Revista cuaresma 2018

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Y al tercer día resucitó… Después de la muerte en la cruz, quedó un vacío espiritual, una tristeza irreprimible, una esperanza diluida entre el realismo de haber contemplado su martirio. Los discípulos no entendieron de inmediato el significado de aquel sacrificio. Algunos necesitaron verlo y tocarlo para creerlo. En el camino de Emaús ni siquiera lo reconocieron. El desasosiego fue el primer sentimiento que los invadió en esas horas confusas. Ese tránsito entre la vida y la muerte de Cristo (que nos lo devuelve convertido en el triunfo de la Vida sobre la muerte) es lo que se representa el Sábado Santo. La última cofradía en incorporarse fue la de Nuestra Señora del Sol. Llegan desde El Plantinar con nazarenos de ruán, en una estética diferente a la de otras cofradías de barrios situados más allá de la ronda histórica. Por el contrario, nos presentan con rigor al Cristo que es Varón de Dolores, anunciado en las antiguas profecías. La Virgen del Sol brilla en la tarde del Sábado Santo y emprende un largo recorrido hacia la Catedral, para luego regresar a su barrio y renovar un sueño que parecía imposible. Por San Marcos, a primeras horas de la tarde, oiremos un redoble fúnebre. La Virgen de los Dolores, con el Cristo de la Providencia en su regazo. La Virgen de la Soledad bajo palio. En Los Servitas todo está medido para que los Dolores de María nos traspasen el corazón, para que los siete puñales se claven en nuestras conciencias, para que admiremos la entrega de Cristo como testimonio de su infinita misericordia. La Santísima Trinidad va dejando su alegoría prendida entre las rendijas de la tarde, cuando vienen desde la

El vacío de la muerte por José Joaquín León

basílica de María Auxiliadora. El Cristo de las Cinco Llagas nos recuerda, una vez más, que esta tarde es la del dolor por su muerte. Hay que mirar su rostro sereno, dulcemente ausente, para captar ese presagio de eternidad. En el fondo, detrás de ese vacío que nos dejó su muerte, sólo nos queda la última Esperanza de la Virgen trinitaria. Esperanza que alcanzará sus horas mágicas en la Madrugada, cuando duermen las campanas de Sevilla, tras pregonar que Cristo ha resucitado. Pero antes hay que recordar los últimos misterios. En pleno centro de la ciudad, la Vida triunfa, la Cruz derrota a la muerte en el paso de la Canina. Esa alegoría es la consecuencia de la muerte del Cristo yacente. Es el reflejo del Duelo que preside la Virgen de Villaviciosa. Esa muerte encontró la derrota en su propia muerte, cuando la Buena Muerte superó a la muerte pecadora. Y, en el último momento, siempre nos quedará la Soledad más sola. Ha salido de San Lorenzo para recorrer, silenciosa y fugaz, las calles de Sevilla. Soledad que nos llama desde lo más hondo del alma. Soledad al pie de la cruz. Soledad de las lágrimas espesas que resbalan por el rostro de una Madre atribulada. Soledad para acoger nuestras soledades, que sólo en Ella encuentran la más tierna compañía. La Soledad siempre nos dice que a su lado nunca estaremos solos. Porque el vacío de la cruz se llena con la gloria de la Vida resucitada.

El artículo

Sábado SANTO y Domingo de Resurrección


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