"NAMASTÉ" por Raquel Salas*

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La palabra NAMASTÉ proviene del sánscrito (lengua clásica de la India, considerada sagrada para los hindúes y budistas, siendo la lengua predominante de los principales textos en los que se asienta su cultura) y se compone de dos vocablos: “namas” (“reverenciar, adorar, inclinarse”) y “te” (“a ti”), pudiéndose traducir como “yo me inclino ante ti”. Al pronunciar “namasté”, la persona junta las dos palmas de las manos, a la altura del corazón o delante de la cara (a la altura del entrecejo o tercer ojo), y ligeramente se inclina ante la persona que saluda. Es un saludo formal, usado tradicionalmente en la India y Nepal para expresar gratitud, admiración y respeto, y que se ha extendido por numerosos países asiáticos, conservando el sentido de espiritualidad que guarda la palabra, junto con el gesto (o mudra) que la acompaña. “Namasté” es mucho más que un saludo.

Cuando un hindú dice “namasté”, hace algo más que saludar y mostrar respeto hacia la otra persona. Expresa el reconocimiento de que ambas son iguales, que comparten la misma esencia, la misma procedencia, y de que irán al mismo lugar cuando dejen la Tierra. Significa recordar que todos formamos parte de un Todo, y que la fuerza de la Vida (la divinidad que hay en mí), es la misma que hay en el otro, y en todos. Al decir “namasté”, o simplemente realizar el gesto con la misma intención, se trasmite el mensaje: “mi esencia, o parte divina, se inclina (y reconoce) tu esencia, tu parte divina”. Las manos unidas refuerzan el sentido de unidad, de igualdad y de unión, y sostenidas en el pecho, impulsan su mensaje con la fuerza del corazón. Cuando las manos se elevan, también se elevan las connotaciones del mensaje, potenciándose su sentido más espiritual y enalteciendo

NAMASTÉ

los más altos valores. Realizado con consciencia, “namasté” trasmite la energía positiva de una bendición.

Teniendo en cuenta el trasfondo cultural, religioso y espiritual de “namasté”, no es de extrañar que a los países de Occidente se nos acuse de apropiación cultural indebida (es decir, de usurpar elementos culturales, como “namasté, y de hacer un mal uso de ellos, perjudicando a dicha cultura y menospreciando y desvirtuando sus valores, costumbres y creencias), especialmente, por comercializar productos en los que se exhiben conceptos y símbolos, que en lugares como la India, se consideran profundamente sagrados.

La palabra “namasté” nos ha llegado, principalmente, a través del yoga (que tiene sus raíces en la India). En la tradición hindú, el yoga es una práctica espiritual, un camino de autoayuda y crecimiento, y “namasté” es un ritual. Aquí, donde el yoga es una práctica fundamentalmente destinada al cuerpo físico, “namasté” no es más que un saludo exótico, la forma habitual de terminar una clase de yoga, y para la mayoría, sólo es parte de la parafernalia propia del misticismo oriental. No hay más que darse una vueltecita por las redes para comprobar que los profesores de yoga de la India están bastante indignados con esto, por la transmisión de verdades a medias y por la difusión de verdades en bocas equivocadas. Mucha gente no entiende por qué un profesor de yoga “blanquito”, que nada tiene que ver con la tradición hindú, tiene que ponerse en posición y decir “namasté” al acabar su clase, ridiculizando así el sentido original del mudra y la palabra. Si lo pensamos bien, es como si un hindú, profesor de sevillanas, dice “bendito tú seas” cada vez que da por acabada su clase. La mayoría de los profesores de yoga hindúes que dan clases de yoga en países occidentales, prefiere omitir “namasté” para proteger y respetar su tradición, o bien, explicar enteramente su significado y tratar de transmitir la verdadera enseñanza. Pero claro, hay mucha diferencia entre un yogui, y un yoguista…

El conocimiento es poder. Ahora que sabemos un poco más, la próxima vez que se nos presente la oportunidad, podremos decidir si juntar las manos y decir “namasté” de corazón y con consciencia, o simplemente, valorar la proeza de no decir nada, por respeto hacia esa cultura y para poder vivir en consonancia con nuestra propia verdad.

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