/// papás
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LOS CAVENECIA Ricardo 40 / Mariano 37 / Sebastián 32 / Rodrigo 29
S
us hijos conversan en la barra. Rodrigo ha pedido un pisco sour y Ricardo saluda a Sebastián, que acaba de llegar luego de haber estado atorado en el tráfico. Lejos del grupo, recostado en el marco de la puerta principal de su restaurante, Ricardo Cavenecia padre busca la luz de la calle para contemplar una fotografía. En ella, sus cuatro hijos están sentados en el sillón de la casa familiar de Los Álamos, una casa que tiene poco más de treinta años. En ese entonces, el último tramo de la avenida Primavera era pura tierra y lo único que existía cerca era el mercado de Monterrico. Ahí acababa la ciudad. Hoy, la sala sigue idéntica. Ningún adorno ha cambiado de lugar. –Disculpen la demora –se excusó Sebastián–, pero el tráfico hasta Barranco ha estado horrible. Hola papá. –Hola, hijo –respondió su padre con un beso en la mejilla y rápidamente volvió a mirar la fotografía. –Me voy a poner mi mandil para la foto. Sebastián es el chef de Los Cavenecia en Barranco, pero no es el único de los hermanos que ha colaborado para montar el restaurante. Ricardo-hijo, que es arquitecto, ha colaborado con el diseño de los interiores y justo hasta hace un momento estaba revisando unos planos en la barra del bar. Rodrigo estudió Administración y Marketing y colabora con la difusión. Mariano no vive en Lima. Es médico y ejerce en Barcelona, pero está al tanto de los más modernos locales europeos para aconsejar a la familia. Ellos son la razón por la que un padre pudo cumplir su sueño. Ricardo Cavenecia padre era el cocinero de la familia. Un hombre conocedor de los mejores huariques, al que le gustaba hacer parrillas para sus hijos. Su afición creció más cuando Sebastián decidió estudiar Cocina e hicieron instalar una cocina industrial en la casa. Y Ricardo siempre había tenido el sueño de tener un restaurante. Fue así que, de un día para otro, sus hijos lo convencieron. Uno consiguió el local en Surco; el otro, las mesas; otro, los platos y cubiertos; otro la decoración. En una semana el sitio estaba listo. Un restaurante chico, a puertas cerradas. Cuando llegó el momento de pensar el nombre barajaron varios sin convencerse mucho. Pero Ricardo Cavenecia siempre ha sido muy amiguero y le gusta la idea de que la gente vaya a comer a su casa, a donde Los Cavenecia. El nombre resulto. La gente se pasaba la voz, sorprendidos de que Los Cavenecia hubiesen abierto un restaurante. El éxito fue tal que abrieron el local donde están ahora reunidos, en Barranco. Hoy, tienen otro en el boulevard de Asia. –A ver la foto…–dice Rodrigo– ¿Cuál es? –La tiene papá –responde Ricardo, su hermano-. Es una en la que salimos todos en el sillón de la casa. Tienes que verla, la sala está idéntica, hasta el reloj está a la misma hora. Cuando no estaban en un almuerzo familiar, en la casa de Los Álamos, Ricardo subía a todos sus hijos, uno al lado del otro, en el sillón trasero de su carro y se los llevaba a la playa. Otras veces, a Chaclacayo. O, simplemente, a pasear a por cualquier lugar, todos los fines de semana. Juntos. –Ya, todo listo –dijo Sebastián mientras terminaba de arreglarse el mandil de chef. –Vamos afuera que hay más luz–añadió Ricardo. Los hermanos salieron de la barra y se acercaron a la puerta principal. Su padre seguía mirando atentamente. –Papá, vamos a que nos tomen el retrato–le dijo Rodrigo. –Ah… ya voy–respondió como saliendo de un letargo–. Es linda esta foto… muy bonita.