Revista del ICP, Tercera Serie, Núm. 8

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ideologías se vuelven habitaciones de cal y canto? ¿El diseño inscribe la soledad? ¿Es determinante el espacio vacío entre los peldaños en la historia de vida de los habitantes? El adentro y el afuera, ¿cómo pactan en ese espacio? En fin, ¿es la casa la summa de la historia nacional y la familiar? Aprovechemos como respuesta el concepto de la casa (in)acabada/infinita del arquitecto Frederick Kiesler.2 La casa de Kiesler era un espacio capaz de proveer una respuesta óptima a las interrogantes socioespaciales de sus ocupantes. Su casa poseía una forma esférico-achatada que permitía que la luz solar alcanzara cada esquina. Así mismo, las paredes y el techo se disuelven, mientras los espacios privados convocan a los comunes. Se propone una definición, de apariencia simple, de casa como un espacio en el cual las diferencias y las similitudes se resuelven. O como proponía el propio arquitecto: “Todos los cabos sueltos” –y nosotros traducimos en boricua– “terminan encontrándose en la casa”. Así, la casa es un diseño biomórfico en que la contradicción y el complemento se acercan más allá de lo permitido por cualquier diccionario. Kiesler proponía lo que todavía hoy es un proyecto sin llevar a su concreción, una idea nunca realizada. Quizás la imposibilidad de su construcción reside en que es un espacio de vivienda polidimensional, en la que aun los colores se difundían, un espacio en que encontrarse es posible, si es armoniosamente, según la luz entra creando un microcosmos para cada habitante. Cuando el Algunos optan por la traducción “casa infinita”, pero me parece que se puede confundir con aquella de los esfuerzos de Alberto Campo Baeza, en Cádiz, como una casa que, por las líneas achatadas que persiguen el contorno de la costa marina, alude al infinito. Ver Kaisler, Frederick, “Endless House”, en Dorothy Miller, 15 Americans (MOMA, 1952), 8. 2

piso es la pared, la ruptura, la casa se piensa como inacabada/infinita, esclarece sus relaciones y similitudes. “Como el cuerpo humano” –se le oyó decir alguna vez al arquitecto–, “sin final ni principio”. De la propuesta de Kiesler de la casa inconmensurable, tres conceptos nos son especialmente relevantes: la presencia de la luz, la osmosis entre la habitación y el cuerpo que la habita y la percepción de que todos los cabos sueltos terminan encontrándose en la casa. De ser esto cierto, bien podemos comprender la casa incendiada del final de nuestra historia, más la casa vacía que nombra el personaje de Inés. La casa, entonces, no es sólo un espacio que nos cobija contra la intemperie. Pensemos en las cuevas de Lascaux, uno de nuestros primeros hogares reconocidos, éstas no eran un lugar para protegerse contra bestias o inclemencias –al menos, no solamente. Las manos de sus habitantes signadas en los techos y las paredes nos hablan, entre muchas cosas, de ese cuerpo humano que continúa hacia la casa. Esa casa que atestigua rituales, que es “casa” al asumir la presencia de lo humano. La casa, entonces, es un ente con ontología propia, “a living organism not just an arrangement of dead material” (Bogner 426). La definición de Kiesler y su casa interminada/ infinita es curiosamente la definición de una casa que jamás se construyó; en cierto sentido, es presente solo en su ruina. Esta casa visitada una y otra vez por curadores de museos, estudiantes de arquitectura y urbanistas ha desaparecido antes de tomar cuerpo. Esa incapacidad de materializarse en el devenir historiado es precisamente la que la posibilita como la casa infinita. Por esa cualidad, se hermana con la casa de la calle 207


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