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Hay vida porque hay olvido Presentación de la obra fotográfica
Paula Tatiana Mejía Sepúlveda
Hay vida porque hay olvido
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(…) Cada uno de nosotros es un grano de polvo que el viento de la vida levanta, y después deja caer. Tenemos que buscar un andamio; poner nuestra mano pequeña en otra mano; porque la hora es siempre incierta, el cielo siempre lejano, y la vida siempre ajena. Aquel que llega más alto no es sino un conocedor más cercano de lo hueco y de lo incierto de todo... Bernardo Soares
He traído unas fotografías para dialogar románticamente o con «voluntad operante», diría Benjamin, contenida en este numeral de la revista, y que son a su vez un dialogo mutuo originado por la preocupación, para algunos desde antes, del presente doloroso del lugar que vivimos. Esta selección es parte de una búsqueda que emprendí hace tres abriles. La búsqueda, junto a la pregunta, continúa abierta.
La fotografía es ese arte que se plantea a la vez como lo que puede vencer el Olvido y se impone como aquello por lo cual el Olvido acaece. Bosqueja Barthes, pasaje a una estación. Ésta vertical, como el espacio de un hombre con cámara en el campo de la exterioridad jugándose la existencia de su mundo. Intermediario navegante, que atraviesa tambaleando sobre agua del tiempo; ahí, donde a cada acto fotográfico, o lo que debiera ser lo mismo, acto de la observación, lucha contra el tiempo. El acto fotográfico implica una relación afectiva: cuerpo a cuerpo. Dicha relación es el signo de un ser nuevo, es un tercer estado o Tercer
Hay vida porque hay olvido
cuerpo, que nace de un nuevo ordenamiento constituido entre tiempo, espacio y afecto. Acto a acto, se presencia una relación donde la Memoria entrega grávida su reunión de remembranzas. Y la gravedad tiene los olores de la tierra, lo fértil, de la sangre y el polvo. Un rincón es un nido de polvo ¡Nidos de polvo! Restaurarnos, agachados ante otro tiempo: re-habitación de un rincón. Allí, va dibujándose, liviano, el tejido de una araña, asimismo el hilo del tiempo se guarda y desenlaza en nuestro interior, como un olor envolvente. Sí, señor González, oler es el primer acto del amor. Caminé y un olor me invadía. Un rincón es lugar de meditación: espacio donde se alojan la vida y la muerte, lo lleno y lo vacío, lo de adentro y de fuera. Afuera, la vida en la ciudad es desapacible y desolada. De la ciudad salí aturdida, enferma, sedienta y sin entendimiento, me pregunté: ¿En qué se transforma el lugar que olvidamos? Ésta es una búsqueda del lugar donde habite la grávida mescolanza de los tiempos, donde habite el Olvido. Porque hoy, toda la ciudad más allá de lo maloliente, me huele a Olvido.
A veces algo me hace olvidar algunas cosas que no quiero amar… canta Spinetta, y en algunas formas, algunas veces lo experimento al hacer fotografías del Afuera. Con la intuición de los ojos soñadores, salí trazando caminos de cara a la devastadora cotidianidad. Calle a calle, vi un recurrente paisaje citadino deshumanizante. Sentí sólo escuchar el grito de sinceridad, siempre cínica, fulgurando una civilización acaecida y de juventud inaudita. Toqué una exterioridad angulosa, escasa en ensoñaciones. Fría. La seriedad de las pasiones en penuria. La dignidad agotada y la antigüedad siendo arrollada. ¿Qué más dentro de la ciudad yo, esperaba? Entonces, perseguí el olor, insolente y enmohecido, que esconde la ciudad. Debí tomar distancia del ritmo del afán civilizado, pues lo presentí contenido en la irradiación de las cosas inmóviles, emanado a un ritmo natural. Desde ese abril, sentí así la intensidad de necesitar enamorarme del lugar existente, pero ejemplar. Morar entre otra luz que me enseñara en su imagen más pura la presencia elemental: lo crecido por la Naturaleza. La casa es el signo de un ser nuevo, precisa Bachelard, y así, llegué hasta los casales: esos espacios desprovistos de actividades humanas, donde permanece laboriosa la inmovilidad originaria del silencio. Casas donde labora el Sol sobre restos persistentes, resistiéndose al tiempo y captando energía propia, para reinventarse continuamente. Entré a la vez a un Tercer paisaje1… a los rincones más olvidados de la cultura, allí donde las maquinas no pueden llegar. Paisaje que se hace refugio. Refugio que se hace del paisaje habitado por el ritmo de la lentitud. Ése es el ritmo del tiempo de la vida, del tiempo creador.
1 CLEMENT, Gilles; Manifiesto del Tercer paisaje. París (2004).Ed. Gustavo Gili, Barcelona. 2007
Paula Tatiana Mejía Sepúlveda
Aproximé la mirada en plano abierto. En frente, la verticalidad de un sentir acumulado. En aquel territorio, gracia del desprendimiento humano, es donde se siente, se haya residente y pleno el Espíritu, en su revolución ejemplar de la Naturaleza. Quizá es, y ahí, el espacio más vital, un lugar de escena organizada2: el Olvido.
Encontrarse, al decir de Borges, en el «vago sótano», es atreverse a franquear, como Teseo ante el minotauro: la terquedad del olvido. Y ahí el ser itinerante, como dice romántico poeta, podrá pensarse en lo más hondo y amará lo más vivo.
2 SOULAGES, François; Estética de la fotografía. París (1998). Ed. la marca, Bs As: 2005. Y tal vez, el espectador que vaya más allá, como la araña, desempolvando el intento de adentrarse en el Olvido, acaso en alguno de los casales cercanos que nos quedan, le suceda en su mirada una pérdida de enajenación que abrirá en su corazón campo necesario. Entrará ahí usted, de nuevo, en lucha esencial y silenciosa, como lo hace la presencia potencial e inagotable de la revolución del mundo de lo viviente, haciendo emerger, a quien la observa, el deseo de fecundar digna y humanamente el lugar común que vivimos: que antes de cualquier nombre, es nuestra morada.
Paula Walker
