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CONTRAEDITORIAL

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ANIMAL / El Bardo

ANIMAL / El Bardo

Paracolombia no es una proclama, es la descripción de un hecho. En Colombia el Gobierno Nacional pacta con la ilegalidad para complacer a los grandes capitales; aquí la muerte mira a los ojos a quien el azar escupió pobre en un país profundamente desigual. Este es el sueño de cualquier dictador: abundan los apáticos... y los ataúdes para los valientes. En Paracolombia la vida es una moneda: para esto o para aquello, las vidas de en medio son un apenas un tránsito “razonable”: se arrasan si eso trae beneficios. País de paracos que se premian unos a otros, que se dicen respetables mientras acumulan muertos debajo del tapete. ¡Ya basta de llamar empresarios a los asesinos, a los narcos, a los ladrones de tierras! Ni honorables son los congresistas que se atreven a vender el futuro con tal de que sus amos les ofrezcan una caricia. Una caterva de ladrones y asesinos es lo que ha dejado la historia política de este país. Vendedores de humo y sicarios al mejor postor. Todos unos infelices de mirada estrecha, ya demasiado viejos al nacer. Incapaces de hacer algo por los demás; perdidos en sí mismos, en su más propia estupidez. Carentes de sensibilidad, al fin y al cabo. Y ahí no acaba: tras cada uno de estos imbéciles hay una larga fila de aspirantes a opresores. La estructura criminal enraizada en este país es sostenida por gente con miedo, psicópatas y lambones. No solo el Gobierno es el que se atreve a convenir con el paramilitarismo. La vulgaridad de la burguesía o de los más pobres suele ser complaciente con esos ideales. ¿A cuántos vecinos no hemos escuchado reclamar mano dura? Que maten a los inconformes si eso me permite a mí dormir un poco mejor. Bala para el diferente por diferente. El paraco habita al cristiano más convencido y al ateo más modesto. La sombra paramilitar tienta al falto de inteligencia. Así como la paloma de Kant pensaría, si pensase, que en el espacio vacío volaría mejor; así el bruto por pereza cree que sería mejor asesinar al inconforme por incómodo. Pero, ¡ay!, ¿Qué sería de la humanidad sin aquellos que se atreven a poner en cuestión lo que se dice? Entre el que hace lo que le mandan y el que ve la injusticia y la denuncia hay una distancia que hace historia. El Estado, esa bestia que se cierne sobre los cuerpos, es una constante amenaza que necesita de herejes; antes de que termine de tragarse a sus hijos. Si queremos cambiar esta situación en la cara de la Colombia paraca, debemos atrevernos a demasiado. Empecemos por vomitar nuestras certezas. Abandonemos el pudor mareado de tantos afanes inútiles. Dudemos, siempre dudemos. Y allí, en el espacio personal, más o menos entre las muelas y la lengua, nacerá la amorosa imaginación que se necesita para cambiar la situación de este país.

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