Revista CIA Nº 1

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90 busta y probada, prolijamente escrita, con sus universidades y diplomaturas. Los músicos de jazz son, por fuera de los músicos ‘clásicos’, sin duda los más escolarizados. El método de aprendizaje incluye un estudio, parcial pero profundo, del sistema tonal. Aprenden de modo tan pragmático como razonado la lógica de la estructura armónica tonal, la cual predispone ciertos comportamientos e impide otros. Se distinguen del resto de los músicos por el vínculo ‘aceitado’ que establecen con los acordes y las tonalidades. En general, la indeterminación no sólo implica una incompletud de hecho, sino también una escasez de código: pocas notas, ambigüedad e imprecisión. En el jazz, esta situación coexiste con una curiosa alfabetización de los ejecutantes –parcial y despareja, pero pragmática y efectiva– y la recurrencia a comportamientos orales: acumulativos, redundantes, formulaicos. La peculiar alfabetización del músico de jazz le indica la función y las posibilidades de tal o cual acorde. Y un registro oral lo enfrenta a un universo sonoro repleto de las fórmulas que le permitirán desenvolverse con soltura dentro de los límites del género. Gianera concentra su mirada en el lado erudito del músico de jazz, que suele ser pasado por alto. Según su tesis, la mente del improvisador es la de quien sabe y gusta de abstraer. Un improvisador comienza por reducir para codificar y cifrar, y continúa por expandir y explorar las posibilidades que quedan encerradas en esas cifras. En una improvisación predominan, pues, los pensamientos sobre las emociones. La trama propiamente ensayística del libro ofrece un análisis (más sugerido que desarrollado) de la relación que se da entre el sonido


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