Nudo Gordiano #19

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Brandon Barrios “Yo no sé de pájaros, no conozco la historia del fuego. Pero creo que mi soledad debería alas”. -Alejandra Pizarnik, “La carencia”

Nadie —o casi nadie— sabe nada acerca del movimiento. Solo se está seguro de que la quietud es creadora de dolor. El dolor es un estanque cuyas aguas lo saben todo de orillas y nada de profundidades. Nadie acaba nunca de saber quién es, solo sabe en qué se convierte cada vez que le toca atravesar un umbral y de esa manera establece una relación con el dolor que está más allá del sentir. Esto equivale a decir, que solo cuando el dolor es comprendido y no negado, es que el sintiente lo supera. Comprender algo nos obliga a no permanecer incólumes. Hay quienes le atribuyen al tiempo la facultad de curar. De alguna forma, quienes sostienen dicha tesis, también plantean que el dolor es la ausencia de algo —no confundir con que una ausencia implique dolor —, y que, por ende, ha de homologarse al dolor con la soledad. Como a toda tesis que ha demostrado su valía en las cicatrices de sus tesistas, las cuales no sugieren otra cosa más que su verdad, no se intentará refutarla, pero si se la confrontará. Aquello que se llama estanque, y que en este ensayo se ha puesto en sinonimia con el dolor, es algo a lo que el individuo sintiente no ha de aferrarse. Dado que, como se dijo antes, el estanque solo entiende de orillas y no de profundidades, quienes estamos inmersos en él, Hemos de atravesarlo a nado, puesto que de no hacerlo, nuestra quietud nos propiciará el ahogamiento. Las orillas siempre estarán más lejos que nosotros, pero no necesitamos alcanzarlas. Solo necesitamos saber que están ahí, en donde elijamos que estén.

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