Si bien en un sentido estricto son ciertos estos planteamientos, habría que preguntarse, dentro de la visión del texto, cuán español es verdaderamente este fruto, si es hijo de una española que abandonó a su pueblo y se interna en la selva. Además, es adoptado por el cacique Toba, “el gran guerrero” que toma al hijo para criarlo en las selvas. Más que un símbolo o una alegoría del mestizaje, este fruto extraño, si bien condensaría la entrelazada historia social de la isla desde la llegada de los españoles, en última instancia no hace más que recalcar y fortalecer el legado indígena rebelde y la descendencia del linaje de Aymá. Carmen, en todo caso, se “indianiza”, no para desarrollar una cultura mestiza, sino para dejar atrás su herencia española, por lo que no le lega a su hijo sus raíces europeas. No es fortuito que en las últimas páginas ella también pierda su nombre, pues los indios la conocen meramente como “la mujer blanca”. Si se lee de esta manera, la presencia indígena, en lugar de “mezclarse” con la española, late como una fuerza amenazante en la sociedad isleña, que buscará revivirse en un futuro para darle continuidad a aquella raza de Borinquen. Esta alegoría presente en “Los dos indios” ya implica un distanciamiento considerable con las propuestas históricas e ideológicas que subyacen gran parte de la literatura indianista antillana, aquí representada por “La palma del cacique”, que apuntan a la desaparición de los vera, en la de Betances se simboliza el devenir de la formación de la sociedad criolla, al darse la síntesis mestiza, fruto del amor entre Otuké y la hija de un conquistador. Con dicho enlace se vislumbra otro camino para el resurgimiento nacional libertador” (Moscoso iv). “Su novela queda abierta. La pareja de amantes, Carmen y Otuké, dejan descendencia: un ser que ya no es indio, pero tampoco es español. Su mesticidad corre por el interior de sus venas” (Córdova Iturregui 36). 22
indígenas de las islas. Sin embargo, Betances no concluye su propuesta indianista aquí, pues el complejo cuadro alegórico que presenta se viene a completar con el poema “A Borinquen”. Cuando por primera vez se publica “Los dos indios” en el 1857 como Les Deux Indiens. Épisode de la conquête de Borinquen, el poema “A Borinquen” aparece al final de aquella novela corta. El espacio que tenía este poema como cierre de aquel relato en gran medida se ha olvidado o desatendido, dado que cuando se vuelve a publicar “Los dos indios”, en el 1998, no se incluye el poema ni se hace mención de él en los paratextos correspondientes (Moscoso, Lugo Filippi). Una década más tarde, en el 2008, al recopilar los escritos literarios de Betances bajo el proyecto de las Obras Completas, coexisten “Los dos indios” y “A Borinquen” en un mismo volumen. Sin embargo, la división de los textos por género literario vuelve a separar ambas piezas indianistas que originalmente conformaban una totalidad. Así, “A Borinquen” se incluye en la sección dedicada a sus poesías y “Los dos indios” a la sección que incluye “relatos, cuentos y fantasías”. Si bien es cierto que el tomo Escritos literarios se refiere a través de su prólogo y de las notas al calce correspondientes a esta unión previa de ambos textos, la división ha facilitado que, hasta ahora, se estudien como elementos aislados el uno del otro. Por ser un texto mayormente desconocido, le dedicaremos a él más espacio que a las obras narrativas de Tapia y de Betances.
“A Borinquen”, poema que debiera considerarse e incluirse entre los primeros cantos a la isla de Puerto Rico, explica la génesis de la isla a partir de un plan celestial. Dios, en las primeras estrofas, dado su deseo de “crear una obra de sus manos” y “un nuevo