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Expediente Esmeralda, por Audiel Gonzajuá - Cuentos

Expediente Esmeralda

Audiel Gonzajuá, 21 años

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Medianoche del 25 de febrero del año en curso: Una llamada. Las llamadas a medianoche nunca son de buen augurio. Amalia Lira levanta la bocina. La boca todavía le sabe a sueño. Del otro lado resuena una voz que carraspea.

-Tenemos a la niña. Dígale al presidente que si la quiere volver a ver abandone el cargo… Sonido constante, como el corazón de un muerto. La habitación vacía; la niña no está. Bernardo Zagua, presidente municipal. Su hija secuestrada hace 48 horas. Aparentemente sustraída de su propia casa. Zagua no tiene escoltas, es modesto en ese sentido, y aparentemente no tiene oposición. ¿Para qué pedirle dejar el cargo? Algún politiquillo de poca monta quiere el camino libre a la mala, así se hacen las cosas en este pinche país, a la mala.

28 de febrero: Amalia y Bernardo lloran en el palacio de gobierno después de la junta con el jefe de la policía. No encuentran nada; ni un rastro. No han vuelto a llamar. Los informes periciales indican la violación de dos cerraduras que dan a la calle. La ventana del cuarto de la niña estaba abierta. Hacía calor aquella noche.

01 de marzo: José Luis Paniagua, jefe de la policía, 25 años de trayectoria: historial limpio. Sin hijos. Sentado en su cuarto que da a la avenida, pantalón de pijama y mangas de camisa. También hace calor esa noche. Traza la ruta de investigación que recorrerá el día siguiente. Llega

hasta las afueras de la ciudad en un paraje llamado La Esmeralda, conocida cantina y prostíbulo de mala muerte.

02 de marzo: Bernardo Zagua está a punto de dejar el cargo. Amalia llora. Gotas de sangre en la habitación de la niña; dos gotas con forma de corazón, quizá provocadas por un golpe contuso. Del otro lado de la ciudad alguien también está sangrando. En una cama muy sucia del otro lado de la ciudad.

Paniagua ha recorrido toda la zona, la ha peinado a contrapelo, y no ha encontrado nada en ninguna parte. Ha dejado el uniforme descansar en la mesita de noche; es un civil encubierto. Entra a una cantina polvosa y lo reconocen. En la trastienda se escucha ruido. Paniagua ensimismado, triste, se traga el nudo en la garganta con un buche de cerveza. Piensa en la justicia ciega que se sostiene frágilmente sobre una balanza mal equilibrada.

12 de la madrugada del 15 de marzo del año en curso:

Las averiguaciones no han avanzado. Zagua ha dejado el cargo pero nadie ha vuelto a llamar. Amalia sigue sin dormir por las noches. Zagua toma el teléfono que ha estado sonando como entre la nada. Informante anónimo. Pistas certeras. Una voz que carraspea. Sobre manila con fotos debajo de la puerta. Bernardo Zagua cuelga la bocina. Amalia llora. Aquí la justicia se hace por bala propia.

2 de la madrugada en casa de José Luis Paniagua: Sin dormir, trazando la misma ruta a La Esmeralda con el dedo índice. Suena la puerta, suena la muerte, abre… Dos disparos certeros en la frente. Un hilo de sangre traza la ruta hasta llegar, una vez más, a La Esmeralda.08 de Julio del año en curso: Bernardo Zagua se ha separado de su mujer. Ambos se culpaban de la desaparición de la niña. La procuraduría general de justicia sigue el caso. Ha transcurrido un año. En una gaveta vieja descansan las fotos que provocaron la muerte de Paniagua. Sobre manila: Paniagua bebiendo una cerveza, en el fondo hay una hilera de prostitutas: la niña de Zagua a la izquierda. Zagua la reconoce bajo las capas de maquillaje y la peluca negra. ¿Cómo no va a reconocer un padre a su propia hija?

16 de marzo: Zagua se dirige a La Esmeralda. Lugar ausente. “Aquí no ha pasado nada”. Un montón de edificios chamuscados. Al crimen se lo tragó la tierra.