Alicia Alvarado Escudero
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El poderío de la Coya durante el auge del imperio incaico
el afecto que se hubiera ganado en vida el gobernante, aunque sí queremos destacar que siempre eran personas adultas y en el caso de las mujeres que les acompañaban, sabemos que siempre eran mujeres secundarias, Acllas o concubinas. (Alonso Sagaseta 1989a: 18). (2) Los segundos sacrificios, se realizarían durante las ceremonias públicas, una vez que el pueblo conocía la noticia del fallecimiento del Inca o la Coya, y aquí la diferencia con los primeros es notable, pues si antes, la libertad del autosacrificio es dudosa, en este caso todo apunta a una autoinmolación en un acto de arrebato por parte de sus sirvientes. Con sacrificios instantáneos sin ninguna preparación ni control ritual y además en cualquier lugar del imperio (Alonso Sagaseta
Figura 4. Felipe Guamán Poma nos enseña una escena de una ceremonia con la Coya y el Inca como protagonistas. Los gobernantes fallecidos han sido extraídos de su Pucullo, y sus allegados bridan con ellos. Guamán Poma de Ayala (2008: 215 [1615: 287]).
1989a: 19). La participación voluntaria se llevaba a cabo por medio de enterramientos aún con vida, borracheras, muertes por golpe de un garrote o por asfixia con los polvos de coca. Pero, además, al Inca y la Coya, no sólo les honoraban durante su enterramiento. En noviembre, se celebraba la Aya Marcay Quilla, Aya tiene el significado de difunto. Este mes era el mes o fiesta de los difuntos. En noviembre sacaban a los difuntos y difuntas de sus bóvedas llamadas pucullos, dándoles de comer y beber, además de vestirlos con buenos trajes, con plumas en la cabeza; cantaban y danzaban en su presencia poniéndoles sobre unas andas y llevándolos de casa en casa, por calles y plazas. Después de todo este recorrido los devolvían a sus pucullos dándoles sus comidas y vajillas, a los personajes más importantes de oro y plata y a los pobres de barro, además de carneros y ropas (Alonso Sagaseta 1989b: 128) (figura 4). El acceso femenino a los recursos económicos Muchas de las mujeres que aparecen como cacicas en el Tahuantinsuyo y durante la conquista hispana, al igual que las coyas, gozaban de un acceso libre y autónomo a los recursos económicos, transmitidos por línea materna (Silverblatt 1990: 3-5). Pero cuando los españoles toman el poder, les otorgan el control administrativo y político a los varones, dejando a la mujer fuera de toda actividad política (Silverblatt 1990: 112), quienes colocan, así, a la mujer en un segundo plano. Pero la realidad es muy diferente como atestiguan varios de los testamentos de la época y documentos como el testimonio de doña Francisca Siña Gigch o Chanan Curycoca, cacica de Chocosochona (Silverblatt 1990:18), donde la riqueza y el control social de la mujer no tenía nada que envidiar a la de los hombres, aunque éstas no eran iguales. A nivel práctico, en la existencia social, existió una línea de descendencia paralela: las mujeres se concebían a sí mismas como las descendientes (a través de sus madres), de una línea de mujeres paralela a la de los hombres quienes eran descendientes a su vez, de sus padres (Silverblatt 1990: 2). Por la misma razón, las mujeres podían hacer uso de los recursos del ayllu en manos de sus madres, de tal forma que los derechos de transmisión paralela aseguraban a las mujeres