9 minute read

El susurro y el rumor de la lectura. Rodrigo Rojas

presentación

El silencio no es un paréntesis o un interregno en la normalidad ruidosa o musical. Es una condición, una posibilidad necesaria para que algo sea escuchado. Aunque en una ciudad grande como Santiago no podamos acceder al silencio, sabemos que existe y gracias a este concepto es que podemos acercarnos al signiˆcado de una palabra. Sin el silencio la palabra misma se pier de; la voz sería tan solo otro ruido. Por eso no es un estado pasivo ni receptivo, todo lo contrario, el silencio es una acción que dota de propósito al resto. Una persona silenciosa maniˆesta un deseo renunciando a un ejercicio sutil de censura. Permite que el otro se despliegue, que sea más pleno, deseoso y deseable. Sin embargo, ¿qué sucede cuando efectiva mente hay silencio pero no se pueden acallar las voces interiores, qué sucede con la vociferación interna, los coros de la cabeza? ¿Qué sucede si en silencio absoluto escuchamos las voces de la novela que leemos, qué tipo de silencio podemos añorar frente al parloteo de los personajes? Aquí, en este preciso momento, entra en escena Adam Çirlwell. A continuación intentaré desa rrollar una idea muy simple, una hipótesis que lo presenta en un registro cercano al silencio, pero solo cercano, porque como buen narrador nunca llegará a estar completamente callado.

Advertisement

Adam Çirlwell es un inglés nacido en el año 1978 y, al igual que sus compatriotas nacidos en 1700 o en 1989, no estudió en la universidad. No, porque quien va a Oxford como lo hizo Çirlwell lo hace para leer. Así pasó con insignes oxonianos como el rey Abdula II de Jordania, que leyó sobre el Medio Oriente duran te un año, o con Lawrence de Arabia, que leyó historia durante cuatro. Çirlwell por su parte leyó inglés y aparentemente lo hizo de forma particular, estoy tentado de llamarlo de una forma estrambótica, porque al menos eso opinan con sorna sus detractores y coinciden en ello sus lectores, pero estos últimos lo hacen con goce. Ha publicado hasta ahora dos novelas, Política y La huida, un libro sobre nove las que se titula Miss Herbert y recientemente editó Multiples: 12 Stories in 18 Languages by 61 Authors, en el que se reúnen doce relatos traducidos y retraducidos a dieciocho lenguas por escri tores que nada saben acerca del origen del relato.

En una reseña de este último libro el diario …e Observer lo caliˆcó como una sucesión de susurros chinos. El crítico habla de un susurro para identiˆcar ese «algo» que permanece, aquello que logra traspasar una y otra vez las fronteras lingüísticas y culturales. De alguna manera se trata de un libro que tiene una conˆanza inconmensurable en el lenguaje, puesto que centra su apuesta en lo que los teóricos de la traducción deciden no ver. Desde Steiner, Benjamin, Barthes y Derrida, la reŠexión en torno a la traducción se ha centrado en lo que no llega al lector, lo que se pierde, aquello que se traiciona en la reescritura. La teoría se centra en el miem bro ausente o cercenado, como

144 PRESENTACIÓN

cualquiera de nosotros, al tener al frente a un hombre al que le falta una mano, lo definiría por aquello que no tiene, llamándolo manco. Al contrario, en opinión del crítico Multiples logra sostener al menos un susurr o que se transmite en dieciocho lenguas, por lo tanto, sería un libro que mira al hombre y lo sigue llamando hombre así sea si en el proceso de la traducción le sacaron manos, pies y boca re emplazándolos por otros, aunque el r esultado sea un palimpsesto de razas en un solo cuerpo: piel olivácea zurcida a piel rosada, piel cetrina a piel roja, etc. Un ejercicio notable que cree en un lenguaje que lleva en sí algo que es más antiguo, un lenguaje que tiene un significado quizás anterior al depósito racional de las palabras en diccionarios. En Chile, para simplificarnos las cosas, como somos tan creyentes como herejes a la vez, llamaría mos a ese hombre un imbunche, per o por cierto nosotros vamos a la universidad a estudiar: pocos pueden ser sinceros sobre esos años de formación confesando que en realidad uno quisiera solo echarse a leer en vez de estudiar, tratando de desenmadejar esa hebra detrás de un relato, como lo hace Thirlwell en la edición de Multiples, que busca el susurro que lleva de una lengua escrita a otra y finalmente a la carnosa oralidad. Pero son sutilezas y por eso se les puede llamar susurro, porque al leer no se les escucha a primera vista.

Hablamos de una lectura par ticular y sugerí llamarle estrambótica, no porque sea irregular y sin or den sino porque tiene cierta tendencia a la extravagancia, lo que en ningún mo mento debe interpretarse como una objeción, porque hoy, en un mundo de inmediate z, individualista y pragmático la extravagancia es un gesto no gratuito sino que generoso con el tiempo y con la inteligencia. Lo estrambótico que quisiera resaltar es la figura del lector acompañante, espe cialmente en Política, su primera no vela. En ella avanzamos en una trama de amantes inexpertos y torpes y nunca llegamos a la acepción literal de su título; no es una novela de tories, laboristas y liberales, sino de cuerpos que exploran otros cuerpos y en el proceso se definen, mientras uno, como lector, escucha de vez en cuando el susurro de ese otro lector que lo acompaña. No es la voz del narrador en primera, en tercera persona o siquiera en reversa, tampoco es la voz del autor como persona o como dis positivo, es la voz de otro lector y punto . Este se encuentra cerca de la trama, pero no es un miembro del reparto. Es la voz que hace un aparte, los ojos que nos acompañan mientras vemos lo que los perso najes no ven, como cuando en Hamlet todos sabemos que es Polonio quien se esconde tras la cortina y escuchamos ese susurro o, más sutil aun, tan solo un ges to, que se toma la cabeza antes de que le entr e el sablazo al mirón de Polonio. Otras veces es un lector más a ctivo, porque ya leyó la novela y leyó también todos los textos que le dieron forma por influencia y es algo impertinente, apela a nuestra ansiedad y m uy bajo nos dice al oído en la mitad de la película algo así:

«Voy a dejar esto absolutamente claro. Anjali y Ana se han besa do, pero no han hecho nada más que sea sexual. Sin embargo tendrán sexo más adelante. Prometo que sí, y cuando lo hagan te lo v oy a decir, pero tendrás que esperar, mientras tanto puedes suponer que se acercan cada v ez más a la intimidad».

Varios le pegarían un codazo a ese lector acompañante, pero no creo que alguien realmente llegue a ese tipo de irritación, porque sus intervenciones son oportu nas, marcan el silencio activo, le dan un pr opósito, lo impulsan a uno a escuchar dentro de la lectura. En otras palabras, es un susurro que conmina hacia el silencio expectante, al deseo que drena también sobre los persona jes y sobre la obra e incluso, y no exag ero, ese deseo sale del libro y salpica al crítico artero, al editor y a otros. Esto último, para que me crean, lo pueden consultar con Adam Mars Jones, que no retiene ningún dardo venenoso cuando reseña Miss Herbert, publicación que en 2007 ganó el premio Somerset Maugham. Ese mismo año, en noviembre, segu ramente impulsado por el éxito del libr o, lo insulta primorosamente por la libertad literaria de la tr ama que enreda a Flaubert con una compañía de autores que solo son contemporáneos o más bien vecinos en la propia cabeza de Thirlwell: primero lo llama encantador, y luego justifica el adjetivo diciendo que Thirlwell es de los pocos capaces de enga tusar a los herederos de Nabokov

CÁTEDRA ABIERTA 2013

para que le permitan traducir Mademoiselle O, jamás traducida al inglés. Después lo acusa de haber seducido a los diagrama- dores del libro, y al departamento completo de diseño, con lo que consiguió un «nivel inusual de colaboración» para dar con este libro «monumentalmente per- turbador». Les aseguro que nin- guno de estos adjetivos es mío. Solo presento este juicio como evidencia del deseo que gatilla el silencio o el susurro que prevale- ce. Un deseo que sale de la prosa y, si le creemos a la reseña, arras- tra pecaminosamente a toda la industria editorial. En el caso de Miss Herbert ese silencio consiste en que se trata de una novela invertida, un relato con sus cos- turas y enmiendas a la vista, que exhibe lo que el oˆcio de escritor oculta y calla. Aquí nuevamente en la lectura escuchamos el silen- cio. Solo por goce permítanme abrochar esa aseveración con otra cita de Mars Jones, el crítico seducido: «[Çirlwell] es un niño que escucha cómo le habla su oso de peluche, así esta novela le habla a su autor». Como ven, nuevamente nos remite al silen - cio con todas sus voces interiores.

El susurro viene de la propia escritura, surge de la lectura, como sucede con el mar que nos llega por medio de una caracola vacía pegada a nuestra oreja, y se diferencia del rumor, del murmullo, que es exterior a la experiencia individual con el libro. Este último tiene que ver con la relación colectiva que se desarrolla con un autor en par - ticular. De alguna manera este rumor es evidencia de una obra maestra, aunque para escucharlo no sea necesaria la experiencia directa de la lectura. De ello se han hecho algo así como escuelas literarias. Por ejemplo, Çirlwell, autor de dos novelas y de un libro sobre el arte de la novela, confesará que antes de escribir esos libros nunca leyó a Proust, pero que se alimentó de la lec - tura colectiva, la experiencia de otros o bien de lo que los demás comentaban acerca de ese autor. Ese es el rumor, un silencio que no está en la escritura propia- mente tal, pero que es parte de un eco murmurante que perte- nece a la experiencia colectiva de la obra. Rumor que emiten los lectores que nos preceden y que es un silencio venerante que nos permite conocer un objeto, una idea, como el mundo proustiano, sin haber entrado aún en con - tacto con este. Nos prepara ma- durando nuestro deseo y nuestra memoria, porque entra en ella incluso antes que la experiencia individual. Ese rumor nos prece- de y entonces, cuando ˆnalmente llegamos en la lectura a una taza de té, nosotros también, ahora acompañados, mojamos nuestra propia magdalena.

Rodrigo Rojas, poeta y traductor, autor del poemario Grand Central, entre otros, dirigió por nueve años la Escuela de Literatura Crea - tiva de la UDP.

145

This article is from: