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Dios en la avenida 30

Por: Juan Felipe Buitrago Estrada

Esta historia es sobre un hombre que vio su final, su destino. Los ojos de Dios o del demonio.

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Todo comienza en una tarde en la avenida 30. Ese día cumplía mis seis años de edad. Antes de esa fecha no tengo muchos recuerdos, siempre que he intentado hacer memoria es confuso en mi mente. Los veo cómo sueños, muy surrealista en mi opinión. Pero lo que pasó en ese día, esa tarde, marcó un antes y después en mi memoria. Ese fatídico momento, vi algo que me marcó para siempre. Fue el primer instante de mi existencia que sentí temor. Pensé que mi vida se acabaría allí. El día de mi cumpleaños, y yo con solo seis años de vida. Aun así, fue algo que me generó mucha curiosidad. No dimensioné la situación en su momento.

Las cosas dieron inicio cuando mi madre nos llevó a una manga por la Avenida 30. En el lugar había arreglado un espectacular pícnic. Recuerdo que había pollo asado, mi favorito en ese entonces, torta de chocolate, y mi gaseosa preferida sabor manzana. En esa época no existían todos los caminos que hay hoy. Únicamente estaba la vía principal, ya pavimentada, por donde subían los autos y transeúntes. En medio de todo estaba la quebrada, la hermosa fuente de agua donde jugaba con mis primos. En ese entonces no estaba canalizada, corría libremente en medio de las dos vías de la 30. Mi padre y yo salimos de casa hacia la manga. Yo vivía muy cerca de la avenida, a dos cuadras. El día estaba soleado, pensaba en la perfección de la escena. Cuando llegué al sitio, mi madre me esperaba con mis tías y primos. Frente a la manga estaba la principal, justo en uno de los primeros semáforos que colocaron a lo largo del recorrido. Esto me agradaba, ya

que me entretenía viendo los autos pasar. Siempre quise que mi familia comprara uno. Era mi sueño poder conducir en la avenida. En mis pensamientos me imaginaba en un auto convertible color rojo, un rojo metalizado, ese era mi color favorito. Extrañamente, ese color me perseguiría toda la vida.

Luego de comer y de jugar con mis primos, me acosté en la manga para admirar los transeúntes y los bellos autos de la época. Antes de la tragedia algo llamó mi atención. Una de las personas que iban por la vía se quedó quieta. Era un hombre vestido de túnicas blancas, anchas, holgadas y muy limpias. Su blancura era casi enceguecedora, supuse que por el reflejo del sol. No logre ver su rostro debido a su larga cabellera canosa, pero muy pulcra. Visualizo que el hombre tiene una larga barba color ceniza. Él se quedó parado de lado, esperando tal vez a alguien. A pesar de no saber quién es él, se me hacía muy familiar, como si fuera un amigo. Lo que sí recuerdo muy bien es que usaba sandalias, color marrón, y de un material muy similar al cuero. El viejo me generaba mucha curiosidad, por ello me levanté y me moví hacia un lado buscando identificar el rostro de ese ser. Mi curiosidad fue interrumpida por un fuerte sonido, un disparo. Rápidamente, Pero entonces, ¿Cuáles son los obstáculos que no permiten que las soluciones que se están presentando en el país tengan mejores resultados? Por un lado, han tenido que surgir muchos proyectos impulsados por la sociedad civil, porque la institucionalidad ha dejado históricamente numerosas acciones en el papel, y a la hora del desarrollo no se ve un interés verdadero del estado por realizar, evaluar y/o mantener.

Por otro lado, la mayoría de los proyectos orientados a reducir las brechas de género y la violencia en el país no tienen la interseccionalidad de género como base fundamental. Las soluciones que presentan son demasiado generales, y no toman en cuenta temas como etnia, estrato socioeconómico, ambiente, educación, etc. Las diferencias implican que algunas mujeres tienen menos acceso a derechos que otras, y que las soluciones que se proponen no funcionan en todos los contextos.

También, la mayoría de los proyectos no están orientados a resolver el problema de raíz, solo solucionan síntomas o consecuencias. Las desigualdades, la violencia, las brechas de género no son la raíz del problema en sí. Son la materialización de un problema social, y es la falta de reconocimiento de las desigualdades y tipos de violencia por parte de una sociedad que nunca ha sido formada en estos temas, y que no sabe cómo identificarlos, evitarlos o detenerlos.

Hay muchas leyes y proyectos en nuestro país que apuntan a la equidad de género. Pero de nada nos sirve tener legislación si no tenemos cultura ciudadana. Una posible solución en el país y en nuestra ciudad para generar espacios y sociedades más seguras para las mujeres es la sensibilización en género.

Es necesario crear un proyecto educativo sobre todo en escuelas y universidades que forme a los estudiantes en temas de género. Especialmente en la violencia que tiende a pasar más desapercibida porque el imaginario popular es que sólo la agresión física es denunciable y reprochable. Y en desigualdades, brechas y cómo combatirlas.

Todo capacitando desde la interseccionalidad para que todas las poblaciones puedan sentirse incluidas. Y puedan aprender las prevenciones y soluciones que necesitan, aunque sus experiencias y contextos sean diversos y diferentes a los de la mayoría.

De esta forma, se lograría a largo plazo construir una generación que en sí misma ayude a combatir la desigualdad, la inequidad y las violencias de género. Desde su vida y trabajo cotidiano. Si le enseñamos a la generación de hoy a ver el mundo y las situaciones con un filtro púrpura, cambiaremos la sociedad de mañana hacia una más positiva para todos. Referencias

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