Revista Hamartia #3

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Escribe Silvana Jáuregui

Tucumán Arde y el itinerario del ‘68 El golpe militar encabezado por Onganía en 1966 inauguró la dictadura autodenominada “Revolución Argentina”. En este proceso, el año 1968 adquiere relevante significado con el accionar de los movimientos de Sacerdotes por el Tercer Mundo, la guerrilla rural en Taco Ralo (Tucumán) y la CGT de los Argentinos que proclamó, a fines de marzo del 68, Secretario General al gráfico Raimundo Ongaro quien incorporó a sectores de la Cultura, profesionales e intelectuales en sus filas. Es así como, más allá de sus diferencias, desde el año 68 en la Argentina, se conformaron en la comunidad artística, intelectual y en la clase trabajadora vínculos que forjaron actividades en común, como el Cine Liberación (con el film “La Hora de los Hornos”) o el grupo de periodistas dirigidos por Rodolfo Walsh en el periódico “Semanario CGT”. Una serie de hechos estéticos, entre ellos la obra Tucumán Arde, produjo una de las rupturas más importantes en el ámbito de la plástica argentina. Entre otros hitos, cuenta Fernando Farina en “Tucumán Arde” que “El 9 de abril de 1968, mientras se celebraba la ceremonia de inauguración Premio de Honor Ver y Estimar, Eduardo Ruano, uno de los artistas convocados, seguido por unos cuantos amigos, atravesó el espacio de la sala del Museo de Arte Moderno al grito de “¡Fuera yanquis de Vietnam!”. El grupo se dirigió hasta la vitrina donde Ruano había preparado un vasto poster-panel, protegido por un vidrio y perfectamente iluminado, con la imagen de J.F. Kennedy, reproducida de una similar existente en la Biblioteca Lincoln. El acto –que en el planteo del artista era la culminación a obra– terminó con la destrucción de la vidriera y el violento rayado de la imagen del ex presidente norteamericano”. Tucumán Arde abrió un nuevo camino respecto del ya transitado por el Instituto Torcuato Di Tella, ubicado en Florida al 1000, exponente hasta ese momento de la nueva experimentación o de las falsas experiencias vanguardistas y muy cuestionado por artistas comprometidos con temas sociales. Éstos al tomar conciencia de la situación económica y social argentina, como fue el cierre de los ingenios azucareros en Tucumán, organizaron una operación, anticipadora del arte conceptual, para contrarrestar y denunciar el llamado “Operativo Tucumán”, del gobierno de Onganía, perpetra-

do como un proyecto de acelerada industrialización. El reconocimiento de esta nueva realidad: “Llevó a un grupo de artistas a postular la creación estética como una acción colectiva y violenta destruyendo el mito burgués de la individualidad del artista y del carácter pasivo tradicionalmente adjudicado al arte. El arte revolucionario propone el hecho estético como núcleo (…) donde se elimina la separación entre artistas, intelectuales y técnicos, y como una acción unitaria de todos ellos dirigida a modificar la totalidad de la estructura social: es decir, un arte total”, según publicó en el 2008 el periódico rosarino de Arte, cultura y desarrollo del Centro Cultural Parque de España. Lo que importaba era cuestionar la organización del campo artístico, sus instituciones y las estrategias simbólicas de las clases dominantes. “La violencia, es ahora, una acción creadora de nuevos contenidos, destruye el sistema de la cultura oficial, oponiéndole una cultura subversiva que integra el proceso modificador, creando un arte verdaderamente revolucionario”. En tal situación y ante tales preceptos, los artistas respondieron a este “operativo silencio” con la realización de la obra Tucumán Arde, planteada como un proceso en secreto, en el cual participaron referentes de todas las disciplinas sociales, realizando encuestas, filmaciones y entrevistas en el lugar del hecho. La muestra se inauguró el 3 de noviembre de 1968 bajo el doble título “Primera bienal de arte de vanguardia” y “Tucumán Arde” en la CGT de los Argentinos regional de Rosario. Se exhibieron fotografías, diapositivas, entrevistas, afiches, imágenes; por los parlantes se reproducían testimonios de los trabajadores; cada 30 segundos se apagaban las luces, un efecto que encerraba el mensaje de que en ese momento alguien moría de hambre en Tucumán. La estrategia consistió en utilizar la misma lógica de los medios de comunicación, creando una publicidad falsa pero que a la vez denunciara la realidad de lo que estaba realmente sucediendo. “Había que producir muchos hechos, saturar, no ceder a los temores, a que demasiado ruido iba a oscurecer el mensaje, sino que había que multiplicar los medios, las informaciones, e incluso intrigar con incógnitas”, cuenta María Teresa Gramulio en el libro Del Di Tella a

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