Bakalao

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Alberto Haller

El pasado 28 de noviembre el MUVIM (Museo valenciano de la Ilustración y la Modernidad), inauguraba una exposición sobre el fenómeno cultural que desde mediados de los 80, hasta finales de los 90, conocido como Ruta del Bakalao. Como asistente, sin embargo, uno no pudo dejar de plantearse ciertas cuestiones en torno a la musealización de un movimiento tan dilatado en el tiempo, tan rico y lleno de matices como fue la ruta. ¿Qué nos ofrece la exposición? La exposición se compone de toda una serie portadas de discos, flyers de discotecas, carteles publicitarios de fiestas de la época, así como de maniquíes customizados en base a la estética new romantic y punk que invadió los clubes valencianos en el primer período del movimiento. Todo centrado en cuestiones meramente estéticas, sin contenido de fondo. Lo primero que se preguntará el profano es,

¿dónde está el bakalao?. Los cuatro o cinco escasos rótulos explicativos que vertebran la exposición apenas nos ponen en contexto. Son tremendamente confusos. Sobre todo si tenemos en cuenta que por bakalao, tras la demonización del fenómeno en la década de los 90, ha quedado grabado como un término tóxico en el imaginario colectivo. Especialmente para las generaciones nacidas en esa época –aunque no sólo-, tras la progresiva mutación del fenómeno, y sobre todo tras la intensa campaña de acoso y derribo de los medios de comunicación, todo esto, como profanos, nos puede resultar extraño. Hemos vivido en la vergüenza, la culpabilidad y el miedo. Y sin embargo ahora nos están diciendo oficialmente –pues recordemos que el MUVIM es un museo de la Diputació de València-, que la Ruta fue estupenda. Que fue un movimiento del


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que hemos de sentirnos orgullosos y que fuimos vanguardia estética y cultural. “Rafael Vera, secretario de Estado para la Seguridad, ha ordenado a la policía que aplique “con rigor” la ley Corcuera con objeto de controlar las discotecas que configuran lo que se denomina como ruta del bakalao, situadas entre Madrid y Valencia (…) aumentará los controles (…) y vigilará los aparcamientos, donde no sólo se trafica con drogas, sino que se ejerce la prostitución, se desvalijan vehículos y se destrozan bienes y propiedades colindantes”. Este texto es un extracto de una noticia publicada por el diario El país el 6 de noviembre de 1993. ¿Qué imagen del fenómeno podía llegarle a alguien en su infancia, o primera adolescencia, tras leer o escuchar mensajes como estos? La Ruta: del amor al miedo Fue cerca de Les Palmeretes (Sueca), a principios de los 80, donde el fenómeno tuvo comienzo. Barraca, una discoteca llamada precisamente por estar alojada en una de estas pequeñas casas tradicionales valencianas, cambió la tendencia en la programación. Allí se empezó a pinchar música realmente innovadora y underground para la época. Por lo general de origen británico, aunque sin olvidar sonidos menos guitarreros y más duros como los oscuros sonidos venidos de Alemania. Poco a poco se corrió la voz y aquel lugar, apartado a priori de cualquier sitio, comenzó a albergar cada fin de semana a la fauna más variopinta. Distintas tribus urbanas recalaban allí en un clima de verdadera armonía escapista, deseosos de romper las manidas convenciones estéticas y cultura-

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les. Ambigüedad sexual, los primeros Dragqueens, looks verdaderamente extraños y arriesgados… A finales del 82’, debido al éxito de esta fórmula extrañamente exitosa, se inauguró Chocolate. Aquí comenzaron a primar sonidos más duros y de tendencia más siniestra. El cuero negro, que en realidad ya predominaba en Barraca, en Chocolate pasó a ser sello de identidad. Un año después abrió sus puertas Spook Factory, situada en la misma carretera –epicentro de la posterior ruta-, aunque bastante más cercana a la ciudad de Valencia. En esta primera época, con el DJ Fran Lenaers en cabina, Spook alcanzó el estatus de lugar “mítico”, a todo aquel que estuviese enterado y se considerase realmente moderno debía de acudir. Y así el fenómeno, debido a la inercia del contagio que el éxito acarrea, fue extendiéndose por toda la geografía valenciana en forma de discotecas. Cada pueblo de la provincia de Valencia, por pequeño que fuera, pasó a contar al menos con una. El coctel mágico, obviamente, tuvo otros ingredientes. La llamada mescalina valenciana (en realidad MDA), por un lado, era el alimento que nutría todo aquel espectáculo en un principio. Y, por supuesto, por otro lado, la enorme permisividad horaria de la época, que tuvo su corolario con la ley autonómica del 91’, que habilitaba zonas especiales fuera del ámbito urbano para discotecas de horario continuado. Así, pasando del ámbito local, el fenómeno comenzó a tener resonancias cada vez más grandes a lo largo y ancho de la geografía del Estado español.Valencia se convirtió en el epicentro de algo nuevo y muy atracti-


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vo; meca de un peregrinaje cada vez más frecuente. Como en toda historia de gloria, sin embargo, siempre hay un final. Y si hemos de situar el comienzo en algún momento, ese sería el principio de los 90. En este caso, habríamos de definir la caída en desgracia del fenómeno como una genuina muerte por éxito. Gestionar la masificación de algo tan inesperado y espontáneo no debe ser tarea sencilla. Y sin duda, en el caso de la Ruta, esta gestión fue a todas luces nefasta. Entre las opciones de sentarse a reflexionar y luego actuar, o la de huir hacia delante y exprimir el limón hasta que extraiga todo su jugo, sin lugar a dudas los empresarios y responsables de la programación de las discotecas y lugares de ocio eligieron esta segunda opción. Con el propósito de atraer cada vez a más público, se optó por la opción de bajar el nivel, hasta llegar al punto de no retorno. La música comenzó a banalizarse. A considerarse un elemento más en la noche, y no el ingrediente que movilizaba con mayor fuerza a los que, en la última revolución analógica, querían disfrutar de dosis de cultura musical fuera de los circuitos más mainstream o de mercado –hoy apenas lo valoramos dada la omnipresencia de internet, pero en retrospectiva, el que por aquel entonces quería consumir valores culturales como la música fuera de los canales más comerciales, escasamente tenía muchas más opciones-. Ante esta bajada en la exigencia en cuanto a la calidad cultural de lo que el fenómeno representaba, y como consecuencia, el patrón en el consumo de drogas comenzó asimismo a cambiar. La mesca desapareció del mercado, y drogas con efectos más

excitante que psicodélicos –mayoritariamente la cocaína, el speed y las pastillas-, comenzaron a circular. Paulatinamente el consumo pasó a ser considerado por muchos como un fin en si mismo, y no como un medio. Y como en una cadena de causa-efecto en la que todo está relacionado entre si, y en la que, asimismo, todo va avanzando en paralelo, el público comenzó a cambiar. Los ruteros veteranos comenzaron a retirarse, dejando paso ante el nuevo panorama a chavales cada vez más jóvenes, de looks cada vez más homogeneizados. Todo el contenido político del movimiento derivado del énfasis en lo distinto, lo nuevo, lo diferente e imaginativo, comenzó a quedar relegado a un segundo plano. Y de aquí nace el bakala, término despectivo asignado a los individuos producto de esta banalización y masificación del fenómeno; y que todo aquel profano, en cuanto a lo que la exposición se refiere, enseguida habrá construido mentalmente en su cabeza. Ya puede este profano buscar imágenes en la exposición de aquello que popularmente se entiende por bakala: no lo encontrará. Esta imagen es una figuración de la época del miedo, vendida mayoritariamente por los medios. Y ahora parece ser que, de un plumazo, pretende ser borrada. La construcción de un mito Al analizar el fenómeno de mitificación de la ruta, el que escribe no puede evitar acordarse, para trazar una analogía, una película británica del 2002 llamada 24 hour party people, dirigida por el inglés Michael Winterbottom (también director del polémico documental La doctrina del shock).


En Manchester, paralelamente a Valencia, hubo un movimiento cultural parecido. Era lugar de fiesta, fue otro de los puntos del viejo continente donde primero se constituyó la cultura de club. Una forma de ocio hoy tan extendida que ya la tenemos naturalizada, pero que en los 80 constituyó, tanto allí, como aquí, como en otros lugares, una verdadera revolución en las formas de recreo. El caso es que esta película, junto con otros elementos, forman parte de un engranaje que busca mitificar un momento histórico reciente, y convertirlo en una suerte de nostalgia de lo cool. De aquí a hacerlo negocio hay un paso –en mi opinión ya dado-.Y es que, como dice una máxima del mundo de la publicidad, rebelarse vende. Y no sólo en presente: cambiando un poco la letra de la canción, cualquier rebelión pasada nos parece mejor. Ahora parece que, a través de esta exposición, le ha tocado el turno a la Ruta. Por ello, creo que sólo se rescata la primera fase: está más alejada en el tiempo, es mucho más vendible dado ese hálito de exclusividad y revuelta y no está manchada por ningún término tóxico. Pero no dejemos de observar una notable diferencia: la película de Winterbottom es un documento realizado desde abajo. A través de una productora más o menos indie, y por una persona que vivió todo el fenómeno en primera persona. Con la Ruta, en este caso, estamos hablando del MUVIM, que pertenece a la Diputació de València. La película no nos habla de vino y rosas únicamente, pues bien sabe su director que éstas siempre conviven con el infierno

-como efectivamente acabó ocurriendo en Manchester, al igual que aquí, y por motivos muy parecidos-. En Valencia el sustrato lleva ya bastante años activo. Grupos de la misma ciudad como por ejemplo, Orxata Sound System, llevan tiempo reivindicando lo imaginativo, colorido y rupturista de la Ruta, yendo a contracorriente de esa opinión generalizada e inducida de miedo, asco y vergüenza que desde los medios de comunicación y el establishment se nos había exhortado a sentir por nuestra pequeña revolución cultural. Esta exposición no nace de la nada. El problema es que se trate de despolitizar el pasado de una manera tan descarada. En uno de los carteles de la exposición, de hecho, se dice explícitamente: movimiento apolítico. Pero, ¿acaso la eclosión de nuevas formas de entender y vivir la vida, cuestionando los modos establecidos, no es algo eminentemente político? Los que mediante la política del miedo institucional acabaron de destrozar el fenómeno cultural, ahora quieren apropiarse de él. Convertirlo en un objeto más de consumo; consumo de la nostalgia, reescribiendo los hechos como a ellos les interesa. Después de criminalizar durante tanto tiempo a los jóvenes que iban de fiesta, intimidando con discursos vergonzantes e imágenes de la excepción. Como espectadores de esta exposición (y otras), e individuos críticos, hemos de poder discernir qué es lo que se nos está diciendo y cómo se nos lo está diciendo. Al fin y al cabo todo discurso siempre busca beneficiar unos intereses, y este caso no es una excepción.


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Proximamente... entrevista a Chimo Bayo

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“M Iniciamos así una sección en nuestra página web dedicada a la difusión y el debate sobre experiencias, modos de hacer y de sentir las cultura(s) populare(s) a lo largo de las últimas décadas. Podrás encontrar la entrevista completa que le hicimos a Ximo Bayo y a modo de blog iremos colgando reseñas, más entrevistas y artículos, donde problematizar y abrir(nos) al debate.

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