Revista de viajes Magellan Nº18

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impacto emocional. Primero, por la grandiosidad, que su nombre ya describe: La ciudad que es un templo. Segundo, por su belleza, difícil de asimilar para nosotros por tratarse de una estética tan distinta a la occidental. Sus torres y sus muros parecen labrados por orfebres que trabajaron con la piedra. Un trabajo minucioso por su perfección y gigantesco por su tamaño. La estructura del templo abarca 200 hectáreas y se ajusta al diseño sagrado del cosmos hindú. En el centro se alza un templo de cinco torres, inspiradas en la flor de loto, y la central, más alta, representa el monte Meru, la morada de los dioses hinduistas, el centro del universo según esta religión. Los patios circundantes representan los continentes y los estanques, los océanos.

La primera sensación es de una gran armonía arquitectónica. El equilibrio de las formas contrasta con las exuberancias del templo Bayón. Estableciendo una forzada comparación, podríamos decir que Angkor Wat es de estilo clásico y el Bayon, barroco. Dedicamos toda la mañana. Cada rincón es espectacular. Es interesante observar la ornamentación de los muros, la de las torres, cerca y desde abajo. Se aprecia así su gran belleza. El santuario central se eleva por encima del resto del complejo y se accede por una empinada escalera. Su interior impone por su grandeza: Patios, columnas grabadas, el perfil majestuoso de la torre central. Se puede circundar el recinto. Hay ventanales desde donde se puede observar, desde

Silueta de las torres del templo Angkor Wat

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