Revista El Cruce - Marzo 2012

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A tres décadas, los reclamos históricos de los soldados que combatieron para “recuperar” la soberanía de un territorio en manos inglesas desde 1833, rondan en la ausencia de políticas profundas de parte del Estado ya en democracia, la apatía de una porción considerable de la sociedad y la ineptitud indolente de las Fuerzas Armadas, antes, durante y después. Lo que dejó como saldo que la cantidad de casos de suicidios en el período de posguerra se iguale a los caídos en combate. “Todos se lavaron las manos, el Ejército, la Marina, el Estado, en aquel momento. No fueron capaces de ayudar y contenernos, por eso tantos compañeros muertos después”, relata a El Cruce Ariel Sánchez, tripulante del buque Almirante Irízar, que funcionó como hospital durante la guerra. Según datos oficiales suministrados por la Fundación Veteranos de Guerra de las Islas Malvinas, de los 14.800 soldados que llegaron al territorio durante el conflicto bélico, 649 murieron en combate, de los cuales 323 perdieron la vida a raíz del

hundimiento del el Crucero General Belgrano. Pero la cifra de víctimas después de la guerra, fallecidos bajo diferentes circunstancias, es similar a la etapa que va desde el 2 de abril al 14 de junio de 1982: 468 muertos, de los cuales, al menos, 350 fueron producto de suicidios. “Al principio no se hablaba del tema. Nos sentíamos mal, habíamos perdido la guerra. Pero en ese momento, al menos yo, no era consciente de que aún íbamos a perder mucho más, como ocurrió con los compañeros que se suicidaron, y los que todavía padecen algún problema psíquico o físico”, sostiene Sánchez. Los soldados venían de todas las latitudes del país y pocos sabían qué pasaba realmente en Malvinas, cuando desembarcaron para defender las islas. Y casi sin comprender las dimensiones del término, ya estaban allí, “peleando por la Patria”. Muchos de ellos, con menos de 20 años, nunca antes habían visto un arma de fuego. Después de 30 años, Sánchez le reserva un lugar crítico en su relato a las Fuerzas

Armadas, a la que pertenecía. “Después de la guerra me alejé, me sentí decepcionado por todos y por todo. Tuvieron un comportamiento injusto con los soldados, con los que sabían de qué se trataba y sobre todo con los chicos que no tenían mucha idea de lo qué pasaba. Sentí rechazo por la indiferencia y me fui.” Por su parte, el coordinador y presidente de Veteranos de Esteban Echeverría, Jorge Sabbagh, se muestra conforme con el trabajo que las organizaciones de ex combatientes llevaron adelante durante las últimas tres décadas. “Ya no somos los loquitos de la guerra. Finalmente, la sociedad nos respeta. Eso lo ganamos nosotros solos, aunque el rol del Estado es fundamental. Necesariamente, debe acompañar nuestra lucha”. “Todo cambió bastante. Volvimos de la guerra por la ventana y hoy nos reconocen como veteranos. La Fuerza, el Estado y, lo más importante, la sociedad. Nos llena el pecho de orgullo hacernos presentes en alguna fiesta patria y que nos aplauden


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