba en su fase final, pero ahora estaba seguro de que no podría saber si se había copiado o no antes de salir de allí. Hilda echó un pesado y envejecido mantel sobre la torre del computador, bajo el escritorio, y a continuación cerró con llave la habitación. Sabía que todo aquello resultaría inútil en cuanto los policías entraran allí, pero esperaba que les diera algo de tiempo. Entonces comenzaron a oírse los pasos acelerados del escuadrón que subía. Rob se agitó, y recordó que bajo el grueso tapete oriental de la sala existía un portón que habían improvisado, para una emergencia como aquella, y que los llevaría al apartamento de abajo, que, según sabían, se encontraba en venta desde hacía meses. Sin perder tiempo, Rob enrolló el tapete lo más rápido que pudo, y forzó el pequeño portón en el piso con un pequeño cuchillo que siempre llevaba atado al cinturón. Los policías se acercaban. Rob empujó a Hilda primero, sin ninguna delicadeza, pero ella se las arregló para caer sin hacer el menor ruido. Luego, la siguió Rob, pero mientras volvía a desenrollar el tapete, escuchó el primer forcejeo de la puerta del apartamento y al primer policía gritar: –¡Abra, policía, sabemos que está aquí! –. En el apartamento del segundo piso, Rob e Hilda esperaron ansiosos a que los policías ingresaran en su apartamento, y cuando creyeron estar seguros de que así había sido, bajaron las escaleras del edificio, solo para encontrarse con otros dos policías a la entrada del mismo. En realidad, el edificio se hallaba cercado y vigilado por una patrulla de quince hombres, distribuidos en un perímetro de cien metros a la redonda.


Cruel dimensi贸n | Ana Virginia Caviedes Alfonso avcaviedesa@unal.edu.co

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Rob miró su reloj. – Quédate atrás, Hilda– dijo en un hilo de voz. – ¿Qué piensas hacer, cabrón? – Tienes suerte de no tener maricadas en las orejas –se burló Rob mirándola a los ojos. La besó delicadamente. Entonces avanzó hacia la puerta mientras interactuaba con su reloj de pulsera y en cuanto abrió, el sonido de los gritos de una muchedumbre alarmó a Hilda. Arriba, en su apartamento, al igual que en muchos otros, una miríada de personas gritaba aterrorizada por el dolor que le había causado la repentina sobrecarga de sus implantes cocleares. En efecto, cuando Hilda salió, observó en el rellano de las escaleras a Rob tirado y luchando por no rendirse al indescriptible dolor. Pero Hilda no perdió el tiempo. Sabía que debían escapar cuanto antes. Así que ayudó a Rob a ponerse en pie, y sacando de su bolsillo algunas pastillas, le metió a la fuerza un poderoso analgésico en la boca. De este modo, Rob logró controlarse un poco, caminando como un borracho pero consiguiendo escapar ante la horrorizada mirada de los policías. Sin saber adónde ir, Rob e Hilda tomaron el primer metro que pudieron, con dirección a Soacha, lo más lejos posible del maldito Distrito 11. – Hey, ¿estás bien? –preguntó Hilda con consternación, ante el precario estado en el que se encontraba Rob. –¿Estás bien? ¿Me escuchas?– Pero Rob no le respondía. Entonces Hilda lo sacudió fuertemente, hasta que consiguió despertarlo, y Rob la miró con una sonrisa idiota en el rostro. Él pudo ver que ella movía sus delicados labios rosa mortecino, pero entonces cambió su expresión al percatarse de lo que había ocurrido. – Perdóname –comenzó a sollozar–. Perdóname porque ya no podré volver a oír tu voz –y se echó a llorar como un niño sobre su regazo. La noche comenzó a caer nuevamente cuando Rob e Hilda salieron de la estación subterránea de Soacha; allí observaron, a lo lejos, los edificios inmaculadamente blancos de la traicionera Bogotá. En contraste, a su alrededor podían distinguir los viejos edificios de ladrillo rojo que en otro tiempo dominaran sobre la Sabana. Hilda pudo oír las sirenas a lo lejos. El viento frío prometía una nueva y cruda lluvia


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aquella noche. Rob se ofreció a llevar la maleta de Hilda, y en cuanto esta se la dio, Rob preguntó, bromeando: –¿Pero qué es lo que cargas? ¿Rocas?–. Hilda entreabrió la boca con una sonrisa para responder, pero antes de decir nada, abrió su maleta y sacó de ella el primer tomo del Quijote de la Mancha, tan viejo y desgastado como los edificios que veían alrededor. Abrió la portada, y en ella Rob pudo leer: “Porque en verdad solo hace falta un sueño… para sentirnos auténticamente vivos. Rob”. – Y lo cumpliremos. Te prometo que lo cumpliremos. ¶

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Todo en orden Gustavo AndrĂŠs ValdĂŠs Acero


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No es que yo sea un cobarde, solo que no entiendo por qué nos mandan a morir. O más bien sí entiendo, pero esa explicación con que los medios de comunicación (controlados por la UAE) tranquilizan a la gente en la Tierra no llega hasta mí, no me toca en ningún sentido. Miro a mi alrededor y no veo nada de eso que yo siento. El Capitán (así se le conoce por todo el sector porque nadie sabe su nombre, si lo tiene) bromea con desparpajo, una vez más, sobre el accidente de Cormack… – Y el muy estúpido decía estar cansado de los atrasos del Riel y estaba usando los fondos recibidos para el desarrollo del programa Portal en un proyecto propio. Quería formar una red de transferencia humana a lo largo y ancho de Marte. Yo le advertí que no era buena idea jugar con el dinero de la UAE, empero él dijo que no importaba, que en su contrato figuraba que él tenía libertad de acción, que en cuanto la Unión viera los resultados, ese pequeño desvío pasaría por alto. Solo habría halagos y recompensas, todos reconocerían su grandeza científica. Tendría a los ejecutivos de la Unión comiendo de su mano. »Yo, como jefe de seguridad y como el cargo lo indica –le encanta dar esta explicación– tengo el trabajo de asegurar que todos los propósitos de la Unión se lleven a cabo, aunque no podía “intervenir” directamente a Cormack porque él tenía razón en lo de la libertad de acción. Así que, contrario a lo que realmente hubiera querido hacer, redacté un informe completo de sus actividades y lo envié a mis superiores. Por toda

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respuesta, a mi Asistente Digital llegó una sola palabra: “Déjelo”. Y eso fue lo que hice. Resultó que yo también me pude beneficiar de eso, pues cuando su proyecto secreto estaba casi listo, Cormack me contrató para vigilar las pruebas y conseguir sujetos de experimentación. Solo una vez probó con un objeto inanimado, un maniquí, el cual fue transferido con éxito de la cavidad A a la cavidad B, así llamaba a sus cabinas prototipo: cavidades. De inmediato me solicitó sujetos vivos de prueba. –Pero de dónde voy a sacarlos–le dije, y me miró con una mueca en la que iban mezclados la ironía y el desprecio. –Usted es el jefe de seguridad, tiene acceso a las cárceles y a los reclusos, tiene acceso a la sección de penados donde se encierran los que cometen delitos graves contra la Unión. Por lo que sé de las condiciones de esa sección, que alguno de esos forajidos desaparezca no será nada extraño ni generará alarma alguna. Le pedí sujetos vivos y usted sabe dónde encontrarlos, ¿por qué no se ha puesto a ello? –. Ese doctorcito no sabía que ponía en grave peligro su integridad física hablándome así. Sin embargo, ya me había pagado, el contrato estaba hecho y yo cumplo mis contratos. Después, si tenía la ocasión, arreglaría con ese gafufo. »El doctor resultó ser muy hábil, por lo que el sexto sujeto que llevé llegó vivo y completo a la cavidad B. Aunque ese también tuve que “licenciarlo” porque no dejaba de preguntar por sus compañeros desaparecidos y de decir que denunciaría el hecho a las autoridades. “¿A qué autoridades?”, pensé, pero le retorcí el cuello por si las moscas. Hubiera querido llevar más, o sea, hubiera querido que el experimento se retrasara y requiriera de más sujetos, ya que después de cada prueba, resultaba imposible usar el personal de limpieza ordinario. Y Cormack dejaba ese asunto en mis manos, con lo que aumentaban mis beneficios. Hasta estaba empezándome a caer bien el doctorcito. Empero todavía tenía mi espinita y tuve la ocasión de sacármela. »Luego del éxito del sexto sujeto, Cormack decidió probar la máquina por sí mismo. Confieso que en secreto admiré su decisión. Me dije, “este doctorcito sí es comprometido”. Mas cuando vi al doctor desvanecerse en medio de las luces y ruidos de la máquina, me acerqué en tres saltos a la consola de control y presioné “ABORTAR”. No tienen ni idea de lo mucho que me divertí con el espectáculo. Lo primero que apareció en la cavidad B fue mierda, una larga cinta de mierda como cuando presionan un bote de salsa, una salsa negra. Luego sus intestinos, cayeron formando un montículo, como un plato de espaguetis, luego más salsa, esta vez roja, abundante salsa, espesa, lechosa (como me gustan a mí los espaguetis) y encima cae la cabeza, exactamente como se pone la albóndiga en el plato. Yo estaba cagado de la risa, cuando me recuperé llamé a mi propio equipo de limpieza. Esa tarde fui al restaurante y me comí, por cuenta del doctor, las mejores pastas a la boloñesa de mi vida…–.


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Y estalla en carcajadas. Yo también me río, todos reímos aterrorizados. Es como un secreto que todos compartimos pero que nadie puede saber. El Capitán cuenta su “anécdota” a todo el mundo mas nadie se atreve a hablar de ella. Por otro lado, si la misión empieza con la historia del Capitán quiere decir que todo está bajo control, que es pura cosa de rutina. Y aunque trato con todas mis fuerzas de quedarme con esa conclusión, no puedo, simplemente no puedo. Tal vez sí se trata de cobardía después de todo, pero no puedo pasar por alto otras cuestiones que asaltan mi cabeza. ¿Es que nadie se acuerda de Deimos? Este planeta tiene dos lunas (¿tenía?). En los dos operaban los más importantes y secretos proyectos de investigación llevados a cabo por la UAE. Hace una semana se perdió comunicación con Deimos y desde entonces todo se ha enrarecido. Hay Ley marcial, Ley seca, se sabe que están bajo vigilancia todas las formas de transmisión, hay arrestos aparentemente sin sentido y cuando alguien trata de averiguar algo también es arrestado. Si se mira al cielo se ve Fobos y donde debería estar Deimos se ve un gran manchón. Dicen, que por razones desconocidas, hubo una explosión que provocó un escape masivo de gas de las plantas abastecedoras de suministros, por lo que la luna se ve así. He escuchado rumores de que la luna completa ha desaparecido y de que la UAE ha desplegado en secreto una flota de naves tipo H, con dispositivos de dispersión que generan la nube donde estaba Deimos. Ahora también perdimos comunicación con Fobos y la Unión ha hecho todo lo posible por mantener ciega a la Tierra de lo que aquí está pasando. Han enviado un reporte en el que se anuncia que pronto habrá grandes motivos de celebración para todos, pues la Unión está a un paso de lograr importantes avances en el campo de la exploración interdimensional; por lo que desde ya el hombre puede empezar a sentirse amo del Universo. También se anuncia que se han presentado unos inconvenientes en Fobos, aunque ya se ha enviado un equipo de expertos a la estación para poner todo en orden; que pronto la humanidad entera recogerá los frutos de un nuevo amanecer tecnológico y científico. Y que, esta vez sí, todos gozarán de abundancia, y todos alcanzarán la felicidad. Palabra de la Unión. ¶

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La repテコblica de los endoscopios1 de Serge Lehman2 Alex テ]der Descotte


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A las diez y cincuenta, exactamente, Carlo Ponti dejó su vehículo de funcionario e irrumpió en las instalaciones de SIMILUS. Sarah Beck, la directora del instituto, lo recibió casi inmediatamente. – Las últimas estimaciones –anunció el secretario de estado mientras sacudía un disquete sobre el cual se desplegaban las armas de la Federación: treinta estrellas amarillas sobre un fondo azul. Beck se apoderó del dispositivo y rompió con las uñas el sello de seguridad ubicado en la ventana de lectura. –¿Cómo está el ambiente en Bruselas? – Están asustados. Creo que esos cretinos del palacio comienzan a entender el error que cometieron al despreciar la opinión de las minorías.

1 Lehman, Serge. 2014. “La république des endoscopes”. Secousse, Revue Littéraire 12. http://www.revue-secousse.fr/ Secousse-12/Carte-blanche/Sks12-Lehman-Endoscope.pdf (Consultado el 5 de junio de 2015). Agradecimientos a Gérard Cartier, integrante del comité editorial de la revista electrónica de literatura Secousse, por permitir la traducción de este cuento, y al profesor Carlos Villamizar, por las correcciones y comentarios pertinentes. 2 Serge Lehman (1964- ) es escritor, guionista y crítico literario; además, hace más de dos décadas, es una de las figuras representativas de la Ciencia Ficción y de la literatura fantástica en Francia. Algunos de sus títulos son Le haut-lieu et autres espaces inhabitables y Espion de l’étrange.

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– El error –dijo socarronamente Beck– hubiera sido otorgarles el derecho al voto, no ignorarlos. OK, miremos. Beck insertó el disquete en la celdilla de un monitor y examinó la información. Ponti sonrió. Estaban en su tercera campaña presidencial desde la de Carl-Heinz Neumann, en marzo de 2019, y, como siempre, la tranquilidad de Beck ejercía sobre él el efecto sedante de una dosis de deletal. Ponti se dejó caer en el sillón Porsche reservado para invitados, mientras recordaba su primer encuentro en Praga, durante el Congreso por la renovación conservadora, la manera en la que se había encargado del personal de la campaña y la precisión de su intuición cuando Beck había propuesto a Neumann como candidato. Intuición. Sí, era la palabra justa. En esa época, las agrupaciones políticas solo disponían, para asegurar su estrategia, de datos estadísticos rudimentarios, simples estudios de opinión realizados por teléfono. Había sido necesaria la entrada en escena de las grandes networks, el patrocinio de los candidatos y, finalmente, la revolución SIMILUS para alcanzar la definición óptima: Éramos artistas; ahora somos ingenieros. Ponti hizo girar su sillón. – ¿Y entonces? Beck levantó la cabeza y encendió un Moscow Special. “Esto servirá. Hay dos o tres marcas de carácter típicamente islámicos que sobresalen, pero deberíamos poder con ellos”. Arrojó el humo por la nariz. “Me pregunto si un primo turco no arreglaría nuestros problemas”. Ponti miró su reloj. –Nos quedan cincuenta minutos. Comencemos de una vez por los dominios, si estás de acuerdo. – Entendido–. Beck tocó la pantalla con el dedo índice. –Ahí está: será un hombre, evidentemente caucásico. Más bien mayor, entre sesenta y cuatro y sesenta y ocho años… – ¿En serio? ¡Qué curioso! – De ninguna manera. Neumann tenía cuarenta y cinco años cuando fue elegido y Van Dusen cincuenta y uno. Hay rechazo, no tenemos dudas. La Federación quiere un padre; un patriarca, incluso. – Comprendo –dijo Ponti– ¿Luego qué?


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– Según las proyecciones del palacio, será un inglés, tal como lo habíamos previsto. Mas no un aristócrata, los franceses y los griegos no lo soportarían. ¡Hmm! Aquí tengo algunos rasgos interesantes: trabajo, mérito, dinero. Sí, mucho dinero, pero nada que ver con la bolsa, tampoco con los bancos. – ¿Un empresario, entonces? Un self made man de buena familia. – Algo parecido, aunque con un comienzo difícil. Nuestro hombre es el menor de su familia; se abrió camino completamente solo, por sus propios medios, hasta la cima. Eso le va a gustar a los musulmanes. – Y a los protestantes. – Un inglés dices…–. Beck succionó otra vez su cigarro antes de seguir la lectura. –Cabello blanco, bastante largo, como un león. Las cejas pobladas, pero sin bigote. Espalda ancha. Voz grave, más bien lenta, vehemente si es necesario. – ¿Cuál es el índice de fuerza física? – Siete y medio. – Es elevado. Añadámosle una cicatriz en la frente. – Van Dusen tenía una. – Es cierto–. Ponti pensó durante un instante y, luego, exclamó: –¡Un dedo mutilado! Le falta un dedo. ¿Imaginas el efecto cuando levante la mano para saludar? – Excepcional, sin duda. ¿Cuál mano? – La derecha, evidentemente. – ¿Cuál dedo? – El meñique, solo la primera falange. ¡Cuidado!, les vendemos un viejo inglés valiente, no un incapaz–. Ponti miró de nuevo su reloj, muy impaciente como para saborear su hallazgo.

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A humanoid is eating a cyan soup here in Venaria Reale | Dino Olivieri

– Tranquilízate –le dijo Beck con voz serena–. Solo se trata del anuncio de la candidatura. Refinaremos el personaje más tarde, para las conferencias de prensa. Tengo cientos de matrices en reserva. Eso será más que suficiente por hoy. – Lo sé –suspiró Ponti–. Mas, ¿qué quieres? Si no hay un poco de suspenso, la política me aburre. Retomaron el trabajo. A las once y cincuenta, todas las proyecciones establecidas por la Secretaría de Estado ya habían sido analizadas, cuantificadas y digitalizadas para los programas de SIMILUS. La operación más delicada era la elección del nombre del candidato, en función de las tendencias onomásticas más recientes. Necesitaba un nombre corto (una sílaba, no más que eso), susceptible de ser identificado y apreciado por una gran mayoría, en todos los países. En cuanto al apellido, las estadísticas mostraban, sin que fuera posible establecer el origen de esa orientación, la necesidad de una D inicial. SIMILUS ejecutó trescientas setenta y seis mil permutaciones alfabéticas en siete segundos y propuso cuatro soluciones. Ponti escogió la segunda, sin dudarlo.


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A las once y cincuenta y siete, Jean-Pierre Lartigues, encargado de la selección de los socio-demo, llamó para comparar sus resultados con los del instituto, como lo exigía la Constitución. Si la menor diferencia entre ellos se constataba, la mayoría y la oposición estarían facultados para presentar candidatos independientes, lo cual no sucedía hacía veinte años, y corría el riesgo de confundir a un buen número de electores, particularmente entre los jóvenes. No obstante, este no fue el caso, desde el origen social hasta la falange amputada, pasando por el nombre monosilábico y el primo turco, todo correspondía. Un rápido intercambio de faxes y de firmas vino a confirmar la investidura común y cuando Sarah colgó, se sintió, como con Neumann en su segunda candidatura y como con Van Dusen (aunque él ya no fuera tan popular como para postularse hoy), invadida por un sentimiento de orgullo ante la idea del papel que jugaba en la gran democracia europea, al lado de Carlo Ponti. A las once y cincuenta y nueve, SIMILUS ordenó la matriz y la base de datos, entregando el conjunto al sistema, certificado por el instituto veinte años antes, creando bit por bit una personalidad artificial cuya animación se tomaría por natural. Procedieron a un ensayo vocal, igualmente satisfactorio. Después, cuando el medio día daba en Bruselas, sobre las pantallas de la Federación, apareció una imagen de síntesis: el rostro del futuro presidente. Tranquilo y relajado; firme pero benevolente; distinguido sin ser soberbio. Esperó hasta el final del himno y, luego, con su voz profunda, pronunció la frase ritual: –Ciudadanas y ciudadanos, mi nombre es John Deacon, © SIMILUS 2038. Yo soy, desde este momento y hasta la finalización del escrutinio, candidato a la presidencia de la Federación Europea, doblemente investido por el congreso conservador y el club social-demócrata, con el apoyo de TF1, Péchiney, Media-Fiat e IG Farben. En cuanto levantó la mano derecha, todos sintieron júbilo en sus corazones. ¶

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Ciudad, Urbana. Barrios de Tugurios. | An贸nimo

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Rastreador Johan Manuel Chamorro Cifuentes


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–Hay que correr, no mire, solo corra. Yo los vi, no lo recuerdo bien, pero de verdad los vi. Eso repetía él. Aquella mañana lluviosa frente al espejo practicaba su primer encuentro, sabía (o eso creía) que sería un fracaso. Una premonición (como todas las suyas: poco claras pero muy acertadas) se lo había anticipado. Ahora, solo faltaba esperar la oportunidad. En momentos de ansiedad como esos deseaba que las imágenes de sus premoniciones incluyeran un cronómetro y, de esa manera, saber cuánto debería esperar; pero no era así. Las imágenes que recibía eran defectuosas, al igual que él, y eso lo mortificaba. Sin embargo, sentía la necesidad de ayudar a estas personas. De lo contrario, ¿quién lo haría? Al salir de su pensión comenzó a caminar sin dirección aparente (aun así siempre encontraba a la persona que buscaba); en algún punto su cuerpo comenzaría a sudar y sus pensamientos se tornarían difíciles de seguir. Prefirió sentarse un momento y esperar a que esta otra parte tomara el control. Mientras aguardaba, trataba de reconstruir aquello que era su vida, no tenía una “línea” de referencia clara. Desde que empezaron las premoniciones (nombre sujeto a discusión según su estado de

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ánimo), había perdido sus recuerdos, o más bien, iba adquiriendo de un momento a otro unos nuevos que se confundían en su cabeza. Mientras estas imágenes lo asfixiaban, algo en él (no sabía qué), se sentía vacío con cada nueva descarga. En medio de todas las imágenes recordaba un color, era una tonalidad del azul muy específica, era el color presente en los uniformes de los protectores, esta similitud lo confundía. Lamentablemente, como no podía interactuar con ellos (al igual que cualquier otro habitante), era imposible indagar la información sobre este color, presente en sus noches, en sus caminatas, y en sus descansos contemplando el cielo tratando de mezclar los dos tonos sin conseguirlo. Tal vez él era un protector, antes de su condición temporal (como también le gustaba llamar a sus premoniciones) pudo ser cualquiera, pero no lo recordaba; lo único claro ahora eran las imágenes de su última premonición: la velocidad con que corría, el miedo que sentía, el agua que había en sus pies y una mano que resistía a desprenderse. Al final, un sitio familiar, destruido, húmedo. ¿A dónde se dirigía? ¿Por qué corría? ¿De quién era esa mano que al parecer trataba de salvar? Esas preguntas, al igual que sus recuerdos, eran indeterminadas, y a decir verdad, con el paso del tiempo y, sobre todo, de las imágenes, comprendía que todo aquello (dudas, ansiedad y pasado) empezaban a importarle poco. Una vez que encontrara a esta persona, la olvidaría. Así funcionaban las cosas, siempre recordaba la sensación de desesperación, la búsqueda por algo tan importante que no lo dejaba tranquilo. Luego, despertaba con un dolor irresistible en su cabeza, tumbado en ese pequeño lugar solitario. Se encontraba en lo que parecían unas ruinas, un sitio desplazado por una naturaleza que empezaba a ganar una pequeña batalla frente a la construcción. Cuando adquiría una premonición todo se transformaba, sentía el desespero crecer con solo respirar, necesitaba encontrar aquello que buscaba para poder estar tranquilo. Esos instantes luego de hallarlo, y antes de su próxima descarga, eran la única paz que conocía, por esa razón estaba motivado a encontrar a la persona y tratar de ayudarla, de lo contrario, las imágenes lo perseguirían por siempre, hasta acabar con él. Sus piernas empezaron a moverse (lo guiaban a un lugar cerca de las ruinas), sus ojos perdieron brillo, mientras sus manos ganaban fuerza. Sus oídos eran ahora sordos a los gritos de auxilio proferidos por la persona que sostenía entre sus brazos, su boca repetía el mismo mensaje, ese que practicaba a diario, y sus pies emprendían el camino hacia un lugar que conocían. Los tipos de azul aparecían y se


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llevaban a la persona que necesitaban, la que él encontraba gracias a las premoniciones, esas que lo estaban matando. Una pequeña parte de su cabeza dolía, era como si se hubiera golpeado con algo muy pequeño pero resistente. Su cuerpo se desplomaba y sus pensamientos se iban. Lo había conseguido: la persona que buscaba, la que debía salvar, ahora podría descansar. Sus oídos captaban mensajes que su mente no era capaz de procesar, tirado en el suelo, con sus ojos abiertos, escuchaba a dos hombres azules hablar: – Protector C13, captura exitosa. ¿Orden de reprogramación? – Afirmativo C13, reprograme –respondía quien parecía ser el superior. El primero se acercaba lentamente a su cuerpo inmóvil mientras sostenía un aparato que su organismo reconocía, inmediatamente una parte de su cabeza comenzaba a palpitar, reconociendo el dolor cercano. El hombre azul repetía: – Programa de rastreo, solicitando objetivo–. El pequeño aparato producía un ruido difícil de imitar para un ser vivo. –Imprimiendo orden, confirmación para implantarlo en el rastreador. – Implantar –respondía el otro hombre azul, con un poco de afán. El dolor del aparato introduciendo esta señal en su cabeza fue demasiado incluso para su cuerpo vencido, una oleada de sensaciones lo atravesaron, provocándole convulsiones de inmediato. La sorpresa de los hombres de azul fue clara, pero no se alarmaron demasiado, sabían que esta situación podría presentarse: – Parece una sobrecarga, el rastreador debe ser llevado para revisión –señaló el protector C13 a su superior. – Dese prisa y cárguelo –contestó, al fin, el otro protector, su afán era característico en los sujetos azules. Sus ojos abiertos, sin reacción, lograban percibir el color. En el laboratorio con muros translucidos, donde se encontraba, observaba el tránsito de los protectores, el azul inundaba su mente, casi podía tocarlo en medio de su inconsciencia. Eran tantos que parecían un pequeño océano a través de los cristales, era una lástima

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que no pudiera percibirlo, en realidad, era poco lo que podía organizar en su cabeza. Cada reprogramación lo devolvía al período antes de la premonición, donde la impaciencia lo empezaba a devorar, la necesidad de encontrar a esa persona desconocida lo lastimaba. Esa era su tarea: encontrar, una y otra vez, sin la necesidad de recordar lo que hacía, ni quién era. Dos mujeres en monos blancos entraban al laboratorio. – Hubo un daño en el rastreador, al parecer una sobrecarga –señalaba la más joven. – Es el quinto esta semana, parece que cada vez son más los candidatos de rastreo –respondía la otra, en un tono aparentemente melancólico. – Hablando de eso, también trajeron este candidato para iniciar el proceso de conversión. En caso de que este rastreador no responda, cree que podríamos usar sus partes en… – Eso lo sabremos hasta que realicemos las pruebas –respondió certeramente la mujer mayor, quien parecía importunada por la sugerencia. De inmediato, las dos mujeres dieron inicio a las reparaciones. Mientras tanto, en medio de su desconocimiento, sus ojos avistaban el candidato que permanecía inmóvil en la otra mesa. Su estado le impedía reconocer que se trataba de la persona que acababan de atrapar con su ayuda, y que si las cosas salían mal con él durante la reparación, sería su reemplazo. Así debía ser, era imposible dejar su zona sin un rastreador, y menos ahora cuando los candidatos abundaban. Cada cuatro años era igual, él desconocía el porqué, y aunque lo conociera no afectaría su tarea, la que realizaba desde hacía tanto. Ahora, luego de esos años, solo buscaba la tranquilidad que llegaba después de ayudar a estas personas, esta era la única manera de estar despejado, de no ser devorado por las imágenes.

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Mientras algún objeto removía una parte de su cerebro creyó recordar algo, se trataba de una persona muy parecida a él, pero más joven. Se encontraba escondida en un lugar similar a las ruinas, lograba sentir cómo la rabia de ese hombre se enfocaba hacia los hombres de azul, se ocultaba de ellos. Veía cómo estos lo habían localizado, y el sujeto trataba de huir, pero alguien, que no era un protector, lo impedía sujetándolo con una fuerza sobrehumana. Al final, los hombres de azul llegaban, y lo ataban para luego introducir el objeto del sonido artificial en su cabeza. Advertía cómo la persona que había sujetado al hombre joven se desplomaba y quedaba inmóvil mientras sus ojos permanecían abiertos. Tal vez el recuerdo era defectuoso, producto de las reparaciones, porque mientras más rememoraba el rostro de aquel rastreador tumbado en el suelo, más podría asegurar que se trataba de la persona que veía cada día frente al espejo de su pensión ensayando las mismas palabras antes de salir a buscar la calma que tanto necesitaba. ¶


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www.tupais.com Dickhead


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Luis Miguel trabajaba en los laboratorios de Avalon Neogenics (seccional Latinoamérica) diseñando androides hermafroditas mediante modificación hormonal, para surtir los mercados nacionales y extranjeros. Luego de la Jihad panfeminista del 2034, los hermdroides, como también se los conocía, eran el principal entretenimiento para los ejecutivos y políticos del mundo occidental. Bajo el gobierno del Mesías, Avalon Neogenics se había convertido en la principal compañía del país en investigación científica y tecnológica. El café había sido desplazado definitivamente, mientras que el país asistía a una inesperada prosperidad económica… o al menos eso era lo que reportaban a diario las noticias. Igualmente, Luís Miguel asistía a una increíble bonanza luego de que su amigo Carlos hubiera llegado a la cabeza del Ministerio de Educación… El porvenir se presentaba agradable para Luís. Con un empujón y algo de suerte, podría llegar a la junta directiva de la empresa y, quizás, a la presidencia… Además sus subalternos y sus superiores estaban de acuerdo, porque bueno, un apoyo ministerial no es algo que se vea todos los días. Así que todos ellos estaban llenos de sonrisas y palmaditas en la espalda, y “vamos a jugar golf a mi club, Doctor”. Todos… salvo esa mujer envidiosa, esa harpía despreciable de apellido Aristizábal, subdirectora del Departamento de investigaciones.

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La muy perra había husmeado en su expediente. Había descubierto su pasado como investigador en el Instituto de Biotecnología de Teherán. Conocía de sus desfalcos y de sus yerros… Ahora ambicionaba su puesto en la Junta Directiva y aparentemente nada la detendría… “Es hora de cobrarle los favorcitos al Carlos” —pensó Luís Miguel. •••••• La mujer de los implantes cromáticos se paseaba preocupada por las calles de Chapinero buscando a Floyd, su antiguo proveedor de artefactos ilegales, entre la mirada lujuriosa de las prostitutas y los traficantes de PSB. A lo lejos, una caravana de Land Rovers y motocicletas artilladas atravesaba la Caracas, mientras el humo y las llamas se mezclaban con el smog de la ciudad. Las malas lenguas decían que se trataba de otro golpe para el gobierno del Mesías, pero eran meras calumnias de la prensa terrorista que se empeñaba en negar los logros incontrovertibles del gobierno. Luego de revisar numerosos antros de la zona, la mujer entró a Sigel, uno de los sitios de entretenimiento más notables del país, donde se podía encontrar diversiones adecuadas para todos los apetitos y bolsillos. Desde delicadas mutantes de 3 brazos y 6 piernas, a lo último en tecnología hermdroide. Y allí, en ese simpático centro de convenciones eróticas, había recibido las coordenadas de su traficante. Floyd, sentado sobre un diván neumático, con una hermdroide a su lado, bebe una malteada con PSB y mira de manera sospechosa a la mujer. Hay algo raro en él. Parece asustado. – ¡Idiota, teníamos cita a las diez en La Plaza de Lourdes! ¿Qué putas haces aquí? – Me relajo. Los negocios han sido malos esta temporada. El Ministerio de Educación no me facilita las cosas... – ¿Y entonces? Pero Floyd se queda en silencio mirando hacia el vacío. La mujer impaciente lo sacude de las solapas y finalmente lo abofetea, es la única manera en que Floyd reacciona. – ¿Tiene lo que le pedí? ¡No me haga perder el tiempo!


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Floyd busca entre su bolsillo un sobre sellado y se lo muestra de lejos a la mujer. Sus manos tiemblan, seguramente por los excesos de la droga. – Mi precio se ha triplicado, señorita, los rusos no quisieron vendérmelo y tuve que hablarme con los chinos. Usted sabe cómo detesto a esos malditos amarillos... La mujer vacila y lo mira con odio, pero está desesperada y paga un precio muy alto, es la única alternativa que tiene para deshacerse de Luís Miguel. Luego, sale rápidamente bajo la mirada vigilante de sus escoltas. Todos suben a una camioneta blindada y se dirigen hacia el Norte por la Séptima, en dirección a los cuarteles de Avalon. Ya en su vehículo, verifica el contenido del paquete mientras sonríe satisfecha. ¡Floyd, el maldito desgraciado, lo había logrado! Eran verdaderos Nanodispositivos auto-replicantes, tecnología desconocida en el país. Podían ser administrados por vía intravenosa, oral o aérea. No dejaban residuos de ningún tipo en el cuerpo ya que utilizaban la misma maquinaria metabólica de los organismos infectados. Así, en pocos minutos, Luís Miguel caería muerto y sería difícil que los forenses descubrieran alguna anormalidad. Su muerte podría ser atribuida a cualquier cosa, un infarto o un aneurisma. Desaparecerá sin sufrimientos ni gloria, y el cargo —que le pertenecía por derecho— sería suyo. Entretanto Floyd termina su malteada, y nervioso habla por su móvil con los agentes del Ministerio: – Pilas que la cucha está en movimiento, repito, la cucha está en movimiento. •••••• Carlitos acaricia el pelo naranja de Lady Marcela, una chica del lejano sur que había conocido en un Rave cyber días atrás. Lady es delgada y hermosa, trae puesto un vestido de japonesa gótica bastante retro. Tiene injertos de silicona en los labios, y un tatuaje holográfico en la mejilla izquierda que la hace ver más sexy. – ¿Estás seguro de que no va a venir tu papá? —pregunta Lady. – No, mi amor, el viejo está en una reunión con unos gringos, esta noche la casa es para nosotros.

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– ¿Entonces tu papá es el Ministro? – Sí. El Señor Ministro. – Wow, ¡qué excitante! —dice Lady Marcela, sus ropas cambian de colores y de formas. Ahora aparece como una dama del siglo XVIII, moviendo un abanico. – ¿Quieres un poco de PSB? —pregunta Carlitos. – Naa, prefiero conectarme. Hay un artista europeo que va a hacer un performance bien bacano y quiero verlo —dice Lady Marcela—. Es estudiante de diseño o algo así. – Bueno vale, pero luego a lo nuestro —dice Carlitos mientras toma una cápsula de PSB. Lady Marcela se conecta a la red en 0.005 segundos. Aparecen las típicas proyecciones holográficas de propagandas, educación ciudadana y animación japonesa en 3D. Avalon promociona sus nuevos magiespejos, que transmiten en tiempo real truquitos de belleza para las preadolescentes inquietas. Suena música de las Mononoku-chan, bellas chicas orientales, que cantan electrocyber mezclado con sonidos aleatorios de la naturaleza. El partido de la tarde quedó 3-2 (“malditos ángeles rojos, maldito árbitro” —piensa Lady Marcela). En otra ventana o “canal”, el controvertido escritor Rafael Pulecio Prieto anuncia la publicación de su nueva novela Técnicas de masturbación entre monjas coprofílicas. Obra que según los críticos especializados, “Revolucionará la Literatura de América Latina a la vez que escandalizará a las mentalidades conservadoras”. Lady Marcela cierra todas las ventanas de publicidad y finalmente encuentra lo que buscaba. – Mi taita es un verraco, Marcelita. Un verraco que no se deja joder de nadie. Repite semiinconsciente Carlitos. – Shh, ya va a empezar el performance de Ashcroft —dice Lady Marcela. •••••• Lleno de júbilo, Luís Miguel escuchaba las noticias del medio día.


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“En Milán, Italia, cientos de jóvenes pacifistas acompañaron al reconocido artista metaconceptual Ashcroft, durante la inauguración de su último performance Mater dolorosa: Transfiguración. Un evento esperado desde tiempo atrás por la comunidad intelectual del mundo entero. Luego de flagelarse, y colocarse una corona de alambre de púas sobre la cabeza, Ashcroft procedió a castrarse mientras era sodomizado lentamente por un hermdroide. Los fondos recolectados por este espectáculo serán donados para financiar las protestas mundiales contra la Macrocorporación Avalon en defensa de la explotación hermdroide por parte del empresariado. —¡Hay que darle su merecido a esos cerdos fascistas! —declaró Ashcroft a la prensa virtual Italiana. En otras noticias, miembros de la Polisecret han desmantelado una nueva banda criminal que se encontraba traficando con peligrosos nanodispositivos ilegales. Durante el operativo, las autoridades dieron de baja a la cabecilla de la banda, identificada como Manuela Aristizabal de 41 años, quien aparentemente se encontraba vinculada a grupos ecoterroristas de Oriente Medio. Las autoridades investigan si se trataba de un potencial atentado contra nuestro bien amado líder, el Mesías…”

•••••• En el Ministerio de Educación, los relojes electrónicos dan las 12 de la noche. A lo lejos se escuchan explosiones de granadas, ráfagas de ametralladoras y el ruido de misiles tierra-aire. Algunos mendigos mutantes buscan restos de comida entre los cubos de basura. Una limosina con encantadores diseños holográficos se encuentra parqueada junto a la entrada del Ministerio. El Ministro se reúne con los empresarios americanos para sellar el contrato por la compra de un millón de kits educativos, diseñados especialmente para los países del Tercer Mundo. El Ministro está tranquilo pese a los numerosos problemas en los que se encuentra: ataques diarios por parte de los periódicos terroristas, denuncias de acoso sexual por parte de sus empleadas, demandas por tráfico de PSB hacia Norteamérica y Asia... Él es —como siempre le ha dicho a su hijo— un sobreviviente, un luchador. Ha salido indemne de tragedias como la pandemia del 2015, 3 matrimonios desafortunados y un atentado con Ántrax en la convención de la OEA del 2037. Eso es lo que recuerda el ministro mientras firma el contrato. Le gustan las cosas bien hechas, los finales exitosos, ayudar a los amigos en problemas, desenmascarar a terroristas corporativos...

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Saturno | Laura Daniela Pati単o Casta単o ladpatinoca@unal.edu.co


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Tras el apretón de manos protocolario, los americanos tienen ganas de festejar a lo grande. Con hermdroides de lujo y con algo de PSB. – Do you know what I mean, Mr. Carlos? We want to burn the house! —dice uno de los empresarios. El Ministro también sonríe: – Conozco el lugar perfecto señores, have you heard about Sigel? Felices y ya un poco mareados, se dirigen hacia la flamante limosina que los espera en la entrada. ¶

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Sonia la roja y Lessingham en el PaĂ­s de los SueĂąos de Gwyneth Jones1 Alejandro Vesga


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Los muros de tierra del caravanserai se erigían extrañamente en la planicie vacía. Ella dejó que el semental negro aminorara el paso. El silencio del profundo anochecer tenía un sabor, como una oscura fruta jugosa; el aire estaba inmóvil. En la distancia, las montañas dibujaban un áspero margen sobre el cielo índigo; vetas de nieve centelleando con el brillo de las estrellas salientes. Nunca antes había estado aquí, en vida. Aunque, a la vez que llevaba a su caballo a través de la brecha en los escarpes de tierra, sabía con lo que se iba a encontrar. Las tiendas de campaña alrededor de los muros; el ajado terreno manchado de negro por las cenizas de innumerables fogatas; el corral enzarzado donde las bestias de monte de los viajeros se mezclaban sin miramientos con las cabras y gallinas del anfitrión… la ruinosa galería, donde gavillas de rojizo pasto brotaban de las ventanas vacías. Todo lo que observaba tenía la intensa luminosidad de un lugar visitado a menudo en sueños. Era una mujer alta, vestida para montar en una falda escocesa y un arnés de cuero suave sobre lino ceñido al cuerpo: un traje que dejaba expuestos sus brillantes y musculosos miembros y delineaba las orgullosas curvas de su pecho y caderas. Su

1 Jones, Gwyneth. 1997. “Red Sonja And Lessingham In Dreamland”. En Hartwell, David (Ed.). Year’s Best SF 2. USA: HarperPrism, 313-334

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cabello rojo estaba atado en una trenza tan gruesa como la muñeca de un hombre. Su espada colgaba de su espalda, su gran empuñadura de bronce se posaba por encima de su hombro. Otros huéspedes estaban reunidos en la cocina al aire libre, a la luz escarlata del fuego y el humo de la carne rostizándose. Ella les devolvía las miradas fríamente: estaba acostumbrada a atraer la atención. Pero no le gustaba lo que veía. El anfitrión del caravanserai se separó escabulléndose del grupo alrededor de la fogata. Su trato era servil. Empero sus ojos medían, con la furtiva experticia de un ladrón, el valor de la espada que llevaba y la calidad del arnés de Lemiak. Sonia le arrojó unas monedas y rehusó unirse a la compañía. Había contado quince de ellos. Estaban mal vestidos y bien armados. Todos eran amigos entre sí y sus animales –tanto aves del terror como caballos– eran demasiado buenos para los propósitos de un viajero honesto. A Sonia le habían dicho que el caravanserai era una parada segura. Dictaminó que eso había dejado de ser verdad. Consideró el volver a remontar sobre la planicie. Sin embargo, los lobos y las aves del terror rondaban por la noche, al final del invierno, entre este lugar y las montañas. Y había peligros peores; fantasmas y demonios. Sonia no era ni crédula ni supersticiosa, pero en este país ningún peregrino, si podía evitarlo, pasaba las horas negras solo. Desenganchó el arnés de Lemiak y lo acarició, tomando un sensual placer en manipular sus poderosos miembros, en el calor de su lustrosa piel y en el vigor de su gran cuerpo. Ya había leña apilada en la tienda sin techo. Echándose al hombro un cabestrillo de tela para el maíz y un pedazo de soga, fue a buscar su propio alimento. Las bestias acorraladas se movieron en masa para observarla. Los grandes pájaros sin poder volar, con sus inmisericordes ojos de raptor, estaban especialmente atentos. Ella sentía una atención igualmente rapaz por parte de la compañía en la cocina del caravanserai, lo cual la divertía. Los ladrones –ya que estaba segura de que eso eran– tenían toda la suerte. Para ella, ninguno de los quince merecía una segunda mirada. Un hombre apareció de la oscuridad de la ruinosa galería. Era alto, los ondulados músculos de su pecho, expuestos por una chaquetilla de cuero sin amarrar, brillaban con un color rojo-pardo. Su cabello negro caía en lustrosos rizos sobre sus amplios hombros. Encontró la mirada de ella y sonrió; dientes blancos apareciendo entre la oscuridad de sus barbas. –Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes... Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad… ¿Conoces esas líneas? –. Indicó una amorfa piedra, una de varias que yacían por ahí. Llevaba los trazos de haber sido tallada, ya casi borrados por el tiempo. –Hace tiempo existió una ciudad aquí, con plazas de mercado, esbeltos edificios, multitudes de personas orgullosas. Ahora son polvo, y solo queda el caravanserai–.


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Se quedó parado frente a ella, con una bronceada y vigorosa mano descansando suavemente sobre la empuñadura de una daga en su cinturón. Al igual que Sonia, llevaba su espada colgada a su espalda. Sonia era alta. Él la superaba por una cabeza: no obstante, no había nada bestial en su tamaño. Su frente era ancha y serena, sus ojos azul vívido: sus labios carnosos e imperantes, sin embargo modelados delicadamente, en el rebosante nido de pelo. En alguna parte entre ojos y labios acechaba un aire de burla, como si le divirtiera secretamente la perfección de su propia belleza y fortaleza. Hombre y mujer se midieron mutuamente. –Eres un académico –dijo ella. – Por decirlo así. Y un viajero de una tierra antigua, donde las ciudades todavía siguen en pie. Parece que aquí solo somos extraños –añadió con una ligera inclinación de su cabeza a la alegre compañía. –Sería aconsejable ser amigos durante la noche–. Sonia nunca malgastaba sus palabras. Consideró su oferta y asintió. Hicieron una fogata en la tienda que Sonia había escogido. Lemiak y el ave del terror del académico, sueltos en la parte de atrás del refugio, no parecían molestarse por su mutua compañía. La mujer y el hombre comieron salchichas condimentadas, ensartadas y asadas sobre la brasa roja, con pan y frutos secos. Bebieron agua, cada uno con su propio odre. Hablaron poco, después de ese primer intercambio, excepto para discutir brevemente las tácticas de su defensa, de ser necesaria. El ataque llegó alrededor de medianoche. A la primera señal de movimiento furtivo, Sonia saltó con la espada en la mano. Agarró un hierro de la fogata apagada. El hombre que había estado arrastrándose en sus manos y rodillas, con la intención de asesinar taimadamente una víctima durmiente, se puso de pie. –Defiéndase – gritó Sonia, quien detestaba el golpear a un enemigo desarmado. Al instante estaba arrojándose hacia ella con una pesada espada. Un golpe a dos manos la habría hendido en la cintura. Ella desvió el golpe y le asestó uno entre cuello y hombro, casi separándole la cabeza del resto del cuerpo. Las bestias se alebrestaron y gritaron al sentir el olor a sangre. El académico estaba aferrado a otro atacante, estrangulándolo con sus manos hasta morir… y la tienda estaba llena de cuerpos: sus enemigos llegando desde todas partes. Sonia no sentía miedo. Golpe tras golpe, una lujuria de sangre y esfuerzo y oscuridad iluminada al fuego… hasta que el ataque terminó, tan rápido como había empezado.

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Pistola arma ametralladora piloto | Anónimo

Los bandidos habían desaparecido. – Matamos cinco –respiró el académico–, según mi cuenta. Tres tú, dos yo. Ella pateó para juntar lo que quedaba de su fogata y se agachó para encender la brasa. Con esa luz encontraron cinco cuerpos, los arrastraron y tiraron en la plaza. El académico tenía un corte en su brazo, que sangraba copiosamente. Sonia estaba amoratada y golpeada, aunque ilesa aparte de eso. La peor pérdida fue su pila de leña, la cual había sido pisoteada y manchada de sangre. No podrían mantener prendida una fogata. – Quizás no lo intenten de nuevo –dijo la guerrera– ¿Qué tenemos que sea más valioso que cinco vidas? Él rió cortamente. –Espero que tengas razón. – Haremos guardia por turnos. Erguidos con la respiración entrecortada, todos los sentidos alerta, sonrieron mutuamente en su recién formada camaradería. No hubo un segundo ataque. Al amanecer, Sonia despertó de un ligero sueño, se irguió y echó para atrás los pesados manojos de sus cabellos rojos. – Eres muy hermosa –dijo el hombre, contemplándola. – Tú también –respondió ella.


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El caravanaserai estaba desierto, excepto por los muertos. Los animales de monte de los bandidos no estaban. El anfitrión y su familia habían huido a algún escondite entre las ruinas. – Me dirijo a las montañas –dijo él, mientras empacaban sus implementos–. Al paso que lleva a Zimiamvia – Yo también. – Entonces nuestros caminos yacen juntos. Usaba la misma chaquetilla de cuero, sobre unos calzones sueltos de gruesa seda violeta, que le llegaban a las rodillas. Sonia miró las tiras de lino que amarraban su herida del brazo. – ¿Cuándo te amarraste ese corte? – Tú me la vendaste, por lo cual te agradezco. – ¿Cuándo hice eso? Él se alzó de hombros. –Oh, en algún momento. Sonia montó a Lemiak, frunciendo un poco su entrecejo. Cabalgaron juntos hasta el anochecer. Ella no era habladora y el hombre aceptó pronto su silencio. Mas cuando cayó la noche, acamparon sin fogata en la planicie sin morada, entonces, mientras los demonios acechaban, se alegraban en su mutua compañía. A la mañana siguiente, las montañas parecían tan distantes como siempre. De nuevo, no se encontraron con criatura viva durante todo el día, hablaron poco entre sí y arreglaron el mismo campamento sin comodidades. No había luna. Las estrellas eran casi tan brillantes como para dar sombra; el frío era intenso. Dormir era imposible, pero no se arriesgaron a seguir cabalgando. Pocos viajeros intentaban atravesar el paso sobre las altas planicies de Zimiamvia. De esos cuantos, la mayoría regresaban derrotados y algunos vagaban entre las ruinas eternamente, desgarrando su propia carne. Aquellos que sobreviven son los que no desafían los terrores de la oscuridad. Se acurrucaron hombro a hombro, cada uno arropado con una sola cobija, para aguantar. Malvadas emanaciones de la planicie llena de muerte surgían de la tierra

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y daban luz a fantasmas. El sudor del miedo era frío contra las mejillas de Sonia. Horrores creados de la nada merodeaban y murmuraban en su mente. – ¿Cuánto tiempo? –susurró ella– ¿Cuánto tiempo tendremos que soportar esto? El hombro del hombre se irguió sobre el de ella. –Hasta que nos mejoremos, supongo. La guerrera volteó para encararlo, sus ojos verdes destellando con horrorizada indignación. •••••• “Sonia” discutió la transgresión del miembro del grupo con el terapista. El Dr. Hamilton –él quería que lo llamaran Jim, aunque a “Sonia” esto le parecía imposible– monitoreaba todo lo que sucedía en el ambiente virtual. Mas nunca aparecía allí. Solo se encontraban con él en las consultas uno-a-uno que los expertos en terapia virtual llamaban sesiones de carne. – No se supone que deba hacer eso –ella protestaba desde el sofá de espuma de la oficina del doctor. Él estaba sentado a su lado, con su cuaderno posado sobre la rodilla. –Dañó mi experiencia. El Dr. Hamilton asintió. –Muy bien. Demos un paso atrás. Dejando a un lado el riesgo de enfermedad o de embarazo: porque podemos dejar a un lado esos espantos, para siempre si así quieres. ¿Estás de acuerdo con que el sexo es esencialmente un comportamiento social inocente y juguetón, algo que, en un mundo ideal, ofrecerías o recibirías de un amigo, tan fácilmente como comida o bebida? “Sonia” recordó ciertos sueños, sueños de carne, no los asistidos por computador. Se sonrojó. Pero el hombre era un doctor después de todo. –Eso es lo que siento –consintió–, por eso estoy aquí. Quiero volver al placer puro, deshacerme de las cargas emocionales. – La experiencia sexual que se ofrece en terapia virtual está disponible en las redes. Sabes eso. Y puedes encontrar una agencia que vetaría tus compañeros por ti. Elegiste unirte a este grupo porque necesitas sentir que estás tomando medicina, para no sentirte avergonzada. Y porque necesitas sentir que estás interactuando con personas que, como tú, perciben el sexo como un problema.


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– ¿No es así para todo el mundo? – Tú y otro miembro del grupo salieron a su propio mundo privado. Eso está bien. Es lo que se supone debe ocurrir. Déjame decirte, no siempre pasa. El software te da acceso a una vasta biblioteca multisensual, todas las fantasías sexuales que se han registrado. Mas tú y tu compañero, o compañeros, deben de personalizar la información y utilizarla para crear y mantener lo que llamamos el plenum perceptual consensuado. El éxito en mantener un país de sueño compartido tiene su truco. Depende de algo en la composición neural que nadie ha analizado completamente aún. Algunos lo tienen, otros no. Ustedes dos realmente se sincronizan. – Eso es exactamente de lo que me estoy quejando. Crees que él está dañando el universo burbuja que ustedes dos han creado. Pero no es así, no desde el punto de vista de su personaje. Es parte de la cosa de Lessingham, el estar consciente que se encuentra en un mundo de fantasía. Ella empezó, acusativamente. –No quiero saber su nombre. – No te preocupes, no te lo diría. “Lessingham” es el nombre de su persona virtual. Me sorprende que no lo reconozcas. Es un personaje de una serie clásica de novelas fantásticas por E.R. Eddison… En el glorioso cosmos de Eddison “Lessingham” es un caballero inglés dotado espléndidamente, quien visita reinos fantásticos de aventuras ultra-masculinas a manera de sueños lúcidos: aunque un actor en el drama, es parcialmente consciente de otra existencia, mientras que los personajes a su alrededor son más o menos explícitamente títeres del sueño… Sonaba como si estuviera recitando una enciclopedia. Probablemente así fuera: leyendo una transcripción que había aparecido en los lentes de sus gruesas gafas. Ella sabía que los adornos anticuados estaban allí para tranquilizarla. Ciertamente los detestaba: aunque era como la virtualidad misma. Apretaba los botones, el mecanismo respondía. Ella quedaba tranquilizada. Por supuesto que conocía las historias de Eddison. Recordaba a “Lessingham” perfectamente: el atleta millonario alto, fuerte, guapo y culto, que va en viajes mágicos a otro mundo, donde es un atleta alto, fuerte, guapo y culto en traje isabelino, con una gran espada. Todo era una fantasía de poder masculino absolutamente típica, pensó ella, sin rencor. Fantasía significa nunca tener que disculparte. Las mujeres en esos libros, recordaba, estaban empapadas de sexo, mas no participaban de la acción. Se quedaban en casa siendo princesas, ocasionalmente permitiendo que los

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atletas millonarios las llevaran a la cama. Podía entender por qué “Lessingham” estaría interesado en “Sonia”... para variar. – Piensas que él te ha manoseado, psíquicamente. ¿Qué esperabas? No te puedes vestir de la forma que "Sonia" lo hace y esperar que te traten como la Reina de Mayo. El Dr. Hamilton solo hacía su trabajo. Se suponía que debía ser provocador, para que pudieran reaccionar en su contra. Al menos, esa era su excusa… Por el contrario, pensó: “Sonia” se viste de esa manera porque se puede vestir como se le de la gana. “Sonia” no tiene que anhelar el respeto, y tampoco exigirlo. Simplemente lo obtiene. – Es una muestra de dominación –dijo ella, disfrutando al robar su jerga. –Las mujeres también hacen eso, ¿sabe? La manera en que viste ‘Sonia’ no es una invitación. Es una advertencia. O un reto, para quien desee medírsele. Él rió, aunque sonaba irritado. –Francamente, me sorprende que ustedes dos funcionen juntos. Pensaría que ‘Lessingham’ le gustaría más una ultrafemenina. – Yo soy… "Sonia" es ultrafemenina. ¿No es femenina una tigresa? – Bueno, está bien. Pero supongo que has encontrado su pequeña debilidad. Le gusta estar un poco en control, incluso cuando se está desinhibiendo en el país de los sueños. Ella recordó la burla secreta acechando en esos ojos azules. –Ese es el problema. Eso es exactamente lo que no quiero. No quiero que ninguno de nosotros dos tenga el control. – No puedo interferir con su persona. Así que está en tus manos. ¿Quieres continuar? – Algo funciona –murmuró ella. Estaba renuente a admitir que no hubo nadie más, en la fase de interfaz textual del grupo, que ella encontrara remotamente atractivo. Era “Lessingham,” o renunciar y empezar otra vez de cero. –Solo quiero que él deje de arruinar las cosas. – No puedes esperar que sus fantasías onanistas se correspondan exactamente. Esto se trata de ir más allá del sexo solitario. Síguele la corriente: ¿qué malo podría pasar? Un día te encontrarás con un compañero sexual en la realidad y, entonces estarás bien. Mientras tanto podrías estar topándote con "Lessingham" en la recepción, –él viene a sus sesiones de carne más o menos a la misma hora– y no lo sabrías. Eso es seguridad, y nunca tienes que violarla. Ustedes dos han probado que pueden


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sostener un mundo imaginario juntos: es casi como estar enamorados. Podría argumentar que el sueño lúcido, estar en el mundo de la fantasía sin pertenecer a él, es el siguiente gran paso. Piensa en eso. La habitación de la clínica tenía paredes con espejos: más provocación deliberada. ¿Qué tanta realidad puedes aguantar?, inquirían sus reflejos. Mas ella, solo sentía un vago disgusto por la mujer que veía, a la vez hinchada y con mejillas hundidas, acostada en el sofá de espuma del doctor. Él estaba mirando la historia de ella en la pantalla de su cuaderno: lo que quería decir que ya casi terminaba la sesión. – ¿Todavía no hay contacto sexual abierto? – No estoy lista… –se removió inquietamente– ¿Es hombre o mujer? – ¡Ah! –sonrió el Dr. Hamilton, agitando un dedo desaprobador. –Pícara, pícara. Él es quien la había empezado a incitar, con sus insinuaciones que el “Lessingham” de carne podría estar cerca. Se odiaba a sí misma por haber hecho una pregunta genuina. Era su regla el no darle entrada a sus pensamientos reales. Pero el Dr. Jim lo sabía todo, sin tener que decirle: cada cambio en su química cerebral, cada efecto en su cuerpo: palmas sudorosas, corazón palpitante, ropa interior húmeda… Los signos delatores en su maldito apuntador le dejaban muy poca dignidad. “¿Por qué me someto a mí misma a esto?”, se preguntó repugnada. Sin embargo, en la virtualidad se olvidaba por completo del Dr. Jim no le importaba quién pudiera estar mirando. Tenía su espada con empuñadura de bronce. Tenía la penetrante intensidad del anochecer sobre las altas planicies, la luz de nieve en las montañas; la dura y tibia seda de sus propios miembros perfectos. Sentía una breve complicidad con “Lessingham”. Tenía la convicción de que el Dr. Jim no jugaba a los favoritos. Detestaba a todos sus pacientes por igual… Usted consigue su disfrute, doctor. Pero nosotros tenemos la libertad del país de los sueños. “Sonia” leía las tarjetas pegadas en cabinas telefónicas y en las ventanas de las tiendas, en las cansadas callecitas afuera del edificio que albergaba la clínica. Masaje relajante por joven afeitado en Lujosos Aposentos… No puedes esperar que sus fantasías se correspondan exactamente, había dicho el doctor. ¿Mas cómo podía funcionar si las dos personas no se ponían de acuerdo sobre algo tan vital como la diferencia entre control y rendición? Su enajenado esposo solía decir: –Por qué no lo haces por mí, como un favor. No dolerá. Como prepararle a alguien una taza de café… –. Ofréceme

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Phoenix - 16 Recession | Biswajit Das


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la taza humeante, voltéame y levanta mi falda, retira mi ropa interior. Estoy lista. Él abre sus pantalones y lo desliza adentro, mientras su pulgar está al frente frotándome. “… Podría disfrutar eso”, pensó “Sonia”, recordando el jovial abandono de sus sueños. –Esa es la maldita lástima. Si no existieran las consecuencias no sexuales, creo que no existiría un límite para lo que podría disfrutar... No obstante todo lo que su esposo había logrado era que nunca más deseara preparar una taza de café, a nadie, hombre, mujer, o niño... En lujosos aposentos. Eso es lo que quiero. Sexo sin obligaciones, placer sin consecuencias. Tiene que ser posible. Contempló las tarjetas, sintiendo intranquilamente que tendría que renunciar a este hábito. Solía darles un vistazo de reojo, ahora hacía una pausa y se tomaba su tiempo. Se estaba desesperando. Tenía suerte de que existiera sexo virtual supervisado médicamente. Sería una presa indefensa en el mundo de las redes y nunca, nunca se arriesgaría a intentar uno de estos números de carne. Y no tenía intención de regresar con su esposo. Que se prepare su propio café. Ella no consideraría eso como mejorarse. Volteó y cayó en la mirada de un joven bien vestido parado junto a ella. Se alejaron caminando rápidamente en direcciones opuestas. “Todos tienen los mismos sueños…”. ••••••

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En las laderas de las montañas, el mundo se tornó verde y dulce. Siguieron el curso de un riachuelo que a veces se sumía muy abajo de su camino, golpeando en ráfagas blancas en un estrecho barranco, y a veces corría a su lado, descorriendo suave y claro a través de guijarros coloridos. Las flores se agrupaban en las riberas, los pájaros volaban entre los matorrales de rosa salvaje y madreselva. Se bajaron de sus animales y caminaron tranquilamente sin hablar mucho. A veces el costado de la guerrera se rozaba contra el lado del hombre o él descansaba un momento, como por casualidad, su mano en el hombro de ella. Entonces se separaban deliberadamente, pero se sonreían el uno al otro. “Pronto. Todavía no…”. Debían permanecer vigilantes. Las entradas a la afortunada Zimiamvia estaban protegidas. No podían esperar llegar al paso sin oposición. Y las noches seguían estando embrujadas. Hicieron campamento en un meandro plano del río, donde los riscos del desfiladero se alejaban, y podían ver lejos hacia arriba y sobre el valle. Al norte, picos de diamante e índigo se alzaban sobre ellos. Su fogata de leña aromática ardía brillantemente, y las estrellas empezaban a florecer. – Nadie sabe acerca de los efectos a largo plazo –dijo ella–. No puede ser seguro. A lo mínimo, estamos arriesgándonos a una adicción irreversible, eso te lo advierten. No quiero pasar el resto de mi vida como una teleadicta del ciberespacio. – Nadie dice que sea seguro. Si fuera seguro, no sería tan intenso. Sus ojos se encontraron. La simplicidad barbárica de “Sonia” se combinaba sorprendentemente bien con la elaborada acomodación del hombre. El plenum perceptual consensuado era una realidad impecable: el sonido del río, el diáfano silencio del crepúsculo de la montaña… sus dos cuerpos perfectos. Se apartó de él para contemplar las llamas de dulce olor. La gloriosa vitalidad de la guerrera pulsaba en sus venas. El fuego albergaba mundos propios, hornos líquidos: la cara de Mercurio que mira hacia el Sol. – ¿Alguna vez has estado en lugar así en la realidad? Él hizo una mueca. –Bromeas. En la realidad, no soy un millonario que puede usar magia. Algo aulló. Se repitió el grito que podía congelar la sangre. Un olor de nauseabunda maldad los atravesó. Ambos se estremecieron, se acercaron entre sí. “Sonia” conocía la explicación científica de la legendaria paranoia virtual, el precio que pagabas por la onírica riqueza súper real del mundo virtual. Todo se debía a niveles superio-


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res de neurotransmisores, un efecto de retroalimentación positiva, sobrecalentamiento psíquico. Mas los horrores seguían siendo horrores. – El doctor dice que si podemos hablar así, significa que nos estamos mejorando. Él sacudió su cabeza. –No estoy enfermo. Es como dijiste. La virtualidad es adictiva y yo soy un adicto. Consigo mi droga de elección, prescrita y todo. Así es como yo lo veo. Todo este tiempo “Sonia” se encontraba en su apartamento, acostada en un sofá de espuma con un visor sobre su cabeza. El visor enviaba ráfagas comprimidas de estímulos visuales a su corteza visual: los otros sentidos montaban a caballito sobre el visual, desencadenando todo un complejo de grupos neuronales; engañando a su mente/cerebro a creer que el mundo del sueño estaba allá afuera. El cerebro funciona como un computador, no puedes “ver” un hipopótamo, a menos que tu sistema haya traído el patrón de “hipopótamo” a tu memoria y lo verifica contra lo que está ocurriendo. ¿Dónde estaba lo “real”? En cierto sentido este mundo era tan real como el otro… Pero el pensar en el cuerpo desconocido de “Lessingham” la trastornaba. Si era demasiado pobre para tomar prestado un buen equipo, puede que ahora esté acostado en el sucio cubículo de una clínica pública… cateterizado y así: los sórdidos detalles. Ella nunca había probado el sexo virtual. La versión solitaria le parecía una idea deprimente. La gente decía que la versión en pareja era la perfecta follada sin complicaciones. Él aparentaba tener experiencia; ella tenía miedo de que se diera cuenta de que ella no. Mas no importaba. El grupo de terapia virtual no era como una agencia de citas. Nunca lo conocería en la realidad, ese era el meollo del asunto. No tenía que pensar en el cuerpo de ese extraño. No tenía que preocuparse de la opinión que tuviera de ella el “Lessingham” verdadero. Se incorporó junto a la fogata. Era apropiado, decidió, que Sonia fuera virgen. Cuando el momento llegara, su rendición sería mucho más absoluta. Durante el día él permanecía en su personaje. Era un intercambio tácito. Ella aceptaría la existencia del otro mundo durante la noche en el campamento, mientras él no lo mencionara el resto del tiempo. Así que siguieron viajando juntos, Lessingham y Sonia la Roja, el cortés académico-caballero y la taciturna doncella-guerrera, a través de una exquisita primavera intercambiando quedas miradas, roces “accidentales”... Y aun así nada sucedía. “Sonia” era consciente de que “Lessingham”,

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así como ella misma, estaba refrenándose ante el abismo. Se sentía estimulada por esto. Aunque ambos estaban, ella sospechaba, esperando a que la fantasía que habían generado presentara el momento perfecto por sí misma. Debería de… No había otra razón para su existencia. A la vuelta de la ladera de la montaña, encontraron una hondonada al resguardo. Dos árboles de serbal en flor crecían río arriba. En la sombra de sus flores caía una pequeña cascada, tan hermosa que era una maravilla contemplarla. El agua caía cristalina del borde superior de una laja de piedra tan alta como dos hombres, a una cuenca de roca. El agua en la cuenca era clara y profunda, burbujeando por el chorro que se zambullía desde lo alto. Las riberas eran prados de terciopelo, sobre las rocas crecían musgos esmeralda y pequeñas flores acuáticas. – Viviría aquí –dijo Lessingham suavemente, sus manos soltando el tirante de su ave de monte. – Me construiría una casa en este mágico lugar, y descansaría mi corazón para siempre. Sonia aflojó la rienda del negro semental. Las dos bestias se alejaron, cada una alimentándose a su manera en los dulces pastos y el follaje primaveral. – Me gustaría bañarme en esa piscina –dijo la doncella-guerrera. – ¿Por qué no? –sonrió él– Montaré guardia. Ella removió su arnés de cuero y lentamente destrenzó su cabello. Cayó en una temblorosa masa de lazos cobres y rojizos, una nube de gloria alrededor de la riqueza de su cuerpo apenas cubierto. Gravemente contempló su propia perfección, reflejada en el tributo de los ojos de él. La respiración de Lessingham era rápida. Ella vio un pulso palpitar, en la fuerte belleza de su garganta. La pura majestad física de él le robo su aliento… Era su momento. Pero igual necesitaba de algo que rompiera el extraño hechizo de la renuencia. – Señorita –murmuró él. Sonia jadeó. –¡Espalda con espalda! –gritó– ¡Rápido, o será demasiado tarde!


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End of earth, 2047 - Pencil splash page for the Timeship saga | Bob Bello

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Seis guerreros los rodeaban, cubiertos de pies a cabeza en armadura negra y roja. Eran humanos en la parte inferior del cuerpo, mas la cabeza de cada uno mostraba picos y colmillos, monstruosos ojos facetados, y cada uno llevaba un par extra de extremidades acorazadas entre el esternón y la panza. Cayeron sobre Sonia y Lessingham sin pausa o desafío. Sonia luchó ferozmente como siempre, la hoja de su espada resonando contra la armadura de los monstruos. No obstante algo frenaba su fabulosa habilidad. Algún poder había vaciado la fuerza de sus esplendidas extremidades. Estaba desarmada. Las criaturas la sostuvieron con sus garras, una cabeza monstruosa se posó sobre ella, ahogándola con su fétido aliento… Cuando despertó estaba atada a una gran roca, por cintas alrededor de sus muñecas y tobillos, amarradas a aros de hierro incrustados en la roca. Estaba desnuda excepto por su vestido de lino, hecho jirones. Lessingham estaba parado, sosteniéndose sobre su espada. –Los ahuyenté –dijo–. Finalmente dejó caer su espada, y tomó su daga para liberarla. Ella yacía en sus brazos. –Eres muy hermosa –murmuró. Ella pensó que la besaría. En vez de ello, su boca se hundió en su pecho, mordiendo y chupando el inflamado pezón. Ella jadeó de sorpresa, una punzada feroz saltó a través de su carne virgen. ¿Qué querían ellos con los besos? Eran guerreros. Sonia no pudo refrenar un gemido de placer. Se la había ganado. Qué maravilloso ser sobrecogida, rendirse a la tosca lujuria de este animal cuasi-dios. Lessingham la dejó parada sobre sus pies. – Átame. Él le estaba dando un manojo de lazos de cuero bañados en sangre. –¿Qué? – Átame a la roca, móntame. Es lo que quiero. – ¿Los guerreros malvados te ataron? – Y tú vienes a rescatarme –hizo un gesto de impaciencia. –Como sea. Confía en mí. Será bueno para ti también.


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Él jaló sus calzones de seda manchados de sangre, dejando salir una gigantesca erección, dura como el hierro. –¿Ves? rasgaron mis ropas. Cuando ves eso, te vuelves loca, no lo puedes resistir… y estoy a tu merced. ¡Átame! “Sonia” había oído mencionar que el ochenta por ciento de los compañeros sumisos en el sexo sadomasoquista eran hombres. Aunque sigue siendo el hombre quien domina a la “dominadora”: quien dice –átame más fuerte, golpéame más duro, puedes parar ahora–. “Hey –pensó ella– ¿Qué son todas estas instrucciones ahora, tan de repente? ¿Qué pasó con mi follada sin complicaciones? Pero qué diablos”. No iba a retroceder ahora, habiendo llegado tan lejos… Hubo un cambio sutil y Lessingham estaba atado a la roca. Ella se sentó sobre su verga. Él gruñó. –No me hagas esto–. Él empujó hacia arriba, en su interior, gimiendo. Sonia agarró las muñecas del hombre y lo cabalgó sin compasión. Tenía razón, era bueno así. Sus ojos estaban entrecerrados. En el destello de azul bajo sus párpados, temblaba un espíritu de burla… Ella escuchó una risa, y encontró que sus manos ya no estaban sosteniendo las muñecas de Lessingham. Se había liberado de sus ataduras, estaba riéndose triunfalmente de ella. Estaba forcejeándola hacia el suelo. – ¡No! –gritó ella, genuinamente indignada. Pero él era más fuerte. Era de noche cuando hubo terminado con ella. Se hizo a un lado y se durmió, según pudo ver ella, instantáneamente. Su principal pensamiento era que el sexo virtual no conectaba completamente. Ahora recordaba, eso era algo más que la gente también decía, lo mismo que la follada sin complicaciones. –Es como venirse mientras duermes –decían. –No es tan satisfactorio–. Quizás no había nada que la virtualidad pudiera hacer con el orgasmo, para igualar la riqueza aumentada del resto de la experiencia. Se preguntaba si él también se sentiría estafado. Permaneció acostada junto a su héroe, preguntándose, “¿dónde me equivoqué? ¿Por qué tuvo que tratarme de esa manera?” A su lado, “Lessingham” acariciaba un fragmento de seda violeta, arrancado de sus propios calzones. Gemía en su sueño, restregando la suave tela contra su cara, –Mamá… Ella le contó al Dr. Hamilton que “Lessingham” la había violado. – ¿Y no era eso lo que tú querías? Estaba acostada en el sofá de la oficina con espejos. El doctor estaba sentado a su lado con su cuaderno inteligente en su rodilla. El sofá recolectaba las respuestas

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El regalo del gato | NĂŠstor Adolfo PatiĂąo Forero nestor.profe.ilustra@gmail.com


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físicas de “Sonia” como si fuera una astronauta conectada por cordón umbilical al control terrestre; el Dr. Jim leía los signos en sus tranquilizadoras gafas anchas. Ella recordaba la cosa acechadora y furtiva que había vislumbrado en los ojos de “Lessingham”, en el momento antes de que tomara el control de su escena de lujuria. ¿Cómo podía explicar la diferencia? –Él no estaba jugando. En la fantasía, todo se vale. Pero él no estaba jugando. Estaba afuera, riéndose de mí. – Te advertí que él querría mantener el control. ¡Pero no había necesidad! Yo quería que él tuviera el control. ¿Por qué tenía que robarse lo que yo quería darle de todas maneras? – Tienes que entender, “Sonia”, que para muchos hombres son las mujeres quienes son poderosas. Ustedes se sienten dominadas y tratan de lograr la ‘igualdad’. Pero los hombres no perciben la situación de esa manera. Están mortalmente aterrados de ustedes: y cualquier cosa, lo que sea que puedan hacer para mantener la ventaja, será una defensa justificada. Ella podría haber llorado de frustración. –¡Todo eso lo sé! Es exactamente de lo quería alejarme. Pensé que debíamos de dejar atrás todas las malditas cargas. Quería algo puramente físico… Algo inocente. – El sexo no es inocente, "Sonia". Sé que tú crees que lo es o que "debería serlo". Pero es hora de enfrentar la verdad. Cualquier interacción con otra persona involucra algún tipo de juego de poder, juguetear por el control. El sexo no es la excepción. Eso sí que es básico. No puedes escapar de ello en una fantasía cortical. Es en nuestras mentes que suceden las relaciones, y la mente, claro está, es donde la virtualidad también sucede –suspiró, e ingresó otro registro en sus notas. –Quiero que veas esto como otro paso hacia lidiar con la realidad. No estás enferma, "Sonia". Eres infeliz. Ni siquiera de una manera inusual. La mayoría de adultos son infelices, hasta cierto punto. – O bien, están en negación. Su sarcasmo no dio mella. –Correcto. Un buen lugar para estar, al menos por cierto tiempo. Lo que estamos tratando de lograr aquí, si es que estamos tratando de lograr algo, es aumentar tu umbral de dolor a un nivel cercano al promedio. Quiero que salgas de la terapia con tus expectativas reducidas: creo que eso sería un éxito.

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– Genial –dijo ella, desoladamente–. Eso sí que es genial. De repente, él se rió. –¡Oh, muchachos! Son tan raros. Siempre es la misma historia. No puedo vivir contigo, no puedo vivir sin ti… No puedes seguir así, sabes. Se está volviendo ridículo. ¿Quieres un consejo de verdad, "Sonia"? Vete a casa. Cambia tus actitudes y empieza unas duras conversaciones de paz con ese esposo tuyo. – No quiero cambiar –dijo ella fríamente, fijándose con abierto disgusto en su blando perfil, sus suaves manos afeminadas. ¿Quién era él para llamarla anormal? –Me gusta mi sexualidad tal y como es. El Dr. Hamilton devolvió su mirada, un destello de malicia humana atravesando su actuación de doctor. –Escucha. Te diré algo sin costo–. Una extraña sensación saltó a la entrepierna de ella. Por un momento sintió un pinchazo: una mano alzó y acunó el tibio peso de sus testículos. Ella ahogó un gañido de sorpresa. Él sonrió. –He estado buscando por un largo tiempo, y lo sé. No hay tal hombre alto y apuesto… Regresó a sus notas. –Dices que fuiste “violada” –continuó, como si nada hubiera sucedido–. Sin embargo decidiste continuar con la sesión virtual. ¿Puedes explicar eso? Ella pensó en la oscuridad embrujada, el aire frío sobre su cuerpo desnudo, el dolor de sus magulladuras: un pedazo de carne usado y tirado. Cómo se había sentido el yacer ahí, intensamente viva, saboreando los residuos, golpeada contra las puertas de la tierra afortunada. En el país de los sueños, incluso la traición tenía una profundidad y fascinación tan rica. Y era libre de disfrutarla, ya que no importaba. –Usted no lo entendería. Afuera en el lobby había personas yendo y viniendo. Era la hora del almuerzo, los ascensores estaban ocupados. “Sonia” notó a un escuálido hombrecito de hombros redondos entrando a la clínica. Se preguntó vanamente si podría tratarse de “Lessingham”. Se saldría del grupo. La aventura con “Lessingham” había acabado, y no había nadie más para ella. Necesitaba comenzar de nuevo. El doctor sabía que había perdido una cliente, era por eso que se había mostrado tan abierto con ella el día de hoy. Ciertamente adivinaría, también, que no perdería nada de tiempo en inscribirse en algún otro lado de los márgenes semi-médicos. ¡Qué fraude había sido toda esa habladuría terapéutica! Él nunca se había atrevido a hacerle el truco del cambio de sexo, excepto que él sabía que ella era adicta. No era probable que fuera a acusarlo de un comportamiento poco profesional. Oh, él sabía todo. Pero su menosprecio no la perturbaba.


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Así que había ingresado al círculo interno. Podía confiar en el juicio del Dr. Hamilton. Él tenía los signos delatores: ya lo sabría. Reconoció con un sentimiento de leve sorpresa que se había convertido en una estadística, un elemento de preocupación social llamativo: un epidémico vuelo hacia la fantasía, personalidades inadecuadas; incapaces de lidiar con la realidad de las relaciones sexuales normales… Pero eso era una locura, pensó. Yo no odio a los hombres, y no creo que “Lessingham” odie a las mujeres. No existe nada psicótico acerca de lo que estamos haciendo. Es una selección consumista. El sexo virtual es más fácil, eso es todo. Muy bien, es comida rápida. Tiene demasiado azúcar, y un cierto sabor soso. Pero cuando llega un producto, que es más barato, más fácil, y más divertido que la versión original, por supuesto que la gente lo comprará. El ascensor estaba lleno. Se acomodó, había monótonos cuerpos apretados a su alrededor, respirando el aire viciado. Todas las caras eran una máscara de opaca resistencia. Cerró sus ojos. Los muros del caravanserai se erigían extrañamente en la planicie vacía... ¶

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Rese単a


¿A qué podría llegar una sociedad humana donde se controlara la mente de los individuos de forma directa con el uso de tecnologías avanzadas? Lina Zarama Villamizar


Reseña

El anime producido por Production I.G. llamado Psycho-Pass contiene esta incógnita, y trata de explorar sus consecuencias en una sociedad extrapolada que depende completamente de la tecnología, la cual es regida y controlada por un sistema denominado Sylbil. Este ha sido aceptado por la comunidad de Japón bajo el supuesto de que es un sistema de control justo e inhumano, es decir, que permite una sociedad organizada y juzgada objetivamente por una tecnología que carece de las debilidades y preferencias de un ego humano. A este sistema le confían la decisión sobre el futuro que más les convenga y el mantenimiento del orden social, lo cual realiza por medio de la medición o escaneo constante del psycho-pass de las personas que determina su coeficiente criminal. Esto les permite detectar a los criminales, que son aniquilados si el Sistema Sylbil juzga que ya no pueden recuperarse emocionalmente y que, por tanto, ya no son deseables; así como a los posibles criminales, que son aislados antes de que intenten cometer alguna infracción. La única posibilidad que tienen los criminales en potencia para salir de los centros de rehabilitación es convertirse en Ejecutores: son usados por el Estado para aislar a los otros criminales o aniquilar a los que ya no pueden rehabilitarse. Solo pueden huir de la opresión del poder haciendo parte de quienes lo ejercen. La Oficina de Seguridad Pública, en particular el Departamento de Investigación Criminal, se encarga de hacer cumplir el orden y las leyes establecidas por el Sistema Sylbil. Cada sección de este Departamento se compone de un grupo de inspectores y ejecutores. Los inspectores son personas juzgadas como sanas y aptas

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para la labor policial, y emplean a los ejecutores como perros de caza para lograr conservar limpio su psycho-pass. Sin embargo, tanto inspectores como ejecutores son marionetas del Sistema Sylbil, dado que solo pueden disparar con un dominator. Esta arma es los “ojos de Sylbil”, detecta el coeficiente criminal o psycho-pass de las personas y al instante se activa para paralizarlo o para aniquilarlo según lo considere conveniente. En teoría, ni siquiera los perros de caza disparan o matan a alguien, siempre y cuando sea la pistola quien se los indique, quien tome la responsabilidad. De esta forma, ni los inspectores tienen necesidad de juzgar por sí mismos las situaciones, ni lo que consideran un crimen, su trabajo es simplemente dejarse utilizar por el Sistema. Un personaje que vale la pena resaltar es Makishima Shougo, a quien podemos considerar como un rebelde crítico que se sale del Sistema puesto que este no es capaz de juzgarlo: no importa la intención o el crimen que realice, su psycho-pass siempre permanece claro. Esto se debe a que es una persona “criminalmente asintomática”, es decir, que la evidencia de sus crímenes no se corresponde con el escaneo de su psycho-pass. Incluso cuando le es revelado el fraude del Sistema Sylbil, cuando este desea integrarlo a su núcleo de funcionamiento, a él le parece una broma de la que no le interesa hacer parte. Además, Makishima no solo se sale del Sistema porque este no pueda juzgarlo, sino porque solamente lo mueven motivaciones o intereses personales y, por ello, no le interesa perder su individualidad auténtica al pertenecer al núcleo del sistema o al dejar que guíe su vida, como el resto de las personas. Al estar fuera del Sistema logra ver la alienación que este logra en las personas: nunca hacen nada por sí mismos, ya no necesitan a la gente y pueden remplazarla fácilmente, por tanto todos están siempre solos; él desea ser considerado por alguien como un ser que no puede ser reemplazado con facilidad. Es por ello que se dedica a sacudir la humanidad adormecida por la aparente tranquilidad en la que se encuentra, al no responsabilizarse de sí mismos sino dejar todo en manos del Sistema. El Sistema Sylbil trata de controlar al ser humano hurgando hasta el último rincón de su mente. Logra una especie de panóptico mental ejercido a través del constante escaneo por máquinas del psycho-pass: pretenden “inducir en el detenido [que en este caso es cualquier ciudadano] un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder. Hacer que la vigilancia sea permanente en sus efectos, incluso si es discontinua en su acción” (Foucault, 2002, p. 204). El que la mayor parte del tiempo sean máquinas las que ejerzan la vigilancia y el hecho de que el que vigila sea “supuestamente” un sistema y no una persona, solo


Reseña

acentúa con mayor fuerza este efecto. Makishima ve en esto una pérdida para el ser humano que, para valer realmente, debe tomar decisiones por sí mismo, enfrentándose a la angustia y responsabilidad que estas generan: “el hombre está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace” (Sartre, 2009, 7). Mientras las personas sigan relegando su vida al Sistema Sylbil no se asumirán como tal, no se inventarán sino que dejarán que su vida dependa de otro para no tener que afrontar la angustia de su libertad. En suma, una tecnología que se encargue de controlar la mentalidad de una sociedad, hace que el individuo se convierta en un ser ajeno a sí mismo por pertenecer al sistema.

Bibliografía Foucault, M. (2002). Vigilar y castigar. Buenos Aires, Argentina: Siglo Veintiuno Editores. Naoyoshi, S. [Director]. (2012-2013). Psycho-Pass [Serie de televisión]. Japón: Production IG. Sartre, Jean-Paul. (2009). El existencialismo es un humanismo. Recuperado de: http://www.uruguaypiensa.org.uy/imgnoticias/766.pdf.

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Rese帽a

Cosmonauta | Amelia Am贸rtegui Amelia.amortegui@gmail.com

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Dick, Philip. 2008. Blade runner. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? New York: Edhasa Lina Zarama Villamizar


Reseña

“En verdad todo en mí es ajeno. Me he convertido en un ser ajeno”. Philip Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? En una tierra futurista, desolada y abandonada por las astutas personas que huyen a las colonias en Marte para tener una mejor calidad de vida, transcurre la historia de Rick Deckard, retratada en el libro de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Aquí el dilema es la vida o no vida de los androides y cómo los humanos se unen a partir de la diferencia con ellos. Pero la línea divisora entre tecnología y vida es cada vez más borrosa. El test de Voigt-Kampff se basa en la capacidad empática que se da de forma inmediata e inconsciente en los hombres, que es incomprensible para los androides pese a tener una inteligencia incluso superior a la humana: “Tal vez, una característica androide: una carencia emocional, falta de sentimientos acerca del significado de lo que decía. Sólo definiciones huecas, formales, intelectuales, de cada término” (248). Sin embargo, si logran tener voluntad, deseos e incluso sentimientos que los impulsan a escapar de Marte para vivir una vida independiente en la Tierra, ¿siguen sin tener vida? Deckard discurre entre este dilema: él es un ejecutor del test mencionado, pero al conocer a un androide femenino, que le produce atracción, comienza a dudar de los cimientos que establecen su diferenciación social. Este androide femenino, Rachael

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Rosen, que parece poder sentir emociones, y por la cual Deckard desarrolla empatía, es una cara de la moneda. El otro lado de la moneda, que muestra la borrosa línea que divide la vida de la tecnología, la representa la esposa de Deckard, Iran. Una humana que emplea constantemente el órgano de ánimos Penfield en el cual pueden programar las emociones que quieran tener inmediatamente, a lo largo del día, o durante todo el mes. Esta máquina le ayuda a alejar la desesperanza y soledad que la acosa al vivir en la desolada Tierra, sin embargo, genera miedo o desconocimiento hacia sí misma: –En ese momento –continuó Iran–, mientras el sonido del televisor estaba apagado, yo estaba en el ánimo 382; acababa de marcarlo. Por eso, aunque percibí intelectualmente la soledad, no la sentí. La primera reacción fue de gratitud por poder disponer de un órgano de ánimos Penfield; pero luego comprendí qué poco sano era sentir la ausencia de vida, no sólo en esta casa sino en todas partes, y no reaccionar… ¿Comprendes? (16-17) La incapacidad de sentir lo que intelectualmente comprenden, que se suponía pertenecía a los androides, ahora hace también parte de los humanos porque la tecnología ha pasado a ser parte de ellos mismos. Entonces, ¿hasta dónde va la vida, hasta dónde va lo humano? ¶


Cosmos | Daniela Ramos Restrepo darares1993@hotmail.com

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Autores Sebastián Guzmán Rodriguez

Mi nombre es Sebastián Guzmán Rodríguez, y tengo veintiún años de edad. Nací en la ciudad de Bogotá, el 22 de marzo de 1994. Entré a estudiar a los tres años de edad en un pequeño jardín de mi barrio, donde muy pronto aprendí a leer y a escribir, actividades que desde entonces he practicado con pasión. Me gradué en el año 2011 como bachiller del Liceo San Basilio Magno, y pocos meses después ingresé a la Universidad Nacional de Colombia – Sede Bogotá, al programa curricular de Biología. Actualmente, mis mayores intereses son la evolución de los linajes vegetales y la escritura de ciencia ficción.

Alejandro Vega

Bibliotecólogo y profesor de la Universidad de Antioquia. La ciencia ficción ha sido parte de su vida desde que la banda de rock de su padre grabó una canción con ese título (ver link: goo.gl/ilOcJY). Ahora lee, traduce, difunde, discute y utiliza la ciencia ficción en todos los ámbitos de su vida, personal y profesional.

Alex Ánder Descotte

Alexánder Martínez (1995), estudiante de Licenciatura en lengua francesa, en la Universidad Nacional. A veces, solo a veces, piensa en arrojar todos sus planes a la basura y largarse a un país donde tenga que aprender a hablar, otra vez. Apasionado de la lectura, a la que considera un placer, aunque hace un buen rato que no lee en serio, y de la escritura, que es ir y venir, viajar y quedarse, y otras cosas. Participante con resultados muy poco decorosos en infinita cantidad de certámenes y convocatorias literarias. Promete más estupideces suyas sobre el papel, próximamente. Rulfiano novato. Traductor en ciernes. Cortazariano de religión.


Autores

Gustavo Andrés Valdés

Soy una persona nacida en Pamplona y criada en Barrancabermeja. Vine a Bogotá a estudiar. Luego de algunos rodeos ingresé a la Universidad Nacional en la carrera de Filosofía, la cual finalicé el año pasado. Soy profesor de Pre-Icfes. Escribo por la quizá pretenciosa creencia de que puedo hacerlo bien. Hasta ahí lo relevante de mi existencia.

Dickhead

Nací en 1981 en Bogotá, Colombia. Soy biólogo y actualmente estudio un Doctorado en Ciencias Biológicas en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Desde muy temprana edad me han interesado las temáticas de ciencia ficción y fantasía; tengo cuentos publicados en la revista De Segunda Mano y, anteriormente, había publicado mis relatos “La Plaza Mayor”, “Bo-Dell-air” y “Regiones ridículas” en Cosmocápsula. Igualmente he publicado artículos científicos en las revistas Acta Biológica Colombiana, Cell Biology International y Neuroscience Research. En el año 2011 participé en el taller literario Renata de Ibagué.

Ana Virginia Caviedes Estudiante de Literatura, Universidad Nacional de Colombia.

Johan Manuel Chamorro

Bogotano, propenso a las enfermedades, a las caídas y a la risa.

Lina Zarama Villamizar

Estudiante de Literatura, Universidad Nacional de Colombia.

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Phoenix - 16

Buscando vida desde el puesto de observaci贸n | Maganalig majmonroymu@unal.edu.co


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Phoenix Se imprimi贸 en los talleres de GRACOM Gr谩ficas Comerciales, ubicados en la Carrera 69K # 70-76, en Febrero de 2016. Para su elaboraci贸n, se utilizaron las fuentes Alegreya en sus todos sus pesos y variantes, y Source Sans Pro en sus variantes Light Italic, Regular y Semibold. Se imprimieron 300 ejemplares. Bogot谩, Colombia, 2016.



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